Setenta Veces Siete: Las Veces que menciona el Señor Jesucristo
Tipo de Archivo: PDF| Tamaño: 1000Kb | Idioma: Spanish | Categoría: Crecimiento Espiritual
Información
Índiceagradecimientos v
introducción x
¿se puede perdonar a semejante hombre? 1
resentimiento y amargura 4
el perdón en la vida diaria 9
el perdón en el matrimonio 25
perdonar cuando no hay reconciliación 33
padres abusivos 39
venciendo al odio con el amor 49
el perdón ante el prejuicio 62
“bendigan a los que les persiguen” 75
perdonar a Dios 87
perdonarnos a nosotros mismos 93
el perdón a través de la confesión 102
el perdón y la comunidad 109
“yo hago nuevas todas las cosas” 116
acerca del autor 120
Cuando me pidieron que escribiera la introducción al libro “Setenta veces siete”, cuyo tema es la potencia del perdón, pensé acerca del tema, permitiendo que la mente se me volviera a los años 40 y 50, a los “guetos” de nueva york, donde la violencia era y sigue siendo parte de la vida.
Son tantas las veces que he oído a alguien decir: “oK, oK, te perdono, pero jamás lo olvidaré”, o negarse del todo a perdonar. Yo he sido uno de los innumerables que han hecho esa misma promesa amargada. Recuerdo el trauma doloroso que sufrí cuando murió mi madre, Dolores. Ella tenía 34 años, yo 17. le tenía rabia a Dios por no haber dejado a mi madre con vida, y me negué a perdonar a Dios por haber sido tan desconsiderado. Al pasar el tiempo, le perdoné a Dios, pero por muchísimo tiempo no pude olvidar, pues todavía ardía en mi corazón un gran dolor.
A los 22 años de edad me envolví en una serie de robos armados con tres otros hombres. al cometer el último robo armado, hubo un tiroteo con la policía. Fui herido por uno de los agentes, y a mi vez lo herí a él.
El policía se recuperó; de lo contrario, yo no estaría escribiendo estas líneas, pues hubiera sido ejecutado en la silla eléctrica del presidio de Sing Sing.
mientras me recuperaba en el hospital Bellevue, en el piso de los presos, uno de los tres bandidos, llamado Ángelo, le contó todo al fiscal a cambio de clemencia. Ángelo era como un hermano mío; ambos nos habíamos criado en la misma cuadra de la calle 104. Cuando los policías de la comisaría número 23 lo amenazaron con darle una paliza tal que su propia madre no lo iba a reconocer, Ángelo me delató por mi parte en previos robos cometidos sin armas. Se había quedado callado lo más que pudo, pero al fin se le derramaron las palabras y contó a los policías lo que era y lo que no era.Cuando me dieron de baja del hospital Bellevue, me encarcelaron en las tumbas de manhattan, en center Street 100, para esperar mi juicio.
Supe que todo lo que Ángelo había confesado me lo echaron encima a mí. Total, para acortar un cuento largo, en el 1950, nueve meses más tarde, me dieron dos sentencias: una de cinco a diez y otra de cinco a quince años, a labor dura, a cumplirse concurrentemente, primero en Sing Sing y después en comstock (institución correccional “great meadows”).
De vez en cuando, a través de los años, me enfurecía con Ángel y su traición que me había dejado con dos órdenes de detención pendientes por robo armado en el Bronx. de noche en mi celda, fantaseaba acerca de las formas en que iba a matar a Ángelo, o por lo menos apalearlo hasta que me implorara que lo mate. en la calle, habíamos sido como hermanos, y yo lo había querido a él como tal. Pero ahora, en la prisión, le tenía odio; lo único que quería era vengarme por lo que me había hecho. En verdad, a través de los años luché contra esos sentimientos asesinos; hasta solía orar para quitarme esos pensamientos violentos de la mente. A veces me olvidaba de Ángelo por largo tiempo, pero cuando menos lo esperaba, el recuerdo de su traición se me brotaba de nuevo por dentro.
Al fin me soltaron en 1957, para enfrentar las dos órdenes de detención en el Bronx, por las cuales me podrían haber dado una sentencia de 17 a 35 años. Pero gracias a Dios, por mi buen comportamiento y mis
estudios en comstock, me dieron libertad bajo palabra y con orden de presentarme una vez por semana ante dos oficiales diferentes.
Son tantas las veces que he oído a alguien decir: “oK, oK, te perdono, pero jamás lo olvidaré”, o negarse del todo a perdonar. Yo he sido uno de los innumerables que han hecho esa misma promesa amargada. Recuerdo el trauma doloroso que sufrí cuando murió mi madre, Dolores. Ella tenía 34 años, yo 17. le tenía rabia a Dios por no haber dejado a mi madre con vida, y me negué a perdonar a Dios por haber sido tan desconsiderado. Al pasar el tiempo, le perdoné a Dios, pero por muchísimo tiempo no pude olvidar, pues todavía ardía en mi corazón un gran dolor.
A los 22 años de edad me envolví en una serie de robos armados con tres otros hombres. al cometer el último robo armado, hubo un tiroteo con la policía. Fui herido por uno de los agentes, y a mi vez lo herí a él.
El policía se recuperó; de lo contrario, yo no estaría escribiendo estas líneas, pues hubiera sido ejecutado en la silla eléctrica del presidio de Sing Sing.
mientras me recuperaba en el hospital Bellevue, en el piso de los presos, uno de los tres bandidos, llamado Ángelo, le contó todo al fiscal a cambio de clemencia. Ángelo era como un hermano mío; ambos nos habíamos criado en la misma cuadra de la calle 104. Cuando los policías de la comisaría número 23 lo amenazaron con darle una paliza tal que su propia madre no lo iba a reconocer, Ángelo me delató por mi parte en previos robos cometidos sin armas. Se había quedado callado lo más que pudo, pero al fin se le derramaron las palabras y contó a los policías lo que era y lo que no era.Cuando me dieron de baja del hospital Bellevue, me encarcelaron en las tumbas de manhattan, en center Street 100, para esperar mi juicio.
Supe que todo lo que Ángelo había confesado me lo echaron encima a mí. Total, para acortar un cuento largo, en el 1950, nueve meses más tarde, me dieron dos sentencias: una de cinco a diez y otra de cinco a quince años, a labor dura, a cumplirse concurrentemente, primero en Sing Sing y después en comstock (institución correccional “great meadows”).
De vez en cuando, a través de los años, me enfurecía con Ángel y su traición que me había dejado con dos órdenes de detención pendientes por robo armado en el Bronx. de noche en mi celda, fantaseaba acerca de las formas en que iba a matar a Ángelo, o por lo menos apalearlo hasta que me implorara que lo mate. en la calle, habíamos sido como hermanos, y yo lo había querido a él como tal. Pero ahora, en la prisión, le tenía odio; lo único que quería era vengarme por lo que me había hecho. En verdad, a través de los años luché contra esos sentimientos asesinos; hasta solía orar para quitarme esos pensamientos violentos de la mente. A veces me olvidaba de Ángelo por largo tiempo, pero cuando menos lo esperaba, el recuerdo de su traición se me brotaba de nuevo por dentro.
Al fin me soltaron en 1957, para enfrentar las dos órdenes de detención en el Bronx, por las cuales me podrían haber dado una sentencia de 17 a 35 años. Pero gracias a Dios, por mi buen comportamiento y mis
estudios en comstock, me dieron libertad bajo palabra y con orden de presentarme una vez por semana ante dos oficiales diferentes.
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Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6