sábado, 8 de agosto de 2015

Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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La verdadera batalla es espiritual
Para la inmensa mayoría de los cristianos norteamericanos la guerra espiritual que he estado describiendo es un concepto nuevo. Muchos han comenzado a preguntarse si será posible integrarla a sus ministerios dadas sus tradiciones y preparación. Pero ellos no son los únicos. Incluso los pastores argentinos luchan con algunas de las mismas cuestiones teológicas y prácticas.
APRENDA LA LECCIÓN
Disfruté mucho hablando con el pastor Alberto Prokopchuk, de la Iglesia Bautista de los Olivos, La Plata, Argentina, porque podía identificarme muy estrechamente con su trasfondo. La tradicional preparación bautista para el ministerio que había recibido no incluía un curso en Guerra Espiritual. Su ministerio en la Iglesia Bautista de Los Olivos no era muy diferente de lo que vemos en tantas iglesias típicas de nuestras ciudades americanas: un sólido ministerio de enseñanza bíblica, un nivel de moralidad relativamente alto, el fruto del Espíritu manifestado en un grado razonable, y miembros que oran, diezman, asisten a los cultos y testifican a sus vecinos cuando se les presenta la oportunidad. ¡Todo eso y ningún crecimiento!

Bajo el ministerio de Alberto, la iglesia de Los Olivos había permanecido estancada en 30 miembros durante muchos años, hasta que Carlos Anacondia llegó a La Plata para realizar una campaña. Alberto y la Iglesia Bautista de Los Olivos colaboraron en ella, y a medida que asistían a los cultos noche tras noche y observaban a Anacondia, comenzaron a aprender acerca de la oración de guerra. Quedaron profundamente impresionados por los resultados no sólo por las miles de personas que eran sanadas físicamente y liberadas de espíritus malos, sino todavía más por las 50.000 que tomaron públicamente una decisión por Cristo. Nunca se había visto en La Plata nada que se acercara a esto.

Sin embargo, el observar a Anacondia y a su equipo llevar a cabo la campaña y el trasladar ese tipo de ministerio a una iglesia bautista tradicional eran dos cosas muy distintas. No obstante, una cosa que sí sabían cómo hacer los bautistas era evangelizar. De modo que los dirigentes laicos de Los Olivos abordaron a Alberto y le dijeron: «Tengamos una campaña evangelística en nuestra propia iglesia».

Alberto no estaba listo para aquello. «No tengo el don de evangelista», replicó. «¿Debemos invitar a un evangelista de fuera?» «No, hagamos un trato», le respondieron: «Usted predica en la campaña y nosotros oramos a Dios para que le conceda el don de evangelista».

Posiblemente en un momento de debilidad, Alberto accedió. Organizaron la campaña y celebraron el primer culto. Alberto predicó un mensaje evangelístico e hizo la invitación. ¡No hubo respuesta!

Mientras se angustiaba interiormente por su evidente falta de poder, le pareció escuchar una voz dentro de sí que le decía:
«¡Intenta hacerlo a la manera de Anacondia!»
Medio desesperado, Alberto decidió jugarse el todo por el todo y lo intentó. Hizo una enérgica oración de guerra y reprendió directamente a los espíritus como había visto hacerlo tantas veces a Carlos Anacondia.

Una vez atados los espíritus con la autoridad que Jesucristo le había dado, hizo nuevamente la invitación. ¡Esta vez más de quince personas saltaron de sus asientos y vinieron corriendo al frente para recibir a Cristo como Salvador y Señor!

La Iglesia Bautista de Los Olivos ha crecido de los treinta miembros que tenía hasta más de 900. Pero eso no es todo. Prokopchuk ha comenzado congregaciones satélites en otras partes de la ciudad que suman un total de 2.100 miembros. La meta de Alberto Prokopchuk para su iglesia, junto con su red de congregaciones satélites, es de 20.000 miembros para el año 2000. No es necesario decir que Alberto lo ha estado haciendo «como Anacondia» desde entonces.
LA VERDADERA BATALLA
La lección fundamental que Alberto Prokopchuk aprendió fue que la verdadera batalla para una evangelización eficaz es una batalla espiritual. El lo aprendió a su manera, y otros lo estamos aprendiendo a la nuestra.

El Movimiento del Crecimiento de la Iglesia, al cual represento, ha sido bendecido por Dios y utilizado para estimular cambios fundamentales tanto en el ministerio de la iglesia local como en la evangelización del mundo. Este movimiento comenzó en 1955 y durante los aproximadamente 25 años que estuvo bajo la inspiración de su fundador, Donald McGavran, trabajó en el desarrollo de los nuevos aspectos tecnológicos radicales de crecimiento de la iglesia y evangelismo que tan ampliamente aclamados han sido.
Yo creo que Dios quiere que hagamos un mejor trabajo evangelizando nuestra nación en los próximos años. Y en mi opinión lo haremos en la medida que comprendamos que la verdadera batalla es espiritual.
Alrededor de 1980, algunos de nosotros comenzamos a explorar cuáles podrían ser algunas de las dimensiones espirituales del crecimiento de la iglesia. Eso no significa que ahora consideremos malo ningún aspecto tecnológico o que vayamos a sustituir lo tecnológico por lo espiritual. No; la tecnología ha sido sumamente útil para las iglesias y misiones, y seguimos trabajando con ahínco para mejorarla y actualizarla.

Sin embargo, lo que hemos descubierto es que toda la tecnología evangelística del mundo podrá tener un efecto mínimo sólo si se logra ganar la batalla espiritual. Es algo así como un automóvil nuevo con los últimos adelantos de la ingeniería; que puede ser muy bonito y estar construido a la perfección, pero que no funcionará hasta que se le eche gasolina en el depósito. Lo mismo sucede con el poder espiritual en el evangelismo y el crecimiento de la iglesia.

Para ilustrarlo, considere la década de los 80 en América. Esos fueron los años del desarrollo rápido de algunas de las mayores iglesias que ha visto jamás la nación. Casi todas las áreas metropolitanas tienen ahora una o más megaiglesias que no existían antes. Los seminarios sobre el crecimiento de la iglesia y los recursos evangelísticos se han multiplicado. Las escuelas cristianas privadas y el uso por los creyentes de los medios de comunicación han aumentado extraordinariamente. En la superficie parecía que el cristianismo estaba haciendo grandes progresos en nuestro país, pero las estadísticas presentan un cuadro bien distinto: al final de la década la asistencia a la iglesia era la misma que en sus comienzos, y la membresía de las iglesias protestantes había disminuido.

Yo creo que Dios quiere que hagamos un mejor trabajo evangelizando nuestra nación en los próximos años. Y en mi opinión lo haremos en la medida que comprendamos que la verdadera batalla es espiritual.
APRENDA ACERCA DE LA LUCHA
En 1980 sentí de Dios que necesitaba concentrarme en las dimensiones espirituales del crecimiento de la iglesia. Por mi íntima amistad con John Wimber—a quien entonces algunos apodaban «Don Señales y Prodigios»—supe que el evangelismo con poder sería lo primero en mi nueva agenda. También sentía que después de aquello vendría la oración, aunque debo admitir que no tenía en ese momento ninguna pista de cómo ésta podía relacionarse con la evangelización eficaz.

En mi libro How to Have a Healing Ministry [Cómo tener un ministerio de sanidad] (Regal Books), publicado en 1988, compartí mi investigación sobre las señales y los prodigios, y un año antes había comenzado a estudiar con ahínco y a enseñar acerca de la oración. Sin embargo, hasta que no llegó el magnífico Congreso de Lausana sobre la Evangelización Mundial en Manila, en el verano de 1989, no aprendí realmente en cuanto a la verdadera batalla.

Aunque no sabía demasiado acerca de ella, para 1989 había empezado por lo menos a entender dos cosas: 
(1) La evangelización funcionaría mejor si iba acompañado de una oración fervorosa, y        (2) en el cuerpo de Cristo, a nivel internacional, Dios había dotado, llamado y ungido a ciertos individuos que estaban siendo extraordinariamente eficaces en el ministerio de intercesión.

Yo me encontraba en posición de integrar esas nuevas nociones en el Congreso Lausana II, porque era miembro del Comité Internacional de Lausana que patrocinaba el congreso.

Mientras oraba acerca de cómo unir la oración con la evangelización, Dios impresionó mi mente con el pensamiento de que debía tratar de identificar a 30 ó50 de esos intercesores de primer orden y desafiarles a venir a Manila pagándose sus propios gastos, pasar por alto el proceso de selección de participantes establecido, alojarse en el Hotel Plaza Filipino frente al Centro de Convenciones donde se celebraría el congreso, y orar durante las 24 horas del día todo el tiempo que durara el mismo. Los dirigentes del Comité de Lausana accedieron, y pedí a Ben Jennings, de la «Campaña de Oración por la Gran Comisión» de Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo, que organizara y dirigiera el proyecto. Ben realizó un magnífico trabajo y, cumpliendo nuestras expectativas más elevadas, se presentaron cincuenta intercesores.
A través del equipo de intercesión de Manila, Dios nos dio lo que a mí me gusta llamar una «parábola viviente», a fin de hacernos ver con claridad cuáles son los verdaderos temas subyacentes en la evangelización mundial. Pero antes de que describa esa parábola tengo que explicar aún otro factor decisivo.
EL CORDÓN DE TRES DOBLECES
En la primavera de 1989 comencé a aprender acerca de otra dimensión espiritual relacionada con el evangelismo: la profecía personal. No quiero entrar en detalles aquí de cómo individuos como John Wimber, Cindy Jacobs y Paul Cain ayudaron a abrirme esta nueva área de entendimiento, sólo decir que en un principio yo era un poco escéptico al respecto. Sin embargo, ahora creo que el ministerio profético es un ministerio válido e importante en estos días.

A comienzos del verano de ese mismo año, John Wimber me dijo que Dick Mills me telefonearía con una profecía y me recomendó que prestara mucha atención a ella. Para mi desconcierto yo nunca había oído de Dick Mills, pero John lo describió como uno de los profetas más respetados de América con una trayectoria muy probada. Seguidamente supe por Cindy Jacobs, que conocía bien a Mills, que el telefonear a extraños iba en contra de las costumbres de éste. Por casualidad, Cindy resultó estar invitada en casa el día que Dick Mills me llamó.

No detallaré aquí lo que decía la profecía, pero el asunto de la parábola viva de Manila era una aplicación profética de Eclesiastés 4:12 a mi ministerio: «Cordón de tres dobleces no se rompe pronto». Dick me dijo que sentía que Dios me estaba llamando a servirle como catalizador para que ayudara a unir tres cordones que El deseaba trenzar en un diseño a fin de cumplir sus propósitos en años venideros. Esos tres cordones eran: los evangélicos conservadores, los carismáticos y los liberales escrupulosos.

Lausana II habría de desempeñar un papel importante en cuanto a la unión de los dos primeros cordones. Aunque Lausana I, celebrado en Suiza en 1974, había incluido sólo una participación simbólica de pentecostales y carismáticos, quince años más tarde, en Lausana II, estos grupos eran bastante prominentes. Algunos dijeron que, por el número de manos levantadas en las sesiones plenarias, tal vez la mayoría de los participantes fueran carismáticos.

Resultó que aproximadamente la mitad de aquellos que se reunieron para formar el equipo de intercesión de Manila eran evangélicos conservadores y la otra mitad pentecostales o carismáticos. Más tarde supe que, por ser la primera vez que esos dos grupos se habían mezclado a ese nivel, al principio les asaltaron una variedad de pensamientos. Los carismáticos se decían a sí mismos: «Me pregunto si estos evangélicos saben en realidad cómo orar y ponerse en contacto con Dios». Y los evangélicos, por su parte, pensaban: «¿Se van a poner estos carismáticos a gritar, chillar y a revolcarse por el suelo?»

Pero para el deleite de todos los implicados, descubrieron que al empezar a orar juntos no había ninguna diferencia apreciable entre ellos. Cuando entraron al salón del trono de Dios en compañía unos de otros se encontraron hablando y oyendo las mismas cosas. Los evangélicos animaban a los carismáticos y los carismáticos a los evangélicos. Dos de las cuerdas de Dios se estaban uniendo.
LA PARÁBOLA VIVIENTE
Una de las señales visibles más extraordinarias que he percibido de Dios ocurrió durante la primera noche que el equipo de intercesión de Lausana se reunió en la suite de oración del Hotel Plaza Filipino. La víspera de la mayor convocación internacional sobre evangelización celebrada hasta la fecha, Dios nos dio una parábola viviente para mostrarnos de una vez por todas que la verdadera batalla por la evangelización del mundo es espiritual.

Los cincuenta intercesores se sentaron alrededor de aquella gran habitación de hotel en círculo. Venían de doce naciones distintas, la mayor parte de ellos de Norteamérica. Diez de los intercesores eran filipinos. Y aunque mi esposa, Doris, y yo no somos intercesores, nos invitaron a participar en las actividades de la sala de oración por haber concebido la idea.

Naturalmente, el primer elemento de la reunión fue presentarnos. Y cuando habíamos recorrido poco más de la mitad del círculo, una mujer filipina, llamada Juana Francisco, de alrededor de sesenta años de edad se dio a conocer y nos habló del ministerio de intercesión que había ejercido durante muchos años. Dos o tres minutos después, mientras hablaba otro, Juana Francisco sufrió lo que más tarde supimos que era un ataque crítico de asma. Gritó, su rostro se puso pálido y comenzó a jadear ruidosamente tratando de respirar.

Una oleada de pánico recorrió la sala. Dos hombres tomaron a Juana por los brazos y la llevaron medio en volandas afuera, al pasillo del hotel. Justo al otro lado del vestíbulo estaba la habitación ocupada por Bill y Vonette Bright, de Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo. Lograron colocar a la mujer en la cama de Bill y afortunadamente una de las intercesoras filipinas era médico, de manera que salió con Juana para atenderla. Con el consuelo de que ya se encontraba bajo cuidado facultativo, dos o tres intercesores oraron por su salud y luego continuamos con las presentaciones.

Casi al terminar de dar la vuelta al círculo, alguien irrumpió en la sala gritando: «¿Quién tiene un automóvil? ¡Es una emergencia! ¡Debemos llevarla al hospital …! ¡La doctora dice que está muriendo!»

Dos mujeres—que no hacía mucho que se conocían—, saltaron de sus sillas de inmediato y salieron rápidamente por la otra puerta al pasillo del hotel. Una de ellas, Mary Lance, es reconocida como evangélica—presbiteriana de Charlotte, Carolina del Norte—y ha sido durante muchos años la intercesora personal de Leighton Ford, presidente del Movimiento de Lausana, el que ostentaba el cargo más alto del congreso. La otra era Cindy Jacobs, a la que ya me he referido anteriormente. Cindy es una conocida carismática independiente.
El espíritu de vudú
Una vez en el pasillo, Mary Lance y Cindy se miraron a los ojos y supieron en seguida en el Espíritu que habían recibido el mismo mensaje de Dios. El Señor les había dicho a ambas que el ataque de Juana Francisco era debido a la invasión de un espíritu de vudú. El vudú filipino había sido proferido contra el grupo y Dios había retirado lo suficiente su protección como para que ese espíritu de enfermedad alcanzara a la intercesora, de un modo muy parecido a la manera en que en el pasado permitiera al enemigo acceder a Job. En cuestión de segundos, Mary Lance y Cindy se asieron las manos, se pusieron de acuerdo en el Espíritu, hicieron una oración de guerra y rompieron el poder del demonio en el nombre de Jesús.

Precisamente en ese momento, Bill Bright, que no sabía nada de lo que había sucedido, salió del ascensor y se dirigió a su habitación. Allí, tendida en su cama, se encontraba aquella extraña filipina tratando de respirar y debatiéndose con la muerte. Su acción automática como cristiano fue imponerle las manos y orar por su sanidad, lo que hizo en el mismo momento que Mary Lance y Cindy rompían la maldición. Juana Francisco abrió los ojos y comenzó a respirar con normalidad. ¡La crisis había terminado!

Para entonces Doris y yo estábamos en el pasillo. Bill Bright salió de su habitación, vino hacia nosotros y nos dijo con una voz bastante emocionada: «¡Tenemos mucho poder! ¡Deberíamos utilizarlo más a menudo!»
¿Qué nos muestra Dios?
El propósito de Dios detrás de las parábolas, en este caso de una parábola viviente, es enseñar a su pueblo una lección importante. Cuando analizo aquel acontecimiento, la interpretación está clara. Aunque aquellos 4.500 líderes cristianos seleccionados de casi 200 naciones del mundo se reunieron en el congreso Lausana II en Manila a fin de elaborar una estrategia para la evangelización de 3.000 millones de personas que no conocen todavía a Jesucristo como Señor y Salvador, Dios quería que todos ellos conocieran la verdadera naturaleza de su tarea. En la parábola puedo ver tres lecciones principales:

1.     La evangelización mundial es un asunto de vida o muerte.
Hablando médicamente, Juana Francisco estuvo al borde de la muerte. En términos espirituales, 3.000 millones de personas en el mundo están a punto de sufrir una muerte todavía más terrible: la muerte eterna en el infierno. Si Juana Francisco hubiera muerto, habría ido al cielo. La crisis evangelística a la que se enfrenta el pueblo de Dios es mucho más seria que la breve crisis habida en el Hotel Plaza Filipino, ya que si los inconversos mueren no van al cielo.

2.     La clave para la evangelización mundial es escuchar a Dios y obedecer lo que oímos.
Mary Lance Sisk y Cindy Jacobs recibieron ambas una revelación inmediata de Dios. Como intercesoras experimentadas estaban acostumbradas a esto, de modo que no las tomó por sorpresa. Y el hecho de que las dos escuchasen la misma palabra al mismo tiempo confirmó a cada una de ellas que estaban oyendo correctamente.

Pero ellas también sabían que el escuchar a Dios era sólo el primer paso. El segundo consistía en tener el valor de obedecerle mandase lo que mandase. Sabían que El quería que se rompiera la maldición, de modo que actuaron y, otra vez, lo hicieron como cada una de ellas lo había hecho muchas veces antes: tomaron autoridad en el nombre de Jesús y ninguna tuvo duda alguna de que en ese instante la batalla se había ganado.

3.     Dios va a utilizar a todo el cuerpo de Cristo para completar la tarea de la evangelización mundial.
Los evangélicos no van a cristianizar el mundo por sí solos. Los carismáticos tampoco van a hacerlo. Dios escogió a una evangélica y una carismática para que se encontraran en el pasillo y libraran una batalla espiritual. Luego, para sellar el asunto, escogió a Bill Bright, uno de los participantes evangélicos más visibles del movimiento de Lausana, para hacer la oración de sanidad y ver cómo el Señor levantaba a Juana Francisco del lecho de muerte.
ESPÍRITUS TERRITORIALES
Antes de la celebración en Manila de Lausana II, no hubo mucha discusión sobre la manera en que los espíritus territoriales podían influir en la evangelización mundial ni siquiera entre los pentecostales y los carismáticos, y menos aún entre los evangélicos.

Aunque este tema no formaba parte del diseño global llevado a cabo por el comité de programa, cinco de los talleres de Manila trataron de los espíritus territoriales y de la intercesión en el nivel estratégico. Los que hablamos de ello fuimos: Omar Cabrera y Edgardo Silvoso de Argentina, Rita Cabezas de Costa Rica, y Tom White y yo de los Estados Unidos. El interés en estos talleres superó las expectativas y, antes de terminar el congreso, yo sentí que Dios quería que tomase cierto liderazgo en cuanto a investigar más el asunto.

John Robb, de World Vision, precipitó la convocatoria de un grupo muy selecto que vivía en Estados Unidos que tenía cierto conocimiento de la guerra espiritual a nivel estratégico. Casi por defecto me convertí en el coordinador del acontecimiento. Entre los 30 individuos que asistieron a la primera reunión en Pasadena, California, el 12 de febrero de 1990, estaban Larry Lea, Gary Clark, John Dawson, Cindy Jacobs, Dick Bernal, Edgardo Silvoso, Mary Lance Sisk, Gwen Shaw, Frank Hammond, Bobbie Jean Merck, Jack Hayford, Joy Dawson, Beth Alves, Ed Murphy, Tom White, Charles Kraft y otros. Bobbye Byerly dirigió simultáneamente a un grupo de intercesión que estuvo orando durante todo el encuentro en la sala contigua.

El grupo empezó a autodenomlnarse la «Red de Guerra Espiritual» con el subtítulo de «Grupo Surgido de Lausana II en Manila para Estudiar la Guerra Espiritual a Nivel Estratégico». Ninguno de los miembros de la Red se considera a sí mismo un experto, pero todos están de acuerdo en que la verdadera batalla para la evangelización del mundo es espiritual, y que cuanto más aprendamos acerca de ella más eficazmente podremos concluir la Gran Comisión dada por Jesús de hacer discípulos a todas las naciones.

Algunos del grupo están avanzando en ello. El excelente libro de John Dawson La reconquista de tu ciudad (Editorial Betania) es el primer libro analítico y de enseñanza que tenemos sobre la oración de guerra. Las obras de Dick Bernal tales como Storming Hell’s Brazen Gates [La entrada descarada al infierno tormentoso] (Jubilee Christian Center) y Come Down Dark Prince [Ven, príncipe de las tinieblas] (Companion Press) comparten ministerios reales de guerra espiritual en el campo misionero. Mi libro Engaging the Enemy [Comprometiendo al enemigo] (Regal Books) reúne tratamientos del tema por 18 dirigentes cristianos, algunos de la Red de Guerra Espiritual—tales como Tom White, Dick Bernal, Larry Lea, Jack Hayford, John Dawson, Edgardo Silvoso, etc—y otros como Michael Green, Paul Yonggy Cho, Timothy Warner u Oscar Cullman. Possessing the Gates of the Enemy, [Poseyendo la entrada del enemigo] de Cindy Jacobs (Chosen Books) es el manual práctico de cómo hacemos en realidad la intercesión en la Red. El importante concepto de cartografía o mapping espiritual (véase el capítulo 8) es introducido por George Otis hijo en su libro The Last of the Giants [El último de los gigantes] (Chosen Books).
EL PODER ESPIRITUAL EN LA EVANGELIZACIÓN
No todos los que se lanzan a evangelizar son igual de eficaces. Y puesto que esto es así, resulta útil saber quiénes son los más efectivos y qué están haciendo que otros no hacen. Esta es una de las tareas de los profesores de crecimiento de la iglesia como yo. Llevo más de dos décadas estudiando iglesias que crecen y otras que no crecen, estudio del que han surgido ya algunas respuestas.

El crecimiento de la iglesia es en cierto modo complejo. Hay tres series de factores que intervienen cuando se hace un análisis del crecimiento o de la decadencia de congregaciones: los factores institucionales—la iglesia puede cambiar si lo desea—; los factores contextuales, que son condiciones sociológicas—la iglesia no tiene poder para cambiar—; y los factores espirituales, que reflejan la mano de nuestro Dios soberano.

Cuando se consideran a escala mundial, parece sin embargo que los factores institucionales y contextuales tal vez no sean tan decisivos como los espirituales. Esto resulta obvio cuando uno se fija en el crecimiento de los movimientos pentecostales y carismáticos durante los 40 ó 50 años pasados. Aunque ha habido algún crecimiento vigoroso entre iglesias no carismáticas y no todas las denominaciones e iglesias carismáticas crecen, sigue siendo cierto que a lo largo de las últimas décadas el crecimiento más asombroso de la iglesia a nivel mundial se ha registrado entre aquellas iglesias que dependen de un modo más explícito del poder espiritual; a saber las pentecostales y carismáticas.

El movimiento pentecostal/carismático tiene sus raíces en los comienzos del siglo XX, pero su poderoso crecimiento no empezó realmente hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces, en 1945, contaba con 16 millones de adherentes en todo el mundo. Para 1965, su número había aumentado hasta los 50 millones. En 1985 tenía ya 247 millones. Y la increíble cifra que arroja 1991 es de 391 millones.
En toda la historia, ningún otro movimiento humano voluntario o militarista y no político ha crecido tan extraordinariamente como el movimiento pentecostal/carismático durante los últimos 25 años.
Una denominación pentecostal, las Asambleas de Dios, creció de 1,6 millones en 1965 hasta 13,2 millones en 1985. Aunque se trata de un grupo relativamente nuevo, las Asambleas de Dios es ahora la denominación mayor o la segunda en número de miembros en más de 30 naciones del mundo. En una sola ciudad, Sao Paolo, Brasil, cuenta con 2.400 iglesias. El movimiento cristiano con mayor tasa de crecimiento en los Estados Unidos es el carismático independiente. Salvo algunas excepciones, la megaiglesia más grande de cualquier área metropolitana de América es pentecostal o carismática. También eran pentecostales/carismáticas las seis mayores iglesias del mundo que en 1990 tenían una asistencia a los cultos de 50.000 personas o más.

Aunque no soy historiador profesional, me atrevería a adelantar una hipótesis: Creo que en toda la historia, ningún otro movimiento humano voluntario no militarista y no político ha crecido tan extraordinariamente como el movimiento pentecostal/carismático durante los últimos veinticinco años.

Parece razonable pensar que aquellos que venimos del ala evangélica tradicional de la Iglesia haríamos bien en estar abiertos a aprender de nuestros hermanos y hermanas carismáticos. Y la lección más fundamental, según mi parecer, es que tienen una comprensión más avanzada del carácter espiritual de la verdadera batalla por la evangelización. Las señales y los prodigios, la liberación de espíritus demoniacos, las sanidades milagrosas, la adoración sostenida y entusiasta, las profecías y la guerra espiritual son considerados por muchos de ellos como las manifestaciones normales del cristianismo.

La demostración de este poder espiritual en traer grandes cantidades de personas a Jesucristo habla por sí sola. No tenemos más que mirar lo que Dios está haciendo hoy en día en el mundo para darnos cuenta de que la efìcacia de nuestros esfuerzos evangelísticos depende en buena medida del resultado que obtengamos en las batallas espirituales libradas en las regiones celestes.

Las Escrituras señalan que nuestra arma principal para enfrentarnos al enemigo en esta batalla es la oración de guerra.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      Hable de alguna metodología evangelística o de algunas técnicas de crecimiento de la iglesia que conozca las cuales no parezcan estar funcionando todo lo bien que deberían.
2.      ¿Cómo describiría usted cada segmento del «cordón de tres dobleces» que Dios está juntando? Nombre algunos líderes de cada uno de ellos. ¿Puede imaginárselos apoyando sus ministerios mutuamente?
3.      ¿Cree usted que cristianos como Juana Francisco pueden ser maldecidos realmente? ¿Podría ella haber muerto de no haberse roto la maldición?
4.      ¿Qué temas le gustaría que se trataran si fuera usted a asistir a una reunión de la Red de Guerra Espiritual?
5.      Nombre varias de las áreas específicas que el resto del cuerpo de Cristo puede aprender del movimiento pentecostal/carismático.


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Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CUANDO LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
SE ARREPIENTEN
Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Salmo 2:8).
Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella (Lucas 19:41).
Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad (Josué 6:16).
El Señor ama a todas las ciudades y naciones. Ama a la ciudad y la nación de usted. No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos. La Biblia está llena de ejemplos de ciudades y naciones que se arrepintieron de sus pecados y se volvieron a Dios. La Gran Comisión es precisamente el mandato de Dios para que eso suceda. El Señor quiere que se hagan discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19), para lo cual envió a su Espíritu Santo para que sus discípulos le fueran testigos en la ciudad de Jerusalén, en la región de Judea, en la nación de Samaría, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Dios quiere que tengamos la visión de tomar ciudades, regiones y naciones, territorialmente, para Cristo.

El apóstol Pablo escribió sus epístolas para las ciudades de Roma, Éfeso, Corinto, Galacia, etc. El libro de Apocalipsis nos revela que Dios bendice y juzga a la iglesia de manera colectiva, no individualmente. Es decir, ante Dios el Padre no son las denominaciones ni las congregaciones las que representan a Cristo, sino que es la iglesia en su totalidad, los creyentes todos de una ciudad.

La epístola a los Hebreos dice que Dios edificó una ciudad: «Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios[…] Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:10–16).

Todo lo anterior nos indica que Dios piensa en las ciudades y naciones del mundo, y que su voluntad es que procedan al arrepentimiento. Sus discípulos, sus obreros, sus mensajeros, sus pastores, son los instrumentos que Él ha escogido para ese arrepentimiento, porque todos, todos … somos y debemos ser los intercesores ante su trono de gracia para alcanzar misericordia.
Obediencia y oración
No obstante, es necesario que seamos obedientes. La Biblia nos da ejemplos al respecto en la vida de Josué y Caleb:
     Josué obedeció al Señor y conquistó para Él la ciudad de Jericó (Josué 6:16).
     Caleb obedeció y por fe recibió la tierra por posesión: «Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión» (Números 14:24).
Si obedecemos e intercedemos por nuestras ciudades y naciones, podremos entrar en la batalla para conquistarlas en la seguridad de que la victoria será nuestra, pues la batalla es del Señor:
Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra (Josué 6:2).
Asimismo, nos convertimos en instrumentos de justicia para esa necesaria y apremiante reconciliación total. Por consiguiente, tiene que desaparecer la atmósfera contaminada que asfixia a nuestros pueblos; tiene que desaparecer la religiosidad vacía, la corrupción de mente, de espíritu y de cuerpo, para que en estos últimos días, las ciudades y las naciones puedan regresar a Cristo. Ante todo, tiene que desaparecer la división entre el pueblo de Dios, ese pueblo llamado a conquistar y a triunfar, pero como un solo ejército.
En el caso de Josué, vemos que primeramente creyó en las promesas de Dios y, debido a ello, recibió la visión para la conquista de la ciudad de Jericó. Luego, obedeció el mandato de Dios en cuanto a la estrategia para la toma de la ciudad; y fue en obediencia a las instrucciones que Él le dio que demandó la unidad de todo el pueblo para el asalto final: «TODO el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá» (Josué 6:5).
Más adelante, encontramos a Caleb diciendo:
Como podrás ver, Jehová me ha mantenido con vida y salud durante estos cuarenta y cinco años desde que comenzamos a vagar por el desierto, y ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte ahora como cuando Moisés nos envió en aquel viaje de exploración y aún puedo viajar y pelear como solía hacerlo en aquella época. Por lo tanto, te pido que me des la región montañosa que Jehová me prometió. Recordarás que cuando exploramos la tierra vimos que los anaceos vivían allí en ciudades con murallas muy grandes, pero si Jehová está conmigo yo los echaré de allí (Josué 14:10–12, La Biblia al día).
La conquista fue posible porque hubo participación de todo el pueblo de Dios representado por cada una de las tribus de Israel:
Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu (Josué 3:12).
Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu (Josué 4:2).
Como una señal de UNIDAD, Josué mandó tomar doce piedras (Josué 4:3) de en medio del Jordán, las cuales debían llevarlas y levantarlas: «Para que esto sea señal entre vosotros» (Josué 4:6).

La unidad es la clave para conquistar ciudades y naciones mediante el arrepentimiento. «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía![…] porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna» (Salmo 131:1, 3b).

Aunque continuemos (y debemos hacerlo) cumpliendo nuestras responsabilidades en las asambleas y congregaciones locales a las cuales Dios nos ha llamado a servir, tenemos también la responsabilidad de unirnos delante de Dios en nuestras ciudades y regiones para rendirle adoración, alabanza, loor, honor y gloria, intercediendo por ellas para que Él derrame su misericordia. Y entonces podremos decir como Pedro: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (Hechos 10:34–35).
Arrepentimiento y confesión
Los profetas Esdras y Daniel nos demuestran el corazón de un intercesor que clama a Dios por el perdón de los pecados de la nación de Israel. Reconocieron que el sincretismo trae maldición a un pueblo que sufre el juicio de Dios. Es por eso que claman a Él y retan al pueblo a arrepentirse y a renunciar a la idolatría de sus antepasados.
Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo y a vergüenza que cubre nuestro rostro como hoy día (Esdras 9:5–7).
¿Qué sucedió como resultado de esta intercesión?
Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente[…] Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel. Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras. Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra (Esdras 10:1, 10–12).
He aquí la oración de intercesión de otro profeta, Daniel:
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Daniel 9:17–19).
Los profetas reconocieron que todo lo que le sobrevino a la nación fue debido a sus pecados. Pero sabían también que si se arrepentían, Dios los oiría desde los cielos.
Cuando la ciudad de Nínive oyó el mensaje del profeta Jonás, los habitantes creyeron y se arrepintieron, desde el mayor hasta el menor, hombres y bestias y aun el propio rey. Nos dice la Biblia que Dios los perdonó y no trajo juicio sobre la ciudad (Jonás 3:5–10).
Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante del enemigo por haber prevaricado contra ti, y se convirtiere, y confesare tu nombre, y rogare delante de ti en esta casa, tú oirás desde los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y le harás volver a la tierra que diste a ellos y a sus padres (2 Crónicas 6:24–25).
El mundo entero está bajo el poder del maligno, dice la Biblia (1 Juan 5:19), pero «los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con Él» (2 Crónicas 16:9a). Si intercedemos, Él tendrá misericordia.

Por lo tanto, cumplamos con nuestra misión de intercesión para que las ciudades y las naciones se arrepientan y vengan, de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio (Hechos 3:19).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).

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Aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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LOS GUARDAS DE LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra[…] He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 62:6, 11–12).
Sobre las ciudades y las naciones pesan maldiciones por causa del pecado, pero Dios ha puesto guardas sobre ellas. Es a estos guardas a quienes ha encomendado las llaves de sus puertas, para que por ellas entre la bendición. Al mismo tiempo, les ha dado el poder para penetrar, en el nombre de Jesucristo y por su delegación, en el mundo de las tinieblas y matar a la víbora en su propio nido.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mateo 16:19).
Los guardas de las ciudades son los pastores y los intercesores. Por eso, la unidad pastoral es vitalmente importante para el cabal cumplimiento de la Gran Comisión y de la misión que como tales tienen estos ministros. No tendremos éxito en nuestra misión si los llamados a un ministerio especial no estamos conscientes de la responsabilidad que tenemos en nuestra ciudad y en nuestra nación.

Es triste reconocer que hay una competencia malsana en el ministerio, a tal punto que ya se ha hecho costumbre que diferentes obreros cristianos entren a una ciudad sin la invitación, el apoyo ni el respaldo de aquellos hombres y mujeres llamados por Dios y establecidos como guardas de esa ciudad. Muchos de estos ministerios hacen y deshacen por su cuenta, los unos por no tomar en cuenta a los otros para contar con su respaldo y los otros por no respaldar el ministerio de tantos hombres y mujeres llamados por Dios para cumplir una tarea especial. Ninguno quiere ver la importancia del otro, insistiendo, por esa razón, en obrar cada uno a su antojo. Surge así, por lo general, la división en lugar de la unidad en la iglesia local.

La reconciliación de ciudades y naciones no será posible si no se permite la manifestación del Espíritu Santo que es uno de amor y unidad. Jamás la reconciliación con Dios que necesita la tierra en esta hora se logrará por individuos con complejos mesiánicos ni por segmentos fragmentados de la iglesia. La reconciliación de ciudades y naciones será el resultado de la obra mancomunada del Cuerpo de Cristo, y este no puede estar fragmentado. El Cuerpo de Cristo en la tierra intercederá por ellas para cambiar el curso de la historia.

No debemos olvidar que nuestro llamamiento proviene de Dios y no es para satisfacer nuestro ego ni nuestra vanidad. Si los llamados ministros están satisfechos con «su» obra y están contentos con lo que consideran «su» rebaño o «su» ministerio y no el del Señor Jesucristo, hay muy poco que decirles. Pero la verdad es que el Señor ha puesto a sus mensajeros como guardas de su ciudad y de su nación.

Recordemos la Gran Comisión y nuestra misión de ser instrumentos para la salvación de los perdidos. Esto será imposible si los obreros del Señor no somos en realidad «del» Señor y como tales no estamos unidos, pues el Señor es uno solo. Aceptemos con humildad y con alegría nuestro nombramiento de guardas de la ciudad y de la nación en las que Dios nos ha llamado a servir.

Ante los ojos del Señor, la ciudad en la cual vivimos es un lugar que necesita escuchar el mensaje redentor de su Palabra. Él la ve como una ciudad que está al borde del juicio como Sodoma, Gomorra, Nínive o Jerusalén y que necesita redención.

Aunque en cada ciudad haya congregaciones y congregaciones, predicadores y predicadores, maestros y maestros, eso no significa de ninguna manera que hayamos alcanzado el propósito que Dios tiene para esa ciudad. Mientras no seamos uno en Cristo, no podremos dar un verdadero testimonio de la muerte, sepultura, resurrección y señorío de Él.

No podremos hablar de guardas de las ciudades y de las naciones sin hablar de la unidad del Cuerpo de Cristo. Al ser uno, somos los que el Señor quiere que seamos: los guardas de la localidad en la que Él nos ha puesto. La salud espiritual de nuestras ciudades y naciones no se mide por el número de miembros de las iglesias, ni por el tamaño de nuestros templos, sino por el testimonio que damos como cristianos en esas localidades.
Porque tú dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas (Apocalipsis 3:17–18).
Dios está dando a su pueblo en toda la tierra una visión de unidad alrededor de la cruz de Cristo. ¡Qué impactante sería que una iglesia unida batallara para reconquistar la tierra para Cristo, como un ejército unido que sigue la dirección del Dios de los Ejércitos! ¡Qué grandioso sería que un pueblo de Dios fuerte y dispuesto para la batalla tomara por asalto a las ciudades para Cristo! Los cristianos, y más que todo los pastores, seríamos en realidad los vigías, los centinelas, los guardas, defendiéndolas y liberándolas de la opresión satánica en el nombre de Jesucristo.

¿Queremos ser guardas de nuestra ciudad y de nuestra nación? Tenemos que pagar el precio de la unidad, entendiendo y aceptando que todas las dificultades que tengamos para lograrla y para experimentarla «no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios» (Romanos 8:18–19). Y, ¿cómo pueden manifestarse los hijos de Dios, sino como hermanos, hijos de un mismo Padre?

¿Entendemos nuestra responsabilidad como guardas de ciudades y naciones? Si es así, debemos entender el pacto que tenemos con Dios y cumplirlo.

Mi buen amigo Alberto Mottesi en su maravilloso libro América 500 años después, se refiere al nuevo pacto en el cual somos llamados a vivir como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Nos dice por qué no estamos unidos: la falta de fe en las promesas de Dios. Expresa:
El pacto es la base de toda relación. La fidelidad al pacto, o sea, a lo prometido, es lo que permite que los seres tengan confianza unos con otros y puedan establecer verdaderas RELACIONES, basadas en la buena fe[…] Toda integración [comunión o colaboración] se debe basar en una perspectiva común [una misma visión]. La Biblia dice: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Amós 3:3)[…] el engaño es el patrón cultural que nos caracteriza. Y el engaño es la fuente de discordia [división, disensión y sectarismo] más grande que hay. Donde hay engaño hay sospecha, no hay confianza y no podrá haber jamás una verdadera unidad o integración. El engaño es la causa de nuestra falta de integración.1
Alberto se pregunta:
¿Cómo resolveremos el problema del engaño si está tan infiltrado en todos los segmentos de nuestra sociedad (incluyendo la iglesia y la familia)? Si la confianza es la raíz de toda relación, ¿cómo podremos vencer estas ataduras y fortalezas para establecerla?
Aunque nos avergüence y entristezca, tenemos que comenzar por reconocer que somos una ciudad dominada por el engaño. Nos hemos dejado controlar (gobernar) por la mentira.2
Como el problema es espiritual e individual, la solución tiene que comenzar con el individuo. Tenemos que encontrar la solución para dicho problema antes de encontrar soluciones para las cuestiones políticas y sociales.

Somos guardas de ciudades y naciones. Como tales, mal podemos pretender buscar soluciones rápidas e instantáneas por nuestra cuenta y a nuestro antojo. El carácter de los pueblos no puede forzarse a cambios inesperados. Sin embargo, hoy es la hora de Dios para Hispanoamérica. Él nos está despertando del sopor en el que hemos vivido para que reconozcamos las ataduras espirituales que se remontan hasta nuestros ancestros nos han mantenido imposibilitados y nos liberemos de ellas. Para lograrlo tenemos que obedecerle absolutamente:
Hijitos míos no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él[…] Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros[…] En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor (1 Juan 3:18–19; 4:11–12; 17–18).
¿Por qué este pasaje sobre el amor? ¿Qué tiene esto que ver con el hecho de que Dios nos ha puesto como guardas de las ciudades y de las naciones? Porque el amor es el arma por excelencia para derrotar al odio, para derrotar al temor, para derrotar al maligno. Por lo tanto, es el arma por excelencia para defender las puertas de las ciudades y de las naciones.

¿Se pueden imaginar a los pueblos llenos de amor? ¿Qué clase de mal podría entrar en un pueblo así? ¿Y qué es la unidad sino una de las más hermosas facetas del amor?
Hombres y mujeres con esa experiencia y con ese llamamiento son los guardas que Dios ha puesto, con una misión especial, en las ciudades y 
en las naciones.

1 Alberto Mottesi, América 500 años después, AMEA, Fountain Valley, CA, 1992, cap. 9, pp. 126–127, énfasis del autor.
2 Ibid., p. 127.

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