jueves, 29 de diciembre de 2016

Vive Jehová, que lo que mi Dios me dijere, eso hablaré...levántate y oye; Escucha mis palabras... Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta... maneja con precisión la palabra de verdad

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




¿PREDICA USTED O VA A PREDICAR... ES LLAMADO A HACERLO?
La predicación, su significado y su importancia hoy
Qué es la predicación? ¿Cuál es su significado? ¿Qué importancia tiene para hoy? ¿A quién o quiénes se dirige? ¿Cómo enfocar la predicación adecuadamente? ¿Cuáles son los elementos idóneos de la predicación? 
Preguntas como estas, y muchas más, deben ser respondidas antes de enfocarnos en los aspectos prácticos relacionados con la predicación, pues tal como dijera el evangelista británico Ian Pitt-Watson en materia de predicación: “Es imperativo, antes de abordar el cómo, responder al qué”.
Iniciaremos nuestro estudio abordando algunos de esos aspectos a fin de capacitarnos como expositores aprobados que trazan bien la palabra de verdad. 
Antes que todo:
  1. Definiremos el concepto relacionado al arte de la proclamación del evangelio. 
  2. En seguida, estudiaremos con más detalles los elementos que componen la predicación y le dan significado. 
  3. Finalmente, analizaremos la importancia de la predicación y su relevancia para hoy.
DEFINICIÓN DE PREDICACIÓNExisten diversas opiniones en cuanto a lo que es y lo que no es la predicación. Tal vez la más conocida y generalizada sea aquella que expuso Phillips Brook en una serie de conferencias ante los estudiantes de la Universidad de Yale, cuando afirmó:
“La predicación es la comunicación de la verdad a los hombres a través de un hombre. Es la presentación de la verdad a través de la personalidad”.
Si analizamos la definición expuesta por Brook, notaremos que la misma conlleva dos elementos esenciales, que son: 
  • verdad y 
  • personalidad. 
La predicación es la comunicación de la verdad divina a través de la personalidad del predicador. Sin embargo, aunque esta definición implica varios elementos importantes de la predicación, debemos entender que esta per se es mucho más.
Algunos maestros han sugerido que a la definición expuesta por Brook es necesario añadirle por lo menos dos elementos más. Siguiendo este consejo, por ejemplo, J. Daniel Baumann definió la predicación como “la comunicación de la verdad bíblica por un hombre a los hombres con el propósito explícito de cambiar la conducta”. Esta definición no solo presenta los elementos antes mencionados —verdad y personalidad—, sino que incluye el propósito que persigue la predicación, que es el “cambio de conducta”.
Por su parte, el respetado maestro de la predicación Haddon W. Robinson nos dice que la predicación es un proceso vivo que involucra a Dios, al predicador y a la congregación. 
Robinson enfatiza que “ninguna definición puede pretender maniatar esta dinámica”. En su libro, La predicación bíblica, Robinson puntualiza su concepción de la siguiente manera:“Es la comunicación de un concepto bíblico derivado de —y transmitido por medio de— un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto, que el Espíritu Santo aplica, primero, a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego —a través de este— a sus oyentes”.
Esta definición tiene una relevancia especial, ya que nos dice que la verdad que el predicador está llamado a exponer se deriva de “un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto”. Por otra parte, pone un énfasis exclusivo en el hecho de que la verdad debe ser aplicada “primero, a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego —a través de este— a sus oyentes”.
Otra definición popular de la predicación la expresó Jerry Vines en su fascinante libro Power in the Pulpit. Según Vines la predicación es: “La comunicación oral de la verdad bíblica por el Espíritu Santo, a través de una personalidad humana, a un público determinado; con la intención de permitir una respuesta positiva”.
Debemos destacar que, a diferencia de otras definiciones, Vines enfatiza que la predicación es la “comunicación oral de la verdad bíblica… dada a una audiencia determinada”. En otras palabras, la predicación según Vines, es un proceso de comunicación mediante el cual una persona comparte el mensaje de la Biblia con una audiencia determinada en un evento público.
Se han presentado muchas otras tesis de este concepto, pero solo tomamos algunas para demostrar que no existe una definición exclusiva de lo que es la predicación, lo cual es muy importante, ya que nos muestra las grandes dimensiones —y, por ende, posibilidades— del tema. Por lo tanto, no podemos afirmar que una concepción sea mejor que otra, más bien debemos sacar provecho de las distintas definiciones que a través de la historia se han presentado y extraer de cada una de ellas los elementos que tienen en común y que nos indican lo que realmente es la predicación.
Considerando los elementos que nos proporcionan las definiciones ya presentadas, permítanme expresar la nuestra; no sin antes aclarar que la misma no pretende sustituir la gran cantidad de definiciones —que han dado a través de los tiempos diferentes autores—, ni menos aun ser dogmática. 
Por nuestra parte, definimos la predicación del siguiente modo: 
Es la comunicación oral del mensaje divino basado en el significado verdadero y exacto de uno o más textos bíblicos, la cual es transmitida a través del predicador y aplicada de una manera relevante para el oyente contemporáneo.
El análisis de esta definición nos ayuda a comprender la esencia y los fines de la predicación. Por tal motivo, permítanme considerar a continuación los elementos fundamentales que de esta definición se desprenden.
ELEMENTOS ESENCIALES DE LA PREDICACIÓN1. el contenido de la predicaciónEl contenido de la predicación, según lo expresado en nuestra definición, es “mensaje divino”. Predicar no es otra cosa sino dar un mensaje de parte de Dios. Eso es lo que se espera, por lo menos, de un predicador; que es un mensajero cuya tarea es dar a otros el mensaje que Dios le ha conferido. La postura del predicador debe ser la misma que tuvo el profeta Micaías, que en cierta ocasión dijo: “Vive Jehová, que lo que mi Dios me dijere, eso hablaré” (2 Crónicas 18:13).
Es interesante observar el hecho de que —de los treinta y tres verbos griegos empleados por los escritores neotestamentarios para representar la riqueza de la predicación— sea Kerysso el verbo más utilizado.8Según los estudiosos del Nuevo Testamento, esa palabra se usa unas 60 veces y la misma hace referencia a la proclamación hecha por un heraldo. 
Al comentar la palabra Kerysso, el célebre predicador John Sttot afirma que así como “los heraldos investidos de autoridad pública comunicaban los mensajes oficiales de los reyes, magistrados, príncipes y jefes militares, los predicadores cristianos son embajadores en nombre de Cristo, no para propagar puntos de vista, opiniones o ideales, sino para proclamar los hechos poderosos de Dios”.
El predicador debe estar consciente de que es un heraldo que está llamado a comunicar el mensaje divino. Creo que el mayor peligro y la mayor presunción que corre el predicador es ignorar este hecho. Él debe luchar por entender que el contenido de la predicación es la verdad o el mensaje divino, no sus ideas, doctrinas, filosofías, especulaciones morales ni experiencias religiosas. Dios ha dado el mensaje divino y el predicador solo debe hacerse eco de lo que Dios ha dicho. Bien lo expresó Karl Barth cuando dijo que “en la predicación no tenemos nada que decir, sino repetir”.
2. el fundamento de la predicaciónLa definición continúa afirmando que la predicación se “basa en el significado verdadero y exacto de uno o más textos bíblicos”. El contenido de la predicación proviene de las Escrituras. La predicación —tal como escribiera Karl Barth— “es una explicación de la Escritura”. Si lo que se expone en el púlpito no está basado en la Palabra de Dios, es de poco o ningún valor para los oyentes.
Dios ha dado el mensaje divino y el predicador solo debe hacerse eco de lo que Dios ha dicho.
Es de suma relevancia destacar el hecho de que la predicación se basa, no en un texto o textos bíblicos sino, en el significado verdadero y exacto de los mismos. Citar la Biblia frecuentemente en un sermón no es garantía de que el mismo tenga autoridad bíblica. Lo que brinda autoridad a la predicación es “maneja[r] con precisión la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15, Biblia de las Américas).
La predicación debe fundarse en las Escrituras y desarrollarse conforme al flujo natural del pensamiento del autor bíblico. En otras palabras, si Isaías, Jeremías, Amós o Pablo escucharan un sermón basado en sus escritos, deberían decirse para sus adentros: “Sí, eso mismo es lo que yo dije”.
3. el predicador, instrumento de comunicaciónUn elemento que no podemos pasar por alto al definir la predicación es la persona del predicador. El mensaje divino, según la definición que estamos estudiando, es “transmitido a través del predicador”. En otras palabras, el predicador es el conducto por el cual fluye el mensaje divino.
Podemos afirmar con toda seguridad que el predicador es irremplazable. Pablo Perla afirma que: “Mientras existan seres humanos en este mundo, existirá la predicación y se necesitará del predicador; porque el predicador es un eslabón vital e imprescindible en el plan de la salvación. El predicador es la persona a quien el cielo ha encargado la tarea de conectar al pecado humano con el perdón divino, la necesidad humana con la omnipotencia divina, la ignorancia humana con la revelación divina”.
Que el predicador sea el medio por el cual se comunica el mensaje divino es un gran privilegio y a la vez una gran responsabilidad. Como instrumento de comunicación, el predicador debe cumplir con las exigencias que demanda predicar el mensaje divino. Lo primero que el predicador debe aceptar es que la fuente de poder de la predicación no radica en los grados académicos, ni en los dotes o talentos naturales del expositor sino en el poder del Espíritu Santo que obra por medio del instrumento que ha vivido en su presencia y se ha rendido a su influencia.

Lo segundo que el predicador debe saber es que el éxito de su exposición será, en gran medida, de acuerdo a la pureza y perfección del instrumento. Un predicador santificado en la verdad es un instrumento impresionante en las manos de Dios. El mensaje divino fluye sin obstáculos cuando el predicador ha colocado su vida en el altar de la consagración.
En último lugar, el predicador debe aceptar el hecho de que el mensaje divino debe ser aplicado primero a su propia vida antes que obre con poder en las de los demás. Predicar el mensaje divino sin vivirlo es una inmoralidad. El verdadero predicador, sean cuales sean sus defectos y limitaciones, ha de estar identificado con el mensaje que comunica. Debe reverenciar y amar a Dios, respetar y amar su Palabra. Ha de reflejar los principios en su propia vida antes de demandarlo a los oyentes. La gente necesita predicadores que comuniquen la verdad con sus palabras y muestren la verdad con sus hechos.
El mensaje divino fluye sin obstáculos cuando el predicador ha colocado su vida en el altar de la consagración.
Sin embargo, con todo lo dicho no pretendo dejar la impresión de que para predicar hay que ser perfecto. Pues si así fuera, ninguno de nosotros estaría en condición de hacerlo. Mas creo que para predicar debemos vivir la experiencia diaria del crecimiento en la fe para llegar a decir con el apóstol Pablo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que está detrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).
4. el objeto de la predicaciónEn último lugar, nuestra definición nos dice que el mensaje divino que se fundamenta en las Escrituras y se comunica a través del predicador debe ser “aplicado de una manera que sea relevante para el oyente contemporáneo”.
El objetivo final de la predicación  es aplicar la verdad, no saciar la curiosidad. Por medio de la predicación, el atribulado ha de recibir consuelo; el que se haya en perplejidad, luz; el rebelde, amonestación; el penitente, promesa de perdón; el caído, perspectiva de levantamiento y restauración; el fatigado, descanso y fuerzas nuevas; el frustrado, esperanza; el inconverso, la palabra cautivadora de Cristo; el santo, el mensaje para crecer en la santificación. El púlpito, tal como dijera José M. Martínez, “ha de ser la puerta de la gran despensa divina, de la cual se sacan provisiones necesarias para suplir las necesidades espirituales de los oyentes”.
Debemos entender, como predicadores, que la aplicación del mensaje divino constituye el corazón de la predicación. Predicar, según lo expresa Arthur Allen, “es hacer la verdad más clara, la responsabilidad más urgente, alumbrar la mente, despertar la conciencia, tocar el corazón, persuadir a los hombres y mujeres a aceptar el mensaje evangélico y vivir una vida cristiana”.

No podemos pasar por alto que en nuestra definición se enfatiza que la aplicación del mensaje divino debe hacerse de una manera que sea “relevante para el oyente contemporáneo”. La predicación no consiste solo en explicar y dar el significado verdadero y exacto de lo que Dios dijo hace miles de años a través de las Escrituras; más aun, consiste en presentar lo que Dios está diciendo aquí y ahora por medio de las Escrituras. La predicación es mucho más que un acontecimiento en el tiempo, es un evento que ofrece lo que Dios nos dice ahora mismo, a nosotros, justo aquí, donde estamos. Me parece correcta la manera en que Kenton C. Anderson compendia este concepto al decir que “la predicación es ayudar a las personas a oír lo que Dios dice”.
En resumen, podemos decir basados en nuestra definición, que la predicación es la comunicación oral cuyo contenido es el mensaje divino. Su fundamento es el significado verdadero y exacto de uno o más textos bíblicos. Su instrumento es la personalidad del predicador y su objetivo es la aplicación de la verdad de una manera relevante a la vida del oyente contemporáneo.

LA IMPORTANCIA DE LA PREDICACIÓN HOYActualmente hay algunas voces que afirman, aun dentro del cristianismo, que la predicación ha pasado de moda, que sus días han terminado y que la misma ha sido superada por los medios modernos de comunicación. En muchos círculos contemporáneos, la predicación no tiene razón de ser y es incompatible con la sociedad actual. La predicación, según dicen, es “un arte moribundo, una forma obsoleta de comunicación, el eco de un pasado que quedó atrás”.
Sin embargo, a pesar de todos los argumentos opuestos a la predicación, se puede afirmar con toda seguridad que es tan relevante hoy como siempre lo ha sido; que la misma no ha pasado de moda y que sus años dorados no son asunto del 
pasado sino que sus mejores años están por delante.

Refiriéndose a la importancia de la predicación, el ministro británico John Stott escribió que la misma es indispensable para el cristianismo. “Sin ella —afirmó—, se pierde una parte necesaria de su autenticidad, puesto que el cristianismo es por su esencia la religión de la Palabra de Dios”.
Por su parte, Carl J. Sanders enfatizó la importancia de la predicación al señalar que “la historia prueba que la iglesia puede existir sin edificios, sin liturgias, sin coros, sin escuelas bíblicas, sin clérigos profesionales, sin credos y aun sin sociedades eclesiásticas. Pero es muy probable que no pueda existir sin la predicación de la Palabra. La predicación tiene más poder que cualquier otra cosa que la iglesia tenga o haga”.
Puesto que la predicación es indispensable para el cristianismo, permítanme abordar de manera breve cinco áreas en las que adquiere un papel 
protagónico.

1. La predicación y la salvación de los perdidosSan Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, dice que: “Agradó a Dios salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación”. La predicación juega un papel importante en la salvación, ya que como dijera el apóstol Pablo en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.
2. La predicación y el cumplimiento de la misión
El mensaje de la salvación de nuestro Señor Jesucristo debe ser transmitido. Esa trasmisión se lleva a cabo primordialmente mediante la predicación. El pastor C. B. Hayne indicó que: “El cristianismo, como mensaje será propagado por medio de la predicación. Como verdad, será enseñado por medio de la predicación. Como 
cuerpo de doctrina, será explicado por medio de la predicación. Como vida, será impartido por medio de la predicación”.

3. La predicación y el crecimiento de la iglesia
La predicación es parte esencial en el crecimiento de la iglesia. No es casualidad que, originalmente, la iglesia haya nacido y se haya desarrollado a través de la predicación. De hecho, casi cada vez que Lucas hizo alguna observación acerca de los patrones de crecimiento de la iglesia primitiva, se expresó en términos como estos: “Y crecía la palabra del Señor”. La predicación es la estrategia principal de Dios para el crecimiento de la iglesia. John MacArthur afirma que: “El ministerio de la palabra es la principal arma espiritual en el arsenal de la iglesia, la única semilla para la plantación de nuevas congregaciones, la herramienta para la edificación de los nuevos creyentes y la primordial estrategia en el plan de Dios para discipular las naciones. No la predicación, no la iglesia. No la proclamación, no el crecimiento de la iglesia. La predicación es el corazón, la sangre y todo el sistema circulatorio de la iglesia y su crecimiento”.

La iglesia que reciba el Pan de vida a través de la predicación, gozará de cristianos fuertes. 
4. La predicación y el avivamientoLa predicación siempre ha sido precursora del amanecer de alguna reforma o de un avivamiento. “Cualquier estudio de los periodos de gran avivamiento —alega Martin Lloyd Jones— demuestra, ante todo, este simple hecho: que la iglesia cristiana ha hablado con autoridad en cada uno de esos periodos. La gran característica de todos los avivamientos ha sido la autoridad del predicador”.
La predicación es la clave para el avivamiento de la iglesia. Griffith Tomas, en su obra The Work of the Ministry,señala que: “La prosperidad espiritual de cualquier iglesia es principalmente determinada por el ministerio del don de la predicación y afirmo mi convicción de que la condición espiritual de la iglesia hoy está en directa proporción a la negligencia en la predicación. Cuando observamos la falta de interés en la asistencia a la iglesia y, todavía más, la ausencia del poder espiritual en la vida de la iglesia, no creo que sea muy errado describir esa situación como negligencia en la predicación”.

5. La predicación y el cuidado pastoral
Por último, la predicación es vital para el cuidado pastoral de la iglesia. Jesús le ha encomendado a cada ministro la misma encomienda que le dio a Pedro: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15). 

La salud espiritual de la iglesia está estrechamente ligada con la predicación que las nutre. Los miembros necesitan alimento espiritual. Únicamente la exposición de la Palabra de Dios puede suplir esa necesidad. La iglesia que reciba el Pan de vida a través de la predicación, gozará de cristianos fuertes. Por el contrario, la que carezca de predicación bíblica será testigo de la apostasía y decadencia de sus miembros.

CONCLUSIÓNPodemos afirmar, para concluir que, contrario a lo que muchos profetas modernos declaran, la predicación vive y goza de buena salud. La comunicación oral del mensaje divino es necesaria hoy más que nunca. Tanto la sociedad que corre tras el secularismo y la iglesia que decae ante la apatía, necesitan hoy más que nunca el bálsamo curativo que solo viene a través de la exposición fiel de la Palabra de Dios.
¿ENTENDIÓ LO QUE LEYÓ?... ENTONCES PUEDE RESPONDER
1. ¿Cuáles son las preguntas que deben ser respondidas antes de enfocarnos en los aspectos prácticos relacionados con la predicación?2. Defina brevemente qué es la predicación.3. ¿Cuál es su objetivo al predicar?4. Enumere los elementos esenciales de la predicación.5. ¿Cuáles son las cinco áreas protagónicas de la predicación?

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miércoles, 28 de diciembre de 2016

Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio... a predicar,...no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Como debe ser un predicador? 
BASES PARA SER UN PREDICADOR IDONEO
El predicador efectivo siempre está creciendo intelectual y espiritualmente, y siempre está trabajando en sus sermones. Ser predicador de Dios es una vocación y un arte que requiere determinadas características.
El predicador o todo aquel que quiera predicar debe reunir los siguientes requisitos:
El predicador, siempre…a)    Está aprendiendo. (Crecimiento académico e intelectual).El predicador se torna insípido y aburrido cuando ya no tiene palabras frescas para dar y siempre está girando en sus mismos 7 sermones, con los mismos enfoques e ilustraciones de toda la vida.
Hay muchos pastores y predicadores que fueron llamados por Dios sin que tengan ninguna preparación ni académica ni bíblica. El problema no es ese. El problema es que continúan así, sin procurarse una preparación.
El pastor o predicador que no trabaja en su preparación académica, sólo podrá retener a la gente de su mismo nivel: la gente de mayor preparación, cuando se da cuenta de las limitaciones intelectuales del pastor, le abandonan.
Entre más preparación académica tiene el oyente, más exigente es en el aspecto intelectual.
Pastores y predicadores que no saben leer ni escribir, aprendan. Procuren avanzar en los grados de educación secular y bíblica-teológica.
Que nadie se escude tras el texto “…la letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2 Corintios 3.6), para no estudiar. Porque esto hace más evidente la necesidad de preparación, ya que este texto no se refiere al estudio ni a los libros; Pablo sólo contrasta aquí los aspectos de la Ley (la letra) y la gracia (el Espíritu).
¿A quién le gusta escuchar toda la vida a un  predicador que está estancado intelectualmente?
b)    Estudia la Biblia, ora y ayuna. (Crecimiento espiritual).El predicador debe conocer la Biblia y saber textos de memoria; debe conocer de memoria la doctrina bíblica básica, debe estar familiarizado con la cronología y con los personajes y eventos bíblicos principales.
El predicador de Dios predica la Biblia; y si el predicador no sabe Biblia, ¿qué va a predicar?
Por otro lado la predicación requiere fuerza espiritual que se obtiene con ayuno y oración.
El predicador espiritual ora y ayuna; de ahí proviene su fuerza espiritual.
Si no tiene fuerza espiritual su prédica llegará sólo a la mente; con fuerza espiritual llegará también al espíritu de sus oyentes.
El predicador que sólo cultiva su mente tendrá sólo fuerza intelectual; será un predicador intelectual.
El predicador que sólo cultiva la oración y el ayuno tendrá sólo fuerza espiritual; será un predicador del Espíritu.
¿No es mejor unir los dos aspectos: intelectual y espiritual de la predicación?
c)     Está preparando y afinando sus sermones.Un buen sermón no se hace de la noche a la mañana; se requiere “cocinarlo” en la mente y en el espíritu.
Un buen predicador gasta cerebro, papel, tinta y rodillas, produciendo y afinando sus sermones.
¿Puedes distinguir entre un sermón improvisado y uno bien preparado? ¿Cuál disfrutas más?
Qué desperdicio de vida es escuchar a tantos predicadores que sólo improvisan; mejor que se dediquen a otra cosa.
Un sermón  aún predicado ya varias veces, puede ser mejorado con nuevos enfoques o estructura; perfecciona tus sermones.
Mantén una libreta de sermones y revísalos constantemente; verás que puedes enriquecerlos.
d)    Es ejemplo de fidelidad, de fe, de amor, de sana doctrina y de buen testimonio.No debemos separar la vida del predicador de su mensaje; son uno solo.
El derecho de ser escuchado y creído se gana, no se impone.
La Palabra siempre será la Palabra; pero es incómodo escucharla de un predicador con mal testimonio.
Es cierto que Dios respaldará siempre su Palabra; pero el respaldo del predicador, su derecho de ser escuchado, será su vida ejemplar.
Los predicadores vividores, timadores, charlatanes e inmorales, tarde que temprano se descubren; deséchalos.
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martes, 20 de diciembre de 2016

va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que sólo les enseñen lo que ellos quieran oír.. 2Tim 4:3 .DHH

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Antecedentes de una fiesta muy esperada

El origen de la Navidad. 

Las raíces paganas de una fiesta cristiana

PARTE I

¿Quién no ha oído todos los años, cada 25 de diciembre, los lamentos de quienes acusan al mundo moderno de haber privado de sentido la fiesta de la Navidad? 

Fiesta religiosa, en efecto, hoy se reduce a un simple apogeo de la sociedad de consumo donde las familias gastan lo que no tienen para subir después con mayor esfuerzo la célebre cuesta de enero. Pero tales lamentos, que son ciertos, son no obstante incompletos. 

De hecho, el sentido “original” de la fiesta de la Navidad empezó a perderse hace siglos. Porque tal sentido no era la conmemoración del nacimiento de Cristo, sino la promesa del retorno del Sol, algo que los europeos celebraban muchos siglos antes de que el cristianismo se convirtiera en religión oficial de nuestras gentes.

Las fechas no encajan
Todos nos hemos preguntado alguna vez cómo es posible que el año, en la era cristiana, comience el 1 de enero, aunque el nacimiento de Cristo, punto de partida teórico del cómputo del tiempo en esta era, se haya fijado un 25 de diciembre. 

También es común otra pregunta: ¿Cómo es posible que Jesús haya sido adorado por pastores que custodiaban rebaños de ovejas, durmiendo al raso, en pleno mes de diciembre? ¿Eran pastores suicidas? Estas incoherencias del relato navideño cristiano suscitan siempre todo género de perplejidades. 

El hombre de hoy suele despachar la contradicción encogiéndose de hombros o rechazando como “patraña” la integridad del hecho navideño. Pero estos fáciles expedientes se complican cuando constatamos que el 25 de diciembre era también una gran fiesta en el mundo romano, y que la noche del 24 al 25 de diciembre marca asimismo el solsticio de invierno, la noche más larga del año. La documentación histórica hará el resto: descubriremos así que tras la Navidad se oculta una de las constantes más profundas del alma de la cultura europea.

Al lector le sorprenderá saber que la Iglesia nunca creyó que Jesús naciera realmente el 25 de diciembre. De hecho, la fecha exacta del nacimiento de Jesús es desconocida, porque en el Oriente antiguo no se celebraban los cumpleaños y allí, generalmente, los padres no recuerdan cuándo han nacido sus hijos. 

Se trata de costumbres que han durado hasta fecha reciente: en los censos elaborados en el Oriente Medio tras la descolonización, la mayor parte de los ciudadanos ignoraba su propia edad. Tampoco las Escrituras ayudan a despejar la incógnita. 

El Evangelio canónico más antiguo, que es el de Marcos, pasa completamente por alto la infancia de Jesús. Mateo sitúa su nacimiento en Belén, según la profecía de Miqueas, pero no nos especifica nada más. El prólogo añadido al Evangelio de Lucas, donde se dice que “había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño” (Lucas 2:8), sugiere una fecha primaveral. La tradición posterior de la gruta de pastores no se encuentra en los evangelistas; parece que se refiere a un santuario del dios Adonis tardíamente anexionado por la Iglesia para su culto.

Nunca, pues, pudo la Iglesia primitiva fijar la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Existe constancia documental de que en el siglo II hubo amplios debates sobre este punto, y de que se saldaron con las afirmaciones más contradictorias. 

Clemente de Alejandría propuso la fecha del 18 de noviembre; otros señalaron el 2 de abril, el 20 de abril, el 20 o el 21 de mayo… Ésta última era la apuesta de los cronólogos egipcios. Pero un De Pascha Computus fechado en 243 afirma que la natividad se produjo el 28 de marzo. Los marcionitas, por su parte, negaron la mayor: Jesús había descendido directamente del cielo y apareció en Cafarnaún ya como adulto, durante el año 15 del reinado de Tiberio (Cf. Robert de Herté: “Petit dictionnaire de Noël”, en Etudes & Recherches, 4-5, enero 1977).

Había motivos religiosos y filosóficos que respaldaban la opción de quienes preferían dejar la cuestión sin respuesta: por eso Orígenes, hacia el año 245, consideró “inconveniente” ocuparse de festejar el nacimiento de Cristo “como si se tratara de un rey o un faraón”. 

Sin embargo, en esa misma época estaban apareciendo gran cantidad de protoevangelios y “evangelios de la infancia”, a cada cual más fantástico, que disparaban la imaginación de los fieles. 

Averiguar la fecha exacta de la natividad se había convertido en un problema de primer orden, seguramente porque en aquel tiempo la doctrina cristiana empezaba a configurarse como un corpus relativamente consolidado, obligado a no dejar ni una sola pregunta sin solución.

La Epifanía de Osiris/Dionisos
Fue así como empezó a aceptarse la propuesta formulada por los basilidianos de Egipto, una secta gnóstica semi-cristiana, seguidora de las enseñanzas de Basílides y que en la primera mitad del siglo II habían sugerido la fecha del 6 de enero. Los cristianos de Siria y después todas las comunidades de Oriente respaldaron la decisión. Pero, ¿por qué el 6 de enero? Porque esa fecha era ya, en el oriente del Viejo Mundo, la de la Epifanía (del griego epiphaneia, “aparición”) de Osiris y de su correspondiente griego, Dionisos, y la continuidad de estos dioses con Cristo era parte de la doctrina del mencionado gnóstico Basílides.

El 6 de enero era la fecha de la bendición de los ríos en el culto de Dionisos, que los griegos identificaron con el dios egipcio Osiris. Esta correspondencia venía justificada por profundas afinidades rituales. 

La epifanía o aparición de Dionisos tuvo lugar en la Isla de Andros, donde, en la noche del 5 al 6 de enero, manaba un “vino milagroso” que daba testimonio de la presencia invisible del dios. Respecto a la epifanía de Osiris, que también se festejaba en la misma fecha (el 11 Tybi, es decir, el 5/6 de enero), venía precedida por un periodo de duelo donde se lloraba al dios muerto en la época del solsticio de invierno; luego reaparecía Osiris y las aguas del Nilo se hacían vino. Todo el mundo greco-oriental celebraba en esta fecha fiestas semejantes. La fuente sagrada de Dionisos manaba vino también en el santuario de Teos.

Hay, además, una importante presencia femenina en estas fiestas de la Epifanía. Bajo el vino santo de Dionisos, Isis alumbraba a Harpócrates, el sol que volvía a nacer. En la astrología de la alta antigüedad, el 6 de enero marcaba el momento en que el sol salía por la constelación de la Virgen. 

En Alejandría se celebraban ceremonias en el templo de la Virgen, el Koreión, pues la Virgen había dado a luz a su hijo Aión, el Eterno, homólogo de Dionisos y Osiris. Este último rito es particularmente interesante: tras una vigilia de plegarías, los fieles bajaban a una cripta para retirar una estatua de un niño recién nacido que exhibía en la frente, las manos y las rodillas, las marcas de una cruz y una estrella de oro. 

Los fieles proclamaban: “La Virgen ha dado a luz; ahora crecerá la luz”. La Virgen… El carácter sagrado de la madre del Dios, ignorado y en ocasiones hasta negado en el ámbito judeocristiano, es una aportación específicamente europea al universo religioso del catolicismo. 

Isidro Palacios ha dedicado amplias páginas a interpretar el significado profundo de la Dama (Apariciones de la Virgen, Temas de Hoy, 1994). Retengamos el dato, porque luego volveremos a toparnos con otras damas que pueblan el paisaje navideño. Señalemos, para concluir este apartado, que esta fiesta del alumbramiento de Aión tenía un carácter cívico: Alejandro Magno había fundado Alejandría en el año —331 y, para asegurar la eternidad de la ciudad, la había consagrado a Aión, el Eterno.

Es evidente que el triple culto de Dionisos, Osiris y Aión determinó la opción de los basilidianos por el 6 de enero a la hora de fijar el nacimiento de Jesús, acontecimiento que en aquella época era idéntico a la Epifanía. Máxime cuando a esa misma fecha, y por el mismo motivo, se le atribuyen otros dos hechos milagrosos: el bautismo de Jesús en aguas del Jordán y el episodio de las bodas de Caná con la transformación del agua en vino. 

Estos episodios del culto cristiano guardan una clara relación ritual con las ceremonias acuáticas en el Nilo de Osiris, que era igualmente hijo de un dios y una mortal, como explica Luciano (Diálogos, IX, 2), y con la tradición griega y egipcia que conmemora las nupcias del dios solar y las aguas, incluida la transformación de éstas en vino. Pero no era sólo cuestión de gnósticos, como los basilidianos. 

En el cristianismo oriental de los primeros tiempos, la identificación de Cristo con el Sol es una constante. Hacia el año 170, Melitón de Sardes, obispo de Lidia, había comparado inequívocamente a Cristo con Helios, el dios Sol: “Si el Sol con las estrellas y la Luna se bañan en el océano, ¿cómo no iba Cristo a ser bautizado en el Jordán? El rey del cielo, príncipe de la creación; el sol levante que apareció también ante los muertos del Hades y los muertos de la Tierra, ha ido, como un verdadero Helios, hacia las alturas del cielo”.

De manera que en siglo IV, y empujado por la fuerza de esta memoria mítica, todo el Oriente cristiano está ya celebrando el nacimiento de Jesús el 6 de enero. En 386 se ha decidido oficialmente que las dos grandes fiestas cristianas son Pascua y Epifanía. Un año antes, el papa Siricio, recién entronizado en la Silla de Pedro, había calificado la fecha del 6 de enero como “Natalicia”.

Nos hallamos aquí en presencia de un fenómeno que los antropólogos conocen por sincretismo, a saber, la conjunción de dos o más rasgos culturales de origen diferente que dan lugar a un nuevo hecho cultural. La Europa suroriental de los primeros siglos de nuestra era, donde confluían las tradiciones griega, egipcia y judeo-cristiana, junto a muchas otras ramas de la religiosidad del oriente próximo, fue terreno abonado para este género de fenómenos. 

Pero si el carácter sincrético de la Epifanía cristiana del 6 de Enero es evidente, igualmente lo será la otra gran tradición navideña: la de celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.

La fiesta del Sol Invicto
Efectivamente, mientras la Iglesia de Oriente adopta el 6 de enero como fecha de la Natividad, en el occidente de Europa se empieza a adoptar la fecha del 25 de diciembre. Y también aquí el origen es pre-cristiano: en este caso no Osiris ni Dionisos, sino Mitra, aquel dios solar de los persas, seguramente derivado del Mitra indio, y que las legiones romanas trajeron a Europa. 

El culto de Mitra, aunque se remonta a los siglos VII y VI, conoció un formidable impulso en la Roma del siglo II. De hecho, esta época conoció una dura competencia entre el cristianismo y el mitraísmo, pues ambas, que compartían muchos elementos comunes (la idea de redención, la salvación de las almas después de la muerte, etc.) pugnaban por convertirse en la religión dominante de un Imperio que había ya abandonado a sus viejos dioses. Y los mitraístas festejaban el renacimiento de Mitra todos los años, el 25 de diciembre, justo en medio del periodo del solsticio de invierno, después de las saturnalias romanas.

Además, hay que tener en cuenta que en esta misma época los pueblos bárbaros —esto es, los nada o poco romanizados— seguían celebrando en torno al 25 de diciembre sus viejos ritos solsticiales. Así la Iglesia consideró bueno operar en su provecho un hábil sincretismo. ¿Acaso la Biblia no llama al Mesías “el Sol de la justicia”, como escribió Malaquías?

En efecto, el 25 de diciembre era en Roma la fiesta del Sol Invicto. Según cuenta Macrobio, ese día los fieles se dirigían a un santuario de donde sacaban una divinidad del Sol, representado como un niño recién nacido. Las enseñas del emperador Juliano portaban el lema Soli Invicto. 

En el calendario de Philocalus, en el año 354 (que, por cierto, fue descubierto y dado a conocer por Theodor Mommsen), el 25 de diciembre se señalaba como Dies natalis Solis invicti; junto a la primera mención del nacimiento de Cristo y la indicación del nacimiento de Mitra. Y esta fecha, el día del sol invicto, venía a coincidir también con la vieja tradición de la Europa precristiana de celebrar el solsticio de invierno, que ha sido una de las fiestas más importantes de los pueblos indoeuropeos y que como tal ha sobrevivido en todas las culturas que éstos han creado.

El solsticio de invierno marca el momento de las noches más largas del año; el sol parece estar a punto de extinguirse. Este periodo dura doce noches, desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero. Según la tradición, en este tiempo los reinos de los vivos y los muertos entran en comunicación. Encontramos este motivo mítico en los celtas, los griegos, los germanos y los indios védicos. Pero, lejos de significar un tiempo de oscuridad, los antepasados de los europeos lo celebraban como anuncio indudable del próximo retorno del Sol y del renacimiento de la vida que no muere bajo el frío invernal.

Hoy se reconoce de forma prácticamente unánime que fue la pre-existencia de esta fiesta pagana lo que llevó a la Iglesia a fijar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Escuchemos a Arthur Weigall: “Esta nueva fecha fue elegida enteramente bajo influencia pagana. Desde siempre había sido la del aniversario del sol, que se celebraba en muchos países con gran alborozo. Tal elección parece habérsele impuesto a los cristianos por hallarse éstos en la imposibilidad, ya fuera de suprimir una costumbre tan antigua, ya fuera de impedir al pueblo que identificara el nacimiento de Jesús con el del Sol. 

Así hubo que recurrir al artificio, frecuentemente empleado y abiertamente admitido por la Iglesia, de dar una significación cristiana a este rito pagano irreprimible” (Survivences païennes dans le monde chrétien, París, 1934). Esta misma tesis es admitida por numerosos autores cristianos. Credner, en 1833, señalaba: “Los Padres transfirieron la conmemoración del 6 de enero al 25 de diciembre porque la costumbre pagana quería que se celebrara en esta fecha el nacimiento del Sol, encendiendo velas en signo de alegría, y porque los cristianos tomaban parte en estos ritos y festejos. Cuando los doctores vieron cuán ligados seguían los cristianos a esta fiesta, tomaron la decisión de hacer que la Natividad se celebrara en este día” (“De natalitiorum Christi origine”, Zeitsch, Hist. Theol., III).

La fusión, no obstante, presentaba sus riesgos desde el punto de vista doctrinal, porque la identificación entre Cristo y el Sol llegaba, en las prédicas de los propios padres, a extremos demasiado paganizantes. 

Así en el siglo IV San Efrén, en su Himno a la Epifanía, había desarrollado una explicación absolutamente solsticial del misterio cristiano: “El Sol es victorioso y misterio son los pasos con que se eleva. Ved que hay doce días desde que el sol se eleva en el cielo, y hoy henos aquí en el décimotercer día. Símbolo perfecto del Hijo y sus Doce apóstoles. Vencidas las tinieblas del invierno, para demostrar que Satán ha sido vencido. El Sol triunfa para demostrar que el hijo único de Dios celebra su triunfo”. Este tipo de interpretaciones se hicieron muy frecuentes en los primeros tiempos: la fiesta del Sol todavía tenía más arraigo popular que la conmemoración de la Natividad. No es extraño que San Agustín, en sus Sermones, suplicara a sus contemporáneos que no reverenciaran el 25 de diciembre como día únicamente consagrado al Sol, sino también en honor a Jesús.

Un testimonio más tardío, el de Beda el Venerable, a principios del siglo VIII, nos ofrece detalles muy concretos sobre cómo se aplicó el sincretismo cristiano sobre el solsticio pagano. Así, en la Historia Ecclesiastica gentis Anglorum del célebre monje benedictino, leemos que en el año 601 el papa Gregorio I encomendó a los misioneros ingleses, sobre todo a Melitus y Agustín de Cantorbery, desviar de su sentido originario las costumbres paganas más arraigadas, y no combatirlas abiertamente: “No destruyais los santuarios donde se sientan sus ídolos —explicaba el papa—, sino sólo los ídolos que están en esos santuarios. Consagrad el agua traída a tales templos y levantad allí altares… de forma que el pueblo, viendo que sus templos no son destruidos, renuncie a sus errores y reconozca y adore al verdadero Dios. (…) Y si tienen el hábito de sacrificar bueyes a los demonios, ofrecedles alguna celebración en lugar de ese sacrificio… Que celebren fiestas religiosas y honren a Dios con sus fiestas, de modo que puedan conservar sus placeres exteriores, pero estando mejor dispuestos a recibir los gozos espirituales”.

La primera mención latina del 25 de diciembre como fecha de la Navidad se remonta al año 354. Sin embargo, no existe constancia de que en tal época celebrara la Iglesia fiesta alguna. La tradición dice que la fiesta de la Navidad fue instituida por el papa Julio I, cabeza visible de la Iglesia entre 337 y 352, pero no hay ningún documento que permita asegurarlo. 

Más probable parece que fuera un poco más tarde, bajo el reinado del emperador de Occidente Honorio, entre los años 395 y 423, cuando la Natividad del Señor el 25 de diciembre se convirtió en fiesta religiosa, puesta en pie de igualdad con la Pascua y la Epifanía, quedando esta última reducida únicamente al episodio de los reyes magos, y asimilándosele las bodas de Caná y el bautismo en el Jordán. No obstante, ésto acontecía sólo en la Iglesia de Occidente, porque en Oriente la Navidad seguía celebrándose como Epifanía, el 6 de enero: existe constancia de que a finales del siglo IV así ocurría en Chipre y en Jerusalén; Juan Crisóstomo, en una de sus prédicas en Antioquía el día de Pentecostés, sólo cita tres grandes fiestas cristianas, a saber, Epifanía, Pascua y el propio Pentecostés. 

No será hasta el 440 cuando la Iglesia decida oficialmente celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Aún así, ésta no constituirá fiesta obligatoria hasta que así lo decida el Concilio de Agde, en el 506. Y habrá que esperar al año 529 para que el emperador Justiniano la implante como día festivo.
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