domingo, 29 de septiembre de 2013

El estudio de la Biblia con Provecho: La interpretación privada

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Estudio personal de la Biblia e interpretación privada

Se da por sentado, tácitamente, que en cada hogar de los Estados Unidos hay una Biblia. La Biblia sigue siendo el éxito de librería perenne del país. Puede que muchas de ellas sirvan meramente como decoración o como un lugar conveniente para guardar fotos y disecar flores, y también para exhibirse en un lugar prominente cuando el pastor nos viene a visitar. Debido a la facilidad de acceso a la Biblia, nos resulta fácil olvidar el precio pavoroso que fue pagado por el privilegio de poseer una escrita en nuestra propia lengua, la cual podemos interpretar por nosotros mismos.

Martín Lutero y la interpretación privada

Dos de los grandes legados de la Reforma fueron el principio de la interpretación privada y la traducción de la Biblia a la lengua vernácula. Los dos principios van de la mano y fueron logrados solamente tras mucha controversia y persecución. Infinidad de personas pagaron con su vida quemados en hoguera (principalmente en Inglaterra) por atreverse a traducir la Biblia al idioma vernáculo. Uno de los mayores logros de Lutero fue la traducción de la Biblia al alemán con el fin de que cualquier persona letrada pudiera leerla por sí misma.

Fue el mismo Lutero quien en el siglo XVI enfocó nítidamente la cuestión de la interpretación privada de la Biblia. Oculto bajo la famosa respuesta del reformador a las autoridades eclesiásticas e imperiales en la Dieta de Worms se hallaba el principio implícito de la interpretación privada.
Cuando se le pidió que se retractara de sus escritos, Lutero contestó: “A no ser que yo este convencido por la Sagrada Escritura o por razón evidente, no puedo retractarme, pues mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios, y el actuar contra la conciencia no es ni correcto ni seguro. Esta es mi posición, no puedo tomar ninguna otra, así Dios me ayude”. Note que Lutero dijo: “A no ser que yo esté convencido …” En debates anteriores en Leipzig y Augsburgo, Lutero se había atrevido a interpretar la Escritura en forma contraria a las interpretaciones rendidas por los papas y por los concilios de iglesia. El hecho de que fuese tan atrevido le ganó la repetida acusación de arrogante por los miembros del clero. Lutero no tomó esos cargos a la ligera sino que agonizaba sobre ellos. El creía que podía estar equivocado pero insistía en que el papa y los concilios también podían errar. Para él solamente una fuente de verdad estaba libre de error. Dijo: “Las Escrituras jamás se equivocan”. Por tanto, a menos que las figuras de la iglesia pudieran convencerlo de su error, él se sentía moralmente obligado a seguir adelante con lo que su conciencia sabía que la Escritura enseñaba. Con esta controversia nació, bautizado con fuego, el principio de la interpretación privada.
Tras la valiente declaración de Lutero y su subsiguiente trabajo de traducir la Biblia al alemán en Wartburg, la Iglesia Católica Romana no permaneció inactiva. Movilizó sus fuerzas en una contraofensiva de tres puntas conocida como la Contrarreforma. Una de las púas más afiladas del contraataque fueron las acusaciones contra el protestantismo formuladas por el Concilio de Trento. El concilio discutió muchas de las cuestiones suscitadas por Lutero y otros reformadores. Entre ellas se encontraba la de la interpretación privada. Dijo el concilio:

  Para controlar los espíritus desenfrenados [el concilio] decreta que nadie, basándose en su propio juicio, podrá en asuntos de fe y moral referentes a la edificación de la doctrina cristiana, trastornando las Sagradas Escrituras de acuerdo con sus propios conceptos, presumir de interpretarlas contrariamente al sentido que la santa madre iglesia, a quien pertenece el derecho de juzgar por su sentido e interpretación verdaderos, ha mantenido o mantiene, o incluso en contra de la enseñanza unánime de los padres, a pesar de que tales interpretaciones en ningún momento deberán ser publicadas.

¿Capta usted el sabor de esta proclama? La declaración dice, entre otras cosas, que es la responsabilidad del departamento de enseñanza de la Iglesia Católica Romana el interpretar las Escrituras y declarar su significado. Este no deberá ser un asunto de juicio u opinión privada. Esta declaración de Trento fue claramente concebida para responder al principio de la Reforma de la interpretación privada.

Sin embargo, si examinamos detenidamente esta declaración, podemos ver que contiene un malentendido muy serio en cuanto al principio reformador. ¿Promovieron los reformadores la noción de desenfreno? ¿Significa la interpretación privada de la Biblia que un individuo tiene el derecho de interpretar la Escritura en una forma antojadiza, caprichosa, sin ninguna restricción? ¿Debe el individuo tomar en serio las interpretaciones de otros, tales como los que se especializan en enseñar las Escrituras? Las respuestas a estos interrogantes son obvias. Los reformadores también se preocupaban por las formas y los medios de controlar la anarquía mental. (Esta es una de las razones por las que trabajaron tan arduamente para delinear los principios sólidos de la interpretación bíblica como un dique a la interpretación extravagante.) Pero la forma en que ellos buscaban el control del pensamiento anárquico no era la de declarar que las enseñanzas de los maestros de la iglesia eran infalibles.

Quizás el término más crucial que aparece en la declaración de Trento sea la palabra trastornar. Trento dice que nadie tiene el derecho particular de trastornar las Escrituras. Con ello los reformadores estaban completamente de acuerdo. La interpretación privada jamás significó que los individuos tenían derecho a trastornar las Escrituras. Con el derecho a la interpretación privada viene la sobria responsabilidad de la interpretación exacta. La interpretación privada da licencia para interpretar, pero no para trastornar.

Cuando volvemos la vista al período de la Reforma y vemos la respuesta brutal de la Inquisición y la persecución de aquellos que tradujeron las Escrituras a la lengua vernácula para hacerlas accesibles a los laicos, nos horrorizamos. Nos preguntamos cómo los príncipes de la Iglesia Católica Romana podían ser tan corruptos como para torturar a las personas por leer la Biblia. Nos deja perplejos inclusive el hecho de leer tales cosas. Sin embargo, lo que con frecuencia pasamos por alto en este reflejo histórico es que había muchas personas bien intencionadas que se hallaban involucradas en aquello. Roma estaba convencida de que, si se ponía la Biblia en las manos de un laico sin preparación y se le permitía interpretar el Libro, surgirían distorsiones grotescas que llevarían a las ovejas a la deriva, probablemente al tormento eterno. Por tanto, para proteger a las ovejas de embarcarse en un curso de autodestrucción segura, la iglesia recurrió al castigo corporal, aun al punto de la ejecución.

Lutero estaba enterado de los peligros de tal movimiento, pero estaba convencido de la claridad de la Escritura. Por lo tanto, aunque los peligros de la distorsión fuesen grandes, él pensó que el beneficio de exponer a las multitudes a un mensaje básicamente claro del evangelio podría aportar más a la salvación eterna que a la ruina eterna. El estaba inclinado a asumir el riesgo de girar la válvula que podría abrir la “compuerta de iniquidad”.

La interpretación privada dio acceso a la Biblia a los laicos, pero no terminó con el principio del clero educado. Retrocediendo a los días bíblicos, los reformadores reconocieron que en la práctica y las enseñanzas del Antiguo y del Nuevo Testamento había un lugar significativo para el rabí, el escriba, y el ministerio de la enseñanza. El hecho de que los maestros deberían ser conocedores de lenguas, costumbres, historia, y análisis literario antiguos, es aún un factor importante en la iglesia cristiana. La doctrina famosa de Lutero acerca del “sacerdocio de todos los creyentes” ha sido con frecuencia mal interpretada. No significa que no haya distinción entre el clero y el laicado. La doctrina simplemente afirma que cada individuo cristiano tiene un papel que desempeñar y una función que mantener en el ministerio total de la iglesia. Todos, en cierto sentido, somos llamados a ser “Cristo para nuestro prójimo”. Pero esto no significa que la iglesia no tenga supervisores o maestros.

Mucha gente ha llegado a desencantarse con la iglesia organizada en nuestra cultura actual. Algunos se han ido en dirección a la anarquía eclesiástica. De la revolución cultural de los años 1960 con el advenimiento del movimiento de Jesús y la iglesia subterránea vino el clamor de la juventud: “No necesito acudir a ningún pastor; no creo en una iglesia organizada o un gobierno estructurado del cuerpo de Cristo”. En manos de estas personas el principio de la interpretación privada podría ser una licencia para el subjetivismo radical.

Objetividad y subjetividad

El gran peligro de la interpretación privada es el peligro claro y presente del subjetivismo en la interpretación bíblica. El peligro está más extendido de lo que aparenta a primera vista. Yo lo veo manifestado muy sutilmente en el curso de la discusión y debate teológico.

Recientemente participé en un jurado con eruditos de la Biblia. Discutimos los pros y contras de cierto pasaje en el Nuevo Testamento cuyo significado y aplicación eran debatibles. Uno de los eruditos del Nuevo Testamento, en su declaración de apertura dijo: “Yo pienso que deberíamos ser abiertos y honestos en cuanto a la manera de abordar el Nuevo Testamento. En el análisis final leemos lo que queremos leer, y eso está bien”. Yo no podía creer lo que oía. Quedé tan aturdido, que no lo contradije. Mi estado de shock se mezclaba con una sensación de inutilidad ante la posibilidad de un intercambio significativo de ideas. Es raro que un erudito exponga sus prejuicios tan abiertamente y en público. Todos podemos luchar contra la tendencia pecaminosa de leer en la Escritura lo que quisiéramos encontrar, pero espero que no lo hagamos siempre. Confío en que haya medios disponibles para que controlemos esa tendencia.

Esta fácil aceptación del espíritu subjetivista en la interpretación bíblica prevalece igualmente a nivel popular. En muchas ocasiones, después de discutir el significado de cierto pasaje, la gente contradice mis declaraciones simplemente diciéndome: “Esa es su opinión”. ¿Qué puede significar tal comentario? Primero, es perfectamente obvio a todos los presentes que una interpretación que yo ofrezca como mía propia es mi opinión. Yo soy el que acaba de dar la opinión. Pero no creo que eso sea lo que la persona tiene en mente.

Un segundo significado es el de un rechazo implícito, que señala culpa por falacia de asociación. Señalando que la opinión ofrecida es mía, la persona siente quizás que eso es todo lo necesario para refutarla, ya que todos conocen la conjetura tácita: cualquier opinión que salga de la boca de R. C. Sproul debe ser errónea porque él jamás ha tenido, y nunca podría tener, la razón. Por hostiles que sean las personas en cuanto a mis opiniones, dudo que eso sea lo que intentan decir cuando afirman: “Esa es su opinión”.

Creo que una tercera alternativa es la que casi todos intentan decir: “Esa es tu interpretación y está bien para ti. No estoy de acuerdo, pero mi interpretación es igualmente válida. Aunque nuestras interpretaciones se contradigan, las dos pueden ser verdad. Lo que tú quieras es verdad para ti y lo que yo quiera es verdad para mí”. Esto es subjetivismo.

Subjetivismo y subjetividad no son la misma cosa. Decir que la verdad contiene un elemento subjetivo es una cosa; decir que es totalmente subjetiva es otra cosa bastante diferente. Para que la verdad o la mentira tengan algún significado en mi vida me deben implicar en alguna forma. El comentario “Está lloviendo en Georgia” puede ser verdad objetivamente, pero no me afecta. Se me podía convencer de que sí me afecta si, por ejemplo, se pudiera demostrar que junto con la lluvia hubiera un granizo severo que destruyera las cosechas de melocotones en las que invertí mi dinero. Entonces es cuando el comentario adquiere una importancia subjetiva para mí. Cuando la verdad de un asunto me toca, ese es un asunto subjetivo. La aplicación de un texto bíblico a mi vida puede traer consigo fuertes alusiones subjetivas. Pero eso no es a lo que nos referimos con subjetivismo. El subjetivismo ocurre cuando trastornamos el significado objetivo de los términos para adaptarlo a nuestros propios intereses. El decir “Está lloviendo en Georgia” puede no tener ninguna importancia en mi vida si estoy en Pennsylvania, pero las palabras siguen siendo significativas. Es importante para las personas que viven en Georgia, así como para las plantas y los animales.

El subjetivismo ocurre cuando la verdad de una declaración no se extiende meramente ni se aplica al sujeto sino cuando se determina absolutamente por dicho sujeto. Si debemos evitar la distorsión de la Escritura, deberemos evitar el subjetivismo desde el principio.

Al buscar un entendimiento objetivo de la Escritura no estamos reduciendo esta a algo frío, abstracto, y sin vida. Lo que estamos haciendo es tratar de entender lo que la Palabra dice en su contexto antes de llegar a la tarea igualmente necesaria de aplicárnosla. Un comentario en particular puede tener numerosas y posibles aplicaciones personales, pero solamente puede tener un significado correcto. Las interpretaciones opcionales que se contradigan y sean obviamente exclusivas no pueden ser verdad a no ser que Dios esté mintiendo. Más adelante trataremos detenidamente este asunto de la contradicción y el significado singular de algunas declaraciones bíblicas. Por ahora, sin embargo, nos interesa fijarnos metas de sólida interpretación bíblica. La primera de estas metas es llegar al significado objetivo de la Escritura y evitar las trampas de la distorsión causadas por permitir que las interpretaciones sean gobernadas por el subjetivismo.

Los eruditos de la Biblia hacen una diferencia necesaria entre lo que ellos llaman la exégesis y eiségesis. Exégesis significa explicar lo que la Escritura dice. La palabra viene del griego y significa “guiar fuera de”. La clave de la exégesis se encuentra en el prefijo “ex” el cual significa “de” o “fuera de”. Hacer exégesis de la Escritura es extraerle a las palabras su significado, ni más ni menos. Por otra parte, eiségesis tiene la misma raíz pero el prefijo es diferente. El prefijo “eis” también viene del griego y significa “adentro”. Por lo tanto eiségesis implica leer dentro de un texto algo que no está allí. La exégesis es una empresa objetiva. La eiségesis implica un ejercicio de subjetivismo.
Todos tenemos que luchar con el problema del subjetivismo. La Biblia frecuentemente dice cosas que no queremos oír. Podemos ponernos tapones en los oídos y vendas en los ojos. Es más fácil y mucho menos doloroso criticar la Biblia que permitir que la Biblia nos critique a nosotros. Con razón Jesús frecuentemente concluía sus palabras diciendo: “El que tiene oídos para oír, oiga” (v.g., Lc. 8:8; 14:35).

El subjetivismo no solamente produce error y distorsión sino que también engendra arrogancia. Creer lo que creo simplemente porque lo creo o discutir que mi opinión es la correcta meramente por ser mi opinión es el epítome de la arrogancia. Si mis puntos de vista no pueden pasar la prueba del análisis objetivo y de la verificación, la humildad me exige que los abandone. Pero el subjetivista tiene la arrogancia de mantener su posición sin base ni corroboración objetiva. El decirle a alguien: “Si te gusta creer lo que quieres creer, está bien; yo creeré lo que quiera creer”, aparenta ser humilde sólo en la superficie.

Los puntos de vista privados deben ser evaluados a la luz de la evidencia y la opinión externa, porque llegamos a la Biblia con exceso de equipaje. Nadie sobre la faz de esta tierra tiene un entendimiento puro de la Escritura. Todos tenemos algunos puntos de vista y mantenemos algunas ideas que no son de Dios. Tal vez si supiéramos exactamente cuáles de nuestros puntos de vista son contrarios a las ideas de Dios, los abandonaríamos. Pero el seleccionarlos es muy difícil. Por tanto, nuestros puntos de vista necesitan la tabla de armonía y el acero templado de la investigación y la experiencia de otras personas.

El papel del maestro

En las iglesias reformadas del siglo XVI se hizo una distinción entre dos clases de ancianos: ancianos que enseñaban y ancianos que gobernaban. Los ancianos que gobernaban eran llamados a administrar los asuntos de la congregación. Los maestros o pastores eran responsables primordialmente de la enseñanza y de equipar a los santos para el ministerio.

La última década ha sido una época extraordinaria de renovación de la iglesia en muchos lugares. Las organizaciones paraministeriales, tales como la Fe en Acción, han hecho mucho por restaurar el significado del laicado para la iglesia local. Las conferencias para la renovación de los laicos son ya comunes. El énfasis ya no recae tanto sobre los grandes predicadores sino en los grandes programas para y por laicos. Esta es la era no del gran predicador sino de la gran congregación.
Uno de los efectos más significativos del movimiento de renovación de laicos ha sido la práctica de grupos de estudio de la Biblia en los hogares. Aquí, en una atmósfera de convivio e informalidad, la gente que de otra manera no estaría interesada en la Biblia ha dado grandes pasos en su aprendizaje. La clave de la dinámica del grupo reducido recae básicamente sobre el laico. Los laicos se enseñan unos a otros o combinan sus propias ideas en estos estudios bíblicos. Estos grupos han tenido un éxito considerable en renovar la iglesia. Y será aun más así a medida que las personas adquieran más y más habilidad en el entendimiento e interpretación de la Biblia. Es formidable que las personas empiecen a abrir la Biblia y a estudiarla juntas. Pero también es algo excesivamente peligroso. El aunar los conocimientos edifica la iglesia; el aunar la ignorancia es destructivo y puede manifestar el problema del tuerto guiando a los ciegos.

Aunque los grupos reducidos y los estudios bíblicos en los hogares pueden resultar muy efectivos para promover la renovación de la iglesia y la transformación de la sociedad, tarde o temprano las personas deberán recibir una enseñanza educada. Estoy convencido de que ahora, al igual que siempre, la iglesia necesita un clero culto. El estudio privado y la interpretación deben estar en equilibrio a través de la sabiduría colectiva de los maestros. Por favor no me interpreten mal. No estoy diciendo que la iglesia deba regresar a la situación de la pre-Reforma, cuando el clero tenía la Biblia en cautiverio. Me regocijo de que las personas estén empezando a estudiar la Biblia por sí mismas y de que la sangre de los mártires protestantes no se haya derramado en vano. A lo que me refiero es a que es sabio que los laicos involucrados en el estudio de la Biblia lo hagan bajo la autoridad de sus pastores o profesores. Es Cristo mismo quien se lo ha ordenado a su iglesia para así dar a algunos el don de la enseñanza. Ese don y ese puesto deben ser respetados si Cristo va a ser honrado por los siglos.

Es importante que los maestros tengan una preparación adecuada. Es cierto que ocasionalmente aparecen algunos maestros que, aunque sin instrucción ni entrenamiento, poseen no obstante una extraña visión intuitiva acerca de la Escritura. Pero estos se encuentran muy de tarde en tarde. Más bien, el problema es de individuos que se autodenominan maestros y que simplemente no están calificados para enseñar. Un buen maestro debe tener una base de conocimiento y la preparación necesaria para desentrañar porciones difíciles de la Escritura. En esto la necesidad del dominio del lenguaje, la historia, y teología es de importancia crítica.

Si examinamos la historia del pueblo judío en el Antiguo Testamento, vemos que una de las amenazas más severas y constantes a Israel era la del falso profeta o falso maestro. Con más frecuencia que a manos de los filisteos o asirios, Israel cayó en el poder seductivo del maestro mentiroso.

El Nuevo Testamento da nota del mismo problema en la iglesia primitiva. El falso profeta era como el pastor mercenario que estaba más interesado en sus propios intereses que en el bienestar de sus ovejas. No le importaba engañar a la gente y conducirla al error o a la maldad. No todos los falsos profetas hablan falsedad con fines malévolos; muchos lo hacen por ignorancia. Debemos huir tanto de los maliciosos como de los ignorantes.

Por otra parte, una de las mayores bendiciones para Israel vino cuando Dios mandó profetas y maestros que les enseñaran su propia forma de pensar. Oíd la solemne advertencia que Dios le da a Jeremías:

  Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: soñé, soñé, ¿hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal? El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? Dice Jehová ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: él ha dicho. He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová. (Je. 23:25–32)

Con palabras de juicio como estas no es sorprendente que el Nuevo Testamento advierta: “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Sg. 3:1). Necesitamos maestros que tengan un conocimiento sólido y corazones que no estén contra la Palabra de Dios.

El estudio privado de la Biblia es un medio importante de gracia para el cristiano. Es un privilegio y un deber para todos nosotros. En su gracia y su bondad hacia nosotros, Dios nos ha provisto no solamente de maestros dotados en su iglesia para asistirnos sino que su propio Espíritu Santo ilumina su Palabra y nos ayuda a encontrar su aplicación a nuestras vidas. A la enseñanza sólida y al estudio diligente, Dios añade bendición.

La Revelación de Dios: La Biblia y su estudio con provecho

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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La Biblia como revelación

Uno de los más importantes beneficios que nos da la Biblia es el de proporcionarnos información que no se encuentra en ninguna otra parte. Nuestras universidades nos ofrecen riqueza de conocimientos adquiridos por investigación humana del mundo natural. Aprendemos por observación, análisis, y especulación abstracta. Comparamos y contrastamos variedad de opiniones de doctos notables. Pero con todas las habilidades del conocimiento que tenemos a nuestra disposición en este mundo, no hay quien nos pueda hablar por medio de una perspectiva trascendental, nadie que pueda razonar con nosotros, como dicen los filósofos, sub specie aeternitatis.

Sólo Dios puede proporcionarnos una perspectiva eterna y hablar con nosotros con autoridad absoluta y terminante. Las ventajas que ofrece la Escritura consisten en proveernos de conocimientos no accesibles por ninguna otra fuente. Claro que la Escritura nos habla de asuntos que pueden aprenderse por otros medios. No dependemos enteramente del Nuevo Testamento para saber quién fue Augusto César o la distancia que hay entre Jerusalén y Betania. Pero el mejor geógrafo del mundo no nos puede enseñar el camino a Dios ni el mejor psiquiatra del mundo nos podrá dar una respuesta concluyente al problema de nuestra culpabilidad. Hay asuntos en la Sagrada Escritura que descubren lo que no está expuesto al curso natural de la investigación humana.

Aunque se puede aprender mucho de Dios por medio de un estudio de la naturaleza, es la revelación de él mismo en la Escritura la más completa y valiosa para nosotros. Existe una analogía entre cómo llegamos a conocer a las personas en este mundo y cómo nos relacionamos con Dios. Si queremos saber algo acerca de una persona hay muchas maneras de conseguirlo. Podríamos escribir a agencias oficiales indagando si tienen alguna ficha suya. Podríamos solicitar una copia de sus calificaciones en la escuela o la Universidad. Con estos documentos podríamos descubrir su biografía básica, registro médico, logros académicos y atléticos. Luego podríamos entrevistar a sus amigos para obtener una evaluación más personal. Pero todos estos métodos son indirectos y muchas de las cualidades intangibles de la persona quedarán fuera de nuestro escrutinio. Todos estos métodos no son más que fuentes secundarias de información.

Si deseamos obtener un conocimiento más exacto del individuo necesitamos conocerlo personalmente, observar su aspecto exterior, ver cómo se desenvuelve, qué modos emplea. Hasta quizás podríamos colegir cómo siente, cómo piensa, lo que valora y lo que le disgusta. Pero si deseamos llegar a conocerlo íntimamente tendremos que entrar en algún tipo de comunicación verbal con él. Nadie puede expresar con mayor claridad o exactitud lo que cree, siente, o piensa que la persona misma. A menos que el sujeto en cuestión escoja revelar esas cosas verbalmente, nuestro conocimiento estará limitado a la adivinación y la especulación. Sólo las palabras nos iluminarán.

Asimismo, cuando hablamos acerca del concepto de la revelación nos estamos refiriendo al principio básico de la autorrevelación. Las Escrituras nos llegan como autorrevelación divina. Aquí la mente de Dios se muestra descubierta en muchas cuestiones. Con un conocimiento de la Escritura no necesitamos depender de información de segunda mano o mera especulación para aprender quién es Dios y lo que Él valora. En la Biblia Dios se revela a sí mismo.

Teoría y práctica


Como el cristiano que rehúye la teología, hay aquellos que desdeñan cualquier tipo de búsqueda de conocimiento teórico de Dios, insistiendo más bien en ser “prácticos”. El espíritu de los EE.UU. ha sido definido como el espíritu del pragmatismo. Este espíritu en ningún lugar se manifiesta tan claramente como en el campo de la política o en el sistema de escuelas públicas. Este último ha sido informado por los principios y métodos de educación establecidos por John Dewey.
El pragmatismo puede ser definido simplemente como la aproximación a la realidad que toma la verdad como “lo que da resultado”. El pragmatismo se preocupa por los resultados, y los resultados determinan la verdad. El problema con este tipo de pensamiento, si se priva de ser informado acerca de la perspectiva eterna, es que los resultados tienden a ser juzgados en términos de metas a corto plazo.

Este dilema lo experimenté al matricular a mi hija en el sistema de escuela pública en el kindergarten. La niña asistió a una escuela muy progresiva fuera de Boston. Después de unas semanas recibimos una notificación de la escuela anunciando que el director sostendría una reunión abierta con los padres con el fin de explicar el programa y los procedimientos empleados. En la reunión el director explicó cuidadosamente el programa diario. Dijo: “No se alarmen si su hijo llega a casa y les dice que estuvo armando rompecabezas o jugando con arcilla plástica. Puedo asegurarles que todo en la rutina diaria se hace con un propósito. De 9:00 a 9:17 A.M. los niños juegan con rompecabezas que han sido cuidadosamente diseñados por expertos ortopedistas para desarrollar los músculos motores de los últimos tres dedos de la mano izquierda”. Siguió explicando cómo cada minuto del niño estaba planeado con hábil precisión para asegurar que cada cosa fuese hecha con un propósito. Quedé muy impresionado.

Al final de su presentación, el director nos invitó a hacer preguntas. Yo alcé mi mano y dije: “Estoy profundamente impresionado por la cuidadosa planificación que se ha llevado a cabo en este programa. Puedo ver que cada cosa se efectúa con un propósito en mente. Mi pregunta es: ¿Cómo decide usted qué “propósito” emplear? ¿Qué tipo de propósito final se usa para decidir los propósitos individuales? ¿Cuál es el propósito general de sus propósitos? En otras palabras, ¿qué clase de niño está usted tratando de producir?”

El hombre se puso blanco y después rojo y en términos vacilantes contestó: “No lo sé; nadie me había hecho esa pregunta”. Le agradecí el candor de su respuesta y la humildad genuina que demostró, pero al mismo tiempo, su respuesta me aterró. ¿Cómo podemos tener propósitos sin un propósito? ¿Dónde podemos acudir para descubrir la prueba máxima de nuestro pragmatismo? Aquí es donde la revelación trascendental es más crítica a nuestras vidas. Aquí es donde el contenido de la Escritura es más relevante para nuestra práctica. Sólo Dios nos puede dar la evaluación final de la sabiduría y valorar nuestras prácticas.

La persona que desdeña la teoría y se llama práctica no es sabia. Quien se preocupe por sí mismo solamente con metas a corto plazo puede tener serios problemas cuando se trate de metas a largo plazo o la eternidad. Debo añadir también que no puede haber práctica sin alguna teoría en el fondo. Hacemos lo que hacemos porque tenemos una teoría en cuanto al mérito de hacerlo. Nada revela más elocuentemente nuestras más profundas teorías que nuestra práctica. Puede que nunca pensemos seriamente acerca de nuestras teorías ni las pongamos en tela de juicio, pero todos las tenemos. Como en el caso del cristiano que quiere a Cristo sin la teología, la persona que quiere la práctica sin la teoría generalmente termina con malas teorías que llevan a una mala práctica.

Como que las teorías que se hallan en la Escritura proceden de Dios, la Biblia es eminentemente práctica. Nada podría ser más práctico que la Palabra de Dios pues procede de una teoría que se establece de la perspectiva eterna. La debilidad fatal del pragmatismo sucumbe ante la revelación.

El cristiano sensual

Frecuentemente me he visto tentado a escribir un libro titulado El cristiano sensual. La mujer sensual, El hombre sensual, La pareja sensual. La divorciada sensual … al punto de saturación, todos han sido éxitos de librería. ¿Por qué no El cristiano sensuall?

¿Qué es un cristiano sensual? Un diccionario define sensual como “perteneciente a los sentidos u objetos sensibles: altamente susceptible por los sentidos”. El cristiano sensual es el que vive por los sentimientos más que por su entendimiento de la Palabra de Dios. El cristiano sensual no puede ser movido al servicio, la oración, o el estudio a no ser que él “tenga ganas”. Su vida cristiana es solamente tan efectiva como la intensidad de los sentimientos en ese momento. Cuando experimenta la euforia espiritual, es un remolino de actividad divina; cuando está deprimido, es un incompetente espiritual. Constantemente busca experiencias nuevas y frescas y las utiliza para determinar la Palabra de Dios. Sus “sentimientos internos” se convierten en la máxima prueba de la verdad.

El cristiano sensual no necesita estudiar la Palabra de Dios porque él ya conoce la voluntad de Dios a través de sus sentimientos. Él no quiere conocer a Dios: quiere experimentarlo. El cristiano sensual iguala “la fe de un niño” con la ignorancia. Él piensa que cuando la Biblia nos llama a tener la fe de un niño se refiere a una fe sin contenido, una fe sin entendimiento. Él no sabe que la Biblia dice: “Sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20). No se da cuenta de que Pablo nos dice una y otra vez: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio” (véase, por ejemplo, Ro. 11:25).

El cristiano sensual va alegre por su camino hasta que se encuentra con el dolor de la vida, que no es tan alegre, y se desploma. Por lo general termina por abrazarse a un tipo de “teología relacional” (la más terrible maldición de la cristiandad moderna) donde las relaciones personales y la experiencia toman precedencia sobre la Palabra de Dios. Si la Escritura nos demanda una acción que pueda poner en peligro una relación personal, entonces la Escritura debe ponerse en tela de juicio. La ley más elevada del cristiano sensual es la de que los sentimientos malos deben ser evitados a toda costa.

La Biblia está dirigida primordialmente, aunque no exclusivamente, a nuestro entendimiento. Eso, en cuanto a la mente. Esto resulta difícil de comunicar a los cristianos modernos que están viviendo en lo que podría ser el período más antiintelectual de la civilización occidental. Nótese, no dije antiacadémico ni antitecnológico ni antidocto. Dije antiintelectual. Hay una fuerte corriente de antipatía hacia la función de la mente en la vida cristiana.

En punto de hecho, existen razones históricas para esta clase de reacción. Muchos laicos han sufrido el resultado de lo que un teólogo ha definido como “la traición del intelectual”. Tanto escepticismo, cinismo, y crítica negativa han salido del mundo intelectual de los teólogos que los laicos han perdido su confianza en los proyectos intelectuales. En muchos casos se teme que la fe no pueda sostenerse bajo el escrutinio intelectual, por lo que la defensa se convierte en la denigración de la mente humana. Nos volvemos a los sentimientos en lugar de volvernos a nuestras mentes para establecer y preservar nuestra fe. Este es un problema muy serio al que nos enfrentamos en la iglesia del siglo xx.
El cristianismo es supremamente intelectual, aunque no intelectualista. O sea, la Escritura está dirigida al intelecto sin al mismo tiempo abrazar un espíritu de intelectualismo. La vida cristiana no debe ser una vida de meras conjeturas o racionalismo frío; debe ser una vida de pasión vibrante. Fuertes sentimientos de gozo, amor, y exaltación se manifiestan una y otra vez. Pero esos sentimientos pasionales son una respuesta a lo que con nuestras mentes entendemos que es verdad. Cuando leemos en la Escritura: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33), el bostezo no es una respuesta apropiada. Podemos sentirnos animados porque entendemos que Cristo ciertamente ha vencido al mundo. Eso estremece nuestras almas y nos hace bailar de contento. ¿Qué es más maravilloso que experimentar la dulzura de la presencia de Cristo o la cercanía del Espíritu Santo?
Dios no permitió que perdiésemos nuestra pasión o que pasáramos por el peregrinaje cristiano sin una experiencia de Cristo. ¿Qué sucede cuando hay un conflicto entre lo que Dios dice y lo que yo pienso? Debemos hacer lo que Dios dice, nos guste o no. Eso es de lo que trata el cristianismo.

Reflexione un momento. ¿Qué sucede en su propia vida cuando usted actúa según lo que tiene ganas de hacer y no según lo que sabe y comprende que se le está pidiendo que haga? Aquí nos enfrentamos a la cruel realidad de la diferencia entre la felicidad y el placer. ¡Cuan fácil es confundir las dos cosas! La búsqueda de la felicidad se considera nuestro “derecho inalienable”. Pero la felicidad y el placer no son la misma cosa. Los dos son agradables, pero sólo uno es duradero. El pecado puede traer placer, pero no la felicidad. Si el pecado no fuese tan placentero, apenas representaría una tentación. Pero, mientras que el pecado frecuentemente “es agradable”, no produce felicidad. Si no conocemos la diferencia o, peor aun, no nos importa la diferencia, habremos avanzado a grandes pasos para convertirnos en el máximo cristiano sensual.

Es precisamente en el punto de discernir la diferencia entre el placer y la felicidad en el que el conocimiento de la Escritura es tan vital. Existe una relación maravillosa entre la voluntad de Dios y la felicidad humana. El engaño fatal de Satanás es la mentira de que la obediencia jamás nos podrá proporcionar felicidad. Desde la tentación primordial de Adán y Eva a la seducción satánica de anoche, la mentira ha sido la misma. “Si haces lo que Dios ordena, no serás feliz. Si haces lo que yo digo, serás ‘liberado’ y conocerás la felicidad”.

¿Qué tendría que ser verdad para que el argumento de Satanás fuese cierto? Parecería que para que el argumento de Satanás fuese cierto, Dios tendría que ser una de estas tres cosas: ignorante, malévolo, o engañoso. Podría ser que la Palabra de Dios no funcione para nosotros porque procede de sus divinas equivocaciones.

Simplemente, Dios no sabe lo suficiente para decirnos lo que necesitamos hacer para obtener la felicidad. Probablemente desea nuestro bienestar, pero simplemente no sabe lo suficiente como para instruirnos adecuadamente. A Él le gustaría ayudarnos a salir adelante, pero las complejidades de la vida y las situaciones humanas sobrecogen su mente.

Tal vez Dios es infinitamente sabio y sabe lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos. Tal vez Él entiende las complejidades del hombre mejor que los filósofos, moralistas, políticos, maestros de escuela, pastores, y la Sociedad Psiquiátrica. Pero nos odia. Él conoce la verdad pero nos lleva por mal camino para Él seguir siendo el único ser feliz en el cosmos. Probablemente su ley es una expresión de su deseo de deleitarse alegremente en nuestra miseria. Por tanto, su malevolencia hacia nosotros lo lleva a adoptar el papel del Gran Impostor. ¡Disparates! Si eso fuese cierto, entonces la única conclusión a la que podríamos llegares que Dios es el diablo y el diablo es Dios, y las Sagradas Escrituras son en realidad el manual de Satanás.

¿Absurdo? ¿Inconcebible? Yo desearía que lo fuese. Literalmente en miles de estudios de pastores, la gente está siendo aconsejada a actuar en contra de la Escritura porque el pastor quiere que sean felices. “Sí, Sra. Pérez, vaya y divorcíese de su esposo a pesar de que no tiene usted la orden bíblica, ya que estoy seguro de que usted nunca encontrará la felicidad casada con un hombre como ese”.
Si hubiera algún secreto -un secreto cuidadosamente velado- para alcanzar la felicidad humana, sería aquel expresado en un catecismo del siglo que dice: El fin primordial del hombre es el de glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre”. El secreto de la felicidad se encuentra en la obediencia a Dios. ¿Cómo podemos ser felices si no somos obedientes? ¿Cómo podemos ser obedientes si no sabemos a qué obedecer? En resumen, la felicidad no puede ser completamente descubierta mientras permanezcamos ignorantes de la Palabra de Dios.

Dicho sea de paso, el conocimiento de la Palabra de Dios no garantiza que haremos lo que dice, pero cuando menos sabremos lo que deberíamos estar haciendo en nuestra búsqueda de realización como humanos. La cuestión de la fe no es tanto si debemos creer en Dios, como si realmente creemos al Dios en quien creemos.

Una cuestión de deber

¿Por qué debemos estudiar la Biblia? Hemos mencionado brevemente el valor práctico, la importancia ética, y el camino de la felicidad. Hemos visto algunos de los mitos que proponen las personas que no estudian la Biblia. Hemos discurrido algo acerca del espíritu de pragmatismo y el clima antiintelectual de nuestros días. Hay muchas facetas en la pregunta e innumerables razones por las que debemos estudiar la Biblia.

Yo podría tratar de convencerlos de estudiar la Biblia para su edificación personal. Podría tratar, mediante el arte de la persuasión, de estimular su búsqueda de la felicidad. Podría decir que el estudio de la Biblia probablemente sería la experiencia educacional más satisfactoria y ventajosa de toda su vida. Podría citar numerosas razones por las que saldría beneficiado de un estudio serio de la Escritura. Pero, en última instancia, la razón principal por la que debemos estudiar la Biblia es porque es nuestro deber.

Si la Biblia fuese el libro más aburrido, insípido, y menos interesante del mundo, y aparentemente irrelevante, aun así sería nuestro deber estudiarla. Si su estilo literario fuese torpe y confuso, el deber seguiría existiendo. Vivimos como seres humanos bajo una obligación por mandato divino de estudiar diligentemente la Palabra de Dios. Él es nuestro Soberano; es su Palabra y Él nos ordena que la estudiemos. Un deber no es una opción. Si aún no ha empezado a responder a esa orden, entonces necesita usted pedirle a Dios que lo perdone y tomar la resolución de llevar a cabo su deber desde este día en adelante.

¿Cómo Estudiar la Biblia con provecho? II: Estudia y aprovecha tu estudio

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La claridad de la Escritura

En el siglo XVI, los reformadores declararon su entera confianza en lo que denominaron la “perspicuidad” de la Escritura. A lo que se referían con ese término técnico era a la claridad de las Escrituras. Afirmaban que la Biblia era clara y lúcida. Es lo suficientemente sencilla para que cualquier persona letrada pueda entender su mensaje básico. Esto no significa que todas las partes de la Biblia sean igualmente claras o que no haya en ella pasajes o secciones difíciles. Los laicos sin preparación en cuanto a lenguas antiguas y los aspectos críticos de la exégesis pueden tener dificultad con algunas partes de la Escritura, pero el contenido esencial es lo suficientemente claro para ser entendido con facilidad. Lutero, por ejemplo, estaba convencido de que lo que era oscuro y difícil en una parte de la Escritura, se afirmaba con mayor claridad y sencillez en otras partes de la Escritura.
Algunas partes de la Biblia son tan claras y sencillas que resultan ofensivas a aquellos que sufren de arrogancia intelectual. Hace algunos años daba yo una conferencia en cuanto a cómo la muerte de Cristo en la cruz cumplía un motivo maligno del Antiguo Testamento. A mitad de mi conferencia un hombre de entre el público me interrumpió diciendo en alta voz: “Eso es primitivo y obsceno”. Le pedí que repitiera su observación para que todos los presentes tuvieran la oportunidad de oír su queja. Cuando lo hubo repetido, le dije: “Tiene usted toda la razón. A mí en particular me gusta su selección de palabras, primitivo y obsceno”.

La historia entera de la redención se comunica en términos primitivos desde el episodio del encuentro de Adán y Eva con la serpiente hasta la destrucción devastadora que Dios inflige a las carrozas de Egipto en el Éxodo y hasta el craso y brutal asesinato de Jesús de Nazaret. La Biblia revela a un Dios que oye los gemidos de toda su gente, desde el campesino hasta el filósofo, desde el lerdo al docto más refinado. Su mensaje es lo suficientemente sencillo como para que la más simple de sus criaturas caídas lo entienda. ¿Qué clase de Dios revelaría su amor y redención en términos tan técnicos y conceptos tan profundos que sólo la flor y nata de un grupo de eruditos profesionales pudiera entenderlos? Dios sí habla en términos primitivos porque se está dirigiendo a primitivos. Al mismo tiempo, hay bastante profundidad en la Escritura como para tener a los sabios más astutos y eruditos solícitamente ocupados en sus averiguaciones por el resto de sus vidas.

Si la palabra primitivo es la apropiada para describir el contenido de la Escritura, obsceno lo es aun más. Todas las obscenidades del pecado están registradas con lenguaje claro y directo en la Escritura. ¿Y qué hay más obsceno que la cruz? He aquí la obscenidad a escala cósmica. Sobre la cruz carga Cristo sobre sí los pecados más terribles de los hombres para poder redimir a esa humanidad inmerecedora.

Si usted ha sido uno de esos que se ha apegado a los mitos del aburrimiento o la dificultad, probablemente se deba a que usted le ha atribuido a la totalidad de la Escritura lo que ha encontrado en algunas de sus partes. Puede ser que algunos de los pasajes hayan sido particularmente difíciles y obscuros. Otros pasajes le podrán haber dejado con fundido y desconcertado. Tal vez esos debieran dejárseles a los eruditos para que los desenmarañen. Si usted encuentra difíciles y complicadas algunas porciones de la Escritura, ¿debe deducir que la totalidad de la Escritura es aburrida e insípida?

El cristianismo bíblico no es una religión esotérica. Su contenido no se oculta tras símbolos vagos que requieran de algún tipo de “ingenio” especial para captarse. No se requiere ninguna especial proeza intelectual ni algún don espiritual para entender el mensaje básico de la Escritura. En las religiones orientales, tal vez, el ingenio se limita a algún “gurú” remoto que habita en una choza en las alturas de las montañas. Puede ser que ese “guru” haya quedado pasmado por los dioses con algún misterio profundo del universo. Usted viaja para indagar y él le dice en un susurro leve que el significado de la vida es el “dar palmas con una sola mano”. Eso es esotérico. Es tan esotérico que ni aun el “gurú” lo entiende. No lo puede entender porque es absurdo. Lo absurdo muchas veces suena profundo porque no somos capaces de entenderlo. Cuando oímos cosas que no entendemos, a veces pensamos que sencillamente son demasiado profundas para captarse cuando de hecho son meras afirmaciones ininteligibles como “dar palmas con una sola mano”. La Biblia no habla así. La Biblia habla de Dios con patrones de lenguaje significativos. Algunos de esos patrones podrán ser más difíciles que otros, pero no llevan la intención de ser frases disparatadas que sólo un “gurú” pueda entender.

El problema de la motivación

Es importante observar que el tema de este libro no es cómo leer la Biblia sino cómo estudiar la Biblia. Hay mucha diferencia entre leer y estudiar. Leer es algo que puede hacerse pausadamente, estrictamente como pasatiempo, en una forma casual y desenvuelta. Pero el estudio sugiere labor, trabajo serio y diligente.

Por tanto, he aquí el verdadero problema de nuestra negligencia. Fallamos en nuestro deber de estudiar la Palabra de Dios, no tanto porque sea simple y aburrida sino porque es trabajo. Nuestro problema no es de falta de inteligencia o de pasión; nuestro problema es que somos perezosos.
Karl Barth, el famoso teólogo suizo, escribió en una ocasión que todo el pecado encuentra sus raíces en tres problemas humanos básicos. En su lista de pecados rudimentarios incluyó los pecados del orgullo (hubris), la falta de honestidad, y la pereza. Ninguna de estas maldades básicas queda erradicada instantáneamente por medio de la regeneración espiritual. Como cristianos debemos luchar contra estos problemas por medio de un completo peregrinaje. Ninguno de nosotros es inmune. Si vamos a tratar con la disciplina del estudio de la Biblia, debemos reconocer desde el principio que vamos a necesitar de la gracia de Dios para perseverar.

El problema de la pereza ha estado con nosotros desde la maldición de la caída. Ahora nuestro trabajo está mezclado con sudor. Crecen con más facilidad las malas hierbas que el pasto. Es más fácil leer el periódico que estudiar la Biblia. La maldición del trabajo no desaparece mágicamente por el hecho de que nuestra tarea sea la de estudiar la Escritura.

Frecuentemente doy charlas a grupos sobre el tema del estudio de la Biblia. Suelo preguntar al grupo cuántos de ellos han sido cristianos por un año o más. Después les pregunto cuántos de ellos han leído la Biblia de cubierta a cubierta. En cada ocasión, la abrumadora mayoría contesta negativamente. Me atrevería a decir que de aquellos que han sido cristianos por un año o más, cuando menos el ochenta por ciento nunca ha leído la Biblia entera. ¿Cómo es posible? Solamente una apelación a la caída radical de la raza humana podría empezar a contestar a esa pregunta.
Si usted ha leído toda la Biblia, usted forma parte de una minoría de cristianos. Si ha estudiado la Biblia, se encuentra usted en una minoría aún más reducida. ¿No es sorprendente que casi todas las personas estén listas para dar su opinión en cuanto a la Biblia, y sin embargo tan pocos la hayan estudiado? A veces parece que las únicas personas que dedican tiempo al estudio de la Biblia son aquellas con las hachas más afiladas para hacerla pedazos. Muchas personas la estudian con el fin de encontrar posibles escapatorias para poder esquivar el peso de su autoridad.

La ignorancia en cuanto a la Biblia de ninguna manera se limita a los laicos. Yo me he sentado en mesas de examen de algunas iglesias con la responsabilidad de preparar y examinar a seminaristas estudiando para su ministerio pastoral. El grado de ignorancia bíblica demostrado por muchos de estos estudiantes causa consternación. Los planes de estudio de los seminarios no han hecho gran cosa por aliviar el problema. Muchas iglesias ordenan hombres cada año que son virtualmente ignorantes acerca del contenido de la Escritura.

Quedé espantado cuando presenté un examen de conocimientos bíblicos para ser admitido al seminario teológico del cual me gradué. Cuando acabé el examen, me sentía avergonzado de entregar mi hoja. Había tomado varios cursos en la universidad que pensé me prepararían para este examen, pero a la hora de la verdad no estaba listo. Dejé pregunta tras pregunta en blanco y estaba seguro de que me habían suspendido. Cuando las calificaciones fueron anunciadas, descubrí que había obtenido una de las más altas puntuaciones en un grupo de setenta y cinco alumnos. Aun con las calificaciones en escala, había muchos alumnos que obtuvieron menos de diez puntos de una calificación máxima de cien. Mi puntuación fue muy baja, pero aun así, era una de las mejores dentro de las malas. La ignorancia acerca de la Biblia entre laicos se ha generalizado tanto que con frecuencia encontramos a pastores molestos y enojados cuando sus feligreses les piden que les enseñen algo de la Biblia.

En muchos casos el pastor vive en un temor mortal de que su ignorancia se vea expuesta por el hecho de ser presionado hacia una situación en la que se espere de él que dé un estudio bíblico.


Los fundamentos bíblicos para el estudio de la Biblia
La Biblia misma tiene mucho que decir en cuanto a la importancia de estudiar la Biblia. Examinemos dos pasajes, uno de cada testamento, con el fin de avistar brevemente estos mandatos.
Antiguo Testamento. Sus palabras se usaban para convocar a la congregación a adorar. Leemos: “Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ uno es. Y amarás a JEHOVÁ tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas”. (vv. 4–5) Casi todos nosotros conocemos estas palabras. Pero ¿qué viene inmediatamente después de ellas? Siga leyendo:

  Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las exhibirás en los postes de tu casa y en tus puertas. (vv. 6–9)

Aquí, Dios soberanamente ordena que su Palabra sea enseñada tan diligentemente que penetre al corazón. El contenido de esa Palabra no deberá ser mencionado en forma casual y ocasional. La orden del día, de cada día, es la exposición repetida. La orden de atarla a la mano, la frente, los postes y la puerta, deja claro que Dios está diciendo que la labor debe llevarse a cabo por cualquier método que se requiera.

En el Nuevo Testamento, leemos acerca de la amonestación de Pablo a Timoteo:

  Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Tm. 3:14–17)

Esta exhortación es tan básica para que comprendamos la importancia del estudio bíblico que nos ordena un cuidadoso escudriñamiento.

Persiste en lo que has aprendido. Esta parte de la amonestación pone énfasis en la continuidad. Nuestro estudio de la Escritura no deberá ser asunto de una-vez-por-todas. No hay lugar para aquello de un recorrido general a la ligera. Es necesaria la perseverancia para llegar a un fundamento sólido en el estudio bíblico.

Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación. Pablo se refiere a la capacidad de las Escrituras para dar sabiduría. Cuando la Biblia habla de “sabiduría” se refiere a una clase especial de sabiduría. El término no se emplea para connotar la habilidad de ser avezado en las cosas del mundo, o de poseer el ingenio necesario para escribir un almanaque popular de anécdotas. En términos bíblicos, la sabiduría está relacionada con la cuestión práctica de aprender a vivir una vida agradable a Dios. Una mirada superficial a la literatura sapiencial del Antiguo Testamento permitirá observar que existe un énfasis abundantemente claro. Los Proverbios, por ejemplo, nos dicen que la sabiduría comienza con el “temor de Dios” (Pr. 1:7; 9:10). Ese temor no es un temor servil sino una actitud de respeto y reverencia, la cual es necesaria para una auténtica santidad. El Antiguo Testamento distingue entre la sabiduría y el conocimiento. Se nos manda que busquemos el conocimiento pero sobre todo que obtengamos sabiduría. Los conocimientos son necesarios si se va a adquirir sabiduría, pero no son lo mismo que la sabiduría. Se pueden tener conocimientos sin tener sabiduría, pero no puede tenerse sabiduría si no se tienen conocimientos. Una persona sin conocimientos es ignorante. Una persona sin sabiduría es considerada necia. En términos bíblicos, la necedad es un asunto moral y recibe el juicio de Dios. La sabiduría en su sentido más elevado es estar al tanto respecto a la salvación. Por tanto, la sabiduría es un asunto teológico. Pablo está diciendo que por medio de las Escrituras podemos obtener esa clase de sabiduría que concierne a nuestra máxima realización como seres humanos.

Sabiendo de quién has aprendido. ¿Quién es este “quién” al cual Pablo se refiere? ¿Se refiere a la abuela de Timoteo?, ¿o a Pablo mismo? Estas dos posibilidades son dudosas. El “quién” se refiere a la máxima fuente de los conocimientos que Timoteo ha adquirido, es decir, Dios. Esto se ve con mayor claridad en la frase: “Toda Escritura es inspirada por Dios”.

Escritura inspirada por Dios. Este pasaje ha sido el punto de enfoque de volúmenes de literatura teológica que describen y analizan teorías de inspiración bíblica. La palabra crucial en el pasaje es el término griego theopneust, que suele ser traducido a la frase “inspirado por Dios”. El término más exacto es “respirado por Dios”, el cual se refiere no tanto al acto de Dios “inspirando” como “espirando”. En ese caso veríamos el significado del pasaje, no para proveernos de una teoría de la inspiración -una teoría de cómo Dios transmitió su Palabra a través de autores humanos- sino más bien, una manifestación del origen o la fuente de la Escritura. Lo que Pablo le dice a Timoteo es que la Biblia viene de Dios. Él es su máximo autor. Es su Palabra; viene de Él; lleva el sello de todo lo que Él es. Por tanto, el mandato que se ha de recordar es “de quién has aprendido [estas cosas]”.

La Escritura es útil para enseñar. Una de las prioridades más importantes que Pablo menciona es la forma destacada en que la Biblia nos es útil. La primera, y ciertamente la más útil, es la de la enseñanza o instrucción. Podremos tomar la Biblia y sentirnos “inspirados” o conmovidos o experimentar otras emociones intensas. Pero nuestro mayor provecho está en ser instruidos. Añádase que nuestra instrucción no está en cómo construir una casa o cómo multiplicar o dividir o en cómo emplear la ciencia de ecuaciones diferenciales, sino que somos instruidos en las cosas de Dios. Esta instrucción se denomina “útil” porque Dios mismo le da un valor incalculable. A la instrucción se le asigna valor y significado.

Un sinnúmero de veces he oído a cristianos decir: “¿Por qué necesito estudiar doctrina o teología cuando solamente necesito conocer a Jesús?” Mi respuesta inmediata es esta: “¿Quién es Jesús?” Tan pronto como empezamos a contestar esta pregunta nos estamos adentrando en la doctrina y la teología. Ningún cristiano puede evitar la teología. Todo cristiano es teólogo. Quizás no un teólogo en el sentido técnico o profesional, pero es un teólogo. La cuestión para los cristianos no es si somos buenos o malos teólogos. Un buen teólogo es aquel que es instruido por Dios.

Escritura útil para redargüir, corregir, y para instruir en justicia. En estas palabras Pablo articula el valor práctico del estudio de la Biblia. Como criaturas caídas pecamos, erramos, y estamos inherentemente en mala posición con respecto a la justicia. Cuando pecamos, necesitamos ser reprobados. Cuando erramos, necesitamos ser corregidos. Cuando nos hallamos en mal estado, necesitamos ser instruidos. La función de las Escrituras es la de reprobador principal, nuestro sumo corrector, y nuestro máximo instructor. Las librerías de este mundo están llenas de libros de métodos de instrucción para adquirir excelencia en deportes, para bajar de peso y estar en buen estado físico, y para alcanzar habilidad en otras áreas. Las bibliotecas poseen pilas de libros escritos para enseñarnos administración financiera y los matices de planes sabios de inversión. Podemos encontrar muchos libros que nos enseñan a convertir nuestras pérdidas en ganancias, nuestras deudas en posesiones. ¿Pero dónde están los libros que nos instruyen en justicia? La pregunta aún sigue siendo: “¿De qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?”

A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. El cristiano que no esté diligentemente dedicado aun estudio serio de la Escritura simplemente es deficiente como discípulo de Cristo. Para ser un cristiano adecuado y competente en las cosas de Dios debe uno hacer más que asistir a las “sesiones de participación” y las “fiestas de bendición”. No podemos obtener esa capacidad por ósmosis. El cristiano bíblicamente iletrado no sólo es deficiente sino que tampoco está preparado. En verdad, es inadecuado porque no está equipado. Lee Treviño podrá dar exhibiciones de su prodigiosa habilidad para pegarle a las pelotas de golf con botellas de refresco envueltas en cinta adhesiva. Pero él no usa una botella de refresco para tomar parte en un campeonato.

Hola Amigos y hermanos en Cristo: ¿Cómo estudiar e interpretar la Biblia?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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¿Por qué estudiar la Biblia?

Puede parecer raro y absurdo formular esta pregunta, ya que probablemente no estaría usted leyendo este libro a no ser que ya estuviera convencido de que el estudio de la Biblia es necesario. Sin embargo, nuestras mejores intenciones con frecuencia se debilitan por estados de ánimo y caprichos. El estudio de la Biblia muchas veces queda a un lado. Por tanto, antes de examinar las guías prácticas para el mismo, revisemos algunas de las más sólidas razones para estudiar la Biblia.

Dos mitos


Primero veremos algunas de las razones que da la gente para no estudiar la Biblia. Estas “razones” con frecuencia contienen mítos que llegan a convertirse en aforismos a fuerza de mucha repetición. El mito que ocupa el primer lugar en nuestra galería de excusas es la idea de que la Biblia es demasiado difícil de entender para una persona normal.

Mito 1: La Biblia es tan difícil de entender que sólo los teólogos con muchos conocimientos y preparación técnica pueden manejar las Escrituras.

Este mito es repetido a menudo por personas sinceras. La gente dice: “Sé que no puedo estudiar la Biblia, porque cada vez que trato de leerla no la entiendo”. Cuando alguien dice eso, quizás espera escuchar: “Está bien, te entiendo. Realmente es un libro muy difícil, y, a menos que te hayas preparado en un seminario, quizás no deberías acercarte a él.” O tal vez desea oír decir: “Lo sé, es muy sombrío, muy profundo. Te admiro por tus incansables esfuerzos, tu trabajo tenaz por tratar de resolver el enigma místico de la Palabra de Dios. Es triste que Dios haya escogido hablarnos en un lenguaje tan obscuro y esotérico que sólo los sabios lo pueden captar”. Esto, temo, es lo que muchos desearíamos oír. Nos sentimos culpables y queremos acallar nuestras conciencias por descuidar nuestro deber como cristianos.

Cuando expresamos este mito, lo hacemos con una facilidad asombrosa. Este mito se repite tan frecuentemente que no esperamos que sea puesto en tela de juicio. Sin embargo, sabemos que como adultos maduros en la civilización occidental podemos entender el mensaje básico de la Biblia.
Si podemos leer el periódico, podemos leer la Biblia. De hecho, me atrevería a decir que hay palabras y conceptos más difíciles que se expresan en la primera plana de un periódico que en la mayoría de las páginas de la Biblia

Mito 2: La Biblia es aburrida.
Si presionamos a las personas a que nos expliquen lo que quieren decir cuando expresan el primer mito, por lo general responden: “Bueno, supongo que puedo entenderlo, pero francamente ese libro me mata de aburrimiento”. Esta declaración refleja, no tanto una falta de habilidad para entender lo que se lee sino un gusto y preferencia por lo que se considera interesante y emocionante.

La preponderancia del aburrimiento que la gente experimenta con la Biblia la advertí hace varios años al ser contratado para enseñar las Escrituras en una universidad cristiana. El presidente de la institución me llamó por teléfono y dijo: “Necesitamos alguien joven y estimulante, alguien con un método dinámico que pueda darle vida a la Biblia’ ”. Tuve que forzarme a comerme mis palabras. Quería decir: “¿Usted quiere que le dé vida a la Biblia? No sabía que estuviera enferma. ¿Qué doctor la atendió antes de su fallecimiento?” No, no puedo darle vida a la Biblia para nadie. La Biblia está viva. A mí me hace cobrar vida.

Cuando las personas dicen que la Biblia es aburrida me hacen preguntarme por qué. Los personajes bíblicos están llenos de vida. Existe una pasión especial en cuanto a ellos. Sus vidas revelan drama, aflicción, lascivia, crimen, devoción, y todo aspecto concebible de la existencia humana. Hay reprimenda, remordimiento, contrición, consuelo, sabiduría práctica, reflexión, psicología, y, ante todo, verdad. Quizás el desinterés que algunos experimentan, se deba a lo anticuado del material que puede parecemos ajeno. ¿Cómo se relaciona la vida de Abraham-que vivió hace tanto tiempo y tan lejos-con nosotros? Aunque su ambiente fuese diferente al nuestro, sus luchas e intereses son muy semejantes.
 

domingo, 14 de julio de 2013

La Otra Cara de Israel: Polémico mensaje

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Si alguien albergaba alguna esperanza de que el nuevo gobierno israelí, presionado por Obama, iba a variar sustancialmente su política, las recientes decisiones de Netanyahu en torno a los nuevos asentamientos dejan bien a las claras que, sin una decidida presión internacional, no van a producirse grandes cambios.

Una de las herramientas disponibles para ello es el boicot. También el boicot académico.

De las diferentes campañas BDS (por el boicot, las desinversiones y las sanciones contra Israel), ninguna ha provocado tanta condena e ira como la amenaza de un boicot académico.
Incluso entre personas que no tienen problemas con boicotear bienes producidos en los asentamientos judíos o contra compañías como Carterpillar, que construye los bulldozers que Israel usa para demoler casas palestinas, encontramos cierto desacuerdo con el boicot académico. Por ejemplo, en una charla reciente en Toronto, Susan Nathan –una comprometida activista antisionista cuyo artículo en el libro The other side of Israel (La otra cara de Israel) ofrece una de las mejores visiones de los mecanismos de apartheid dentro de Israel– se manifestó, para mi sorpresa, contra el boicot académico con el argumento de que éste castiga tanto a inocentes como a culpables.

Para muchos, simplemente el mundo académico no es un objetivo correcto o razonable, ya sea porque no se ve a los profesores universitarios como directamente involucrados en la ocupación militar israelí de los palestinos, o por la creencia de que las universidades israelíes son lugares en que se protesta contra la ocupación, o porque exigir que los académicos, sin tener en cuenta sus disciplinas, aprueben un test ideológico de idoneidad evoca al macarthismo. Apuntar a todos los académicos, argumentarán algunos, viene a ser lo mismo que un castigo colectivo y no hace al movimiento de solidaridad mejor que Israel, que considera a todos los palestinos terroristas.

Sí, pueden admitir algunos, hay académicos israelíes relacionados con la investigación armamentística o la propaganda sionista, pero ¿qué tienen que ver con los profesores de astronomía o biología que tienen muy poca o ninguna relación o interés en política? ¿Por qué castigarlos?

Todas estas son objeciones razonables, pero, como espero demostrar, infundadas. El boicot académico es enteramente pertinente, legítimo y justo.

¿Es el boicot académico un castigo colectivo?
Dejando a un lado el hecho de que Israel utiliza de forma rutinaria el castigo colectivo contra los palestinos, déjenme empezar con el argumento de que el boicot académico es igual que el castigo colectivo –o que, como Susan Nathan sostuvo, significa castigar tanto al inocente como al culpable.

Cierto es que existe un puñado de académicos israelíes que han alzado su voz crítica contra el trato que el gobierno israelí dispensa a los palestinos. Baruch Kimmerling, Israel Shahak, Tanya Reinhart, Ilan Pappe y Jeff Halper, por ejemplo, se han salido del mundo académico israelí y se han convertido envaliosos aliados de la lucha palestina.


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