domingo, 23 de febrero de 2014

La santificación: Un estado que Dios nos ordena tener - Ministros itinerantes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

La palabra “santidad” o “santificar” significa separar o consagrar. En la Biblia santificar generalmente se usa para decir que alguien queda separado del pecado o de lo profano y queda separado para el servicio y dedicado a una relación con Dios. Por lo tanto, el proceso de santificación no es sólo separación de algo sino hacia y para algo. La separación tiene propósito y meta.

Dios invita al ser humano, lo declara ciudadano de su Reino (Col. 1:13) y lo llama a estar separado en tres aspectos: del maligno, del mundo y de su propia carnalidad (este último término no se refiere a pecados exclusivamente de tipo sexual, como muchos piensan, sino a todo aquel pensamiento o actividad contrario al Espíritu de Dios, incluyendo la mentira, el orgullo, la inmoralidad y toda forma de pecado).


Primero, Satanás es el gran tentador que busca eliminar el reinado de Dios y quiere contradecir toda forma de santidad. Él trabaja en contra del Reino de Dios y usa todos sus recursos para poner distancia entre el hombre y su Creador. La Biblia dice claramente que se debe huir del enemigo, quien busca destruir y matar.

Segundo, el término mundo se refiere a todo aquello que los aspectos negativos de la cultura promueven contra los deseos de Dios. El mundo le pertenece a su Creador. Cuando la Palabra recuerda que los cristianos “no son del mundo” (Jn. 17:14) se refiere a los patrones, comportamientos y cosmovisiones que se oponen a los diseños de Dios para el ser humano (Ro. 12:1, 2). Por esto, al mismo tiempo que la iglesia no debe contaminarse, debe trabajar arduamente para transformarlo todo y someterlo bajo los pies de Cristo (Sal. 119:115; 125:5). Tal como lo menciona Alberto Roldán, la palabra mundo (cosmos) no tiene un sentido unívoco en el NT. Se refiere, a veces, al “mundo perverso” o “sistema” bajo el dominio del diablo (“El mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5:19) pero también a la humanidad, cosmos-creado y cultura.

Tercero, el campo de batalla espiritual incluye la totalidad del ser humano: alma, mente, emociones y voluntad. La caída del hombre afectó todas estas áreas y aunque ha sido salvado en Jesucristo, continúa la lucha constante de vivir por fe, con amor, obediencia y victoria. El cristiano está llamado a separarse de todo aquello que pueda interrumpir su comunión con Dios y a distinguir entre lo bueno y lo malo (He. 5:14).

El proceso de santificación no consiste sólo en separarse de algo sino para algo. El proceso continuo de conformidad a Cristo es una invitación a la comunión con Él y a la posibilidad de vivir una vida plena a través del servicio. La santificación queda incompleta si no integra la búsqueda de servir a otros y transformar el mundo con esperanza y gratitud en el poder del Espíritu Santo. Dios llama a la santidad para servirlo y unirse a su misión en el mundo y así cumplir el propósito de traer alabanza a su gloria. El cristiano le trae gloria a Dios estando separado del pecado y del mundo y separándose para el servicio, la comunión, el discipulado, la evangelización, la justicia y la adoración, siempre encarnando los valores del Reino.

Como dice Alberto Roldán (La Espiritualidad que Deseamos, p. 72): “Toda espiritualidad que se precie de ser cristiana se nutre, vive y se expresa en una perspectiva comunitaria; la espiritualidad de la encarnación implica que la Iglesia está obligada a ser sierva antes que señora. Esto significa vivir diacónicamente, es decir, sirviendo al mundo en todas sus dimensiones: espirituales, sociales y económicas. En palabras de Segura: ‘El principio encarnación convierte a la Iglesia hacia el mundo y hace que ella renuncie a sus propios intereses de grandeza, poder y triunfo’ ”.

En el Antiguo Testamento se halla abundante evidencia de que Dios valora altamente la santidad. Él se revela como un Dios Santo que está buscando separar para sí un pueblo santo (ver Is. 6; Éx. 15:11; Lv. 20:26; 26:12). Una relación con Dios tiene como consecuencia apartarse del mal. Los mandamientos tienen el propósito, en parte, de transmitir el peso de la santidad de Dios. El libro de Levítico, justo en el centro del Pentateuco, es un llamado a la pureza, la higiene espiritual y la santidad. Los libros proféticos modifican el interés en la santidad como ley ceremonial y le dan prioridad como norma ética de una vivencia buena y justa (Mi. 6:8).

En el Nuevo Testamento, centrado en la persona de Jesucristo, la santidad continúa siendo de interés primario para Dios. Efesios 1:4 dice: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él” (ver también Ef. 5:25–27). Hebreos 12:14 recuerda que sin santidad nadie verá a Dios. Los cristianos son llamados a la santificación en muchos pasajes como 1 Pedro 1:15, 16; Colosenses 3; Romanos 12; 1 Corintios 3; 2 Corintios 7:1; Santiago 2:14–26; Romanos 6:1–11; 1 Juan 2:3–6; 3:4–10; Filipenses 3:12 y Efesios 4:11–13. También se menciona la obra santificadora del Espíritu Santo en 1 Pedro 1:1, 2 y 1 Corintios 6:11.

Es claro ver en la Biblia que Dios considera la santidad como algo fundamental en la vida de aquellos que ha llamado a ser sus seguidores. La santificación es una de las enseñanzas más importantes de las Escrituras. La santidad glorifica a Dios y es una característica vital en la esencia misional e integral de la Iglesia.

Los modelos que se describen toman la santidad con mucha seriedad. Todos creen en tomar del poder del Espíritu Santo para lograr progresos en su santidad. Sin embargo, difieren en algunos puntos importantes al describir cómo llegar a tener madurez cristiana. En esta sección del ensayo se describen muy brevemente estos diferentes modelos para que el estudiante del tema se dé cuenta de su existencia y sea motivado a estudiar más a fondo las particularidades de cada tradición eclesiástica.

  1. Modelo Reformado
El modelo Reformado toma su nombre de la Gran Reforma Protestante del siglo XVI desde la teología de Juan Calvino. Este modelo define el pecado en dos categorías: pecado como la condición del hombre en un mundo caído y pecado como aquellos actos que se cometen debido a esa condición. Anthony Hoekema los distingue llamándolos el estado de corrupción y los productos de corrupción. Todo proceso de santificación del cristiano para contrarrestar el pecado comienza con la justificación del pecador por gracia y mediante la fe. Un cristiano ha sido justificado ante Dios por medio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz y obtiene nueva vida en su resurrección. La muerte y resurrección del Señor quitan la penalidad del pecado y su justicia es otorgada como regalo divino. Dios declara justo al ser humano en Cristo.

Además de ser justificado, el cristiano también es santificado. Dios lo hace santo en Él. Es santo en los méritos de Jesús y no por su propio esfuerzo. Tiene una nueva identidad ahora que está en unión con Cristo: está separado de la atadura del pecado y ha sido transferido al Reino del Hijo (Col. 1:13).

La santificación, según Ferguson, teólogo reformado, “es el ocuparse de lo que significa ser una nueva criatura en Cristo” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 60). Hoekema la define como “el trabajo de Dios por el cual nos hace santos … esa operación de gracia del Espíritu Santo, que incluye nuestra participación responsable, por la cual nos libera, como pecadores justificados, de la polución del pecado, y renueva nuestra naturaleza de acuerdo a la imagen de Dios y nos capacita para vivir de manera agradable a Él” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 61). La santificación, por lo tanto, tiene dos aspectos que se deben considerar: la santificación posicional y la santificación progresiva.

La santificación posicional (también llamada santificación definitiva) es el regalo de Dios, quien mediante su gracia declara al cristiano santo (ver 1 Co. 1:2; 6:11; He. 10:10; 2 Co. 5:17; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 6). Para todos los que han aceptado la gracia de Dios se ha quebrado el poder de la esclavitud del pecado y poseen una unión definitiva con Cristo. Esto ocurrió objetivamente en el acto redentor de Cristo, pero subjetivamente cuando se lo acepta como Señor y Salvador mediante la fe. Todo don de Dios se convierte también en tarea. La santificación progresiva (también llamada santificación incremental) es aquel proceso de vida en el cual se desarrolla la fe con temor y temblor (1 Ts. 4:3; 5:23; 2 Ti. 2:21). 1 Corintios 1:2 y 6:11 se usan como textos clave que explican que aquellos que han sido santificados en Cristo Jesús deben continuar haciendo de esa santificación una realidad. 1 Reyes 8:46, Salmos 19:12 y Proverbios 20:9 dan otros ejemplos bíblicos de que el pecado sigue presente en la vida del cristiano y por lo tanto, la santificación progresiva sigue siendo necesaria.

Para resumir, el proceso de santificación está arraigado en la justificación, pero incluye un proceso de convertirse cada día más como Cristo, en el poder del Espíritu Santo, teniendo victoria sobre el pecado y viviendo vidas agradables a Dios. Por lo tanto, es una verdad histórica y escatológica que el cristiano ya es santo por medio de Cristo. Pero también es una responsabilidad en el presente convertir esa verdad en una realidad concreta en la vida diaria.

La relación entre lo que hace Dios y lo que hace el cristiano se puede mostrar con la ilustración de la niña que quiere ayudar al papá a cargar su maletín. Primero prueba con una mano y no puede, luego con la otra y no llega muy lejos. Finalmente lleva el maletín con ambas manos y le pide al papá que la levante y la lleve hasta la casa. Cada uno está haciendo algo, pero realmente es el papá quien lleva el peso. De la misma manera, el cristiano participa pero Dios lleva el peso por la obra de Cristo. Otros lo ilustran diciendo que Cristo ya hizo el depósito en el banco (justificación y santificación posicional) pero el cristiano tiene que ir al banco y canjear esos recursos (santificación progresiva).
“… ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz …” (Ef. 5:8). El indicativo que dice que el cristiano ya es luz se convierte en un imperativo: “Vivan como hijos de luz”. La salvación comienza con la realidad de la justificación por la fe. Se entiende por justificación lo siguiente:

  “Por un lado, significa perdón, remisión y la no imputación de todos los pecados, reconciliación con Dios y el fin de su enemistad e ira (Hch. 13:39; Ro. 4:6s.; 2 Co. 5:19; Ro. 5:9ss.). Por el otro lado, significa que se le otorga de gracia al hombre el estado de un hombre justo y el título a todas las bendiciones prometidas al justo: un concepto que Pablo amplía ligando la justificación con la adopción de los creyentes como hijos y herederos de Dios (Ro. 8:14ss.; Gá. 4:4ss.)” (Harrison, Everett, Ed. Diccionario de Teología. p. 306).

La justificación por la fe implica una santificación posicional que forma el ancla para una santificación progresiva. Este es un proceso que dura toda la vida. La justificación por la fe hace necesaria la santificación progresiva. La santificación posicional hace que la santificación progresiva sea posible. El cristiano es nueva criatura en el Señor pero sigue siendo perfeccionado en Él.


El énfasis del modelo Reformado radica en un empuje para el crecimiento constante en la madurez cristiana, sin ningún énfasis en una segunda bendición o algún otro paso especial posterior a la conversión. Asegura que se puede lograr crecimiento importante en la vida espiritual pero que la perfección sólo se logrará en la vida venidera.

Descansando en la seguridad de la santificación posicional, el verdadero cristiano hace un esfuerzo continuo por madurar en el Señor y experimentar lo que ya es una realidad en el sentido cósmico. Ferguson dice: “En lugar de ver al cristiano ante nada en el microcosmo de su propio progreso, la doctrina Reformada mira al creyente primeramente en el macrocosmo de la historia redentora de Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 59). La santificación es vivir vidas que sigan el patrón de Cristo. Es un proceso que dura toda la vida y que contrarresta los efectos de la caída del hombre. Busca restaurar la imagen de Dios en el ser humano, demostrar la unión con Cristo y desarrollar la mente de Cristo.

  2. Modelo Wesleyano
El modelo wesleyano toma su nombre de John Wesley y el movimiento Metodista de Inglaterra y Estados Unidos. Este modelo fue fuertemente influenciado por los movimientos pietistas y los de santidad en el siglo XVIII. Los wesleyanos hacían un llamado a la santidad para “convertir en realidad lo que ya es nuestro en Cristo por el nuevo nacimiento” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 96). Se caracteriza por el anhelo de crecer en gracia en una fe ética que enfatice la relación con Dios por encima de las definiciones doctrinales o la verdad proposicional.

La marca más destacada de este modelo, y también la más controversial es la creencia en que uno puede alcanzar en esta vida lo que Wesley llamaba la “perfección cristiana”, conocida también como la “entera santificación”. El proceso de santificación comienza en el momento de la conversión y la regeneración, pero existe un momento crítico en la vida del cristiano donde se logra una experiencia de amor perfecto por Dios y un sometimiento total a su Palabra y su voluntad. Esto se considera posible sólo por medio de la gracia divina y el poder del Espíritu Santo obrando en la vida del cristiano. Se toma cuidado en distinguir entre la perfección cristiana y la perfección absoluta (también llamada perfección adánica).

Esta distinción tiene que ver con la definición de santidad propuesta por el modelo wesleyano según la cual se puede obedecer voluntariamente a Dios en el aspecto ético de la santificación. Se reconoce que uno hará algún pecado involuntario o cometerá un error sin saberlo y que no se puede alcanzar la perfección de tener la plenitud de Jesús o participar de la naturaleza divina en esta vida. Sin embargo, en esta vida se puede alcanzar el don del amor perfecto y eso es algo que debe ser buscado por todo discípulo serio de Jesús. Este logro se ha denominado “la segunda bendición” o la “segunda obra de gracia” y es la marca de tener unión con Cristo. Ocurre en un momento específico, generalmente acompañado de crisis, en la vida de una persona. El evento histórico de Pentecostés debe también personalizarse en la historia de uno para tener plenitud del Espíritu.

Fletcher, quien sistematizó la teología wesleyana, organizó este concepto en etapas de madurez espiritual así como hay etapas de crecimiento natural en la vida física.

La etapa de mayor madurez llega con este concepto de entera santificación. Wesley y Fletcher fusionaron ciertos principios de la Reforma en cuanto a la justificación por fe con algunos conceptos arminianos de la libertad humana. Dieter, teólogo wesleyano, escribe que “los cristianos nunca estarán libres de la posibilidad de cometer pecados voluntarios en esta vida. Sin embargo, sí pueden ser librados de la necesidad de cometer transgresiones voluntarias al vivir, momento a momento, en obediencia a la voluntad de Dios” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 14). Luego dice que es esta creencia en la posibilidad de llegar a tener una relación de perfecto amor con Dios lo que “marca la línea divisoria de compromiso para aquellos que desean ser wesleyanos” (p. 21). En el modelo wesleyano, aún después de llegar a la entera santificación se puede seguir creciendo y ser todavía más como Cristo.

Los wesleyanos encuentran su apoyo bíblico para este modelo en el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero principalmente en las epístolas paulinas. El concepto de la entera santificación se fundamenta en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará”. Génesis 17:1 dice: “… vive en mi presencia y sé intachable”.

Los wesleyanos señalan más que nada la intención del corazón y la condición de la relación con Dios. También ven apoyo para esta doctrina de la posibilidad de perfección en esta vida en pasajes como Efesios 4:13: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”. Colosenses 1:28 anima a enseñar “… a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él”. Juan 8:34–36 advierte: “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado (…) si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Estos y muchos otros pasajes, como Romanos 8; 1 Tesalonicenses 5:23 y 1 Juan 3:7–9 son usados con frecuencia en la literatura wesleyana.

La experiencia de crisis de la cual nace el perfeccionamiento es considerada una segunda bendición que generalmente ocurre un tiempo después de la conversión. Esta experiencia subsecuente no sólo quita el poder del pecado sino la raíz también, es decir, la naturaleza pecaminosa es extraída y el cristiano ya no peca.

En la práctica esta tradición ha enfatizado una devoción tremenda a Dios que resulta apasionada y ferviente. Sin embargo, también ha sido causa de frustración para los que expresan no haber logrado la perfección en esta vida.

  3. Modelo Pentecostal
En esta presentación se tiene en cuenta que las iglesias del Movimiento Pentecostal no tienen un modelo unitario; las denominaciones mantienen incluso doctrinas diferentes. Especialmente las iglesias independientes.

El modelo que se presenta corresponde a iglesias pentecostales tradicionales.

Stanley Horton cita a Myer Pearlman y da la siguiente definición de santificación:
  • “(1) Separación del pecado y del mundo y 
  • (2) dedicación o consagración a la comunión con Dios y a su servicio a través de Cristo. 
 El significado principal de la santidad es la separación para el servicio, pero incluye la idea de purificación”. La perspectiva pentecostal de la santificación es parecida en muchos aspectos a aquellas ya mencionadas y sus variantes son históricamente mucho más recientes. Lo que distingue a este modelo de los demás es el énfasis en el bautismo del Espíritu Santo. Esta expectativa en el desarrollo de la vida del cristiano se fomenta mayormente después de las experiencias en la misión de la Calle Azusa.
Debido a la influencia wesleyana (descrita anteriormente en este ensayo) sobre los movimientos de la santidad, los grupos iniciales del pentecostalismo enseñaban que Dios haría una segunda obra de gracia en la persona para limpiarlos de una manera que no había ocurrido en el momento de la conversión y que por lo tanto, era necesario. Posteriormente la persona se abría a la posibilidad de ser llenada con el Espíritu Santo. Horton dice que “los pentecostales enseñaban la santificación como una segunda obra de gracia posterior a la conversión, instruyendo que el bautismo del Espíritu Santo representa una tercera experiencia” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 107).

El proceso se vería así:
Conversión  Experiencia de santificación (crisis)  Llenura del Espíritu Santo

Spittler indica: “Lo que marcó la diferencia entre los Pentecostales y los movimientos de santidad era que los primeros aceptaban el don de lenguas como una marca legítima, y aún necesaria de la experiencia cristiana” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 135). Hubo un cambio radical en el pentecostalismo con las enseñanzas de William Durham.

Los pentecostales de los movimientos de santidad creían en la necesidad de la experiencia de santificación como prerrequisito para el bautismo del Espíritu Santo. La influencia wesleyana era notable. Los seguidores de Durham, sin embargo, llegaron al pentecostalismo de círculos reformados y bautistas y ponían más énfasis en la santificación posicional y la obra de Cristo completada en el calvario e insistían en que la santidad era un proceso de toda la vida y no una bendición subsecuente a la conversión.

Para ellos la conversión era el único requisito para experimentar el bautismo del Espíritu Santo, que es un evento posterior para abundar en servicio a Dios. Enseña-ban que la obra de Cristo en la cruz era suficiente y que se abarataba esa obra al tener que buscar una segunda experiencia santificadora para lidiar con el pecado. Al convertirse una persona ya comienza a crecer y madurar en gracia. El proceso sólo tiene dos pasos y se vería así:

Conversión / Proceso de Santificación  Llenura del Espíritu Santo

Pearlman, un escritor de las Asambleas de Dios, argumenta que muchos que tal vez sientan que pasan en sus vidas por una segunda obra de gracia simplemente pueden estar despertando a la realidad de que ya han sido santificados posicionalmente en Cristo (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 111). Lo que ambos grupos tienen en común es el requisito de hablar en lenguas al momento de recibir el bautismo del Espíritu Santo. Algunos insisten en que el don de lenguas continuará a lo largo de su vida. Para otros, hablar en lenguas es sólo una bendición inicial que no necesariamente perdurará en todos, a menos que tengan ese don específico.
Spittler define la persona espiritual como alguien que “está abierto a las cosas del Espíritu, completamente consagrado a Dios, bendecido con uno o dos dones espirituales más allá del don de lenguas (que se asume), tal vez el don de la sanidad, conocimiento, discernimiento o sabiduría” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 140).

La experiencia personal es un valor del más alto grado en el peregrinaje espiritual pentecostal. Aquellas cosas que son sentidas o experimentadas personalmente por el creyente definen el proceso de santificación. La mayoría de los pentecostales están de acuerdo en que no se puede alcanzar la perfección en esta vida. Sin embargo, se debe perseguir la santidad como marca de ser discípulo serio de Jesús, ya que para esto fue otorgado el Espíritu Santo.

El libro de Hechos (especialmente 2:4) es crucial en la interpretación bíblica pentecostal para el argumento de que el bautismo del Espíritu Santo viene como evento posterior a la experiencia de conversión. El noveno punto de la Declaración Fundamental de Verdades de las Asambleas de Dios dice: “Las Escrituras enseñan una vida de santidad sin la cual ningún hombre verá a Dios. Por el poder del Espíritu Santo podemos obedecer el mandamiento ‘Sean santos, porque yo soy santo’. Santificación completa es la voluntad de Dios para todos los creyentes y deberá ser algo que perseguimos al caminar en obediencia a la Palabra de Dios” .

 Si bien esa santificación se persigue ahora, en el cielo queda perfeccionada. Luego cita los siguientes textos: Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:15, 16; 1 Tesalonicenses 5:23, 24 y 1 Juan 2:6. Escritos pentecostales a menudo citan también Isaías 6; 1 Corintios 1:2; 6:11; 2 Pedro 3:18; Hechos 8:4; 19:1–7 y otros.

  4. Modelo Místico o Contemplativo

Aunque este modelo es más reconocido en la tradición católica, hoy en día se lo encuentra entre protestantes y evangélicos también. El nombre contemplativo y místico ya delata el hecho de que esta perspectiva sobre la espiritualidad lleva al discípulo a la vida interior como el espacio donde ocurre el proceso de crecimiento y madurez con Dios. Es a través de las disciplinas espirituales y la contemplación que se llega a estar más cercano a Dios.

 Glenn Hinson, considerado por algunos como contemplativo evangélico, describe un proceso de entrar en comunión secreta con Dios que lleva a abrirse a su presencia. Dice que en la tradición contemplativa “nuestra tarea es abrirnos a la gracia de Dios y sus energías” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 174). El fin principal de la espiritualidad contemplativa es tener unión con Dios y pureza de corazón. Para llegar a esto Hinson prescribe que debemos “someternos, abandonar nuestro yo, rendirnos, humillarnos y darnos completamente a Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 177). Hinson admite que hay mucho en común con la perspectiva pentecostal en cuanto al énfasis en la experiencia personal.

Incluso reconoce que a veces hay más interés en la experiencia personal que en la precisión teológica (p. 168). La tradición mística, en este sentido, es más subjetiva y se enfoca en llegar a Dios a través de la contemplación y las disciplinas espirituales en lugar de enfatizar un Dios que se revela y llega al hombre.

Algunos autores místicos definen la contemplación como una forma de vivir donde el buscador de Dios se convierte en completamente auténtico al unirse con Él, al amarle perfectamente. Esto se hace renunciando al egoísmo y practicando las disciplinas espirituales que son obras de gracia en la vida de una persona. Egan describe en el libro An Anthology of Christian Mysticism cuatro pasos en la vida del creyente:

    •      Etapa de purgación: es lavado de amor propio y sensualidad
    •      Etapa de iluminación: descubre intimidad con Dios
    •      Etapa de muerte mística: pasa por la noche oscura del alma
    •      Etapa unitiva: se une a Dios siendo partícipe de su vida

Cuando llega a esta última etapa se enfoca momento a momento en Dios y en el servicio a otros en ministerio. La idea es que al amar a Dios perfectamente queda capacitado para servir a otros con poder transformador. En la etapa unitiva la “chispa de Dios” en el ser humano queda más encendida que en cualquier otra etapa. Egan escribe:

  “El místico genuino es purificado e iluminado y eventualmente unificado a un Dios personal. De esta unión de amor fluye un conocimiento amoroso, una sabiduría secreta que hace cortocircuito con la memoria y va más allá del intelecto y el conocimiento conceptual o abstracto. Aunque podemos cultivar una disposición a recibirlo, el esfuerzo humano no lo puede conseguir por sí solo, ya que es estrictamente un regalo de Dios” (Egan, p. xxiii).

El lenguaje en muchos de los escritos de los místicos es metafórico. Los pasajes de las Escrituras, desde hace siglos, se usan en la tradición contemplativa de forma altamente alegórica. Hacen uso frecuente del Cantar de los Cantares ya que enfatizan el amor que se describe en este libro como metáfora del amor entre Dios y el que lo busca. Otros pasajes utilizados son Salmos 19; 139; Mateo 5:3; Marcos 8:34; 1 Pedro 5:6; Hechos 17:28 y Filipenses 2:5.

  5. Modelo Keswick
Este modelo deriva su nombre de la Convención Keswick, una convención anual en Inglaterra que comenzó en el año 1875.

J. Robertson McQuilkin introduce el modelo de santificación llamado Keswick diciendo que “mucho de la controversia sobre la santificación o de cómo vivir una vida cristiana normal es por enfatizar lo que Dios hace a costa de lo que hace el ser humano o de enfatizar la responsabilidad humana por encima de la iniciativa divina. La perspectiva llamada Keswick provee una solución equilibrada y bíblica al problema de la experiencia cristiana subnormal”.

Esta perspectiva enseña que la mayoría de los cristianos, aún después de la conversión, se sienten derrotados por el pecado y no pueden superar ese desaliento. La única manera de salir adelante es renunciar al intento de agradar a Dios por las propias fuerzas y tomar la única alternativa: rendir la vida y convertirse en un canal para que Cristo sea el que viva en uno y lo lleve a la vida victoriosa.

El propósito de esta reunión es ayudar a los cristianos a fortalecer y profundizar su vida espiritual. El orden progresivo de la asamblea de cinco días es la siguiente:

    •      Lunes: Un enfoque en los efectos debilitantes del pecado en la vida del cristiano.
    •      Martes: Un enfoque en la provisión de Dios mediante la cruz para combatir el pecado.
    •      Miércoles: Un enfoque en la respuesta humana mediante la consagración al Señor.
    •      Jueves: Un enfoque en la vida guiada por el Espíritu Santo.
    •      Viernes: Un enfoque en el servicio al mundo en ministerio y misiones.

McQuilkin reconoce los otros modelos de santificación y ve que la perspectiva Keswick tiene mucho en común con ellos. Lo que distingue al modelo es que enseña que, aunque no se puede alcanzar la perfección en esta vida, sí se puede tener éxito en resistir consistentemente la tentación de violar en forma deliberada la voluntad de Dios. La clave está en intercambiar la vida de uno por la vida de Cristo. Uno de sus principales representantes, el Mayor Ian Thomas describe la vida del cristiano como la de un guante que permite que la mano de Dios entre a trabajar en él. El guante no tiene vida propia; sólo se mueve cuando la mano está dentro. El creyente ha muerto a su propia vida y ahora Cristo vive en él. Intercambia su vida por la de Cristo. Por ello esta perspectiva también se conoce como la teoría del intercambio. Se cambia la resistencia por la obediencia. Se cambia la naturaleza pecaminosa por su naturaleza de santidad. El cristiano debe rendir y ceder su vida más que hacer un esfuerzo de voluntad en el proceso de santificación.

Algunos han visto problemático esto último ya que aunque Cristo vive en el cristiano que está muerto al pecado, Dios sigue queriendo que crezca, pero no es Cristo el que necesita crecer. Gálatas 2:20 dice “… ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” pero sigue siendo el cristiano quien necesita crecer en madurez y gracia, y no el Señor. Es cuestión de tener una antropología teocéntrica.

Los estudiantes de la historia de este modelo notan que ha habido influencias tanto calvinistas como wesleyanas en las conferencias de Keswick. La enseñanza general es que aunque la antigua naturaleza con su carnalidad permanecen en el cristiano, este puede ser victorioso contra el pecado debido a la presencia y el poder del Espíritu Santo. McQuilkin propone tres etapas en el proceso de santificación:
  • Santificación posicional: La persona es perdonada, justificada y regenerada por Dios. Queda separada del pecado y consagrada a Dios.
  • Santificación vivencial: La persona ahora puede perfeccionar la medida de santidad que tenga.
  •  Santificación permanente: Esta etapa, también llamada glorificación es la transformación total a la imagen de Cristo.
En este modelo la segunda etapa es la que se trabaja para incrementar la semejanza a Cristo, unión con Dios, y separación del pecado en esta vida. Las causas de una experiencia cristiana subnormal son la falta de fe, la ignorancia, la desobediencia y la falta de confianza.

El cristiano auténtico se rendirá a la voluntad de Dios para su vida y será guiado por el Espíritu Santo. Intercambiará su vida por la de Cristo. Ya no es la persona misma quien está creciendo sino que sólo se rinde y permite que sea Cristo quien viva en su interior. La oración, la Biblia, la iglesia y el sufrimiento son considerados medios de gracia para el creyente.

Romanos capítulo 6 es clave para entender este modelo ya que describe la nueva creación en Cristo y cómo el cristiano está muerto al pecado y vivo en Cristo. Allí Pablo llama al creyente a alejarse del pecado y explica la gracia de Dios y cómo el cristiano ahora es un esclavo de justicia. Este modelo enfatiza pasajes como Filipenses 1:6; Juan 10:28, 29 y Romanos 8:31–39.

  Conclusión

No todos estos modelos tienen la misma validez. El estudiante tendrá que evaluar su propia perspectiva frente a la Palabra de Dios, guiado por el Espíritu Santo y aconsejado por la comunidad cristiana. Podría ser saludable discutir los méritos de cada tradición eclesiástica y aún mostrar porqué aquellas que uno no comparte, fallan en su interpretación bíblica. Se puede citar como ejemplo la orientación netamente individual que tiene el modelo místico, en contraste con lo que para las Escrituras significa la santificación: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual (…) y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto” (1 Ts. 4:3, 6), es decir, la santificación del cristiano se vive y se comprueba en relación con el prójimo, no en una última etapa de santificación sino desde su conversión.

Podría ser saludable conversar con cada tradición, pero llegar a odiar, como algunos lo hacen, a los que sostienen una postura diferente en este asunto particular, anula la misma concepción de santidad que se está tratando de defender. El gran predicador J.C. Ryle escribió en 1879: “Demasiadas veces hemos estado satisfechos con celo por la ortodoxia y hemos sido negligentes a las realidades sobrias de la práctica de nuestra santidad” .

Continúa: “La verdadera santidad, debemos recordar, no consiste meramente en sensaciones e impresiones internas. Es mucho más que lágrimas y llantos, que el entusiasmo corporal, que un pulso apurado y un sentimiento apasionado por nuestros predicadores favoritos o nuestro propio partido religioso, y una disposición a combatir con todos los que no estén de acuerdo con nosotros. Tiene más que ver con la imagen de Dios que otros pueden ver y observar en nuestras vidas privadas, en nuestros hábitos, nuestro carácter y nuestros hechos (Ro. 8:29)” (p. 96).

Una cosa es segura: Dios quiere que sus hijos maduren en la relación con Él. Los ha separado del pecado con la intención de unirlos a Cristo y también con un propósito misional. En el calvario han sido justificados por fe y tienen la salvación como regalo de Dios. La gracia de Dios ha sido derramada y han sido llamados a caminar con Cristo en un proceso de santificación y madurez cristiana que durará toda la vida.

Un veterano en el ejército de Dios dijo: “En el cielo apareceremos, no en armadura, sino en vestimentas de gloria. Pero aquí nuestras armas de guerra hay que llevarlas puestas de día y de noche. Con ellas debemos caminar, trabajar, y dormir … si no, no somos verdaderos soldados de Cristo” .

 La santidad es un llamado al discipulado y aunque la salvación es por gracia, el seguidor de Cristo debe estar dispuesto a entregar toda su vida. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). ¡No hay corona sin cruz!

Nos damos cuenta...¿A quiénes va nuestra predicación?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

En la época renacentista, se iniciaron tres corrientes en el pensamiento occidental: El catolicismo romano, que acepta como fuente de autoridad la tradición de la Iglesia; el humanismo, cuya fuente de autoridad es la razón; y el protestantismo, que reconoce únicamente la autoridad de las Sagradas Escrituras.

Latinoamérica ingresa al mundo occidental con la conquista, que fue orientada por el catolicismo romano. La cruz y la espada señorearon durante siglos en nuestras tierras.

La evangelización en la Conquista
El tema de la Conquista se relaciona siempre con la evangelización, por lo que conviene aclarar qué significa evangelizar.

Si por «evangelización» entendemos el anoticiamiento de que existe una religión llamada «cristiana», basada en sacramentos, que debe ser aceptada compulsivamente, entonces Latinoamérica ha sido evangelizada.

Pero si por «evangelización» entendemos lo que enseña la Biblia, esto es, la proclamación del evangelio, para que libremente los hombres se arrepientan de sus pecados y acepten a Jesucristo como su único Salvador y Señor, cambiando su forma de vivir de manera espontánea, entonces América Latina no ha sido evangelizada.

La protesta de los teólogos ante la barbarie desplegada por los colonizadores, que sometían a esclavitud a los aborígenes, hizo que en el siglo XVI fuera prohibida la esclavitud de indígenas, por lo menos en lo formal.

Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina, dice: «En realidad, no fue prohibida, sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes conquistadores debían leer a los indios, sin intérprete pero ante escribano público, un extenso y retórico “requerimiento” que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: “Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosa pusiereis, certifícoos que con la ayuda de Dios, yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Majestad y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere…”»
La religión retórica y sacramentalista de los conquistadores, fue así impuesta a nuestros pueblos, que se vengaron introduciendo en los ritos y ceremonias elementos de su cultura pagana, produciendo un sincretismo religioso totalmente alejado del cristianismo bíblico.

Los «Tribunales de la Inquisición», trasladados a América, impedían la llegada de las ideas humanistas y protestantes, prohibiendo y castigando la posesión de los libros producidos por estas corrientes. Juntamente con todos los escritos «herejes», se incluía las traducciones de la Biblia al lenguaje común, cuya entrada estaba prohibida.

Los barcos que atracaban en los puertos coloniales eran minuciosamente revisados por los inquisidores, que mostraban especial celo en impedir la llegada de ideas contrarias a sus intereses. El cardenal Hosius escribía en 1570: «Dar la Biblia a los legos es echar perlas delante de los cerdos. Las tradiciones bíblicas han hecho muchísimo daño; yo no quiero ninguna. La Biblia pertenece a la iglesia romana; fuera de ella no tiene más valor que las fábulas de Esopo».

El celo de la iglesia católica por evitar que la Biblia llegara al pueblo se mantuvo hasta muy avanzado el siglo XX.

América Latina está hoy superpoblada de iglesias, cristos, ritos y fiestas que la muestran como profundamente religiosa y cristiana. Sin embargo, esto no resiste el análisis: América Latina es un continente supersticioso y pagano. Los «cristos» latinoamericanos no tienen ninguna relación con el Señor Jesucristo revelado en los Evangelios.

La profusión de sacramentos y la ausencia de enseñanza ética unida al autoritarismo que caracterizó a la Conquista, hicieron de nuestro continente un lugar espiritual y éticamente carenciado, proclive a aceptar cualquier tipo de sometimiento con doloroso fatalismo.

Latinoamérica comienza a despertar con los movimientos revolucionarios del siglo pasado, y en el presente, venciendo su letargo, incluida por las comunicaciones en la aldea global de occidente, se presenta como un campo propicio para que toda semilla arraigue y fructifique: el humanismo ateo, las ideas liberales, los movimientos renovadores del catolicismo, las doctrinas esotéricas y/o el Evangelio de Jesucristo. Latinoamérica tiene una asombrosa capacidad de absorción, por eso todas las ideologías tienen cabida en esas tierras. La ingenuidad propia de los pueblos jóvenes la hace susceptible a todas las influencias.

Esta receptividad produce optimismo en todas las ideologías. Repetidas veces hemos escuchado que en el futuro «Latinoamérica será marxista», o «será liberal» o «protestante». Pero solo puede afirmarse con certeza que Latinoamérica está cambiando aceleradamente.

El humanismo avanza incontenible sobre ella, el catolicismo romano sabe que los viejos métodos represivos son cada vez más ineficaces. ¿Qué debemos hacer los cristianos aquí y ahora?

La necesidad de un enfoque bibliocéntrico
La influencia del humanismo se hizo sentir en el pensamiento teológico de los últimos siglos. Hemos sido influenciados a manejar nuestra reflexión en sentido inverso a los cristianos del pasado.
La realidad latinoamericana es triste: pobreza, miseria, subalimentación, ignorancia, sincretismo religioso, superstición son parte muchas veces de un cuadro desolador. Esta realidad nos puede querer llevar a desear partir del análisis sociológico, geopolítico o antropológico para llegar luego a la Palabra de Dios, y usarla como herramienta para producir cambios sociales o políticos. Luego, piensan muchos, llegará el momento de la predicación del evangelio, porque ¿cómo predicar a quien no tiene pan, vivienda o justicia?

El planteo parece muy lógico, pero en el enfoque prima el análisis humano, se coloca a la Palabra de Dios como herramienta y se posterga la misión evangelizadora.

Muchas veces creemos que si el análisis no sigue esa línea de pensamiento, demostramos insensibilidad social y menosprecio por las necesidades básicas del prójimo.

Debemos admitir, sin embargo, que los cristianos estamos puestos bajo autoridad. El planteamiento, por lo tanto, no debe hacerse partiendo de la realidad hacia la Palabra de Dios, sino de la Palabra de Dios hacia la realidad. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué nos ordena la Biblia? ¿Qué mensaje tiene la Biblia para el hombre contemporáneo?

Este enfoque bibliocéntrico no permitirá que olvidemos nuestras inquietudes sociales, pero enfatizará las prioridades de acción.

Recordemos que nuestros primeros padres, Adán y Eva, cayeron por un enfoque antropocéntrico de la realidad que desplazó la autoridad de Dios. El mayor peligro que afrontamos es postergar el teocentrismo para favorecer al humanismo antropocéntrico.

Tengamos presente el fracaso de Saúl. Jehová le mando: Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos (1 Samuel 15:3). Saúl ejerció un perdón al que Dios no lo había autorizado, librando de la muerte a Agag y lo mejor del ganado amalecita. Su actitud humanitaria hubiera sido aplaudida por las Instituciones de Derechos Humanos, y tal vez galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Fue una actitud «humanista», políticamente correcta, que lo mostraba como un vencedor benévolo. Pero fue condenado por Dios, su actitud no fue teocéntrica.

La gran victoria del cristianismo primitivo sobre el Imperio Romano se consumó porque aquella Iglesia era teocéntrica, pero la decadencia medieval fue consecuencia del antropocentrismo.
El enfoque teocéntrico es forzosamente bibliocéntrico, reconoce la autoridad absoluta de la Palabra de Dios, y actúa de acuerdo con lo que en ella está ordenado.

El mandato autoritativo
Jesucristo, el Señor resucitado de los muertos, en los cuarenta días que estuvo con sus discípulos, habló con ellos acerca del reino de Dios (Hechos 1:3). Fue en ese momento, habiendo consumado ya la obra de la redención con su triunfo sobre la muerte, que encomendó a sus discípulos la tarea evangelizadora.

Mateo recoge en su evangelio las palabras que sintetizan la misión de los suyos en el mundo: Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado (Mateo 28:18–20).

Este mandato tiene vigencia actual, dentro de la expresión «todas las naciones» podemos colocar los nombres de cada uno de los países que componen nuestro continente. A ellos somos enviados para hacer discípulos, es decir, seguidores del Señor que conozcan sus demandas y las obedezcan.
En el Evangelio de Marcos se vuelve a señalar la responsabilidad de la tarea evangelizadora: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, el que creyere y fuere bautizado será salvo y el que no creyere será condenado (Marcos 16:15–16). Es notable la forma en que enfatiza la universalidad de la tarea y la inmensa responsabilidad que conlleva por sus resultados: Condenación o salvación.

Inmediatamente se refiere a señales milagrosas que «seguirán a los que creen» (Marcos 16:17), mostrando que estas no formaban parte de la predicación, sino que eran el accionar con que Dios acompañaría el ministerio.

El tema a predicar fue también parte del mandato: Así está escrito y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones (Lucas 24:46–47). Nuevamente el alcance es universal, y el mensaje tiene dos elementos fundamentales: Arrepentimiento y perdón de pecados.

La realidad del pecado y la necesidad de arrepentimiento —para la filosofía moderna— es un mensaje desactualizado y ofensivo, apropiado para el hombre ingenuo del medioevo, pero totalmente fuera de lugar en el mundo moderno. Sin embargo, la predicación del pecado y el arrepentimiento, por impopular y ofensiva que parezca, es la única forma de cumplir el mandato autoritativo del Señor y de trasmitir el genuino mensaje del Evangelio. Es imposible atenuar las demandas, así lo entendieron los apóstoles cuando comenzaron la tarea evangelizadora.

La estrategia evangelizadora también fue claramente definida por el Señor: Me seréis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta la último de la tierra (Hechos 1:8). Un progresivo avance hacia las fronteras más lejanas era el camino trazado para la proclamación del mensaje. Comenzaba en la cosmopolita ciudad de Jerusalén, se extendía a la provincia inmediata, Judea, y de allí saltaba la barrera cultural y racial hacia Samaria, para internarse a lo ignoto de lo último de la tierra.

La contextualización del mensaje

¿No deberá atenuarse el mandato en nuestro Tercer Mundo? ¿No debemos contextualizarlo ante la realidad de opresión, miseria e injusticia en la que viven nuestros pueblos? ¿No es necesario primero apuntar a las necesidades materiales y sociales?

Muchos contestarían afirmativamente a estos interrogantes, por lo que merecen nuestro análisis.
El Señor Jesucristo entregó su mensaje a un grupo de galileos (Hechos 1:11; 2:7), que, como tales, representaban lo más indigno dentro de su propio pueblo. Estos hombres no eran eruditos formados a los pies de los grandes rabinos, al contrario, eran humildes pescadores formados para la lucha por la supervivencia en un rudo trabajo.

Eran los representantes empobrecidos del «Tercer Mundo» de aquella época, estaban bajo el yugo imperialista de Roma y nada tenían que ver con la intelectualidad griega. Seguramente veían a Roma y Grecia como hoy, desde el Tercer Mundo miramos al mundo desarrollado. Tenían los mismos problemas que nos aquejan hoy: gobiernos colaboracionistas como el de Herodes, traidores a la causa nacional como los publicanos, focos de violencia revolucionaria como los cananitas, e insoportables cargas impositivas que sostenían la disipación y el lujo del imperio.

Dentro de este contexto tan similar al nuestro, fue dado el mandato autoritativo del Señor: Predicar el Evangelio a toda criatura, a todas las naciones, hasta lo último de la tierra.

¿Constituía eso insensibilidad frente a los problemas sociales que vivían? ¿Tenía Jesucristo una visión miope? ¿Les enseñaba el «trasmundismo» para atenuar los sufrimientos de su realidad? De ninguna manera. En menos de 300 años la influencia de los cristianos había cambiado la faz del imperio, el cual se derrumbó con los cimientos socavados por la nueva fe.

El problema del hombre está en su corazón, nada podemos hacer modificando las estructuras si no cambia su corazón.

  John R. W. Stott dice, refiriéndose a la evangelización:
  «Los cristianos tendrían que sentir compasión y un agudo dolor de conciencia frente a la opresión de otros seres humanos, o cuando se los descuida en cualquier sentido, sea que se les niegue libertades civiles, respeto racial, educación, atención médica, ocupación, alimentación adecuada, vestido o vivienda. Todo lo que tienda a menoscabar la dignidad humana tiene que resultarnos ofensivo. Pero, ¿existe algo más destructivo de la dignidad humana que la alienación de Dios como consecuencia de la ignorancia o el rechazo del evangelio? ¿Cómo podemos, además, sostener con seriedad que la liberación política y económica sean igualmente importantes que la salvación eterna?»

Observemos al apóstol Pablo cuando escribe con solemne énfasis acerca de su preocupación por sus compatriotas, los judíos: Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne (Romanos 9:1–3). ¿Cuál era la causa de su angustia? ¿El que habían perdido la independencia nacional y se encontraban bajo la bota colonialista de Roma? ¿El que a menudo eran despreciados y odiados por los gentiles, boicoteados socialmente, discriminados y privados de igualdad de oportunidad? De ninguna manera. Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel, es para salvación (Romanos 10:1). Y el contexto aclara, sin dejar dudas, que la «salvación» que Pablo deseaba para ellos era su aceptación ante Dios (vv. 2–4).

La sensibilidad social de los cristianos
Los cristianos nunca han sido insensibles a las necesidades del prójimo. El primer dispensario gratuito de occidente, el primer asilo para ciegos, el primer hospital, fueron obra de cristianos. La condición del niño, la mujer y los ancianos, denigrada en el paganismo, fue jerarquizada por los cristianos.

Hoy mismo, todo nuestro continente está poblado de orfanatos, hogares de ancianos, centros de salud, organizaciones de recuperación de alcohólicos y drogadictos, asistencia al necesitado, obra entre los presos, etc., dirigidos por cristianos que muestran su coherencia con la misericordia manifestada por su Maestro.

Pero sería hacer un flaco favor a la sociedad, que los cristianos quisieran asumir las responsabilidades que han tomado o les han sido encomendadas a los gobernantes, a quienes se debe reclamar honestidad, fidelidad y eficiencia.

Tengamos en cuenta que la tarea evangelizadora es prioritaria, nadie puede cumplirla fuera de nosotros, mientras que las tareas sociales pueden ser instrumentadas aun por los incrédulos.
El Señor Jesucristo multiplicó los panes y los peces, dando de comer a la multitud, echó a los mercaderes que comerciaban en el templo con la fe de su prójimo, pero fue a la cruz. Esta era la razón de su venida a la tierra. Porque el problema humano no se soluciona con la distribución de las riquezas, el implantamiento de la justicia social o la violencia purificadora, sino con la redención.

CONCLUSIÓN
Nuestra generación, como todas las demás, necesita confrontarse con la realidad de su pecado y la necesidad del arrepentimiento así como con la fe en Jesucristo como único y suficiente Salvador. Este es el mandato que hemos recibido del Señor, y que debemos cumplir con máximo celo. Una tarea de esas dimensiones no está exenta de peligros. La búsqueda de «éxito» o «impacto masivo», puede desviarnos —si no somos cautelosos—, de las metas propuestas. Recordemos que no somos llamados a ser exitosos sino fieles.

La autoridad suprema de la Palabra de Dios debe ser la base de nuestra predicación al incrédulo y nuestra constante enseñanza al creyente. No privilegiemos la experiencia personal por encima de la Palabra de Dios.

Una corriente peligrosa de experiencialismo ha invadido las filas cristianas. La experiencia forma parte de la condición humana, sirve como testimonio subjetivo, pero es peligrosa si quiere erigirse en verdad absoluta. Corremos el riesgo de formar una nueva corriente de pensamiento, cuya fuente de autoridad ya no esté en la Palabra de Dios, sino en la experiencia personal.

El mundo al que predicamos muestra síntomas inequívocos del fracaso racionalista. Sus utopías se derrumban, y la huida desesperada hacia la irracionalidad del ocultismo y el voluntarismo, muestran la ineficacia de las doctrinas elegidas.

En medio de este nuevo caos el Espíritu Santo se mueve sobre nuestro continente. Escuchemos al Señor: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega (Juan 4:35). El vasto campo del mundo nos espera. Y Él está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo».


Bosquejos de predicaciones sobre el Apocalipsis: Ayuda ministerial - Predicadores itinerantes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial

Bosquejos de predicaciones sobre el Apocalipsis


Aquí presentamos algunos esquemas para que usted los elabore. En general, el Apocalipsis está lleno de material homilético, como se puede notar de nuestra exposición sobre los sietes.

1. Grandes señales
En su libro Heroes and Hero-Worship (Los héroes y el culto al héroe), Carlyle usa la impresionante frase “La adoración es el asombro trascendente”. Sin embargo, no hay mucha adoración relacionada con los objetos de asombro en el Apocalipsis. En las primeras tres referencias, la palabra “señal” es la que presenta estos motivos de asombro, en consonancia con el término “manifestar” de Apocalipsis 1:1.
          •      La señal de la existencia y conservación de Israel (12:1).
          •      La señal de la persona y el poder del diablo (12:3).
          •      La señal de los hechos milagrosos del falso profeta (13:13).
En las siguientes referencias se usa una palabra griega que significa “maravilla”. Esta es una palabra que expresa asombro o perplejidad.
          •      La maravilla de la resurrección de la bestia (13:3).
          •      La maravilla de la destrucción de la ramera eclesiástica (17:6).
          •      La maravilla del final trágico del poder mundial gentil (17:8).

2. Pruebas y tribulaciones
Hay que tener mucho cuidado en distinguir entre las tribulaciones y la gran Tribulación. Jesús dijo que todos sus santos están sujetos a las pruebas y tribulaciones mientras luchan en este mundo tan lleno de dificultades. Pablo, quien sufrió muchas tribulaciones, se gloriaba en ello (Romanos 5:3) y experimentaba la consolación divina en lo que había sufrido (2 Corintios 1:4). También se regocijaba en todo ello (2 Corintios 7:4). Pero, si bien las tribulaciones han aquejado a los justos, la gran Tribulación es un período profético específico (Mateo 24:15, 21, 29), cuyos terribles acontecimientos cubren tres años y medio (Daniel 7:25; 9:25–27) y afectarán tanto a judíos como a gentiles.
          •      La tribulación de Juan y los santos de su tiempo bajo Nerón (1:9).
          •      La tribulación de la iglesia de Esmirna bajo la Roma pagana (2:9, 10).
          •      La tribulación extrema sufrida por los apóstatas de Tiatira (2:22).
          •      La gran Tribulación, el período de sufrimientos nunca vistos predichos por los profetas y por Jesús como “el tiempo de congoja de Jacob” (Jeremías 30:7; Apocalipsis 7:14; 11:2, 3).

3. Una lista de cosas eternas
La mente finita del hombre no puede entender a plenitud todo lo que significa la eternidad. El hombre considera todas las cosas como temporales, porque él es mortal. No obstante, como existirá más allá de la tumba, debería vivir bajo la impresión de las realidades eternas. La expresión “por los siglos de los siglos” significa “por siempre”, “por todas las edades”, y traduce una expresión hebrea: “de eternidad a eternidad” (1 Corintios 16:36).
          •      El poder y la gloria eterna de Dios (1:6; 7:12).
          •      La existencia eterna de Dios (4:9, 10; 10:6; 15:7).
          •      La adoración eterna del Cordero (5:13, 14).
          •      El reino eterno de Dios (11:5).
          •      El Evangelio eterno (14:6).
          •      El tormento eterno de los condenados (14:11; 19:3; 20:14; Judas 6:14).
          •      La condenación eterna de la trinidad satánica (20:10).
          •      El reinado eterno de los redimidos (22:5).

4. El contraste entre varias cenas
Todos los verdaderos cristianos deben anhelar sentarse a la cena que instituyó el Señor en su “Ultima Cena”.
          •      La cena de comunión (3:20).
Uno de los preciosos aspectos de la fiesta de la cual habló Jesús aquí es que en este banquete íntimo con el creyente, El se presenta a la vez como visitante y como anfitrión.
  El es nuestro visitante: “Yo cenaré con él.”
  El es nuestro anfitrión: “El cenará conmigo.”
          •      La cena de bodas del Cordero (19:7).
Sólo aquellos que han sido llamados tendrán el privilegio de sentarse a comer de esta mesa (19:8).
          •      La cena del gran Dios (19:17, 18, 21).
A la cena de bodas son invitados todos los santos, pero a esta terrible cena del gran Dios, el Creador llama a todas las aves del cielo para alimentarse con la carne de los impíos, traspasados por su afilada espada (19:15). ¡Qué escena tan terriblemente sangrienta será ésta!

5. Los sellos: rotos e intactos
Shakespeare, en Antonio y Cleopatra, habla del “sello real” y usa la frase “Sella entonces, y todo quedará hecho.” Aquí tenemos las ideas de seguridad, de algo definitivo y de prueba legal que sugiere el sello (2 Timoteo 2:19; 1 Corintios 9:2; Efesios 4:30).
          •      El libro de los siete sellos (5:1–7; 6:1–17; 8:1).
          •      Los santos sellados por Dios (7:2, 4–8). Todos los sellados por Dios pasan a ser propiedad suya especial.
          •      El ay de los no sellados (9:4). Así como los sellados son marcados para bendición y preservación, así los no sellados son separados para su justo castigo.
          •      Los truenos sellados (10:4).
          •      El abismo sellado (20:3). De la misma manera en que la tumba fue sellada indicando que Jesús no podría levantarse otra vez (Mateo 27:66), así también Satanás será sellado y no podrá salir del abismo por el termino de mil años (20:1–3).
          •      Las profecías no selladas del Apocalipsis (22:10).

6. Una galaxia de estrellas
Las luminarias, tanto las reales como las simbólicas, tienen un lugar prominente en este último libro de la Biblia.
          •      Las siete estrellas (1:16–20; 2:1; 3:1).
          •      La estrella de la mañana (2:28; 22:16).
          •      Las estrellas del cielo (6:13).
          •      La gran estrella (8:10, 11; 9:1).
          •      La tercera parte de las estrellas (8:12; 12:4).
          •      Las doce estrellas (12:1).

7. Las doxologías
Aunque la mayor parte del Apocalipsis está saturada de juicios, es sorprendente lo mucho que habla sobre la alabanza, los cantos y el regocijo. Entre los clamores de angustia surgen los aleluyas. La serie de cánticos del Apocalipsis puede servir para desarrollar una bella y valiosa meditación.
          •      La doxología que exalta el poder y el dominio del Cordero (5:11–14).
          •      La doxología del ejército del cielo por la salvación de Dios (7:10–12).
          •      La doxología por el dominio universal de Dios y de Cristo (11:15–18).
          •      La doxología por la victoria sobre Satanás (12:7–12).
          •      La doxología del cielo y la tierra ante la nueva canción (14:2–5).
          •      La doxología de los santos ante el Rey de los santos (15:3, 4).
          •      La doxología de los pequeños y los grandes ante la omnipotencia divina (19:1–6).

8. Un libro de tronos
Las palabras silla, asiento, trono y tronos son términos sinónimos y tienen un mismo equivalente griego, thronos, que significa “un trono”. En la mayoría de los casos esta palabra está asociada con el cielo e indica autoridad, poder y juicio divinos. También puede indicar dominio satánico.
          •      El trono de Satanás (2:13).
          •      El trono del Padre (3:21).
          •      El trono puesto en el cielo (4:1–11).
          •      El trono que debe ser temido (6:16).
          •      El trono de la bestia (13:2; 16:10).
          •      Los tronos de los redimidos (20:4).
          •      El gran trono blanco (20:11–15).
          •      El trono eterno (22:1).

9. El lago de fuego
Mientras que el hades es la morada presente de todas las almas perdidas, el lago de fuego será el depósito final de todo lo que sea ajeno al pensamiento y la voluntad de Dios. Los ocupantes de este terrible lugar son mencionados específicamente:
          •      La bestia (19:20; 20:10).
          •      El falso profeta (19:20; 20:10).
          •      El diablo (20:10).
          •      El último enemigo, la muerte (20:14).
          •      El hades (20:14).
          •      Todos los incrédulos (20:15; 21:8).
          •      Las naciones representadas por los cabritos (Mateo 25:31–46).
          •      Los ángeles del diablo (Mateo 25:41).

10. Una colección de libros
En el Apocalipsis se hace mención de varios libros y registros.
          •      El libro que escribió Juan (1:11, 19).
          •      El libro de los vencedores (3:5).
          •      El libro sellado con siete sellos (5:1–7).
          •      El librito (10:2, 8–11).
          •      El libro de la vida (20:12–15; 21:27).

11. Las bienaventuranzas de los amados
Todos estamos familiarizados con las bienaventuranzas de Cristo en el sermón del monte (Mateo 5:1–12), pero muy pocos les prestan atención a las bienaventuranzas del Apocalipsis. Dispersas a través del libro hay bienaventuranzas y bendiciones que pueden muy bien ser agregadas a aquellas que el Maestro pronunció ante sus oyentes reunidos en torno a la montaña.
          •      La bienaventuranza de los que lean y obedezcan (1:3).
          •      La bienaventuranza de los justos muertos (14:13).
          •      La bienaventuranza del santo vigilante (16:15).
          •      La bienaventuranza de la esposa (19:9).
          •      La bienaventuranza de los resucitados (20:6).
          •      La bienaventuranza de los que aman las profecías (22:7).
          •      La bienaventuranza de la recompensa eterna (22:14).

12. Las cosas que no habrá en el cielo
Juan se dio cuenta de que el lenguaje humano era muy inadecuado para describir todo lo que había visto en el cielo. Las mejores palabras resultan inadecuadas cuando se trata de revelar la gloria de lo invisible. Para él era más fácil decir qué cosas no existían en el cielo en lugar de decir lo que encontraríamos en él.
          •      No habrá más hambre ni sed (7:16).
          •      No habrá más sol ni calor (7:16; 21:23; 22:5).
          •      No habrá más lágrimas ni llanto (7:17; 21:4).
          •      No habrá más mar (21:1).
          •      No habrá más muerte (21:4).
          •      No habrá más clamor (21:4).
          •      No habrá más dolor (21:4).
          •      No habrá más templo (21:22).
          •      No habrá más luna (21:23).
          •      No habrá más noche (21:25; 22:5).
          •      No habrá más pecado (21:27; 22:15).
          •      No habrá más maldición (22:3).
          •      No habrá más lámparas (22:5).

13. La frecuente exclamación “He aquí”
La frecuente exclamación bíblica “He aquí”, que significa que “hay que mirar intensamente y considerer”, aparece unas cuatrocientas veces en toda la Biblia y se usa en los tres tiempos: pasado, presente y futuro. Además aparece como anuncio de esperanza y también de horror. Esta expresión se encuentra unas treinta veces en el Apocalipsis. Estas son las principales:
          •      El “he aquí” de la majestad venidera (1:7).
          •      El “he aquí” de la inmortalidad (1:18).
          •      El “he aquí” de la oposición satánica (2:10).
          •      El “he aquí” de la gran Tribulación (2:22).
          •      El “he aquí” de la oportunidad (3:8).
          •      El “he aquí” de la adoración falsa (3:9).
          •      El “he aquí” de la pronta venida (3:11).
          •      El “he aquí” de la visita divina (3:20).
          •      El “he aquí” del acceso al cielo (4:1).
          •      El “he aquí” de la soberanía (4:2).
          •      El “he aquí” del triunfo (5:5).
          •      El “he aquí” del sacrificio (5:6).
          •      El “he aquí” de la adoración universal (5:11).
          •      El “he aquí” de la paz ficticia (6:2).
          •      El “he aquí” de la desolación (6:5).
          •      El “he aquí” de la muerte (6:8).
          •      El “he aquí” de la ira divina (6:12–17).
          •      El “he aquí” de la salvación (7:9).
          •      El “he aquí” de los ayes (8:13; 9:12; 11:14).
          •      El “he aquí” del odio satánico (12:3).
          •      El “he aquí” de las bestias (13:1, 11).
          •      El “he aquí” del Armagedón (14:14).
          •      El “he aquí” de la preparación (16:15).
          •      El “he aquí” del jinete glorioso (19:11–16).
          •      El “he aquí” de la nueva creación (21:5).

14. Los misterios revelados
Algunos expositores bíblicos interpretan la palabra “misterio” como algo que sólo entienden los iniciados. Todos los que han comenzado una vida según el Espíritu, pueden entender muchos de los misterios de las Escrituras (1 Corintios 13:9–12). Esta palabra se usa exclusivamente en el Nuevo Testamento (unas veintisiete veces), y Juan la usa en el Apocalipsis cuatro veces:
          •      El misterio de las siete estrellas (1:20).
          •      El misterio de Dios (10:7).
          •      El misterio de Babilonia la grande (17:5).
          •      El misterio de la mujer (17:7).


Aconsejar: Tarea necesaria en la congregación

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial


—Pastor, me siento muy nerviosa; no duermo ni como bien —dijo la joven de veintiún años.
El pastor le respondió:

—¿Se preocupa usted mucho por algo, Susana? Por supuesto que tiene mucho en que pensar, pues le quedan menos de tres semanas para casarse con Carlos.

Susana vació su corazón durante la conversación. Le contó al pastor que tenía dudas de que le conviniera casarse con Carlos. Al comenzar a cortejarla, Carlos había consagrado su vida para ser pastor. Se matriculó en el instituto bíblico al cual ella asístía, pronto ganó el amor de Susana y se comprometieron para casarse.

Luego Susana comenzó a notar que la espiritualidad de Carlos carecía de profundidad. Se le ocurrió la siguiente pregunta: «¿Hizo Carlos una consagración solamente para casarse conmigo?» También le parecía que era poco maduro; no permanecía en ningún puesto de trabajo por más de dos meses. Sin embargo, ella pasaba por alto estas observaciones y se decía a sí misma: «Él cambiará». Cuatro semanas antes de la fecha de la boda, Carlos gastó todo su dinero comprando un viejo automóvil; además, tendría que pagar pesadas cuotas mensuales hasta cancelar la deuda.

—No tenemos dónde vivir, ni artefactos ni muebles, y parece que tendremos que vivir de lo que gano yo —dijo Susana—. ¡Qué error cometí prometiendo casarme con él!

    —Pero Susana, aún le queda tiempo para rectificar lo que le parece ser un error.
    —He pensado en eso pero ya hemos enviado las invitaciones para la boda. ¿Qué pensarían nuestros amigos?
    —Bueno, el matrimonio cristiano es algo permanente. Si usted comete un error ahora, tendrá que sufrirlo el resto de su vida. ¿No es su futuro más importante que lo que pensarán sus amigos?
    —Así es, pastor. Debo romper con Carlos, pero yo no podría soportar la vergüenza y el chisme. ¿No hay algún camino menos mortificante? No sé qué hacer.
    —¿No le convendría expresarle sus dudas a Carlos y tal vez postergar indefinidamente la fecha de la boda? Luego enviaría una nota a los invitados informándoles de su decisión. No es necesario explicar la razón. Así usted tendría tiempo de llegar a una decisión.
    —Eso es lo que haré. Gracias, pastor.


Susana habló con su novio y los dos decidieron postergar la boda. Al pasar seis semanas, rompieron el noviazgo. Carlos dejó de estudiar para el ministerio, y Susana le escribió a su pastor. Le agradeció por haberla animado a llevar a cabo lo que ella sabía que era conveniente. Este es un ejemplo del asesoramiento pastoral, aunque los nombres son ficticios.

Analicemos el proceso de asesoramiento que fue puesto en marcha cuando Susana acudió a su pastor y pidió oración. El pastor se dio cuenta inmediatamente de que el nerviosismo de la joven tenía sus raíces en un problema. Sabía que la ansiedad era algo insólito en la vida de la señorita, ya que ella tenía una personalidad serena y alegre. Razonó de la siguiente manera: «Si yo orara a Dios para que sane su nerviosismo sin ser solucionado el problema primero, sería tan inútil como pedirle al médico que quite el síntoma sin curar primero la enfermedad».

El pastor tuvo la intuición de que el problema de Susana tenía algo que ver con el venidero enlace matrimonial. Sin embargo, no formuló una pregunta directa sobre lo que pensaba intuitivamente. Más bien le abrió la puerta a la joven para que ella hablara espontáneamente del problema.

Al comenzar a contar el problema, Susana tuvo dudas en cuanto a la conveniencia de casarse con Carlos, pero todavía estaba indecisa. Su optimismo femenino que la alentaba a creer que su novio cambiaría, fue rudamente sacudido cuando Carlos compró un vehículo en el último mes antes del matrimonio. En este punto comenzó seriamente el conflicto interno de la joven.

Hablando con el pastor, Susana vio claramente su problema, y no le cupo duda alguna de que sería un error funesto casarse con Carlos. Pero vacilaba todavía en tomar una decisión firme y anular la boda. Pensó en la vergüenza que sentiría cuando se enteraran sus amigos. El pastor no dijo mucho, sino que dio a la señorita la oportunidad de hablar de todo corazón. El oído atento del pastor y su comprensión estimularon a Susana a traer a la luz los temores que había tratado de pasar por alto, y ver objetivamente su propio dilema. Al pastor le quedaba solamente afirmarla en su conclusión y sugerir el modo menos penoso de llevar a cabo lo que ella quería hacer.

1. El asesorar es una parte del ministerio: Muchos piensan que el asesoramiento pastoral es algo nuevo, una nueva dimensión del ministerio. En el sentido sicológico moderno, tienen razón, pero este asesoramiento pastoral ha existido desde mucho tiempo antes de los descubrimientos de Freud y James. Los pastores se han preocupado siempre de los problemas de los creyentes. Ricardo Baxter, predicador inglés de gran influencia en el siglo XVII, observó acertadamente: «El ministro no debe ser solamente un predicador público, sino que debe ser conocido también como consejero del alma, así como el médico lo es para el cuerpo». Washington Gladden escribió en su libro El pastor cristiano, en 1896: «Si el ministro es el tipo de hombre que debiera ser, muchos relatos de dudas, perplejidad, tristeza, vergüenza y desesperación serán probablemente vertidos en sus oídos».

Dios mismo nos da la pauta al decir que él «como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas» (Isaías 40:11). «Yo buscaré la pérdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil» (Ezequiel 34:16).

El Señor Jesús nos enseña en la parábola del buen samaritano que nuestro prójimo esaquel que necesita nuestra ayuda. Cuántas personas en nuestro derredor son heridas y despojadas de la paz y del gozo que debieran tener como herencia en Cristo. Tensiones, inseguridad, ansiedad, desviaciones morales, infelicidad matrimonial y problemas de adolescentes caracterizan a nuestra sociedad. Pero desgraciadamente, muchos pastores son como el sacerdote y levita de la parábola. Están tan ocupados en sus tareas eclesiásticas, que no atienden a los que son heridos por problemas abrumadores.

Algunos pastores no aconsejan a sus miembros por varias razones. James Hamilton, escritor evangélico, nota que algunos pastores estiman que «si los feligreses tuvieran una experiencia adecuada, el consejero no sería necesario …» Piensan que los problemas de sus miembros pueden ser solucionados si oran. Sin embargo, muchos creyentes «cuyo arrepentimiento es real, cuya consagración es definitiva y cuyo servicio y testimonio son indubitables», todavía necesitan tomar decisiones apoyados por un consejero.

Algunos predicadores desconfían de sí mismos en este ministerio. No se sienten aptos, seguros para asesorar. Tienen miedo de meterse en la relación íntima de aconsejar, o temen «las crudas realidades de la vida», que posiblemente descubran así, y por eso titubean en abocarse a la tarea de aconsejar de manera formal. Se encuentran también ministros evangélicos que no ven la importancia de visitar y de aconsejar. Piensan que con solo predicar, se cumple su ministerio.

El verdadero pastor se encuentra donde están las ovejas. Se compadece de sus debilidades, las ama de corazón, las consuela y las sana. Vive cerca de sus feligreses y piensa con la mente de ellos, ve con los ojos de ellos, siente con el corazón de ellos, sufre las congojas de ellos, sobrelleva las cargas de ellos, y así cumple la ley de Cristo.

El pastor tiene un lugar importantísimo en la vida de su congregación. Desempeña un papel único en las ocasiones significantes, tales como el nacimiento, la conversión, el enlace matrimonial, la enfermedad y la muerte. Es natural que sus miembros acudan a él cuando los hijos causan problemas. El pastor tiene la gran responsabilidad de aconsejar bien; de otro modo habrá consecuencias funestas. El asesorar no es fácil, es agotador, consume tiempo, y a veces no logra los resultados apetecidos. Pero vale la pena cumplir este ministerio tan necesario para el bien de los demás. Todo esto debemos hacer en el nombre de aquel que «no vino para ser servido, sino para servir».

El asesorar también tiene un gran valor para el pastor. Conocer a sus miembros y sus problemas, le da la oportunidad de preparar sermones más comprensibles, prácticos y profundos. Los miembros recibirán más ayuda de los mensajes para enfrentarse con sus problemas y se sentirán más cerca de su pastor. Se dijo acerca de un pastor que no quería involucrarse en la vida de sus miembros: «Durante la semana es invisible y el día domingo, incomprensible». Además de enriquecer el ministerio, el aconsejar proporciona muchas oportunidades de llevar a almas angustiadas a los pies de Cristo.

2. Los dos métodos principales para asesorar: Una forma de asesorar que los pastores han empleado a través de los siglos se denomina la técnica directiva. En esta técnica el papel del pastor es semejante al del médico. El miembro describe su problema y el pastor formula preguntas, reúne información, hace el diagnóstico y le ofrece el remedio. La única responsabilidad del asesorado es cooperar con el pastor y llevar a cabo su consejo.

Aunque este método a veces da buenos resultados, presenta muchas debilidades y peligros. El pastor puede equivocarse en su diagnóstico y perder la oportunidad de ayudar al asesorado. En tal caso, el consejo seria más perjudicial que beneficioso. Este método priva al asesorado de la oportunidad de ver por sí mismo su problema y comprenderse a sí mismo. También puede quitarle al asesorado la oportunidad de sanarse emocionalmente. El proceso de asesorar no es simplemente un proceso intelectual, sino que involucra tanto la mente como las emociones. Muchos de los problemas no se encuentran en la mente sino en el área de las necesidades personales, de las relaciones emocionales que tienen que ver con la satisfacción de los deseos básicos y con las frustraciones que resultan cuando estos no se satisfacen. El método directivo no da lugar a la libre expresión de emociones, sentimientos y actitudes, pues la dirección que da el pastor tiende a inhibir a la persona, haciendo que las emociones se interioricen, en vez de permitir que el asesorado las desahogue. Finalmente, la persona que es aconsejada puede acostumbrarse a depender del pastor en vez de resolver sus propios problemas.

La técnica directiva puede presentar al pastor la tentación de satisfacer su propio «yo», la de posar como una autoridad que sabe todas las respuestas. Trataría al asesorado con condescendencia en vez de situarse en un plano de igualdad. Hamilton comenta acerca del método directivo:

  Muchos pastores encontrarán fácil, casi natural, participar en esta forma de consejería, debido a que la posición del ministro es vista por muchas personas como una figura de autoridad. Los pastores que están inseguros encontrarán un gran refugio en esta posición de autoridad. Les será más fácil hablar condescendientemente a sus feligreses que trabajar con ellos. Cuando un pastor habla así a su gente … quiere decir que en realidad no experimenta lo que ellos experimentan y no entienden completamente lo que ellos sienten.

Por regla general, no conviene usar la técnica directiva. Pero en la experiencia pastoral, a veces se hacen combinaciones de este método con el indirecto, especialmente después de comenzar con el no directivo y de encontrar el problema.

La segunda forma de asesorar se llama técnica no directiva. Es el método que ha desarrollado Sigmund Freud, el padre de la sicoterapia. Aunque tanto el creyente como la mayoría de los sicólogos modernos rechazan muchas de las ideas freudianas, el pastor puede emplear algunos conocimientos comprobados y la técnica de los sicólogos. La aplicación de la sicología, sin embargo, no ha de negar la realidad del pecado, ni la importancia de la responsabilidad personal, ni el papel de las Escrituras en el proceso de asesorar. Más bien, el pastor aprende del analista la importancia de escuchar, de comprender a la persona que tiene problemas, de sentir su angustia, de aceptarla tal como es, de apoyarla, de animarla, de disminuir su aislamiento y soledad, y de aliarse con ella en la lucha con su problema.

En la técnica no directiva, el asesorado es la figura central; habla libremente de su problema y de sus sentimientos. El asesor le escucha, reflexiona y responde. No es juez ni consejero con todas las respuestas. El asesorar es «una relación interpersonal en la cual dos personas se concentran en esclarecer los sentimientos y problemas de una, y se ponen de acuerdo en que eso es lo que tratan de hacer». El consejero ayuda al asesorado a comprenderse a sí mismo, a encontrar el problema, a ver las alternativas, a tomar su propia decisión, y a llevarla a cabo. No trata de manipular la entrevista haciendo preguntas directas, ofreciendo interpretaciones y respuestas de cliché, e imponiéndole sus soluciones. Más bien, ayuda al asesorado a ayudarse a sí mismo.

La técnica puramente no directiva puede tener algunas desventajas. A veces, el consejero se mantiene demasiado pasivo y no le proporciona al asesorado las reflexiones, información, sugerencias y alternativas necesarias para que este pueda llegar a decisiones razonadas y basadas en la verdad bíblica. También esta técnica puede «ocupar mucho tiempo en el laborioso proceso de conducir … a un consultante, para llegar a conocer su problema y pensar en las alternativas que tiene». No todos los pastores cuentan con suficiente tiempo para usar este método.

Sin embargo, la técnica no directiva, cuando es modificada y adaptada para el uso del pastor-consejero, presenta mayores posibilidades de ayudar profunda y permanentemente al asesorado, en muchos de los casos. Hay otras técnicas, además de las dos que hemos considerado, y la elección de la técnica debe depender de la clase de problema o dificultad con que se trate. Consideraremos más adelante algunas otras técnicas.

3. Épocas de crisis en la vida: Hay cuatro etapas en que los cambios físicos y sociales producen, por regla general, tensión extraordinaria. Son: la adolescencia, la maternidad, la menopausia y la vejez.  Conviene que el pastor comprenda lo difícil y complejo de estas etapas a fin de que sirva como orientador en las épocas de crisis y pueda prepararse a sí mismo para enfrentar problemas en su propio hogar.

Son conocidos los problemas físicos y emocionales del período de la maternidad. Pero el ministro del evangelio debe tenerlo presente si quiere comprender a su esposa y a las otras damas de la congregación.

Entre los cuarenta y cincuenta años de edad, la mayoría de las mujeres experimentan la menopausia o «cambio de vida». Esta implica un atraso en el ciclo menstrual, hasta que finalmente este cesa, con lo cual termina la capacidad reproductiva de la mujer. Para muchas mujeres es una época de tensión emocional y de trastornos físicos. «Los síntomas más comunes son: tensión nerviosa, irritabilidad, depresión, insomnio, ira, transpiración repentina, desvanecimientos, dolores de cabeza, picazón y un hormigueo de la piel». Algunos de estos síntomas resultan de los cambios biológicos, pero hay otros factores sicológicos, relacionados con la edad madura. Debido al hecho de que muchas mujeres ponen énfasis en su atracción física, la merma de su belleza hace que muchas veces disminuya su autoestima. También a esta altura, los hijos, por regla general, han dejado el hogar y la mujer pierde su papel de madre. No se siente tan necesaria como antes. El consejero debe mostrar paciencia con las mujeres que atraviesan por esta crisis.

Muchos olvidan que al hombre, también, puede presentársele una crisis entre los cuarenta y los sesenta años. Disminuyen sus capacidades físicas. Algunos hombres se preocupan por su pérdida de virilidad, y buscan aventuras románticas para convencerse de que aún atraen al sexo bello. Es una edad en la que muchos caen ante tentaciones sexuales. El rey David ilustra muy bien el caso. Otros reconocen que ya no son tan atractivos ni tan fuertes como antes, y se ajustan a su condición. Algunos ceden a la tentación de caer en periodos de desilusión y depresión. La pérdida de su capacidad reproductora generalmente se produce entre los sesenta y los ochenta años de edad, y es mucho más lenta que la menopausia femenina. La mayoría de los hombres no experimentan síntomas físicos ni sicológicos en esta etapa, pero parece que algunos, al igual que las mujeres, experimentan «nerviosismo, ira y desvanecimientos».

La ancianidad también puede presentar una crisis en la vida. Floyd Woodworth comenta:

  Tenemos que ponemos en el lugar de los ancianos y tratar de sentir nosotros mismos lo que significa estar en el ocaso de la vida, cuando ya los seres queridos no dependen de uno como antes. Las fuerzas físicas se van. Muchos son los achaques que lo afligen. En el caso del ministro anciano, los hermanos van a buscar la orientación y dirección de personas más jóvenes y lo abandonan al olvido. La tentación es de dejarse caer en la melancolía, quejarse, refunfuñar, irritarse. Bendito el ministro que puede inspirar a los ancianos a mantenerse alerta, a mantener actitudes positivas, a seguir en actividades creadoras.

https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html