Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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El creyente no es tan solo un individual salvo sino un miembro de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Además no es tan solo un gentil o judío sino ahora Dios ha hecho “de ambos un solo y nuevo hombre”, Israel y los gentiles (Efesios 2:14,15; 3:8-11). Pentecostés ha inaugurado el “misterio” de la Iglesia desde antes escondido, pero ahora revelado por el llamado divino del Apóstol Pablo. Este es el momento, pues, de introducir el tema principal de la carta, la Iglesia tanto en su forma mística y universal como local y el andar que les corresponde.
Mateo registró en medio del ministerio terrenal de Jesús una promesa algo enigmática pero definitiva y sin explicación. En dicho momento crítico, Jesús se dirigió a Pedro y a los discípulos: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro [“petros” arameo por Cefas], y sobre esta roca [petrai – precipicio o retallo fuerte] 1– Mateo 7:24] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo16:18). Esta declaración fuerte fue tanto una profecía como una promesa que se realizaría en el Día de Pentecostés y por delante. Cristo sabía porque había venido al mundo–para ser Cabeza de la Iglesia.
La Apelación fuerte al andar de los efesios Efesio 4:1
Pablo vuelve a dirigirse a los efesios casi como se presentó en el capítulo anterior. En Efesios 3:1 dijo: “Por esta causa yo Pablo, prisonero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”. Se presenta como el encarcelado en Roma por haber apelado a Roma bajo la presión de acusaciones falsas por el evangelio (Hechos 21: 26-29). Pero en 4.1 hay un cambio bien notable: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” [otra vez un eco de Romanos 12:1, 2].
Pasa de ser prisonero en Roma a su llamado divino de “ser preso en el Señor”. ¡Qué gran cambio de perspectiva! No hay queja ni suspiro sino más bien el alto privilegio de ser representante del Señor mismo ante el mundo. No se ve como la víctima de César sino como el digno embajador del cielo. Pablo respira la misma dignidad del llamado divino.
En esta majestuosa vocación celestial, Pablo se ve y les hace ver la perspectiva de que son embajadores de Cristo. “Así que, como somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5: 20). Ojalá que captemos ese espíritu de dignidad en la misericordia extendida a nosotros, los inmerecidos.
En este espíritu Pablo ruega o apela a los efesios que se den cuenta de esta alta vocación en Cristo, la Cabeza de la Iglesia. De ninguna manera es como si hubiese algún valor inherente en nosotros. Muy al contrario, el llamado celestial se nos exige tal andar. Andamos acorde de la importancia de nuestro Mensaje de la Cruz. Andamos a compás de nuestro alto honor.
Toma nota de la frecuencia del verbo “andar” que incluye todo aspecto de la vida cotidiana. Es verbo de acción “andar” que será la palabra clave en el resto de la epístola: “Os ruego que andéis como es digno . . . .” Marcará las secciones principales: 1) “ya no andéis como los otros gentiles (4:17); 2) “Y andad en amor (5:2); 3) “andad como hijos de luz” (v.8); 4) “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sin como sabios” (v. 15).
El uso de la palabra “andar” es una apelación fuerte y Pablo escoge el aoristo (tiempo pasado). Este tiempo, muy interesante en griego, subraya el aspecto de un nuevo punto de partida, definitivo y decisivo e irrepetible. Pero también a veces el aoristo tiene el sentido de dar resumen de manera de recoger toda una idea en un solo concepto más bien que en un punto específico de tiempo.2 De esta manera Pablo les llama la atención a esta apelación clave y permanente.
Tres Característicos Sobresalientes del creyente ante la Iglesia Efesios 4: 2-4
Primero la humildad y la mansedumbre Efesios 2: 2a
Pablo introduce lo práctico de la epístola dando tres signos y virtudes sobresalientes. En el resto de la carta, entrará en gran detalle nombrando lo que no deben hacer y el “cómo” pueden salir avante. Pero estas tres virtudes son las cualidades espirituales que han de distinguir siempre al creyente.
** “que andéis . . . con toda humildad y mansedumbre (v.2 a). La humildad tiene que ser la clave del andar del creyente. Si la hay, no puede haber ni división ni rencor, ya que la marca distintiva de la Iglesia es la unidad. Se puede decir esto con plena confianza porque fue la virtud exhibida en Jesús en la última cena con sus discípulos. “Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjaguarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13:3-5).
Siendo la última vez reunidos los discípulos y aun antes de darles cuatro hermosos capítulos de enseñanza divina, les mostró la virtud que sobrepasa todas las virtudes y todas las enseñanzas. Claro su encarnación fue en sí un acto de profunda humildad—nacido en un pesebre, saludado por los humildes pastores en un mesón. Pero el sermón más poderoso de todos los sermones que jamás Jesús predicó fue el de tomar una toalla como siervo y les lava los pies. ¡Aun más, le lavó con el mismo cariño a Judas Iscariote los pies!
En otra ocasión llamativa Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi jugo sobre vosotros, y aprended de mí por soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). Jesús mismo se definió en estas dos virtudes. Si mora Cristo en nosotros, no podemos ser más que humildes y mansos de modo creciente.
Otra vislumbre de la preeminencia de la humildad de Jesús y luego en el antes orgulloso fariseo Pablo fue en su última despedida de los mismos ancianos de Éfeso. “Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: “vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, del primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas . . . (Hechos 20:17-19).
Debemos recordar que Pablo pasó tres años entre ellos. Al apelar a su conducta y a su carácter ante aquellos que mejor lo conocían, reveló la integridad y la humildad de Pablo. No apeló primero a sus milagros ni proyectos ni éxito sino solo a toda su humildad. La esencia de la humildad es lo bajo ante Dios y ante sí mismo–la buena voluntad de ser siervo, ausente el “yo” tan destructivo.
Podemos comprender esto solo a base de su co-crucifixión con Cristo en Romanos 6:6. Su lema—“ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Pablo encarnó su mensaje. Sin una verdadera muerte al “yo”, no puede haber la humildad. Lo hermoso es que en la Cruz Dios ya dio el golpe cósmico al orgullo y al egoísmo. Nos es cuestión de solo creer y contarnos muertos y vivos y andar por fe (Romanos 6:1,6, 10-14).
Pablo también menciona la mansedumbre la cual es virtud muy al estilo, gemela de la humidad. Si la humidad es esencialmente nuestra posición vertical ante la santidad de Dios, la mansedumbre es nuestra actitud horizontal hacia nuestro prójimo. La mansedumbre es la ternura, la bondad, el espíritu servicial ante el otro, no importa quien sea.
Segundo el soportarnos el uno al otro Efesios 4:2b
** “andéis . . . soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor ” (v.2b). Esta es el segundo característico que destaca el creyente ante la unidad maravillosa de la Iglesia. En cierto sentido lo que sigue es la misma verdadera humildad, pero ya en plena acción. En este contexto el humilde aguanta a su hermano(a) en el Cuerpo de Cristo porque son miembros el uno del otro bajo Cristo. Compartimos en común la vida de la Cabeza de la Iglesia. Así nuestro andar significa la paz en toda relación, reacción y contacto en toda circunstancia sin excepción. Pero Pablo agrega “con paciencia”, allí está la prueba.
Pablo reconoce implícitamente que habrá tensiones entre los hermanos, aun los unidos en Cristo. Él dijo: “y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11: 28). El creyente tendrá que mantener largamente siempre esa actitud correcta delante de Dios y de otros. Solo podrá hacerlo en amor, la cualidad divina al alcance nuestro en unión con Cristo.” El amor es sufrido, es benigno . . . todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4,7).
El verdadero punto de partida es que Dios tiene que hacer la obra de crucificar nuestro orgullo y ya lo hizo de una vez en la Cruz, tal es la obra acabada de Dios. El verdadero humilde es el primero en reconocer de corazón aquello en su propia vida. Si no lo reconoce, ni es humilde, sino secretamente es orgulloso por su dizque “espiritualidad”. Claro que no nos cuesta nada decir públicamente que no somos perfectos. Pero tantas veces nos comparamos y muy adentro no soportamos al otro.
Si puedo compartir uno de los tratos más profundos de mi vida. Desde muy joven me dediqué al Señor y con ciertos honores académicos y reputación de “consagrado” anduve sincero pero muy ignorante y engañado en cuanto a lo que veía en mí Dios. En mi primer pastorado (1949-1954) empecé una serie en Romanos 6 con la esperanza de que Dios obrara más profundamente en mis miembros. En medio de mi prédica en Romanos 6: 6, el mismo Espíritu me dijo a mi espíritu: “Ernesto, tú eres hipócrita; no sabes nada de esto.” ¡Qué golpe! Ellos eran los que necesitaban este mensaje, yo no.
Después de unos meses se me sorprendió al ser invitado a ser conferencista (1952) por primera vez. Después de mi primer mensaje domingo en la mañana sobre la Consagración entera, otro conferencista iba a hablar en la tarde. No oí nada de su mensaje sino que Dios me mostró mi propia maldad. Dios me reveló a mí el profundo “orgullo espiritual” y la derrota en mi vida. Por primera vez me vi, en parte, lo que Dios veía. Me quebrantó de corazón. Pero en lugar de dejarme guardar lo revelado, me dijo a mi espíritu: “Ponte en pie y diles qué hipócrita eres tú.”
No hubo otra salida. Lo hice y después de una confesión pública, no pude más. Me quedé llorando y me senté quebrantado. Pero ya libre por primera vez de mi máscara espiritual que antes yo no veía. Pero en ese momento entré en mi muerte con Cristo (Romanos 6:6—“conociendo esto que Ernesto Johnson fue co crucificado con él . . .”). Me vida dio una vuelta de 180 grados.
Pero Dios todavía me tiene mucho terreno que ocupar para delante. Ahora puedo soportar a mi hermano en cualquier situación como Dios me soportó a mí. Identificado el creyente en su muerte con Cristo y tomando por fe la nueva vida resucitada con Cristo, bien puede cumplir con este requisito.
Dios solo sabe de todas las tristes divisiones y pleitos que deshonran su nombre en la iglesia local. Pero hay solución en esa muerte y resurrección bien abrazadas. Así Pablo pone el cimiento de la unidad de la Iglesia que viene siendo la marca preeminente entre un mundo de divisiones carnales.
Tercero comprometidos a guardar la unidad del Espíritu Efesios 4:3
** Andéis . . . solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Se debe notar primero que la traducción “solícito” según el Diccionario de la Real Academia Española es “hacer diligencias o gestionar negocios propio o ajenos.” Pablo dijo a Timoteo: “procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de Dios” (2 Timoteo 2:15). A los Tesalonicenses dijo: “ . . . tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro amor” (1Thesalonicenses 2:17) .
Lo que sobresalir a primera lectura es que el Espíritu Santo ya forjó la unidad. No nos toca crearla ni mejorarla. Pero que sí nos toca guardarla como nuestro alto deber, como un andar que implica vigilancia, esfuerzo y compromiso a toda costa.
Una cosa negativa es el individualismo tan prevaleciente en ciertas culturas. En América Latina ha habido el caudillismo o el caciquismo. Es una reconocida y estudiada realidad en la historia de la Américas post colonizadas. En Argentina hubo Rosas, en Venezuela Vicente Gómez, en Ecuador García Moreno, en Nicaragua Somoza, en México Santa Ana y Porfirio Díaz, etc. [Saqué mi maestría en la literatura y la historia de Latinoamérica].
Puede haber en la iglesia local una familia que manda por la influencia del dinero o por haber tenido larga historia en el templo. Ese tipo de control en sí va en contra de Cristo, la Cabeza y los miembros solícitos de la unidad del Espíritu.
A vez el pastor “orquestra” se ve haciéndolo todo y manejándolo todo. Otro gran peligro hoy es el rol de líder de la mega-iglesia que, a veces pero no siempre, sirve más de caudillo y los miles le siguen con el entretenimiento de los cantores. Muchos de estos han caído. El patrón bíblica es el líder siervo como Cristo estuvo entre los suyos. “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22: 27).
Pablo introduce el resto de Efesios con estas cualidades básicas, cualidades que surgen de la vida de Cristo consumada en la Cruz. Murió por nosotros. Pero mucho más, muriendo nos llevó consigo mismo a morir al pecado, el “yo” o el orgullo para que llevemos una vida en novedad de vida. Tal vida está definida como la que sirve con humildad y mansedumbre, soportándonos todos sin excepción y comprometidos en guardar y defender la unidad del Espíritu.
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
El llamado de andar digno de la vocación celestial
Dr. Ernesto Johnson
Seminario Bíblico Río Grande
Pablo está para lanzar la última mitad de la epístola con un fuerte
énfasis sobre la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, en acción y el andar
cristiano. Después de desplegar la gracia soberana de Dios en el Gran Designo (Efesios 1:11), le toca el andar del creyente de acuerdo de la misericordia y la gracia de Dios manifestadas en la Cruz y es como un eco de Romanos 12:1, 2: “Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, and agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para
que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta”. El creyente no es tan solo un individual salvo sino un miembro de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Además no es tan solo un gentil o judío sino ahora Dios ha hecho “de ambos un solo y nuevo hombre”, Israel y los gentiles (Efesios 2:14,15; 3:8-11). Pentecostés ha inaugurado el “misterio” de la Iglesia desde antes escondido, pero ahora revelado por el llamado divino del Apóstol Pablo. Este es el momento, pues, de introducir el tema principal de la carta, la Iglesia tanto en su forma mística y universal como local y el andar que les corresponde.
Mateo registró en medio del ministerio terrenal de Jesús una promesa algo enigmática pero definitiva y sin explicación. En dicho momento crítico, Jesús se dirigió a Pedro y a los discípulos: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro [“petros” arameo por Cefas], y sobre esta roca [petrai – precipicio o retallo fuerte] 1– Mateo 7:24] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo16:18). Esta declaración fuerte fue tanto una profecía como una promesa que se realizaría en el Día de Pentecostés y por delante. Cristo sabía porque había venido al mundo–para ser Cabeza de la Iglesia.
La Apelación fuerte al andar de los efesios Efesio 4:1
Pablo vuelve a dirigirse a los efesios casi como se presentó en el capítulo anterior. En Efesios 3:1 dijo: “Por esta causa yo Pablo, prisonero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”. Se presenta como el encarcelado en Roma por haber apelado a Roma bajo la presión de acusaciones falsas por el evangelio (Hechos 21: 26-29). Pero en 4.1 hay un cambio bien notable: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” [otra vez un eco de Romanos 12:1, 2].
Pasa de ser prisonero en Roma a su llamado divino de “ser preso en el Señor”. ¡Qué gran cambio de perspectiva! No hay queja ni suspiro sino más bien el alto privilegio de ser representante del Señor mismo ante el mundo. No se ve como la víctima de César sino como el digno embajador del cielo. Pablo respira la misma dignidad del llamado divino.
En esta majestuosa vocación celestial, Pablo se ve y les hace ver la perspectiva de que son embajadores de Cristo. “Así que, como somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5: 20). Ojalá que captemos ese espíritu de dignidad en la misericordia extendida a nosotros, los inmerecidos.
En este espíritu Pablo ruega o apela a los efesios que se den cuenta de esta alta vocación en Cristo, la Cabeza de la Iglesia. De ninguna manera es como si hubiese algún valor inherente en nosotros. Muy al contrario, el llamado celestial se nos exige tal andar. Andamos acorde de la importancia de nuestro Mensaje de la Cruz. Andamos a compás de nuestro alto honor.
Toma nota de la frecuencia del verbo “andar” que incluye todo aspecto de la vida cotidiana. Es verbo de acción “andar” que será la palabra clave en el resto de la epístola: “Os ruego que andéis como es digno . . . .” Marcará las secciones principales: 1) “ya no andéis como los otros gentiles (4:17); 2) “Y andad en amor (5:2); 3) “andad como hijos de luz” (v.8); 4) “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sin como sabios” (v. 15).
El uso de la palabra “andar” es una apelación fuerte y Pablo escoge el aoristo (tiempo pasado). Este tiempo, muy interesante en griego, subraya el aspecto de un nuevo punto de partida, definitivo y decisivo e irrepetible. Pero también a veces el aoristo tiene el sentido de dar resumen de manera de recoger toda una idea en un solo concepto más bien que en un punto específico de tiempo.2 De esta manera Pablo les llama la atención a esta apelación clave y permanente.
Tres Característicos Sobresalientes del creyente ante la Iglesia Efesios 4: 2-4
Primero la humildad y la mansedumbre Efesios 2: 2a
Pablo introduce lo práctico de la epístola dando tres signos y virtudes sobresalientes. En el resto de la carta, entrará en gran detalle nombrando lo que no deben hacer y el “cómo” pueden salir avante. Pero estas tres virtudes son las cualidades espirituales que han de distinguir siempre al creyente.
** “que andéis . . . con toda humildad y mansedumbre (v.2 a). La humildad tiene que ser la clave del andar del creyente. Si la hay, no puede haber ni división ni rencor, ya que la marca distintiva de la Iglesia es la unidad. Se puede decir esto con plena confianza porque fue la virtud exhibida en Jesús en la última cena con sus discípulos. “Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjaguarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13:3-5).
Siendo la última vez reunidos los discípulos y aun antes de darles cuatro hermosos capítulos de enseñanza divina, les mostró la virtud que sobrepasa todas las virtudes y todas las enseñanzas. Claro su encarnación fue en sí un acto de profunda humildad—nacido en un pesebre, saludado por los humildes pastores en un mesón. Pero el sermón más poderoso de todos los sermones que jamás Jesús predicó fue el de tomar una toalla como siervo y les lava los pies. ¡Aun más, le lavó con el mismo cariño a Judas Iscariote los pies!
En otra ocasión llamativa Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi jugo sobre vosotros, y aprended de mí por soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). Jesús mismo se definió en estas dos virtudes. Si mora Cristo en nosotros, no podemos ser más que humildes y mansos de modo creciente.
Otra vislumbre de la preeminencia de la humildad de Jesús y luego en el antes orgulloso fariseo Pablo fue en su última despedida de los mismos ancianos de Éfeso. “Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: “vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, del primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas . . . (Hechos 20:17-19).
Debemos recordar que Pablo pasó tres años entre ellos. Al apelar a su conducta y a su carácter ante aquellos que mejor lo conocían, reveló la integridad y la humildad de Pablo. No apeló primero a sus milagros ni proyectos ni éxito sino solo a toda su humildad. La esencia de la humildad es lo bajo ante Dios y ante sí mismo–la buena voluntad de ser siervo, ausente el “yo” tan destructivo.
Podemos comprender esto solo a base de su co-crucifixión con Cristo en Romanos 6:6. Su lema—“ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Pablo encarnó su mensaje. Sin una verdadera muerte al “yo”, no puede haber la humildad. Lo hermoso es que en la Cruz Dios ya dio el golpe cósmico al orgullo y al egoísmo. Nos es cuestión de solo creer y contarnos muertos y vivos y andar por fe (Romanos 6:1,6, 10-14).
Pablo también menciona la mansedumbre la cual es virtud muy al estilo, gemela de la humidad. Si la humidad es esencialmente nuestra posición vertical ante la santidad de Dios, la mansedumbre es nuestra actitud horizontal hacia nuestro prójimo. La mansedumbre es la ternura, la bondad, el espíritu servicial ante el otro, no importa quien sea.
Segundo el soportarnos el uno al otro Efesios 4:2b
** “andéis . . . soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor ” (v.2b). Esta es el segundo característico que destaca el creyente ante la unidad maravillosa de la Iglesia. En cierto sentido lo que sigue es la misma verdadera humildad, pero ya en plena acción. En este contexto el humilde aguanta a su hermano(a) en el Cuerpo de Cristo porque son miembros el uno del otro bajo Cristo. Compartimos en común la vida de la Cabeza de la Iglesia. Así nuestro andar significa la paz en toda relación, reacción y contacto en toda circunstancia sin excepción. Pero Pablo agrega “con paciencia”, allí está la prueba.
Pablo reconoce implícitamente que habrá tensiones entre los hermanos, aun los unidos en Cristo. Él dijo: “y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11: 28). El creyente tendrá que mantener largamente siempre esa actitud correcta delante de Dios y de otros. Solo podrá hacerlo en amor, la cualidad divina al alcance nuestro en unión con Cristo.” El amor es sufrido, es benigno . . . todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4,7).
El verdadero punto de partida es que Dios tiene que hacer la obra de crucificar nuestro orgullo y ya lo hizo de una vez en la Cruz, tal es la obra acabada de Dios. El verdadero humilde es el primero en reconocer de corazón aquello en su propia vida. Si no lo reconoce, ni es humilde, sino secretamente es orgulloso por su dizque “espiritualidad”. Claro que no nos cuesta nada decir públicamente que no somos perfectos. Pero tantas veces nos comparamos y muy adentro no soportamos al otro.
Si puedo compartir uno de los tratos más profundos de mi vida. Desde muy joven me dediqué al Señor y con ciertos honores académicos y reputación de “consagrado” anduve sincero pero muy ignorante y engañado en cuanto a lo que veía en mí Dios. En mi primer pastorado (1949-1954) empecé una serie en Romanos 6 con la esperanza de que Dios obrara más profundamente en mis miembros. En medio de mi prédica en Romanos 6: 6, el mismo Espíritu me dijo a mi espíritu: “Ernesto, tú eres hipócrita; no sabes nada de esto.” ¡Qué golpe! Ellos eran los que necesitaban este mensaje, yo no.
Después de unos meses se me sorprendió al ser invitado a ser conferencista (1952) por primera vez. Después de mi primer mensaje domingo en la mañana sobre la Consagración entera, otro conferencista iba a hablar en la tarde. No oí nada de su mensaje sino que Dios me mostró mi propia maldad. Dios me reveló a mí el profundo “orgullo espiritual” y la derrota en mi vida. Por primera vez me vi, en parte, lo que Dios veía. Me quebrantó de corazón. Pero en lugar de dejarme guardar lo revelado, me dijo a mi espíritu: “Ponte en pie y diles qué hipócrita eres tú.”
No hubo otra salida. Lo hice y después de una confesión pública, no pude más. Me quedé llorando y me senté quebrantado. Pero ya libre por primera vez de mi máscara espiritual que antes yo no veía. Pero en ese momento entré en mi muerte con Cristo (Romanos 6:6—“conociendo esto que Ernesto Johnson fue co crucificado con él . . .”). Me vida dio una vuelta de 180 grados.
Pero Dios todavía me tiene mucho terreno que ocupar para delante. Ahora puedo soportar a mi hermano en cualquier situación como Dios me soportó a mí. Identificado el creyente en su muerte con Cristo y tomando por fe la nueva vida resucitada con Cristo, bien puede cumplir con este requisito.
Dios solo sabe de todas las tristes divisiones y pleitos que deshonran su nombre en la iglesia local. Pero hay solución en esa muerte y resurrección bien abrazadas. Así Pablo pone el cimiento de la unidad de la Iglesia que viene siendo la marca preeminente entre un mundo de divisiones carnales.
Tercero comprometidos a guardar la unidad del Espíritu Efesios 4:3
** Andéis . . . solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Se debe notar primero que la traducción “solícito” según el Diccionario de la Real Academia Española es “hacer diligencias o gestionar negocios propio o ajenos.” Pablo dijo a Timoteo: “procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de Dios” (2 Timoteo 2:15). A los Tesalonicenses dijo: “ . . . tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro amor” (1Thesalonicenses 2:17) .
Lo que sobresalir a primera lectura es que el Espíritu Santo ya forjó la unidad. No nos toca crearla ni mejorarla. Pero que sí nos toca guardarla como nuestro alto deber, como un andar que implica vigilancia, esfuerzo y compromiso a toda costa.
Una cosa negativa es el individualismo tan prevaleciente en ciertas culturas. En América Latina ha habido el caudillismo o el caciquismo. Es una reconocida y estudiada realidad en la historia de la Américas post colonizadas. En Argentina hubo Rosas, en Venezuela Vicente Gómez, en Ecuador García Moreno, en Nicaragua Somoza, en México Santa Ana y Porfirio Díaz, etc. [Saqué mi maestría en la literatura y la historia de Latinoamérica].
Puede haber en la iglesia local una familia que manda por la influencia del dinero o por haber tenido larga historia en el templo. Ese tipo de control en sí va en contra de Cristo, la Cabeza y los miembros solícitos de la unidad del Espíritu.
A vez el pastor “orquestra” se ve haciéndolo todo y manejándolo todo. Otro gran peligro hoy es el rol de líder de la mega-iglesia que, a veces pero no siempre, sirve más de caudillo y los miles le siguen con el entretenimiento de los cantores. Muchos de estos han caído. El patrón bíblica es el líder siervo como Cristo estuvo entre los suyos. “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22: 27).
Pablo introduce el resto de Efesios con estas cualidades básicas, cualidades que surgen de la vida de Cristo consumada en la Cruz. Murió por nosotros. Pero mucho más, muriendo nos llevó consigo mismo a morir al pecado, el “yo” o el orgullo para que llevemos una vida en novedad de vida. Tal vida está definida como la que sirve con humildad y mansedumbre, soportándonos todos sin excepción y comprometidos en guardar y defender la unidad del Espíritu.
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