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Algunos, por cierto, predican a Cristo por envidia y rivalidad; pero otros lo hacen de buena voluntad. Filipenses 1:15-18
Es completamente lógico (y jamás debiera haber sido negado) que cuando Pablo habla aquí de los que “predican a Cristo por envidia y rivalidad … por ambición personal no con sinceridad, pensando causar tribulación (para mí) en mis cadenas”, no se refiere, en modo alguno, a aquellos para quienes sólo tiene motivos de alabanza por haber sido “alentados en el Señor por mis cadenas y están mostrando mucho más valor para hablar sin temor el mensaje de Dios”. El apóstol enfoca ahora el asunto desde un ángulo diferente. El ha indicado ya los dos resultados favorables de las experiencias de su encarcelamiento:
a. el verdadero asunto se ha aclarado para los de afuera (la guardia pretoriana, etc.), de manera que estos ahora dan perfecta cuenta de que las cadenas de Pablo son por Cristo;
b. la mayor parte de los creyentes de la gran metrópoli, sacudiendo sus primeros temores, proclaman, al fin, el mensaje de Dios animosamente. Ahora él acentúa una tercera razón que también es causa de su optimismo (una razón que en realidad está implícita en a. y b.), es a saber,
c. ¡Que Cristo es proclamado!
Así pues, con este pensamiento que embarga toda su mente, ahora declara que esta predicación de Cristo no siempre se hace, triste es decirlo, por motivos apropiados.
Todos aquellos en los que Pablo piensa proclaman a Cristo (véase los versículos 15, 17, 18). Ellos son sus embajadores y lo proclaman con autoridad y públicamente como el único nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. (Para este verbo proclamar o predicar y sus sinónimos véase C.N.T. sobre las Epístolas Pastorales, pp. 349–350). Hasta donde se puede entender del texto, ninguno de estos predicadores enseña una falsa doctrina.
Ninguno de ellos, por ejemplo, concede una importancia indebida a la observancia de la ley como medio de salvación. Ninguno de los que se mencionan en Fil. 1:15–18 “predica otro evangelio” (Gá. 1:6; cf. 5:1–6) “u otro Jesús” (2 Co. 11:4). Ninguno de ellos es “perro” o “mal obrero” (Fil. 3:2). Pero a pesar de que todos proclaman el verdadero evangelio, no todos lo hacen por un motivo digno. ¡Y esa es la cuestión!, en consideración de la cual Pablo divide a los predicadores de Roma en dos grupos.
El primer grupo está compuesto por aquellos que anuncian a Cristo por envidia y rivalidad. (Para esta misma combinación véase también 1 Ti. 6:4). Para un estudio de la palabra envidia véase C.N.T. sobre las Epístolas Pastorales, No debe olvidarse que en Roma había una iglesia mucho antes que Pablo llegase allí. Y por lo tanto, casi sin lugar a dudas, es lógico pensar que ciertos predicadores habían adquirido cierta fama entre los hermanos. Es fácil imaginar que, con la llegada de Pablo y especialmente con la divulgación de su fama por toda la ciudad (véase los vv. 13 y 14), estos conocidos predicadores comenzaron a perder algo de su reconocido prestigio. No pasó mucho tiempo sin que sus nombres se fueran empalideciendo, y que en consecuencia se despertase en ellos la envidia hacia Pablo.
Su predicación de Cristo no era, pues, por motivos puros y nobles.
El segundo grupo estaba compuesto por los que eran movidos por buena voluntad (palabra que se usa aquí en el sentido de buena voluntad humana; mientras que en Fil. 2:13; Lc. 2:14; 10:21; Ef. 1:5, se emplea significando el beneplácito divino). Es evidente que la esencia de esta buena intención o buena voluntad era el amor por Pablo y por el evangelio que éste proclamaba, porque las palabras que siguen a continuación dicen: éstos lo hacen por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. A estos no les molestaba la autoridad que Pablo ejercía por mandato divino, ni los grandes dones que había recibido de Dios, ni el honor que muchos le dispensaban. Ellos anunciaban a Cristo por amor, (véase sobre el v. 9), un amor por Cristo, y por consiguiente también por su evangelio y por el hombre que ellos sabían que había sido puesto, destinado, comisionado (para este verbo véase en 1 Ts. 3:3; cf. Lc. 2:34) para la defensa (véase lo dicho en el v. 7) del evangelio.
a. el verdadero asunto se ha aclarado para los de afuera (la guardia pretoriana, etc.), de manera que estos ahora dan perfecta cuenta de que las cadenas de Pablo son por Cristo;
b. la mayor parte de los creyentes de la gran metrópoli, sacudiendo sus primeros temores, proclaman, al fin, el mensaje de Dios animosamente. Ahora él acentúa una tercera razón que también es causa de su optimismo (una razón que en realidad está implícita en a. y b.), es a saber,
c. ¡Que Cristo es proclamado!
Así pues, con este pensamiento que embarga toda su mente, ahora declara que esta predicación de Cristo no siempre se hace, triste es decirlo, por motivos apropiados.
Todos aquellos en los que Pablo piensa proclaman a Cristo (véase los versículos 15, 17, 18). Ellos son sus embajadores y lo proclaman con autoridad y públicamente como el único nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. (Para este verbo proclamar o predicar y sus sinónimos véase C.N.T. sobre las Epístolas Pastorales, pp. 349–350). Hasta donde se puede entender del texto, ninguno de estos predicadores enseña una falsa doctrina.
Ninguno de ellos, por ejemplo, concede una importancia indebida a la observancia de la ley como medio de salvación. Ninguno de los que se mencionan en Fil. 1:15–18 “predica otro evangelio” (Gá. 1:6; cf. 5:1–6) “u otro Jesús” (2 Co. 11:4). Ninguno de ellos es “perro” o “mal obrero” (Fil. 3:2). Pero a pesar de que todos proclaman el verdadero evangelio, no todos lo hacen por un motivo digno. ¡Y esa es la cuestión!, en consideración de la cual Pablo divide a los predicadores de Roma en dos grupos.
El primer grupo está compuesto por aquellos que anuncian a Cristo por envidia y rivalidad. (Para esta misma combinación véase también 1 Ti. 6:4). Para un estudio de la palabra envidia véase C.N.T. sobre las Epístolas Pastorales, No debe olvidarse que en Roma había una iglesia mucho antes que Pablo llegase allí. Y por lo tanto, casi sin lugar a dudas, es lógico pensar que ciertos predicadores habían adquirido cierta fama entre los hermanos. Es fácil imaginar que, con la llegada de Pablo y especialmente con la divulgación de su fama por toda la ciudad (véase los vv. 13 y 14), estos conocidos predicadores comenzaron a perder algo de su reconocido prestigio. No pasó mucho tiempo sin que sus nombres se fueran empalideciendo, y que en consecuencia se despertase en ellos la envidia hacia Pablo.
Su predicación de Cristo no era, pues, por motivos puros y nobles.
El segundo grupo estaba compuesto por los que eran movidos por buena voluntad (palabra que se usa aquí en el sentido de buena voluntad humana; mientras que en Fil. 2:13; Lc. 2:14; 10:21; Ef. 1:5, se emplea significando el beneplácito divino). Es evidente que la esencia de esta buena intención o buena voluntad era el amor por Pablo y por el evangelio que éste proclamaba, porque las palabras que siguen a continuación dicen: éstos lo hacen por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. A estos no les molestaba la autoridad que Pablo ejercía por mandato divino, ni los grandes dones que había recibido de Dios, ni el honor que muchos le dispensaban. Ellos anunciaban a Cristo por amor, (véase sobre el v. 9), un amor por Cristo, y por consiguiente también por su evangelio y por el hombre que ellos sabían que había sido puesto, destinado, comisionado (para este verbo véase en 1 Ts. 3:3; cf. Lc. 2:34) para la defensa (véase lo dicho en el v. 7) del evangelio.
Aquellos predican a Cristo por ambición personal. Como el siervo asalariado desprecia muchas veces el idealismo, y solo vive pendiente del pago que ha de recibir, así también estos predicadores envidiosos son movidos únicamente por motivos egoístas (cf. Fil. 2:21). Buscan el honor y la fama, o, cuando menos, han permitido que este motivo controle los más nobles incentivos. Por tanto, Pablo continúa: estos predican a Cristo no con sinceridad, es decir, no con motivos puros y apropiados, pensando causar tribulación (para mí) en mis cadenas. No les importaba, en absoluto, agravar las aflicciones de Pablo, con tal de satisfacer sus propios y mezquinos intereses.
18a. Pero, ¿qué importa? Que de todas maneras, sea hipócrita, o sinceramente, Cristo es proclamado, y en esto me regocijo. La abnegación de Pablo provoca una cariñosa admiración. Nosotros lo amamos tanto más por haber escrito este bello pasaje. Alma sensible como él era, no siente piedad de sí mismo, porque ciertos predicadores envidiosos tratan de ganar el aplauso a expensas de él. Lo que realmente le importa no es lo que ellos le hacen a él, sino lo que hacen por el evangelio. Pero, ¿es posible que individuos tan egoístas pudieran prestar algún servicio al evangelio? Sí, porque los que los escuchaban no sabían lo que Pablo sabía. Los oyentes oían solamente la buena predicación, pero no veían la causa reprobable que la motivaba. Lo que importaba, pues, era que de todas maneras, sea hipócrita—como aquellos que sabían encubrir sus intereses egoístas—o sinceramente—como aquellas cuya única aspiración era la verdadera gloria de su Señor y Salvador—Cristo era anunciado.
Y en esto, dice Pablo, me regocijo (véase también 1:25; 2:2, 17, 18, 28, 29; 3:1; 4:1, 4, 10).
Parece que el gozo del apóstol es tan grande que desplaza cualquier otra consideración.
18b Sí, me regocijaré. Porque sé que por medio de vuestras oraciones y por la ayuda provista por el Espíritu de Jesucristo, esto redundará en mi salvación, conforme a mi ardiente anhelo y esperanza, de que jamás en nada seré avergonzado; sino que ahora, como siempre, por mi valor inagotable Cristo será glorificado en mi persona, ya sea por vida o por muerte. Pues para mí el vivir (es) Cristo, y el morir (es) ganancia. Ahora bien, si (lo que me espera es) el vivir en la carne, esto (significa) para mí una labor fructífera; no obstante, no puedo decir qué escogeré. Por ambas partes me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, ya que eso es muchísimo mejor; sin embargo, permanecer en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y estando convencido de esto, sé que permaneceré, sí, permaneceré con todos vosotros para vuestro progreso y gozo en la fe, a fin de que por mí, es decir, por razón de mi visita a vosotros otra vez, vuestro gozo en Cristo abunde.
18a. Pero, ¿qué importa? Que de todas maneras, sea hipócrita, o sinceramente, Cristo es proclamado, y en esto me regocijo. La abnegación de Pablo provoca una cariñosa admiración. Nosotros lo amamos tanto más por haber escrito este bello pasaje. Alma sensible como él era, no siente piedad de sí mismo, porque ciertos predicadores envidiosos tratan de ganar el aplauso a expensas de él. Lo que realmente le importa no es lo que ellos le hacen a él, sino lo que hacen por el evangelio. Pero, ¿es posible que individuos tan egoístas pudieran prestar algún servicio al evangelio? Sí, porque los que los escuchaban no sabían lo que Pablo sabía. Los oyentes oían solamente la buena predicación, pero no veían la causa reprobable que la motivaba. Lo que importaba, pues, era que de todas maneras, sea hipócrita—como aquellos que sabían encubrir sus intereses egoístas—o sinceramente—como aquellas cuya única aspiración era la verdadera gloria de su Señor y Salvador—Cristo era anunciado.
Y en esto, dice Pablo, me regocijo (véase también 1:25; 2:2, 17, 18, 28, 29; 3:1; 4:1, 4, 10).
Parece que el gozo del apóstol es tan grande que desplaza cualquier otra consideración.
18b Sí, me regocijaré. Porque sé que por medio de vuestras oraciones y por la ayuda provista por el Espíritu de Jesucristo, esto redundará en mi salvación, conforme a mi ardiente anhelo y esperanza, de que jamás en nada seré avergonzado; sino que ahora, como siempre, por mi valor inagotable Cristo será glorificado en mi persona, ya sea por vida o por muerte. Pues para mí el vivir (es) Cristo, y el morir (es) ganancia. Ahora bien, si (lo que me espera es) el vivir en la carne, esto (significa) para mí una labor fructífera; no obstante, no puedo decir qué escogeré. Por ambas partes me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, ya que eso es muchísimo mejor; sin embargo, permanecer en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y estando convencido de esto, sé que permaneceré, sí, permaneceré con todos vosotros para vuestro progreso y gozo en la fe, a fin de que por mí, es decir, por razón de mi visita a vosotros otra vez, vuestro gozo en Cristo abunde.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6