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EL CONTEXTO HISTÓRICO
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento se formó en el devenir de la historia del pueblo de Israel.1 Su mensaje hace referencia a acontecimientos concretos y a relatos históricos. Sin embargo, su objetivo es presentar el testimonio de la fe de un pueblo. La finalidad de los escritos bíblicos no es hacer un recuento detallado de los sucesos de Israel sino preservar, afirmar y celebrar la fe de esa comunidad.2
Aunque la escritura en Israel se desarrolló formalmente durante la constitución de la monarquía (ca. 1030 a.C.; véase Tabla cronológica), los recuerdos de épocas anteriores se mantenían y transmitían de forma oral, de generación en generación. Esos relatos orales los redactaron posteriormente diferentes personas y grupos del pueblo, para preservar las narraciones que le daban razón de ser, y para contribuir a la identidad nacional y al desarrollo teológico de la comunidad.3
El comienzo: la historia primitiva (… 2400 a.C.)
La primera sección del libro de Génesis (caps. 1–11).4 se denomina comúnmente como la historia primitiva o «primigenia», y presenta un panorama amplio de la humanidad, desde la creación del mundo hasta Abraham. El objetivo es poner de manifiesto la condición humana en la Tierra. Aunque al ser humano le corresponde un sitial de honor por ser creado «parecido a Dios mismo» (1.27),.5 su desobediencia permitió la entrada del sufrimiento y la muerte en la historia. La actitud de Adán, Eva, Caín y sus descendientes, y las naciones que quisieron edificar «una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo» (11.4), afectó adversamente los lazos de fraternidad entre los seres humanos y, además, interrumpió la comunión entre éstos y Dios. En ese marco teológico va a desarrollarse la historia de la salvación; es decir, los relatos que destacan las intervenciones de Dios en la historia de su pueblo.
Los patriarcas (2200–1700 a.C.)
En la segunda sección del libro de Génesis (caps. 12–50) se presentan los orígenes del pueblo de Israel. El relato comienza con Abraham, Isaac y Jacob; continúa con la historia de los hijos de Jacob (Israel)—José y sus hermanos—; prosigue con la emigración de Jacob y su familia a Egipto, y finaliza con la vida de los descendientes de Jacob (Israel) en ese país. En la Biblia, la historia del pueblo de Dios comienza esencialmente con los relatos de los patriarcas y matriarcas de Israel.
Los antecesores de Abraham fueron grupos arameos (Gn 25.20; 28.5; 31.17–1820,24; Dt 26.5) que en el curso del tiempo se desplazaron desde el desierto hacia la tierra fértil. En la memoria del pueblo de Israel se recordaba que sus antepasados habían emigrado desde Mesopotamia hasta Canaán: de Ur y Harán (Gn 11.27–31) a Palestina.
Aunque los detalles históricos de ese peregrinar son difíciles de precisar, ese período puede ubicarse entre los siglos XX-XVIII a.C. Esos siglos fueron testigos de migraciones masivas en el Próximo Oriente Antiguo, particularmente hacia Canaán.
De acuerdo con los relatos del Génesis, los patriarcas eran líderes de grupos seminómadas que detenían sus caravanas en diversos lugares santos, para recibir manifestaciones de Dios. Posteriormente, alrededor de esos lugares se asentaron los patriarcas: Abraham en Hebrón (Gn 13.18; 23.19); Isaac al sur, en Beerseba (Gn 26.23); y Jacob en Penuel y Mahanaim (Gn 32.2, 30), al este del Jordán, y cerca de Siquem y Betel, al oeste del Jordán (Gn 28.10–19; 33.15–20; 35.1).
Es difícil describir plenamente la fe de los patriarcas. Quizá consistiera en un tipo especial de religión familiar o tribal, a cuyo dios se le conocía como «el Dios de los padres», o Dios de Abraham, Isaac y Jacob (Israel) (Gn 31.29, 42, 53; 46.1). El Dios de los patriarcas no estaba ligado a ningún santuario; se manifestaba al líder familiar o tribal, y le prometía orientación, protección, descendencia y posesión de la tierra (Gn 12.7; 28.15, 20). Algunos aspectos culturales que se incluyen en los relatos patriarcales tienen paralelo con leyes extrabíblicas antiguas como el código de Hamurabi (ca. 1750 a.C.).6
El libro de Génesis destaca las relaciones de parentesco de los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob se presentan en una secuencia de generaciones. Isaac, el hijo de Abraham y Sara, engendró dos hijos de Rebeca: Esaú y Jacob. Jacob, que se identifica también como Israel, fue el padre de doce hijos, de quienes posteriormente, según el relato bíblico, surgirán las doce tribus de Israel. A través de José—uno de los hijos de Israel—el grupo llegó a Egipto, desde donde serían liberados por Moisés.
Desde la época de José (ca. siglo XVII a.C.) hasta la de Moisés (ca. siglo XIII a.C.), no se tienen amplios conocimientos sobre el pueblo de Israel y sus antepasados. Durante esos casi cuatrocientos años, la situación política y social del Próximo Oriente Antiguo varió considerablemente. Los egipcios comenzaron un período de prosperidad y renacimiento, luego de derrotar y expulsar a los hicsos, pueblo semita que había llegado del desierto. Durante todo este tiempo, Palestina dependía políticamente de Egipto. En el Mediterráneo no había ningún poder político que diera cohesión a la zona. Mesopotamia estaba dividida: la parte meridional, regida por los herederos del imperio antiguo; la septentrional, dominada por los asirios, quienes posteriormente resurgen como una potencia política considerable a partir del siglo XIV a.C.
Los hicsos gobernaban Egipto (1730–1550 a.C.) cuando el grupo de Jacob llegó a esas tierras.7 Cuando los egipcios se liberaron y expulsaron a sus gobernantes (1550 a.C.), muchos extranjeros fueron convertidos en esclavos. La frase «más tarde hubo un nuevo rey en Egipto, que no había conocido a José» (Ex 1.8) es una posible alusión a la nueva situación política que afectó adversamente a los grupos hebreos que vivían en Egipto. Estos vivieron como esclavos en Egipto aproximadamente cuatrocientos años. Durante ese período, trabajaron en la construcción de las ciudades de Pitón y Ramsés (Ex 1.11).
Los descendientes de José no eran las únicas personas a quienes se podía identificar como «hebreos»8. Esta expresión, que caracteriza un estilo de vida, describe a un sector social pobre. Posiblemente se refiera a personas que no poseían tierras y viajaban por diversos lugares en busca de trabajo. El término no tenía en esa época un significado étnico específico. Durante ese período, diversos grupos de «hebreos», o de «habirus», estaban diseminados por varias partes del Próximo Oriente Antiguo. Algunos vivían en Canaán y nunca fueron a Egipto; otros salieron de Egipto antes de la expulsión de los hicsos.
El éxodo: Moisés y la liberación de Egipto
(1500–1220 a.C.)
(1500–1220 a.C.)
Tres tradiciones fundamentales, que le dieron razón de ser al futuro pueblo de Israel y que contribuyeron al desarrollo de la conciencia nacional, se formaron entre los siglos XV-XIII a.C.: la promesa a los patriarcas; la liberación de la esclavitud de Egipto; y la manifestación en el Sinaí. En la Escritura estos relatos están ligados en una línea histórica continua, desde los patriarcas hasta Moisés. Este último es la figura que enlaza la fe de Abraham, Isaac y Jacob, la liberación de Egipto, el peregrinar por el desierto y la entrada a Canaán.
Según el relato de la Biblia, Dios llamó a Moisés en el desierto y le encomendó la tarea de liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto (Ex 3). Esta misión se enfoca como la respuesta de Dios a la alianza (o pacto) y la promesa hechas a los patriarcas (Ex 3.1–4, 17; 6.2–7, 13; 2.24). «El Dios de los antepasados» es el Señor (Yavé).9—«yo soy el que soy» (Ex 3.14–15)—que se reveló a Moisés.
Luego del enfrentamiento con el faraón, Moisés y los israelitas salieron de Egipto. Esta experiencia de liberación se convirtió en un componente fundamental de la fe del pueblo de Israel (Ex 20.2; Sal 81.10; Os 13.4; Ez 20.5).10
Tradicionalmente, la fecha del éxodo de los israelitas se ubicaba en ca. 1450 a.C.; sin embargo, un número considerable de estudiosos modernos la ubican en ca. 1250/30 a.C. El faraón del éxodo es posiblemente Ramsés II, conocido por sus proyectos monumentales de construcción.
Cuando el pueblo salió de Egipto, cruzó el mar Rojo (Ex 14.21–22). Se celebra ese paso en la historia del pueblo como una intervención milagrosa de Dios (Ex 14–15). Al grupo de hebreos que salió de Egipto se añadieron grupos afines. El peregrinar por el desierto se describe en la Biblia como un período de cuarenta años (una generación), bajo el liderazgo de Moisés. Es difícil de establecer con exactitud la ruta del éxodo.
La experiencia fundamental del pueblo en su viaje a Canaán fue la alianza o pacto en el Sinaí. Esa alianza revela la relación singular entre el Señor y su pueblo (Ex 19.5–6); se describe en el Decálogo, o Diez mandamientos (Ex 20.1–17), y en el llamado Código de la alianza (Ex 20.22–23.19). En el Decálogo se hace un compendio de los preceptos y exigencias de Dios. Se incluyen los mandamientos que definen las actitudes justas del ser humano ante Dios, y las que destacan el respeto hacia los derechos de cada persona, como requisito indispensable para la convivencia en armonía.
Luego de la muerte de Moisés, Josué se convirtió en el líder del grupo de hebreos que habían salido de Egipto (ca. 1220 a.C.). Según el relato de la Escritura, la conquista de Canaán se llevó a cabo desde el este, a través del río Jordán, comenzando con la ciudad de Jericó (Jos 6). Fue un proceso paulatino, que en algunos lugares tuvo un carácter belicoso y en otros se efectuó de forma pacífica y gradual. La conquista no eliminó por completo a la población cananea (Jue 2.21–23; 3.2).11
Durante el período de conquista y toma de posesión de la tierra, los grandes imperios de Egipto y Mesopotamia estaban en decadencia. Canaán era un país ocupado por poblaciones diferentes. La estructura política se caracterizaba por la existencia de una serie de ciudades-estado, que tradicionalmente habían sido leales a Egipto. La religión cananea se distinguía por los ritos de la fertilidad, que incluían la prostitución sagrada. Entre sus divinidades se encontraban Baal, Aserá y Astarté. La economía de la región se basaba en la agricultura.12
Período de los jueces (1200–1050 a.C.)
El período de los jueces puede estimarse con bastante precisión entre los años 1200 y 1050 a.C. A la conquista y toma de Canaán le siguió una época de organización progresiva del territorio. Ese período fue testigo de una serie de conflictos entre los grupos hebreos—que estaban organizados en una confederación de tribus o clanes—y las ciudadesestado cananeas. Finalmente, los antepasados de Israel se impusieron a sus adversarios y los redujeron a servidumbre (Jue 1.28; Jos 9).
El libro de los Jueces relata una serie de episodios importantes de ese período. Los jueces eran caudillos, es decir, líderes militares carismáticos que hacían justicia al pueblo. No eran gobernantes sino libertadores que se levantaban a luchar en momentos de crisis (Jue 2.16; 3.9). El cántico de Débora (Jue 5) celebra la victoria de una coalición de grupos hebreos contra los cananeos, en la llanura de Jezreel.
El período de los jueces se caracterizó por la falta de unidad y organización política entre los grupos hebreos. La situación geográfica de Palestina y la falta de colaboración contribuyeron a robustecer la tendencia individualista. Los israelitas estaban en un proceso de sedentarización y cambio a nuevas formas de vida, particularmente en la agricultura. Durante ese período se fueron asimilando paulatinamente la cultura y las formas de vida cananeas. Esa asimilación produjo prácticas sincretistas en el pueblo hebreo: la religión de Yavé—el Dios hebreo identificado con la liberación de Egipto—incorporó prácticas cananeas relacionadas con Baal, conocido como señor de la tierra, quien garantizaba la fertilidad y las cosechas abundantes.
Los filisteos—que procedían de los pueblos del mar (Creta y las islas griegas), y que fueron rechazados por los egipcios ca. 1200 a.C.—se organizaron en cinco ciudades en la costa sur de Palestina. Por su poderío militar y su monopolio del hierro (Jue 13–16; 1 S 13.19–23), se convirtieron en una gran amenaza para los israelitas.13
La monarquía: Saúl, David, Salomón (1050–931 a.C.)
A fines del siglo XI a.C., los filisteos ya se habían expandido por la mayor parte de Palestina; habían capturado el cofre del pacto o de la alianza, y habían tomado la ciudad de Silo (1 S 4). Esa situación obligó a los israelitas a organizar una acción conjunta bajo un liderato estable. Ante esa realidad se formó, por imperativo de la política exterior, la monarquía de Israel (1 S 8–12).
Samuel es el último de los jueces (1 S 7.2–17) y, además, se le reconoce como profeta y sacerdote. Poseía un liderato carismático que le dio al pueblo inspiración y unidad (1 S 1–7). Los primeros dos reyes de Israel—Saúl (1 S 10) y David (1 S 16.1–13)—fueron ungidos por él.
Saúl, al comienzo de su reinado, obtuvo victorias militares importantes (1 S 11.1–11); sin embargo, nunca pudo triunfar plenamente contra los filisteos. Su caída quedó marcada con la matanza de los sacerdotes de Nob (1 S 22.6–23), y su figura desprestigiada en el episodio de la adivina de Endor (1 S 28.3–25). Saúl y su hijo Jonatán murieron en la batalla de Guilboa, a manos de los filisteos (1 S 31).
David fue ungido como rey en Hebrón, luego de la muerte de Saúl. Primero fue consagrado rey para las tribus del sur (2 S 2.1–4) y posteriormente para las tribus del norte (2 S 5.1–5). En ese momento había dos reinos y un solo monarca.
El reino de Israel alcanzó su máximo esplendor bajo la dirección de David (1010–970 a.C.). Con su ejército, incorporó a las ciudades cananeas independientes; sometió a los pueblos vecinos—amonitas, moabitas y edomitas, al este: arameos al norte y, particularmente, filisteos al oeste—y conquistó la ciudad de Jerusalén, convirtiéndola en el centro político y religioso del imperio (2 S 5.6–9; 6.12–23).
La consolidación del poder se debió no sólo a la astucia política y la capacidad militar del monarca, sino a la decadencia de los grandes imperios en Egipto y Mesopotamia. Con David comenzó la dinastía real en Israel (2 S 7).
Paralelo a la institución de la monarquía surgió en Israel el movimiento profético.14 El profetismo nació con la monarquía, pues en esencia es un movimiento de oposición a los reyes. Posteriormente, cuando la monarquía dejó de existir (durante el exilio en Babilonia), la institución profética se transformó para responder a la nueva condición social, política y religiosa del pueblo.
Salomón sucedió a David en el reino, luego de un período de intrigas e incertidumbre (1 R 1). Su reinado (970–931 a.C.) se caracterizó por el apogeo comercial (1 R 9.26–10.29) y las grandes construcciones. Las relaciones comerciales a nivel internacional le procuraron riquezas (1 R 9.11, 26–28; 10.1–21). Construyó el templo de Jerusalén (1 R 6–8), que adquirió dignidad de santuario nacional y, en el mismo, los sacerdotes actuaban como funcionarios del reino (1 R 4.2). En toda la historia de Israel ningún rey ha alcanzado mayor fama y reputación que Salomón (cf. Mt 6.29).
La monarquía: el reino dividido (931–587 a.C.)
El imperio creado por David comenzó a fragmentarse durante el reinado de Salomón. En las zonas más extremas del reino (1 R 11.14–40), se sintió la inconformidad con las políticas reales. Las antiguas rivalidades entre el norte y el sur comenzaron a surgir nuevamente. Luego de la muerte de Salomón, el reino se dividió: Jeroboam llegó a ser el rey de Israel, y Roboam el de Judá, con su capital en Jerusalén (1 R 12). El antiguo reino unido se separó, y los reinos del norte (Israel) y del sur (Judá) subsistieron durante varios siglos como estados independientes y soberanos. La ruptura fue inevitable en el 931 a.C. El profeta Isaías (Is 7.17) interpretó ese acontecimiento como una manifestación del juicio de Dios.
El reino de Judá subsistió durante más de tres siglos (hasta el 587 a.C). Jerusalén continuó como su capital, y siempre hubo un heredero de la dinastía de David que se mantuvo como monarca. El reino del norte no gozó de tanta estabilidad. La capital cambió de sede en varias ocasiones: Siquem, Penuel (1 R 12.25), Tirsa (1 R 14.17; 15.21, 33), para finalmente quedar ubicada de forma permanente en Samaria (1 R 16.24). Los intentos por formar dinastías fueron infructuosos, y por lo general finalizaban de forma violenta (1 R 15.25–27; 16.8–9, 29). Los profetas, implacables críticos de la monarquía, contribuyeron, sin duda, a la desestabilización de las dinastías.
Entre los monarcas del reino del norte pueden mencionarse algunos que se destacaron por razones políticas o religiosas (véase la «Tabla cronológica» para una lista completa de los reyes de Israel y Judá). Jeroboam I (931–910 a.C.) independizó a Israel de Judá en la esfera cúltica, instaurando en Betel y Dan santuarios nacionales para la adoración de ídolos (1 R 12.25–33). Omri (885–874 a.C.) y su hijo Ahab (874–853 a.C.) fomentaron el sincretismo religioso en el pueblo, para integrar al reino la población cananea. La tolerancia y el apoyo al baalismo (1 R 16.30–33) provocaron la resistencia y la crítica de los profetas (1 R 13.4). Jehú (841–814 a.C.), quien fundó la dinastía de mayor duración en Israel, llegó al poder ayudado por los adoradores de Yavé. Inicialmente se opuso a las prácticas sincretistas del reino (2 R 9); sin embargo, fue rechazado después por el profeta Oseas debido a sus actitudes crueles (2 R 9.14–37). Jeroboam II (783–743 a.C.) reinó en un período de prosperidad (2 R 14.23–29). La decadencia final del reino de Israel surgió en el reinado de Oseas (732–724 a.C.), cuando los asirios invadieron y conquistaron Samaria en el 721 a.C. (2 R 17).
La destrucción del reino de Israel a manos de los asirios se efectuó de forma paulatina y cruel: En primer lugar, se exigió tributo a Menahem (2 R 15.19–20); luego se redujeron las fronteras del estado y se instaló a un rey sometido a Asiria (2 R 15.29–31); finalmente, se integró todo el reino al sistema de provincias asirias, se abolió toda independencia política, se deportaron ciudadanos y se instaló una clase gobernante extranjera (2 R 17). Con la destrucción del reino del norte, Judá asumió el nombre de Israel.
El imperio asirio continuó ejerciendo su poder en Palestina hasta que fueron vencidos por los medos y los caldeos (babilonios). El faraón Necao de Egipto trató infructuosamente de impedir la decadencia asiria. En la batalla de Meguido murió el rey Josías (2 Cr 35.20–27; Jer 22.10–12)—famoso por introducir una serie importante de reformas en el pueblo (2 R 23.4–20)—; su sucesor, Joacaz, fue posteriormente desterrado a Egipto. Nabucodonosor, al mando de los ejércitos babilónicos, finalmente triunfó sobre el ejército egipcio en la batalla de Carquemis (605 a.C.), y conquistó a Jerusalén (597 a.C.). En el 587 a.C. los ejércitos babilónicos sitiaron y tomaron a Jerusalén, y comenzó el período conocido como el exilio en Babilonia. Esa derrota de los judíos ante Nabucodonosor significó: la pérdida de la independencia política; el colapso de la dinastía davídica (cf. 2 S 7); la destrucción del templo y de la ciudad (cf. Sal 46; 48), y la expulsión de la Tierra prometida.
Exilio de Israel en Babilonia (587–538 a.C.)
Al conquistar a Judá, los babilonios no impusieron gobernantes extranjeros, como ocurrió con el triunfo asirio sobre Israel, el reino del norte. Judá, al parecer, quedó incorporada a la provincia babilónica de Samaria. El país estaba en ruinas, pues a la devastación causada por el ejército invasor se unió el saqueo de los países de Edom (Abd 11) y Amón (Ez 25.1–4). Aunque la mayoría de la población permaneció en Palestina, un núcleo considerable del pueblo fue llevado al destierro.
Los babilonios permitieron a los exiliados tener familia, construir casas, cultivar huertos (Jer 29.5–7) y consultar a sus propios líderes y ancianos (Ez 20.1–44). Además, les permitieron vivir juntos en Tel Abib, a orillas del río Quebar (Ez 3.15; cf. Sal 137.1). Paulatinamente, los judíos de la diáspora se acostumbraron a la nueva situación política y social, y las prácticas religiosas se convirtieron en el mayor vínculo de unidad en el pueblo.
El período exílico (587–538 a.C.), que se caracterizó por el dolor y el desarraigo, produjo una intensa actividad religiosa y literaria. Durante esos años se reunieron y se pusieron por escrito muchas tradiciones religiosas del pueblo. Los sacerdotes—que ejercieron un liderazgo importante en la comunidad judía, luego de la destrucción del templo—contribuyeron considerablemente a formar las bases necesarias para el desarrollo posterior del judaísmo.
Ciro, el rey de Anshán, se convirtió en una esperanza de liberación para los judíos deportados en Babilonia (Is 44.21–28; 45.1–7).15 Luego de su ascensión al trono persa (559–530 a.C.) pueden identificarse tres sucesos importantes en su carrera militar y política: la fundación del reino medo-persa, con su capital en Ecbatana (553 a.C.); el sometimiento de Asia Menor, con su victoria sobre el rey de Lidia (546 a.C.); y su entrada triunfal a Babilonia (539 a.C.). Su llegada al poder en Babilonia puso de manifiesto la política oficial persa de tolerancia religiosa, al promulgar, en el 538 a.C., el edicto que puso fin al exilio.
Época persa, restauración (538–333 a.C.)
El edicto de Ciro—del cual la Biblia conserva dos versiones (Esd 1.2–4; 6.3–5)—permitió a los deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de Jerusalén (con la ayuda del imperio persa).16 Además, permitió la devolución de los utensilios sagrados que habían sido llevados a Babilonia por Nabucodonosor.
Al finalizar el exilio, el retorno a Palestina fue paulatino. Muchos judíos prefirieron quedarse en la diáspora, particularmente en Persia, donde prosperaron económicamente y, con el tiempo, desempeñaron funciones de importancia en el imperio. El primer grupo de repatriados llegó a Judá, dirigido por Sesbasar (Esd 1.5–11), quien era funcionario de las autoridades persas. Posteriormente se reedificó el templo (520–515 a.C.) bajo el liderazgo de Zorobabel y el sumo sacerdote Josué (Esd 3–6), con la ayuda de los profetas Hageo y Zacarías.
Con el paso del tiempo se deterioró la situación política, social y religiosa de Judá. Algunos factores que contribuyeron en el proceso fueron los siguientes: dificultades económicas en la región; divisiones en la comunidad; y, particularmente, la hostilidad de los samaritanos.
Nehemías, copero del rey Artajerjes I, recibió noticias acerca de la situación de Jerusalén en el 445 a.C., y solicitó ser nombrado gobernador de Judá para ayudar a su pueblo. La obra de este reformador judío no se confinó a la reconstrucción de las murallas de la ciudad, sino que contribuyó significativamente a la reestructuración de la comunidad judía postexílica (Neh 10).
Esdras fue esencialmente un líder religioso. Además de ser sacerdote, recibió el título de «maestro instruido en la ley del Dios del cielo», que le permitía, a nombre del imperio persa, enseñar y hacer cumplir las leyes judías en «la provincia al oeste del río Éufrates» (Esd 7.12–26). Su actividad pública se realizó en Judá, posiblemente a partir del 458 a.C.—el séptimo año de Artajerjes I (Esd 7.7)—; aunque algunos historiadores la ubican en el 398 a.C. (séptimo año de Artajerjes II), y otros, en el 428 a.C.17
Esdras contribuyó a que la comunidad judía postexílica diera importancia a la ley. A partir de la reforma religiosa y moral que promulgó, los judíos se convirtieron en «el pueblo del Libro». La figura de Esdras, en las leyendas y tradiciones judías, se compara con la de Moisés.
Época helenística (333–63 a.C.)
La época del dominio persa en Palestina (539–333 a.C.) finalizó con las victorias de Alejandro Magno (334–330 a.C.), quien inauguró la era helenista, la época griega (333–63 a.C.). Después de la muerte de Alejandro (323 a.C.), sus sucesores no pudieron mantener unido el imperio. Palestina quedó dominada primeramente por el imperio egipcio de los tolomeos o lágidas (301–197 a.C.); posteriormente, por el imperio de los seléucidas.
Durante la época helenística, el gran número de judíos en la diáspora hizo necesaria la traducción del Antiguo Testamento en griego, versión conocida como Los Setenta (LXX). Esta traducción respondía a las necesidades religiosas de la comunidad judía de habla griega, particularmente la establecida en Alejandría.18
En la comunidad judía de Palestina el proceso de helenización dividió al pueblo. Por un lado, muchos judíos adoptaban públicamente prácticas helenistas; otros, en cambio, adoptaron una actitud fanática de devoción a la ley. Las tensiones entre ambos sectores estallaron dramáticamente en la rebelión de los macabeos.
Al comienzo de la hegemonía seléucida en Palestina, los judíos vivieron una relativa paz religiosa y social. Sin embargo, esa situación no duró mucho tiempo. Antíoco IV Epífanes (175–163 a.C.), un fanático helenista, al llegar al poder se distinguió, entre otras cosas, por profanar el templo de Jerusalén. En el año 167 a.C. edificó una imagen de Zeus en el templo; además, sacrificó cerdos en el altar (para los sirios los cerdos no eran animales impuros). Esos actos incitaron una insurrección en la comunidad judía.
Al noroeste de Jerusalén, un anciano sacerdote de nombre Matatías y sus cinco hijos—Judas, Jonatán, Simón, Juan y Eleazar—, organizaron la resistencia judía y comenzaron la guerra contra el ejército sirio (seléucida). Judas, que se conocía con el nombre de «el macabeo» (que posiblemente significa «martillo»), se convirtió en un héroe militar.
En el año 164 a.C. el grupo de Judas Macabeo tomó el templo de Jerusalén y lo rededicó al Señor. La fiesta de la Dedicación, o Hanukká (cf. Jn 10.22), recuerda esa gesta heroica. Con el triunfo de la revolución de los macabeos comenzó el período de independencia judía.
Luego de la muerte de Simón—último hijo de Matatías—, su hijo Juan Hircano I (134–104 a.C.) fundó la dinastía asmonea. Durante este período, Judea expandió sus límites territoriales; al mismo tiempo, vivió una época de disturbios e insurrecciones. Por último, el famoso general romano Pompeyo conquistó a Jerusalén en el 63 a.C., y reorganizó Palestina y Siria como una provincia romana. La vida religiosa judía estaba dirigida por el sumo sacerdote, quien, a su vez, estaba sujeto a las autoridades romanas.
La época del Nuevo Testamento coincidió con la ocupación romana de Palestina. Esa situación perduró hasta que comenzaron las guerras judías de los años 66–70 d.C., que desembocaron en la destrucción del segundo templo y de la ciudad de Jerusalén.
Tabla cronológica del Antiguo Testamento
La siguiente tabla cronológica identifica las fechas de los acontecimientos más importantes de la historia bíblica. La abreviatura «ca.» (circa) indica que la fecha es aproximada. (Por lo general, la fecha, mientras más antigua, es menos precisa.)
En la época monárquica, la cronología es bastante exacta, aunque aun en este período los estudiosos pueden diferir en uno o dos años. La tabla identifica, además, algunos acontecimientos importantes de la historia antigua, y destaca las fechas de la actividad de varios profetas.
I. El comienzo: Gn 1-11
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Historia antigua
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Relatos bíblicos
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Período prehistórico
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. . .
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La creación
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Edad de bronce antiguo
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3100-2200
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Antepasados de Abraham nómadas en Mesopotamia
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Cultura sumeria:
Extensión del poderío militar hasta el Mediterráneo |
2800-2400
2600-2500 |
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Egipto:
Imperio antiguo: 3100-2100 |
2500
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Construcción de las grandes pirámides: 2600-2500
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II. Los patriarcas: Gn 12–50
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Edad de bronce medio
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2200-1550
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Egipto: Imperio medio: 2100-1720
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2000
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Mesopotamia: tercera dinastía de Ur: 2100-2000
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Llegada de Abraham a Palestina: ca. 1850
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Primera dinastía babilónica (amorea): a partir de 1900
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1700
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Los patriarcas en Egipto
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Egipto: Ocupación de los hicsos: 1730-1550
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III. El éxodo: Moisés y Josué: Ex, Nm, Dt, Jos
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Edad de bronce reciente
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1550-1200
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Egipto: Imperio nuevo.
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1500
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Dinastía XVIII: 1550-1070
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1300
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Moisés en Egipto
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Asia Menor y norte de Siria: Imperio Hitita: 1450-1090
Ramsés II: Faraón egipcio: 1304-1238 |
1250
1220 |
Éxodo de Egipto ca.1250/30 Los israelitas vagan por el desierto. Moisés recibe las tablas de la ley en el monte Sinaí. Josué invade Palestina. Conquista y posesión de Canaán. Israel se establece como una confederación de tribus: ca. 1230-120
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IV. Período de los jueces: Jue
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Edad de hierro I
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1200-900
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Egipto: Faraón
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Período de los jueces: 1200-1030
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Ramsés III: 1194-1163
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1150
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Los filisteos, rechazados por Ramsés III, se establecen en la costa de Palestina: 1197-1165
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1100 |
Débora y Barac derrotan a los cananeos en Taanac: ca. 1130
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Mesopotamia: Tiglat-piléser I: 1115-1077
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Samuel, profeta y juez de Israel: ca. 1040
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Decadencia de Asiria y nacimiento del reino arameo de Damasco, Rezín rey de Damasco.
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V. La monarquía: 1 y 2 S, 1 y 2 R, 1 y 2 Cr
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1050
1000 |
Saúl, primer rey de Israel: ca. 1030-1010
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950
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David expande el reino y establece a Jerusalén como su centro político y religioso: ca. 1010-970
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925
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Salomón expande el imperio y construye el templo de Jerusalén: 970-931.
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Asamblea en Siquem y división del reino: 931
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VI. Judá e Israel - el reino dividido 931-587
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Reyes de Israel
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Reyes de Judá
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Edad de hierro II
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900-600
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Egipto: dinastía XXII 945-725
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Jeroboam I: 931-910
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Roboam: 931-913
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900 |
Se establecen cultos en Dan y Betel
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Abiam: 913-911 |
Damasco: Rey Ben-hadad I
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Nadab: 910-909
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Asá: 911-870
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Asiria: Asurnasirpal: 883-859
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Baasá: 909-886
Elá: 886-885 |
Josafat: 870-848 |
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850
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Zimrí: 885 (7 días)
Omrí: 885-874 |
Joram: 848-841 |
Salmanasar III: 858-824
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Ahab:874-853
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800
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Actividad profética de: Elías: ca. 865
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Ocozías: 841
Atalía reina de Judá: 841-835 |
Salmanasar V: 824-811
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750 |
Ocozías: 853-852
Joram: 852-841 |
Joás: 835-796
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Adad-nirari III: 811-783
Decadencia de Asiria: 783-745 |
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Actividad profética de Eliseo: ca. 850
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Amasías: 796-781 Ozías (Azarías): 781-740
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Asiria: Tiglat-pileser II: 745-727.
Comienza la política de auxiliar pueblos conquistados |
721 |
Jehú: 841-814
Joacaz: 814-798 Joás: 798-783 |
Profecías de Isaías y Miqueas: c.740 |
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700
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Jotam: 740-736
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Guerra siroefraimita
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650
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Jeroboam II: 783-743
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Ahaz: 736-716
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Israel y Siria luchan contra Judá: 734
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Profecías de Amós y Oseas: ca. 750
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Asiria: Salmanasar V: 726-722
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Zacarías: 743 (6 meses)
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Salum: 743 (1 mes)
Menahem: 743-738 |
Ezequías: 716-687 |
Sargón II: 721-705
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Pecahías: 738-737
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Manasés: 687-642
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Senaquerib: 705-681
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Pécah: 737-732
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Esarhadón: 681-669
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Oseas: 732-724
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Assurbanipal: 668-621
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Caída de Samaria: Deportaciones, sincretismo religioso fin del reino del norte
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Amón: 642-640
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Profecías de Sofonías: ca. 630
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Babilonia: Nabopolasar: 626-605
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625
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Vocación de Jeremías: ca. 627
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Destrucción de Nínive: 612
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Josías: 640-609
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Batalla de Carquemis: 605
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Reforma religiosa que se extendió a Samaria: 622
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600
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Babilonia: Nabucodonosor: 604-562
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587/6 |
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Profecías de Nahúm: 612
Joacaz: 609 (3 meses) |
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Joaquim: 609-598
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Sedequías: 598-587
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Comienzo de la actividad profética de Ezequiel: 593
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Caída de Jerusalén: 587/6
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VII. Exilio de Israel en Babilonia: 587-538
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Edad de hierro III
Evil-merodac: 562-559 Indulto de Joaquín: 661 Babilonia: Nabónido: 559-539 Ciro el persa conquista Babilonia: 539 |
600-300
587/6 |
Luego de la toma de la ciudad y la destrucción del templo de Jerusalén líderes judíos son desterrados de
Jerusalén: 587/6 Godolías es nombrado gobernador: 587/6 |
VIII. Época persa: Restauración: 538-333
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Edicto de Ciro: fin del exilio: 538
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538
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Sesbasar es nombrado gobernador: 538
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Persia: Cambises: 529-522
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Restauración del altar de los sacrificios: 538
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Darío: 522-486
Reorganización del imperio persa: Siria y Palestina forman la 5a. satrapía del imperio. |
500
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Construcción del “Segundo Templo” en Jerusalén: 520-515
Profecías de Hageo y Zacarías: 520 |
Persia: Jerjes I (Asuero): 486-465
Artajerjes I |
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Zorobabel nombrado gobernador;
Josué, Sumo sacerdote. |
Longímano: 465-423
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Misión de Esdras en Jerusalén: 458 (428 ó 398)
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400
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Profecías de Malaquías;
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Jerjes II: 423
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Restauración de las murallas: 455-443
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Darío II Notos: 423-404
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350
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Segunda misión de Nehemías: 432
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Artajerjes II Mnemón: 404-358
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333
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Artajerjes III Ocos: 358-338 Arsás: 338-336 Darío III Codomano: 336-331
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Judea se organiza como un estado teocrático, bajo el imperio persa: ca. 350
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Alejandro Magno: conquista Persia (333) y Egipto (331)
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IX. Época helenística: 331-63
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Alejandro Magno: 336-323 Luego de la muerte de la muerte de Alejandro, el imperio se divide en dos grandes áreas:
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Judea |
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Egipto: Imperio de los Lágidas
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Siria y Babilonia Imperio de los Seléucidas
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Judea sometida al poder de los Lágidas 323-197
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Tolomeo I Soter: 323-285
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Seleuco I Nicator: 312-280
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300
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Grupos judíos se establecen en Egipto y en Antioquía.
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Tolomeo II Filadelfo: 285-246
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Antíoco I Soter: 280-261
Antíoco II Teo: 261-246 |
250 |
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Tolomeo III Evergetes: 246-221
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Seleuco II Calínico: 246-226
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Se prepara la traducción de la Ley o Pentateuco en griego (LXX). Posteriormente se traducen otros libros del AT: 250
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Tolomeo IV Filopátor: 221-205,
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Antíoco III El Grande: 223-187
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200
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Tolomeo V Epífanes: 205-180
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Seleuco IV Filopáter: 187-175
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Judea sometida a los Seléucidas 197-142
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Luego del triunfo de Antíoco III El Grande sobre los Lágidas, Egipto no desempeñó un papel preponderante en la política de Judá.
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Antíoco IV Epífanes: 175-163
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Antíoco IV saquea el templo de Jerusalén: 169 Decreto para abolir las tradiciones Judías.
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Antíoco V Eupátor: 163-162
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Demetrio I Soter: 162-150
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Tolomeo VI Filométor: 180-145
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Se instaura el culto al dios Júpiter Olímpico en el Templo de Jerusalén: 167
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Rebelión de los Macabeos para lograr la independencia judía de los seléucidas: 166-142
El templo es reconstruido y purificado: 164 Muerte de Judas Macabeo |
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Alejandro Balas: 150-145
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150
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Tolomeo VII: 145-116
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Demetrio II: 145-138 con Antíoco VI: 145-142
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Independencia de Judea; triunfo de la revolución Macabea: 142 Gobierno de los Asmoneos: 142-63
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Antíoco VII Sidetes: 138-129
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Tolomeo IX: 116-109 |
Demetrio II Nicator: 129-125
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Juan Hircano, Sumo sacerdote y etnarca: 134-104
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Antíoco VIII: 122-113 con Seleuco V: 122
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Tolomeo X: 108-89
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Antíoco IX Cicico: 113-95
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100
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Aristóbulo I, Sumo
sacerdote que tomó el título de rey: 140-103 Alejandro Janeo, Sumo sacerdote: 103-76 |
Tolomeo XI: 88-80
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Guerras de sucesión: 95-84
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63
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Cleopatra VII, reina de Egipto: 51-31
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Tigrames El Armenio: 83-64
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Alejandro Salomé: 76-67 Aristóbulo II, rey y Sumo sacerdote: 67-63
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Antíoco VII: 68-64
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Roma conquista Egipto: 31
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Pompeyo, el general romano, conquista Jerusalén: 63
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Juan Hircano II, Sumo sacerdote: 63-40 Herodes, rey de Judea: 37-4
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Libros recomendados
Asurmendi, J. y García Martínez, Félix. «Historia e instituciones del pueblo bíblico». Introducción al estudio de la Biblia. 1. La Biblia en su entorno. Estella: Editorial Verbo Divino, 1990.
Bright, John. La historia de Israel. Trad. del inglés por Marciano Villanueva. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1987.
Packer, James I.; Tenney, M. C. y White, Jr. W. El mundo del Antiguo Testamento. Trad. del inglés por Elsa Romanenghi de Powell. Miami: Editorial Vida, 1985.
Wright, A. G.; Murphy, R. E. y Fitzmyer, J. «Historia de Israel». Comentario bíblico «San Jerónimo». Tomo 5. Trad. del inglés por Alfonso De la Fuente Adánez. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1972.
EL CONTEXTO HISTÓRICO
DEL NUEVO TESTAMENTO
DEL NUEVO TESTAMENTO
La mayoría de los libros del Nuevo Testamento se escribieron durante la segunda parte del siglo I d.C., y en ellos se refleja el medio histórico y cultural imperante en ese momento. El Nuevo Testamento surge entonces bajo la influencia de tres grandes culturas de la época: la judía, la griega y la romana. Por eso sobre la cruz de Jesús aparece un letrero escrito en hebreo, griego y latín (Jn 19.19–20).
El Nuevo Testamento y el ambiente judío
Sin conocimiento del factor cultural judío, es imposible comprender el Nuevo Testamento. Esto es cierto porque gran parte de los personajes de la época del Nuevo Testamento son judíos: Jesús, sus discípulos y sus apóstoles, y los primeros creyentes de la iglesia. Jesús habló el arameo, vivió en Galilea y Judea, y murió en Jerusalén.
Hay tres aspectos del ambiente judío que son importantes destacar aquí: el religioso, el social y el literario.
Aspecto religioso
Hay una estrecha relación entre la iglesia cristiana y el pueblo judío, sobre todo en lo que a la religión respecta. En el centro de la fe judía está la afirmación de que «Dios es el único Señor» (Dt 6.4; Mc 12.29; DHH), que sus leyes son sabias y dignas de obediencia (Sal 78.5–8), y que él ha escogido un pueblo para sí mismo. Nada de eso está ausente en la fe cristiana. En realidad, las Escrituras de Israel, donde los profetas dejaron registrado el mensaje de Dios para su pueblo, siguieron siendo las Escrituras de la iglesia cristiana. Sería mucho tiempo después cuando se agregaría el Nuevo Testamento. Por eso en el Nuevo Testamento se ven registradas muchas de las costumbres religiosas judías y se menciona a los grupos judíos más influyentes de la época (Mt 22.23–33; Hch 23.6–8; 1 Co 15.12–58).
Por otra parte, la esperanza en la venida del Mesías significaba para los judíos el deseo de ver cumplida la justicia por la mano misma de Dios. De modo que las naciones e individuos que se oponían al pueblo judío recibirían su castigo; y el pueblo escogido y los justos tendrían su recompensa. Pero con la muerte y resurrección de Cristo los primeros cristianos entendieron que la salvación prometida y el juicio mismo incluían a todos los seres humanos de todas las épocas (Jn 3.14–18; 12.32; 1 Ti 1.15; 2.4).
Aspecto social
También se debe tener en cuenta la situación social. En la sociedad israelita de la época de Jesús había tres clases sociales: una alta, una media y otra pobre. La clase alta se componía de las familias de los jefes políticos y religiosos, de los comerciantes solventes y terratenientes, y de los recaudadores de impuestos (publicanos). La clase media contaba con los medianos y pequeños comerciantes, los artesanos, los sacerdotes y los maestros de la ley. Por último, la clase pobre, la más numerosa, estaba formada por jornaleros que vivían al día (Mt 20.1–16), y por muchos otros que vivían al margen de la sociedad, como los mendigos, los leprosos y los paralíticos (Mc 10.46).
Según las leyes, el lugar más bajo en la escala social lo ocupaban los esclavos, aunque su situación real dependía de la posición y carácter de sus amos. Los esclavos que no eran judíos rara vez recuperaban su libertad. En cambio, los esclavos israelitas podían recuperar su libertad en el año sabático. El año sabático se celebraba cada siete años, y su objetivo era que no se cultivara la tierra durante un año, para celebrar así un año en honor a Dios (Ex 23.10–11; Lv 25.1–7; 26.34, 43). Como no se debía cultivar, no se podían saldar las deudas, y éstas se perdonaban. Del mismo modo, eran liberados los esclavos israelitas que habían trabajado durante seis años.
Los principales oficios eran la agricultura, la ganadería, la pesca (en el lago de Galilea), trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería, albañilería, etc.) y el comercio. También la atención del templo daba trabajo a un gran número de sacerdotes y levitas.
Se dice que la población de Palestina en la época de Jesús pudo haber sido de aproximadamente un millón de personas.
Los judíos no formaban un grupo religioso y político unido. Decimos religioso y político porque ambos aspectos estaban muy relacionados. En este sentido, los judíos se habían dividido en muchos grupos. En el Nuevo Testamento se mencionan varios de ellos: los fariseos, los saduceos, los herodianos y los maestros de la ley. Los fariseos eran un grupo más que todo religioso. Defendían la estricta obediencia de la ley de Moisés, de las tradiciones y de la piedad popular (Flp 3.5–6). Representaban el grupo con más autoridad entre el pueblo. Eran influyentes y participaban en la dirección política. Después de la destrucción del templo de Jerusalén (año 70 d.C.), fue el grupo que predominó entre los judíos. Este grupo sostuvo la idea de la vida eterna, el libre albedrío y la providencia. Los saduceos, en su mayoría, venían de familias de sacerdotes aristocráticos. El grupo se asociaba con los sacerdotes y con el Sanedrín o tribunal judicial israelí. Negaban la vida futura y la existencia de los ángeles y espíritus (Mt 22.23–33; Hch 23.6–8). También desaparecieron con la caída de Jerusalén. Un grupo menor fue el de los herodianos (partidarios de Herodes; Mt 22.16), y el de los esenios. Los esenios no se mencionan en el Nuevo Testamento; sin embargo, los historiadores y testigos de la época (Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Plinio), e incluso los primeros padres de la iglesia (Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes), reconocieron su importancia. Cultivaban una vida comunitaria y muy organizada, los bienes eran comunes y exigían el celibato, la rectitud moral, la modestia, los vestidos blancos, las comidas comunitarias, las abluciones o ritos de purificación con agua, y el separarse del resto de los judíos. Creían en las doctrinas hebreas y en la necesidad de purificarse con persistencia. Pero también tenían muchas creencias paganas: el determinismo universal, la adoración del sol como dios, y la reencarnación. Este grupo, como los dos anteriores, desapareció al luchar contra Roma. Precisamente se desencadenó esta lucha en el año 66 d.C. por los celotes («los celosos»). Ellos eran fanáticos de la libertad y de una exagerada espera en los momentos culminantes de la vida y de la historia.
Por último, mencionaremos a un grupo importante por su influencia literaria: los maestros de la ley (escribas, letrados o rabinos). Ellos enseñaban la religión y las tradiciones, y explicaban las Escrituras. En su mayoría eran laicos. Enseñaban en el templo (Lc 2.46) o en las sinagogas (Hch 15.21). Ejercían mucha influencia por su piedad y erudición. Hacían estrictas interpretaciones de la ley, creían en cierta libertad humana, pero limitada por la providencia. Creían en la resurrección y en los ángeles, en la venida del Mesías y en la reunión final de todas las tribus de Israel. Su marcado carácter separatista los volvió presumidos, y con eso disminuyeron su fuerza espiritual. Junto con los fariseos, se opusieron fuertemente a Jesús (Mt 23). Sus enseñanzas se conservaron en la llamada «literatura rabínica», escrita después del Nuevo Testamento.
Aspecto literario
La literatura cristiana, ante todo el Nuevo Testamento, se inspira en el Antiguo Testamento y en el judaísmo contemporáneo. Esto es llamativo, porque el Nuevo Testamento y los primeros escritos cristianos se hicieron en griego. En efecto, sin importar la influencia griega, muchas palabras, mensajes y enseñanzas corresponden al espíritu hebreo. La enseñanza era primero oral y en arameo, luego se vertió al griego, pero conservando su cualidad judía. Así, en el Nuevo Testamento conservamos palabras como: abbá y marana ta.
El cristianismo primitivo se originó a partir del pueblo judío (Hch 2.46), y poco a poco fue distinguiéndose de éste, hasta separarse del todo. La separación definitiva fue motivada por el mismo mensaje proclamado: no es requisito ser judío para ser cristiano (Hch 15.1–35). Así, muchas personas que no eran judías se integraron a la iglesia y contribuyeron a la separación (Ro 11.11–12). Esa separación era de esperarse de todas formas, pues la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, existe porque con su vida, muerte, resurrección, presencia y actuación subsiguientes, se ha realizado un acontecimiento totalmente nuevo. Es la nueva creación (Mc 1.27; 2.21–22; Jn 13.34; Gl 6.15; Ef 2.15). Además, este nuevo acontecimiento se transmitió con formas literarias nuevas, como los evangelios, y con la transformación de formas tradicionales, como las cartas.
El Nuevo Testamento y el ambiente griego
Las grandes conquistas militares de Alejandro Magno en Asia (año 333 a.C.) hicieron que la cultura griega se difundiera por el occidente asiático, por el norte de África, por el sur de Europa y por Roma misma. No es de extrañar que, para el siglo I d.C., el griego fuera el idioma de las personas cultas de la zona del mar Mediterráneo, e incluso la lengua popular en muchas de las regiones de la zona. Esta difusión de la cultura griega es lo que se ha denominado «helenismo».
Dado que el pueblo de Israel sufrió diversas deportaciones masivas a lo largo de la historia, era común encontrar comunidades judías fuera de Palestina. Esas comunidades constituyeron lo que se llama el judaísmo de la «diáspora» o dispersión. Aunque estas comunidades siguieron fieles a sus tradiciones religiosas (por ejemplo, Hch 16.13), adoptaron el griego como idioma propio. Hoy se acepta que después del año 70 d.C. eran más los judíos de la diáspora, que los que vivían en Israel. Fue así como en la comunidad judía de Alejandría (Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras israelitas. La principal de estas traducciones es la «versión de los Setenta» o Septuaginta (LXX), la cual se convirtió en el texto de uso común de los cristianos de habla griega.
También en Jerusalén hubo un grupo de judíos cristianos que hablaban griego (Hch 6.1). Eso hizo posible la difusión del evangelio en las comunidades de la diáspora y entre los paganos (Hch 11.19–20). El judío más notable entre la diáspora es, sin duda, Pablo de Tarso. Pablo fue primero perseguidor de cristianos y luego, convertido ya al cristianismo, fue seguidor y propagador celoso de Cristo entre los paganos (Gl 1.14). Sus viajes misioneros abarcaron la mayoría del mundo conocido hasta entonces y sus cartas constituyen una parte muy importante del Nuevo Testamento.
Por todas estas razones no es extraño que el Nuevo Testamento se hubiera escrito en griego, aunque algunos manuscritos y tradiciones anteriores puedan sugerir que al inicio se escribieron en hebreo y arameo. Sin embargo, lo cierto es que su redacción y texto definitivos se hicieron y se conservaron en griego.
El Nuevo Testamento y el ambiente romano
Alrededor del siglo II a.C. el poder militar de Roma se había apoderado de todo el Mediterráneo. A partir del 63 a.C. Palestina quedó sometida al poderío militar y político de Roma.
Al inicio, los gobernantes judíos conservaron el título de reyes, aunque estuvieran sometidos al poder romano. El Nuevo Testamento destaca a Herodes el Grande, quien gobernó Palestina del 37 al 4 a.C. Fue bajo su mandato cuando nació Jesús (Mt 2.1–20; Lc 1.5). Cuando Herodes murió, el reino se dividió entre sus tres hijos: Arquelao gobernó Judea y Samaria hasta el año 6 d.C., Herodes Antipas en Galilea y Perea, hasta el 39 d.C., y Filipo en el nordeste del Jordán, hasta el 34 d.C. (Mt 2.22; Lc 3.1). Hacia el año 6 d.C., el emperador romano Augusto quitó del reino a Arquelao, y Judea y Samaria pasaron a ser propiedades del Imperio Romano. Los nuevos cambios administrativos incluyeron nuevas autoridades romanas (los prefectos y los procuradores). El más conocido de todos en la historia cristiana es Poncio Pilato, prefecto de Judea (26–36 d.C.) que condenó a muerte a Jesús (Mt 27.1–26).
Para el año 37 d.C., el rey Herodes Agripa sustituía a Filipo, y en el 40 d.C. a Herodes Antipas. En el año 41 d.C. Herodes Agripa extendió su dominio hacia Judea y así reconquistó un reino tan grande como el que había tenido su abuelo Herodes el Grande (Hch 12.1–19). Herodes Antipas murió en el año 44 d.C. (Hch 12.19–23), y con ello toda Palestina pasó a manos de los romanos. Esto duró hasta el año 66 d.C., cuando se produjo la guerra judía (Hch 23.24; 24.27).
Entonces Roma desplegó su fuerza militar por todo Israel. Los soldados se organizaban por «compañías», las que tenían a su cargo velar por la adoración del emperador en todo el imperio. Diez compañías formaban una legión (unos 6.000 hombres). Los soldados debían facilitar las conquistas y aplacar las rebeliones. Vigilaban las fiestas judías, las prisiones y las ejecuciones (Mt 28.11–15; Lc 23.47; Jn 19.2,23–24,34). Pese a ello, también los soldados se acercaban a Jesús y al cristianismo (Mt 8.5–13; 27.54; Lc 23.47; Hch 10; 27.3–11). En su carta a los efesios, Pablo compara al cristiano con un soldado romano (Ef 6.10–18).
El creciente descontento del pueblo judío hacia los romanos llegó a su punto máximo en el año 66 d.C. En ese año, los «celotes» organizaron una rebelión contra Roma. La lucha duró cuatro años. En el primer año de guerra, Roma decidió que los gobernadores de Palestina debían seguir siendo generales del ejército, a quienes llamaron «legados». El primero de ellos fue Vespasiano, quien en el año 69 d.C. fue proclamado emperador. La rebelión judía fue aplacada con la intervención de los ejércitos romanos que conquistaron Jerusalén y destruyeron el templo en septiembre del año 70 d.C. (Mt 24.2; Lc 21.20). Esta derrota se debió a la superioridad militar de los romanos y a las irreconciliables disputas internas de los judíos.
Con la caída de Jerusalén también desaparecieron las autoridades del Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos; las familias sacerdotales se vieron diezmadas, y el grupo de los maestros de la ley empezó a desaparecer. El cargo de sumo sacerdote resultó obsoleto, al igual que el culto del templo. Las enseñanzas religiosas, tradicionales y culturales se reorganizaron alrededor de los rabinos y sus escuelas.
Fuera de Palestina, la iglesia cristiana supo aprovechar bien los benefi- cios que ofrecía el Imperio Romano. La unidad política y cultural facilitó la rápida propagación del evangelio por el mundo pagano (Ro 15.19, 28; 1 P 1.1). Esto se debió en parte a que en un principio las autoridades romanas no se oponían a la práctica de la religión judía ni de la religión cristiana. Pero cuando la fidelidad a Cristo entró en conflicto con los intereses de Roma, los primeros cristianos empezaron a ser martirizados y perseguidos. Los cristianos se resistían a dar culto al emperador y a sus dioses. A esto se agregó que muchas disposiciones contra los judíos también se aplicaron a los cristianos (Hch 18.2). Esta tensa situación en que vivieron los cristianos de los siglos I y II se refleja en 1 P 4.12–16 y en el libro de Apocalipsis, donde Roma aparece como el enemigo número uno del cristianismo.
Cronología del Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento no encontramos fechas que nos ayuden a escribir una cronología tal como se hace hoy, con el calendario moderno de uso universal. Sin embargo, encontramos detalles cronológicos propios de la forma en que los judíos medían el tiempo. Esos detalles del Nuevo Testamento, así como otros encontrados en obras seculares escritas en aquellos tiempos, nos ayudan a fijar fechas aproximadas para los sucesos de la vida de Jesús y la vida de la iglesia en el tiempo de los apóstoles.
La vida de Jesús
Su nacimiento. Según Mateo 2.1, Jesús nació cuando Herodes el Grande era rey de Judea. Esto quiere decir que su nacimiento no pudo ocurrir después de la muerte de Herodes. El historiador judío Josefo dice en su libro Antigüedades que, antes de morir Herodes, hubo un eclipse de luna. Sabemos que entre el año 5 y 4 a.C. hubo varios eclipses. El que ocurrió precisamente antes de la muerte de Herodes pudo ser el del 12 de marzo del 4 a.C. Josefo mismo dice que Herodes murió antes de la Pascua del 11 de abril del 4 a.C. La fecha de la muerte de Herodes tuvo que ser entonces a principios de abril de ese año.
En Lucas 2.1 se nos dice que Jesús nació durante el tiempo en que se hacía el censo ordenado por el Emperador Augusto. Lucas nos informa además que el censo fue realizado por el gobernador romano de Siria llamado Quirinio. Por las pruebas encontradas en documentos del historiador Josefo y otros documentos antiguos, algunos fijan como fecha probable de ese censo el año 8 a.C.
De ese modo, lo único que podríamos afirmar es que el nacimiento de Jesús tuvo lugar entre los años 8 a.C. (censo de Quirino) y 4 a.C. (muerte de Herodes). La fecha que todos aceptan con más probabilidad es la de los años 7 ó 6 a.C.
Su ministerio. Sabemos que Jesús comienza su ministerio después de ser bautizado por Juan el Bautista, y a su regreso del desierto (Lc 3.21–4.14), pero no tenemos datos de la fecha exacta en que esto sucedió. Para fijar la fecha, recurrimos a la sincronización que el evangelista Lucas hace del ministerio de Juan el Bautista (Lc 3.1).
Lucas nos dice que Juan comenzó su ministerio cuando el emperador Tiberio ya llevaba reinando casi quince años. El historiador Josefo asegura que Tiberio comenzó a reinar al morir Augusto en el año 14 d.C. Esto quiere decir que el año 15 de su reinado sería el 28 ó 29 d.C., y que esa sería la fecha probable del comienzo del ministerio de Juan el Bautista y de Jesús mismo.
También puede confirmarse esta fecha si se toma en cuenta la cita de Juan 2.20, en la que se dice que la construcción del templo llevaba ya 46 años. Según Josefo, Herodes comenzó la reconstrucción del templo en el año 20 a.C. Sumando entonces 46 años, nos da la fecha de 27 ó 28 d.C.
Según Lucas 3.23, Jesús tenía unos treinta años de edad cuando comenzó su ministerio y, de acuerdo con el Evangelio según Juan, su ministerio pudo durar unos dos años y medio. Llegamos a esta conclusión porque Juan menciona claramente tres Pascuas durante el ministerio de Jesús (Jn 2.13–23; 6.4; 7.2; 10.22; 12.1).
Su muerte. Según el calendario judío, la Pascua en que murió Jesús se celebró el viernes 7 de abril del año 30 d.C.
La iglesia en la época de los apóstoles
Para hacer una cronología aproximada de todos los acontecimientos importantes en la vida de la iglesia durante la época de los apóstoles, recurrimos a los únicos sucesos narrados en el libro de Hechos que pueden fecharse con precisión según fuentes judías y romanas. Es a partir de esas fechas como se pueden fechar los demás sucesos (véase la Tabla cronológica).
Primero que todo mencionemos la muerte del rey Herodes Agripa I (Hch 12.23), ya que es la fecha que con más exactitud se puede fijar. Según el historiador judío Josefo, Agripa fue nombrado rey de Palestina poco después de que el emperador Claudio tomara el poder en Roma, en enero del año 41 d.C. Según Josefo, Agripa reinó durante tres años, por lo que la fecha de su muerte puede ser el 44 d.C.
Otro acontecimiento singular que se puede fechar es la hambruna mencionada en Hechos 11.28, pues varios autores antiguos la mencionan en sus libros (Josefo, Tácito y Suetonio), y en papiros egipcios se registra el alto precio que alcanzó el trigo en esa época. Según esas fuentes, hubo una gran hambruna entre los años 46 ó 47 d.C., cuando Tiberio Alejandro era procurador de Judea.
Aunque no se puede confiar mucho en un historiador tan tardío como Orosius (siglo V), cabe apuntar que él fecha el edicto del emperador Claudio para expulsar de Roma a los judíos (Hch 18.2), en el año 49 ó 50 d.C.
Por último, en Hechos 18.12 se menciona el juicio de Pablo ante el gobernador de Acaya, llamado Galión. Según una inscripción en latín encontrada en Delfos, Grecia, el gobierno de Galión puede ubicarse entre el 51 y 53 d.C.
Tabla cronológica del Nuevo Testamento
Emperadores de Roma
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Fecha |
Historia del Nuevo Testamento
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Gobernantes de Palestina |
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37 a.C.
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Herodes el Grande 37–r4 a.C.
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Augusto
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27 a.C.
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7 ó 6 a.C.
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Nacen Juan el Bautista y Jesús
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4 a.C.
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Arquelao (Judea; 4 a.C.–6 d.C.)
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Tiberio
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14 d.C.
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Herodes Filipo (Iturea; 4 a.C.–34 d.C.)
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Herodes Antipas (Galilea; 4 a.C.–44 d.C.)
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26 d.C.
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Poncio Pilato (26–36 d.C.)
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28 d.C.
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Bautismo de Jesús
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Muerte de Juan el Bautista
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Jesús en Jerusalén para la Pascua (Jn 2.13)
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Jesús en Jerusalén para la Pascua (Jn 2.13)
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Jesús en Samaria (Jn 4.35)
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Jesús en Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos (Jn 5.1)
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29 d.C.
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Alimentación de los cinco mil (Jn 6.4; era tiempo de la Pascua)
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30 d.C.
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Jesús en Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos (Jn 7.2)
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Jesús en Jerusalén para la Fiesta de Dedicación (Jn 10.22)
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Jesús es crucificado y resucita (Época de Pascua)
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Pentecostés (Hch 2.1ss)
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33 d.C.
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Apedrean a Esteban (Hch 7.1ss)
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34 d.C.
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Conversión de Pablo (Hch 9.1ss)
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Visita de Pablo a Jerusalén
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Calígula
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37 d.C.
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Claudio
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41 d.C.
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Herodes Agripa I, Rey de Judea; 41–44 d.C
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46 d.C.
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Primer viaje misionero de Pablo; 46–48 d.C. (Hch 13–14)
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48 d.C.
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Concilio Apostólico en Jerusalén (Hch 15.1–29)
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49 d.C.
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Segundo viaje misionero de Pablo; 49–53 d.C. (Hch 15.36–18.23)
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50 d.C.
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Se escribe Santiago (50 ó 58 ?)
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Herodes Agripa II, 50–93 d.C. (territorio norte) |
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51 d.C.
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Se escribe 1, 2 Tesalonicenses
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52 d.C.
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Félix Procurador romano; 52–60 d.C.
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Nerón
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54 d.C.
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Tercer viaje misionero de Pablo; 54–58 d.C. (Hch 18.23–21.17)
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Pablo permanece en Éfeso
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56 d.C.
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Pablo sale hacia Tróade
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57 d.C.
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Pablo en Macedonia y Acaya.Se escriben 57–58 d.C. 1 Corintios, Gálatas, Filipenses (?), 2 Corintios, Romanos
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58 d.C.
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Pablo arrestado en Jerusalén (Hch 21.27–33)
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Pablo preso en Cesarea 58–60 d.C.
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Festo procurador romano (60–62 d.C.)
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60 d.C.
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Pablo es llevado a Roma
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61 d.C.
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Pablo permanece dos años en prisión domiciliaria (Hch 28.30). Se escriben 61–63 d.C. Colosenses, Filemón, Efesios
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64 d.C.
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Se escribe 1 Pedro (?)
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67 d.C.
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Se escriben Tito 1, 2 Timoteo, Hebreos
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Galba
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68d.C.
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Otto
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69 d.C.
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Vitelius
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Vespasiano
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70 d.C.
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Caída de Jerusalén.Se escribe 70 (?): Marcos; (70–80):2 Pedro, Judas
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Tito
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79 d.C.
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80 d.C.
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Se escriben (?) Mateo, Lucas, Hechos
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Domiciano ( 81–96 d.C.)
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81 d.C.
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Persecución de la iglesia
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96 d.C.
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Se escriben Juan, Apocalipsis, 1,2,3 Juan
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98 d.C.
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Muerte de Juan
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Libros recomendados
Harrington, Wilfrid J. Iniciación a la Biblia. La plenitud de la promesa. Tomo II. Santander: Editorial «SAL TERRAE», 1967.
Packer, J. I. El mundo del Nuevo Testamento. Miami: Editorial Vida, 1985.
Paul, André. El mundo judío en tiempos de Jesús. Historia política. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982.
Saulnier, Ch. y Rolland, B. Palestina en los tiempos de Jesús. Estella: Editorial Verbo Divino, 1981.
Schultz, Hans Jürgen. Jesús y su tiempo. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968.
1 Las siguientes obras han sido consultadas para la confección de este capítulo: John Bright, La Historia de Israel, Bilbao: Desclée de Brouwer, 19873; Martin Noth, Historia de Israel, Barcelona: Garriga, 1966; Siegfried Herrmann, Historia de Israel, Salamanca: Sígueme, 1985.
2 Werner H. Schmidt, Introducción al Antiguo Testamento, Salamanca: Sígueme, 1983, p. 23; Gerhard von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972, pp. 25–27, 148–149.
ca. circa, aproximadamente
a.C. antes de Cristo
3 Schmidt, pp. 26–31.
4 G. von Rad, pp. 184–217.
5 Las citas bíblicas se harán de acuerdo con el texto de la Biblia Dios Habla Hoy, Edición de Estudio, (Miami: SBU, 1994).
6 Theophile J. Meek, «El Código de Hammurabi», La sabiduría del Antiguo oriente, Barcelona: Ediciones Garriga, 1966, pp. 163–195; Marie-Joseph Seux, Leyes del Antiguo oriente, Estella: Ediciones Verbo Divino, 1987, pp. 21–73.
7 Bright, pp. 72–74; Herbert Haag, «Hiksos»,Diccionario de la Biblia, Barcelona: Editorial Herder, 1963, pp. 851–852.
9 «Cómo traducir el Nombre», Traducción de la Biblia, Vol. 4, Num. 1, pp. 3–7; R. de Vaux I, pp. 330–347.
10 M. E. Boismard, «Éxodo, marcha hacia Dios», Grandes temas bíblicos, Madrid: Ediciones Fax, 1971, pp. 237–247.
11 Hermann, pp. 117–149.
12 R. de Vaux I, pp. 137–161; Gregorio del Olmo Lete, Mitos y leyendas de Canaán, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1981, pp. 63–78.
13 Bright, pp. 222–224.
14 Schmidt, pp. 218–240.
cf. compárese
15 Bright, pp. 423–432.
16 Pagán, Esdras, Nehemías y Ester, Comentario Bíblico Hispanoamericano, Miami: Editorial Caribe, 1992, pp. 51–54.
17 Pagán, pp. 27–30.
18 Véase el capítulo sobre «El canon del Antiguo Testamento» en esta obra.
VPEE Versión Popular Edición de Estudio
DHH Dios Habla Hoy (Versión popular española)
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6