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Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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La vida cristiana es un caminar por en medio del desierto de este mundo, en el cual, al igual que el peregrinaje de Israel rumbo a Canaán, encontraremos gigantes, fieros enemigos, incredulidad, deseos de regresar a Egipto, es decir, regresar al mundo, falsos profetas como Balaam que buscarán maldecir al pueblo para que no prospere en el camino que el Señor le ha demarcado.
La historia del pueblo del Señor ha sido una historia de luchas, de contiendas, porque como dice Pedro, tenemos a un adversario, el diablo, quien como león rugiente anda buscando a quién devorar (1 Pedro 5:8).
Adán y Eva fueron creados para vivir en comunión perfecta con su Dios, pero muy pronto que ellos son puestos en el paraíso, Satanás les insinúa la rebelión contra la Palabra de Dios, mostrándoles de manera engañosa los buenos y codiciables frutos que generaría dicha desobediencia, entrando así el pecado en el mundo bueno que había creado el Señor.
Los hijos de Dios, es decir, los hijos de la línea de la fe, de la línea de la salvación, son atrapados por el engaño de la belleza de las hijas de los hombres, es decir, la línea de la rebelión y la desobediencia, de manera que en esta mezcla el pueblo del Señor se ve grandemente afectado y el engaño y la desobediencia se generalizan en el mundo, de manera que Dios envía el diluvio para castigar a esa generación perversa.
A pesar del nuevo inicio que se da con Noé y sus hijos, de nuevo la maldad, el engaño y el pecado asedian al pueblo de Dios tratando siempre de conducirlos a una rebeldía flagrante contra el creador.
El resto de la historia bíblica, y de la historia universal, es testigo de cómo el pueblo del Señor, el pueblo escogido, es atrapado una y otra vez por las mentiras de Satanás, entrando en períodos de decadencia espiritual, de manera que se aparten del Dios vivo.
Israel sufrió mucho como consecuencia de los falsos profetas, pues, estos no solo hablaban falsamente en nombre de Dios para conducir al pueblo hacia la apostasía, sino que lo hacían de una manera tan convincente y atrayente, que la mayoría del pueblo seguía tras sus mentiras.
A pesar de que el Señor una y otra vez les daba indicaciones de cómo detectar a los falsos profetas o maestros, el pueblo fácilmente se dejaba engañar por ellos, pues, los falsos maestros o profetas siempre hablaron lo que era agradable a los oídos pecaminosos de ellos.
Cuando Cristo viene a este mundo trae el mensaje final de la revelación divina, a través del cual el hombre puede encontrar el camino de reconciliación con Dios. Jesús mismo es la revelación encarnada del Padre. De manera que los discípulos pueden ver con claridad esa verdad que les hará libres.
No obstante de tener una revelación más clara y final, Jesús advirtió a sus discípulos que tengan cuidado con los fasos pastores, profetas o maestros, porque Satanás no se quedará tranquilo, a pesar de la derrota que recibió por la obra de Cristo.
Jesús advierte a sus seguidores en Mateo 7:15 “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”, luego, hablando de lo que caracterizará a los tiempos del fin dice que “... muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos” (Mt. 24:11).
Jesús conoce la astucia de los falsos maestros y sabe que estos cuentan con el respaldo del principal engañador, es decir, Satanás, siendo así que estos falsos maestros o falsos profetas “...harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24).
Muy poco tiempo después de la ascensión de Jesús a los cielos, cuando la iglesia cristiana estaba aún en su etapa infantil, los falsos profetas o falsos maestros hacen su aparición.
Ellos se presentaban con la misma apariencia que siempre los ha caracterizado: Como seres de luz, como personas interesadas en el bienestar de sus oyentes, como mensajeros celestiales, engañando con sus obras y señales mentirosas, hablando adulaciones y lisonjas con el fin de atrapar a los hombres y mujeres amantes de sí mismos.
De allí que los apóstoles y los escritores del Nuevo Testamento consideren de suma importancia advertir a la iglesia en cómo detectar a un falso pastor, a un falso profeta, a un falso apóstol, a un falso maestro, a una falsa doctrina.
Pues, aunque ellos cuenten con muy buena capacidad para engañar, porque hablan conforme a los deseos del corazón humano, no obstante, ellos no podrán ocultar su verdadero carácter, la podredumbre que llevan por dentro es tal, que un cristiano puede agudizar su olfato para oler la corrupción pecaminosa que les caracteriza.
La epístola de Judas, aunque nos es la carta más estudiada del Nuevo Testamento, fue escrita con el fin de ayudar a los creyentes a detectar el carácter moral y espiritual de los falsos maestros que entran encubiertamente a la cristiandad.
Analicemos con pasión y profundidad el contenido de esta pequeña y casi desconocida carta, pues, su contenido tiene gran relevancia para la situación de la iglesia cristiana evangélica en la Latinoamérica del siglo XXI, pues, muchos falsos maestros han permeado las iglesias con el fin de engañar, seducir y atrapar en sus doctrinas erróneas.
La historia del pueblo del Señor ha sido una historia de luchas, de contiendas, porque como dice Pedro, tenemos a un adversario, el diablo, quien como león rugiente anda buscando a quién devorar (1 Pedro 5:8).
Adán y Eva fueron creados para vivir en comunión perfecta con su Dios, pero muy pronto que ellos son puestos en el paraíso, Satanás les insinúa la rebelión contra la Palabra de Dios, mostrándoles de manera engañosa los buenos y codiciables frutos que generaría dicha desobediencia, entrando así el pecado en el mundo bueno que había creado el Señor.
Los hijos de Dios, es decir, los hijos de la línea de la fe, de la línea de la salvación, son atrapados por el engaño de la belleza de las hijas de los hombres, es decir, la línea de la rebelión y la desobediencia, de manera que en esta mezcla el pueblo del Señor se ve grandemente afectado y el engaño y la desobediencia se generalizan en el mundo, de manera que Dios envía el diluvio para castigar a esa generación perversa.
A pesar del nuevo inicio que se da con Noé y sus hijos, de nuevo la maldad, el engaño y el pecado asedian al pueblo de Dios tratando siempre de conducirlos a una rebeldía flagrante contra el creador.
El resto de la historia bíblica, y de la historia universal, es testigo de cómo el pueblo del Señor, el pueblo escogido, es atrapado una y otra vez por las mentiras de Satanás, entrando en períodos de decadencia espiritual, de manera que se aparten del Dios vivo.
Israel sufrió mucho como consecuencia de los falsos profetas, pues, estos no solo hablaban falsamente en nombre de Dios para conducir al pueblo hacia la apostasía, sino que lo hacían de una manera tan convincente y atrayente, que la mayoría del pueblo seguía tras sus mentiras.
A pesar de que el Señor una y otra vez les daba indicaciones de cómo detectar a los falsos profetas o maestros, el pueblo fácilmente se dejaba engañar por ellos, pues, los falsos maestros o profetas siempre hablaron lo que era agradable a los oídos pecaminosos de ellos.
Cuando Cristo viene a este mundo trae el mensaje final de la revelación divina, a través del cual el hombre puede encontrar el camino de reconciliación con Dios. Jesús mismo es la revelación encarnada del Padre. De manera que los discípulos pueden ver con claridad esa verdad que les hará libres.
No obstante de tener una revelación más clara y final, Jesús advirtió a sus discípulos que tengan cuidado con los fasos pastores, profetas o maestros, porque Satanás no se quedará tranquilo, a pesar de la derrota que recibió por la obra de Cristo.
Jesús advierte a sus seguidores en Mateo 7:15 “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”, luego, hablando de lo que caracterizará a los tiempos del fin dice que “... muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos” (Mt. 24:11).
Jesús conoce la astucia de los falsos maestros y sabe que estos cuentan con el respaldo del principal engañador, es decir, Satanás, siendo así que estos falsos maestros o falsos profetas “...harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24).
Muy poco tiempo después de la ascensión de Jesús a los cielos, cuando la iglesia cristiana estaba aún en su etapa infantil, los falsos profetas o falsos maestros hacen su aparición.
Ellos se presentaban con la misma apariencia que siempre los ha caracterizado: Como seres de luz, como personas interesadas en el bienestar de sus oyentes, como mensajeros celestiales, engañando con sus obras y señales mentirosas, hablando adulaciones y lisonjas con el fin de atrapar a los hombres y mujeres amantes de sí mismos.
De allí que los apóstoles y los escritores del Nuevo Testamento consideren de suma importancia advertir a la iglesia en cómo detectar a un falso pastor, a un falso profeta, a un falso apóstol, a un falso maestro, a una falsa doctrina.
Pues, aunque ellos cuenten con muy buena capacidad para engañar, porque hablan conforme a los deseos del corazón humano, no obstante, ellos no podrán ocultar su verdadero carácter, la podredumbre que llevan por dentro es tal, que un cristiano puede agudizar su olfato para oler la corrupción pecaminosa que les caracteriza.
La epístola de Judas, aunque nos es la carta más estudiada del Nuevo Testamento, fue escrita con el fin de ayudar a los creyentes a detectar el carácter moral y espiritual de los falsos maestros que entran encubiertamente a la cristiandad.
Analicemos con pasión y profundidad el contenido de esta pequeña y casi desconocida carta, pues, su contenido tiene gran relevancia para la situación de la iglesia cristiana evangélica en la Latinoamérica del siglo XXI, pues, muchos falsos maestros han permeado las iglesias con el fin de engañar, seducir y atrapar en sus doctrinas erróneas.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6