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jueves, 24 de marzo de 2016

Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Nos preparamos para ministrar a la congregación

SEMANA SANTA BÍBLICA
Juan 18:12 - 19:37
Jesús ante el sumo sacerdote
(Mt. 26.57–58; Mr. 14.53–54; Lc. 22.54)
12Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, 13y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. 14Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.
Pedro en el patio de Anás
(Mt. 26.69–70; Mr. 14.66–68; Lc. 22.55–57)
15Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; 16mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro. 17Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo soy. 18Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose.
Anás interroga a Jesús
(Mt. 26.59–66; Mr. 14.55–64; Lc. 22.66–71)
19Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. 20Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. 21¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. 22Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? 23Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? 24Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Pedro niega a Jesús
(Mt. 26.71–75; Mr. 14.69–72; Lc. 22.58–62)
25Estaba, pues, Pedro en pie, calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó, y dijo: No lo soy. 26Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? 27Negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo.
Jesús ante Pilato
(Mt. 27.1–2, 11–31; Mr. 15.1–20; Mt. 27.1–2, 11–31, Lc. 23.1–5, 13–25)
28Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua. 29Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? 30Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado. 31Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie; 32para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir.
33Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? 34Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? 35Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 36Respondió Jesús: 
. 37Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. 38Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad?
Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito. 39Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos? 40Entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón.
19
1Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. 2Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; 3y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas. 4Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. 5Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! 6Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. 7Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. 8Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. 9Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta. 10Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? 11Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
12Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. 13Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata. 14Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! 15Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César. 16Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron.
Crucifixión y muerte de Jesús
(Mt. 27.32–50; Mr. 15.21–37; Lc. 23.26–49)
17Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; 18y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. 19Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. 20Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. 21Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. 22Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito.
23Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. 24Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice:
Repartieron entre sí mis vestidos,
Y sobre mi ropa echaron suertes.
Y así lo hicieron los soldados. 25Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. 26Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. 27Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
28Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. 29Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. 30Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
El costado de Jesús traspasado
31Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo* (pues aquel día de reposo* era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. 32Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. 33Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. 34Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. 35Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. 36Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. 37Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.


Juzgamiento y crucifixión del Salvador
El juicio religioso y las negaciones de Pedro 
Juan 18:12–27
Juan 18:12–14. Cuando Jesús fue arrestado, estaba oscuro y era tarde. Sin duda, había tenido un día bastante agitado. Sus discípulos estaban tan cansados por las actividades y presiones, que se habían quedado dormidos. Pero él experimentó una profunda crisis estando en oración y agonía (Mr. 14:33–41; Lc. 22:44) mientras ellos dormían. Ahora Jesús estaba atado y en poder de sus enemigos. Estaba solo, ya que sus discípulos habían sido esparcidos (Mt. 25:46, Jn. 16:32).

El juicio religioso se dio inicio  
Las palabras: le llevaron … a Anás, proveen información que no se da en los otros evangelios. Anás había sido designado sumo sacerdote por Cirenio, gobernador de Siria en el año 6 d.C. y permaneció en su cargo hasta que fue depuesto por Valerio Grato procurador de Judea en el año 15 d.C. De acuerdo con la ley judía, el oficio de sumo sacerdote era para toda la vida, pero a los romanos no les gustaba la concentración de poder en una sola persona, así que frecuentemente cambiaban sumo sacerdote. 

Anás fue sucedido por cinco de sus hijos y por su yerno Caifás (V.Familia de Anás” en el Apéndice, pág. 348). Es evidente que Anás permanecía como el poder tras el trono, ya que realizó una investigación preliminar antes del juicio formal de Jesús. Caifás … era el sumo sacerdote aquel año, es decir, ese terrible año en que ocurrió la muerte de Jesús. Juan recordó a sus lectores acerca de la profecía que hizo Caifás sin darse cuenta (Jn. 11:49–52).

Juan 18:15–16. Después de la dramática escena en el huerto en que la multitud se llevó a Jesús y los discípulos corrieron asustados, dos de ellos regresaron y siguieron al Señor y a sus enemigos cruzando el Cedrón hasta llegar a la ciudad. Ellos eran Simón Pedro y otro discípulo. No se sabe quién es éste, pero bien pudo ser Juan, el hijo de Zebedeo (cf. 20:2; 21:20, 24). Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y por tanto tenía acceso al patio del sumo sacerdote. Así que estaba en una posición única para saber lo que estaba ocurriendo y pudo permitir que Pedro entrara al patio.

Juan 18:17–18. La negación de Pedro ante la criada portera contradice en forma muy obvia su afirmación anterior de que daría su vida por Jesús (13:37) así como su conducta belicosa al cortar la oreja de Malco (18:10). Evidentemente, el otro discípulo también estaba en peligro (quizá mayor), pero no negó a Jesús. Pedro se paró junto al fuegocalentándose en la fría noche de primavera, ya que Jerusalén está a unos 800 mts. sobre el nivel del mar. Este pequeño detalle acerca de la baja temperatura es otra indicación de que el autor de este libro fue testigo presencial.

Juan 18:19. Los eventos que aparecen en los vv. 12–27 son como un drama presentado en dos escenarios. Se prepara el primero (vv. 12–14) mientras la acción sigue en el segundo (vv. 15–18). Después la acción vuelve al primer escenario (vv. 19–24) y posteriormente regresa al otro (vv. 25–27).

La investigación preliminar acerca de Jesús puede compararse a lo que sucede hoy en día cuando a una persona se le lleva arrestada a la jefatura de policía. Anás preguntó a Jesús acerca de las personas que compartían su punto de vista y la naturaleza de su doctrina. Si lo que se temía era una insurrección (cf. 11:48), estas eran las preguntas normales.

Juan 18:20–21. Jesús respondió que no pertenecía a ninguna secta u organización secreta. Tenía un círculo cercano de discípulos, pero el carácter de su enseñanza no era privado. Él había enseñado abierta y públicamente en la sinagoga y en el templo. La gente conocía su doctrina, así que si Anás tenía preguntas acerca de ella, habría muchos que podrían responderle. Jesús no tenía dos clases de verdades o enseñanzas. Era inocente, a menos que se probara lo contrario. Por tanto, debían buscar testigos si había alguna acusación grave contra él. Por supuesto que no tenían ninguna razón comprobada, así que buscaban la forma de engañarlo o hacerlo caer en una trampa.

Juan 18:22–24. A uno de los ayudantes de Anás no le gustó la respuesta de Jesús, por lo que le dio una bofetada. Esta audiencia preliminar tuvo múltiples irregularidades, siendo ésta una de ellas. Era ilegal tratar de inducir a una persona para que se declarara culpable y no era correcto golpearla si no había sido condenada. En su respuesta, Jesús no se estaba refiriendo a su forma de hablar (¿Así respondes …?), sino al contenido de su enseñanza si he hablado mal. Es más fácil evadir la verdad o silenciar al que la dice, que tratar de responder a ella. Por sí misma, ésta tiene poder de persuasión y para quienes se oponen, es difícil contradecirla. Jesús subrayó este punto al exponer la hipocresía de ellos. Conocían la verdad, pero amaban el error. Vieron la luz, pero amaron las tinieblas (cf. 3:19; Ro. 1:18). Después de esta entrevista preliminar, Anás … envió a Jesús a su yerno Caifás (cf. Jn. 18:13).

Juan 18:25–27. En esta sección, se narra que Pedro negó al Señor por segunda y tercera ocasiones. La traición del apóstol aparece registrada en los cuatro evangelios, lo que indica la importancia que los escritores dieron a la caída de su líder. Ya que todos los hombres fallan, y hasta los cristianos de renombre tropiezan con frecuencia, el registro de las negaciones de Pedro (y su subsecuente restauración, cf. cap. 21) es de gran consuelo pastoral. 

La última negación fue motivada por una pregunta que hizo un pariente de Malco, a quien Pedro había tratado de matar en el huerto. Justo después de que negó a Jesús por tercera ocasión, el Señor lo miró (Lc. 22:61) y Pedro se fue llorando amargamente (Lc. 22:62). Fue entonces que el gallo cantó (cf. Mt. 26:72–74), lo cual cumplió la profecía de Jesús (Jn. 13:38). (Marcos escribió que el gallo cantó dos veces; V. el comentario de Mr. 14:72.) El que cantara el gallo y el asna de Balaam hablara, revelan la soberanía de Dios y que todas las cosas se mueven de acuerdo con su plan y su tiempo.
El juicio civil 
Juan 18:28–19:16
Juan 18:28–29. Cada uno de los escritores de los evangelios pone su énfasis característico en la presentación del juicio, muerte y resurrección de Jesús. Parece que Juan complementa el material de los primeros tres evangelios. Sólo él reportó la entrevista con Anás y la que tuvo con Pilato con mucho mayor detalle y discernimiento sicológico. Juan no reportó el juicio realizado ante el sanedrín judío (Mr. 14:55–64) donde se le hizo el cargo de blasfemia. 

Ya que el concilio judío no tenía el derecho legal de condenar a muerte a Jesús, el caso debía llevarse ante el gobernador romano, Poncio Pilato (26 a 36 d.C.). Generalmente, el gobernador vivía en Cesarea, pero durante las grandes festividades era conveniente que estuviera en Jerusalén en caso de que ocurriera algún disturbio o insurrección. La pascua era particularmente peligrosa, debido a que las emociones de los judíos se alteraban al recordar la liberación de su esclavitud.

La ubicación del pretorio (palacio de gobierno romano) ha sido muy discutida. Pudo haber estado en la fortaleza Antonia, al lado norte del área del templo, o en uno de los dos palacios de Herodes localizados al oeste de la ciudad. A los judíos se les prohibía entraren una casa gentil (en este caso, el pretorio), pero sí podían entrar al patio o a sus corredores. Es irónico que los líderes judíos estuvieran preocupados por no contaminarse, ¡mientras estaban planeando un asesinato! Entonces salió Pilato a los judíos (probablemente a uno de los patios) y comenzó su interrogatorio informal.

Juan 18:30–31. La respuesta de los judíos a Pilato revela la hostilidad que había entre ellos. (Ellos lo aborrecían por su dureza y por el hecho de que un gentil los gobernaba. Pilato les correspondía y eventualmente en el año 36 d.C., ellos lograron que el gobernante fuera llamado de vuelta a Roma.) En esa ocasión, Pilato se rehusó a ejecutar a Jesús. Él sabía lo que estaba ocurriendo; había visto la entrada triunfal unos cuantos días antes; sabía que la causa de la acusación contra Jesús era la envidia (Mt. 27:18); así que decidió jugar con los judíos usando la vida del Señor como premio. Se negó a hacer cualquier cosa sin tener un cargo suficientemente grave. La acusación de los judíos de blasfemia era difícil de probar y no impresionó a Pilato como para considerarlo digno de muerte bajo la ley civil romana. Parece que los judíos habían perdido el derecho a dar muerte a alguien, aunque en ciertas ocasiones apedreaban a los reos (cf. Hch. 6:8–7:60). Jesús era popular y el sanedrín quería que muriera, si era posible, a manos de los romanos. El sanedrín podía condenar, pero sólo los romanos podían ejecutar legalmente.

Juan 18:32. Juan explicó por qué los judíos entregaron a Jesús a los romanos. Las ejecuciones judías consistían normalmente de apedrear a la persona, causando que los huesos se fracturaran. El método romano de ejecución era la crucifixión. Por tres razones, era necesario que Jesús fuera crucificado por los romanos por instigación de los judíos: (a) para cumplir las profecías (e.g., que ninguno de sus huesos sería roto; cf. 19:36–37); (b) para incluir tanto a judíos como a gentiles en la culpabilidad colectiva del hecho (cf. Hch. 2:23; 4:27); (c) por medio de la crucifixión, Jesús fue “levantado” como “la serpiente en el desierto” (cf. el comentario de Jn. 3:14). Una persona que estuviera bajo la maldición de Dios debía ser expuesta (colgada) en un madero como señal del pecado juzgado (Dt. 21:23; Gá. 3:13).

Juan 18:33–34. Pilato se entrevistó en privado con Jesús (vv. 33–38a). Sabía que normalmente los judíos no entregarían a uno de los suyos para ser juzgado por los odiados romanos; podía ver que había algo extraño en torno a este caso. De acuerdo con Lucas (23:2), ellos acusaron a Jesús de tres cosas: de pervertir a la nación, de oponerse al pago de impuestos al César y de proclamarse como “Cristo, un rey”. Pilato comenzó preguntando a Jesús si él era el Rey de los judíos. Jesús preguntó a Pilato si esa idea era de él mismo o si otros (los judíos) se lo habían dicho. Con esta pregunta, Jesús quería saber si Pilato estaba preocupado de que él constituyera alguna amenaza política para Roma, es decir, que fuera un revolucionario.

Juan 18:35–36. Pilato le respondió sarcásticamente preguntándole si él era judío. Por supuesto que él no estaba interesado en cuestiones judías, sino sólo en los asuntos concernientes al gobierno civil. Jesús debe haberse sentido profundamente herido por el hecho de que Pilato subrayó que fueron los judíos, su propia nación, y sus líderes religiosos quienes lo habían acusado. 

En su prólogo, Juan había hablado ya acerca de este triste tema: “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (1:11). Jesús contestó que no había necesidad de que Roma temiera una insurrección política. Él no era un zelote, ni un líder guerrillero revolucionario. Su reino no es así. No es de este mundo; es de otro lugar, es decir, del cielo. Por tanto, no viene por medio de la rebelión, sino por la sumisión a Dios. No se basaba en los actos de violencia de los hombres, sino en un nuevo nacimiento que proviene del cielo y que hace salir a una persona del reino de Satanás y la traslada al reino de Dios (cf. Col. 1:13; Jn. 3:3).

Juan 18:37. Ya que Jesús se refirió a un reino, Pilato se centró en la palabra “rey” para continuar con su interrogatorio. ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús afirmativamente, pero aclaró que su reino no era como el de Roma, sino un reino de verdad que superaba a todos los demás. Dijo: todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. En pocas palabras, Jesús afirmó su origen divino (he nacido … he venido al mundo) y su ministerio (para dar testimonio a la verdad). Más tarde, él se convertiría en el juez de Pilato.

 Juan18:38. La pregunta de Pilato: ¿Qué es la verdad? ha resonado a través de los siglos. No se sabe con exactitud cuál era la intención de Pilato. ¿Era un deseo sincero de conocer lo que nadie podía decirle? ¿Era cinismo filosófico tocante al problema de la epistemología? ¿Era indiferencia a algo tan impráctico como el pensamiento abstracto? ¿Era enojo por la respuesta de Jesús? Todas estas son interpretaciones viables de sus palabras. Pero el asunto vital aquí es que repentinamente dio la espalda a aquél que es “la verdad” (14:6) sin esperar respuesta. La declaración de Pilato acerca de la inocencia de Jesús es importante. Él moriría como el cordero pascual, que debía ser un macho de un año y sin defectos (Éx. 12:5).

Juan 18:39–40. Habiendo mostrado su falta de interés en la verdad, Pilato también reveló una ausencia de compromiso con la justicia; le faltaba el valor para respaldar sus convicciones. Si Jesús era inocente de todos los cargos, entonces Pilato debió haberlo liberado. Pero en lugar de hacerlo, optó por hacer una serie de arreglos censurables con tal de no enfrentarse con una verdad inconveniente estando en esa circunstancia difícil. Primero, cuando descubrió que Jesús era de Galilea, lo envió a Herodes (Lc. 23:6–7). Segundo, trató de apelar a la multitud (Juan 18:38) esperando zafarse de cumplir el deseo de los principales ancianos y sacerdotes. Sabiendo que Jesús era popular, pensó que la multitud preferiría a Jesús que a Barrabás. Pero los líderes demostraron ser muy insistentes y persuasivos (cf. Mt. 27:20). La oferta de soltar a Barrabás, quien era culpable de homicidio e insurrección, mostró cuán pobre era el juicio de la persona que estaba encargada de proteger los intereses de Roma.

Juan 19:1–3. Tercero, Pilato … le azotó. Esta acción, de acuerdo con Lucas (23:16), fue otro intento de quedar bien con ellos, porque todavía tenía la esperanza de que la multitud quedara satisfecha con un poco de sangre. Los azotes romanos se realizaban con un látigo de cuero con pedazos de metal en los extremos. A menudo, los condenados morían después de ser azotados. La flagelación, la burlona corona de espinas, el manto de púrpura, la ridiculización al proclamarlo Rey de los judíos y las bofetadas fue todo parte de la profunda humillación que Jesús, como Siervo del Señor (cf. Is. 50:6; 52:14–53:6), sufrió al identificarse con el pecado humano. (Mateo y Marcos añaden que los soldados escupieron a Jesús [Mt. 27:30; Mr. 15:19]). Las espinas que pusieron sobre su cabeza son un recordatorio de las espinas que surgieron en la tierra como consecuencia del pecado humano (Gn. 3:18)

Juan 19:4–5. Pilato apeló a la multitud tratando de liberar a Jesús, pero falló de nuevo. La sed de ver derramada la sangre de Jesús no tenía límites. Las palabras de Pilato: ¡He aquí el hombre! (en latín: Ecce homo) se han hecho famosas. Es extraño que varias de las declaraciones de Pilato se hayan inmortalizado. A esas alturas, Jesús debe haber sido una figura patética y sangrienta, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.

Juan 19:6–7. Los líderes judíos mostraron el odio que sentían por Jesús y dieron voces pidiendo su muerte. La crucifixión era una muerte vergonzosa, generalmente reservada para criminales, esclavos y especialmente, revolucionarios. Al principio, Pilato se negó a ser el verdugo, pero después los líderes revelaron la verdadera razón de su acusación: se hizo a sí mismo Hijo de Dios. De acuerdo con la ley, si se podía comprobar, el cargo por blasfemia (Lv. 24:16) ameritaba la muerte. Más o menos al mismo tiempo, la esposa de Pilato le envió a decir unas extrañas palabras: “No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (Mt. 27:19).

Juan 19:8–11. La respuesta de Pilato refleja temor. Siendo pagano, había escuchado que dioses con apariencia humana visitaban a los hombres y los juzgaban. Quizá, la majestad solemne de Jesús y sus declaraciones de verdad comenzaron a intranquilizar su conciencia. La negativa de Jesús a responder a la pregunta de Pilato: ¿De dónde eres tú? cumplieron las palabras de la profecía que se encuentra en Isaías 53:7.

Pilato tuvo la oportunidad de aceptar la verdad, pero la desperdició. Perturbado por el silencio de Jesús, le preguntó: ¿No sabes que tengo autoridad …? Es cierto, Pilato tenía algo de poder, pero era como una pieza en un juego de ajedrez. No obstante, fue responsable de las decisiones que tomó (cf. Hch. 4:27–28; 1 Co. 2:8). En última instancia, Dios es el único que tiene el poder completo y definitivo. Jesús dijo que Pilato también estaba bajo la autoridad de Dios y por lo tanto, era responsable ante él: el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene. En esta afirmación, ¿se estaba refiriendo Jesús a Judas, Satanás, Caifás, los sacerdotes, o a los judíos? Quizá Caifás es la mejor opción, puesto que fue quien envió a Jesús a Pilato. Aunque este último fue culpable (cf. las palabras del Credo de los Apóstoles: “sufrió bajo Poncio Pilato”), Jesús puso mayor peso sobre Caifás como responsable (cf. Jn. 11:49–50; 18:13–14).

Juan 19:12–13. Pilato, probablemente sintiéndose culpable, quería soltarle … pero los judíos usaron una nueva estrategia. Dejar libre a Jesús, alegaban, significaría una deslealtad al César. El título amigo de César (latín, amicus Caesaris) era una consideración importante. Tiberio era el emperador, estaba enfermo, sospechaba de todo mundo y a menudo era violento. Pilato tenía mucho que ocultar y no quería que llegara a oídos de su jefe un reporte desfavorable. Si tenía que escoger entre demostrar su lealtad a Roma o favorecer a un judío extraño y despreciado, en su mente no cabía ninguna duda. El dilema debía resolverse, así que Pilato tomó la decisión oficial.

Juan 19:14–16. La hora sexta, de acuerdo al sistema romano de medición del tiempo, podría significar las 6:00 a.m. (algunos académicos, sin embargo, opinan que se refiere al medio día; cf. el comentario de 1:39; 4:6). 

Era la preparación de la pascua (i.e., viernes). Ese mismo día fue la pascua, el día en que Cristo murió. Pero era también la víspera de la fiesta de los panes sin levadura que duraba siete días y que seguía inmediatamente después del día de la pascua. A esa semana se le ha llamado también la semana de la pascua (cf. Lc. 2:41; 22:1, 7; Hch. 12:3–4; V. el comentario de Lc. 22:7–38).

Pilato dijo: ¡He aquí vuestro Rey! Esta es otra ironía. (Juan es el único escritor de los evangelios que menciona este incidente.) Pilato no creía que Jesús fuera su rey, pero para provocar a los judíos, llamó a Jesús Rey de los judíos. Juan vio la importancia de este hecho porque Jesús moriría por su pueblo como su Rey, es decir, como el Mesías. Pilato no pudo resistir la tentación de incitar a los judíos: ¿A vuestro Rey he de crucificar? ¡Como si Roma no fuera capaz de crucificar a un rey judío! La respuesta de los judíos: no tenemos más rey que César, estaba cargada de ironía. Los rebeldes judíos declararon su lealtad a Roma pero desecharon a su Mesías (cf. Sal. 2:1–3).
La crucifixión
Juan 9:17–30
Juan 19:17–18. Cargando su cruz, salió Jesús. Estas palabras cumplen dos símbolos o tipos del A.T. Isaac cargó la leña para su propio sacrificio (Gn. 22:1–6) y, por otro lado, la ofrenda por el pecado se sacaba del campamento o ciudad (cf. He. 13:11–13). De esa manera, Jesús fue hecho pecado (2 Co. 5:21). En ar., es probable que al Gólgota, lugar … de la Calavera, se le llamara así por la colina que tiene una cima árida y pedregosa en forma de calavera. Los otros dos que también fueron crucificados con Jesús se mencionan para hacer comprensible el relato que sigue en relación a que a ambos les quebraron las piernas, no así a Jesús (cf. Jn. 19:32–33). Lucas añadió que los dos eran “criminales” (Lc. 23:32–33) y Mateo les llamó “ladrones” (Mt. 27:44).

Juan 19:19–20. El juego entre Pilato y los sacerdotes continuó cuando se escribió el título (gr. titlon; latín, titulus) que generalmente se colocaba sobre la cruz de un criminal. Decía: Jesús nazareno, Rey de los judíos. Debido a que el título estaba escrito en tres idiomas, en hebreo, en griego y en latín y la crucifixión se realizaba en un lugar público, todos los que sabían leer pudieron ver la clara proclamación que había en la inscripción.

Juan 19:21–22. Naturalmente que los principales sacerdotes no querían que esto se anunciara como un hecho. Querían que la leyenda dijera que Jesús había muerto por decir que era el Rey de los judíos. Así que protestaron ante Pilato para que cambiara el letrero. Pilato se negó a hacerlo. Sin duda, sintió que ya había hecho bastante del trabajo sucio de los líderes de la nación y disfrutó la pequeña broma que les había jugado. 

Su arrogante respuesta: Lo que he escrito, he escrito, completa una serie de declaraciones sorprendentes hechas por Pilato (cf 18:38; 19:5, 14–15; Mt. 27:22). Juan también mostró ironía ya que asentó que si bien Pilato fue quien escribió esas palabras, en realidad Dios había querido que su Hijo muriera con ese título sobre la cruz. En otro sentido, las palabras son un severo juicio acerca de la vida de Pilato. Él había participado y tenido la oportunidad de escoger la verdad, pero aun siendo gentil, ¡sería juzgado con justicia por el Rey de los judíos!

Juan 19:23–24. La actividad de los soldados al desnudar a Jesús y repartirse sus vestidos formaba parte de la acostumbrada crueldad de aquellos tiempos. La ropa era hecha a mano y por tanto, costosa comparada con la ropa de hoy. Los verdugos recibían la ropa de los prisioneros como paga. 

La túnica … (ropa interior) sin costura era del tipo de las que usaba el sumo sacerdote. No obstante, Juan no elabora más sobre este particular. Juan vio la importancia del cumplimiento de Salmos 22:18, en el que el paralelismo poético de ese v. se cumple de dos maneras: 
(a) Repartieron entre sí mis vestidos,
(b) sobre mi ropa echaron suertes. El hecho de que Jesús muriera desnudo se añade a la vergüenza que sufrió por nuestros pecados. A la vez, él es el postrer Adán que provee vestiduras de justicia para los pecadores.

Juan 19:25–27. En agudo contraste con la crueldad e indiferencia de los soldados, un grupo de cuatro mujeres observaban los acontecimientos con amor y dolor. La angustia de la madre de Jesús cumplió la profecía de Simeón: “una espada traspasará tu misma alma” (Lc. 2:35). 

Al ver el dolor de ella, Jesús honró a su madre al encomendarla al cuidado de Juan, el discípulo a quien él amaba, ya que viviendo en Galilea, sus hermanos y hermanas no estaban en posición de cuidarla o consolarla. Las palabras de Jesús a María y al discípulo amado constituyen la tercera frase que Jesús dijo desde la cruz (y la primera registrada por Juan). En los otros evangelios, Jesús ya había expresado su deseo de perdón a los verdugos romanos (Lc. 23:24) así como a uno de los ladrones (Lc. 23:42–43).

Juan 19:28–29. Juan no registra el cuarto dicho de Jesús desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (cf. Mt. 27:46; Mr. 15:34), pero sí la quinta frase: Tengo sed. La construcción de la oración de 19:28 indica que Jesús estaba totalmente consciente y sabía que estaba cumpliendo los detalles de las profecías (Sal. 42:1–2; 63:1). Es impresionante la paradoja de que aquél que es el agua de vida (Jn. 4:14; 7:38–39) muriera sediento. Al darle vinagre, un vino amargo, cumplieron la profecía de Salmos 69:21. Parece extraño que hayan puesto una esponja en un tallo de hisopo. Quizá este detalle subraya el hecho de que Jesús murió como el verdadero cordero de la pascua, ya que se usaba hisopo en esa celebración (cf. Éx. 12:22).

Juan 19:30. El sexto dicho que Jesús habló desde la cruz fue la sola palabra gr. tetelestai que significa: Consumado es. Se han encontrado antiguos recibos en papiro por el pago de impuestos que tienen la palabra tetelestai escrita a lo ancho del documento, que da a entender “pagado por completo”. En labios de Jesús, esta palabra adquiere un significado muy importante. Cuando dijo “consumado es” (no “ya he terminado”), quiso decir que su obra redentora estaba completa. Él había sido hecho pecado por la humanidad (2 Co. 5:21) y había sufrido la pena que exige la justicia de Dios por el pecado. Aun en el momento de su muerte, Jesús fue quien entregó su vida (cf. Jn. 10:11, 14, 17–18). 

Inclinó la cabeza (diciendo la última frase: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” [Lc. 23:46]) y entregó el espíritu. Este proceso difiere del proceso normal de muerte por crucifixión, en que el espíritu de vida abandonaba el cuerpo lentamente y después la cabeza caía hacia adelante.
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