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sábado, 8 de agosto de 2015

En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, según el curso de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Jesús a la ofensiva
Si el ministerio público de Jesús comenzó con su bautismo, su primer acto de ministerio implicó el más alto grado de guerra espiritual a nivel estratégico. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1).
El antiguo Testamento no tiene ningún relato paralelo de este tipo de actividad. Jesús introdujo algo nuevo en la historia de la salvación. Al enfrentarse al enemigo en aquel choque de poder al más alto nivel, el Señor le estaba extendiendo aviso, a él como a todo el mundo, de que la batalla había empezado. ¡El reino de Dios había llegado!
EL REINO DE DIOS ESTÁ AQUÍ
El mensaje de que el reino de Dios había llegado fue prominente en la predicación de Juan el Bautista, de Jesús y de los apóstoles. La razón por la que vemos tanto la frase: «Arrepentíos porque el reino de Dios se ha acercado», es que se trata del momento más crucial de la historia de la humanidad desde la caída de Adán y Eva. Y ese momento crucial abarca la encarnación de Jesús, su nacimiento virginal, su bautismo, su ministerio, su muerte y su resurrección. La mayor aplicación del mismo a lo largo del resto de la historia comenzó el día de Pentecostés.
La venida de Jesús fue un acontecimiento tan radical debido a que Satanás había gozado hasta entonces de un poder casi ilimitado aquí abajo en la tierra. Esto no supone pasar por alto el hecho de que Dios es en última instancia el Rey de reyes, el Señor de señores y el Creador de todo el universo—incluso de Satanás—. El diablo es una mera criatura que hasta determinado momento no existía, y que se encontrará al final en un lago de fuego, deseando ansiosamente no haber sido creado nunca (véase Apocalipsis 20:10). Sin embargo, al mismo tiempo no debemos tomar a la ligera la descripción bíblica de Satanás. La Biblia le llama «el dios de este sìglo» (2 Corintios 4:4), «el príncipe de la potestad del aire» (Efesios 2:2) y «el príncipe de este mundo» (Juan 12:31). Y Juan afìrma que «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19). El lenguaje empleado es imponente.
Si pensamos que Satanás tiene un poder formidable en nuestros días, debemos darnos cuenta de que más poder tenía aún cuando vino Jesús. El Señor anunció que El estaba comenzando el reino de Dios, y se enfrentó al enemigo en una batalla que continúa en la actualidad. Satanás sabía muy bien que el Hijo de Dios aparecía «para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8), y estaba furioso de que invadieran su reino. Pero Jesús no sólo invadió el reino del diablo, sino que le derrotó decisivamente en la cruz como tan vívidamente lo describe Pablo en Colosenses: «Y despojando a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15).
Incluso antes de la cruz, Jesús pudo decir que, hasta entonces, nadie en los tiempos del Antiguo Testamento había sido mayor que Juan el Bautista, «pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él» (Mateo 11:11). Podía anunciar la victoria final unos tres años antes de que se cumpliera realmente en la cruz, porque el diablo ya había sido derrotado en aquel choque de poder que conocemos corrientemente como «la tentación de Jesús».
JESÚS PROVOCA EL CONFLICTO
En vez de ocuparse de sus asuntos y permitir a Satanás que escogiera el momento y el lugar del ataque, Jesús tomó la iniciativa y pasó a la acción inmediatamente después de su bautismo. Antes de anunciar su programa en la sinagoga de Nazaret, llamar a sus doce discípulos, predicar el Sermón del Monte, alimentar a los 5.000 o resucitar a Lázaro de los muertos, sabía que le era necesario librar una decisiva batalla espiritual en el nivel estratégico.
El lugar que Jesús escogió para ello es significativo. Fue «al desierto», que era considerado como el territorio de Satanás. El Diccionario de Teología del Nuevo Testamento dice de eremos, la palabra griega traducida por desierto: «Un lugar de peligro mortal … y de poderes demoníacos», y «sólo cuando el juicio de Dios ha caído se obtiene victoria sobre el desierto y sus espíritus malignos».1
Para que el combate de Jesús con el diablo fuera decisivo, había que darle, por utilizar un término deportivo, la ventaja de «jugar en casa». El Señor entró en el territorio del enemigo sin vacilaciones ni miedo de ningún tipo. Satanás sabía lo que se jugaba, y por lo tanto se empleo a fondo. Llegó incluso a ofrecerle a Jesús su posesión más preciada: «Todos los reinos del mundo y la gloria de ellos» (Mateo 4:8). Se libró una cruenta y decisiva batalla, pero el resultado de la misma jamás estuvo en duda. El poder de Satanás no ha podido nunca, ni podrá competir con el poder de Dios.
Jesús ganó. El diablo fue derrotado. Aquel choque de poder abrió espiritualmente el camino para todo lo que Jesús tenía que realizar durante los tres años siguientes, incluyendo su muerte y resurrección.
¿PODEMOS IDENTIFICARNOS CON ESTO?
Llegados a este punto, algunos tal vez piensen que Jesús pudo enfrentarse al enemigo con tal poder porque era Dios: la segunda persona de la Trinidad. Y ya que ninguno de nosotros somos Dios, no podemos identificarnos con esta clase de guerra espiritual.
Esta es una cuestión tan decisiva que me voy a «poner teológico» y voy a tratar la relación entre las dos naturalezas de Cristo. Permítame decir antes de empezar que creo que una de las claves para comprender cómo refleja o no refleja nuestro ministerio hoy en día el ministerio de Jesús es entendiendo lo que el teólogo sistemático Colin Brown llama «Cristología del Espíritu»2, y a lo que yo he hecho referencia con el término «teología de la encarnación». Explico esto con algún detalle en mi libro How to Have a Healing Ministry [Cómo tener un ministerio de sanidad] (Regal), de manera que aquí sólo lo resumiré.
Mi premisa teológica es la siguiente: «El Espíritu Santo fue la fuente de todo el poder de Jesús durante su ministerio terrenal. El Señor no ejerció ningún poder propio ni por su propia cuenta. Hoy en día nosotros podemos esperar hacer lo mismo, o cosas mayores que Jesús, porque hemos recibido acceso a la misma fuente de poder».3
Sin olvidar el hecho de que Jesús fue en todo momento plenamente Dios y completamente humano durante su ministerio terrenal, esto se desprende claramente de sus propias palabras: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre» (Juan 5:19). Según Filipenses 2, Jesús se hizo voluntariamente obediente al Padre durante su encarnación en la tierra (véase Filipenses 2:5–8). Accedió a renunciar a sus atributos divinos durante algún tiempo: no hizo obras milagrosas por su propia naturaleza divina, ya que si lo hubiese hecho habría violado su pacto de obediencia con el Padre. Todos sus hechos prodigiosos fueron realizados por el Espíritu Santo obrando a través de El (véase Mateo 12:28; Hechos 10:38; Lucas 4:1, 14,17). Por tal razón, Colin Brown llama a esto «Cristología del Espíritu».
Así, cuando Jesús estaba a punto de dejar esta tierra, pudo decir con verdad a sus discípulos que les convenía que El se fuese (véase Juan 16:7). Sólo después de que se había ido pudo enviarles al Paracleto (Juan 16:14). Jesús expresó: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (Juan 14:12).
EL SIGNIFICADO DE LA TENTACIÓN DE JESÚS
Volviendo ahora al choque de poder que hubo en la tentación de Jesús, ya he dicho anteriormente que Satanás se empleó a fondo, pero ¿cuál fue específìcamente su plan de ataque?
El diablo atacó a Jesús precisamente igual que lo hizo con Adán y Eva en la primera tentación: en el aspecto de la obediencia a Dios. Satanás logró engañar al primer hombre y la primera mujer para que desobedecieran a Dios, y esperaba poder hacer lo mismo con el Señor. De modo que lo intentó tres veces, sabiendo que si Jesús rompía el pacto de obediencia que había hecho con el Padre el plan de salvación habría fracasado.
Jesús hubiera podido convertir las piedras en pan y lanzarse desde el templo llamando a los ángeles en su socorro, pero en ambos casos habría tenido que utilizar sus atributos divinos—lo cual siempre podía hacer—. Podría haber afirmado su deidad y tomado los reinos de Satanás sin adorarle. Pero ya que el Padre no le había mandado que hiciera ninguna de esas tres cosas, no las llevó a cabo. A diferencia de Adán y Eva, El obedeció al Padre.
Lo que vemos, entonces, es a Jesús en su naturaleza humana confrontando directamente al enemigo. Cierto que El seguía siendo la segunda persona de la Trinidad, pero eso era sólo algo accidental en el caso de aquel choque de poder. El hecho central es que Jesús, como ser humano, desafió abiertamente a Satanás su territorio y lo venció. Y esto lo hizo mediante el poder del Espíritu Santo que recibió durante su bautismo cuando éste descendió sobre El en forma de paloma. (Marcos 1:10). A continuación, «fue llevado por el Espíritu» a enfrentarse con el diablo (Lucas 4:1). Y después de que Satanás hubiera sido derrotado, «Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea» (Lucas 4:14).
La pregunta sigue siendo: ¿Podemos identificarnos hoy con esto? Pues nosotros podemos ser tentados por el diablo como lo fue Jesús, ya que El «fue tentado en todo según nuestra semejanza» (Hebreos 4:15), y también tenemos acceso al mismo Espíritu Santo (Juan 16:14). Además, el Señor dijo a sus discípulos, y presumiblemente a todos nosotros: «He aquí os doy potestad […] sobre toda fuerza del enemigo» (Lucas 10:19). Yo personalmente creo que tenemos las posibilidades teológicas y espirituales para hacer las obras que hizo Jesús.
Pero me apresuro a señalar que esta es principalmente una conclusión teórica. El si deberíamos hacerlo, en qué medida, y bajo qué circunstancias, constituye una pregunta diferente y más perentoria.
¿CUÁN LEJOS DEBERÍAMOS IR?
Una de las razones por las que debemos ser cautos en esto, es que no tenemos ejemplos bíblicos de los doce apóstoles ni de otros dirigentes cristianos del primer siglo que desafiaran al diablo a un choque directo de poder como lo hizo Jesús. Yo presumiría que la mejor explicación de ello es que Dios no les guió a hacerlo. Al parecer el Espíritu Santo no llevó literalmente a ninguno de ellos al desierto, ni a ningún otro escenario de choque de poder como en el caso de Jesús. Si los discípulos siguieron el ejemplo de Jesús e hicieron sólo lo que veían hacer al Padre, podemos concluir que el Padre, muy obviamente, no lo estaba haciendo.
¿Qué sucede cuando hoy en día los cristianos gritan: «¡Te ato, Satanás!»? Tal vez no tanto como esperamos. El diablo será finalmente encadenado durante mil años, pero eso lo llevará a cabo un ángel y no un ser humano (véase Apocalipsis 20:1–2). Por otro lado, el decir «¡Te ato, Satanás!» puede ser útil para declarar a otros y a nosotros mismos que no nos gusta en absoluto el diablo y que queremos verle neutralizado en el mayor grado posible.
No seré yo de los que regañen a los hermanos y hermanas que reprenden agresivamente al diablo, como no criticaría tampoco a un soldado americano en el Golfo Pérsico que gritara: «¡Aquí estamos, Sadam Husein!» Ninguno de los soldados esperaba siquiera ver a Sadam Husein personalmente, pero sí declaraban quién era el verdadero enemigo.
Jesús nos ayuda a entender esto. El expulsa de una mujer a un espíritu de enfermedad que la había mantenido atada durante 18 años. Luego, explicando lo que había hecho, dice que Satanás era quien la había tenido así todo ese tiempo (véase Lucas 13:10–16). Yo no creo que Jesús estaba diciendo que el diablo mismo había pasado esos 18 años endemoniando a aquella mujer, sino que había sido el último responsable, como comandante en jefe de las fuerzas del mal, de que esa misión fuera delegada a un determinado espíritu de enfermedad. De modo que si Jesús puede decir que Satanás la había atado a ella, resulta apropiado que nosotros digamos: «¡Te ato, Satanás!»—siempre que entendamos las limitaciones de nuestra actuación.
Por tanto, aunque puede ser dudoso que Dios espere de nosotros el que entremos en una confrontación directa con el diablo mismo, no hay muchas dudas respecto de que tenemos un mandato divino de confrontar a los poderes demoniacos en niveles inferiores a Satanás. Los ejemplos del Nuevo Testamento son tan numerosos que no necesitan repetirse. Jesús relacionó claramente la predicación del reino de los cielos con el echar fuera demonios (véase Mateo 10:7, 8).
Lo que el Señor no especificó fue si debíamos esperar un combate con lo demoniaco sólo al ras del suelo—lo cual es bastante obvio—o si la lucha iría en ascenso hasta incluir también la guerra espiritual en el nivel del ocultismo o en el estratégico. En este punto hay ciertos desacuerdos entre aquellos que enseñan y participan activamente en la guerra espiritual en nuestros días. Según puedo percibir, el consenso general es que debemos ministrar con bastante libertad al ras del suelo, echando fuera los demonios corrientes, y que haríamos bien en mantenernos alejados de choques directos con el dios de este siglo: Satanás mismo. Algunos son más precavidos en cuanto a hacer frente a las fuerzas demoníacas en los niveles intermedios y otros más agresivos.
Creo que Dios puede estar llamando, equipando y capacitando a un número reducido de dirigentes cristianos para que pasen a primera línea, a la guerra espiritual en el nivel estratégico. Y pienso que El está levantando a grandes cantidades de creyentes para respaldar a esas personas moralmente, así como por medio de la intercesión, el aliento y los recursos materiales. Dios, según mi opinión, está en vías de elegir un grupo cada vez más amplio de «boinas verdes» tales como Eduardo Lorenzo, Cindy Jacobs, Larry Lea, Carlos Anacondia, John Dawson, Edgardo Silvoso o Dick Bernal, quienes librarán las batallas decisivas de alto nivel contra los gobernadores de las tinieblas y por ende verán aumentos mensurables en los números de perdidos que se convierten «de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios» (Hechos 26:18).
LA CONQUISTA DE UNA CIUDAD
¿Qué tenía que decir Jesús a sus discípulos acerca de la guerra espiritual en el nivel estratégico? Algunas de sus intrucciones más directas no se encuentran en los evangelios, sino más bien en el libro del Apocalipsis. Es bastante corriente olvidar que más de dos capítulos enteros de ese libro son palabras literales de Jesús. Mi Biblia me lo recuerda, ya que están escritas con tinta roja. El contenido de las cartas a las siete iglesias de Asia es una de las pocas partes de la Escritura que fueron al parecer dictadas literalmente por Dios al escritor humano.
Cada una de las siete iglesias recibió un mensaje distinto. Sin embargo todos esos mensajes tienen algunas cosas en común. Por ejemplo: cada carta comienza con algunas frases descriptivas acerca de su autor, Jesucristo. Todas ellas afirman que su contenido es «lo que el Espíritu dice a las iglesias». Y lo más importante para nosotros ahora: en cada una de las siete cartas aparece un único verbo relacionado con la milicia: vencer.
De hecho, hay algunas promesas bastante extraordinarias que dependen de ese hecho de vencer en cada una de las cartas. Si vencemos, como Jesús quiere que lo hagamos: (1) comeremos del árbol de la vida; (2) no sufriremos el daño de la segunda muerte; (3) comeremos del maná escondido; (4) tendremos autoridad sobre las naciones; (5) seremos vestidos con vestiduras blancas; (6) seremos columnas en el templo de la Nueva Jerusalén; y (7) nos sentaremos con Jesús en su trono. ¡A los que cumplan los requisitos les esperan las recompensas más selectas!
La tarea y el deseo principal de Satanás es impedir que Dios sea glorificado.
¿Pero qué significa «vencer»? Puesto que parece algo tan decisivo en el programa de Jesús para la iglesia actual, se precisa un estudio de la palabra. El término griego es nikao, raíz del nombre Nicolás, corriente en la cultura griega. Significa «conquistar», y es una voz prominente de guerra. Cuando Jesús nos llama a vencer, nos está llamando a la guerra espiritual. El Diccionario de Teología del Nuevo Testamento dice que en el Nuevo Testamento, nikao «casi siempre presupone el conflicto entre Dios o Cristo y las potestades demoniacas contrarias».4
Otras partes del Nuevo Testamento presentan a Jesús utilizando nikao sólo en dos ocasiones. Una de ellas es Juan 16:33, donde el Señor afirma: «Yo he vencido al mundo». Este es un pasaje tremendamente tranquilizador, porque nos recuerda que la guerra misma ha terminado y que el ganador y el perdedor ya han sido designados. Nuestro trabajo no consiste en ganar la guerra—Jesús lo hizo en la cruz—, sino en llevar a cabo una operación de limpieza del territorio. Pero el Señor aún espera de nosotros que venzamos en esto.
CÓMO VENCER AL HOMBRE FUERTE
La otra ocasión en la que Jesús utiliza nikao es refiriéndose al trato con el «hombre fuerte» o con una fuerza opositora demoniaca. En el evangelio de Lucas, el Señor habla de vencer (nikao) al hombre fuerte para que su palacio pueda ser invadido y sus bienes tomados como botín. Este no es sólo un pasaje importante de guerra espiritual, sino que podría considerarse válido para la actividad demoníaca en múltiples niveles. El incidente empieza con una batalla espiritual al ras del suelo, en la que Jesús está echando fuera un demonio de un hombre mudo (Lucas 11:14). Sin embargo, el Señor sigue luego hablando acerca del reino de Satanás (Lucas 11:18) y de un palacio (Lucas 11:21) y de Belzebú, que es un gran príncipe de los demonios pero situado en la escala por debajo de Satanás mismo. Esto podría considerarse como un escalamiento del ámbito de Jesús en cuanto a conquistar y vencer.
En los pasajes paralelos acerca del hombre fuerte armado en Mateo y Marcos, Jesús no utiliza la palabra «vencer», sino «atar» (véase Mateo 12:29 y Marcos 3:27). Es la misma palabra utilizada en Mateo 16:19, donde dice: «Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos». Por lo tanto tenemos justificación para emplear de forma intercambiable los términos «vencer», «conquistar» o «atar»»cuando describimos nuestra actividad contra el enemigo en la guerra espiritual.
Las iglesias de las siete ciudades tienen que vencer—o conquistar—a las fuerzas del mal que impiden que la gloria de Dios brille en sus urbes. Y yo entiendo que ese es el deseo de Jesús, no sólo para el primer siglo, sino también para nosotros en el siglo XX.
Por ejemplo: Siento la responsabilidad de conquistar para Cristo mi ciudad, Pasadena, en California. Tengo el privilegio de participar en un grupo más grande de dirigentes cristianos llamado «Pasadena para Cristo». En este momento estamos todavía comenzando un esfuerzo masivo de oración de guerra por nuestra ciudad. Espero sinceramente que, con el tiempo, seamos capaces de identificar al hombre fuerte o a los hombres fuertes de Pasadena y vencerlos en obediencia a las instrucciones de Cristo.
LA ESTRATEGIA DE SATANÁS
Para vencer a las fuerzas demoniacas que gobiernan una ciudad en el nivel estratégico, se requiere una comprensión básica del modus operandi de Satanás.
Creo que es exacto resumir toda la maldad y las actividades tácticas del diablo en esta sola frase: La tarea y el deseo principal de Satanás es impedir que Dios sea glorificado. Cuando Dios no es glorificado en la vida de una persona, iglesia, ciudad, o en el mundo como un todo, es porque Satanás ha cumplido su objetivo hasta ese punto. La motivación subyacente del diablo, como bien sabemos, es que desea para sí la gloria debida a Dios. Cuando Lucifer cayó del cielo, estaba exclamando: «¡Seré semejante al Altísimo!» (Isaías 14:14). El tentó a Adán y Eva diciéndoles que si comían del fruto prohibido serían «como Dios» (Génesis 3:5). También tentó sin éxito a Jesús para que le adorara y le glorificase (Mateo 4:9).
¿Cómo se las arregla Satanás para hacer que Dios no sea glorificado? A fin de contestar esta pregunta puede resultar útil dividir los objetivos del diablo en primarios y secundarios.
El objetivo primario del diablo es hacer que Dios no sea glorificado impidiendo que la gente perdida se salve.
Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Dios envió a su Hijo para que todo aquel que en El cree tenga vida eterna. Cuando alguien se salva, los ángeles del cielo se regocijan. Satanás odia todo lo mencionado anteriormente. El quiere que la gente vaya al infierno, no al cielo, y la razón por la que ese es su principal objetivo es que cada vez que lo logra obtiene una victoria eterna.
El objetivo secundario de Satanás es lograr que los hombres sean muy desgraciados.
El enemigo ha venido para hurtar, matar y destruir. Cuando vemos las guerras, la pobreza, la opresión, la enfermedad, el racismo, la codicia y otros males semejantes en tal cantidad que no se pueden enumerar, no tenemos duda alguna de que el diablo está consiguiéndolo con creces. Ninguna de estas cosas trae gloria a Dios. Pero estos objetivos son secundarios para Satanás porque suponen sólo victorias temporales.
Satanás es un experto en ambas tácticas. Ha acumulado milenios de experiencias tanto en una como en otra. Estoy de acuerdo con Timothy Warner cuando dice que «la principal táctica del diablo es el engaño», lo cual consigue «contando mentiras a la gente acerca de Dios» y «deslumbrándolos con sus muestras de poder».5 Me resulta casi incomprensible el que impida de una forma tan masiva que la gente crea en el evangelio.
¿Por qué cuando compartimos el evangelio con nuestros vecinos ellos muchas veces ni siquiera oyen lo que les estamos diciendo? El evangelio es una oferta excepcional. Sus beneficios son enormes. ¡Hacerse cristiano es mejor que ganar la lotería! Sin embargo, muchos de los que conocemos prefieren la lotería a la vida eterna. ¿Por qué? La respuesta está bien clara en 2 Corintios 4:3, 4.
El apóstol Pablo estaba experimentando una frustración semejante. No había bastante gente que aceptara a Cristo, de modo que dijo que el evangelio estaba encubierto entre aquellos que se pierden «en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento … para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4). La gente no llega a ser cristiana, pura y simplemente, porque sus mentes están cegadas. La gloria de Cristo no penetra en ellas. ¡Satanás está actuando!
CÓMO CEGAR 3.000 MILLONES DE MENTES
Mientras escribo, 3.000 millones de individuos del planeta tierra no conocen aún a Jesucristo como Señor y Salvador. Y eso sin contar a varios millones más que son cristianos sólo de nombre y no por un compromiso del corazón. Lo que quiero decir es que Satanás está consiguiendo mucho. ¿Pero cómo lo hace? ¿Cómo puede cegar a 3.000 o más millones de mentes?
Es obvio que no puede hacerlo él solo. Satanás no es Dios, ni posee ninguno de sus atributos, lo cual significa que no es omnipresente. El no puede estar en todas partes a todas horas como Dios. Tal vez sea capaz de ir muy rápidamente de un lugar a otro, pero cuando llega se encuentra aún en un sitio determinado.
La única forma imaginable de que Satanás ciegue eficazmente la mente de 3.000 millones de personas, es delegando responsabilidad. El cuenta con una jerarquía de fuerzas demoniacas que llevan a cabo sus propósitos. Cuál será esa jerarquía tal vez nunca lo sepamos, pero sí tenemos algunas indicaciones generales acerca de ella. Nuestra pista más clara está quizá en Efesios 6:12, donde dice que no luchamos contra carne y sangre, sino contra (1) principados, (2) potestades, (3) gobernadores de las tinieblas de este siglo, (4) huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Los eruditos del Nuevo Testamento no reconocen un orden jerárquico estricto en Efesios 6:12, ya que los mismos términos griegos se utilizan con diferentes significados y de modo intercambiable en otras partes de la Escritura. Además, otros términos tales como «tronos» y «dominios» se añaden en otros lugares. En definitiva, que esas categorías no son tan claras como las de general, coronel, teniente coronel, comandante y capitán lo serían para nosotros.
Lo que sí está claro, sin embargo, es que los términos en cuestión describen a ciertas variedades de seres sobrenaturales, demoniacos, cuyo trabajo consiste en poner en práctica «las asechanzas del diablo» (Efesios 6:11). Dichos seres, y tal vez muchas otras especies inferiores que obedecen sus instrucciones, están encargados de impedir que los perdidos sean salvos y de enredar las vidas de éstos lo más posible mientras se encuentran en la tierra.
LA REALIDAD DE NUESTRAS CIUDADES
Como ya he mencionado, George Otis hijo está trabajando en un concepto fascinante que él denomina «cartografía espiritual». Entre otras cosas, George dice que debemos luchar para ver nuestras ciudades y naciones como son en realidad, no como parecen ser. Resulta decisivo discernir aquellas fuerzas espirituales en las regiones celestes que están modelando nuestras vidas visibles sobre la tierra. Walter Wink, por ejemplo, ha estado tratando de convencer a los activistas sociales, de que mayores y mejores programas de reforma no han cambiado, y probablemente nunca cambiarán la sociedad a algo mejor si no se nombran, desenmascaran y confrontan las potestades espirituales que hay detrás de sus estructuras.6
En sus éxitos de librería This Present Darkness y Piercing the Darkness [Esta patente oscuridad y Penetrando la oscuridad, Crossway Books], Frank Peretti personaliza y escenifica la lucha con las potestades más de lo que lo haría Wink. Aunque los planteamientos de ambos difieren entre sí y el mío no concuerda con ninguno de ellos, lo cierto es que todos estamos luchando por ver nuestro mundo como es en realidad, y no sólo como parece ser.
Uno de los pasajes bíblicos más útiles para esto es 2 Corintios 10:3, donde Pablo dice: «Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne». Jesús mismo expresó que debíamos estar en este mundo, pero no ser del mundo (Juan 15:19 y Juan 17:15). Esto significa que la verdadera batalla es espiritual. Y en 2 de Corintios, el apóstol Pablo sigue diciendo:
Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Corintios 10:4, 5).
Una fortaleza es donde el diablo y sus fuerzas se han parapetado. El destruir dichas fortalezas constituye obviamente una acción de guerra ofensiva. Según parece, Dios quiere que ataquemos esas fortalezas del mismo modo que Jesús invadió el territorio de Satanás en el desierto para realizar su definitivo choque de poder.
Charles Kraft hace una útil distinción entre tres clases de enfrentamientos espirituales. Todos ellos se encuentran en 2 Corintios 10:4, 5 y son: choque de verdad, choque de lealtad y choque de poder.7 El choque de verdad consiste en «refutar argumentos» y el choque de lealtad en «llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo». La oración de guerra necesita ser dirigida contra estos dos tipos de fortalezas.
La frase que se refiere de la manera más directa a lo demoníaco en 2 Corintios 10:4, 5, es «toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios». La palabra griega traducida por «altivez» es hypsoma, que según el Diccionario de Teología del Nuevo Testamento es un término relacionado con las «ideas astrológicas», «potestades cósmicas» y «poderes dirigidos contra Dios, que tratan de interponerse entre Dios y el hombre».8 Esto indica la necesidad de librar una guerra espiritual a nivel estratégico que haga retroceder a esas potestades o espíritus territoriales, los cuales impiden que Dios sea glorificado.
Si distinguimos esas potestades, veremos nuestras ciudades como son en realidad. El crimen, las pandillas, la pobreza, el aborto, el racismo, la codicia, las violaciones, las drogas, el divorcio, la injusticia social, el abuso infantil y otros males que caracterizan a mi ciudad, Pasadena, en California, reflejan las victorias temporales de Satanás. Las iglesias vacías y la indiferencia al evangelio representan sus victorias eternas.
Yo apoyo y participo en la promoción de programas sociales, educación, manifestaciones Pro-vida, unas fuerzas policiales vigorosas y una lesgislación sana. Creo en las campañas evangelísticas y en las Cuatro Leyes Espirituales. Pero estos programas sociales y evangelísticos, por sí solos, jamás funcionarán como pueden o deben funcionar a menos que se destruyan las fortalezas del diablo. Esta es la verdadera batalla, y nuestra arma es la oración: la oración de guerra.
EJEMPLOS BÍBLICOS
Una vez que llegamos a comprender los principios bíblicos y teológicos que hay detrás del enfrentamiento de Jesús con el enemigo en el desierto, su deseo de que «venzamos» o conquistemos nuestras ciudades para Cristo, y la naturaleza de la verdadera batalla, que es espiritual, varios otros pasajes bíblicos cobran un nuevo significado. Los veo, no tanto como manuales tácticos para cristianos que son llamados a la guerra espiritual en el nivel estratégico, sino más bien simplemente como ilustraciones de la manera en que Dios utilizó a sus siervos de vez en cuando en la oración de guerra.
Daniel
Un ejemplo corriente es la experiencia del profeta Daniel, quien se dedicó durante tres semanas a una oración de guerra acompañada de ayuno (Daniel 10:1–21). Estuvo orando por asuntos que tenían que ver con la más alta esfera política, la de Ciro, rey de Persia. Daniel pedía por todo tipo de temas pertenecientes al ámbito natural sociopolítico, pero en esta ocasión se nos concede un atisbo poco corriente de lo que estaba sucediendo en realidad en la esfera espiritual como resultado de la oración del profeta. Allí vemos el reino de Persia como es en realidad y no como parece ser.
Durante su período de oración y ayuno, Daniel tuvo una «gran visión» que le dejó sin fuerzas (Daniel 10:8). Pero luego se le apareció un ángel para explicarle lo que había sucedido. Este ángel había sido enviado a Daniel en el primer día de su oración, pero le costó 21 días llegar a su destino. El intervalo de tres semanas fue testigo de una feroz batalla en las regiones celestes. Un ser espiritual llamado «el Príncipe de Persia» logró frenar el progreso del ángel bueno hasta que este último recibió refuerzos nada menos que a través del arcángel Miguel. Finalmente pudo darle a Daniel el mensaje de Dios, el cual era tan imponente que el profeta «estaba … con los ojos puestos en tierra y enmudecido» (Daniel 10:15). A continuación, el ángel contó a Daniel que en su viaje de vuelta no sólo tendría que pelear con el Príncipe de Persia, sino también con el Príncipe de Grecia, y que nuevamente sólo conseguiría pasar con la ayuda de Miguel.
Esta historia nos deja pocas dudas en cuanto a la influencia de los espíritus territoriales en la vida humana y en todos sus aspectos sociopolíticos. También nos muestra claramente que la única arma que Daniel tenía para combatir a esos gobernadores de las tinieblas era la oración de guerra.
Jeremías
No tenemos los mismos detalles acerca de la guerra espiritual en las regiones celestes que acompañó al ministerio del profeta Jeremías, pero sí datos más específicos sobre su llamamiento divino a la guerra espiritual en el nivel estratégico. Dios había dicho a Jeremías: «Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar» (Jeremías 1:10). Esto, obviamente no es una referencia a los reinos de este mundo como parecen ser, sino como son en realidad. Tiene que ver con los principados y las potestades, que son la raíz de los sucesos que se producen en los asuntos humanos.
Y Dios no le dio a Jeremías armas carnales para realizar ese trabajo. El profeta no ocupaba ningún cargo político, ni tenía autoridad militar ni grandes riquezas a su disposición. Su arma era la intercesión, la oración de guerra que sintonizaba con Dios y que era lo bastante poderosa para cambiar el curso de la historia humana.
Lucas y Hechos de los Apóstoles
Pocos eruditos modernos se han tomado tanta molestia en estudiar el tema de la guerra espiritual estratégica en el Nuevo Testamento como la especialista en temas neotestamentarios Susan R. Garrett, de la Universidad de Yale. Su excelente libro The Demise of the Devil [La destitución del diablo] confirma que el asunto subyacente a la narrativa de Lucas en el libro de los Hechos era la batalla contra lo demoníaco. Susan Garrett plantea la pregunta: «Si los ojos de la gente han sido «cegados» por el control de Satanás sobre sus vidas, ¿cómo puede Pablo abrírselos?» La respuesta, según ella afirma, es: «Pablo mismo debe estar investido con una autoridad superior a la de Satanás» (énfasis de Susan Garrett). Ella considera Lucas 10:19 como un pasaje clave, la declaración de Jesús de que sus discípulos tendrían autoridad sobre todo el poder del enemigo, y ese es exactamente el poder que actúa a través de Pablo en Hechos.9
Es muy posible que el ejemplo más extraordinario de Pablo «tomando la ciudad para Dios»—si utilizamos la terminología de John Dawson—sea su ministerio en Efeso.
Efeso destacaba entre las ciudades del imperio romano como «centro de los poderes mágicos», según el profesor Clinton E. Arnold, profesor de la Escuela Teológica Talbot. Arnold afirma que «la característica predominante del ejercicio de la magia en todo el mundo helenístico era el conocimiento de un mundo espiritual que ejercía influencia sobre prácticamente todos los aspectos de la vida humana».10
Cuando Pablo fue a Efeso, seguramente estaba al corriente de la intensa guerra espiritual de alto nivel que le aguardaba. Y después de salir de allí, su epístola a los Efesios contiene «una concentración de terminología de poder bastante más alta que cualquier otra carta atribuida al apóstol».11
A través del ministerio del apóstol Pablo y de otros de su equipo, los principados que dominaban el área (Efeso) se debilitaron hasta el punto de que el evangelio pudo extenderse rápidamente. Esta fue una guerra espiritual efectiva en el nivel estratégico.
El ministerio de Pablo en Efeso dio como resultado la fundación de una iglesia fuerte en aquel lugar, así como el establecimiento de una base regional para la extensión del evangelio. En el plazo de dos años «todos los que estaban en Asia oyeron la palabra del Señor Jesús» (Hechos 19:10) y «crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor» (Hechos 19:20). Susan Garrett dice que la expresión «crecía la palabra» implica que se había vencido un obstáculo. ¿Y cuál era ese obstáculo? «Era—explica—la aparentemente implacable presa que había tenido el ejercicio de la magia, el comercio con malos espíritus y su concomitante lealtad a su señor, el diablo, sobre los efesios».12
En otras palabras: que a través del ministerio del apóstol Pablo y de otros de su equipo, los principados que dominaban el área [Efeso] se debilitaron hasta el punto de que el evangelio pudo extenderse rápidamente. Esta fue una guerra espiritual efectiva en el nivel estratégico que muchos interpretaron como un asalto al espíritu territorial conocido: Diana de los Efesios.
Antes de su experiencia en Efeso, Pablo había experimentado otro choque espiritual de alto nivel en el oeste de la isla de Chipre, donde el apóstol descubrió que el dirigente político Sergio Paulo se había ligado con el ocultista Elimas, también llamado Barjesús. El brujo hizo lo que deseaba Satanás, intentar «apartar de la fe al procónsul». Después de asegurarse que los presentes reconocieran que aquel hombre estaba «lleno de todo engaño y de toda maldad» y que era un «hijo del diablo» y «enemigo de toda justicia», Pablo le hirió con ceguera por el poder del Espíritu Santo. Susan Garrett comenta al respecto: «Cuando Pablo invocó la mano del Señor, haciendo que la oscuridad y las tinieblas cayeran sobre Barjesús, quedó inequívocamente confirmada la posesión por parte del apóstol de una mayor autoridad que la de Satanás». La gente que presenció aquello percibió rápidamente: «Este hombre tiene capacidad para abrir los ojos de los gentiles, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios».13
Los cristianos que creen en la Biblia querrán seguir a Jesús y a los apóstoles en esa guerra espiritual a nivel estratégico que puede llevar a conquistar sus ciudades y naciones para Cristo. Me gusta la forma en que Susan Garrett describe el mundo que rodeaba al ministerio de Jesús y los apóstoles. Dice Garrett: «Las regiones tenebrosas son el reino de Satanás, príncipe de este mundo, quien durante eones se ha sentado parapetado y bien protegido, rodeado por sus muchas posesiones a manera de trofeos. Sus demonios mantienen cautivos a los enfermos y poseídos, y también los paganos están sujetos a su dominio, dándole el honor y la gloria debidos a Dios».14
Cuando Jesús llegó anunciando el reino de Dios, este reino de tinieblas de Satanás quedó abocado al fracaso». Desde luego—sigue diciendo Garrett—, la victoria final es algo futuro. Pero Satanás y sus servidores demoníacos y humanos ya no pudieron seguir acosando y atormentando a su antojo. El reino del diablo se astillaba a su alrededor, y su autoridad ya no era reconocida por todos. La batalla aún rugía, pero el triunfo definitivo de Cristo estaba asegurado. La experiencia cristiana—desde sus primeros días hasta el tiempo de Lucas—testificaba de la destitución del diablo».15
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      Desarrolle el concepto de que Jesús vivió su vida sobre la tierra a través de su naturaleza humana pero que al mismo tiempo no dejó nunca de ser Dios.
2.      ¿Cuáles son las ventajas y también las limitaciones de decir: «Te ato, Satanás»?
3.      Explique cómo acomete Satanás su tarea de impedir que Dios sea glorificado.
4.      ¿Qué es probable que encuentre si mira su ciudad «como realmente es» y no «como lo que parece ser»?
5.      ¿Qué implicaba la guerra espiritual del apóstol Pablo contra Diana de los Efesios?

1 O. Bocher, “Wilderness”, The New International Dictionary of New Testament Theology, Colin Brown, ed., Vol. 3, pp. 1005, 1008 (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1978).
2 Colin Brown, That You May Believe: Miracles and Faith Then and Now (Grand Rapids, MI:Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1985).
3 C. Peter Wagner, How to Have a Healing Ministry (Ventura, CA:Regal Books, 1990), pp. 102–103).
4 W. Gunther, “Fight”, Dictionary of the New Testament Theology, Vol 1, p. 650.
5 Timothy M. Warner. “Deception: Satan’s Chief Tactic”, Wrestling with Dark Angels, C. Peter Wagner and F. Douglas Pennoyer, eds. (Ventura, CA: Regal Books, 1990), pp. 102–103.
6 La influyente trilogía de Walter Wink incluye: Nombrando a las potestades, Desenmascarando a las potestades y Confrontando a las potestades. Todos ellos han sido publicados por Fortress Press.
7 Charles H. Kraft, “Encounters in Christian Witness”, Evangelical Missions Quarterly, julio de 1991, pp 258–265.
8 D. Mueller, “Height”, Dictionary of New Testament Theology, Vol. 2, p. 200.
9 Susan R. Garrett, The Demise of the Devil: Magic and Demonic in Luke’s Writings (Minneapolis, MN: Fortress Press, 1989), p. 84.
10 Clinton E. Arnold, Ephesians: Power and Magic (Cambridge, England: Cambridge University Press, 1989), pp. 14, 18.
11 Ibid., p. 1.
12 Garrett, The Demise of the Devil, p. 97.
13 Ibid., p. 86.
14 Ibid., p. 101.
15 Ibid., pp. 108–109.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6