Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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“Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace”. Proverbios 6:32
“Creo que existen tantos casos de infidelidad en la sociedad como accidentes de tránsito”.
Dr. Frank Pittman, consejero familiar y siquiatra
El Pecado Escarlata: Lo que debemos saber acerca del adulterio y la fornicación
“Creo que existen tantos casos de infidelidad en la sociedad como accidentes de tránsito”.
Dr. Frank Pittman, consejero familiar y siquiatra
¿Por qué el adulterio es tan censurado en La Biblia? ¿Por qué Dios lo aborrece tanto? ¿Por qué atrapa a tantos siervos de Dios, los cuales caminan como buey al matadero para recibir el castigo que conlleva? (véase Prov. 7:22). ¿Por qué la atracción y la seducción de la infidelidad parecen ser irresistibles a la persona tentada? ¿Por qué la infidelidad es tan aceptada en las sociedades modernas? Trataremos de contestar estas preguntas valiéndonos de La Biblia y de las experiencias de líderes caídos.
El adulterio es un acto insensato de graves consecuencias.
- “Pero al que comete adulterio le faltan sesos; el que así actúa se destruye a sí mismo” (Prov. 6:32, NVI). Es común escuchar de parte de líderes caídos comentarios como: “las cosas tontas e insensatas que hice”, o “no sé por qué hice semejantes tonterías”. Alguien dijo: “Sólo un necio desea lo que no puede tener”.
- El adulterio y la fornicación no hacen acepción de personas; afectan a todo estrato de la sociedad: ricos y pobres, buenos y malos, cristianos y no cristianos; en fin, afecta a todas las sociedades del mundo. La doctora Helen Fisher, una antropóloga, hizo un estudio de cuarenta y dos sociedades de toda índole en diferentes partes del mundo. ¿ Su conclusión? El adulterio ocurre en todas y cada una de ellas. En algunas sociedades se practicaba el paganismo; en otras, el cristianismo. Pero el adulterio estaba presente en todas, aun en las que castigan el adulterio con pena de muerte.
- El adulterio es tal vez la causa número uno de divorcios. El Dr. Frank Pittman declara que la infidelidad marital estropea al matrimonio y a los hijos. Después de 30 años de trabajar con parejas con problemas matrimoniales, él dice que sólo ha visto un puñado de divorcios en matrimonios donde no había infidelidad. Asimismo afirma que la probabilidad de que un primer matrimonio termine en divorcio es mínima, a menos que haya infidelidad.
- Al principio el pecado sexual es atractivo, como una fruta que en la boca sabe dulce, pero en el estómago se vuelve amarga. El funesto cuadro de Sansón al final de su vida en su ceguera, esclavitud y vergüenza, es muy diferente del que vemos en la euforia de sus “aventuras” y sensualidad con Dalila, antes de su caída. Proverbios 7:4–5 lo dice con elocuencia: “Di a la sabiduría: ‘Tú eres mi hermana’, y a la inteligencia: ‘Eres de mi sangre’. Ellas te librarán de la mujer ajena, de la adúltera y de sus palabras seductoras” (NVI). Proverbios 5:1–3 describe la tentación, “el manjar” de los placeres prometidos y las palabras seductoras: “Hijo mío, está atento a mi sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus labios conserven la ciencia. Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, Y su paladar es más blando que el aceite”.
- Pero el versículo cuatro advierte contra el tragarse el cebo: “Mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos”. La NVI dice, “Pero al fin resulta más amarga que la hiel y más cortante que una espada de dos filos”.
Las personas que muerden la carnada del pecado sexual viven en un mundo imaginario, de fantasías y mentiras, y en una burbuja de engaño. Cuando la burbuja se revienta, ese mundo se les cae encima, los sueños se vuelven pesadillas, y el espejismo se convierte en un desierto ardiente.
- Si un líder que está viviendo en pecado experimenta prosperidad y crecimiento en su ministerio, esto no ha de tomarse como señal de aprobación de Dios de su conducta. Un líder en un país de América Latina, que se encontraba envuelto en una situación de adulterio, expresó: “la bendición de Dios es evidente en mi ministerio, la gente recibe bendición cuando la ministro, y eso es evidencia de que Dios no está en contra de lo que estoy haciendo”. Pero es una conclusión errónea. Un pastor en Texas abundaba en prosperidad en la iglesia que pastoreaba, incluyendo tanto crecimiento, que tenía tres grandes reuniones los domingos. Sin embargo, su estilo de vida estaba muy lejos de tener la aprobación de Dios, como él aprendió cuando su pecado de homosexualidad se descubrió y fue expulsado de su iglesia y del ministerio pastoral. Si Dios bendice a su pueblo en una situación de este tipo, es por su misericordia y amor por el pueblo, no porque apruebe la conducta del líder.
- El pecado sexual engendra otros pecados. La mentira, el engaño, la manipulación, la hipocresía, el autoengaño, la vida doble, y otros males, siempre son compañeros de la inmoralidad. En el caso del rey David, incluyó el asesinato.
El pecado sexual será juzgado por Dios. Desde luego, este juicio no siempre se aplica inmediatamente. El famoso predicador inglés, Charles Spurgeon, dijo que la tentación y el pecado atraerían a menos interesados si sus consecuencias fueran inmediatas. Sin embargo, Hebreos 13:4 declara, “Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales” (NVI). Primera de Tesalonicenses nos advierte: “y que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto (cometer adulterio con la esposa de su hermano), porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente. Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación” (LBLA). El profeta Malaquías pronunció el juicio de Dios sobre quienes practicaban el adulterio, “Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros...” (3:5). Y Pablo nos recuerda, “...es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). Cuando hay verdadero arrepentimiento, Dios perdona el pecado (1 Juan 1:7, 9). lo ideal—y lo que él espera de nosotros—es que nos juzguemos a nosotros mismos (juzgar nuestra conducta como inaceptable y arrepentirnos), y cortemos todo contacto con personas y situaciones relacionadas con dicho pecado. La mujer a quien Cristo llamó “Jezabel”, y que se encontraba en la iglesia de Tiatira, era culpable de fornicación y adulterio y de seducir a los siervos de Dios a hacer lo mismo. En Apocalipsis 2:21 Jesús dice, “Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación”.
Cuando una persona se encuentra envuelta en el pecado sexual, Dios, en su misericordia, le da tiempo para que se arrepienta. Coloca señales en el camino para advertirle del peligro que corre. Él llama y espera, así como le dio tiempo aun a la mujer inicua, “Jezabel”, para cambiar. Pero cuando la persona no hace caso de las señales y persiste en su pecado, Dios interviene. En 1 Corintios capítulo cinco leemos de un hombre culpable de incesto, un pecado tan escandaloso, dice Pablo, que ni los gentiles lo practicaban: que él “tiene a la mujer de su padre” (ver. 1). Pablo declaró que, aunque él no pudo estar presente físicamente, sin embargo, ”presente en espíritu... he juzgado al que tal cosa ha hecho” (ver. 3). Pablo, actuando en su autoridad apostólica, juzgó la conducta del hombre como reprensible, insistió que la iglesia lo juzgara igual, y luego ordenó, “Q uitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (ver. 13).
Tres opciones
Primera de Corintios 11:31–32 nos da un principio importante y digno de atenderse con toda diligencia: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados (disciplinados) por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo”.
- Dios nos presenta tres opciones:Juzgarnos a nosotros mismos. Si nos juzgamos y nos arrepentimos verdaderamente, Dios no tendría que juzgarnos y disciplinarnos. “Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (v. 31). Es decir, no habría necesidad de ser juzgados y disciplinados por el Señor porque voluntariamente habríamos reconocido nuestro mal camino y determinado corregirlo.
- Ser juzgados y disciplinados por Dios. Si persistimos en el pecado, sin juzgarnos a nosotros mismos, entonces Dios interviene, juzga nuestra conducta y nos disciplina. Esto normalmente ocurre cuando nuestra conducta sexual es descubierta por otros en contra de nuestra voluntad. Encontramos este principio bíblico en Primera de Timoteo 5:20: “A los que continúan en pecado, (“persisten en pecar”, RV) repréndelos en presencia de todos para que los demás tengan temor de pecar” (LBLA). La persona que se niega a arrepentirse de su pecado voluntariamente tendrá que sentir la mano de Dios sobre él en disciplina y juicio.
- Ser condenados con el mundo. Esto se refiere a la persona que endurece su corazón y se niega a cambiar y corregir su mal camino. El motivo de la intervención y disciplina del Señor es “para que no seamos condenados con el mundo” (v.32). Si practicamos el paso número uno, los otros dos pasos no son necesarios. Pero si no lo hacemos, en los pasos dos y tres el trato de Dios llega a ser cada vez más directo y severo. (Véanse Jer. 8 :4– 6 ; Rom. 2:4–5; 9:22; 1 Ped. 3:20 ; 2 Ped. 3:9, como ejemplos de la paciencia de Dios al esperar el regreso del pecador de su mal camino). Pero la paciencia de Dios tiene sus límites. Un ministro, hundido en el pecado de la inmoralidad, visitó una reunión cristiana. Allí, una persona presente, sin conocer al ministro ni su condición, expresó una palabra profética, que decía en esencia: “Te he llamado y esperado. Esta es la última oportunidad que te doy para que te arrepientas”. El varón hizo oído sordo a la advertencia de Dios, y salió de la reunión sin acercarse a Dios en arrepentimiento. Después, en un tiempo corto, tuvo un accidente de tránsito en el cual murió. ¡No debemos confundir el tiempo que Dios da para arrepentirnos con permiso para continuar! La palabra “arrepentimiento” viene del vocablo griego metanoia, que quiere decir “cambiar de mente”, “cambiar de m a nera de p en s a r”. Ta mbién sig n i fic a “ d a r me d i a v uelt a y caminar en dirección opuesta”. Esto implica transformar nuestros pensamientos acerca del propósito del sexo, acerca de personas del sexo opuesto, y acerca del peligro que uno corre cuando juega con la inmoralidad. Si nos juzgamos y arrepentimos a tiempo, podremos evitarnos el dolor y la desgracia de una caída moral, incluyendo la vergüenza de tener que ser juzgados y disciplinados por Dios. La promesa de Dios para los que se arrepienten es: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el SEÑOR–.
- ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Q uedarán blancos como la nieve! (Isaías 1:18 NVI). Esta promesa y el amor inagotable de Dios esperan al hombre extraviado cuando le da la espalda al “pecado escarlata” y permite que Dios lo lave y lo haga blanco como la nieve. Cuando no hay arrepentimiento, el hombre extraviado tendrá que pagar el precio de su pecado, el cual permanece escarlata, sin ser blanqueado. ¿Qué precio se cobra por una caída moral? ¿Por qué un siervo de Dios está dispuesto a arriesgar tanto—su reputación, matrimonio, ministerio y familia—por algo que ofrece tan poco y es tan transitorio y superficial?
Para reflexionar...
- ¿Cree usted que Sansón consideró el costo de su falta moral?
- En su opinión, ¿cómo debió haber actuado Sansón frente a las tentaciones sexuales?
- ¿Puede un líder cristiano tomar la prosperidad y “la aparente bendición de Dios” como la aprobación de Dios para su mala conducta? ¿Por qué?
- ¿Cuál de las tres opciones de 1 Corintios 11:31–32 cree que sea la mejor? ¿Por qué?
- ¿Qué sucederá a la persona que se niegue a juzgarse a sí misma (cuando está en pecado), y rechaza la disciplina de Dios?
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6