viernes, 19 de agosto de 2016

Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable...el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Después de la luna de miel

Para tí, esposo y padre

La luna de miel

Por Jorge Taylor

Y AHORA, ¿QUÉ?

La luna de miel ha terminado y te hallas en casa con tu esposa. Ante ambos se abre una nueva etapa llena de insospechadas interrogaciones.
La luna de miel fue una experiencia inolvidable y feliz que comenzó al concluirse la ceremonia nupcial y salir de viaje. Ahora has empezado otro tipo de relación, “posiblemente una de las más importantes en la vida del hombre”.
Eres esposo. Eres marido. Te parecerá casi increíble, pero… ya estás casado.
¿Qué puedes esperar? ¿Será el matrimonio como lo habías soñado? ¿Qué puedes hacer tú para que la unión de los dos sea feliz? ¿Cómo desempeñar tu parte a cabalidad para que la vida matrimonial resulte satisfactoria en todos sus aspectos?
El éxito del, matrimonio depende de que cada uno de los dos contrayentes cumpla cabal y fielmente las funciones y responsabilidades que le pertenecen. Mucho le toca a tu mujer, desde luego, que es tu querida esposa y el alma de la casa. Pero quizás mucho más a ti, que como hombre llevas la dirección del hogar.
Cuando una pareja decide formalizar su amor en el matrimonio, ambos están generalmente llenos de ilusiones y convencidos de que la unión ha de ser, como se suele decir, “para toda la vida”.
¿Cuáles son, sin embargo, las causas de que no siempre ocurra así? Es un hecho sabido, hoy día más que nunca, que un número considerable de matrimonios terminan en fracaso. Se calcula que dentro de unos diez años más del 50 por ciento tendrán serias dificultades o se hallarán al borde “del divorcio”. ¿Por qué?
La felicidad matrimonial es el resultado de un ajuste de personalidades sobre una base mutua de amor. Cuando alguno de los dos —o ambos— falla en cualquier aspecto de la parte que le corresponde, el equilibrio matrimonial se rompe y la vida en común se hace aburrida o insoportable, si es que antes no termina en la separación.
Pero ese ajuste es algo casi imposible, dirás, puesto que en la vida real muy rara vez se encuentran dos personalidades que armonicen a perfección entre sí. Cierto, y por eso precisamente es aquí donde aparece la primera palabra clave hacia una relación satisfactoria.
Esa palabra es adaptación. Cuando tanto tú como tu esposa entienden y reconocen las respectivas áreas de su responsabilidad en la unión, están en condiciones de adaptarse cada uno a la personalidad del otro.
¿Qué quiere decir esto? Adaptación no significa necesariamente ceder siempre. No es que el hombre espere que su mujer se acomode constantemente a sus puntos de vista; ni que la mujer pretenda que su esposo haga siempre lo que ella quiere. El secreto consiste sencillamente en buscar cada uno primero el bienestar y la satisfacción del otro. Lo cual lleva en sí el resultado sorprendente de producir también la propia satisfacción y el propio bienestar.
La capacidad de adaptación depende proporcionalmente del grado de madurez emocional. Muy a menudo nos encontramos con personas que, aunque adultas en edad —veinte, treinta, o más años— se comportan no obstante como niños.
Seguro que tú conoces muchas personas de ese tipo. De todos modos, permíteme señalar aquí las principales características que muestra la persona que posee madurez emocional.
Podemos empezar por la objetividad. La persona dotada de madurez emocional tiene la capacidad de contemplar cualquier situación desde distintos puntos de vista además del propio. No permite que sus sentimientos o sus intereses personales interfieran con su juicio. Sabe, como si dijéramos, salirse de sí misma y ponerse en el lugar de los demás. Su pensamiento es “objetivo”, es decir, ve no sólo por sus ojos, que es lo “subjetivo”, sino también por los ajenos.
Es obvio que esta cualidad de ser objetivos es de suprema importancia en el matrimonio, donde a diario se presentarán situaciones en que los puntos de vista del marido y su mujer diferirán uno del otro. Puede decirse, además, que sin objetividad no puede haber adaptación.
La madurez emocional se halla también en lo que pudiéramos llamar relación de edad. Quiere decir que una persona normal ha de actuar y conducirse en todo momento en relación a su edad cronológica. “Un niño de cinco años, por ejemplo, que se comporte y piense como un niño de cinco años demuestra madurez emocional. En cambio, una mujer de treinta que actúe como una niña de trece o catorce dista mucho de poseer madurez emocional.
En realidad, pocas cosas hacen tan difícil la adaptación en el matrimonio como el hecho de que alguno de los dos —o ambos— carezca de madurez emocional por falta de relación de edad. El niño ha de ser y hacer como niño; el adolescente como adolescente; el adulto como adulto; el anciano como anciano.
El concepto de la madurez emocional envuelve también sentido de responsabilidad. La persona ha de ser capaz de “responsabilizarse con sus decisiones” —y no refugiarse o depender de las decisiones de otras personas. Significa primeramente que las decisiones no han de tomarse a la ligera, sino como producto de una consideración previa de todas las posibles consecuencias; luego que una vez tomada una decisión, la persona deberá estar dispuesta, a seguir todos los pasos que la misma requiera.
Otra cualidad que forma parte de la madurez emocional es la aptitud de actuar en la vida con independencia. No me refiero a actuar con aislamiento o rebeldía, sino más bien a la capacidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades que viene con el desarrollo completo de la personalidad.
Es de suma importancia para la paz del matrimonio que tanto el esposo como la esposa se hallen independientes de ataduras ajenas a su unión. Sucede a veces que el que se casa no parece darse cuenta de que ha entrado en una nueva vida en la que debe cortar, o por lo menos subordinar, la mayoría de sus lazos e intereses con el pasado.
Hay matrimonios en que la esposa; una mujer que por edad ya ha alcanzado completamente la etapa adulta, continúa no obstante apegada a su madre como si aún estuviera en la niñez.
El mismo caso se presenta también a la inversa. Conocí a un hombre que, aun después de casado, tenía que ir todos los días a casa de su madre, donde casi siempre se quedaba a comer. Su esposa preparaba la comida… sólo para quedarse esperando la mayor parte de las veces. Un día la pobre mujer no pudo más y confrontó a su marido con la situación: o compartía la vida con ella como Dios manda, o ella se iba definitivamente para casa de su madre.
Si el que se casa resulta incapaz de asumir la independencia que el matrimonio exige, es que carece de madurez emocional y por lo tanto no puede ser feliz ni traerle felicidad a su cónyuge.
Vale notar lo que dice la Biblia en referencia al matrimonio: “Por esta causa dejará el hombre padre y madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.” Claramente quiere decir la Palabra de Dios que el que se casa ha de independizarse completamente de toda unión anterior, aun la más cercana en la sangre.

LA ADAPTACIÓN EMOCIONAL

Al hablar de la adaptación emocional estoy refiriéndome a una de las cualidades más importantes de la personalidad. Es algo que tiene que ver con el control y dirección del mundo variado de los sentimientos. La capacidad de adaptación emocional es indispensable para la armonía y comprensión en el matrimonio, pues de ella depende en alto grado el éxito en la actividad sexual, en las relaciones sociales, y en la organización económica.
Debes empezar, marido recién casado, por reconocer que entre el hombre y la mujer existe una enorme diferencia en la forma de expresar sus emociones. Generalmente el hombre es comedido, mientras que la mujer es espontánea. El hombre piensa que con una vez que diga las cosas basta; la mujer, en cambio, necesita oír con frecuencia las mismas palabras amorosas de su esposo.
No te debes extrañar, pues, si cada mañana o una vez por semana tu esposa te pregunta si todavía la quieres. Esto es para ella como el agua fresca para las plantas. Significa que no debes ser parco en prodigarle a tu esposa los elogios, las atenciones y las galanterías que solía recibir de ti durante la época del noviazgo.
Desde el punto de vista del hombre, el hecho de volver y permanecer en el hogar luego de todo un día de trabajo es prueba suficiente de su amor hacia la mujer. Para ti, tal vez; pero para ella no basta. Tu esposa necesita tus demostraciones de cariño, escuchar de tu voz el “¡Te quiero!” y toda la ternura que refleja el misterio del amor.
Si te examinas a ti mismo, tendrás que admitir que tú también necesitas de las manifestaciones de cariño y de los mimos de tu esposa, si es que de veras la quieres, Pues la expresión del amor es mucho más importante aun para el alma femenina.
En segundo lugar, debes tener en mente que en el matrimonio se busca la unidad de dos personalidades. Pero esta unidad ha de ser para enriquecerlas a ambas, nunca para impedir su respectivo desarrollo. Es decir, tanto tú como tu esposa continuarán desarrollando cada uno su propia individualidad. La unidad de los dos servirá precisamente de estímulo recíproco para ello y a la vez para que los dos lleguen a formar y a ser “una sola carne”.
“Cada marido —dijo Fritz Künkel— es responsable de darle a su mujer la oportunidad de hacerse más mujer de lo que era antes del matrimonio”. Esto significa que la personalidad de la mujer seguirá desarrollándose y que la actitud del marido habrá de contribuir bien a estimular o bien retardar ese desarrollo. Tu esposa no deberá seguir siendo niña ni estancarse en su desarrollo, sino al contrario: gradualmente deberá ir haciéndose más y más mujer. Pero tú tienes que ayudarla.
Permíteme insistir. Esta unidad de la vida matrimonial no significa que las dos personas habrán de llegar a sentir y ser la misma cosa. No; lo que quiero decir es que los dos llegarán a conocerse mejor, a identificarse el uno con el otro y a hacerse cada uno cómo un complemento del otro. Hay una expresión familiar que sirve para ilustrar esta idea: “Mirar uno por los ojos del otro”.
Al principio esta adaptación emocional puede resultar difícil para ambos, ya que en cierto modo significa comenzar a pensar no tanto en yo como en nosotros. Después de haber vivido todos los años anteriores de la vida —dieciocho, veinte, treinta, a veces más— pensando solamente en mí, no es fácil cambiar de pronto y comenzar a pensar en nosotros. Pero es muy necesario e importante. Cuando tú puedas pensar ya en unidad y en lo que tú y tu esposa van a decidir o a hacer, sentirán ambos el aliento estimulante de una nueva corriente de vida.
La adaptación emocional supone también interdependencia emocional. Y esto es importante. En muchos matrimonios existe de hecho una relación de dominio y sumisión, bien sea que el hombre es el dominante y la mujer se somete o a la inversa. En estos casos puede tal vez haber adaptación; pero será una adaptación forzada, anormal. Según estudios e investigaciones, tales matrimonios no pueden conocer plenamente la felicidad. Esta sólo puede alcanzarse cuando entre los dos existe interdependencia emocional, es decir, cuando cada uno depende del otro por lo menos en los aspectos básicos del matrimonio.
No olvido en este punto lo que nos dice la Biblia, que el hombre es la “cabeza del hogar”. Creo que el hombre debe ser el que decida, el que represente, el que ayude y el que asuma, en una palabra, la dirección del hogar. Pero esto no quiere decir que necesariamente el marido haya de ser un dictador, que impone su voluntad y que toma decisiones sin consultar, gústele o no, a su mujer. La interdependencia emocional significa que esa dirección se ha de inspirar en el amor y la comprensión, no en el dominio y la fuerza.
Algo que puede ayudarte en la adaptación emocional es recordar que todavía 10 y tu esposa están en el proceso de conocerse. Generalmente los recién casados han llegado al matrimonio con la idea de que ya se conocen bien. Posiblemente tú piensas que conoces bien a tu esposa. Pues déjame decirte que antes de casarse uno ha conocido sólo una pequeña parte de la personalidad del otro. Es luego en el matrimonio que va descubriendo y sabiendo cosas que antes ignoraba. Dice el Dr. Künkel que se necesitan por lo menos siete años de vivir con una mujer para empezar a conocerla. Así que no pienses que ya tú conoces a la tuya; lejos de eso, vas a ver que cada día te trae rasgos o facetas nuevas de la personalidad de tu mujer que no sospechabas.
Algunos hombres llegan a pensar que su mujer los engañó cuando eran novios pues entonces no mostraban tal tipo de conducta. Pero tal no es realmente el caso. Lo que sucede es que como tú la veías sólo en determinadas situaciones y no todo el tiempo, no podías conocer muchos aspectos de su personalidad. Ahora que viven juntos es otra cosa. Como están bajo el mismo techo, duermen en la misma cama, comen en la misma mesa, y se ven en los más íntimos detalles de la vida doméstica, tienes amplia oportunidad de ir descubriendo y conociendo lo antes no habías podido saber de tu esposa.
Por último, quizás el factor más importante en la adaptación emocional es el grado de madurez emocional que tú y tu esposa hayan alcanzado. Ya hemos comentado sobre el caso de personas que son adultas cronológicamente hablando pero emocionalmente se comportan como niños.
Una persona madura emocionalmente no es como un niño. El niño demanda constantemente; quiere recibir pero no sabe cómo dar. El fenómeno cambia algo en el caso de los adolescentes. Los adolescentes también exigen, sólo que muchas veces no quieren aceptar lo que se les da. Es la misma falta de madurez emocional. La persona con madurez emocional es una que puede recibir y dar amor, cosa que es indispensable para el éxito de un matrimonio.
Otra señal de madurez emocional es la capacidad de comprender los sentimientos de otras personas. Comprender en este caso lleva también la idea de participar. Es muy importante que puedas comprender a tu esposa, es decir, sentir lo que ella siente, identificarte emocionalmente con ella. Cuando llegas a tu casa por la noche y encuentras que tu mujer está triste o desilusionada, tu comprensión será la habilidad de identificarte con ella, de ponerte en su lugar y tratar de saber por qué ella se siente triste o desilusionada. La comprensión a tiempo puede disolver muchas nubes ligeras, impidiendo que se acumulen y se conviertan más tarde en tempestades.
Las personas dotadas de madurez emocional suelen también ser objetivas. O sea, pueden reconocer sus propias faltas y sus propias limitaciones, y están dispuestas a aceptarlas y a corregirlas en vez de tratar de esconderlas y huir de ellas. Cuando el esposo posee la virtud de reconocer sus faltas tanto como las de su esposa y tiene la capacidad de identificarse con ella, el matrimonio está en el camino seguro de la adaptación emocional y la felicidad conyugal.
Tal vez pienses que en el caso particular de tu vida matrimonial la adaptación emocional es muy difícil. En realidad, no tiene por qué ser así. Si ambos, el esposo y la esposa, están de veras interesados en alcanzar la felicidad en su matrimonio, la mitad de la batalla está ganada. Algo que ayudará mucho es que tú, como esposa, se señalen algunas metas para los próximos dos o cinco años. La primera de esas metas debe ser el llegar a comprender bien a tu esposa/o. Lo que quiero decir es que, si hay una meta, ya tú tienes algo a que ceñirte, algo que te sirva de guía.
A menudo nos encontramos con personas que han ido al matrimonio sin ninguna meta. Las probabilidades de que esos matrimonios tropiecen con dificultades son muchas. Ninguna otra meta mejor para tu paz emocional, pues, que la de llegar a comprender de la manera más completa a tu esposa, identificándote con ella y haciendo así que ella encuentre también la paz emocional en su propia identificación contigo.
En su libro Noviazgo, matrimonio y familia, la pareja Schnepp ofrece una serie de consejos acerca de cómo alcanzar la madurez emocional. He aquí esos consejos:
    • Tener dominio propio.
    • Buscar la base racional que hay siempre detrás de todo conflicto emocional.
    • Respetar cada uno al otro y considerar sus necesidades y deseos.
    • No alterarse por cosas insignificantes.
    • Estar dispuestos a tomar decisiones y a hacerse responsables de las mismas.
    • Tener un punto de vista que incluya no solamente las conveniencias propias sino también las de la familia y la comunidad.
    • Adquirir un sentido de equidad guiado por el propio criterio.
    • Poseer una fe profunda y sincera.
    • No caer en la minucia que se manifiesta en encontrar fallas y en regañar o ridiculizar a los demás.
    • Reconocer el derecho del otro a que se contesten sus preguntas y a quedar satisfecho.
    • Estar dispuestos a transigir, excepto en lo fundamental.
    • Ser generosos.
    • Tener sentido de humor.
    • Admitir la corrección y sacar buen provecho de ella.
    • Estar constantemente procurando el mejoramiento y el progreso.
    • Simpatizar con los demás y tratar de comprenderlos y de ayudarlos en sus problemas.
    • Hacerse dignos de confianza y practicar la puntualidad.
    • Cooperar, como cónyuge, a la formación de un hogar en el que todos puedan encontrar paz, amor, dicha y seguridad.

Dando por sentada la necesidad indispensable de la adaptación sexual , quisiera recordarte que hay también una adaptación a los distintos cambios o reacciones de tu compañera, cosas que tú no esperabas, cosas que a veces no puedes explicarte. Piensa también en la adaptación cuando surjan las dificultades, las luchas, las peleas. No sé cuándo tendrás el primer disgusto serio con tu esposa ni cuándo se peleará la primera batalla; pero sí te digo que es importante aprender a pelear en la vida del matrimonio. Muchas veces el primer disgusto, la primera pelea, señala pautas para el futuro.
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Si alguno es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restaurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo....Si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




CAPACITANDO PARA ACONSEJAR
Las presuposiciones básicas desde las que los consejeros actúan. 
Estas presuposiciones se refieren: 
  1. al contexto socio-cultural en el que viven los consultantes, 
  2. al momento especial en el que las familias  consultan, 
  3. a la persona del consejero o consejera como parte integrante del conjunto terapéutico, y 
  4. al proceso que se crea de la interacción entre el consejero y la familia. 
A continuación se explican y al mismo tiempo se ofrece algunas recomendaciones.
I. Presuposiciones acerca del CONTEXTOLas personas viven en la historia, en lugares determinados, en medio de condiciones y circunstancias específicas. Así pues, el consejero pastoral necesita estar consciente de que ejerce su ministerio en medio de ciertas condiciones y en situaciones que influyen en las personas y familias que le consultan. 
No es lo mismo asesorar a una familia urbana de clase media que a una familia de escasos recursos que recién ha llegado a la ciudad en busca de trabajo. Asesorar a una pareja de profesionales que quiere casarse será muy distinto de asesorar a una pareja que «se juntó» porque no tenía el dinero suficiente para realizar una boda.
En la actualidad, en los EE.UU la mayor parte del trabajo lo realizan  con inmigrantes hispanos de primera generación en los Estados Unidos, y que están en proceso de asentamiento y asimilación en el contexto norteamericano. Aunque la inmigración sea un factor importante que identifican a casi todos los hispanos en los Estados Unidos, las razones por las cuales las personas han salido de su país de origen son muy diversas. 
Por ejemplo, en un extremo, hay personas que han sido transferidas por sus empresas, tienen sus papeles en regla y, por lo tanto, gozan de seguridad económica y social; en el otro extremo hay personas que han huido de la guerra, la violencia o la pobreza en su propio país y que viven en continuo sobresalto porque no tienen los recursos necesarios para la subsistencia ni los documentos requeridos para buscar mejores trabajos. 
También hay hispanos que se han mudado «al Norte» porque aquí se encuentra ya la mayor parte de sus familiares y, por lo tanto, ya cuentan con una red significativa de apoyo; mientras que otros han dejado a sus hijos encargados con parientes para poder trabajar con mayor dedicación, ahorrar dinero y mandar a traer el resto de la familia en un futuro cercano. 
Los hispanos de procedencia urbana, de clase media y profesional son los que más rápidamente se integran a la cultura que los hospeda porque su estado legal está en regla y sus conductas y valores —aunque con diferencias culturales significativas— se acercan a los estándares norteamericanos. No sucede así con los campesinos que arriesgan su vida para cruzar la frontera clandestinamente, que trabajan con papeles falsos o aceptan trabajos temporales siguiendo las cosechas en los distintos estados de la Unión Americana.
Toda familia que vive en este tiempo parece enfrentar más dificultades para realizar los ajustes necesarios a fin de mantener su salud, criar a sus hijos y sobrevivir a las crisis. 
Podemos señalar unas pocas razones: 
  1. Las familias ya no son tan numerosas como antes. En todas partes del mundo hay una mayor conciencia sobre la planificación del número de hijos porque ya no son «más brazos para trabajar», sino «más bocas que alimentar». 
  2. La madre ya no se ocupa solamente de la crianza; por lo general también trabaja fuera de casa ya sea para colaborar al sustento de la familia (especialmente en sectores de la población en los que un solo salario no es suficiente para sobrevivir), para no aburrirse sola en casa, o para cumplir con su vocación en la vida. 
  3. Se han perdido o debilitado las redes de apoyo debido a los procesos de industrialización, urbanización, migración —interna o externa— y la tendencia a la nuclearización de la familia. 
  4. En el pasado, otras personas además de los padres —familiares, compadres, vecinos y amigos— cuidaban de los hijos. En el presente, cada familia tiene que librar una dura batalla contra valores y conductas que tratan de socializar a nuestros hijos mediante la escuela, el mercado, la televisión, las pandillas, entre otros. 
  5. El deterioro de la economía local y global junto con la descomposición social de muchos sectores del mundo empujan a poblaciones enteras a salir de su terruño para buscar sobrevivir y / o encontrar mejores oportunidades para sus hijos en las ciudades o en el extranjero.

Aunque cada situación es única, es posible identificar algunas características comunes a las familias que asesoramos pastoralmente. Será provechoso, por ejemplo, que la consejera pastoral sepa que toda familia está en un continuo proceso de ajuste, que se rige por una serie de valores, y que abriga una serie de creencias que rigen su conducta.
1. Las familias viven en un continuo proceso de             ajuste. Los cambios vertiginosos en la sociedad actual ponen a las familias en un estado de transición permanente. Esto significa que las familias de hoy viven bajo la constante presión de ajustarse a los rápidos cambios y a revisar periódicamente los papeles que tradicionalmente se le asignaban a cada uno de sus miembros. 
Por ejemplo, cuando don Pedro y su familia emigran del México rural a Los Angeles, California, en busca de trabajo y un futuro mejor para sus hijos, no sólo viajan 300 kilómetros, sino también 300 años en la historia. En su pueblo, don Pedro era conocido y respetado, tenía sus parientes y compadres, tenía crédito en la tienda aunque no supiera leer ni escribir, ni tuviera sus documentos al día. En Los Angeles, en cambio, don Pedro necesita una tarjeta de identidad, un número del Seguro Social, un permiso de trabajo, una dirección, crédito, y muchas cosas más, sólo para comenzar a buscar escuela para sus hijos o casa para vivir. 
Su esposa e hijas posiblemente encuentren trabajo antes que él —limpiando casas o cuidando niños— y traigan el pan a la casa. Sus hijas están en riesgo de convertirse prematuramente en madres solteras ya sea por inocencia, por ignorancia o por «revelación» de que un niño nacido en los Estados Unidos es un ciudadano americano que califica para la ayuda pública (welfare). 
En poco tiempo los hijos de don Pedro aprenderán inglés en la escuela, se asimilarán a la subcultura circundante y vivirán bajo la presión continua de unirse a las pandillas, a los traficantes de drogas, o de convertirse en los intérpretes y cuidadores de los padres, invirtiendo de esta manera los papeles de la familia tradicional. 
La brecha generacional aumenta, la jerarquía familiar es confusa, los hombres se refugian en el alcohol u otra droga, y la violencia doméstica puede aparecer o aumentar por la inseguridad y la incertidumbre en que se vive. 
Elaine P. Congress, trabajadora social, investigadora y con años de trabajo en clínicas urbanas de salud mental de Nueva York, afirma que hay detonadores de crisis que afectan a las familias inmigrantes. Entre ellos menciona el desempleo y subempleo, el cambio de papeles o roles de género en la pareja, los conflictos intergeneracionales, el fracaso escolar de los hijos, por solamente mencionar algunos.
. . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe estar enterada —tanto como le sea posible— de las condiciones sociales, culturales y económicas que afectan a las familias de su comunidad.
2. La cultura hispana asigna un valor elevado al             conjunto llamado «familia». En la lengua castellana, el término familia no se restringe al núcleo de padre, madre e hijos. Incluye también a la familia extendida, a los parientes ¡y hasta a los compadres! 
Los científicos sociales han descrito a los padrinos y compadres como «familia ficticia» o «familia de elección» que cumplen importantes funciones sociales.
El compadrazgo, por ejemplo, conlleva una serie de obligaciones y contra-obligaciones morales, económicas e incluso políticas en los países latinoamericanos. 
Un campesino pobre elige a un padrino para sus hijos que esté mejor situado económica y socialmente. Cuando los chicos enferman, cuando van a la escuela o cuando las parejas están en apuros, los padrinos están en la obligación moral —que se asume en el ritual del bautismo o del matrimonio— de extender una mano de ayuda. 
A su vez, en tiempo de elecciones, el campesino y su familia están en la obligación de apoyar la candidatura y el partido político del padrino de sus hijos, sin importar lo corrupto o inepto que éste pueda ser.
Con la conversión al protestantismo, millones de latinoamericanos se han sacudido de muchas de esas prácticas comprometedoras, pero, al mismo tiempo, han perdido las redes de apoyo que las acompañaban. Sin embargo, cada congregación tiene el potencial de convertirse en su familia de la fe, la «familia tribal» que se perdió con la modernidad y que es capaz de proveer esos lazos significativos que no solamente los ayudarán a sobrevivir, sino también a humanizarse y a desarrollar a las nuevas generaciones.
Será muy difícil saber a ciencia cierta si fue la alta valoración de los lazos familiares la que produjo el desarrollo de las estrategias de sobrevivencia en los sectores populares, o si fue la necesidad de sobrevivir la que condujo a asignarle a la familia tan alta estima. El hecho es que el intercambio de favores y la prestación y contraprestación de servicios entre la familia nuclear, la extendida y la «ficticia» han contribuido a la supervivencia de los sectores populares con ingresos muy por debajo del nivel de subsistencia.
En las familias latinas los ancianos y los niños han tenido lugares específicos en la economía del hogar que han sido designados por la cultura y la tradición. Los ancianos han cuidado del hogar y de los niños; los niños mayores han cuidado de sus hermanitos y han ayudado en los quehaceres de la casa. 
En los mercados populares —incluso en Estados Unidos mismo— no es difícil ver cómo toda la familia latina se moviliza para asegurar que el pequeño negocio familiar prospere. 
Padres y abuelos —incluyendo a todos los ancianos de la comunidad— han sido tradicionalmente respetados como figuras de autoridad. Se espera que los hijos cuiden de los ancianos, así que la idea de enviarlos a un asilo generalmente se rechaza. 
Aunque hay muchos aspectos positivos en este tipo de solidaridad e interconexión de las generaciones, también hay desventajas. Las obligaciones y lazos emocionales se prestan para abusos e injusticias. En Norteamérica, donde el individualismo se ha afirmado al extremo, los respetados lazos de sangre de los hispanos han sido vistos como una amenaza a la libertad y a la independencia de las nuevas generaciones. 
Sin embargo, en los últimos años, nuevas voces de educadores, legisladores y terapeutas señalan los efectos desastrosos que el individualismo ha tenido sobre la familia y la sociedad en general, y han hecho llamados para recobrar los vínculos y las obligaciones familiares que se asocian con la salud, la responsabilidad y el desarrollo.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe tomar conciencia de la herencia cultural de sus consultantes, de los valores, lealtades y mutuas obligaciones de quienes habitan bajo el mismo techo
3. La cultura latina tiende a preservar las estructuras     y los roles tradicionales en la familia. 
El machismo —la idea de la supuesta superioridad masculina y su práctica social— se ha asentado en la mente de hombres y mujeres a través de los siglos y de muchos medios. 
Entre estos últimos podríamos mencionar la tradición patriarcal de la cultura occidental y los siglos de influencia árabe en la antigua España. Esto provocó que durante la conquista y la colonización de América Latina, tanto españoles como portugueses abusaran sexualmente de las mujeres nativas —y luego de las esclavas negras— engendrando hijos pero no criándolos. 
A su vez, los hijos mestizos criados por las madres —y con una religión donde se exalta el papel de la madre, idealizado por la Virgen María— desarrollaron con ellas un círculo afectivo del cual los padres fueron emocionalmente excluidos. El resultado es una sociedad donde los hombres son definidos como fuertes, racionales, dominantes y proveedores, mientras que las mujeres son definidas como débiles, afectivas, sumisas y sacrificadas; una sociedad donde se espera de los niños obediencia, sumisión y colaboración económica para la supervivencia de la familia.
La vida contemporánea no sólo cuestiona estos papeles tradicionales, sino que también los altera. 

  • Las mujeres ahora tienen acceso a la educación y a los puestos de trabajo asignados generalmente a los hombres y con pagos cada vez más parecidos.
  • Los medios masivos de comunicación han difundido los derechos de la mujer.
  • Las escuelas han educado a nuestros hijos con modelos más igualitarios. 
  • En la nueva economía globalizada en el campo y la ciudad —y con el continuo empobrecimiento de la clase trabajadora— ambos progenitores tienen que trabajar para sustentar a la familia. 
  • El libre acceso que hoy día se tiene a información sobre la sexualidad hace cuestionar el injusto doble estándar de moralidad que ha existido para hombres y para mujeres. 
  • Con la independencia económica y la conciencia de sus derechos, más y más mujeres ya no «aguantan más» relaciones abusivas (y no tienen por qué hacerlo) y rompen los vínculos matrimoniales que antes no se atrevían a romper por temor a quedarse en el desamparo. 
  • En los trabajos se observa que la primera generación de hispanos inmigrantes en los Estados Unidos, en su afán por afirmar su identidad cultural, tienden a volverse más conservadores que sus contemporáneos en sus países de origen. No es difícil ver cómo el conservadurismo apela a la religión legalista para afirmar sus reclamos. Generalmente esto provoca una reacción más fuerte por parte de las nuevas generaciones que han sido socializadas en el ejercicio de sus derechos y, por consecuencia, las brechas generacionales se agrandan.

 . . . Por lo tanto . . . los consejeros pastorales deben ser sensibles y respetuosos de las afirmaciones culturales de sus consultantes y, al mismo tiempo, cuidadosos de no perpetuar los patrones mentales y de conducta que sean dañinos, injustos, que contradigan a los valores del reino de Dios y que afectan a los segmentos más desprotegidos de la población. 
II. Presuposiciones acerca de LA FAMILIA
Tanto las personas como las familias, generalmente buscan ayuda cuando han agotado todos sus recursos o la tensión es insoportable. 
Sin embargo, entre las comunidades latinas tanto el asesoramiento como la psicoterapia todavía son resistidos. Cuando nuestra gente experimenta tensión y vive problemas que no puede resolver, primero busca la ayuda familiar médica y pastoral, antes que la psicológica. Hay varias razones para ello. 
  • Por un lado, se ve a los psicólogos y psiquiatras como el último recurso, como el profesional a quien se dirigen las personas que han traspasado la frontera de la normalidad, es decir, «los locos». Aunque debido a los procesos de urbanización y globalización esta percepción está cambiando paulatinamente, todavía predomina en muchos sectores de la población hispana. 
  • Otra razón puede estar en el hecho que la familia extendida, incluyendo padrinos y compadres, son vistos como los recursos más próximos y «naturales» para obtener consejo en caso de necesidad. 
  • En la Iglesia Católica, usualmente los sacerdotes han sido los asesores y consejeros de las clases sociales acomodadas, mientras que los pobres eran descuidados en este servicio aunque tenían acceso al confesionario. Con el vertiginoso crecimiento del protestantismo, cada vez se demanda más y más este servicio por parte de los pastores. 
  • Aunque el consejo pastoral sea parte integral de su oficio, el problema que se puede presentar es que el ministro no esté debidamente preparado para desempeñar tal función. 
  • Es muy común que se confunda asesorar / aconsejar con dar «buenos consejos» saturados de textos bíblicos. Los buenos consejos tienen su lugar en el trabajo pastoral, especialmente cuando son solicitados, pero de ninguna manera representan el ministerio de acompañar a las personas en su desarrollo a fin de que puedan hacer decisiones sabias, vivir en la luz de Dios y confrontar los problemas de la vida con madurez y esperanza. Los buenos consejos, mientras más efectivos sean, corren mayor peligro de propiciar dependencia e inmadurez. De modo que, cuando una familia viene en busca de consejo pastoral, los consejeros deben tener en mente las siguientes presuposiciones:
1. La familia que busca al consejero pastoral ya ha       caminado un buen trecho en su camino hacia la         restauración de su saludNinguna familia pide asesoramiento apenas surge un problema. Por lo general busca ayuda cuando la tensión ha llegado a un nivel insoportable o cuando ha agotado todos los recursos acostumbrados y disponibles. 
Cuando una familia llega a la oficina pastoral —o cuando el consejero es invitado a casa después de concretar una cita para tratar un problema específico— ha dado ya algunos pasos significativos para la resolución de sus preocupaciones. Se ha dado cuenta que necesita ayuda; ha tomado la iniciativa para buscarla; ha hecho arreglos en su horario para acudir a la cita. Es decir, ha asumido responsabilidad por su situación, ha invertido tiempo y esfuerzo en la búsqueda de su bienestar, y con ello se ha apropiado de su proceso.
 . . . Por lo tanto . . . Dios merece la alabanza, y la familia el reconocimiento por su valentía y voluntad de buscar alternativas para su situación. La consejería debe comunicar, de todas las formas posibles, ese reconocimiento y la convicción de que la familia cuenta ya con recursos humanos y divinos para su sanidad y desarrollo.
2. Una familia, por lo general, busca asesoramiento       en un momento crucial de su desarrollo, casi             siempre en un punto importante de transición o         en una crisis. 
Individuos y familias atraviesan por estados de desarrollo que son universales y predecibles. 
Los procesos de desarrollo familiar han sido conceptualizados convencionalmente alrededor de ciertos eventos como: 
  • el inicio del matrimonio, 
  • el advenimiento y el cuidado de los hijos, 
  • el alentar a que sus hijos vuelen con sus propias alas, 
  • la jubilación, y muchos otros. 
En las familias latinas, los linderos de las etapas de desarrollo han estado poco definidos. Por ejemplo, la adolescencia en un ambiente agrario, hasta hace poco, era más corta, y llegar a ser adulto no era tan complicado como en los medios urbanos. 

Los jóvenes comenzaban sus propias familias no lejos de sus padres y a veces bajo el mismo techo. Los nietos llegaban pronto y eran criados por toda la familia extendida. Los procesos de urbanización, modernización, migración y globalización han perturbado ese aparente suave movimiento familiar de una generación a otra y de una etapa a otra en el ciclo de vida de una familia. 
Al comparar la vida de hace medio siglo con la de hoy, nos damos cuenta de que hay cambios dramáticos que se han incorporado al desarrollo de cada ciclo. Las transiciones de una etapa a otra tienden a ser más difíciles y dolorosas. En todo el mundo la familia hoy en día sufre el desarraigo, el incremento del costo de vida, la falta de seguridad en el trabajo, la carencia de redes de apoyo para la crianza de los hijos, el constante sobresalto por el aumento de la criminalidad y el terrorismo. Si estas situaciones provocan estrés en todas las familias, todavía es peor para las familias que social y económicamente son menos favorecidas. 
La acumulación del estrés en tiempos de transición —cuando la familia es más vulnerable— a menudo presentará síntomas, dolor y la necesidad de ayuda de parte de un consejero o consejera.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral no se apresura a poner letreros o a marcar a las familias y a sus miembros con etiquetas diagnósticas (patologizantes). Primero explorará los obstáculos que estén impidiendo que la persona o familia evolucione y se mueva a la próxima etapa de su desarrollo. Utilizará un acercamiento «salutógeno»; es decir, se enfocará en los recursos que la persona o familia tienen para sanar más que en las carencias.
3. Con frecuencia las expectativas de una familia           consultante son confusas y a menudo                          contradictorias. 
Si esto es cierto respecto a toda familia que busca ayuda, tiene un giro especial con los latinos que tendemos a expresarnos en círculos antes que en forma lineal. Las culturas pre-hispánicas también parecen privilegiar la expresión circular. 
El idioma puede prestarse para «ornamentar» un asunto antes de enfocarlo directamente. Esto se ve con frecuencia entre las familias hispanas inmigrantes que están en proceso de aculturación/asimilación; en otras palabras, cuando los valores y las normas de la cultura de origen coexisten con los valores y las normas de la nueva cultura que se imparten en la escuela, la iglesia, el lugar de trabajo, el vecindario, y otros más. 
El grado de aculturación o asimilación de una familia puede ir desde estar en la marginalidad hasta la plena aculturación o asimilación, pasando por un estado de dualidad cultural. 
De manera individual toda persona pasa por este proceso, pero la familia como un todo también lo experimenta. A pesar de ello, las familias parecen «asignar» roles a sus miembros que permiten mantener el equilibrio (homeostasis). Así, si un miembro se distingue por elogiar las virtudes de la nueva situación y empuja al sistema familiar hacia un mayor grado de integración en la nueva cultura, otro miembro lo critica y pondera las virtudes de la cultura de origen. Esta tensión no se resuelve del todo en una sola generación.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral, lo más pronto posible, trabajará con sus consultantes para definir: 1) lo que la familia espera del proceso de ayuda y de la consejera; 2) el problema inicial que se debe abordar; y 3) cómo se sabrá que se ha logrado las metas o se ha progresado en el                  asesoramiento.
III. Presuposiciones respecto al CONSEJERO
Todo consejero, sin importar su marco teórico, juega un papel activo al facilitar y guiar las interacciones en la consulta. 
De manera continua, e incluso inconscientemente, se efectúan negociaciones entre el consejero, la familia y sus miembros individuales. De la misma manera en que las familias revelan los valores del ambiente del que proceden, los consejeros también reflejan los valores culturales de su grupo de procedencia, su cosmovisión, sus convicciones teológicas y su predilección por ciertas teorías y técnicas. 
Las siguientes presuposiciones sobre la persona del consejero —elemento componente del sistema terapéutico— ayudarán a tener una mejor perspectiva en el trabajo del asesor pastoral.
1. La identidad cultural y de género siempre                   acompañarán al consejero pastoral. Cuando una persona ejerce la función de asesor o consejero —al igual que en cualquier otro trabajo— no se puede desasociar de su identidad. 
Por ejemplo, soy varón, latinoamericano, de más de 50 años, casado con la misma mujer por más de 30, y con tres hijos adultos y dos nietos pequeños. Después de entrenar consejeros pastorales y terapeutas familiares por casi 20 años, mi principal trabajo ahora es entrenar pastores y líderes hispanos para mi iglesia en los Estados Unidos. 
Este corto resumen de mi vida tiene mucho que ver con la forma en que asesoro a las familias, sean hispanas o no. Tengo ventajas, ciertamente, cuando asesoro a la primera generación de hispanos inmigrantes en los Estados Unidos, pero pierdo esa ventaja cuando trabajo con la segunda o tercera generación. 
Como varón, aunque hago todo el esfuerzo posible, me cuesta trabajo entender totalmente a una madre que lucha con su sentimiento de culpa por dejar a su pequeño hijo en la escuela para ir a trabajar. En otras palabras, los consejeros pastorales también somos seres humanos, producto de nuestra propia cultura, enriquecidos y limitados por nuestra propia historia, identidad y género.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe tomar conciencia de quién es, de su etnicidad, su género, su clase social, las ventajas y las limitaciones con las que se conecta y acompaña a las personas y familias que asesora.
2. Con mucha frecuencia el consejero pastoral intercambia dos oficios: el de       pastor y el de consejeroLos pastores «se ponen varios sombreros» en su trabajo: de evangelista, maestro, predicador, consolador, exhortador, consejero. Cada una de esas funciones requiere el ejercicio de destrezas específicas. La gente los ve sin todas esas distinciones. Sin embargo, es imprescindible, saludable y necesario asumir conscientemente la función que el pastor ejerce cuando usa «el sombrero de asesor o consejero» y no otro. Para ofrecer asesoramiento debe estar seguro que las personas han tomado la iniciativa y solicitado ese servicio. 
Si el pastor los busca, les podrá ofrecer otros servicios: 
  • orientación, 
  • exhortación, 
  • oración, 
  • consuelo, pero no asesoramiento.

 . . . Por lo tanto . . . es deber del consejero pastoral estar consciente de «ponerse el sombrero» apropiado para no entrar en dinámicas que provoquen confusión para sí mismo y en las personas que atiende.
IV. Presuposiciones respecto al PROCESO
En la cultura occidental, especialmente en la norteamericana, el individuo es la unidad operacional. La independencia y la autonomía son altamente valoradas y premiadas. La terapia generalmente estimula las opciones individuales sobre las familiares. Los hispanos, por el contrario, nos relacionamos, por lo general, en una forma «colateral»; esto es, que la opinión de familiares, amigos y colegas cuenta mucho, tanto para la celebración de los triunfos como para la resolución de los problemas. 
Entre los hispanos las relaciones se construyen a partir de la confianza. La gente se aproxima a los consejeros no por sus grados académicos ni por sus credenciales religiosas, sino por el nivel de confianza que evocan en la persona o familia. Esto pone el asesoramiento con hispanos en un proceso especial en el cual se deben tener en cuenta las siguientes presuposiciones.
1. Toda relación humana —incluyendo la relación de ayuda— atraviesa por un      proceso. La relación de ayuda llamada asesoramiento o consejo pastoral se inicia, como hemos venido diciendo, cuando la persona, pareja o familia toma la iniciativa y pide esa ayuda. Sólo así se puede saber que las personas están listas para este tipo de ayuda; por decirlo de manera popular: «que la masa está lista para tamales». 
Además, la relación de una familia latina con su consejero estará coloreada por el tipo de relación que incluye la expectativa: «Si yo confío en usted, usted no me puede fallar». Esta expectativa puede ser aún mayor si el consejero es un pastor, sacerdote o rabino, de quienes se supone que viven más cerca de Dios, que sus oraciones tienen mayor alcance, y que su tarea es la salvación y la salud de todas las almas. 
Debido a la larga y muy enraizada tradición católica-romana en donde el sacerdote es el intermediario de los bienes sagrados, esta creencia, aunque no sea verbalizada, parece existir incluso entre los evangélicos que afirmamos el sacerdocio universal de todos los creyentes. Esto puede producir un sentimiento de ansiedad en el consejero o consejera. Ya que los consejeros son los responsables por guiar el proceso hacia un fin saludable y satisfactorio para todos, necesitan tener claro cómo comenzar el asesoramiento, qué hacer durante el proceso y cómo terminarlo. Sobre todo, deben saber cómo controlar la ansiedad sin perder el contacto.
 . . . Por lo tanto . . . la responsabilidad del consejero o consejera es mantener sus manos en el timón y, al mismo tiempo, revisar que su conexión con los consultantes se mantenga saludable. Guardar ese equilibrio lo ayudará a guiar sin imponerse, a evitar las luchas de poder y a resistir la manipulación de quienes «han confiado» en él o ella.
2. El consejo pastoral tiene sus límites. En ninguna relación de ayuda, incluyendo la que se ofrece en nombre de Cristo, funciona la «varita mágica». Ningún consejero puede solucionar todas las necesidades presentadas, esperadas o requeridas por quienes lo consultan. 
Los consejeros pastorales estarán en contacto continuo con una abrumadora cantidad de necesidades, problemas y desafíos. 
El asesoramiento no es el único modo de ayudar, ni siquiera el más importante. Hay otras áreas del saber humano que pueden intervenir para hacer la evaluación de una situación y hallar la solución para los problemas relacionados con el motivo de consulta. 
Un examen médico puede revelar un desbalance hormonal relacionado con la depresión, o una mala dieta puede ser responsable por la distracción y poco rendimiento escolar. 
Hay otros niveles de intervención en los cuales los consejeros pastorales —al igual que todos los cristianos— debemos participar. 
  • Los servicios de compasión y misericordia, 
  • la acción social en búsqueda de justicia y reconciliación, 
  • la organización comunitaria, 
  • el cuidado de la creación y la intervención política, son apenas algunas de las esferas legítimas de trabajo que están más allá del asesoramiento.
 . . . Por lo tanto . . . tan pronto como le sea posible, la consejera pastoral necesita discernir cuáles metas serán posibles y alcanzables en el asesoramiento, a fin de acordarlas con la familia; y cuáles áreas requerirán la evaluación de otros profesionales, y/u otros niveles de intervención.
3. La perspectiva espiritual no puede esconderse. Cuando las personas —creyentes o no— acuden al consejero cristiano, no esperan recibir una evaluación psicológica de su situación o de sus dificultades y dolores, sino una opinión, un acompañamiento y un consuelo que incluya la dimensión espiritual. 
Hoy más que nunca la gente sabe que sus dolores y desajustes no sólo son el resultado de desbalances químicos, psicológicos o sociales, sino también el producto de herencias ancestrales, de fuerzas espirituales de maldad, de valores equivocados. 
Sobre todo, los hispanoamericanos —que han sido nutridos tanto por el animismo pre-hispánico, la cosmovisión africana y el misticismo católico ibérico— intuyen que sus sufrimientos y sus soluciones deben tener componentes que están más allá de su comprensión y alcance. 
Por ejemplo, todavía es posible encontrar familias latinas en las cuales los hijos se despiden de sus padres pidiéndoles la bendición. 
En el conversar cotidiano —y ahora incluso entre los artistas de la televisión— es posible encontrar que se usan frases como: «Dios mediante», «¡Gracias a Dios!», «Que Dios te bendiga», lo cual expresa una profunda convicción en la cultura de que lo sobrenatural se hace presente en lo natural, de que lo eterno irrumpe en la historia humana. 
Así pues, cuando una persona o una familia latina busca a un consejero cristiano —repetimos una vez más— lo que espera no es tanto un agudo análisis clínico de su caso, y un tratamiento psicológico. Más bien —y por encima de todo— espera alguna luz espiritual, alguna promesa bíblica, alguna palabra de fe y esperanza, alguna intercesión y bendición. 
Sin embargo, esto no excusa al consejero pastoral de prepararse adecuadamente para esta noble tarea de aconsejamiento mediante la adquisición de ciertos conocimientos, el manejo de ciertas destrezas, el crecimiento personal y la supervisión adecuada.
 . . . Por lo tanto . . . la consejería pastoral debe recordar con frecuencia que su trabajo es un ministerio que se origina en el corazón amoroso de Dios Padre, quien anhela la salud y la reconciliación de toda Su creación, modelado en la persona y obra de Dios Hijo (Jesucristo), y capacitado por la acción poderosa de Dios Espíritu Santo.
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