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biblias y miles de comentarios
Parte uno
Conozca al enemigo:
La personalidad e historia de Satanás
1. Una Guerra Santa
2. Satanás en el Antiguo Testamento
3. Satanás en el Nuevo Testamento
4. Satanás en la Historia de la Iglesia
5. Satanás en la Actualidad
6. Satanás en el Futuro
Parte dos
Las Debilidades de Satanás:
Cómo pelear defensiva y ofensivamente contra él
7. Cómo Construir una Defensa Inexpugnable
8. Cómo Desplegar un Ataque Ofensivo
Parte tres
Las Estrategias de Satanás:
Sus artimañas y cómo resistirlas
9. La Habilidad de Satanás y sus Estrategias
10. Cómo Confrontar Cuatro de las Principales Estrategias de Satanás
Parte cuatro
La Derrota de Satanás en Nuestra Vida Personal, las Iglesias y las Naciones
11. Nuestro Desafío como Creyentes
12. Nuestro Desafío como Miembros de la Iglesia
13. Nuestro Desafío como Ciudadanos
Bibliografía Selecta
En su libro, Power Encounters [Encuentros de Poder], David Powlison, editor del Journal of Biblical Counseling [Diario de Consejería Bíblica] y conferencista de teología práctica en el Seminario Teológico de Westminster, argumenta correctamente que necesitamos con urgencia pelear contra Satanás reclamando la armadura bíblica, tradicional, espiritual que describe Pablo en Efesios 6:10–20. Vivimos en una sociedad que cada vez es más pagana y se ha dejado caer en un profundo y esclavizante conjunto de adicciones. El comportamiento conflictivo o extraño se ha vuelto común; mucha gente experimenta un alto sentido de la presencia del mal. Los misioneros y antropólogos nos alertan sobre culturas animistas y posesiones demoníacas. El satanismo florece en las naciones occidentales. Desde la década de 1970, numerosos carismáticos, dispensacionalistas, y teólogos de la llamada “tercera ola del Espíritu Santo” han predicado y practicado diversas formas de “ministerios de liberación” para echar fuera a los demonios. Los libros de Frank Peretti han añadido confusión, influenciando a miles de personas a ver demonios al acecho en todas partes.
Por otro lado, millones de personas en la civilización moderna no creen en la existencia del diablo, o al menos lo han exorcizado de su vocabulario de trabajo, aun cuando el diablo es la explicación principal de la grave situación de la civilización moderna. Esta actitud incluso ha permeado en la iglesia. El predicador del siglo XIX, Charles Spurgeon, decía entonces: “Ciertos teólogos, actualmente, no creen en la existencia de Satanás. Es peculiar que los niños no crean en la existencia de su propio padre”.
Hoy se necesita en gran manera un pensamiento claro, bíblico, sobre Satanás y la armadura espiritual. Particularmente como creyentes, debemos estar conscientes de que la batalla contra Satanás y sus fuerzas de maldad es feroz, espiritual y necesaria. Debemos conocer a nuestro adversario. Debemos conocer la personalidad y la historia de Satanás. Debemos conocer sus estrategias, su poder y sus debilidades. Debemos saber cómo resistirlo y qué armas espirituales usar contra él. Debemos derrotarlo por la fe, a través de vidas que den fruto y propaguen la verdad.
Este libro cubre esta necesidad desde una perspectiva práctica. Sus capítulos profundizan sobre cinco direcciones establecidas por la Escuela de Teología Metropolitan Tabernacle de Londres, del 6 al 8 de julio de 2004. La primera dirección (capítulos 1–6), examina la personalidad e historia de Satanás. La segunda dirección (capítulos 7–8), muestra cómo pueden explotar los creyentes las vulnerabilidades de Satanás al pelear defensiva y ofensivamente. La tercera dirección (capítulos 9–10), que se basa fuertemente en los viejos clásicos, exhibe las artimañas de Satanás y expone nuestros remedios contra ellas. Las últimas direcciones examinan cómo podemos derrotar a Satanás en nuestra vida personal y en nuestras iglesias y naciones (capítulos 11–13).
Nuevamente, quiero agradecer al Dr. Peter y a Jill Masters por su hospitalidad y amistad, y por invitarme en repetidas ocasiones a servir en el histórico Metropolitan Tabernacle. Gracias, también, al servicial personal del Metropolitan Tabernacle. ¡Qué gozo es hablar y reunirse en la Escuela de Teología del Metropolitan Tabernacle! Un sentido agradecimiento a mi querida esposa Mary, a mis hijos (Calvin, Esther y Lydia), así como a la Congregación Reformada de Holanda “Heritage” y al Seminario Teológico Reformado Puritano por concederme el tiempo para ausentarme de mis deberes habituales para servir en el Metropolitan Tabernacle.
Que Dios en su gracia use este libro para enseñarnos a todos cómo estar más conscientes de Satanás y sus ardides, y cómo librar con más éxito la batalla contra él.
PARTE UNO
CONOZCA AL ENEMIGO:
La Personalidad e Historia de Satanás
Capítulo 1
Una Guerra Santa
Si usted es un verdadero creyente, Satanás lo odia. Lo odia porque usted es la imagen de Cristo, porque usted es la singular obra de Dios creado en Cristo Jesús para buenas obras, y porque fue arrebatado de su poder.
Usted es un desertor de Satanás y huyó de su territorio. Por gracia, reconoció a Cristo como su Señor y Maestro. Usted testifica con Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Satanás lo odia porque Dios está con usted y porque ama a Cristo.
Satanás lo quiere de vuelta. Y como Jesús les dijo a sus discípulos: “He aquí, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31), así que Satanás quiere zarandearlo como a trigo. No sobreestime ni subestime a Satanás. No es una deidad caída; no es Dios. Solamente es un ángel caído. No es omnipotente. Sin embargo, Satanás es un poderoso enemigo. John Blanchard escribió: “Se nos opone un enemigo viviente, inteligente, pleno de recursos y astuto, que puede sobrevivir a los cristianos más viejos, trabajar más que los más ocupados, pelear más que los más fuertes y burlar a los más sabios”.
Cada verdadero creyente está comprometido con lo que la Biblia describe como la guerra espiritual (Génesis 3:15; Apocalipsis 12:7). Juan Bunyan lo llamó una guerra santa. Esta guerra espiritual o guerra santa implica una batalla perpetua contra tres grandes enemigos: el diablo, el mundo y la carne.
Una batalla feroz
La batalla contra Satanás y sus demonios es feroz. La vida y la muerte están en juego, involucrando fuerzas de luz y oscuridad. Los principados y poderes de la oscuridad están bajo el dominio de Satanás y sujetos a sus órdenes. Los lugartenientes de Satanás son demonios que se deleitan en cumplir con sus órdenes. El ejército de Satanás es agresivo, maligno y cruel, y su poder se encuentra en lugares altos sobre nosotros y a nuestro alrededor. Este ejército es muy poderoso para que nosotros luchemos con nuestras propias fuerzas, sin embargo, no podemos transigir con Satanás ni rendirnos a él. En vez de ello, debemos resistir al diablo (Santiago 4:7) siguiendo conscientemente las instrucciones de la Biblia para tener la victoria sobre Satanás.
Una batalla espiritual
La batalla contra Satanás y sus demonios es espiritual. No peleamos contra este enemigo con pistolas, tanques o armas atómicas. Tampoco peleamos simplemente contra carne y sangre. Como Pablo les escribió a los Efesios: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Esta batalla no es por el poder mundial, por posesiones u honor, dice Pablo. El objetivo es más alto, en la realidad espiritual de la verdad, la justicia y la gloria del Dios viviente y su Hijo. Detrás de nuestros enemigos visibles de carne y hueso se encuentra un ejército de adversarios espirituales, invisibles. La guerra espiritual es una batalla contra enemigos invisibles con armamento invisible que se oponen a la causa y al reino de Jesucristo.
Luchamos contra el poderoso, innumerable, invisible ejército de Satanás. La lucha es un cercano conflicto espiritual. Es intensa y extenuante. En la lucha, los oponentes no mantienen distancia los unos de los otros; se quedan asidos uno del otro. Ya sea como el príncipe de las tinieblas o como un ángel de luz, Satanás nos compromete mano-con-mano y mano-a-mano en una guerra espiritual de vida o muerte.
Una batalla necesaria
La batalla contra Satanás y sus demonios es necesaria. Así como el mundo actual no puede escapar a la guerra contra el terrorismo, nosotros tampoco podemos escapar de la guerra contra Satanás. Nos guste o no, estamos en guerra. No podemos pedir amnistía ni consideraciones médicas, ni tampoco podemos evitar las balas y las bombas. Estar en medio de la guerra y no darse cuenta de ello es aún más peligroso. Si ignoramos al enemigo, nos colocamos como un blanco a derrotar. Pablo nos ordena: “Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).
Muchos cristianos hoy en día prestan muy poca atención al mandato de Pablo. Muchas iglesias hablan más sobre el desarme que sobre el armamento. Y muchos predicadores promueven una amplia “fraternidad universal” ecuménica que incluye una variedad de religiones en lugar de exponer la antítesis entre dos reinos que se oponen en este mundo.
Por desagradable que sea el tema de Satanás, necesitamos estudiarlo. El puritano Thomas Brooks escribió: “Cristo, la Escritura, su propio corazón, y las estratagemas de Satanás, son las cuatro cosas primordiales que usted debe estudiar y buscar entender en primer lugar y con mayor determinación” (Remedios Preciosos Contra las Artimañas del Diablo, p.3). Si tenemos ideas pobres sobre los objetivos de Satanás, sus fuerzas y limitaciones, nos volvemos descuidados. Subestimamos el poder del enemigo.
En este corto libro, estudiaremos a Satanás y sus artimañas. Confío en que lo que aprenderemos nos asistirá para pelear intensamente, pelear bien y seguir en la lucha hasta obtener una victoria total sobre el enemigo (cf. Catecismo de Heidelberg, Q. 127). Que Dios nos ayude en la batalla.
Capítulo 2
Satanás en el Antiguo Testamento
La personalidad de Satanás y su historia son la base de la doctrina satánica, que algunas veces es llamada satanología o, cuando se extiende a los ángeles caídos que ayudan a Satanás: demonología. La carrera de Satanás, que se extiende desde antes de la creación del hombre (Job 38:7) hasta la futura eternidad, forma una doctrina significativa en las Escrituras.
La Biblia está tan llena de referencias a Satanás que parecería imposible apegarse a la fe cristiana sin aceptar la realidad del diablo. Su existencia se atestigua en nueve libros del Antiguo Testamento (Génesis, Levítico, Deuteronomio, 1 Crónicas, Job, Salmos, Isaías, Ezequiel y Zacarías) y por cada autor del Nuevo Testamento.
El nombre y el origen de Satanás
Satán es una palabra hebrea que significa “acusador o adversario, alguien que resiste”. El término se utiliza 19 veces en el Antiguo Testamento, 14 de las cuales se encuentran en Job 1 y 2. También se menciona a Satán en 1 Crónicas 21:1, Salmos 109:6 y Zacarías 3:1–2.
Los académicos han discutido por largo tiempo si el término Satán se refiere a un nombre propio o un título. En Job y Zacarías, el artículo definido precede al sustantivo de Satán, de modo que la traducción literal es “el Satán” o “el acusador”. Sin embargo, en 1 Crónicas 21:1 y Salmos 109:6 no se incluye el artículo definido antes de Satán. Algunos académicos, entonces, han concluido que el término Satán debiera ser considerado como un título en Job y Zacarías y como nombre propio en 1 Crónicas y Salmos 109 (Elwell, ed., Diccionario evangélico de teología bíblica, p. 714).
Satanás y todos los demás ángeles fueron creados por Dios como seres espirituales (Salmos 148:2, 5; Hebreos 1:7, 14). En Job 1 se indica que Satanás alguna vez fue probablemente uno de los más altos y brillantes ángeles de Dios, con un sitio especial de prominencia en su servicio a Dios. Ezequiel 28:12–15 nos dice cómo era Satanás antes de pecar. Aunque le hablaba al rey de Tiro, el profeta Ezequiel hablaba más allá del rey, al mismo Satanás. Describe a Satanás como “querubín grande, protector” (v. 14), “lleno de sabiduría, y acabado de hermosura” (v. 12), sin tacha moral (v. 15). Estuvo en “Edén, en el huerto de Dios” (v. 13), y fue colocado “sobre el monte santo de Dios” (v. 14).
Donald Grey Barnhouse escribe: “Satanás despertó en el primer momento de su existencia en la plenitud del poder y la belleza de su exaltada posición, rodeado de la magnificencia que Dios le dio. Se vio a sí mismo como superior a todos en poder, sabiduría y belleza. Únicamente en el trono del mismo Dios pudo ver más de lo que él mismo poseía”. Barnhouse concluye que Satanás, antes de su caída, “ocupó el cargo de primer ministro de Dios, gobernando posiblemente el universo, pero, con certeza, este mundo” (La Guerra Invisible, pp. 26–27).
La caída de Satanás y su actividad en el Paraíso
Ezequiel 28:15–19 nos relata que Satanás cayó de la posición que tenía debido a su preocupación por su propia belleza y gloria y por causa de su necia ambición para derrocar al Dios de gloria. El pecado de Satanás se originó en el pecado, creció con el auto engaño y terminó con una ambición rebelde. Su rebelión lo llevó a inducir a un gran número de ángeles a unírsele en su oposición a Dios (Apocalipsis 12:4). Entonces Dios arrojó a Satanás y sus ángeles rebeldes fuera del cielo, hacia la tierra (Ezequiel 28:16–17). Satanás perdió para siempre su posición original como el querubín ungido de Dios (Judas 6).
Dado que Satanás no pudo atacar directamente a Dios en el cielo, encaminó sus malévolos esfuerzos contra el hombre, que representa la corona de la creación de Dios. La actividad de Satanás en la historia se registra por primera vez en Génesis 3. Se nos ha dicho que Satanás se presentó como una serpiente en el Paraíso, donde se acercó a Eva. Entonces, Satanás utilizó varias técnicas con Eva que aún utiliza con nosotros, actualmente:
1. Satanás puso las órdenes de Dios bajo una luz negativa. Le preguntó a Eva: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1b). Dios en realidad dijo que Adán y Eva podían comer de todos los miles de árboles en el huerto de Edén excepto uno. Eva corrigió a Satanás, diciendo: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: no comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3:2–3).
2. Satanás refutó los motivos y el carácter de Dios. Le dijo a Eva: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios” (Génesis 3:4–5). Satanás buscó refutar el carácter de Dios persuadiendo a Eva de cuestionar la bondad de Dios. Sugirió que Dios no era bueno y justo, pues restringió su libertad y les prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
3. Satanás dijo que el hombre podía ser como Dios. Satanás buscó transferir su objetivo a la raza humana cuando le dijo a Eva: “Y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5b). En otras palabras, Adán y Eva podrían decidir por sí mismos lo que estaba bien o mal. Podrían decidir lo que querían hacer. No tendrían que escuchar a otros, ni siquiera a Dios. Podrían ser sus propios dioses. Pero ésa era una verdad a medias porque podrían conocer la bondad y la maldad, pero nunca podrían ser como Dios. Y Satanás tampoco les explicó que sin la gracia divina ellos no tendrían el poder de hacer el bien o evitar el mal.
4. Satanás hizo que el pecado se viera como algo bueno. Génesis 3:6 nos dice: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.
Satanás bajo el control de Dios, a pesar de los ataques continuos
A pesar del éxito que tuvo Satanás al conseguir que Adán y Eva desobedecieran a Dios, para romper el pacto con Dios, y para hundir a toda la raza humana en el pecado, Satanás permaneció bajo el control de Dios por toda la era del Antiguo Testamento. Ello es evidente por la relación de Satanás con Saúl en 1 de Samuel 16:14–23 y en los tratos de Satanás con Dios y Job en Job 1. Satanás no podía actuar más allá de los límites establecidos por Dios en su soberano poder como el Creador. Sin la voluntad permisiva de Dios, “no tiene mucho movimiento” (cf. Catecismo de Heidelberg, Q. 28). A eso se refería Martín Lutero cuando dijo: “Aún el diablo le pertenece a Dios”.
Sin embargo, Satanás ha herido frecuentemente el talón de la semilla de la mujer desde el Edén. Las naciones caminaron en su oscuridad, en la ceguera de su falta de fe, y acogiendo el pecado. Pero Dios en su soberanía, escogió gente para sí en medio del reinado de oscuridad de Satanás. Aún con su pueblo escogido de Israel, empero, la oscuridad solía prevalecer. Pero Dios todavía conservó a sus 7,000 que se rehusaron a doblar la rodilla ante Baal (1 Reyes 19:18). Y les prometió a estos restantes que caminaron por la fe y retaron el dominio del pecado, que pronto enviaría al Salvador del pecado y la muerte.
La influencia de Satanás es evidente en el conflicto entre Caín y Abel, Ismael e Isaac, Esaú y Jacob, Egipto e Israel. La meta de Satanás siempre es la misma: eliminar la semilla escogida. La prueba es la orden de Faraón de destruir a todos los bebés varones de Israel. Prueba es el ataque de Egipto a los israelitas en el Mar Rojo. La prueba es el complot de Amán contra Ester y su pueblo.
Satanás está al acecho en cada esquina a través de todo el Antiguo Testamento, tratando de derrocar los propósitos a largo plazo de Dios. Satanás incitó a David a censar al pueblo (1 Crónicas 21:1). Satanás acusó de pecador al sumo sacerdote Josué (Zacarías 3:1). Satanás trató de empobrecer al pueblo escogido de Dios a través de prácticas paganas asociadas con rituales de orgías (1 Reyes 18:28), brujería (2 Reyes 9:22), ocultismo (2 Reyes 21:6–7), y adivinación (Miqueas 5:12). Pero las campañas malignas de Satanás, sin importar cuán bien planeadas estén, continúan fallando, pues Dios las utiliza para alcanzar sus propósitos, en vez de frustrarlos. Satanás cuestionó la piedad de Job diciendo que estaba basada en su conveniencia, pero al final, Dios perfeccionó a su siervo Job a través de severos juicios y lo llevó a ser como el oro. Satanás planeó hacer que Balaam maldijera a Israel, pero el Espíritu de Dios vino sobre Balaam para que en vez de ello profetizara la agraciada voluntad de Dios para Israel. Satanás está tan limitado por las órdenes de Dios, dijo Calvino, “que está obligado a prestarle su servicio” (Institución de la Religión Cristiana, 1.14.17).
Qué consuelo es saber que los estratagemas malignos de nuestro mayor enemigo están completamente bajo el control de nuestro mejor Amigo, de modo que “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Por esta razón Calvino pudo concluir que: “Aun el diablo puede, a veces, actuar como un doctor para nosotros”.
Capítulo 3
Satanás en el Nuevo Testamento
La doctrina de Satanás se desarrolló más durante los siglos entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La literatura inter-testamentaria se refiere a Satanás como Belial, Mastema, y Sammael. Satanás es descrito como jefe de un ejército de demonios que pelean contra Dios y sus ángeles. Satanás tienta a los creyentes, los ataca y guía a los demonios y a la gente que no se regenera contra Dios (Jubileos 11:15; 17:16; 1 Enoc 40:7).
La literatura intertestamentaria atribuye la maldad en los tiempos del Antiguo Testamento directamente a Satanás, con más frecuencia que el Antiguo Testamento lo hace (Libro de la Sabiduría 2:24). El Antiguo Testamento generalmente no menciona a Satanás directamente, pero en los escritos inter-testamentarios, Satanás es descrito explícitamente como “un ángel caído” (1 Enoc 29:4), quien está a cargo de los “ángeles caídos” de los que se habla en Génesis 6:1–4 (Jubileos 10:5–8; 19:28).
Los nombres de Satanás
El Nuevo Testamento se refiere frecuentemente a Satanás como “el diablo” (diabolos). Ese término, que significa difamador o calumniador, se utiliza 60 veces en el Nuevo Testamento, 40 de ellas en los Evangelios. Satanás es calumniador por excelencia. Difama a Dios con el hombre, como lo hizo con Eva; difama, a veces, al hombre con Dios, como lo hizo en el caso de Job; y difama al hombre con el hombre.
El término Satán aparece 34 veces en el Nuevo Testamento. La mitad de esos términos se encuentran en los Evangelios y en Hechos, y la otra mitad en las Epístolas y en Apocalipsis Solo en seis ocasiones se refieren a “el Satán”. Otros nombres del Nuevo Testamento para Satanás incluyen el Acusador (Apocalipsis 12:10), el Adversario (1 Pedro 5:8), Apolión (Apocalipsis 9:11), Belcebú (Mateo 12:24), Belial (2 Corintios 6:15), el dragón (Apocalipsis 12:7), dios de este mundo (2 Corintios 4:4), príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2), príncipe de este mundo (Juan 12:31), la serpiente (Apocalipsis 20:2), el tentador (Mateo 4:3), y el león rugiente (1 Pedro. 5:8).
¡Qué reveladores son estos nombres sobre la diversidad y poderío de Satanás! Un puritano, Edward Reynolds, lo dijo en esta forma: “Satanás tiene tres títulos en las Escrituras, estableciendo su malignidad contra la iglesia de Dios: un dragón, para resaltar su malicia; una serpiente, para resaltar su sutileza; y un león, para destacar su fuerza”.
La personalidad de Satanás, su ejército y sus súbditos
Estos nombres nos enseñan que Satanás no es una fuerza maligna impersonal. Posee todos los rasgos de personalidad, como intelecto (2 Corintios 11:3), emociones (Apocalipsis 12:17), y voluntad (2 Timoteo 2:26). También se utilizan pronombres personales al referirse a él (Mateo 4:1–12). Al ser una persona, es moralmente responsable ante el Señor (Mateo 25:41). Es por eso que el Nuevo Testamento lo describe como orgulloso, rebelde, sin ley y difamador, por lo que es llamado mentiroso, engañador, tergiversador e imitador.
El Nuevo Testamento revela a Satanás como el gobernante de una hueste de ángeles caídos (Mateo 25:41), y como la cabeza de un ejército bien organizado de agentes espirituales. Términos como principados, potestades y gobernadores de las tinieblas de este mundo indican rangos en el ejército de Satanás (Efesios 6:12). Por medio de estos rangos de demonios, Satanás, como un general competente, reúne su información y lleva a cabo su programación a través de todo su reinado de oscuridad mundial.Satanás y sus demonios llevan a cabo su actividad diabólica, malvada, entre la gente del mundo que no reconoce a Cristo como Señor (Marcos 4:15; Juan 8:44; Colosenses 1:13). Con tentaciones que van desde el ascetismo hasta el libertinaje y de la teología intelectual a un craso ocultismo, ciega sus mentes, busca evitar que crean únicamente en Cristo para su salvación, y lucha por mantener su lealtad hacia él (2 Corintios 4:4; Lucas 8:12). Por ello estos seguidores humanos son llamados “los hijos del malo” (Mateo 13:38), sus “ministros” (2 Corintios 11:15), y “los hijos del diablo” (1 Juan 3:10).
Posesiones demoníacas
En algunos casos, Satanás y sus demonios se introducen en sus seguidores y los controlan tanto que se involucran en una “posesión demoníaca”. Lucas 8:30 describe a un hombre poseído por legión porque “muchos demonios habían entrado en él”. Particularmente, previo a la muerte y resurrección de Cristo, a Satanás y sus demonios les fue permitido ejercer espantosos, poderosos y evidentes ataques sobre los cuerpos y mentes de algunas personas. Dios permitió ese poder en parte para que la gente pueda reconocer profundamente su necesidad de un Salvador, y que el poder de Cristo para salvarlos fuera mostrado prominentemente. Las posesiones demoníacas pueden producir ceguera (Mateo 12:22), parálisis (Hechos 8:7), convulsiones (Lucas 9:39), paroxismos (Marcos 9:17, 20, 26), autodestrucción (Marcos 9:22), fuerza sobrehumana (Marcos 5:4), disociaciones de personalidad (Marcos 5:6–10), conocimiento especial para identificar a Jesús (Marcos 5:7), o falta de salud y comportamiento extraño (Lucas 8:27; Mateo 17:15). Todo ello muestra que no hay aflicciones, mentales o físicas, que Satanás y sus demonios no quieran traer a la gente. El factor común en todo lo anterior es la destrucción, porque Satanás es el destructor. Los autores de los Evangelios tienen cuidado en diferenciar la actividad demoníaca de varias enfermedades físicas (Mateo 4:24; Lucas 4:40–41).
Satanás se opone amargamente a Dios y busca alienar a todos de Él; por lo mismo, Satanás también entabla una guerra intensa contra los seguidores de Cristo (Lucas 8:33; 1 Corintios 7:5). Dado que cada creyente está investido por el Espíritu Santo y pertenece a Jesús, ningún creyente puede ser endemoniado (1 Corintios 6:19). Juan afirma lo anterior al decir que Jesús que mora en nosotros, es mayor que Satanás, que está en el mundo (1 Juan 4:4). Sin embargo, Satanás influenció tanto el pensamiento de Pedro que Jesús tuvo que decirle firmemente a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás!” (Mateo 16:23). En Lucas 22:31 leemos que Satanás quería zarandear como a trigo a todos los discípulos para probarlos. Apocalipsis 12:10 dice que Satanás busca acusar a los creyentes ante Dios.
Satanás contra Cristo
El conflicto entre el diablo y la Semilla de la mujer fue el escenario central en la encarnación de la palabra. La venida de Jesucristo en el cumplimiento de los tiempos fue el más grande movimiento de Dios contra Satanás en la guerra espiritual. Jesús habló más sobre Satanás y los demonios que cualquier otro en la Biblia. Satanás y sus demonios liberaron su más grande furia contra Jesús, cuya humanidad libre de pecado motivó a Satanás a tentarlo de formas especiales. En el desierto de Judea, Cristo pasó del agua del bautismo al fuego de la tentación. Durante 40 días, Satanás atacó a Jesús con los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Tratando de tomar bajo su control la humanidad sagrada de Cristo (Mateo 4:1–11). Satanás tentó a Jesús hacia la independencia (4:3–4), la indulgencia (4:5–7), y la idolatría (4:8–10). Tentó a Jesús para que se alejara de la voluntad de su Padre, de la palabra de Dios y de la cruz. Su objetivo fundamental era hacer que la sustitución de Cristo no fuese necesaria, al ofrecerle la gloria sin la cruz, tal como le prometió a Eva gloria sin la obediencia a Dios.
Jesús se mantuvo firme, rechazando repetidamente a Satanás y sus demonios, haciéndolos huir primero de sí mismo y por consecuencia, de otras personas durante su ministerio público. Se comprometió en un ministerio de proclamación de libertad a los cautivos (Lucas 4:18). En su confrontación con los fariseos sobre la sanidad de un hombre poseído por demonios que estaba ciego y mudo, Jesús clarificó su intención de echar fuera a Satanás de la vida de las personas (Mateo 12:26). Jesús también liberó a una mujer que Satanás había mantenido atada por 18 años (Luc. 13:16).
En Getsemaní, Satanás liberó todos los poderes del infierno. Llevó a Jesús a ponerse de rodillas, arrastrándose como gusano y sudando sangre de tal forma que el Hijo de Dios clamó en agonía: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39) ¡Y qué heridas en el alma experimentó Cristo por las manos del instrumento de Satanás, Judas Iscariote! Con razón dijo a las fuerzas satánicas: “Más esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”(Lucas 22:53).
El ataque satánico continuó en Gabata, donde Cristo fue forzado a usar una capa púrpura y una corona de espinos mientras era azotado, burlado, abofeteado y magullado. Finalmente, en el Gólgota, Satanás liberó todas las fuerzas del mal una vez más. Los toros de Basán cercaban el sufrimiento del Mesías (Salmos 22:12). Cada insulto se amontonó sobre Jesús; los brutales soldados, los crueles espectadores, y los egoístas sacerdotes y ancianos con la vestidura sagrada de su oficio involucrados en la burla satánica mientras Cristo colgaba de la cruz bajo el fuego de la ira de su Padre, rechazado por el cielo y la tierra, y atacado por poderes infernales. Su insondable grito de agonía resonó a través del oscuro reino de la naturaleza: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).
En una ocasión, Lutero pasó una mañana completa tratando de comprender esta agonía, únicamente para levantarse de sus rodillas, confesando: “Dios desamparado de Dios; ¿quién puede comprenderlo?”. Y de hecho, esa verdad es incomprensible. Pero esto es lo que sabemos: Satanás fue derrotado en la cruz, de una vez y para siempre. En Hebreos 2:14 dice: “Él [es decir, Cristo] participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Jesús habló de la cruz como una especie de exorcismo cósmico en Juan 12:31–32: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. La victoria le pertenece a Cristo debido a su perfecta obediencia a lo largo de las más severas pruebas instigadas por Satanás.
A través de su vida, muerte, resurrección y ascensión, Cristo rompió el poder del opresor con una sola mano. Satanás perdió su sofocante gobierno sobre las naciones. El balance del poder fue regresado. En la era del Antiguo Testamento, había relámpagos de luz en la oscuridad. Pero ahora, en y por medio de Cristo, la luz amaneció. La luz permanente y la gloria de Cristo ahora sobrepasan los restos de maldad y oscuridad de Satanás.
Tras la resurrección y ascensión al cielo de Cristo, las posesiones demoníacas disminuyeron grandemente. El libro de Hechos registra algunos incidentes que generalmente se originaron cuando el Evangelio era llevado por primera vez a un lugar. Tanto Pedro como Felipe echaron fuera demonios en al menos una ocasión (Hechos 5:16; 8:7). Pablo liberó a una joven mujer de un demonio adivinador de la fortuna y echó fuera demonios en Éfeso (16:16–18; 19:11–12). Pero las epístolas del Nuevo Testamento “aunque frecuentemente hablan de la oposición satánica contra la iglesia (Romanos 8:38–39; 1 Corintios 2:8, 15:24–26; Efesios 1:20–22, 3:10, 6:12; Colosenses 1:16, 2:15)” mencionan pocas posesiones demoníacas y no dan instrucciones para el exorcismo. La posesión demoníaca no parece haber sido un problema significativo en la iglesia establecida del Nuevo Testamento.
Satanás contra la iglesia del Nuevo Testamento
Como sea, Satanás no admitió fácilmente su derrota. Continuó hiriendo el talón de la iglesia de Cristo en otras maneras. La iglesia del Nuevo Testamento encontró la victoria en Cristo solo a través del mismo sufrimiento y las mismas heridas que experimentó el Salvador. Los Hechos nos narran la forma en que Satanás llevó problemas a la iglesia al persuadir a Ananías y Safira para romper la paz de la iglesia con una mentira (Hechos 5:3). Satanás tentó a los miembros de la iglesia en Corinto para que dejaran de controlarse en asuntos sexuales (1 Corintios 7:5). Satanás tentó a Pablo, infligió en él “un aguijón en mi carne” (2 Corintios 12:7) y evitó que Pablo viajara a Tesalónica (1 Tesalonicenses 2:18). Satanás persiguió a los creyentes en Esmirna (Apocalipsis 2:9–10) y engaña a las naciones de la tierra (Apocalipsis 20:7–8), disfrazándose de un ángel de luz para conseguir sus propósitos (2 Corintios 11:14). Sus demonios fungen como agentes de la apostasía (1 Timoteo 4:1–3), y son promotores del inicuo y del espíritu del anticristo (2 Tesalonicenses 2:9; Apocalipsis 2:18–29; 9:1–11).
A lo largo de toda la oposición de Satanás, la iglesia ha seguido avanzando. A pesar de contratiempos temporales, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, porque Jesús es más poderoso que Satanás.
Capítulo 4
Satanás en la Historia de la Iglesia
La batalla de la iglesia contra Satanás no terminó con el libro de Apocalipsis Satanás ha seguido trabajando dentro de la iglesia y fuera de ella. Sembró las semillas de corrupción, herejía, contienda y cisma en la iglesia visible. Y al paso de los siglos ha instigado olas de persecución contra la iglesia.
Satanás presidió el aumento de los prelados, en tanto el clero buscaba aumentar sus poderes y dominio con los cargos de obispos, arzobispos, patriarcas y papas. Satanás fomentó el incremento de la superstición sobre los sacramentos, incluyendo la regeneración bautismal, la transubstanciación, y la sustitución de la masa en la Cena del Señor. Alentó la introducción de prácticas paganas en la adoración cristiana, como el uso de vestimentas de los sacerdotes romanos paganos, o la adoración de imágenes, crucifijos, estatuas y reliquias de los santos. Satanás inspiró a muchos a aceptar una falsa instrucción sobre la Trinidad, la naturaleza y persona de Cristo o el canon de la Sagrada Escritura, sin mencionar las falsas ideas sobre la vida por venir, como el “purgatorio” y el “limbo”. La corrupción de la iglesia visible y el levantamiento de la falsa iglesia fueron, en gran medida, obra de Satanás.
Mientras las una vez florecientes iglesias del Medio Oriente y África del Norte se volvieron cada vez más débiles y corruptas, Satanás lanzó un contraataque, inspirando las visiones y adivinaciones de un falso profeta, llamado Mahoma, instando a las tribus árabes a seguirlo como un ejército en campaña para sembrar por la fuerza la religión del Islam en todo el mapa del viejo mundo. La iglesia cristiana fue derrumbada en muchos lugares. Hoy en día, tras un largo periodo de sueño, el islamismo, sobre todo en sus elementos radicales, ha sido levantado otra vez por Satanás para propagar la oscuridad en nuevas tierras y para fomentar un nuevo reino de terror en todo el mundo.
Satanás, trabajando a través de las autoridades civiles, ha lanzado olas de persecución contra la iglesia desde tiempos antiguos, a lo largo de la Reforma, el Gran Despertar, los tiempos de avivamiento, y durante el siglo XX, en el que más cristianos murieron por su fe que en todos los siglos anteriores juntos. La marca de Satanás estuvo presente el levantamiento del “nacional socialismo” de Hitler en Alemania, que se enfocó en destruir a judíos y cristianos, y en el largo reinado de terror contra los cristianos de Rusia, Europa Oriental y China a través de un marxismo ateo o del “socialismo internacional”. Con todo, los tiempos de persecución severa han resultado ser frecuentemente los tiempos de mayor bendición para la iglesia. Tertuliano comparó correctamente a la iglesia con un campo de siega: “Entre más frecuente sea cortado, más crece”. La historia de la iglesia confirma que la sangre de los mártires ha sido la semilla de la iglesia.
Conceptos acerca de Satanás
La forma en que Satanás se ha visto ha variado con los siglos. La Iglesia Antigua y la Medieval desarrollaron con frecuencia conceptos excesivos y un tanto caprichosos de Satanás, y alentaron crecientemente el oficio de exorcistas. Orígenes, el primer teólogo sistemático de la iglesia, dijo que Lucifer (Isaías 14:12–15) fue el Satán que se rebeló y cayó del cielo debido a su orgullo, pero que aún así Dios le ofreció su misericordia. Agustín estaba de acuerdo con que Satanás era Lucifer, pero rechazó la idea caprichosa de Orígenes al respecto de que Satanás pudiera reconciliarse con Dios. Agustín creía que los demonios incitan a la gente a cometer crímenes y maldades, poseen considerables conocimientos y son capaces de atacar a la gente. Tomás de Aquino creía que Satanás fue una vez el más grande ángel quien por su orgullo, cayó inmediatamente después de la creación, seduciendo a quienes lo siguieron para convertirse en sus súbditos.
Martín Lutero atribuía mucho a los demonios, aunque rechazaba los excesos de la iglesia medieval. Particularmente habló en contra del oficio de exorcista, que fue establecido a principios de la historia del cristianismo y llegó a su clímax a finales de la Edad Media. Lutero dijo que, contrario a Cristo y los apóstoles, “no podemos repeler los espíritus malignos de nosotros, y no debemos siquiera intentarlo” (Leahy, Satan Cast Out [Satanás Echado Fuera; Editorial Perigrino], p. 113). Lutero creía, sin embargo, que los demonios infestan “los bosques, el agua, los pantanos y los sitios desiertos” y que continuamente “conspiran contra nuestra vida y nuestra guerra” (Table Talk [Conversaciones Durante la Comida], p. 172). Empero, cuando se cree y se ora sobre ella, la palabra es suficiente para contener a Satanás. “El diablo odia la palabra de Dios más que cualquier otra cosa”, escribió Lutero (Luther’s Works [Obras de Lutero], comentario sobre Salmos 94:6). En su himno, ‘Castillo Fuerte es Nuestro Dios’ escribe:
Aunque estén demonios mil, prontos a devorarnos,
No temeremos porque Dios sabrá cómo ampararnos.
Aun muestre su vigor Satán y su furor,
Dañarnos no podrá,
Pues condenado es ya por la Palabra Santa.”
(Himnario Bautista de la Gracia, PFG, pg. 70).
Juan Calvino refutó a los que “hablan de los diablos como nada más que emociones malvadas” al señalar textos que prueban la existencia de Satanás y sus demonios. Afirmó que las enseñanzas de la Escritura sobre Satanás y sus demonios deberían alertarnos “para tomar precauciones contra sus estratagemas” (Institución de la Religión Cristiana, 1.14.13–19), especialmente al ataviarnos con fe, oración y todas las demás piezas de la armadura de Dios que Pablo expone en Efesios 6:10–18. Sin embargo, como Lutero, Calvino habló en contra de los excesos católicos romanos concernientes a la actividad demoníaca; evitó las supersticiones del momento e incluso visualizó la posesión demoníaca como una realidad actual.
Los Puritanos enfatizaron particularmente la forma en que Satanás imita la obra del Espíritu Santo. Reflexionando sobre el Gran Despertar de la década de 1740, Jonathan Edwards escribió: “… para Satanás es fácil reproducirlas. Si puede sugerirles a los hombres pensamientos, también les puede sugerir imágenes. Sabemos del Antiguo Testamento que los profetas falsos recibían sueños y visiones de espíritus falsos; véase Deuteronomio 13:1–3, 1 Reyes 22:21–23, Isaías 28:7, Ezequiel 13:1–9, Zacarías 13:2–4. Si Satanás puede imprimir en la mente estas ideas imaginarias, no pueden servir entonces de evidencia de que Dios es quien está obrando.” (Afectos Religiosos, pg. 51).
La actividad demoníaca no es coherente con la percepción moderna del mundo y por ello ha sido marginada o, en muchos casos, negada. Siguiendo el naturalismo de los siglos XIX y XX, los cristianos liberales y neo-ortodoxos rechazaron la existencia literal de Satanás como una superstición primitiva. Uno de esos escépticos, Rudolf Bultmann, escribió: “Es imposible utilizar luz eléctrica y preciarnos de los modernos descubrimientos médicos y quirúrgicos, y creer al mismo tiempo en el mundo de demonios y espíritus del Nuevo Testamento”. Hoy en día, la ciencia y la tecnología enfatizan la ideología dominante de que solamente existe el “mundo natural”. David Powlison cuestiona: “¿Puede un ser moderno creer que Dios controla los rayos y truenos si un meteorólogo puede utilizar fotografías de satélite y modelado por computadora para predecir una tormenta una semana antes de que suceda?” (Power Encounters [Encuentros de Poder], p. 23).
Incluso quienes se congregan han exorcizado al diablo de su vocabulario cotidiano. De acuerdo con un reciente estudio, 76% de los Anglicanos niegan la realidad de Satanás. Muchos teólogos y psicólogos han reinterpretado los incidentes bíblicos de posesión demoníaca para adecuarlos a sus propias teorías teológicas y psicológicas. Irónicamente, esta negación del diablo bíblico por parte de hombres de la iglesia y teólogos ha sido acompañada de la explosión de un nuevo interés en la brujería, astrología, paganismo y satanismo. Hoy en día, los aquelarres, las bandas burlonas de paganos, y congregaciones de “la Iglesia de Satanás” florecen en ciudades de Europa y América del Norte. Algunos autores sugieren que hay 500 grupos satánicos identificables solamente en Estados Unidos y cerca de 10,000 miembros en todo el mundo. Es difícil establecer estos números dado que muchos de estos grupos carecen de sedes oficiales y organizaciones, y no publican sus estadísticas. Sin embargo, sabemos que el satanismo se practica abiertamente como una religión legal en Estados Unidos.
El satanismo moderno fue introducido en Norte América por Aleister Crowley (b. 1875), quien fue criado en un buen hogar en Inglaterra, y donde fue introducido a las técnicas e ideas del ocultismo por un afamado ocultista, Eliphas Levi. Las enseñanzas de Crowley sobre que Satanás es más poderoso que Dios, en combinación con sus extraños rituales religiosos y sexuales, frecuentemente realizados bajo la influencia de drogas, influyeron en otro inglés, Gerald Gardner. Los libros de Gardner, quien se autoproclamó como brujo, ayudaron a establecer rituales de brujería moderna con base en la diosa Madre. Gardner, y posteriormente Anton LaVey (b. 1930), quien fundó la Iglesia de Satanás en 1966, popularizaron la imagen de Baphomet, el honrado dios, como símbolo de la brujería y el satanismo. “Dios está muerto y Satanás vive” se ha convertido en la contraseña de rituales en muchas grutas o “congregaciones” locales de LaVey. Desde la década de 1970, numerosos grupos se han separado de la iglesia de LaVey y han formado otros grupos satánicos.
Situados entre aquellos que niegan a Satanás y quienes lo adoran, tanto los pentecostales como los carismáticos han enfatizado crecientemente la realidad de Satanás y la importancia de la guerra espiritual. Frecuentemente caen en el error de promover un interés irracional en los demonios. Encuentran un demonio detrás de cada problema que enfrentan; la responsabilidad personal cede el paso a la influencia demoníaca y los actos de la carne se convierten en demonios a los que hay que exorcizar. Todo lo anterior promueve una creciente espiritualidad popular oculta. Los remedies supersticiosos, como los mapas espirituales y los rituales de exorcismo, se han vuelto más populares que la respuesta de las Escrituras a la confesión del pecado, el arrepentimiento y la nueva obediencia a Cristo.
En los últimos años, muchas personas han tomado más conciencia de Satanás y sus diablos. Las librerías cristianas y seculares están atestadas de libros sobre ángeles y demonios. Escritores populares, como M. Scott Peck, están convirtiéndose abiertamente en creyentes de la realidad de Satanás. Hoy es el momento oportuno para que los evangélicos centrados en la Palabra promuevan una visión balanceada de Satanás y los demonios que evite tanto la negación como la obsesión.
Capítulo 5
Satanás en la Actualidad
Desde la muerte y resurrección de Cristo, Satanás ha sido atado. La sentencia de Dios sobre Satanás en Génesis 3:15 ha sido ejecutada. Apocalipsis 20 dice que Satanás ya no puede engañar a las naciones. Eso significa que no puede evitar la difusión del Evangelio entre las naciones. Satanás ha sido encadenado por la muerte y resurrección de Jesucristo. El gran obstáculo para evangelizar las naciones, es decir, el yugo de engaño de Satanás sobre las naciones, ha sido removido.
Pero esto no significa que Satanás haya dejado de trabajar en el mundo actual. Dios continúa permitiéndole trabajar en el mundo, por ahora. Los demonios aún siguen las órdenes de Satanás, tal como lo hacen las personas no salvas que están bajo el servicio de Satanás, e incluso de vez en cuando, la gente de Dios, cuando son capturados por la criba de Satanás. Bajo el decreto permisivo de Dios, Satanás gobierna a los no creyentes a través del presente sistema mundial del mal (2 Corintios 4:3–4; Efesios 2:2; Colosenses 1:13).
Posesiones demoníacas hoy en día
Continúan reportándose casos ocasionales de posesión demoníaca por muchos misioneros, especialmente por aquellos que introducen el Evangelio en territorio pagano. Y en tanto la gente busque cada vez más las ideas paganas y sea arrastrada por el ocultismo, no debemos sorprendernos de escuchar casos así en el futuro.
Frederick Leahy concluyó que las posesiones demoníacas de estos tiempos pueden ser voluntarias o involuntarias, permanentes o espasmódicas. Generalmente, la personalidad del individuo es suprimida o surge una doble personalidad. En cualquier caso, el demonio utiliza a la víctima como su instrumento en formas que diferencian la posesión demoníaca de la locura. La liberación, cuando llega, frecuentemente es repentina, y el sanado al parecer no tiene memoria de lo que dijo o hizo (Satanás Echado Fuera, pp. 80, 90, 91).
Hay una vasta diferencia en la forma en que Jesús y los apóstoles echaron fuera los demonios, y el exorcismo de estos tiempos que se basa en prácticas paganas. Leahy escribe: “Los exorcismos paganos son un mero truco por el que Satanás lleva cada vez más gente bajo su poder. El demonio más fuerte del hechicero expulsará con certeza al demonio de una persona poseída. Pero esa persona no ha sido sanada. No ha sido liberado del poder del enemigo. El demonio expulsado puede regresar, y probablemente lo haga” (p. 103).
Tanto los ministros como los creyentes comunes no deberían tratar de ser exorcistas. Hay graves peligros implicados con meterse en el exorcismo. Uno de ellos es el potencial de llevar a una persona a alejarse de la realidad y entrar en psicosis. Dan VanderLugt escribió: “Como gente caída, cada uno de nosotros tiene un miedo profundo, y en gran medida inconsciente, de ver nuestros pecados como son realmente. Incluso los cristianos maduros de muchos años reconocen que aún no han empezado a entender las profundidades oscuras de su depravación personal. Por ello es muy peligroso sugerirle a una persona que sus malas acciones y pensamientos pueden deberse a una influencia demoníaca. Tal sugerencia [puede] causar que una persona alterada se obsesione con lo demoníaco”. VanderLugt continúa diciendo que la víctima de la obsesión demoníaca podría entonces “mostrar síntomas de falsa posesión, en la que de forma inconsciente imita los síntomas de una posesión real, incluyendo los cambios de voz y alteraciones aparentes de la personalidad” (What is Satan Doing? Satan is Possessing [¿Qué Está Haciendo Satanás? Satanás Está Poseyendo], www.gospelcom.net/rbc/ds/q1001/point5.html).
Leahy concluye que “antes de que pueda haber un desposeimiento permanente de un demonio, debe haber una reposesión espiritual de la víctima” (p. 104). Prosigue mostrando la forma en que es posible esta reposesión a través del trabajo de salvación de un ministro de la Palabra lleno del Espíritu (Lucas 10:1 y vv. siguientes). La predicación de la Palabra de Cristo en la llenura de Su Espíritu, es más poderosa que todo el poder de Satanás (Lucas 4:36). Es el “poder [dunamis, vocablo del que se deriva ‘dinamita’] de Dios para salvación” (Romanos 1:16). Jesús enfrentó a Satanás con la Palabra de Dios; y nosotros también debemos hacerlo.
Satanás y los cristianos de hoy
Satanás y sus demonios también están en conflicto constante con el pueblo de Dios, tentándolo y buscando corromperlo y destruirlo en su vida, su fe y su testimonio (1 Corintios 5:5; 1 Juan 5:16).
Los verdaderos cristianos nunca han negado la existencia de Satanás. Cuando Dios es real para un creyente, Satanás también lo es. El conflicto entre la semilla de la mujer y la de la serpiente profetizada en el proto-evangelio de Génesis 3:15 (primer evangelio) continúa en el alma de cada creyente verdadero. Cada cristiano conoce esa lucha. ¡Oh, qué batallas se luchan entre el viejo y el nuevo hombre, la carne y el espíritu, la naturaleza y la gracia! Como Rebeca, cuyos gemelos pelearon dentro de su vientre, el pueblo de Dios frecuentemente siente dos semillas en su interior, luchando por salir adelante, hasta que claman desesperados: “¿Para qué vivo yo?” (Génesis 25:22). ¡Oh, qué luchas inexpresables tenemos con el enemigo de tres cabezas: Satanás, el mundo y la carne! Cómo nos atormentan las dudas, cuestionamientos, acertijos sin respuesta, promesas incumplidas y las heridas satánicas. No hay duda de por qué nuestras almas son frecuentemente un misterio para nosotros.
Antes de conocer a Cristo, no conocíamos tales luchas. Fue hasta que nos convertimos en creyentes que logramos entender esta batalla santa. El pueblo de Dios está íntimamente familiarizado con los intentos diarios de Satanás para herirlos. Como hijo de Dios, usted es herido especialmente cuando:
• Satanás coloca pensamientos blasfemos en su mente, y después susurra que no puede ser hijo de Dios si tiene tales pensamientos.
• Satanás lo lleva a cuestionar la verdad de las promesas de Dios y la misericordia del Dios que nunca lo ha tratado mal a usted.
• Satanás busca persuadirlo de que usted no tiene parte en la salvación, dado que usted apenas ha comenzado con el Señor, pero que Dios no ha comenzado con usted.
• Satanás discute con usted argumentando que ningún hijo de Dios sería como usted: tan débil en la fe, tan corrupto, tan duro y falto de oración, tan estúpido y vano.
• Satanás se presenta como su acusador, llevándolo a la desesperación, o en la forma de un ángel de luz, guiándolo a la presunción.
• Satanás le presenta el lado agradable del mundo, tratando de hacerlo regresar a las costumbres, amistades y vanidades mundanas.
• Satanás lo presiona para que sea indulgente con los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida.
Los guerreros heridos frecuentemente temen que están perdiendo la batalla contra Satanás. Se lanzan a la lucha por sí mismos, solo para descubrir que se deslizan en la pendiente del pecado hacia la destrucción. En ocasiones, la pobreza y debilidad espiritual amenazan con sobrepasarlos. El tentador los sigue de cerca, hiriendo sus talones. Como David, un guerrero herido clama con quejidos y alegatos: “Seré muerto algún día por la mano de Saúl” (1 Samuel 27:1). La mano de Dios parece estar oculta y el borde del infierno, visible. Las voces interiores instan a los creyentes agotados a abandonar su búsqueda de Dios y su gracia. Otras voces simplemente los condenan. Satanás es un mentiroso, pero gran parte de lo que les susurra a un creyente sobre la condenación es tristemente cierto. La conciencia condena. La ley ordena y maldice. La justicia divina no se satisface.
Los creyentes heridos no pueden caminar con talones lastimados. Solo caen cuando no reconocen que no pueden ayudarse a sí mismos. Deben morir para ayudarse. Deben firmar su propia sentencia de muerte, admitiendo que Dios es recto y justo para echarlos fuera para siempre. Y aquí es donde temen que Satanás no solamente ha ganado las escaramuzas, sino también la guerra.
Con todo, la sorprendente maravilla del Evangelio es que, a pesar de la auto-condenación de un creyente, Dios obtiene la victoria a través de la semilla de la mujer: el Cristo victorioso. Tal como está escrito en Génesis 3:15: “Esta [es decir, la simiente: Cristo] te herirá en la cabeza [a la serpiente]”.
Las heridas de Satanás en los talones son una gran carga para los creyentes, pero no son fatales, puesto que Dios invalida todos los esfuerzos de Satanás para el bien de su pueblo. La victoria en Cristo viene a través de la rendición del yo. Cristo reúne a aquellos que Satanás acosa. Él cobija en sus brazos a los creyentes y les dice: “Queridas ovejas, Satanás podrá lastimar sus talones, pero yo he herido la cabeza de Satanás por ustedes a través de mi muerte y resurrección, y por medio del juicio”.
Primero, Cristo hirió la cabeza de Satanás con su muerte expiatoria. Mientras Satanás en el Calvario hería el calcañar de Cristo (su “parte más baja”, lo que simboliza su naturaleza humana), Cristo hería la cabeza de Satanás (Génesis 3:15). La misma herida que Satanás prodigó en el Calvario lo hería fatalmente, pues en el Calvario Cristo pagó completamente por todos los pecados de sus elegidos. Como dice en Hebreos 2:14, “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Colosenses 2:13–15).
Al hablar sobre Génesis 3:15, John Phillips dice: “En su sentencia de perdición, Satanás descubrió que había sido demasiado inteligente, después de todo. Buscando vengarse de Dios por echarlo fuera del cielo, el malvado había abierto el camino para que Dios resolviera el misterio de la iniquidad de una vez por todas. El planeta en el que Satanás había buscado su venganza se convertiría en el lugar de la batalla final. Y el mismo hombre sería el instrumento de la derrota y perdición del diablo, pues Dios se convertiría en hombre para alcanzar ese glorioso final. La simiente de la mujer pondría un final definitivo tanto al pecado como a Satanás. De pronto, la tierra adquirió un asombroso significado en el universo” (Exploring Genesis [Explorando el Génesis], p. 61).
En segundo lugar, Cristo hirió la cabeza de Satanás con su victoriosa resurrección. Satanás no pudo retener a Cristo el Victorioso en la tumba, pues el Hijo de Dios no sería corrompido. Cristo se levantó de la tumba. Se apareció vivo a los creyentes por 40 días, y posteriormente ascendió triunfante a su Padre, cautivando la cautividad (Salmos 68:18). Cristo está actualmente en el cielo a la diestra del Padre, más allá del alcance de todos los hirientes poderes del infierno. El Cristo exaltado tiene las llaves de la muerte, del infierno y la sepultura en sus manos. La iglesia está salva en Cristo, pues la victoria está segura en Él.
Capítulo 6
Satanás en el Futuro
Se cuenta la historia de un campeón de ajedrez quien quedó fascinado con una pintura de un juego de ajedrez entre dos jugadores en una galería de arte europea. Un jugador fue representado como el diablo, que reía mientras hacía lo que parecía ser el último movimiento; el otro fue un joven que temblaba y se mordía las uñas. El título de la pintura era Checkmate [Jaque Mate]. El mensaje era claro: el diablo estaba a punto de capturar para siempre el alma del joven.
Tras estudiar el tablero de ajedrez por horas, el campeón de ajedrez se percató de que el movimiento que estaba a punto de realizar el diablo aún dejaría una salida para el joven y que este, a su vez, podría hacer un movimiento para poner en jaque mate al diablo. “Ojalá pudieras oírme,” exclamó en voz alta el campeón al joven. “Aunque Satanás te ha engañado, no estás en jaque mate. Aún hay un movimiento por hacer y tú puedes ponerlo en jaque mate. Tu vida puede ser transformada. Tú puedes hacer el último movimiento, y no el diablo.”
En Cristo, los creyentes tendrán el último movimiento contra Satanás. Poco antes de que Cristo regrese en las nubes, Satanás será “desatado” por “un poco de tiempo” para que lance una potente embestida contra la iglesia (Apocalipsis 20:1–10). El creyente probablemente temerá que su archienemigo le hará jaque mate, pero entonces Cristo vendrá victorioso para herir de muerte la cabeza de Satanás en el juicio final. Cristo atrapará a la vieja serpiente Satanás y lo echará eternamente al hoyo sin fondo del infierno, que el mismo Cristo describe como el lago del fuego eterno “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41).
Satanás y sus ángeles caídos le temen a este juicio final. Incluso cuando Jesús estaba en la tierra, los demonios se acobardaban frente a Él, diciendo: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos?” (Marcos 1:24). Lucas 8:31 nos dice que los demonios le rogaban a Jesús que no los enviara a “lo profundo”, o el abismo del infierno. Ellos sabían que el abismo era su último destino. Judas 6 también nos dice que Cristo ha reservado cadenas perpetuas para los espíritus malignos que se rebelaron en el cielo.
J. Marcellus Kik escribió: “¡Qué bienvenida tendrá el diablo por parte de aquellos a quienes ha defraudado! ¡Qué maldiciones, qué ofensas, que abusos, qué injurias, qué reprimendas serán amontonadas sobre su cabeza! Estará rodeado de un lago de maldiciones. Será odiado, menospreciado y rechazado por toda la eternidad” (An Eschatology of Victory [Una Escatología de la Victoria], p. 248).
Qué consuelo es para los creyentes saber que en el Día del Juicio, Satanás y su simiente serán echados fuera para siempre. La herida en la cabeza de Satanás será completa y definitiva. El acusador de los hermanos nunca más volverá a lastimar y acusar a los creyentes. Nunca más atormentará a la simiente de la mujer. ¡Qué consuelo es saber que peleamos con un enemigo herido de muerte!
En el Día del Juicio, la iglesia que actualmente sufre se convertirá en una iglesia triunfante. Los creyentes experimentarán completamente la esencia espiritual del Éxodo 14:13–14, “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”.
En el Día del Juicio, la corrupción heredará la incorrupción (1 Corintios 15:50). Todos los elegidos, desde los novicios hasta aquellos que han avanzado en la gracia, serán llevados a un eterno Elim. La bondad permanecerá dentro y la maldad fuera. Cesarán los conflictos. Satanás y su simiente serán quemados en el abismo de la maldición divina.
Sé valiente, querido hijo de Dios. La simiente de Cristo no perecerá, a pesar de todos los esfuerzos de Satanás. Cristo, su vencedor, no puede fallar. Satanás tiene sus limitaciones. “El Diablo nunca levantará su cabeza más alto que los talones de los santos”, escribió William Gurnall. Aunque son extremadamente poderosos, Satanás y sus huestes de demonios no son omnipotentes, omniscientes u omnipresentes. Satanás simplemente no puede estar en todas partes al mismo tiempo. Es un ángel caído, no un dios caído; es poderoso, pero no todopoderoso.
Cristo es el Todopoderoso que no desamparará la obra de sus propias manos. Su causa es segura. Su Segundo Adviento está cerca. Si usted no conoce a Cristo, esté advertido de que cuando Satanás sea arrojado al eterno lago de fuego, los no creyentes perecerán con él. Si usted va al infierno, perderá para siempre al Dios misericordioso y estará con Satanás quien lo condenará para siempre. En el infierno no encontrará alivio para las heridas de Satanás, no habrá alivio del gusano atormentador que no muere, no habrá descanso de las malignas artimañas del malvado. Como dice Hebreos 2:3: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?”.
Debemos recordar que si Lutero tenía razón al decir que el diablo es el diablo de Dios, entonces el infierno es el infierno de Dios. Jesucristo, no Satanás, tiene las llaves del infierno. Sería de temer caer en las manos del Rey de reyes viviente sin estar preparado para conocerlo. Para escapar del infierno y ser salvos para siempre, debemos pertenecer a la simiente de Cristo.
¿Es usted de la simiente de Satanás o de la de Cristo? No hay otra clase de descendientes. Usted pertenece ya sea a Cristo o a Satanás.
Apresúrese a responder esa pregunta. Aún vive en el día de gracia, el tiempo de salvación. Cristo, la simiente de la mujer, aún se la ofrece; sí, Cristo se ofreció a sí mismo para usted. Ore pidiendo gracia para recibir la gentil invitación de Dios, para inclinarse bajo su palabra en santa rendición a Él, y para crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo.
Permítanme cerrar con dos pequeños consejos para cuando sienta el poder de Satanás en su vida:
1. Correr asediendo al Intercesor, Jesucristo. Él es el Abogado todopoderoso, el Paracleto perfecto, que promete ayudarlo en cada necesidad. Él es su única esperanza y su único baluarte. En Cristo, Satanás está derrotado. Condénese como lo condena Satanás, pero después acérquese con toda su falta de valía a su recto Abogado ante el Padre.
2. Resistir a Satanás con la palabra y las promesas de Dios. No negocie con Satanás ni de lugar a sus tentaciones. Spurgeon escribió: “Entre dos diablos, no elija a ninguno. Aprenda a decir “no”. Le será de más utilidad que ser capaz de leer latín”. Levántese rápidamente. Cíñase con la armadura de Dios. Resista a Satanás por medio de mostrarle a Dios su propia letra en su palabra. Recuerde que Satanás está encadenado y usted le pertenece a Cristo, quien es más poderoso que Satanás.
Sea sobrio, permanezca vigilante y con la esperanza hasta el final. No se confíe ni sea demasiado temeroso, sino que mantenga la guardia contra la simiente de la serpiente. Recuerde que Satanás cayó por el orgullo y su objetivo siempre será replicar su pecado en nosotros al motivarnos a intentar vivir independientes de Dios, como si nosotros mismos fuésemos dioses. Debemos tomarlo en cuenta para no caer. Perseveremos en la fe y la humildad ante Dios. Recordémonos que la vida es corta y las pruebas son fugaces. Pronto volaremos lejos y conoceremos entonces la verdad de Romanos 16:20: “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Con respecto a este versículo, Robert Haldane dijo: “Ha habido dos victorias a obtener sobre Satanás. Por la primera, su cabeza fue herida bajo el pie de Jesucristo; y por la segunda, el resto de su cuerpo será herido bajo los pies de los creyentes”. Permitan que estas grandes verdades les ayuden a perseverar en la lucha contra Satanás por la fuerza de nuestro glorioso Dios Trino.
PARTE DOS
LAS DEBILIDADES DE SATANÁS:
Cómo Pelear Defensiva y Ofensivamente Contra Él
Capítulo 7
Cómo Construir una Defensa Inexpugnable
Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación …
Efesios 6:14–17a
Una vez escuché la historia de un granjero que actuó contra unos ladrones de sandías colocando un letrero en el campo que decía: “Advertencia: Una de estas sandías ha sido envenenada”. Por algunos días pensó que su idea había funcionado: no hubo más robos. Pero un día, descubrió que el letrero había sido alterado y en él se leía: “Advertencia: Dos de estas sandías han sido envenenadas”. El granjero tuvo que destruir toda su cosecha, pues no sabía cuál era la otra sandía envenenada.
El diablo trabaja de forma similar. No importa qué letrero coloque usted, él lo cambiará y vendrá con algo mejor. Es un diestro manipulador y engañador. ¿Cómo podemos acaso pelear exitosamente contra él?
El teólogo escocés del siglo XVIII, Ralph Erskine, dijo que la única opción que tenemos para responder a Satanás es “huir o pelear”. Bajo esta luz, el soldado cristiano utiliza tres grandes estrategias para luchar contra Satanás. La primera la llamaremos retirada estratégica, o corriendo a buscar protección en Cristo. Como soldados cristianos, nos reclinamos en la poderosa fuerza de Cristo, pues solo en Cristo tenemos cobijo de Satanás.
Habiendo aprendido dónde encontrar refugio en el día malo, podemos usar la segunda estrategia de nuestro entrenamiento militar, una defensa inexpugnable. Gran parte del famoso pasaje de Pablo sobre la armadura espiritual en Efesios 6:10–18 describe esta estrategia contra Satanás. Nos levantamos, peleamos, conquistamos y expulsamos a Satanás en la fuerza de la armadura de Dios.
La tercera estrategia es una ofensiva de ataque. En Efesios 6:14–18, Pablo describe las cinco piezas de la armadura que utilizamos defensivamente contra Satanás, y después tres formas de pelear a la ofensiva contra él.
“Vestíos de toda la armadura de Dios” (Efesios 6:11), nos dice Pablo. Un equipamiento parcial no será suficiente; y se nos indica dos veces que nos pongamos “toda la armadura” (versículos 11a y 13a). Nos vestimos de Dios al ponernos su armadura. El mismo Cristo usó e hizo la armadura, y el Espíritu Santo la ajusta a nuestra medida y la hace nuestra. Debemos pelear hasta el final y defender el campo contra Satanás. Entonces debemos proceder a la ofensiva, atacándolo. Revisemos cada una de las ocho piezas de armadura que Pablo nos aconseja usar, recogiendo las lecciones prácticas para luchar contra Satanás hoy en día.
El cinturón de la verdad
“Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”, dice Pablo en Efesios 6:14. En los tiempos bíblicos, el cinturón o faja, en la armadura física, se ajustaba o abrochado en la cintura alrededor de la corta túnica que vestía el soldado. El cinturón era el soporte del “lomo” o los músculos de la espalda baja y fungía como la base del resto de la armadura. Tanto la coraza como la espada se ataban al cinturón. Por ello, “ceñirse los lomos” simbolizaba estar prestos para la batalla.
Ceñirse los lomos con la verdad representa al cristiano atándose la fe cristiana revelada en la Biblia. La Biblia es nuestro estándar objetivo de verdad y nuestra autoridad final para la doctrina y la vida. La Biblia habla de los lomos del entendimiento en vez de los lomos del corazón (1 Pedro 1:13) porque, antes de que la verdad llegue al corazón, debe pasar por la mente. De modo que para evitar a Satanás, primero debe llenar su mente con la verdad.
Sin embargo, la verdad mental no es suficiente. También debemos poseer el conocimiento de la verdad en el corazón, nuestro ser íntimo. Si hemos de pelear exitosamente contra el diablo, no solamente debemos dominar la verdad, sino que la verdad nos debe dominar.
Después de Dios, puede ser que Satanás sea la mente más poderosa del universo. La sabiduría y la razón humanas no son suficientes para enfrentar a Satanás. Pero la verdad de Dios, registrada en su Palabra y personificada en su Hijo, es más que suficiente para luchar contra Satanás.
Necesitamos la verdad para combatir a Satanás. Sin la verdad seremos “llevados por doquiera” de toda clase de doctrinas. Mucha gente hoy en día se rige por sus sentimientos. Menospreciando la teología que necesitan, son “llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14). Que no lo sacudan sus emociones. Afírmese con la verdad. Proverbios 23:23 enseña: “Compra la verdad, y no la vendas”. O, como dice Thomas Brooks en Remedios Preciosos Contra las Artimañas del Diablo: “Un hombre puede vender legalmente su casa, su tierra y sus joyas, pero la verdad es una joya que excede cualquier precio, y no debe ser vendida” (p. 21).
Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32). Encontramos la libertad en Cristo y en su palabra. Los demonios pueden atacarnos, pero no pueden vencernos si estamos firmes en Cristo y su verdad. El poder de la resurrección de Cristo es mayor que el poder de Satanás. Él no tiene armas efectivas contra la verdad. Podrá enfurecerse contra usted y enviar numerosos demonios para acosarlo, pero si usted confía en Cristo como la Verdad de Dios, permanecerá firme porque sus pies están plantados en la Roca que no puede ser movida.
La primera gran debilidad de Satanás es que él está plantado en una mentira, y finalmente, una mentira no se mantiene en pie contra la verdad. La verdad triunfará al final. Aférrese a la verdad. Conozca la verdad, ámela y vívala. Aguante en Cristo quien es la Verdad, y ganará la victoria sobre Satanás.
La coraza de justicia
La segunda pieza de la armadura es la “coraza de justicia” (6:14). En los días de Pablo, los soldados vestían una coraza protectora hecha de metal o de cuero muy grueso. La coraza cubría el pecho y el abdomen, protegiendo los órganos vitales de espadas y otras armas. La coraza era una defensa crítica contra heridas mortales y heridas menores.
La gente en los días de Pablo creía que órganos como el corazón y el hígado eran la raíz de las afecciones. Las emociones, como el gozo y la cólera, se originaban en estos órganos. El apóstol Pablo utilizó este entendimiento, aunque no era científico, para inculcar importantes lecciones espirituales. Dijo que los creyentes debían ponerse la coraza de la justicia para proteger las partes vitales del hombre interno y sus facultades contra los ataques de Satanás. En su conflicto con los poderes invisibles, los creyentes son más vulnerables en sus sentimientos y emociones. Necesitan una fuerte protección “la coraza de justicia” para evitar ser heridos en sus sentimientos y emociones.
La justicia de la coraza la proporciona Dios en Cristo. Cristo ganó esa rectitud a través de su obediencia pasiva y activa. En la obediencia pasiva, Cristo satisfizo la justicia penal de Dios al pagar por completo la pena del pecado a través de sus sufrimientos y muerte. En la obediencia activa, satisfizo la perfecta demanda de Dios de que su santa ley fuese guardada sin falta para merecer la vida eterna. Solo esta combinación de obediencia pasiva y activa fue suficiente para satisfacer la justicia de Dios. Cualquier otra forma de rectitud no es válida.
Dado que ningún simple hombre puede llevar a cabo ninguno de los dos aspectos de esta rectitud (¿pues quién puede pagar el precio eterno de la muerte y el infierno, y quién puede guardar la ley perfectamente?), cada pecador debe depender de Cristo para que lo haga por él. Cristo puede hacerlo como sustituto de los pecadores, pues Él también es Dios. Al ser Dios, hay un valor infinito implícito en sus sufrimientos y su obediencia a la ley. Cada uno de nosotros necesitamos urgente y desesperadamente recibir la rectitud de Cristo por la fe del Espíritu, pues si tenemos esta rectitud, tendremos perdón de los pecados y vida eterna. Si no tenemos esta rectitud, pereceremos en nuestros pecados.
Pablo dijo que su gran meta en la vida era ganar a Cristo, “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). Es como si Pablo dijera: “Todo lo demás es estiércol, basura. Yo solía estar orgulloso de mi entusiasmo y obediencia. Eran mi coraza; confiaba en mi propia rectitud. Pero todo es completamente diferente ahora”. Y, como dice el himno: “Mi esperanza está construida en nada menos que la sangre y la rectitud de Jesús”.
¿Ha aprendido a ver su propia rectitud como los trapos de inmundicia de los que habla Isaías (64:6)? ¿En vez de ello está vestido con la túnica blanca de la rectitud de Jesucristo?. Satanás trama evitar que descansemos en la justicia de Cristo. Él trata de hacer que basemos la esperanza de la salvación en nuestros sentimientos. Y cuando nuestros sentimientos se disipan y se entibian, Satanás susurra: “No eres un hijo de Dios; si lo fueras, no te sentirías así”.
Es fácil dar pauta a las sugerencias de Satanás de confiar en nuestros sentimientos, pues los sentimientos son parte importante de la verdadera religión. La verdadera religión es más que una noción; involucra también la voluntad y las emociones de una persona. No podemos ser salvados sin sentimientos, pero Satanás exagera su importancia. La justicia de Cristo es nuestra protección contra el exceso de confianza en los sentimientos. Como dice el himno:
Segura mi esperanza está en la justicia de Jesús,
Y mis pecados expiará el sacrificio de su cruz.
Jesús será mi protección, la Roca de mi salvación,
La Roca de mi salvación.
(Himnario Bautista de la Gracia)
Los sentimientos no son la base de nuestra salvación. La fe viene primero. Los sentimientos son el fruto de la fe en la justicia de Cristo. Debemos aprender a moldearnos en la obra de Dios, y si lo hacemos por la gracia de Dios, entonces experimentaremos sentimientos de gozo y paz. No debemos creer la mentira de Satanás de que la fe se escindió de la red de nuestros sentimientos. Esta es una tarea peligrosa, dañina para el alma y desesperada.
Calzados los pies
En el versículo 15 Pablo nos dice cuál es la tercera pieza de la armadura cristiana: “Calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. Un buen soldado necesita calzado adecuado. Los soldados romanos, con los que Pablo estaba bien familiarizado, usaban sandalias con fuertes correas. Las sandalias tenían una densa capa de afilados clavos, a semejanza de los actuales tacos de los zapatos de fútbol, que evitaba que los soldados resbalaran. El calzado era crítico para pelear. Los soldados de Julio César y Alejandro el Grande ganaron muchas batallas en parte por los zapatos militares que los preparaban para la batalla y les permitían recorrer grandes distancias en corto tiempo, atrapando a sus enemigos con la guardia baja.
Pablo dice que los cristianos deben usar el calzado adecuado para la batalla contra Satanás, y este calzado es “el apresto del evangelio de la paz”. Los cristianos siempre deben estar listos y preparados para pelear con las fuerzas de Satanás. Sin el calzado adecuado, un cristiano resbalará y se deslizará a su derrota. Si un cristiano entra a la batalla con la voluntad a medias, sin estar convencido de que el esfuerzo valga la pena, ya está derrotado. Un creyente siempre debe estar listo para pelear y dispuesto a soportar difíciles condiciones de vida en la batalla. Un verdadero soldado de Cristo sabe que la batalla contra Satanás será dura.
El Evangelio de la paz es el par de sandalias con tacos que permite a los cristianos ponerse de pie y mantenerse firmes en la batalla. Como Lutero, el cristiano dice: “Aquí me planto; que Dios me ayude” o como Pablo, dice: “Estad firmes en la fe” (1 Corintios 16:13).
La mejor forma de levantarse contra el diablo es tener el entendimiento más claro posible del Evangelio y experimentar la paz del Evangelio que sobrepasa todo entendimiento a través de la sangre de Cristo. Nuestra identidad, comodidad y estabilidad dependen del conocimiento del Evangelio, intelectualmente y por experiencia. Entonces podrá ver a Satanás a los ojos y decirle: “Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Puede decir con seguridad que “el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Romanos 16:20).
El escudo de la fe
La cuarta pieza de la armadura es el escudo de la fe. Pablo dice que este escudo habilita al creyente para “apagar todos los dardos de fuego del maligno” (v. 16). Los escudos romanos en los tiempos de Pablo eran de unos 122 cm de largo por 61 cm de ancho, lo suficientemente grandes como para cubrir la mayor parte del cuerpo. Tenían cubiertas de metal a prueba de fuego, para minimizar el efecto de las flechas ardientes. Con este escudo, un soldado no solamente podía detener los dardos ardientes y las flechas en llamas, sino también extinguirlas.
Las artimañas de Satanás son como dardos ardientes y flechas en llamas. Satanás tiene cientos de formas de atacar a los creyentes con sus dardos, incluyendo pensamientos blasfemos sobre Dios, sugerencias pecaminosas y deseos corruptos. Él dispara dardos al exterior de los creyentes, así como a su interior, a sus corazones y mentes. Necesitamos el escudo de la fe para confrontar los asaltos de Satanás por las siguientes razones:
1. La fe nos ayuda a reconocer las artimañas satánicas. William Gurnall dice: “La fe mira por detrás de la cortina del sentido, y ve el pecado antes de que se vista para salir al escenario”. La fe ve la fealdad y lo infernal del pecado sin su camuflaje.
2. La fe coloca a Cristo entre Satanás y nosotros. La sangre de Cristo es la cubierta a prueba de fuego en nuestro escudo de fe. La sangre y la justicia de Cristo intervienen entre Satanás y nosotros, guardándonos contra los fieros ataques de Satanás.
Nuestro mayor problema al pelear contra Satanás es que se nos olvida levantar el escudo de la fe. Si usted es un creyente, levante alto el escudo de fe. Escóndase detrás de Cristo. Él recibirá las culpas que Satanás trate de echarle en cara. Él ya ha parado en seco cada ardiente dardo para ser su perfecto Salvador. Confíe en Él. Él nunca lo dejará ni lo abandonará.
La meta de Satanás es apartar su escudo y luego apuñalarlo bajo la armadura. No le permita hacerlo. Cuide bien su escudo viviendo en la fe. Descanse en la persona de Cristo; acérquese, escuche, vea, confíe, tome, conozca, abrace, regocíjese, ame, triunfe en Cristo. Por fe, celebre a Cristo, entregando cada parte de usted. Aférrese a Él de la misma forma en que los dientes de un anillo se aferran a su diamante. Apóyese en sus promesas. La fe honra a Cristo, nos fortalece, nos conforta, nos hace útiles y garantiza la derrota de Satanás.
Se dice que: “No ha habido una batalla planeada por el más talentoso estratega en el infierno que pueda conquistar la fe. Todos los terribles y flameantes dardos caen sin hacer daño en cuanto golpean contra el escudo de la verdad”.
Fallar en el uso de la fe como un escudo “es decir, andar en la incredulidad” es ciertamente peligroso, si no es que fatal. La incredulidad nos deshonra, nos debilita, destruye nuestra comodidad y evita que seamos útiles. Haga a un lado sus dudas; reprima sus interrogantes. Rehúse rendirse a sus deseos diarios. Combata a Satanás con el escudo de la fe. Confíe en el Señor en todo momento. Recuerde, una fe que nunca enfrenta las tentaciones de Satanás no lo llevará a las recompensas celestiales.
El yelmo de salvación
“Y tomad el yelmo de la salvación” (6:17a). El yelmo de la salvación es una pieza crítica de la armadura. No importa qué tan bien protegido esté el cuerpo de un soldado, si su cabeza está descubierta, sus oportunidades de sobrevivir son mínimas. Un soldado debe usar su casco.
Actualmente, cuando se detecta a un enemigo en la batalla, se les ordena a los soldados tomar sus posiciones de batalla. Lo primero que hace un soldado tras colocarse en su posición detrás de un arma es ponerse su casco de acero para protegerse de las granadas o metralla del enemigo.
El yelmo romano de los días de Pablo era una gorra de cuero cubierta con placas de metal. Estaba adornada con una especie de pluma o cresta ornamental. La primera epístola a los Tesalonicenses 5:8 nos dice que este yelmo es “la esperanza de salvación”.
El desánimo es una maniobra común de Satanás. Él quiere que los cristianos piensen que han estado peleando contra Satanás por mucho tiempo y que han avanzado muy poco en la pelea. Tropiezan con el pecado cada día hasta el punto en que parece que casi no tiene caso seguir. “Mi lucha contra el pecado es inútil”, se dicen. “Mis intenciones de vivir una vida de santidad no tienen esperanza. No tiene caso servir a Dios”.
Satanás trabaja duro, tentando a los creyentes para que deserten del ejército de Cristo. La única respuesta para este fiero dardo es nuestra esperanza en la futura salvación, o, como dice Romanos 8, nuestra “esperanza de gloria”. La salvación en el pasado es la justificación, la salvación en el presente es la santificación, y la salvación a futuro es la glorificación. Y la glorificación es lo que Pablo tenía en mente al escribir esto.
Cuando Satanás le haga sentir que quiere dejar la batalla contra el pecado, póngase su yelmo de esperanza, dice Pablo. Crea que ha sido salvado. Aférrese a su única esperanza, Jesucristo (1 Timoteo 1:1), quien es el mismo ayer, hoy y por siempre. Por su resurrección, usted ha nacido de nuevo a una esperanza viviente (1 Pedro 1:3–4) y crecerá abundantemente en la esperanza a través del Espíritu Santo (Romanos 15:13).
Un objeto de esta abundante esperanza es la última bienaventuranza del reino de Dios (Hechos 2:26; Tito 1:2). La esperanza produce una confianza gozosa en Dios (Romanos 8:28), paciencia en la tribulación (Romanos 5:3), y perseverancia en la oración. Se anticipa a la justicia real (Gálatas 5:5) y por lo tanto es buena, bendecida y gloriosa (2 Tesalonicenses 2:16; Tito 2:13; Colosenses 1:27). Ancla el alma, vinculándola a la constancia de Dios en Cristo (Hebreos 3:6; 6:18–19).
Si usted es cristiano, tiene un futuro maravilloso. No le pueden quitar su salvación. Así que mire al futuro. Vea la gloria, y no se descorazone.
En Romanos 8:29–30, que describe el proceso de salvación de la eternidad pasada a la eternidad futura, Pablo habla de la glorificación en tiempo pasado: “Porque a los que antes conoció … a estos también glorificó”. Pablo habla del evento futuro de la glorificación celestial como si ya hubiese sucedido porque su esperanza en el futuro está atada inseparablemente con lo que Dios ha hecho por él en el pasado. La cadena de salvación no puede ser quebrada. Cada eslabón está anclado en el amor eterno, predestinado, de Dios. La predestinación, el llamado, la fe, la justificación, la santificación y la glorificación están todas enlazadas.
Querido creyente, sea de buena esperanza. Nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, ni de la mano de Cristo (Juan 10:28–29). El Salvador que ha perseverado por usted en la densa batalla le dará la esperanza para mantener el curso en sus fuerzas. Al usar el yelmo de la esperanza, usted estará preparado para cada batalla con Satanás. Cristo lo sostendrá en el combate y le dará la victoria. Cuando vea venir al enemigo Satanás, corra a su puesto de combate y colóquese el yelmo de la esperanza. Ésa es la única forma de sobrevivir.
Levante la cabeza; que la esperanza sea su adorno, su pluma de la eterna victoria. La venida del Hijo del hombre se acerca. Pronto ya no necesitará más ese casco. Su batalla habrá terminado. Satanás será aplastado por la eternidad. Usted reinará con el Capitán de su salvación. Saldrá de la gran tribulación, vistiendo túnicas blanqueadas en la sangre de Cristo. Se parará frente al trono de Dios, adorando al Cordero de Dios. El Cordero lo guiará a fuentes de agua viva; se calentará por siempre con su sonrisa, se bañará en su gloria y tendrá un banquete en su presencia. Descubrirá que la comunión con Cristo es la esencia del cielo. Se regocijará eternamente en conocerle, verle, amarle, adorarle y glorificarle.
¿Su esperanza está en Jesucristo? Todo mundo espera algo; no podemos vivir sin esperanza. ¿Pero tiene usted la esperanza cierta del verdadero cristiano? ¿Abunda en esperanza? ¿Piensa frecuentemente en la esperanza del cielo? Usted luchará débilmente contra Satanás si su visión del cielo es tenue. Pero si la esperanza es su yelmo, estará protegido contra los golpes en la cabeza. Y enfrentará el aplastante desánimo del maligno.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6