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lunes, 5 de enero de 2015

Milagro: Una necesidad de la gracia¿Una desviación aguda del orden de la naturaleza?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

MILAGRO. 
I. EL CONCEPTO BÍBLICO DEL MILAGRO
En el NT los términos «maravilla», «prodigio» y «señal», que ocasionalmente aparecen juntos (Hch. 2:22; 2 Ts. 2:9; Heb. 2:4 aquí aparece «milagros») se usan para designar los acontecimientos extraordinarios y actos poderosos que se realizaron en conexión con la obra de la redención, fueran en la etapa hebrea o cristiana. 

Dunamis señala al poder divino que está siendo ejercido en el acontecimiento o acción, a la fuente invisible y sobrenatural de energía que hace que ese fenómeno sea posible. 

Sēmeion señala a la teología del acontecimiento. Lejos de ser un prodigio sin importancia, es—para el ojo de fe—una obra de Dios que funciona como una palabra de Dios, una obra simultáneamente evidente y reveladora. Por un lado, también verifica las pretensiones y comunicaciones, mesiánicas o apostólicas (p. ej., Ex. 4:19, 31; 1 R. 18:17–39; Mt. 11:2–8; Hch. 13:6–12). Por el otro, revela el verdadero propósito y la naturaleza de Dios, lo que es principalmente claro en los actos poderosos de Jesucristo (Mr. 2:1–11; 7:34; Jn. 2:11; 5:36; 6:30; 7:31; 11:40–42; 14:10; Hch. 2:22; 10:38). 

Teras, apunta al carácter del fenómeno que llama la atención. Siendo una aguda desviación del orden normal de las cosas, clama por una reacción de la fe y la obediencia, aun cuando jamás se realiza para forzar dicha respuesta (Lc. 4:9–12; Mt. 12:38–42). 

Sintetizando las connotaciones de las raíces de estos términos, podemos definir bíblicamente un milagro como un fenómeno observable efectuado por el poder de Dios, una desviación aguda del orden de la naturaleza, una desviación calculada para producir una fe que produzca reverencia; es Dios que prorrumpe para respaldar a un agente que lo revela. 

Debido a Dt. 13:1–4, y pasajes como Ex. 7:10–12; 8:7; Mt. 12:24–27; 24:24; y Ap. 13:15 debe recordarse, sin embargo, que el mero ejercicio de poderes preternaturales es insuficiente para validar a un agente como poseedor del poder de Dios. 

Debido a que un poder preternatural puede ser ejercido por un agente con poder satánico, la enseñanza del hacedor de milagros debe estar en conformidad con la totalidad de la revelación previa de Dios.

II. LOS POSTULADOS REVELADORES DEL MILAGRO. 
El concepto de milagro ha sido atacado históricamente (p. ej., Renan), científicamente (p. ej., Huxley), y teológicamente (p. ej., Sabatier); pero como regla general, estos ataques han estado controlados e instigados filosóficamente (p. ej., Hume), aun cuando las presuposiciones metafísicas hayan sido repudiadas. 

Pero dentro del marco del Weltanschauung bíblico, el milagro no es una anomalía que nos pone en aprietos; es un resultado inevitable del teísmo redentivo. Se dan por sentados los postulados de la creación, la providencia, el pecado y la salvación; el milagro viene a ser una verdadera necesidad, una necesidad de la gracia.

Según los postulados de la creación  y la providencia, en su soberano poder y sabiduría, Dios, habiendo creado el cosmos, ahora lo sostiene y guía. Por tanto, la naturaleza no puede interpretarse deísta o panteísticamente. 

Por supuesto que tampoco puede ser interpretada naturalísticamente, como algo autoexplicado y autocontenido que opera por sí mismo en forma continua, teniendo todos los acaecimientos anteriores y posteriores entrelazados. 

Es innegable que la naturaleza tiene un orden; pero no importa cuán fijo y confiable sea, el orden de la naturaleza no es algo riguroso, no es una camisa de fuerza en la que Dios mismo se encuentra irremediablemente atrapado. Si se la considera bíblicamente, la naturaleza es plástica en las manos de su Creador soberano.

Además, según la presuposición del pecado (véase), la naturaleza ahora está en un estado anormal. A causa del pecado (Gn. 3:17–18), el orden de la naturaleza está lleno de desorden; todo el cosmos, incluyendo la humanidad, no se conforma a los propósitos de Dios. La enseñanza bíblica en cuanto a la causa de los aspectos disteleológicos de la naturaleza entra en duro conflicto con todas las demás filosofías y cosmologías. La Escritura afirma que el fons et origo del mal natural es el pecado de la criatura, pecado que la libertad dada por el amor creativo permite, pero no necesariamente origina. Por tanto, la Escritura se opone a cualquier teoría que sostenga que el fundamento del pecado de la criatura radica en algún mal eterno e irracional. De manera que lo que ha afligido el orden de la naturaleza es el pecado de la criatura, y la naturaleza humana no está excluida de este desorden y anormalidad.

Finalmente, según el postulado de la salvación, Dios, en su gracia, se ha embarcado en un vasto programa de palingénesis, obrando en forma sobrenatural o anormal a fin de destruir las amarras del pecado, destruyendo el desorden que el pecado introdujo, llevando así al cosmos al fin que soberanamente se propuso. De manera que la forma anormal de operar que Dios tiene, y que se llama milagro, no es una maravilla sin sentido y fortuita. 

Es, por el contrario, aquella desviación, soteriológicamente motivada, de su forma normal de operar que se requiere para poder destruir la anormalidad del pecado. Como tal, acontece episódica pero no caprichosamente. Es la característica de las coyunturas céntricas de la Heilsgeschichte (véase)—el Éxodo, la lucha con el paganismo en los tiempos de Elías y Eliseo, el ministerio de Daniel, la vida de Jesús, la era apostólica. En palabras de Abraham Kuyper, milagro «es la obra vencedora y penetradora de la energía divina por la que Dios rompe toda oposición, y en la presencia del desorden lleva a su cosmos a efectuar aquel fin que él determinó en su consejo. 

Todo el cosmos descansa sobre el fundamento más profundo de la voluntad de Dios, la cual es la fuente de este poder misterioso que opera en el cosmos, el cual rompe las ligaduras del pecado y el desorden que tienen al cosmos en cautiverio. 

Este poder también influencia todo el cosmos por medio del hombre, para que, al fin, reconozca la gloria que Dios quería para él, a fin de que en esa gloria se le dé a Dios lo que era el fin de la entera creación del cosmos. 

Toda interpretación de lo que es el milagro que lo considere como un acontecimiento mágico sin conexión con la palingénesis de todo el cosmos (al que Jesús se refiere en Mt. 19:28) y, por tanto, sin relación a toda la metamórfosis que le espera al cosmos después del juicio final, no hace resaltar la gloria de Dios, sino que rebaja al Recreador de los cielos y la tierra a mero prestidigitador. 

Esta acción del todo recreativa y ejecutada por la energía divina es un milagro continuo, que se muestra en la renovación radical de la vida del hombre por la regeneración, en la renovación radical de la humanidad por la nueva Cabeza que recibe en Cristo, y que, finalmente, efectuará una renovación radicalmente similar en la vida de la naturaleza. 

Y debido a que estas tres no corren separadamente una al lado de la otra, sino que están unidas orgánicamente, de tal forma que el misterio de la regeneración, encarnación y la restitución final de todo el cosmos forman una sola unidad, esta maravillosa energía recreativa se muestra a sí misma en una historia amplia, en la que lo que se acostumbraba interpretar como milagros incidentales, no pueden faltar» (Encyclopedia of Sacred Theology, Scribners, New York, 1898, p. 414).

III. APOLOGÍA DEL MILAGRO. 
Al desarrollar una apología del milagro hay varios factores que deben tenerse como de vital importancia. 

Primero, debe formularse una definición apropiada que pueda evitar la represa de dificultades contenidas en la famosa afirmación de Hume que un milagro es «una violación a las leyes de la naturaleza». Agustín todavía es una guía segura en este punto: «Porque decimos que todos los portentos son contrarios a la naturaleza, pero no lo son. 

Porque, ¿cómo va a ser contrario a la naturaleza aquello que acontece según la voluntad de Dios, ya que la voluntad de un Creador tan poderoso es ciertamente la naturaleza de cada cosa creada? Por tanto, un portento no sucede en contra de la naturaleza sino contrario a lo que nosotros conocemos como naturaleza … 

Sin embargo, no hay nada impropio en decir que Dios hace algo contrario a la naturaleza, cuando es contrario a lo que nosotros conocemos de ella.

 Porque llamamos «naturaleza» a lo que ocurre normalmente en la naturaleza; y cuando Dios hace algo contrario a ella, decimos que es un «prodigio» o «milagro».

 Pero en contra de la ley suprema de la naturaleza, que está más allá del conocimiento de los impíos y creyentes débiles, Dios jamás actúa, no más de lo que actúa contra sí mismo» (Contra Faustum XXVI, 3). 

Segundo, a fin de llegar a una definición viable, el concepto de ley natural, el concepto de imposibilidad existencial como distinguido del concepto de imposibilidad lógica, y el concepto de credibilidad histórica deben analizarse cuidadosamente. 

Henry Bett ha hecho este trabajo en una forma capaz en su The Reality of the Religious Life. Tercero, deben presuponerse los postulados bíblicos del milagro. Sin ellos no se puede ofrecer ninguna apologética con sentido. Tal como J.S. Mill declara, «Una vez que se admite un Dios, y la producción de un efecto por su volición directa, que en todo caso dicho efecto debe su origen a su voluntad creativa, ya no es una hipótesis arbitraria sino que debe reconocerse como una seria posibilidad» (Three Essays on Religion, H. Holt and Co., New York, 1874, p. 232). 

Y una vez admitido no sólo el postulado de Dios, sino los del pecado y la salvación, y la aceptación de las señales bíblicas, aceptación que jamás pierden su esencia pística, los milagros son un hecho intelectual necesario.
 


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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6