RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Los que influenciaron en la vida mundial
LOS LÍDERES SOLITARIOS DE LA HISTORIA
Solo la verdad es siempre ofensiva.
—NAPOLEÓN BONAPARTE
¿La Soledad es mala compañera?
Todos los líderes han experimentado que llevar una organización, empresa o congregación al máximo de su potencial conlleva sufrir un gran desgaste físico y emocional.
Cuando las fuerzas desaparecen de repente y el líder se siente desfallecer, el alejamiento por un tiempo del problema y la soledad puede ser un instrumento positivo para retomar su liderazgo.
Esta experiencia ha sido la escuela de muchos líderes. Hombres como Napoleón, Mandela o Churchill se encontraron solos, en muchos casos abandonados y traicionados, pero la soledad les sirvió para rehacer sus carreras, retomar las riendas de sus países y experimentar un profundo cambio interior. La única manera de edificar una empresa, iglesia o nación es construir dentro de nosotros unos sólidos cimientos interiores.
El proceso en todos ellos fue siempre el mismo, aunque cada uno sacó una lección distinta, ya que sus circunstancias eran radicalmente diferentes:
aceptación,
reconstrucción,
planificación y
recuperación del liderazgo.
El efecto isla
Napoleón, el hombre más poderoso de Europa, encerrado en veinte kilómetros cuadrados.
Napoleón, el hombre más poderoso de Europa, estaba sentado aquel 4 de abril de 1814 frente a sus mariscales. Todos ellos le debían sus cargos y carreras, pero en ese momento estaban presionándole para que dejara su puesto.
La Coalición había penetrado en territorio francés con un ejército de medio millón de hombres y la situación era insostenible. Como el emperador de los franceses siempre había sido un tenaz negociador, logró abdicar en su hijo, imponiendo algunas condiciones, pero dos días más tarde, cuando uno de sus hombres de confianza, Marmot, le traicionó, tuvo que rendirse a la evidencia de su derrota.
El 11 de abril, en el Tratado de Fontainebleau, Napoleón renunciaba a la soberanía de Francia y aceptaba exiliarse junto a su familia a la isla de Elba, una minúscula ínsula italiana en medio de la nada. Su estado de ánimo era tan bajo que declaró: «Estoy molestando […] ¿Por qué no terminan con todo esto?».
Tuvo que exiliarse de Francia como un proscrito, disfrazado con uniforme austriaco y protegido por el ejército inglés, para que los monárquicos no le ahorcaran.
La llegada a la isla del hombre más poderoso de Europa debió de ser patética. Allí no había nada que hacer, su salud estaba seriamente quebrantada y todavía no era consciente de la profunda soledad que estaba a punto de apoderarse de su existencia. La isla no había sido elegida al azar, se parecía al sitio en el que se había criado de niño, Córcega, y a su querida ciudad de Ajaccio. Hermosas montañas, profundos acantilados y arenosas playas bañadas por el mar Mediterráneo. La tierra era muy fértil y ofrecía productos exquisitos, que una persona enferma, y sobre todo frustrada, hubiera disfrutado, renunciando a la acelerada y estresante vida de París.
El emperador tenía una máxima que no podía olvidar en medio de aquel paraíso obligado: «El pensamiento principal de un hombre bien situado es conservar su puesto».
Durante aquellos meses, aquel gran emperador se dedicó a gobernar aquella minúscula isla, construyendo carreteras, un hospicio y un teatro. Al final regresó a Francia, pensaba que su destino no había terminado. Aquella corta estancia en soledad le había ayudado a recuperar fuerzas, superar la traición de sus colaboradores y animarse a reconquistar el poder. Napoleón tenía tan solo cuarenta y cinco años. Pero ¿cómo sería recibido por el pueblo? Ya no contaba con su antiguo poder ni su ejército.
El plan de Napoleón era muy simple. Desembarcó en el golfo de Juan cerca de Cannes y se dirigió a una de las ciudades de los Alpes, Grenoble, que aún le guardaban lealtad. Cuando unos soldados estuvieron a punto de detenerle, él les dijo: «Si alguno de vosotros quiere matar a su emperador, aquí estoy…».
Unos días más tarde, sin haber disparado un tiro, Napoleón dormía en las Tullerías; en veinte días en Francia había recuperado el poder.
¿Por qué ayudó tanto a Napoleón ese tiempo de soledad? ¿Cómo fue su proceso de recuperación? ¿Qué aprendió de sus colaboradores? Lo primero que tuvo que aceptar Napoleón Bonaparte fue que tenía limitaciones. Luchó en todos los frentes y se rodeó de enemigos muy poderosos.
John C. Maxwell, en su libro Los 5 niveles de liderazgo, definió bien esta Ley del Tope:
Toda persona tiene un límite en su potencial de liderazgo. No todos estamos dotados por igual. El desafío que enfrentamos es crecer y desarrollar nuestro pleno potencial de liderazgo, aumentando así el límite de nuestra capacidad de liderazgo.
Napoleón había superado los límites de sus fuerzas físicas, de sus ejércitos y de la capacidad de sufrimiento de sus hombres por la causa del Imperio francés.
Dale Carnegie lo definía con la metáfora: «Si quieres recoger miel, no des puntapiés a la colmena».
Cuando llegó a la isla de Elba comenzó su proceso de cambio el «efecto Isla»: aceptación, reconstrucción, planificación y recuperación del liderazgo.
Primero aceptó que era un hombre derrotado. Su famosa frase encierra una gran verdad: «La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana».
Después de unos primeros momentos difíciles en los que tuvo que recuperarse físicamente y asumir la traición de sus mariscales, enseguida se puso a buscar cómo reorganizar su mente y volver a implementar en pequeña escala su visión del gobierno. Construye carreteras (progreso), un teatro (cultura y educación) y un hospicio (derechos sociales).
Lo primero que hace Napoleón al enterarse de la situación en Francia, donde su sustituto Luis XVIII no termina de agradar ni a monárquicos ni a republicanos, es planificar su retorno. Su plan está trazado al detalle. Acude a una de sus ciudades afines, busca el apoyo de sus antiguos camaradas y después va a la conquista de París.
Una vez recuperado el poder corrige su primera idea, la que lo ha llevado a perderlo todo. Por ello dice a sus hombres en una verdadera declaración de intenciones:
Como en otro tiempo de Egipto, he regresado ahora porque la patria estaba en peligro […] No quiero hacer más la guerra. Es menester olvidar que hemos sido los amos del mundo […] Antaño, yo perseguí el fin de fundar Estados Unidos de Europa, y para esto era necesario permitir ciertas instituciones que debían garantizar la libertad de los ciudadanos. Ahora, mi única mira es el afianzamiento de Francia…
Steve Jobs hizo algo parecido al regresar a Apple, su empresa Next había sido comprada por su antigua compañía para utilizar su software. Jobs intentó volver a dominar su antigua compañía, pero sin utilizar su arrolladora personalidad. Se reunió con el gerente de aquel entonces, Gilberto Amelio, y simplemente ocupó su puesto:
Así pues, esa tarde y para su sorpresa, Amelio recibió una llamada de Jobs: Bueno, Gil, solo quería que supieras que he estado hablando hoy con Ed sobre todo este asunto y me siento muy mal por todo ello —afirmó—. Quiero que sepas que yo no he tenido nada que ver con este giro de acontecimientos. Es una decisión que ha tomado el consejo, pero me pidieron asesoramiento y consejo…
El «efecto isla» transformó la visión de Napoleón, le hizo superar sus debilidades físicas y emocionales, aceptar la traición de sus colaboradores, comenzar a aplicar sus habilidades, para después planificar su regreso y recuperar su puesto. Pero a veces la soledad escogida produce otros cambios fundamentales en la mentalidad del líder.
Veamos cómo la prisión transformó la vida de Nelson Mandela.
El efecto piedra
Nelson Mandela pasó diecisiete años en la prisión de la isla de Robben y descubrió cómo se partían las rocas del rencor.
La vida de un líder verdadero nunca es fácil. No importa que lo sea en el terreno de las finanzas, la política o la religión. Los líderes abren la marcha y enseñan el camino, por eso son los primeros en encontrar los obstáculos y luchar contra los antagonistas.
Siempre que te salgas del camino trillado por el resto de personas, te llamarán loco, temerario, raro, irresponsable o engreído. En el mejor de los casos te cubrirán de críticas, se mofarán de ti o puede que tu atrevimiento sirva para que alguien te reemplace, pero si el camino emprendido es el verdadero, al final terminarán todos por reconocer que fuiste el primero en llegar.
Muchos son los que pueden acercarse a nosotros para halagarnos cuando hemos tenido cierto éxito o servimos en algún cargo de relevancia, pero siempre serán muchos menos los que nos apoyen, cuando nadie crea en nosotros.
Nelson Rolihlahla Mandela fue uno de esos hombres que no cedió hasta ver sus sueños hechos realidad. Mandela era un joven perteneciente a la casa real de uno de los clanes que componían el complejo mosaico de tribus en Sudáfrica. Su padre, Gadla Henry Mphakanyiswa, era uno de los principales consejeros del rey Thembu.
Mandela fue el primer miembro de su familia en acceder a una educación occidental, de hecho fue su profesora la que le puso el nombre británico de Nelson, aunque sus padres le habían llamado Rolihlahla, que significa textualmente «alborotador». Sus padres eran cristianos y por eso le enviaron a una escuela metodista.
Mandela quedó huérfano de padre a los nueve años, pero la influencia de este le acompañaría toda su vida, ya que de él heredó el carácter rebelde y su deseo de justicia.
Mandela no se perdía ningún servicio religioso durante su infancia y adolescencia.
Estudió con ahínco, ya que sabía que de mayor se convertiría en uno de los consejeros del rey, como lo había sido su padre años antes. Tras su paso por la educación secundaria, estudió en la Universidad de Fort Hare, dedicada a la élite de los negros del país.
Durante esta etapa se mantuvo en una línea conservadora, alejada de las reivindicaciones del Congreso Nacional Africano, que se había creado en 1911 para defender los derechos de los negros en Sudáfrica.
Tras su llegada a Johannesburgo, la capital, para huir de un matrimonio arreglado por su familia, consiguió algún trabajo precario hasta lograr entrar en un bufete de abogados. Siguió formándose en el curso por correspondencia de la Universidad de Sudáfrica. Más tarde estudió en la Universidad de Witwatersrand, convirtiéndose en el primer estudiante negro del campus.
¿Qué sucedió en la vida de este joven estudiante negro para que terminara en una de las peores cárceles de Sudáfrica?
¿Por qué abandonó su prometedora carrera de abogado y su futura acomodada vida por los más desfavorecidos?
¿Cómo superó la tentación del odio cuando llegó al poder?
Sudáfrica era un país basado en el odio y la desconfianza. Una desconfianza nacida entre las clases sociales, las razas, los grupos étnicos y nacionales.
El inglés desconfiaba del holandés,
este del africano negro y
este a su vez de la comunidad hindú que habían instalado los británicos por ser una fuerza de trabajo más dócil.
Todo ese odio y desconfianza podía convertir al país en una verdadera bomba de relojería, por eso Mandela descubría la poderosa fuerza del amor. Sus palabras parecen cargadas de la autoridad que da la razón y la sabiduría del hombre que sabe perdonar: «El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar, ya que el amor surge con mayor naturalidad en el corazón del hombre que el odio».
¿Dónde aprendió Nelson Mandela a amar?
La cárcel parece un lugar extraño para aprender a amar. Sobre todo cuando uno atraviesa las gruesas puertas de una prisión y nota la maldad que se respira dentro.
Durante unas semanas he estado visitando una cárcel en mí país para impartir un taller gratuito. Después de atravesar cuatro gruesas puertas y llegar hasta el pabellón de los reclusos te sorprenden dos cosas.
La primera es la angustia que produce el saberse encerrado y
la segunda es el poco afecto o amor que hay dentro.
Los hombres que acudieron al curso eran personas encantadoras, agradecidas y con ganas de aprender, pero, sin duda, en el día a día debe de ser duro para ellos estar encerrados. Sin nadie en quien confiar, intentaban pasar desapercibidos, pero al mismo tiempo haciéndose respetar por el resto.
Nelson Mandela estuvo acusado en varias ocasiones, pero logró evitar la cárcel o salir de ella tras un breve periodo. En el año 1962, las cosas iban a cambiar radicalmente.
¿Qué había sucedido? Tras su gira africana, su notoriedad había crecido y la presión que algunos países del entorno comenzaban a hacer contra el apartheid, hizo que su gobierno le viera como un peligro.
El arresto se produjo el día 5 de agosto, durante un viaje en coche con Cecil Williams. Mandela fue arrestado cerca de la ciudad de Howick y encarcelado en la prisión de Johannesburgo de Marshall Square. La acusación era incitación a la huelga y la salida del país sin permiso. Mandela ejerció como su propio abogado. El joven letrado quería convertir el proceso en un juicio contra el estado, pero el gobierno no cedió y fue sentenciado a cinco años de cárcel.
El paso del sacrificio, del líder que ocupa en sus propias carnes el lugar de su pueblo, convirtió a Mandela en un mito. Muchos hombres de Dios son admirados, pero muy pocos se convierten en un mito. Al fin y al cabo, el mito es siempre la creación de un sistema que otros pueden imitar y que funciona igual. El gobierno sudafricano estaba creando en su injusto sistema penitenciario a uno de los hombres más influyentes del siglo XX.
Un año más tarde de su encarcelamiento, el descubrimiento de unos papeles inculpatorios del partido fue la excusa perfecta para que la fiscalía aumentara su pena en un nuevo juicio. Ahora los cargos eran mucho más graves, ya que se le acusaba de sabotaje y conspiración para derrocar violentamente al gobierno.
Mandela llegó a pronunciar una famosa frase, tomada de otra persona, intentando demostrar su inocencia en el caso: «La historia me absolverá».
Mandela sufrió una derrota procesal, pero una amplia victoria moral. Tanto las Naciones Unidas como el Consejo Mundial de la Paz pidieron la anulación del juicio. Se produjeron protestas por todo el mundo. La situación de Sudáfrica saltaba al conocimiento de la opinión pública internacional.
La isla de Robben fue el terrible hogar de Nelson Mandela durante veinte años, pero también una terrible escuela de humildad y perdón.
La actitud de Nelson Mandela me recuerda las palabras del jefe de una gran multinacional que decía a sus empleados: «Caballeros, este año la estrategia será la honestidad»
Lecciones aprendidas
La honestidad de Nelson Mandela le llevó a una terrible cárcel de Sudáfrica, pero allí aprendió cuatro lecciones:
lo que no te destruye te hace más fuerte,
el desarrollo de nuestro mundo interior es imprescindible para liderar,
el odio destruye y
el amor es la fuerza más poderosa del mundo.
La celda de Mandela era poco más que un cuchitril, con una cama en el suelo, una mínima mesita, una manta y un cubo para depositar sus necesidades. La mayor parte del tiempo el preso estaba aislado, ya que eran celdas individuales. De esta manera se buscaba minar la moral del condenado. Muchos hombres se vuelven locos al sentirse aislados; de hecho, el aislamiento es un castigo adicional a la prisión.
En la propia cárcel había discriminación racial. Los negros no se mezclaban con los blancos y recibían menos comida. Los presos políticos eran peor tratados que los comunes. En su biografía se describe el mal trato recibido durante su estancia en prisión.
A pesar de todo, descubrió que la prisión le hacía más fuerte. Cada día les obligaban a picar piedras; él se dio cuenta de que la piedra más dura es el corazón humano. Si era capaz de doblegar el suyo, no sucumbiría al odio ni al rencor.
Moisés fue uno de los ejemplos más claros de líder que ha de pasar por la soledad para recibir las instrucciones y leyes para dirigir al pueblo de Israel. El proceso de maduración del líder implica una soledad escogida, en la que poder meditar y poner en marcha nuestro proyecto.
La segunda cosa que aprendió Nelson Mandela fue el desarrollo de su mundo interior: la soledad, en este caso obligada, le ayudó a conocerse mejor a sí mismo, a controlar su ira, su frustración y hacer cambios en su hombre interior. El autocontrol, la disciplina, la paciencia son habilidades que ayudan a los líderes a llegar a sus metas.
La tercera lección de Nelson Mandela fue la superación del odio que destruye. Los negros odiaban a los blancos por todos aquellos siglos de esclavitud y opresión. Los blancos odiaban y temían a los negros, pensando que si los liberaban o les daban más libertad, tomarían venganza. Cuanto más se odiaban, más daño se hacían mutuamente. Por eso Nelson Mandela fomentó una gran campaña de reconciliación cuando llegó al poder. Él mismo había experimentado esa regeneración en la prisión.
Durante el periodo que pasó en la prisión de Pollmoor buscó tener una mejor relación con los guardas y el alcaide. Los miembros del gobierno comenzaron a reunirse con él secretamente, para llegar a pactos, pero él quería romper con el estado racista y que se avanzara en las reformas de integración de la población negra y no cedió. Cuando llegó al poder impidió cualquier clase de linchamiento hacia los blancos. La cadena del odio y de la venganza debía romperse definitivamente.
La cuarta cosa que intentó poner en práctica fue la fuerza del amor. No es suficiente con no odiar. Necesitamos amar, para poder relacionarnos con nuestro prójimo. No nos preocupará el bienestar o la mejora de la vida de las personas que nos rodean si no sentimos nada hacia ellas.
Jesús anunció esta verdad del amor incluso a los enemigos, para terminar con la desconfianza innata del hombre. Él declaró esta máxima: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (Mt 7.12).
Nuestro liderazgo debe aprender el «efecto piedra». La única manera de no sucumbir ante la envidia, el odio, el rencor y la ira es destruyendo para siempre esa piedra del orgullo que nos separa de los demás.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6