jueves, 8 de enero de 2015

No podemos evitar el error que propagan los falsos maestros a menos que sepamos lo que es la verdad

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El conocimiento es el antídoto para el error
2 Pedro 1:1–4
 
Sin importar cuál sea la vocación de cada uno, la vida está llena de preguntas, dudas y decisiones. El albañil se preocupa de que la pared esté derecha, el que escribe una carta, un ensayo o un libro, se inquieta por que sus palabras estén bien escritas. En la cocina, la mujer se preocupa por la combinación exacta de las especias del platillo que está cocinando. 

En todos los casos, la única forma de saber lo que es correcto es consultando la norma escrita. Entonces, para la ortografía está el diccionario, para la pared está la plomada, y para el ama de casa, una receta o ¡tal vez el paladar!

Ahora bien, ¿qué de la vida moral y espiritual? Uno no puede evitar el error que propagan los falsos maestros a menos que sepa lo que es la verdad. La ignorancia es un camino que conduce a toda clase de percances, equivocaciones, esclavitud y rebeldía. 

En sus días, el apóstol Pedro vio esos síntomas en el horizonte y escribió la carta que estamos por estudiar, con el objeto de amonestar a los creyentes contra los falsos maestros. A la luz de un porvenir amenazador, les ofreció el antídoto: el conocimiento de la verdad. 

Su epístola nos hace recordar lo dicho por el Señor Jesucristo: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32). No se refiere sólo a la educación o a la acumulación de más información en un archivo. Tiene que haber una aceptación y asimilación de la verdad que Dios ha revelado y que nos motive a la obediencia. 

Nuestro Señor citó este principio cuando dijo: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17).
 
EL CONOCIMIENTO SIN LA PRÁCTICA NO NOS DA MEJOR CALIFICACIÓN QUE AL DIABLO
 
El resumen que Pedro ofrece al final de la carta es muy acertado: “Antes bien creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo…” (2 Pedro 3:18). Este es un consejo que convenía tanto a sus lectores de aquel entonces como nosotros, porque los falsos maestros siempre han existido.

INTRODUCCIÓN A LA EPÍSTOLA
 
Autor y fecha
A primera vista, no debería ser difícil determinar quién es el autor de una carta que lleva el saludo: “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo…” (2 Pedro 1:1). En el contexto novotestamentario, el nombre “Simón Pedro” es único. Sin embargo, a través de los siglos, la epístola de 2 Pedro ha sufrido cierta cantidad de ataques, e inclusive hasta el día de hoy tiene divididos a los eruditos conservadores.

Algunos postulan que se escribió a mediados del segundo siglo de nuestra era, lo que obviamente desmentiría la paternidad literaria de Pedro, porque para entonces él ya habría muerto. Es interesante que esos críticos no duden del origen del material de la carta. Es decir, no niegan que los pensamientos y conceptos procedan de Pedro, sólo dicen que el autor verdadero de la carta fue otro. Según ellos, tal vez un discípulo de Pedro tomó el material, que venía de la mente, corazón y enseñanza de su maestro, y lo puso por escrito como un tributo a él después de su muerte.

En el otro extremo, pero siempre dentro del campo de la doctrina conservadora, hay quienes afirman que sí hay evidencias de la autenticidad de la paternidad literaria petrina porque:

 1. En ella se notan ciertos factores que van totalmente de acuerdo con la vida y ministerio del apóstol pescador. Por ejemplo:
    a.      Se menciona la transfiguración como el suceso culminante de la vida del autor (2 Pedro 1:16–18).
    b.      Escribió con sentimiento profundo acerca de “la purificación de sus antiguos pecados” (2 Pedro 1:9).
    c.      Alude a su muerte inminente (2 Pedro 1:13–14).
   d.      El autor dice que el apóstol Pablo era uno de sus contemporáneos más respetados, pero no dice que era un santo de una época pasada (2 Pedro 3:15–16).

 2. De la misma manera, puede aceptarse la autoría petrina por lo que la carta no dice. Por ejemplo:
    a.      No está adornada con detalles supuestamente autobiográficos, pero que serían evidentemente espurios si se considera el estilo de muchísima literatura apócrifa equivocadamente atribuida a Pedro.

    b.      No contiene ningún rasgo de herejía, milagro absurdo o leyenda, características de toda la literatura apócrifa.

 3. La fecha de composición de 2 Pedro está íntimamente ligada a la cuestión de su paternidad literaria. Naturalmente, si uno fija una fecha del segundo siglo, el apóstol Pedro no pudo haber sido el autor, porque se cree que fue martirizado en Roma durante las persecuciones del malvado emperador Nerón, quien murió en el año 68 de nuestra era.

 Además, como Pedro no se menciona en 2 Timoteo, que fue la última misiva de san Pablo escrita desde Roma durante las mismas persecuciones de Nerón, se cree que Pedro murió antes que Pablo.

Lógicamente, la carta tuvo que haberse escrito:
    a.      Después de la circulación de algunas (pero no necesariamente todas) las cartas de Pablo (2 Pedro 3:15).

    b.      Con suficiente tiempo para que la carta circulara y formara así la base (la fuente y en cierto sentido la causa) de la creación de las falsificaciones apócrifas (por ejemplo, El Apocalipsis de Pedro) que surgieron en la primera parte del segundo siglo.

    c.      Antes del desarrollo mayor de los errores citados, que de hecho ocurrió en el segundo siglo. En 2 Pedro, la referencia a los errores se hace con verbos en tiempo futuro.

En conclusión, esos factores se combinan para indicar que probablemente el apóstol escribió 2 Pedro alrededor del año 65 de nuestra era.
 
LA BIBLIA ES DE ORIGEN DIVINO. LE TOCÓ AL HOMBRE RECONOCER SU AUTORIDAD, NO CREARLA

¡PENSEMOS! 
Es muy importante considerar lo siguiente:

 Durante los primeros 20 años después de la ascensión de nuestro Señor Jesucristo, no se escribió ninguno de los libros novotestamentarios. Quiere decir que la Biblia de la cual predicaron y enseñaron los apóstoles en aquel entonces consistía sólo del Antiguo Testamento. 

Pedro predicó su famoso mensaje en el día de Pentecostés (Hechos 2) con base en la revelación del Antiguo Testamento. Esteban revisó la historia antigua de Israel ante sus acusadores en Hechos 7, y Felipe predicó el mensaje de Cristo al etíope (Hechos 8) con base en Isaías 53. 

Aun los gentiles que aceptaron a Cristo durante ese período de veinte años no tenían más que el Antiguo Testamento como su Biblia.


¿Cuál fue el proceso mediante el cual la iglesia llegó confiadamente a reconocer los libros que Dios quiso que formaran parte del Nuevo Testamento? 

Se consideraron cuatro elementos:

1. Apostolicidad: ¿Fue escrita por un apóstol o por alguien que sostenía una relación cercana con él?

2. Contenido: Tenía que manifestar un carácter verídico, histórico, espiritual y, sobre todo, de acuerdo con la sana doctrina.

3. Universalidad: ¿Aceptaban la obra las iglesias en general?

4. Inspiración. Esta era la prueba final. Sería totalmente incongruente que el mismo Espíritu Santo, quien supervisó la escritura de una obra, no ayudara a la iglesia a discernir entre lo genuino y lo espurio. Ese ministerio del Espíritu condujo a la aceptación armoniosa y al final unánime, de los libros del Nuevo Testamento.

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Ni aun esta escritura habéis leído?: Un reclamo amoroso que mueve el corazón

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La Biblia

LA PALABRA «BIBLIA» se deriva, a través del latín, de la palabra griega biblia (libros); se refiere específicamente a los libros que la iglesia cristiana reconoce como canónicos. El uso cristiano más temprano de ta biblia (los libros) en este sentido se dice que fue en 2 Clemente 14:2 (circa 150 d.C.): «los libros y los apóstoles declaran que la iglesia … ha existido desde el principio». (Compare Daniel 9:2, NVI: «Yo, Daniel, logré entender ese pasaje de las Escrituras», donde la referencia es al cuerpo de los escritos proféticos del Antiguo Testamento.) La palabra griega biblion (cuyo plural es biblia) es un diminutivo de biblos, que en la práctica denota cualquier clase de documento escrito, pero originalmente uno escrito en papiro.

Un término sinónimo de «la Biblia» es «los escritos» o «las Escrituras» (en el griego, hai graphai, ta grammata), usados con frecuencia en el Nuevo Testamento para indicar los documentos del Antiguo Testamento en su totalidad o en parte. Por ejemplo, Mateo 21:42 dice: «¿Nunca leísteis en las Escrituras?» (en tais graphais). El pasaje paralelo, Marcos 12:10, tiene el singular, refiriéndose al texto particular citado: «¿Ni aun esta escritura habéis leído?» (ten graphen tauten). 2 Timoteo 3:15 habla de «las Sagradas Escrituras» (ta hiera grammata), y el siguiente versículo dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (pasa graphe theopneustos). En 2 Pedro 3:16 (NVI), «todas» las epístolas de Pablo están incluidas junto con «las demás Escrituras» (tas loipas graphas), refiriéndose probablemente a los escritos del Antiguo Testamento y los Evangelios.

CONTENIDO Y AUTORIDAD
Entre los cristianos, para los que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento juntos constituyen la Biblia, no hay un acuerdo completo sobre su contenido. Algunas ramas de la iglesia siríaca no incluyen 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y Apocalipsis en el Nuevo Testamento. Las comunidades romanas y griegas incluyen varios libros en el Antiguo Testamento además de los que componen la Biblia hebrea; estos libros adicionales forman parte de la Septuaginta cristiana.

Aunque están incluidos, junto con uno o dos más, en la Biblia protestante inglesa completa, la Iglesia de Inglaterra (al igual que la Iglesia Luterana) sigue la enseñanza de Jerónimo que sostiene que pueden ser leídos «para ejemplos de la vida e instrucción de costumbres; pero que no se deben aplicar para establecer ninguna doctrina» (Artículo VI). Otras iglesias reformadas no le dan ningún estado canónico. La Biblia Etiópica incluye 1 Enoc y el libro de los Jubileos.

En las comunidades romanas, griegas y algunas otras antiguas, la Biblia, junto con las tradiciones vivas de la iglesia en algún sentido, constituye la autoridad suprema. Por otro lado, en las iglesias de la Reforma, sólo la Biblia es la corte final de apelaciones en asuntos de práctica y doctrina. Así es que el Artículo VI de la Iglesia de Inglaterra afirma: «La Santa Escritura contiene todas las cosas necesarias para la salvación; así que lo que no se lea allí, ni pueda ser probado por ella, no se le debe requerir a ningún hombre, para que no sea creído como un artículo de la fe, o sea enseñado como un requisito, o necesario para la salvación». Para el mismo efecto, la Confesión de Fe de Westminster (1.2) cataloga los 39 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento como «todos … dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de conducta».

LOS DOS TESTAMENTOS
La palabra «testamento» en las designaciones «Antiguo Testamento» y «Nuevo Testamento», que se da a las dos divisiones de la Biblia, va desde el término testamentum en latín, al griego diatheke, que en la mayoría de las veces que aparece en la Biblia griega significa «pacto» en lugar de «testamento». 

En Jeremías 31:31, se predice un nuevo pacto, el cual reemplazará al que Dios hizo con Israel en el desierto (compare Éxodo 24:7 y siguientes). «Al llamar “nuevo” a ese pacto, ha declarado obsoleto al anterior» (Hebreos 8:13, NVI). Los escritores del Nuevo Testamento ven el cumplimiento de la profecía del nuevo pacto en el nuevo orden inaugurado por la obra de Cristo; sus propias palabras de institución (1 Corintios 11:25) dan la autoridad para esta interpretación. Los libros del Antiguo Testamento, entonces, se llaman así debido a su asociación cercana con la historia del «antiguo pacto»; los libros del Nuevo Testamento se llaman así debido a que son los documentos en que se funda el «nuevo pacto». Un enfoque a nuestro uso común del término «Antiguo Testamento» aparece en 2 Corintios 3:14 (NVI) que dice: «al leer el antiguo pacto», aunque probablemente Pablo se refiere a la ley, la base del antiguo pacto, más que a todo el volumen de las Escrituras hebreas. 

Los cristianos usaron en general los términos «Antiguo Testamento» y «Nuevo Testamento» para las dos colecciones de libros durante la última parte del siglo II; Tertuliano tradujo diatheke al latín usando la palabra instrumentum (un documento legal) y también testamentum; la última palabra fue la que sobrevivió, desafortunadamente, puesto que las dos partes de la Biblia no son «testamentos» en el uso común del término.

El Antiguo Testamento
En la Biblia hebrea, los libros están ordenados en tres divisiones: la Ley, los Profetas y los Escritos. La Ley consta del Pentateuco, los cinco «libros de Moisés». Los Profetas se dividen en dos subdivisiones: los «Primeros Profetas», que son Josué, Jueces, Samuel y Reyes; y los «Últimos Profetas», que incluyen Isaías, Jeremías, Ezequiel y «El libro de los Doce Profetas». Los Escritos contienen el resto de los libros: primero se encuentran los Salmos, Proverbios y Job; luego los cinco «rollos», que son el Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester; y finalmente Daniel, Esdras–Nehemías y Crónicas. Tradicionalmente se considera que el total es veinticuatro, pero estos veinticuatro corresponden exactamente a nuestro cómputo común de treinta y nueve, puesto que en el último cómputo los Profetas Menores se cuentan como doce libros, y Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras–Nehemías como dos cada uno. En la antigüedad había otras formas de contar los mismos veinticuatro libros; en una (atestiguada por Josefo) el total fue rebajado a veintidós; en otra (que Jerónimo conocía) el total fue elevado a veintisiete.

No se le puede seguir la pista al origen del arreglo de los libros en la Biblia hebrea; se cree que la división en tres partes corresponde a las tres etapas en las que los libros recibieron reconocimiento canónico, pero no existe evidencia directa que lo pruebe.

En la Septuaginta, los libros están ordenados de acuerdo a la similitud del tema. El Pentateuco es seguido por los libros históricos, y estos son seguidos por los libros de poesía y sabiduría, y estos por los profetas. Es este orden, en sus características esenciales, el que ha sido perpetuado (por medio de la Vulgata) en la mayoría de las ediciones cristianas de la Biblia. En algunos aspectos este orden es más fiel a la secuencia cronológica del contenido narrativo que el orden de la Biblia hebrea; por ejemplo, Rut aparece inmediatamente después de Jueces (puesto que registra cosas que pasaron «en los días en que gobernaban los jueces»), y el trabajo del historiador aparece en el siguiente orden: Crónicas, Esdras y Nehemías.

La división en tres partes de la Biblia hebrea se refleja en las palabras de Lucas 24:44 («en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos»); es más común en el Nuevo Testamento la referencia a «la ley y los profetas» (vea Mateo 7:12), o «Moisés y los profetas» (vea Lucas 16:29).

La revelación divina que registra el Antiguo Testamento fue comunicada en dos formas principales: por obras poderosas y por palabras proféticas. Estas dos formas de revelación están unidas en forma indisoluble. Las obras de misericordia y de juicio, con las cuales el Dios de Israel se hizo conocer a su pueblo elegido, no habrían podido llevar su mensaje apropiado si los profetas no se las hubieran interpretado—los «portavoces» de Dios que recibieron y comunicaron su Palabra. Por ejemplo, los hechos del Éxodo no habrían tenido un significado perdurable para los israelitas si Moisés no les hubiera dicho que en esos hechos el Dios de sus padres estaba actuando para liberarlos, de acuerdo a sus antiguas promesas, para que ellos pudieran ser su pueblo y él su Dios. Por otra parte, las palabras de Moisés no hubieran tenido fruto aparte de su vindicación en los acontecimientos del Éxodo. Podemos comparar el papel significativo y muy parecido de Samuel en la época de la amenaza de los filisteos, de los grandes profetas del siglo VIII a.C. cuando Asiria estaba arrasando con todo lo que tenía por delante, de Jeremías y Ezequiel cuando el reino de Judá llegó a su fin, y así sucesivamente.

Esta interacción de obras poderosas y palabras proféticas en el Antiguo Testamento explica por qué la historia y la profecía están tan entremezcladas a través de sus páginas; sin duda fue el descubrimiento de esto lo que guió a los judíos a incluir los libros históricos importantes entre los Profetas. Pero no sólo los escritos del Antiguo Testamento registran la progresiva revelación doble de Dios; al mismo tiempo registran la respuesta de los hombres a la revelación de Dios—una respuesta a veces obediente, y con demasiada frecuencia desobediente. En este registro del Antiguo Testamento de la respuesta de aquellos a quienes les llegó la Palabra de Dios, el Nuevo Testamento encuentra instrucción práctica para los creyentes. El apóstol Pablo escribe lo siguiente de la rebelión de los israelitas en el desierto, y de los desastres que siguieron: «Todo esto les sucedió para servir de ejemplo, y quedó escrito para advertencia nuestra, pues a nosotros nos ha llegado el fin de los tiempos» (1 Corintios 10:11, NVI).

En cuanto a su posición en la Biblia cristiana, el Antiguo Testamento es preparatorio en carácter: lo que «Dios … habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas», esperó su cumplimiento en lo que «nos ha hablado por medio de su Hijo» (Hebreos 1:1–2, NVI). Sin embargo, el Antiguo Testamento era la Biblia que los apóstoles y otros predicadores del evangelio en los primeros días del cristianismo llevaban consigo cuando proclamaban a Jesús como el Mesías, Señor y Salvador divinamente enviado; encontraron en el Antiguo Testamento el testimonio claro de Cristo (Juan 5:39), y una clara exposición del camino de salvación a través de la fe en él (Romanos 3:21; 2 Timoteo 3:15). Para usar el Antiguo Testamento tenían la autoridad y el ejemplo de Cristo mismo, y desde entonces la iglesia ha hecho bien cuando ha seguido el precedente sentado por él y sus apóstoles y reconocido al Antiguo Testamento como Escritura cristiana. «Lo que fue indispensable para el Redentor debe ser siempre indispensable para los redimidos» (G. A. Smith).

El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento complementa al Antiguo Testamento en relación al cumplimiento de promesas. Si el Antiguo Testamento registra que «Dios … habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas», el Nuevo Testamento registra esa palabra final que Dios habló en su Hijo, en quien toda la revelación inicial se resumió, confirmó y trascendió. Las obras poderosas de revelación del Antiguo Testamento culminaron en la obra redentora de Cristo; las palabras de los profetas del Antiguo Testamento reciben su cumplimiento en él. Pero él no es sólo la revelación suprema al hombre; es también la respuesta perfecta del hombre a Dios—el sumo sacerdote así como el apóstol de nuestra profesión (Hebreos 3:1). Si el Antiguo Testamento registra el testimonio de aquellos que vieron el día de Cristo antes de que llegara, el Nuevo Testamento registra el testimonio de aquellos que lo vieron y lo escucharon en los días en que vivía en la carne, y que llegaron a conocer y a proclamar el significado de su venida más cabalmente, por el poder de su Espíritu, después de su resurrección de los muertos.

Durante los últimos 1.600 años, la gran mayoría de los cristianos ha aceptado que el Nuevo Testamento está compuesto de veintisiete libros. Estos veintisiete libros caen naturalmente en cuatro divisiones: (1) los cuatro Evangelios, (2) los Hechos de los Apóstoles, (3) veintiún cartas escritas por los apóstoles y «hombres apostólicos» y (4) el Apocalipsis. Este orden no sólo es lógico, sino que bastante cronológico en lo referente al tema de los documentos; sin embargo, no corresponde al orden en el que fueron escritos.

Los primeros documentos que se escribieron del Nuevo Testamento fueron las primeras Epístolas de Pablo. Estas (posiblemente junto con la Epístola de Santiago) fueron escritas entre 48 y 60 d.C., aún antes de que se escribiera el primero de los Evangelios. Los cuatro Evangelios pertenecen a las décadas 60 a 100, y también se debe asignar a estas décadas todos (o casi todos) los otros escritos del Nuevo Testamento. Mientras que la escritura de los libros del Antiguo Testamento comprendió un período de mil años o más, los libros del Nuevo Testamento se escribieron en un período de un siglo.

Los escritos del Nuevo Testamento no se agruparon en la forma en que los conocemos inmediatamente después de ser escritos. Al principio, los Evangelios individuales tenían una existencia local e independiente en los grupos para los cuales fueron escritos originalmente. Sin embargo, a comienzos del siglo II, se juntaron y comenzaron a circular como un registro que constaba de cuatro partes. Cuando sucedió esto, el libro de Hechos fue separado de Lucas, con el que había formado un escrito de dos volúmenes, y comenzó una carrera separada e importante por sí solo.

Al principio, las cartas de Pablo fueron preservadas por las comunidades y los individuos a quienes habían sido enviadas. Pero para fines del siglo I existen evidencias que sugieren que la correspondencia de Pablo que sobrevivió comenzó a ser recolectada en una colección paulina, la cual circuló con rapidez entre las iglesias—primero una colección más pequeña de diez cartas, y muy pronto después una más grande de trece cartas, ampliada por la inclusión de las tres Epístolas Pastorales. Dentro de la colección paulina, las cartas parecen haber sido colocadas no en orden cronológico, sino en orden descendiente de acuerdo a su longitud. Se puede reconocer este principio en el orden que se encuentra en la mayoría de las ediciones del Nuevo Testamento hoy: las cartas a las iglesias están antes de las cartas a los individuos, y dentro de estas dos subdivisiones están colocadas de manera que las más largas van primero y las más cortas después. (La única excepción a este plan es que Gálatas está antes de Efesios, aunque Efesios es un poco más larga que Gálatas.)

Con la colección de los Evangelios y la colección paulina, y con Hechos, que sirve como un eslabón entre las dos, tenemos el comienzo del canon del Nuevo Testamento como lo conocemos. A la iglesia primitiva, que heredó la Biblia hebrea (o la versión griega de la Septuaginta) como sus Escrituras sagradas, no le tomó mucho tiempo colocar las nuevas escrituras evangélicas y apostólicas junto a la ley y los profetas, y usarlos para la propagación y defensa del evangelio y para la adoración cristiana. Por eso es que Justino Mártir, alrededor de la mitad del siglo II, describe la forma en que los cristianos en sus reuniones dominicales leían «las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas» (Apología 1.67). Fue natural, entonces, que cuando el cristianismo se esparció entre las personas que hablaban otras lenguas y no hablaban griego, el Nuevo Testamento fuera traducido del griego a esas lenguas para beneficio de los nuevos conversos. Había versiones latinas y siríacas del Nuevo Testamento para 200 d.C., y una versión cóptica en el siglo siguiente.

EL MENSAJE DE LA BIBLIA
La Biblia ha jugado, y continúa jugando, un papel notable en la historia de la civilización. Muchos lenguajes se han comenzado a escribir por primera vez para que la Biblia, en su totalidad o en parte, se pudiera traducir a ellos en forma escrita. Y este es sólo un pequeño ejemplo de la misión civilizadora de la Biblia en el mundo.

Esta misión civilizadora es el efecto directo del mensaje central de la Biblia. Puede sorprender que se hable de un mensaje central en una colección de escritos que refleja la historia de la civilización en el Cercano Oriente a través de miles de años. Pero hay un mensaje central, y es este reconocimiento el que ha llevado al tratamiento común de la Biblia como un solo libro, y no sólo una colección de libros—al igual que el plural griego biblia (libros) se convirtió en el singular latín biblia (el libro).

El mensaje central de la Biblia es la historia de la salvación, y a través de ambos Testamentos se pueden distinguir tres aspectos de esta historia en desarrollo: el que trae la salvación, el camino a la salvación y los herederos de la salvación. Esto podría ser reformulado en términos de la idea del pacto, expresando que el mensaje central de la Biblia es el pacto de Dios con los hombres; y que los aspectos son el mediador del pacto, la base del pacto y la gente del pacto. Dios mismo es el Salvador de su pueblo y es él quien confirma su pacto de misericordia con ellos. El que trae la salvación, el mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios. El camino a la salvación, la base del pacto, es la gracia de Dios, que pide de su pueblo una respuesta de fe y obediencia. Los herederos de la salvación, el pueblo del pacto, son el Israel de Dios, la iglesia de Dios.

La continuidad del pueblo del pacto del Antiguo Testamento y el pueblo del pacto del Nuevo Testamento no está clara para el lector de nuestra Biblia actual, porque «iglesia» es una palabra exclusiva del Nuevo Testamento y es natural que el lector piense que la iglesia es algo que comenzó en la época del Nuevo Testamento. Pero el lector de la Biblia griega no se enfrentaba a ninguna palabra nueva cuando encontró ekklesia en el Nuevo Testamento; ya la había encontrado en la Septuaginta como una de las palabras para indicar a Israel como la «asamblea» del pueblo del Señor. Sin embargo, es cierto que tiene un significado nuevo y más amplio en el Nuevo Testamento. El pueblo del viejo pacto tenía que morir con él para resucitar con él a una nueva vida—una nueva vida en la cual habían desaparecido las restricciones de nacionalidad. Jesús provee en sí mismo la continuidad vital entre el Israel antiguo y el nuevo, y sus fieles seguidores eran ambos, el remanente del antiguo y el núcleo del nuevo. El Señor siervo y su pueblo siervo unen a los dos Testamentos.

El mensaje de la Biblia es el mensaje de Dios para el hombre, comunicado «muchas veces y de varias maneras» (Hebreos 1:1, NVI) y finalmente encarnado en Cristo. Así que «la autoridad de las Santas Escrituras, por las que ellas deben ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino exclusivamente de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son Palabra de Dios» (Confesión de fe de Westminster, 1.4).

BIBLIOGRAFÍA
  Barr, J., editor general. The Cambridge History of the Bible [La historia Cambridge de la Biblia], Volúmenes I–III, 1975.
  Bruce, F. F. The Books and the Parchments [Los libros y los pergaminos], 1952.
  Dodd, C. H. According to the Scriptures [Según las escrituras], 1952.
  Reid, J. K. S. The Authority of the Bible [La autoridad de la Biblia], 1957.
  Warfield, B. B. The Inspiration and Authority of the Bible [La inspiración y la autoridad de la Biblia], 1948.
  Westcott, B. F. The Bible in the Church [La Biblia en la iglesia], 1896
 


En la adopción divina, el hijo siempre recibe una nueva naturaleza, la de su Padre.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                                                      MI POSICIÓN EN CRISTO

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”.
(1 JUAN 3:1)

Dios me ha Adoptado

“En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos”.
(EFESIOS 1:5)

¡Ah, qué dicha es estar seguros! Todo mundo anhela y suspira por ello. ¿Por qué? Quizá la seguridad tiene tanta importancia porque todos hemos experimentado la sensación de que alguien en quien solíamos confiar “nos mueve el tapete”. En alguna ocasión, tuvimos un lugar en ese corazón, pero el tapete del rechazo nos hizo caer en el abandono emocional.
¿Existe algún lugar que puede usted llamar “mi hogar” sin que le preocupe el futuro? ¿Ese lugar le proporciona seguridad emocional? Considere lo que dice nuestro Padre celestial: “te he predestinado para ser mi hijo”.

Aunque Dios ya tiene un Hijo, él decidió adoptarlo a usted. Él no tenía por qué hacerlo, pero ¡él lo quería a usted! Usted es su hijo y él es su Padre amoroso.

Tomás Watson lo dijo así: “Puesto que Dios ya tiene un Hijo propio, y ¡qué Hijo! ¡Qué maravilloso es saber que por su gran amor decidió adoptarnos! Sin duda, nosotros lo necesitamos como Padre, pero él no nos necesita como hijos”.

Si usted nunca tuvo una relación significativa con su padre terrenal, puede ser difícil entender cabalmente lo que es un Padre celestial amoroso y bondadoso. Contrario a los padres terrenales, Dios siempre está disponible. Nunca lo dejará ni lo desamparará. Él está con usted en todo momento. Él anhela participar íntimamente en todos los aspectos de su vida. Al adoptarlo, él lo escogió para darle todos los privilegios de pertenecerle a él.

Hay muchas similitudes entre la adopción divina y la de un niño. El adoptado no es inferior a los demás hijos; lleva el apellido de la familia y su herencia es segura porque también es heredero legal.

Sin embargo, hay una diferencia. El adoptado legalmente no tiene la misma naturaleza que sus padres, quienes poseen distintos genes y características biológicas. Pero en la adopción divina, el hijo siempre recibe una nueva naturaleza, la de su Padre.

Cuando la figura de la adopción se presentó por primera vez en la Biblia, se entendió como un acto irrevocable. ¿Se da usted cuenta de lo que esto significa en su relación con Dios? Una vez escogido, no puede ser rechazado. Nunca será abandonado emocionalmente. Siempre tendrá un lugar en el corazón de Dios. Usted es su hijo para siempre.


Repita estos versículos en sus propias palabras:
 


martes, 6 de enero de 2015

¿Qué ha hecho usted para que Dios le ame?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LA GRACIA

Para reflexión previa:
              
¿Cree Ud. que Dios le ama? ¿Por qué?

¿Cómo explicaría Ud. lo que significa la “gracia.”

Lea Romanos 4:1-5.

Según el versículo 3, ¿Por qué Abraham fue aceptado por Dios como justo?

Según el versículo cuatro, ¿Se puede llamar “gracia” el sueldo que uno  recibe por su
trabajo?  ¿Por qué?
    
Definición:

LA GRACIA ES: FAVOR NO MERECIDO

Lo que nos interesa especialmente en esta serie de estudios bíblicos es dejar en claro que Dios salva a los hombres por gracia. Es decir, el hombre no  merece la vida eterna, pero Dios se la regala porque le ama a pesar de su pecado.

¿Cuál de las siguientes ilustraciones demuestra lo que es la gracia?

____a.  Un padre le dice a su hijo que le comprará una bicicleta si saca buenas notas en la escuela. El joven se esfuerza y recibe el premio.  
____ b.  Poco antes de Navidad un padre encuentra que su hijo ha sacado malas notas en la escuela, pero le compra una bicicleta para Navidad de todas maneras, para mostrarle que le ama.

Recibir algo por gracia, entonces, es lo opuesto a recibir  algo por méritos.

Según Romanos 4:5, ¿Cómo  puede uno ser aceptado por Dios como justo?

 Lea Efesios 2:8-9.

Según este  pasaje, ¿cómo podemos ser salvos?
Según este texto, ¿por qué ofrece Dios la salvación como un regalo?

Imagínese en el cielo frente al trono de Dios. ¿Cómo reaccionaría usted si alguien dijera, “Dios reconoció que yo he sido buena persona, y por eso me ha dejado entrar al cielo,” o “Yo he sido muy inteligente en decidir ser cristiano, y por eso Dios me ha dejado entrar”? Los dos comentarios demuestran una actitud arrogante, porque la persona piensa que ha hecho algo para merecer la vida eterna.

Amigo, su vida eterna depende de que Ud. confíe solamente en el Señor para ser salvo, y no en sí mismo. Es necesario entender que la salvación es por gracia, y no por obras. Ud. no será salvo si piensa que puede hacer algo para merecer la vida eterna.

Dios nos ofrece la salvación como un regalo; no la compramos. Imagínese que un joven trabajara durante varios meses, ahorrando dinero para comprar una argolla bonita para su novia. ¿No se sentiría ofendido si ella ofreciera pagársela? 

Dios es así también: El ha hecho algo mucho más hermoso para nosotros, y se entristece si no comprendemos Su amor. 

El envió a Su Hijo Jesucristo para morir en la cruz para ganar nuestra salvación, y se ofende cuando alguien todavía piensa que puede salvarse por mérito propio. Nuestro pecado destruye toda posibilidad de ganar la salvación, porque tendríamos que ser perfectos para ganarla. Nuestros sacrificios más grandes y nuestras más nobles intenciones no pueden persuadir a Dios de salvarnos. Hay una sola manera de obtener la vida eterna: Dios mismo tiene que regalarla.

REPASO

 Nota: Si usted tiene dificultades con alguna pregunta de repaso, puede buscar las
respuestas lryendo nuevamente el texto o buscándolo en la Biblia.
1.  ¿Qué es la “gracia?”
2.  Lo opuesto de recibir algo por gracia es recibirlo por M ______________.
3. ¿Por qué ofrece Dios la salvación por gracia?
4. ¿Cómo se siente Dios cuando tratamos de ganar la
    salvación con buenas obras?

PARA CONVERSAR

1. El hecho de que uno sabe que Dios le ama “de pura gracia,” 
   ¿le hace sentirse más seguro de ese amor?  ¿Por qué?
2. ¿Por qué es difícil para algunas personas aceptar el hecho
    de que la salvación es por gracia?

TEXTO PARA MEMORIZAR   

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,  pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)


lunes, 5 de enero de 2015

Milagro: Una necesidad de la gracia¿Una desviación aguda del orden de la naturaleza?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Información

MILAGRO. 
I. EL CONCEPTO BÍBLICO DEL MILAGRO
En el NT los términos «maravilla», «prodigio» y «señal», que ocasionalmente aparecen juntos (Hch. 2:22; 2 Ts. 2:9; Heb. 2:4 aquí aparece «milagros») se usan para designar los acontecimientos extraordinarios y actos poderosos que se realizaron en conexión con la obra de la redención, fueran en la etapa hebrea o cristiana. 

Dunamis señala al poder divino que está siendo ejercido en el acontecimiento o acción, a la fuente invisible y sobrenatural de energía que hace que ese fenómeno sea posible. 

Sēmeion señala a la teología del acontecimiento. Lejos de ser un prodigio sin importancia, es—para el ojo de fe—una obra de Dios que funciona como una palabra de Dios, una obra simultáneamente evidente y reveladora. Por un lado, también verifica las pretensiones y comunicaciones, mesiánicas o apostólicas (p. ej., Ex. 4:19, 31; 1 R. 18:17–39; Mt. 11:2–8; Hch. 13:6–12). Por el otro, revela el verdadero propósito y la naturaleza de Dios, lo que es principalmente claro en los actos poderosos de Jesucristo (Mr. 2:1–11; 7:34; Jn. 2:11; 5:36; 6:30; 7:31; 11:40–42; 14:10; Hch. 2:22; 10:38). 

Teras, apunta al carácter del fenómeno que llama la atención. Siendo una aguda desviación del orden normal de las cosas, clama por una reacción de la fe y la obediencia, aun cuando jamás se realiza para forzar dicha respuesta (Lc. 4:9–12; Mt. 12:38–42). 

Sintetizando las connotaciones de las raíces de estos términos, podemos definir bíblicamente un milagro como un fenómeno observable efectuado por el poder de Dios, una desviación aguda del orden de la naturaleza, una desviación calculada para producir una fe que produzca reverencia; es Dios que prorrumpe para respaldar a un agente que lo revela. 

Debido a Dt. 13:1–4, y pasajes como Ex. 7:10–12; 8:7; Mt. 12:24–27; 24:24; y Ap. 13:15 debe recordarse, sin embargo, que el mero ejercicio de poderes preternaturales es insuficiente para validar a un agente como poseedor del poder de Dios. 

Debido a que un poder preternatural puede ser ejercido por un agente con poder satánico, la enseñanza del hacedor de milagros debe estar en conformidad con la totalidad de la revelación previa de Dios.

II. LOS POSTULADOS REVELADORES DEL MILAGRO. 
El concepto de milagro ha sido atacado históricamente (p. ej., Renan), científicamente (p. ej., Huxley), y teológicamente (p. ej., Sabatier); pero como regla general, estos ataques han estado controlados e instigados filosóficamente (p. ej., Hume), aun cuando las presuposiciones metafísicas hayan sido repudiadas. 

Pero dentro del marco del Weltanschauung bíblico, el milagro no es una anomalía que nos pone en aprietos; es un resultado inevitable del teísmo redentivo. Se dan por sentados los postulados de la creación, la providencia, el pecado y la salvación; el milagro viene a ser una verdadera necesidad, una necesidad de la gracia.

Según los postulados de la creación  y la providencia, en su soberano poder y sabiduría, Dios, habiendo creado el cosmos, ahora lo sostiene y guía. Por tanto, la naturaleza no puede interpretarse deísta o panteísticamente. 

Por supuesto que tampoco puede ser interpretada naturalísticamente, como algo autoexplicado y autocontenido que opera por sí mismo en forma continua, teniendo todos los acaecimientos anteriores y posteriores entrelazados. 

Es innegable que la naturaleza tiene un orden; pero no importa cuán fijo y confiable sea, el orden de la naturaleza no es algo riguroso, no es una camisa de fuerza en la que Dios mismo se encuentra irremediablemente atrapado. Si se la considera bíblicamente, la naturaleza es plástica en las manos de su Creador soberano.

Además, según la presuposición del pecado (véase), la naturaleza ahora está en un estado anormal. A causa del pecado (Gn. 3:17–18), el orden de la naturaleza está lleno de desorden; todo el cosmos, incluyendo la humanidad, no se conforma a los propósitos de Dios. La enseñanza bíblica en cuanto a la causa de los aspectos disteleológicos de la naturaleza entra en duro conflicto con todas las demás filosofías y cosmologías. La Escritura afirma que el fons et origo del mal natural es el pecado de la criatura, pecado que la libertad dada por el amor creativo permite, pero no necesariamente origina. Por tanto, la Escritura se opone a cualquier teoría que sostenga que el fundamento del pecado de la criatura radica en algún mal eterno e irracional. De manera que lo que ha afligido el orden de la naturaleza es el pecado de la criatura, y la naturaleza humana no está excluida de este desorden y anormalidad.

Finalmente, según el postulado de la salvación, Dios, en su gracia, se ha embarcado en un vasto programa de palingénesis, obrando en forma sobrenatural o anormal a fin de destruir las amarras del pecado, destruyendo el desorden que el pecado introdujo, llevando así al cosmos al fin que soberanamente se propuso. De manera que la forma anormal de operar que Dios tiene, y que se llama milagro, no es una maravilla sin sentido y fortuita. 

Es, por el contrario, aquella desviación, soteriológicamente motivada, de su forma normal de operar que se requiere para poder destruir la anormalidad del pecado. Como tal, acontece episódica pero no caprichosamente. Es la característica de las coyunturas céntricas de la Heilsgeschichte (véase)—el Éxodo, la lucha con el paganismo en los tiempos de Elías y Eliseo, el ministerio de Daniel, la vida de Jesús, la era apostólica. En palabras de Abraham Kuyper, milagro «es la obra vencedora y penetradora de la energía divina por la que Dios rompe toda oposición, y en la presencia del desorden lleva a su cosmos a efectuar aquel fin que él determinó en su consejo. 

Todo el cosmos descansa sobre el fundamento más profundo de la voluntad de Dios, la cual es la fuente de este poder misterioso que opera en el cosmos, el cual rompe las ligaduras del pecado y el desorden que tienen al cosmos en cautiverio. 

Este poder también influencia todo el cosmos por medio del hombre, para que, al fin, reconozca la gloria que Dios quería para él, a fin de que en esa gloria se le dé a Dios lo que era el fin de la entera creación del cosmos. 

Toda interpretación de lo que es el milagro que lo considere como un acontecimiento mágico sin conexión con la palingénesis de todo el cosmos (al que Jesús se refiere en Mt. 19:28) y, por tanto, sin relación a toda la metamórfosis que le espera al cosmos después del juicio final, no hace resaltar la gloria de Dios, sino que rebaja al Recreador de los cielos y la tierra a mero prestidigitador. 

Esta acción del todo recreativa y ejecutada por la energía divina es un milagro continuo, que se muestra en la renovación radical de la vida del hombre por la regeneración, en la renovación radical de la humanidad por la nueva Cabeza que recibe en Cristo, y que, finalmente, efectuará una renovación radicalmente similar en la vida de la naturaleza. 

Y debido a que estas tres no corren separadamente una al lado de la otra, sino que están unidas orgánicamente, de tal forma que el misterio de la regeneración, encarnación y la restitución final de todo el cosmos forman una sola unidad, esta maravillosa energía recreativa se muestra a sí misma en una historia amplia, en la que lo que se acostumbraba interpretar como milagros incidentales, no pueden faltar» (Encyclopedia of Sacred Theology, Scribners, New York, 1898, p. 414).

III. APOLOGÍA DEL MILAGRO. 
Al desarrollar una apología del milagro hay varios factores que deben tenerse como de vital importancia. 

Primero, debe formularse una definición apropiada que pueda evitar la represa de dificultades contenidas en la famosa afirmación de Hume que un milagro es «una violación a las leyes de la naturaleza». Agustín todavía es una guía segura en este punto: «Porque decimos que todos los portentos son contrarios a la naturaleza, pero no lo son. 

Porque, ¿cómo va a ser contrario a la naturaleza aquello que acontece según la voluntad de Dios, ya que la voluntad de un Creador tan poderoso es ciertamente la naturaleza de cada cosa creada? Por tanto, un portento no sucede en contra de la naturaleza sino contrario a lo que nosotros conocemos como naturaleza … 

Sin embargo, no hay nada impropio en decir que Dios hace algo contrario a la naturaleza, cuando es contrario a lo que nosotros conocemos de ella.

 Porque llamamos «naturaleza» a lo que ocurre normalmente en la naturaleza; y cuando Dios hace algo contrario a ella, decimos que es un «prodigio» o «milagro».

 Pero en contra de la ley suprema de la naturaleza, que está más allá del conocimiento de los impíos y creyentes débiles, Dios jamás actúa, no más de lo que actúa contra sí mismo» (Contra Faustum XXVI, 3). 

Segundo, a fin de llegar a una definición viable, el concepto de ley natural, el concepto de imposibilidad existencial como distinguido del concepto de imposibilidad lógica, y el concepto de credibilidad histórica deben analizarse cuidadosamente. 

Henry Bett ha hecho este trabajo en una forma capaz en su The Reality of the Religious Life. Tercero, deben presuponerse los postulados bíblicos del milagro. Sin ellos no se puede ofrecer ninguna apologética con sentido. Tal como J.S. Mill declara, «Una vez que se admite un Dios, y la producción de un efecto por su volición directa, que en todo caso dicho efecto debe su origen a su voluntad creativa, ya no es una hipótesis arbitraria sino que debe reconocerse como una seria posibilidad» (Three Essays on Religion, H. Holt and Co., New York, 1874, p. 232). 

Y una vez admitido no sólo el postulado de Dios, sino los del pecado y la salvación, y la aceptación de las señales bíblicas, aceptación que jamás pierden su esencia pística, los milagros son un hecho intelectual necesario.
 


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