martes, 29 de enero de 2013

El Aparato Critico del NT: Ideal para obreros y ministros itinerantes III


biblias y miles de comentarios
 
El aparato crítico del Nuevo Testamento Griego4
de las
SBU
La práctica de la crítica textual demanda que se conozcan bien las lenguas antiguas, la historia de la iglesia de los primeros siglos, la interpretación bíblica y los manuscritos antiguos. Pocas personas poseen tanto conocimiento. Frente a la vasta cantidad de lecturas variantes que contiene el aparato crítico de cualquier Nuevo Testamento Griego impreso, y frente a las listas complejas de manuscritos que respaldan cada variante, casi todos los traductores se sienten abrumados. Sin embargo, aunque nadie espera que los traductores sean expertos en crítica textual, sí deben tener algún conocimiento en este campo de estudio.
Los traductores del Nuevo Testamento descubren muy pronto las diferencias que existen entre las traducciones al español que usan como base para la traducción a su idioma nativo. Los que leen inglés, portugués y otros idiomas también descubrirán diferencias en las traducciones a esos idiomas. Como se indicó antes, algunas de esas diferencias existen porque los traductores de las versiones modernas se basaron en diferentes textos griegos. En realidad, la mayoría de los traductores a lenguas indígenas quedan confundidos y frustrados frente a esas diferencias. Si no leen griego, ¿qué traducción deben seguir en los casos en que las varias versiones castellanas emplean diferentes lecturas variantes, como ocurre en Mateo 27.17? ¿Deben imitar a RVR, a DHH o a BJ? Si leen griego, ¿cuál edición del Nuevo Testamento Griego deben utilizar? ¿el de SBU? ¿la décima edición del Novum Testamentum Graece Et Latine de Merk (1984)? ¿Y qué deben hacer si el Nuevo Testamento Griego que están usando acepta una variante textual que difiere de la que aparece en las traducciones al español que más se utilizan en el área del lenguaje receptor?
2 Tesalonicenses 2.13. En el griego, por ejemplo, la palabra que se traduce como «los primeros» se escribe casi exactamente igual que las dos palabras griegas que se traducen como «desde el principio». Como los manuscritos griegos más antiguos no tienen divisiones entre las palabras, fue fácil que los escribas confundieran una de estas palabras por la otra. En 2 Tesalonicenses 2.13 algunos manuscritos dicen: «porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación» (base para las versiones RVR, BA, BJ, BL, LPD y NVI); mientras que otros dicen: «porque Dios los escogió para que fueran los primeros en alcanzar la salvación» (base para las versiones DHH y NBE). El Nuevo Testamento Griego de SBU tiene «los primeros» en el texto, y coloca «desde el principio» como variante en el aparato crítico.
Hechos 8.37. Algunos manuscritos de Hechos tienen las siguientes palabras después del versículo 8.36: «Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios» (base para las versiones RVR, BA y BL). Estas palabras forman el versículo 37. Casi todas las traducciones más recientes (DHH, BJ, LPD, NBE, NVI) excluyen estas palabras del texto. Como afirma la nota en BJ: «El v. 37 es una glosa muy antigua conservada en el texto occidental y que se inspira en la liturgia bautismal». Aunque BA incluye estas palabras en el texto, en una nota afirma que «los mss. más antiguos no incluyen el v. 37».
Efesios 1.1. Como ya se dijo, las palabras «en Éfeso» no aparecen en unos de los mejores y más antiguos manuscritos. Los editores de la cuarta edición del Nuevo Testamento Griego de SBU ponen esas palabras dentro de corchetes, y le dan una calificación de «C» para indicar que hay muchas dudas de que sean las palabras originales. Se ha recurrido a las siguientes soluciones en las traducciones al español: (1) Incluir las palabras «en Éfeso» sin una nota que indique que no aparecen en algunos manuscritos (RVR, DHH, BL); (2) incluir las palabras «en Éfeso» en el texto, e indicar en una nota que «algunos mss. antiguos no incluyen: ‘en Éfeso’» (BA, NVI, VPEE); (3) omitir las palabras «en Éfeso», con una nota aclarando la razón (BJ y NBE). LPD también omite estas palabras y aclara en un prefacio que «muchos manuscritos antiguos omiten el nombre de los destinatarios».
Variantes seleccionadas. Dado que los traductores requieren ayuda para poderle dar sentido a los cientos de lecturas variantes que existen en las ediciones impresas del Nuevo Testamento Griego y en las diferentes traducciones a idiomas receptores, las Sociedades Bíblicas Unidas publicaron en 1966 una edición del Nuevo Testamento Griego que fue editada por cinco críticos textuales de renombre internacional. Muchas lecturas variantes de los manuscritos son valiosas para comprender por qué ocurrieron los cambios textuales en el proceso de copiado y transmisión, pero la mayoría de las variantes no son esenciales para los traductores. Por ejemplo, las palabras con errores ortográficos en los manuscritos griegos, no son importantes para los traductores. Los editores del Nuevo Testamento Griego de SBU seleccionaron las variantes que consideraron como las más importantes para los traductores; es decir, las que representan una verdadera diferencia en el significado.
El aparato crítico de la cuarta edición (1993) del Nuevo Testamento Griego de SBU se ha modificado considerablemente. Se omitieron algunas variantes que incorporaba la tercera edición de 1975, cuando éstas no tenían realmente un significado diferente a la hora de traducirse. Por ejemplo, si Pablo, en Romanos 15.23, dice: «desde hace muchos años estoy queriendo visitarlos», o si dice: «desde hace considerable tiempo estoy queriendo visitarlos», para los traductores carece de vital importancia, pues el significado es el mismo. Por eso, esta variante y otras semejantes fueron omitidas en la edición de 1993, mientras que otras, que no se habían incluido en las primeras tres ediciones, sí se incorporaron en la cuarta edición.
Evaluación de variantes y recomendaciones para los traductores. Además de seleccionar las lecturas variantes de importancia, los editores del Nuevo Testamento Griego de SBU les dieron a esas lecturas una calificación de «A», «B», «C» ó «D». La calificación «A» indica certeza de que el texto refleja el texto original y la «D» significa que los editores tienen muchísimas dudas en cuanto a si el texto es el correcto o no. En la cuarta edición (1993), los editores usan casi siempre las calificaciones «A», «B» y «C», y muy rara vez califican con «D».
Ahora es el momento de responder a las preguntas formuladas antes: ¿Cuál versión deben usar los traductores en los casos en que las traducciones aceptan una lectura de ciertos manuscritos griegos frente a otras que se basan en manuscritos griegos con una lectura diferente? ¿O qué deben hacer los traductores cuando las traducciones al español no concuerdan con el texto del Nuevo Testamento Griego que estén usando?
La solución que se recomienda es esta: Que los traductores sigan el texto del Nuevo Testamento Griego de SBU en los casos en que los editores hayan calificado con «A» o «B» las palabras del texto. Esto debe hacerse, sobre todo, cuando una versión castellana como RVR se haya basado en una variante que difiere de la variante del Nuevo Testamento Griego de SBU. El texto griego calificado con las letras «A» y «B» tiene precedencia sobre la variante textual reflejada en RVR. No debe olvidarse que RVR se basa en manuscritos pertenecientes a la familia textual bizantina, considerada por la mayoría de los críticos textuales como el texto menos confiable.
Los editores han calificado con «C» o «D» las lecturas donde no están seguros de la lectura original. En esos casos, los traductores deben sentirse con más libertad de traducir las lecturas variantes del aparato crítico en vez de las del texto. Entre los editores de la cuarta edición del Nuevo Testamento Griego de SBU hubo católicorromanos, protestantes y ortodoxos griegos, de manera que los traductores pueden estar tranquilos de que el texto de esa edición no refleja preferencias o prejuicios de una denominación o grupo confesional.
Ejemplos prácticos. Veamos unas cuantas lecturas variantes y analicemos las elecciones que podrían hacer los traductores.
(1) 1 Corintios 13.3. Algunos manuscritos dicen (a) «si entrego mi propio cuerpo para ser quemado», mientras que otros dicen (b) «si entrego mi propio cuerpo para poder enorgullecerme». En griego, la diferencia entre ambos verbos radica en la forma de escribir una sola letra. Los editores de la cuarta edición del Nuevo Testamento Griego de SBU usan «para poder enorgullecerme» en el texto (y la califican con «C»), y dentro del aparato crítico incluyen la lectura variante: «para ser quemado». Esta es la variante que siguen RVR, DHH, BA, BJ, LPD, NBE y NVI). VPEE y BL se basan en la lectura del Nuevo Testamento Griego de SBU. Como los editores de este último califican con «C» la lectura de su texto («para poder enorgullecerme»), los traductores bien pueden decidir utilizar la lectura más conocida entre los lectores hispanohablantes, a saber, «para ser quemado».
(2) Mateo 27.16–17. El Nuevo Testamento Griego de SBU usa el nombre «Jesús Barrabás», y pone «Barrabás» entre corchetes, dándole una calificación de «C». A causa de la incertidumbre de los especialistas, los traductores están en libertad de basarse en los manuscritos que dicen «Jesús» o «Jesús Barrabás». A diferencia de la situación anterior en 1 Corintios 13.3, donde casi todas las traducciones al español coinciden, en Mateo 27.16–17 las traducciones más importantes en español están divididas: (a) RVR, LPD y NVI omiten «Jesús», y ni siquiera mencionan el problema textual en una nota; (b) BJ omite «Jesús», pero indica en una nota que algunos manuscritos dicen «Jesús Barrabás»; (c) DHH incluye «Jesús» y pone una nota diciendo que «algunos mss. sólo dicen Barrabás»; y (d) NBE usa «Jesús» sin una nota textual. Cualquiera que sea la lectura que empleen los traductores en el lenguaje receptor, será importante que incluyan una nota indicando que algunos manuscritos tienen el nombre «Jesús», mientras que otros dicen «Jesús Barrabás».
Comentarios finales
Para los traductores que leen inglés, el Nuevo Testamento Griego de SBU viene acompañado de un volumen que explica las razones por las cuales los editores usaron ciertas variantes en el texto e incluyeron otras en el aparato crítico. Este volumen, titulado A Textual Commentary on the New Testament fue publicado por las Sociedades Bíblicas Unidas en 1971, y lo editó Bruce M. Metzger, uno de los editores del Nuevo Testamento Griego de SBU. A los traductores que no leen inglés se les invita a que consulten los comentarios más importantes y algunos libros sobre el Nuevo Testamento, para poder decidir qué lectura variante usarán.
Libros recomendados
Abreu, José María. «Texto del Nuevo Testamento», Diccionario Ilustrado de la Biblia. Buenos Aires y San José: Editorial Caribe, 1977.
Báez-Camargo, Gonzalo. Breve Historia del Texto Bíblico, 2a. ed. revisada y ampliada. México, D.F.: Sociedades Bíblicas Unidas, 1984.
Carrez, Maurice. Las lenguas de la Biblia. Del papiro a las Biblias impresas. Trad. del francés por Alfonso Ortiz García. Estella: Editorial Verbo Divino, 1984.
Metzger, Bruce M. A Textual Commentary on the Greek New Testament. Londres y Nueva York: United Bible Societies, 1971.
Neill, Stephen. La interpretación del Nuevo Testamento. Trad. del inglés por José Luis Lana. Barcelona: Ediciones Península, 1967.
Trobolle Barrera, J. «El texto de la Biblia». Introducción al estudio de la Biblia. 1. La Biblia en su entorno. Estella: Editorial Verbo Divino, 1990.
Zimmermann, Heinrich. Los métodos histórico-críticos en el Nuevo Testamento. Trad. del alemán por Gumersindo Bravo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1969.
EL CANON DEL
ANTIGUO TESTAMENTO
Introducción
La iglesia cristiana, muy temprano en su historia, sintió la necesidad de especificar los libros con los cuales Dios comunicó su voluntad .a la humanidad. Esa necesidad se fundamenta en la creencia de que si Dios ha roto el silencio de los tiempos para entablar un diálogo con los seres humanos, debe haber alguna forma adecuada de saber con seguridad dónde se encuentra esa revelación. El canon de la Biblia delimita los libros que los creyentes han considerado como inspirados por Dios para transmitir la revelación divina a la humanidad; es decir, establece los límites entre lo divino y lo humano: presenta la revelación de Dios de forma escrita.
En la tradición judeocristiana, el canon tiene un propósito triple. En primer lugar, define y conserva la revelación a fin de evitar que se confunda con las reflexiones posteriores en torno a ella. Tiene el objetivo, además, de impedir que la revelación escrita sufra cambios o alteraciones. Por último, brinda a los creyentes la oportunidad de estudiar la revelación y vivir de acuerdo con sus principios y estipulaciones.
Es fundamental para la comprensión cristiana del canon tomar en consideración la importancia que la comunidad apostólica y los primeros creyentes dieron a la teología de la inspiración. Con la certeza de que se escribieron ciertos libros bajo la inspiración de Dios, los creyentes seleccionaron y utilizaron una serie de libros, reconociéndoles autoridad ética para orientar sus vidas y decisiones. Esos libros alimentaron la fe de la comunidad, los acompañaron en sus reflexiones y discusiones teológicas y prácticas, y, además, les ofrecieron una norma de vida. Los creyentes, al aceptar el valor inspirado de un libro, lo incluían en el canon; en efecto, lo reconocían como parte de la revelación divina.
El término griego kanon es de origen semítico, y su sentido inicial fue el de «caña». Posteriormente, la palabra tomó el significado de «vara larga» o listón para tomar medidas, utilizado por albañiles y carpinteros. El hebreo qaneh tiene ese significado (Ez 40.3, 5). El latín y el castellano transcribieron el vocablo griego en «canon». La expresión, además, adquirió un significado metafórico: se empleó para definir las normas o patrones que sirven para regular y medir.1
Desde el siglo II de la era cristiana, el término kanon se empleó para referirse a «la regla de fe»,2 al ordenamiento religioso (se empleaba su forma plural «cánones eclesiásticos»)3 y a la parte invariable y fija de la liturgia. En la Edad Media los libros jurídicos de la iglesia se identifican como los «cánones». La Iglesia Católica, además, llama «canon» al catálogo de sus santos, y «canonización» al reconocimiento de la veneración de algunas personas que han llevado vidas piadosas y consagradas al servicio cristiano.
En el siglo IV se empleó la palabra «canon» para determinar no solamente las normas de fe, sino también para referirse propiamente a las Escrituras. El «canon» de la Biblia es el catálogo de libros que se consideran normativos para los creyentes y que, por lo tanto, pertenecen, con todo derecho, a las colecciones incluidas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Con ese significado específico la palabra fue utilizada posiblemente por primera vez por Atanasio, el obispo de Alejandría, en el año 367.4 A fines del siglo IV esa acepción de la palabra era común tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede constatarse en la lectura de las obras de Gregorio, Priciliano, Rufino, San Agustín y San Jerónimo.5
El canon de la Biblia hebrea
De acuerdo con los diversos relatos evangélicos, Jesús utilizó las Escrituras hebreas para validar su misión, sus palabras y sus obras (véase Mc 1.14; Lc 12.32). Los primeros creyentes continuaron esa tradición hermenéutica y utilizaron los textos hebreos—y particularmente sus traducciones al griego—en sus discusiones teológicas y en el desarrollo de sus doctrinas y enseñanzas. De esa forma la iglesia con- tó, desde su nacimiento, con una serie de escritos de alto valor reli- gioso.
De particular importancia es el uso que Jesús hace del libro del profeta Isaías (61.1–2), según se relata en Lucas 4.18–19. El Señor, luego de leer el texto bíblico, afirmó: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lc 4.21; RVR). Este relato pone de manifiesto la interpretación cristológica que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras hebreas. El objetivo primordial de los documentos judíos, desde el punto de vista cristiano, era corroborar la naturaleza mesiánica de Jesús de Nazaret (Lc 24.27). De esa forma la Biblia hebrea se convirtió en la primera Biblia cristiana. Con el paso del tiempo, la iglesia le dio el nombre de «Antiguo Testamento», para poner de manifiesto la novedad de la revelación de la persona y misión de Cristo.6
Los libros de la Biblia hebrea son 24, 7 divididos en tres grandes secciones:
La primera sección, conocida como Torah («Ley»), contiene los llamados «cinco libros de Moisés»: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
La segunda división, conocida como Nebi˒im («Profetas»), se subdivide, a su vez, en dos grupos: (a) «Los profetas anteriores»: Josué, Jueces, Reyes y Samuel; (b) «Los profetas posteriores»: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el Libro de los Doce.8
La tercera sección de la Biblia hebrea se conoce como Ketubim («Escritos»), e incluye once libros: Salmos, Proverbios y Job; un grupo de cinco libros llamados Megilot («Rollos»)—Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester—; y finalmente Daniel, Esdras-Nehemías y Crónicas.
Con las iniciales de Torah, Nebi˒im y Ketubim se ha formado la palabra hebrea Tanak, nombre que los judíos usan para referirse a la Biblia hebrea, nuestro Antiguo Testamento.
Los 24 libros de la Biblia hebrea son idénticos a los 39 que se incluyen en el Antiguo Testamento de las Biblias «protestantes»; es decir, las que no contienen los libros deuterocanónicos. La diferencia en numeración se originó cuando se empezó a contar, por separado, cada uno de los doce profetas menores, y cuando se separaron en dos las obras siguientes: Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras-Nehemías.9
Proceso de «canonización»
La teoría, tradicionalmente aceptada,10 de que las secciones del canon hebreo representan las tres etapas en el proceso de su formación es seriamente cuestionada en la actualidad. Aunque esta hipótesis parezca lógica y razonable, no hay evidencias que la respalden en el Antiguo Testamento o en otros documentos judíos antiguos.
De acuerdo con esa teoría, la Torah fue la primera en ser reconocida como canónica, luego del retorno de los judíos a Judá, al concluir el exilio de Israel en Babilonia (ca. siglo V a.C.). Posteriormente los Nebi˒im fueron aceptados en el canon, posiblemente al final del siglo III a.C. Y finalmente, los Ketubim—que representan la última sección de la Biblia hebrea—fueron incorporados al canon al final del siglo I d.C., al concluir el llamado «Concilio» de Jamnia.11
El reconocimiento de la autoridad religiosa de algunas secciones de las Escrituras hebreas puede verse en el Antiguo Testamento (Ex 24.3–7; Dt 31.26; 2 R 23.1–3; Neh 8.1–9.38). Sin embargo, ese reconocimiento de textos como «Palabra de Dios» no revela que la comunidad judía pensara en un cuerpo cerrado de escritos que sirviera de base para el desarrollo religioso y social del pueblo. Incluso algunos profetas reconocían la autoridad y el valor de mensajes proféticos anteriores (cf. Jer 7.25 y Ez 38.17). Pero la idea de agrupar las colecciones de dichos y mensajes proféticos en un cuerpo de escritos tomó siglos en hacerse realidad. Posiblemente la primera referencia a una colección de escritos de esa naturaleza se encuentra en Daniel 9.2. Allí se alude a la profecía de Jeremías, referente a la duración del exilio en Babilonia, que encontró entre un grupo de «libros» (Jer 25.11–14).
La documentación que reconoce la división tripartita del canon de la Biblia hebrea es variada. En primer lugar, el Talmud Babilónico12 acepta la autoridad religiosa y la inspiración de los 24 libros de las Escrituras judías. Además, discute el orden de tales libros.
En el prólogo a la traducción del Eclesiástico13—también conocido como la Sabiduría de Jesús ben Sira—el nieto de ben Sira, traductor del libro, indica que su abuelo era un estudioso de «la Ley y los Profetas, y los otros libros de nuestros padres». Si esos «otros libros de nuestros padres» son los Ketubim, la obra reconoce, ya en el 132 a.C., el ordenamiento tradicional de la Biblia hebrea.
En el Nuevo Testamento hay otras alusiones a la división de la Biblia hebrea en tres secciones. En uno de los relatos de la resurrección de Jesús, el Evangelio según San Lucas (24.44) indica que el Señor le recordó a los discípulos en Jerusalén lo que de él decían «la ley de Moisés, los profetas y los Salmos». Es importante recordar que los Salmos constituyen el primer libro de los Ketubim, la tercera sección de la Biblia hebrea. Otras referencias a las Escrituras judías en el Nuevo Testamento aluden a «la ley y los profetas» (Mt 7.12; Ro 3.21) o simplemente a «la ley» (Jn 10.34; 1 Co 14.21).
El descubrimiento de numerosos manuscritos cerca del Mar Muerto ha arrojado gran luz en el estudio y la comprensión de la cuestión del canon entre los judíos de los siglos I a.C. y I d.C. Entre los manuscritos encontrados existen copias de todos los libros de la Biblia, con la posible excepción de Ester.14 Aunque la gran mayoría de los documentos bíblicos se han encontrado en forma fragmentaria, se han descubierto también varios documentos bíblicos casi completos.
Lamentablemente los qumranitas no dejaron documentación escrita que nos indique con claridad cuáles de los libros que mantenían en sus bibliotecas constituían para ellos parte del canon. Sin embargo, al evaluar las copias de los textos encontrados y analizar sus comentarios bíblicos, podemos indicar, con cierto grado de seguridad, que el canon en Qumrán incluía: la Torah, los Nebi˒im y los Salmos (posiblemente con algunos salmos adicionales); incluía también los libros de Daniel y de Job.15
Posiblemente ya para el comienzo de la era cristiana había un acuerdo básico entre los diferentes grupos judíos respecto a los libros que se reconocían como autoritativos. Lo más probable es que, con relación al canon judío, durante el siglo I d.C. se aceptaban como sagrados los 24 o 22 libros de la Tanak (Torah, Nebi˒im y Ketubim), pero la lista no se fijó de forma permanente hasta el final del siglo II o a comienzos del III de la era cristiana.
Es muy difícil determinar con precisión los criterios que se aplicaron para establecer la canonicidad de los libros. Algunos estudiosos han supuesto que entre los criterios se encontraban el carácter legal del escrito y la idea de que fueran inspirados por Dios. Otros, sin embargo, han indicado que cada libro debía aceptarse de acuerdo con la forma que celebraba o revelaba la manifestación de Dios. Ese criterio brindaba al libro la posibilidad de ser utilizado en el culto.16
La Septuaginta: el canon griego
Uno de los resultados del exilio de Israel en Babilonia fue el desarrollo de comunidades judías en diversas regiones del mundo conocido.17 En Alejandría, capital del reino de los Tolomeos,18 el elemento judío de la población de habla griega era considerable. Y como Judea formaba parte del reino hasta el año 198 a.C., esa presencia judía aumentó con el paso del tiempo.
Luego de varias generaciones, los judíos de Alejandría adoptaron el griego como su idioma diario, dejando el hebreo para cuestiones cúlticas. Para responder adecuadamente a las necesidades religiosas de la comunidad, pronto se vio la necesidad de traducir las Escrituras hebreas al idioma griego. La Torah—o «Pentateuco» como se conoció en griego—fue la primera parte de las Escrituras en ser traducida; posteriormente se tradujeron los Profetas y el resto de los Escritos.
Una leyenda judía, de la cual existen varias versiones,19 indica que 70 ó 72 ancianos fueron llevados a Alejandría desde Jerusalén para traducir el texto hebreo al griego. Esa leyenda dio origen al nombre «Septuaginta» (LXX), con el que generalmente se identifica y conoce la traducción al griego del Antiguo Testamento.
En un documento conocido como la «Carta de Aristeas» se alude y se expande la leyenda. Dicha carta describe cómo los ancianos de Israel finalizaron la traducción del Pentateuco en sólo 72 días; el documento indica, además, que produjeron la versión griega luego de comparaciones, diálogos y reuniones.
Posteriormente se añadieron a la leyenda—en círculos judíos y cristianos—nuevos elementos. Se incorporó la idea de que los ancianos trabajaron aisladamente y, al final, produjeron 72 versiones idénticas. Filón de Alejandría, el famoso filósofo judío, relata cómo los traductores trabajaron de forma independiente y escribieron el mismo texto griego palabra por palabra.20
Aunque Filón y Josefo indican que solamente la Torah o el Pentateuco se tradujo al griego, los escritores cristianos añadieron a la leyenda de la Septuaginta la traducción de todo el Antiguo Testamento, contando entre ellos libros que no formaban parte de las Escrituras hebreas. Pseudo-Justino, en el siglo III, incluso indica que vio personalmente las celdas en las cuales trabajaron, por separado, cada uno los traductores de la Septuaginta.21 Estas adiciones a la antigua leyenda judía revelan el gran aprecio que la iglesia cristiana tenía de la Septuaginta.
De la leyenda judía se desprenden algunos datos de importancia histórica. El Pentateuco fue la primera sección en ser traducida. Los trabajos comenzaron a mediados del siglo III a.C., y es lógico pensar que la traducción se efectuara en Alejandría, lugar que concentraba a la comunidad judía más importante de la diáspora.
El orden de los libros en los manuscritos de la Septuaginta difiere del que se presenta en las Escrituras hebreas. Al final del capítulo se encuentra un diagrama donde se pueden comparar ambas listas. Posiblemente ese orden revela la influencia cristiana sobre el canon.22 No fueron los judíos de Alejandría los que fijaron el canon griego, sino los cristianos.23
Con respecto a los libros y adiciones que se encuentran en la Septuaginta, la nomenclatura en los diversos círculos cristianos no es uniforme. La mayoría de los protestantes denomina esa sección de la Septuaginta como «Apócrifos»;24 la Iglesia Católica los llama «deuterocanónicos».25 «Apócrifos», para la comunidad católica, son los libros que no se incluyeron ni en el canon hebreo ni en el griego. Los protestantes los conocen como «pseudoepígrafos».26
Los libros deuterocanónicos son los siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sira), Baruc, 1 y 2 Macabeos, Daniel 3.24–90; 13; 14 y Ester 10.4–16.24. La mayor parte de estos textos se conservan únicamente en manuscritos griegos.
El Antiguo Testamento griego
La Septuaginta hizo posible que los judíos de habla griega—en la diáspora y, también, en Palestina—tuvieran acceso a los textos sagrados de sus antepasados, en el idioma que podían entender. Además, el texto griego dio la oportunidad a grupos no judíos de estudiar las Escrituras hebreas (Hch 8.26–40).
La iglesia cristiana se benefició sustancialmente de la traducción de la Septuaginta: la utilizó como su libro santo y lo llamó «Antiguo Testamento».27 El texto en griego les dio la oportunidad a los cristianos de relacionar el mensaje de Jesús con pasajes de importancia mesiánica (Hch 7; 8); les brindó recursos literarios para citar textos del canon hebreo en las discusiones con los judíos (Hch 13.17–37; 17.2–3); y jugó un papel fundamental en la predicación del evangelio a los paganos (Hch 14.8–18; 17.16–32).
El Nuevo Testamento es testigo del uso sistemático de la Septuaginta en la educación, predicación y apologética de los primeros creyentes (cf. Ro 8.20 y Ec 1.2; 12.8 gr.).28 Es importante señalar, además, que en las Escrituras cristianas también hay citas y alusiones a las adiciones deuterocanónicas de la Septuaginta (cf. Ro 1.18–32 y Sab 12–14; cf. Ro 2.1–11 y Sab 11–15; cf. Heb 11.35b-38 con 2 Mac 6.18–7.41 y 4 Mac 5.3–18.24). El Nuevo Testamento también contiene referencias o alusiones a libros que ni siquiera se encuentran en la Septuaginta (cf. Jud 14–16 y 1 Enoc 1.9).29
La gran aceptación de la Septuaginta entre los primeros cristianos hizo que la comunidad judía, con el paso del tiempo, rechazara esa traducción griega como una versión adecuada de las Escrituras hebreas. En discusiones teológicas en torno al nacimiento de Jesús, los cristianos citaban el texto griego de Isaías para indicar que la «virgen», no «la joven», «daría a luz» (cf. Mt 1.23 e Is 7.14 gr.). Además, algunos manuscritos de la Septuaginta incluso contienen adiciones cristianas a textos del Antiguo Testamento (por ejemplo, Sal 13; 95).30
Cuando las discusiones teológicas entre judíos y cristianos demandaron un análisis exegético riguroso, la Septuaginta—que en algunas secciones demostraba un estilo libre en la traducción y que, además, se basaba en un texto hebreo antiguo—fue relegada y condenada en los círculos judíos. Posiblemente ese rechazo judío explica el por qué la mayoría de los manuscritos de la Septuaginta que se conservan el día de hoy provengan de grupos cristianos.31
Una vez que la comunidad judía rechazó la Septuaginta, se necesitó una versión griega que la sustituyera. Entre esas nuevas traducciones de las Escrituras hebreas al griego se pueden identificar tres: las versiones de Áquila y Símaco, y la revisión de Teodoción. En la famosa Hexapla de Orígenes se encuentran copias de estas traducciones al griego.32
Áquila, que era un discípulo del gran rabí Ákiba, produjo una versión extremadamente literal de los textos hebreos.33 Aunque el vocabulario usado revela dominio del griego, la traducción manifiesta un literalismo extremo y un apego excesivo a las estructuras lingüísticas del texto hebreo. Posiblemente por esas mismas características esta traducción griega sustituyó a la Septuaginta y fue muy popular en círculos judíos por el año 130 d.C.
La traducción de Símaco (c. 170 d.C.)34 se distingue no sólo por su fidelidad al texto hebreo, sino por el buen uso del idioma griego. De acuerdo con Eusebio y San Jerónimo, Símaco era un judío cristiano ebionita.35
Teodoción, de acuerdo con la tradición eclesiástica,36 era un prosélito que revisó una traducción al griego ya existente, basada en los textos hebreos. Algunos estudiosos piensan que la traducción revisada fue la Septuaginta; otros, sin embargo, opinan que el texto base de Teodoción fue anterior a la versión de los Setenta.37
La iglesia y el canon
Una vez que finalizó el período del Nuevo Testamento, la iglesia continuó utilizando la Septuaginta en sus homilías, reflexiones y debates teológicos. Una gran parte de los escritores cristianos de la época utilizaban libremente la Septuaginta y citaban los libros que no se encontraban en el canon hebreo.
La iglesia Occidental, a fines del siglo IV, aceptó un número fijo de libros del Antiguo Testamento, entre los cuales se encuentran algunos deuterocanónicos que aparecen en la Septuaginta. Los teólogos orientales, por su parte, seguían el canon hebreo de las Escrituras. Tanto Orígenes como Atanasio insisten en que se deben aceptar en el canon únicamente los 22 libros del canon judío; y San Jerónimo, con su traducción conocida como «Vulgata Latina», propagó el canon hebreo en la iglesia Occidental.38
A través de la historia, la iglesia ha hecho una serie de declaraciones en torno al canon de las Escrituras. Al principio, estas declaraciones se hacían generalmente en forma de decretos disciplinares;39 posteriormente, en el Concilio de Trento, el tema del canon se abordó de forma directa y dogmática.
El Concilio de Trento se convocó en el año 1545 en el contexto de una serie de controversias con grupos reformados en Europa.40 Entre los asuntos considerados se encontraba la relación de la Escritura con la tradición y su importancia en la transmisión de la fe cristiana.
En el Concilio de Trento se discutió abiertamente la cuestión del canon, y se promulgó un decreto con el catálogo de libros que estaban en el cuerpo de las Escrituras y tenían autoridad dogmática y moral para los fieles.41 Se declaró el carácter oficial de la Vulgata Latina, y se promulgó la obligación de interpretar las Escrituras de acuerdo con la tradición de la iglesia, no según el juicio de cada persona. Además, el Concilio aceptó con igual autoridad religiosa y moral los libros protocanónicos y deuterocanónicos, según se encontraban en la Vulgata.42
Entre los reformadores siempre hubo serias dudas y reservas en torno a los libros deuterocanónicos. Finalmente, los rechazaron por las polémicas y encuentros con los católicos.43
Lutero, en su traducción de 1534, agrupó los libros deuterocanónicos en una sección entre los dos Testamentos, con una nota que indica que son libros «apócrifos», y que aunque su lectura es útil y buena, no se igualan a la Sagrada Escritura. La Biblia de Zürich (1527–29), en la cual participó Zuinglio, relegó los libros deuterocanónicos al último volumen, pues no los consideró canónicos. La Biblia Olivetana (1534–35), que contiene un prólogo de Juan Calvino, incluyó los deuterocanónicos como una sección aparte del resto de los libros que componen el canon. La Iglesia Reformada, en sus confesiones «Galicana» y «Bélgica» no incluyó los deuterocanónicos. En las declaraciones luteranas se prestó cada vez menos atención a los libros deuterocanónicos.
En Inglaterra la situación fue similar al resto de la Europa Reformada. La Biblia de Wyclif (1382) incluyó únicamente el canon hebreo. Y aunque la Biblia de Coverdale (1535) incorpora los deuterocanónicos, en «Los Treinta y Nueve Artículos» de la Iglesia de Inglaterra44 se dice que esa literatura no debe emplearse para fundamentar ninguna doctrina. La versión «King James» (1611) imprimió los deuterocanónicos entre los Testamentos.45
La traducción al castellano de Casiodoro de Reina—publicada en Basilea en 1569—incluía los libros deuterocanónicos, de acuerdo con el orden de la Septuaginta. La posterior revisión de Cipriano de Valera—publicada en Amsterdam en 1602—agrupó los libros deuterocanónicos entre los Testamentos.
La Confesión de Westminster (1647) reaccionó al Concilio de Trento y a las controversias entre católicos y protestantes: afirmó el canon de las Escrituras hebreas. En su declaración sobre el canon, la Confesión indica que los deuterocanónicos—identificados como «Apócrifa»—, por no ser inspirados, no forman parte del canon de la Escritura y, por consiguiente, carecen de autoridad para la iglesia. Indica, además, que pueden leerse únicamente como escritos puramente humanos.46 De esa forma se definió claramente el canon entre las comunidades cristianas que aceptaban la Confesión de Westminster.
El problema de la aceptación de los apócrifos o deuterocanónicos entre las comunidades cristianas luego de la Reforma se atendió básicamente de tres maneras: (1) Los deuterocanónicos se mantenían en la Biblia, pero separados—alguna nota indicaba que estos libros no tenían la misma autoridad que el resto de las Escrituras—; (2) de acuerdo con el Concilio de Trento, tanto los libros deuterocanónicos como los protocanónicos se aceptaban en la Biblia con la misma autoridad; (3) basados en la Confesión de Westminster, se incluía en las ediciones de la Biblia únicamente el canon hebreo, que contiene los únicos libros aceptados como autoridad.47
Luego de muchas discusiones teológicas y administrativas, la «British and Foreign Bible Society» decidió, en el 1826, publicar Biblias únicamente con el canon hebreo del Antiguo Testamento.48 La versión Reina-Valera se publicó por primera vez sin los deuterocanónicos en el 1850.49
En torno a los apócrifos o deuterocanónicos, las iglesias cristianas han superado muchas de las dificultades que las separaban por siglos. Ya la polémica y la hostilidad han cedido el paso al diálogo y la cooperación interconfesional. En la actualidad, grupos católicos y protestantes trabajan juntos para traducir y publicar Biblias.50 Esta literatura, lejos de ser un obstáculo para el diálogo y la cooperación entre creyentes, es un recurso importante para estudiar la historia, las costumbres y las ideas religiosas del período que precedió al ministerio de Jesús de Nazaret y a la actividad apostólica de los primeros cristianos.
Cánones judíos y cristianos de las Escrituras
Biblia hebrea (BH)
Septuaginta (LXX)
Vulgata (Vlg)
Torah:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomio
Pentateuco:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomio
Pentateuco:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomio
Nebi˒im:
Profetas Anteriores:
Josué
Jueces
Samuel (2)
Reyes (2)
Libros históricos:
Josué
Jueces
Rut
Reinados:
Samuel (2)
Libros históricos:
Josué
Jueces
Rut
Samuel (2)
Reyes (2)
Nebi˒im:
Profetas Posteriores:
Isaías
Jeremías
Ezequiel
Los Doce: (=Oseas,, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Nahúm, Miqueas, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías)
Libros históricos:
Reyes (2)
Paralipómenos (2)
Crónicas (2)
Esdras (4)
*I,IV Esdras
II Esdras (=Esdras)
III Esdras (=Nehemías)
Ester
(con adiciones griegas)
Judit
Tobit
Macabeos (4).
51
Macabeos (2)
III, IV Macabeos
Libros históricos:
Crónicas (2)
Esdras
Nehemías
Tobit
Judit
Ester
Macabeos (2)
Ketubim: Escritos
Salmos
Job
Proverbios
Rut
Cantar de los Cantares
Qohelet (=Eclesiastés)
Lamentaciones
Ester
Daniel 1–12
Esdras–Nehemías
Crónicas (2)
Libros poéticos:
Salmos
52*Odas Proverbios
Eclesiastés (=Qohelet)
Cantar de los Cantares
Job
Sabiduría de Salomón
Sabiduría de Jesús ben Sira (=Sirácida)
*Salmos de Salomón
Libros poéticos:
Job
Salmos
Proverbios
Eclesiastés (=Qohelet)
Cantar de los Cantares
Sabiduría
Eclesiástico (=Sirácida)
Deuterocanónicos o Apócrifos
*Pseudoepígrafos
Libros proféticos: Los Doce: (=Oseas, Amós, Miqueas...)
Libros proféticos:
Isaías
Jeremías
Lamentaciones
* Deuterocanónicos o Apócrifos
**Pseudoepígrafos
Libors proféticos:
Isaías
Jeremías
Baruc 1–5
Lamentaciones
Carta de Jeremías (=Baruc 6)
Ezequiel
Susana (=Daniel 13)
Daniel 1–12.53
Bel y el Dragón (=Daniel 14)
Baruc 1–6
Ezequiel
Daniel 1–14
Los Doce: (=Oseas, Joel, Amós…)
Libros recomendados
Archer, Gleason L. Reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento. Trad. del inglés por A. Edwin Sipowicz. Chicago: The Moody Bible Institute of Chicago, 1981.
Báez-Camargo, Gonzalo. Breve historia del canon bíblico. México: Sociedades Bíblicas Unidas, 1983.
Turro, James C. y Brown, Raymond E. «Canonicidad». Comentario Bíblico «San Jerónimo». Tomo 5. Trad. del inglés por Alfonso De la Fuente Adanez. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1972.
EL CANON DEL
NUEVO TESTAMENTO
Introducción
La Biblia es el libro sagrado del cristianismo
De las páginas de ese Libro han bebido los creyentes a lo largo de los siglos. Alabada por los cristianos y despreciada por sus detractores; traducida a muchas lenguas y prohibida su lectura por peligrosa; impresa por millones de ejemplares y distribuida por organismos como Sociedades Bíblicas Unidas, y perseguida, a veces con saña, por personas y regímenes que han visto en ella un formidable enemigo digno de ser atacado; estudiada con sacrificio y ahínco por millones de discípulos de Jesucristo y de adoradores del Dios altísimo, y abandonada en un polvoriento rincón de la casa o del despacho por muchos que se llaman a sí mismos cristianos, la Biblia ha capeado todas las tempestades. Y cada día es mayor el número de quienes ansían descubrir en sus páginas el mensaje de esperanza que no han podido encontrar en teorías ni en ideologías, en ciencias ni en instituciones religiosas, en el activismo político ni en la entrega apasionada al activismo hedonista que tanto caracteriza a este mundo en desesperación.
Religión y texto sagrado
El sentimiento religioso es una experiencia de carácter prácticamente universal. Ya lo señaló un pensador antiguo: puede uno recorrer los pueblos del mundo y se encontrará con que muchos de ellos no han construido teatros ni coliseos; otros no han desarrollado las artes o algunas de ellas; aun en otros faltan instituciones que ya existían en pueblos que les eran contemporáneos. Sin embargo—decía el filósofo e historiador Plutarco, del siglo II de la era cristiana—, que no se conocían pueblos en los que no existiera alguna forma de expresión del sentimiento religioso, por muy primitivos que tanto este como aquella pudieran ser.
Como parte de esa expresión—y de manera muy particular en las religiones que lograron alcanzar un determinado grado de desarrollo—aparecen también los libros sagrados: el conjunto de aquellos textos que una determinada comunidad religiosa considera que son de particular interés y valor para ella, y, como consecuencia, poseedores de una autoridad tal que ningún otro texto comparte. Por eso existen los Vedas y El libro de los muertos, El Corán, El libro de Mormón y los libros de Russell. Las diferentes comunidades religiosas interpretan de diversa manera el origen y el significado de su propio conjunto de libros sagrados.1
En el cristianismo no podía ser de otra manera. Por una parte, hereda del judaísmo una colección de libros sagrados—la Biblia hebrea—que, con el tiempo, pasó a denominar con la expresión «Antiguo Testamento».2 Y, por otra, su propia experiencia y desarrollo le hace producir una serie de textos que también se van incorporando al conjunto de libros tenidos como de especial valor y autoridad.
La historia del texto, la transmisión del texto
y la formación del canon
¿Cómo se formó el canon del Nuevo Testamento?.3
Es obvio que no se trata de que a alguien se le hubiera ocurrido reunir en un solo volumen un cierto conjunto de obras—muy dispares, por cierto, en cuanto a extensión y contenido—y hubiera proclamado, porque así le pareció bien, que esos libros eran sagrados.
Tampoco se trata de que Dios le haya soplado a alguien en el oído y le haya dictado, libro por libro, la lista completa de los que habrían de componer el Nuevo Testamento.
El proceso fue muy distinto. Mucho más complejo, mucho más rico y mucho más interesante. Y no exento de dificultades.
En primer lugar, hay una estrechísima vinculación entre la formación del canon y la formación del texto. Ambos desarrollos no pueden identificarse, pero tampoco pueden separarse sin hacer violencia a uno de los dos.4
Como es de sobra conocido, los escritos del Nuevo Testamento son escritos ocasionales. Con ello queremos decir que hubo una «ocasión» (o unas «ocasiones») que, de hecho provocaron su formación. O, dicho de otra manera: Esos textos no aparecen simplemente porque sus autores un día se levantaron con ganas de escribir y luego tuvieron la brillante idea de que sería «bonito» poner por escrito lo que les había venido a la mente. Al contrario. No es extraño el caso de un determinado autor bíblico que escriba angustiosamente, y que habría preferido no tener que escribir lo que estaba escribiendo. Eso es, en efecto, lo que a veces le pasaba a Pablo apóstol. Oigámoslo cuando escribe estas palabras: «Porque por la mucha tribulación y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados… Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté…» (2 Co 2.4; 7.8a).5
Fueron muy diversas las «ocasiones» o circunstancias que movieron a los diferentes autores del Nuevo Testamento a poner en papiro (que era el papel de la época) sus pensamientos, exhortaciones, esperanzas, oraciones, etc. El material que se incluye en esa obra global es variado: hay predicaciones (u homilías), cuentos que Jesús contaba (eso son las parábolas, y Jesús era un consumado e inigualable narrador), relatos de acontecimientos, oraciones, exhortaciones, visiones proféticas y apocalípticas, escritos polémicos, cartas personales, secciones poéticas… En cada caso, fue el problema o situación particular que el autor quería enfrentar y las características propias de sus lectores lo que determinó la naturaleza de cada escrito.
Por supuesto, mucho de lo anterior también se encuentra en la Biblia hebrea y, de alguna manera, ella sirvió de modelo para los escritores neotestamentarios. A ese modelo ellos agregaron su propia creatividad y ciertos detalles que eran característicos de la época en la que se forma el Nuevo Testamento.6 Hay, sin embargo, en el desarrollo de la comunidad cristiana de los primeros tiempos y en su producción literaria, una diferencia fundamental respecto de los escritos heredados del judaísmo. Veamos:
• Cuando Pablo, Pedro, Juan o Judas, pongamos por caso, se sientan a escribir, ya sea por propia mano o, como solía hacer Pablo, por la interpósita mano de un secretario, lo que querían hacer era responder a la situación específica que se les había presentado: pleitos entre hermanos, inmoralidad en la congregación, penetración en la comunidad cristiana de ideas extrañas que negaban tanto la eficacia de la obra de Jesucristo como la eficacia de la fe, gozo por la fidelidad de los hermanos y por la expresión de su amor, necesidad de recibir aliento en momentos de dificultad y prueba… o lo que fuera. Y esas autoridades de la iglesia escriben, habiendo buscado la dirección de Dios, en su calidad de tales: apóstoles, obispos (en el sentido neotestamentario), pastores y dirigentes de la comunidad cristiana en la diáspora.
• Cuando ellos escribían, ni siquiera soñaban que aquello que producían tenía, o llegaría a tener, la autoridad de los escritos sagrados que leían en la sinagoga y en las primeras congregaciones de cristianos. Puede decirse que en el Nuevo Testamento, quizás con la excepción del Apocalipsis—por su naturaleza particular—, no hay indicios de que sus autores creyeran que lo que estaban escribiendo iba a ser parte de «La Escritura».7 Pero, por proceder esos escritos de quienes procedían, por la autoridad que representaban sus autores y por considerar que, de alguna manera, eran testimonio de primera mano y fidedigno de «las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas» (Lc 1.1), los grupos cristianos no sólo guardaron y releyeron los textos que directamente ellos habían recibido sino que, además, comenzaron a producir muchas copias y a distribuirlas entre otras tantas comunidades hermanas.8 Poco a poco, los cristianos fueron reconociéndoles a esos textos autoridad privilegiada9 para la vida de la Iglesia y, con ello, reconocieron la inspiración divina en su producción y elaboraron, en fecha posterior, la doctrina correspondiente.10
Nos hemos referido hasta ahora a libros del Nuevo Testamento que se escribieron, en su mayoría, «de corrido». La situación se torna más compleja cuando tratamos de textos como los de los evangelios, cuya composición siguió otro camino.
En efecto, a Jesús no lo seguían estenógrafos que iban tomando notas de todo lo que él hacía y enseñaba, y que luego «se sentaron a escribir un libro».
De la palabra hablada a los textos escritos
La primera etapa de la transmisión del material que se incluye en los cuatro evangelios corresponde a la «tradición oral»: los apóstoles y demás discípulos de Jesús contaron a sus nuevos hermanos en la fe todo lo que podían recordar de su experiencia con su Señor y salvador.
Muy pronto comenzaron a hacerse colecciones escritas de los dichos de Jesús.11 Quizá nos parezca que algunos dichos de nuestro Señor que encontramos en los evangelios canónicos están como «descolgados» de su contexto literario. Probablemente se deba ello a que hayan sido tomados de alguna de esas colecciones.
De los textos que han llegado hasta nosotros, y por los testimonios de escritores antiguos, sabemos, además, que los seguidores de Jesús y de sus apóstoles también hicieron, en fecha posterior, otras colecciones de libros sagrados. Textos favoritos de esas colecciones parecen haber sido los escritos de Pablo.12
Cuando los autores de los evangelios que son parte del Nuevo Testamento se pusieron a redactar en forma final sus escritos,13 echaron mano del material que tenían a su disposición, e incluso buscaron más información por su propia cuenta. De ello da claro testimonio el propio Lucas, al comienzo de su evangelio.
Ahora bien, ni los cuatro evangelistas fueron los únicos que escribieron obras de ese género literario que llamamos «evangelio», ni Lucas fue el único que escribió un libro como el de Hechos, ni las epístolas del Nuevo Testamento fueron las únicas epístolas cristianas que circularon en el mundo antiguo, ni nuestro Apocalipsis es el único libro cristiano de ese tipo que se escribió en la antigüedad.
¿Qué queremos decir con lo anterior?
Sencillamente que, dada la naturaleza del cristianismo, su expansión y la diversidad que había entre los cristianos de los primeros siglos (sin olvidar las desviaciones que se llamaban a sí mismas cristianas), fueron muchos los que se dedicaron a escribir «evangelios», «hechos», «epístolas» y «apocalipsis».14 Relativamente pronto, la iglesia comenzó a discriminar entre unos y otros, aunque, en algunos casos, la discriminación no resultaba muy fácil.
Además, en la etapa inmediatamente posterior a los apóstoles hubo cristianos—entre los que se contaban algunos que con su sangre habían sellado la genuinidad de su testimonio y de su vida, como Ignacio, Obispo de Antioquía, o como Justino, de sobrenombre Mártir o el Filósofo—que escribieron obras muy importantes, ya sea para defensa de la fe o para la edificación de los cristianos. Algunas de esas obras resultaron ser sobremanera apreciadas por muchas comunidades cristianas, donde se leían con verdadera veneración y respeto. De entre ellas, unas, como la Primera epístola de Clemente de Roma a los corintios, la Carta de Bernabé, El Pastor, de Hermas, la Didajé y otras, llegaron a ser consideradas por muchos cristianos, y por las comunidades a las que ellos pertenecían, como obras canónicas y, por tanto, como escritos sagrados investidos de autoridad para la iglesia.
El canon
La situación interna de la iglesia
Desde el primer siglo—y de ello tenemos testimonio en los escritos del Nuevo Testamento—los dirigentes cristianos hubieron de enfrentarse a problemas que tenían que ver no sólo con aspectos prácticos de la vida cristiana personal y comunitaria (cuestiones morales y de relaciones personales), sino también con desviaciones doctrinales, resultado de la incomprensión—o de la distorsión intencionada—del significado del evangelio. En varios libros del Nuevo Testamento podemos detectar esta lucha de aquellos primeros escritores cristianos.
Con el pasar del tiempo, los problemas fueron creciendo y haciéndose cada vez más agudos. El acelerado crecimiento del cristianismo contribuyó también a ello, además de otros factores. Entre estos podemos mencionar los siguientes: el natural proceso de transformación desde un movimiento con «mística» y visión hasta una institución que tiene que gastar gran cantidad de energía en resolver sus asuntos internos (el menor de los cuales no era la administración) y en cuidar su supervivencia; el tránsito desde una comunidad perseguida a una comunidad primero tolerada, luego protegida y finalmente asimilada al poder político y capaz de perseguir15 (o, en otros términos, el paso del cristianismo a la cristiandad); la incorporación a la nueva fe, durante los primeros siglos, de muchas personas que, antes de su conversión, habían sido muy bien formadas de acuerdo con la cultura helenística dominante, no cristiana; la carencia del instrumental ideológico y técnico (además del lexicográfico) para profundizar y expresar, desde adentro de la fe, la inteligencia de esa misma fe; la «oferta» que le hacía al cristianismo el contexto sociocultural, del instrumental ideológico, técnico y lexicográfico provisto por la prevaleciente cultura helenística (sobre todo en el oriente cristiano, donde se elabora, en su primera etapa, la teología cristiana); la entrada al cristianismo (sobre todo en la época constantiniana) de gran número de personas que lo hicieron por razones no «teológicas», sin que hubiera realmente conversión.
Surgen entonces las controversias doctrinales, en algunas de las cuales se vio envuelto todo el mundo cristiano. Por supuesto, no todas suscitaron el mismo interés (algunas estaban circunscritas a una región) ni tenían igual importancia. Pero desde el principio se vio una necesidad imperiosa: la de contar con un corpus propio de libros sagrados que pudieran servir como punto de referencia y como fuente y criterio a la hora de tomar decisiones doctrinales. En otras palabras: hacía falta establecer un canon.
Como es de esperar, la conciencia de esta necesidad no fue algo que irrumpió repentinamente en los círculos cristianos. Es más, los cristianos de los primeros siglos, como ya se indicó, llegaron a considerar que algunos libros que actualmente no forman parte de nuestro Nuevo Testamento sí eran parte del canon. Este hecho es fundamental para entender el panorama que hoy se nos presenta en el marco general del cristianismo, pues no todos los cristianos aceptan el mismo conjunto de libros canónicos.
En líneas anteriores mencionamos algunos de esos libros que fueron citados como fuentes de autoridad por los escritores cristianos. A este respecto, es necesario ampliar nuestra comprensión de aquel período. Esos mismos cristianos, incluidos los autores de los libros que componen el Nuevo Testamento, se sentían en libertad de citar, en sus obras, escritos que no eran parte del canon del Antiguo Testamento, tal como este se acepta hoy por la mayoría de las iglesias protestantes. En efecto, encontramos en el Nuevo Testamento alusiones a textos o historias que pertenecen a los libros deuterocanónicos; aún más, como fuente importante, y no como mero adorno literario, hay citas de libros que pertenecen al grupo de los llamados pseudoepígrafos (o apócrifos, según otra nomenclatura).16
Esta libertad de uso, junto al hecho de que los libros sagrados de la primera comunidad cristiana eran los que habían recibido del judaísmo, explica que cuando empiezan a hacerse las primeras listas de los nuevos libros admitidos por la iglesia aparezcan en ellas algunos de los que hoy nos extrañamos… y no aparezcan otros que todas las comunidades cristianas de nuestra época aceptan como canónicos. Veamos, a vuelo de pájaro, los siguientes hechos:
Recepción de los libros y autoridad conferida
Los escritos de los apóstoles y de los otros seguidores de Jesús (especialmente la mayoría de aquellos escritos que luego se incluyeron en el conjunto que llamamos Nuevo Testamento) gozaron desde muy temprano de una calurosa recepción y se convirtieron en fuente de autoridad para los escritores cristianos de los años subsiguientes. Cuando se leen los escritos de los Padres apostólicos17 puede notarse la presencia, en ellos, de la enseñanza apostólica, tal como la conocemos por los libros ahora canónicos. Hay citas, en esos escritos, de todo el Nuevo Testamento, con excepción de los siguientes libros: Filemón, 2 de Juan y 3 de Juan. Los siguientes se citan muy poco: 2 de Pedro, Santiago y Judas.
Algunos tratados de los Padres apostólicos—tratados fundamentalmente pastorales—, por la naturaleza de su contenido, por la autoridad de su autor y por su cercanía temporal y temática a la enseñanza de los apóstoles, gozaron de gran simpatía, prestigio y aceptación. Aun cuando se basaban en lo que habían transmitido los discípulos de Jesús (de ahí el recurrir a las citas de las obras de estos últimos), muy pronto esos mismos escritos comenzaron a ser citados como libros de igual autoridad: los miembros de la comunidad los leían como si fueran parte de las «escrituras cristianas».
Los Padres de la iglesia
El período inmediatamente posterior al de los Padres apostólicos se conoce como el de los «Padres de la iglesia». Algunos dividen este período, a su vez, en tres etapas (que no tienen necesariamente secuencia cronológica): la etapa apologética (los Padres apologistas), la polémica y la científica. Es entonces cuando recrudecen los problemas doctrinales, tanto por los ataques externos de los enemigos del cristianismo como por dificultades internas, causadas por el sano deseo de profundizar en la inteligencia de la fe y en la comprensión de la enseñanza. De hecho se trata, en este último aspecto, de reducir cada vez más el ámbito del misterio; o sea, de intentar «explicar» todo aquello que pueda ser explicable, incluso después de aceptar la irrupción del misterio o del milagro. Por ejemplo, aceptada, como hecho y como milagro, la encarnación, se buscará explicar cómo se unen las dos naturalezas (humana y divina) en la persona de Jesús. Lo mismo sucede respecto de la persona y la voluntad. Y otro tanto en relación con la doctrina de la Trinidad.
Los esfuerzos fueron múltiples, y variadas las soluciones propuestas. Desafortunadamente, la nuevas relaciones entre el cristianismo y el imperio romano hacen que intereses políticos no sean ajenos a las controversias teológicas.18
No es de extrañar, dadas esas circunstancias, que el período nos ofrezca una gran riqueza de producción literaria: amplia y variada, en la que están representados los diferentes bandos teológicos en pugna.19
Marción
En el siglo II aparece un personaje de cuya vida tenemos muy pocos datos: Marción. Al parecer, fue excomulgado de la iglesia por su propio padre (quien debió, por tanto, ser obispo). Luego se afilió a la comunidad cristiana de Roma, y también de allí lo expulsaron (probablemente en el 144 d.C.20 Influido por creencias no cristianas, consideró que el Dios de quien habla el Antiguo Testamento no es el Dios verdadero, por lo que rechazó, en bloque, todos los libros de la Biblia hebrea. Por aquel entonces no se había establecido en la iglesia ningún canon, y por eso bien puede afirmarse que es Marción el primero que define un canon de libros cristianos. Según él, estaba constituido por el Evangelio de Lucas y por diez de las epístolas paulinas (todas menos las cartas pastorales; Hebreos no cuenta). Aun en esos libros que aceptó, Marción hizo recortes, pues consideraba que la iglesia había manipulado el texto y lo había pervertido.
La acción de Marción fue muy significativa. Muchos escritores cristianos lo atacaron. Fue condenado en el 144 d.C. Pero su atrevimiento dio inicio, en cierto sentido, a un proceso que llevaría a la definición de un canon «cerrado». «La polémica contra las pretensiones de los gnósticos de disponer de tradiciones secretas y contra las de Marción de escoger y corregir los textos, rechazando además las Escrituras hebreas, contribuyó a reforzar la conciencia del privilegio que tenían los escritos juzgados como apostólicos, en función de la acogida que obtuvieron entre las principales iglesias y teniendo en cuenta los criterios internos de seriedad y ortodoxia».21
Ya por el año 200 d.C. se ha aceptado la idea del canon y se ha compilado una buena parte de su contenido; sin embargo, no hay unidad de criterio en cuanto a la totalidad de los libros que lo componen. Este hecho se percibe muy bien por las dudas y variaciones que se presentan en las listas que se dan en diversas partes donde el cristianismo se había desarrollado.
Taciano
Antes de finales del siglo II, Taciano—que había sido discípulo de Justino Mártir—escribe su Diatessaron (ca. 170 d.C.), que es una armonía de los cuatro evangelios. Este hecho muestra que, para esa fecha, ya se consideraba que los evangelios canónicos eran esos cuatro.
El Fragmento Muratori
De finales del siglo II o principios del III, es un manuscrito que contiene una lista de libros del Nuevo Testamento, escrita en latín, conocida como el Fragmento Muratori, por el nombre del anticuario y teólogo que descubrió el documento: Ludovico Antonio Muratori.22
En el Fragmento Muratori se mencionan, como libros aceptados, 22 de los que componen nuestra versión del canon del Nuevo Testamento. Faltan los siguientes: Hebreos, Santiago, 1 y 2 de Pedro, 3 de Juan. Pero se añaden, como aceptados, otros dos libros: Apocalipsis de Pedro y Sabiduría de Salomón. Además, se da una lista de obras que fueron rechazadas por la iglesia, por diversas razones.
Orígenes
Por su parte, el gran Orígenes (quien muere alrededor del año 254 d.C.), indica que son aceptados veintiún libros del actual canon de veintisiete; pero hay otros que él cita como «escritura», como la Didajé y la Carta de Bernabé. Luego menciona entre los textos acerca de cuya aceptación algunos dudan, los siguientes: Hebreos, Santiago, Judas, 2 de Pedro, 2 y 3 de Juan, además de otros libros (como la Predicación de Pedro o los Hechos de Pablo).23
Eusebio de Cesarea
Eusebio de Cesarea nos presenta, en su Historia eclesiástica, una síntesis de la situación a principios del siglo cuarto, en cuanto al status de los libros sagrados dentro del cristianismo. Dice así el padre de la historia eclesiástica:
«En primer lugar hay que poner la tétrada santa de los Evangelios, a los que sigue el escrito de Hechos de los Apóstoles.
»Y después de este hay que poner en lista las Cartas de Pablo. Luego se ha de dar por cierta la llamada 1 de Juan, también la de Pedro. Después de estas, si parece bien, puede colocarse el Apocalipsis de Juan, acerca del cual expondremos oportunamente lo que de él se piensa.
»Estos son los que están entre los admitidos [griego: homolo- goumena]. De los libros discutidos [antilegomena], en cambio, y que, sin embargo, son conocidos de la gran mayoría, tenemos la Carta llamada de Santiago, la de Judas y la 2 de Pedro, así como las que se dicen ser 2 y 3 de Juan, ya sean del evangelista, ya de otro del mismo nombre.
»Entre los espurios [noza] colóquense […] aun, como dije, si parece, el Apocalipsis de Juan: algunos, como dije, lo rechazan, mientras otros lo cuentan entre los libros admitidos».24
Resumen
¿Qué nos enseña todo este proceso?
Primero, que el camino de la recepción y aceptación como libros privilegiados de un determinado número de textos a los que se les reconoció especial autoridad en las comunidades cristianas fue un proceso propio y natural de esas mismas comunidades. No fue resultado de una decisión consciente, de tipo jerárquico o conciliar. Las comunidades cristianas recibieron con alegría, respeto y hasta reverencia las comunicaciones (epístolas, por ejemplo) de los apóstoles o de otros dirigentes de la iglesia, y las aceptaron como documentos que poseían autoridad. Las leían y releían y las compartían con otras comunidades hermanas. Movida por su impulso misionero,25 la iglesia muy pronto comenzó a sacar copias de esos mismos textos y a repartirlas a las nuevas comunidades que se iban constituyendo a lo largo y ancho del Imperio y aun más allá de sus fronteras.
Segundo, que los demás escritores cristianos, predicadores, teólogos, etc., utilizaron esos escritos y los citaron con frecuencia, en su esfuerzo por comprender mejor la enseñanza cristiana y compartirla con sus lectores.
Tercero, que así se fue reuniendo un conjunto de libros que gozaban del mismo privilegio de aceptación. Este proceso de colección no fue uniforme en todo el territorio en que había presencia cristiana. Por una u otra razón, algunos libros eran aceptados por unas comunidades y rechazados por otras. Fue esa precisamente la causa de que no hubiera una única e idéntica lista de libros «canónicos» en todas partes.
Cuarto, que el fenómeno que acabamos de explicar no se limita, de manera exclusiva, a variaciones dentro del conjunto de libros que hoy aceptamos como canónicos. No sólo algunos de estos eran rechazados por algunas comunidades, sino que otros libros extraños a esa lista eran aceptados, quizás por esas mismas comunidades.
Quinto, que las listas de los siglos II y III que han llegado hasta nosotros representan, fundamentalmente, la posición de los grupos cristianos que las confeccionaron (o a los cuales pertenecían las personas que las confeccionaron). Por ejemplo, el «canon» de Muratori (o sea, la lista de libros que aparece en el fragmento de ese nombre) es, con toda probabilidad, el «canon» de la comunidad cristiana de Roma.
Sexto, que la variedad que se produjo se daba, en términos generales, dentro de un marco determinado, con excepción de los «cánones» que se fueron formando en comunidades que estaban al margen de la iglesia (como es el caso de la iglesia marcionita).
Séptimo, que no es sino a partir del siglo IV cuando comienzan a tomarse decisiones conciliares respecto de la composición del canon. Al principio se trató solo de concilios locales o regionales. Muy posteriormente fue asunto de los concilios generales o ecuménicos.
Octavo, que esas decisiones conciliares confirman la tendencia que se manifestaba en los siglos precedentes y, poco a poco, va consiguiéndose un consenso que se orienta al cierre del canon de los veintisiete libros, en las iglesias cristianas mayoritarias. Desde el siglo IV en adelante, los concilios publican listas de los libros que componen el Nuevo Testamento. Algunos de los libros tenidos por «dudosos» pasan a engrosar la lista del canon. Otros, quedan fuera para siempre. A veces, las circunstancias religiosas de una región podían afectar la aceptación definitiva de un determinado libro. Por ejemplo, en el Oriente se tarda más tiempo en aceptar el Apocalipsis de Juan porque este libro fue usado por algunos para apoyar ideas que se consideraban heterodoxas. Por otra parte, se siguió dudando, hasta el día de hoy, de la paternidad literaria paulina de Hebreos (o de la petrina de 2 de Pedro). Pero los veintisiete libros canónicos son los que la iglesia cristiana en su gran mayoría ha aceptado y acepta.
Hay que destacar que la aceptación definitiva del canon del Nuevo Testamento no se debió a las decisiones de los concilios. Lo que estos hicieron no fue sino reconocer y ratificar lo que ya estaba sucediendo en las diversas comunidades cristianas que formaban la iglesia universal.
Nos toca, como cristianos, agradecer a Dios por el don especial de estos libros que son «un libro», abrir sus páginas para descubrir en ellas su palabra, para recibir inspiración y corrección, y para comprender mejor su voluntad.
«… conoces las sagradas Escrituras, que pueden instruirte y llevarte a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien» (2 Ti 3.15–17, DHH).
Libros recomendados
Báez-Camargo, Gonzalo. Breve historia del canon bíblico. México: Ediciones «Luminar», 1982.
Eusebio de Cesarea. Historia eclesiástica. Traducción de Argimiro Velasco Delgado. Madrid: B.A.C., 1973.
Gerhardson, Birger. Prehistoria de los evangelios. Santander: Sal Terrae, 1980.
González, Justo L. Historia del pensamiento cristiano. Buenos Aires: Methopress, 1965.
Gribomont, J. «Escritura (Sagrada)». Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana. Dirigido por Angelo Di Berardino. Trad. de Alfonso Ortiz García y José Manuel Guirau. Salamanca: Sígueme, 1991. 2 volúmenes.
Muñoz Iglesias, S. «Canon del NT». Enciclopedia de la Biblia. Dirección Técnica: Alejandro Díez Macho y Sebastián Bartina. Barcelona: Ediciones Garriga, S.A., 19692. 6 volúmenes.
Trebolle Barrera, Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana. Madrid: Editorial Trotta, 1993.

SBU Sociedades Bíblicas Unidas
RVR Reina-Valera Revisión de 1960
DHH Dios Habla Hoy (Versión popular española)
BJ Biblia de Jerusalén
BA Biblia de las Américas
BL Biblia Latinoamericana
LPD Libro del Pueblo de Dios
NVI Nueva Versión Internacional
NBE Nueva Biblia Española
VPEE Versión Popular Edición de Estudio
1 En Alejandría, la colección de obras clásicas que podía servir de modelo literario se identificaba con la palabra «canon». Ciceron, Plinio y Epicleto utilizaban el mismo vocablo para designar algún conjunto de reglas o medidas. Véase A. Paul, La inspiración y el canon de las Escrituras, Estella: Verbo Divino, 1985, p. 45.
2 Los Padres de la iglesia emplearon la palabra kanon para designar «la regla de la tradición» (Clemente de Roma), «la regla de fe» (Eusebio de Cesarea), «la regla de verdad» (Ireneo) y «la regla de la iglesia» (Clemente de Alejandría y Orígenes). Véase la obra citada en la nota anterior.
3 De ese uso lingüístico se deriva la designación de «canónigos» para identificar a los religiosos que vivían en comunidad la «vita canonica»; es decir, vivían de acuerdo al ordenamiento eclesiástico establecido.
4 F. F. Bruce, The Canon of Scripture, Downers Grove: InterVarsity Press, 1988, p. 17.
5 J. C. Turro y R. E. Brown, «Canonicidad», Comentario Bíblico de San Jerónimo, p. 56.
6 Bruce, pp. 28, 63–67.
7 Al unir el libro de Rut al de Jueces y el de Lamentaciones al de Jeremías se cuentan 22 libros, como letras tiene el alfabeto hebreo. Esto explica por qué en la literatura judía se dice que el canon hebreo contiene 22 libros.
8 «El libro de los Doce» se conoce también como «Los profetas menores» debido a la extensión, no a la calidad o importancia de sus escritos.
9 Josefo, el historiador judío, en el primer volumen de su tratado Contra Apion, alude a 22 libros que contienen la historia judía. Esos libros son los mismos 24 de la Biblia hebrea en un orden un poco diferente: en la primera sección incluye los cinco libros de Moisés; en la segunda agrupa 13—posiblemente al añadir 5 libros a los 8 de la división tradicional: Job, Ester, Daniel, Crónicas y Esdras-Nehemías—; los cuatro libros en la sección final pueden ser Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Josefo, Contra Apion, 1.38–41.
10 Esta teoría fue popularizada por H. E. Ryle en 1892; véase Bruce, p. 36.
ca. circa, aproximadamente
a.C. antes de Cristo
11 Luego de la destrucción del Templo y el colapso de la comunidad judía en Jerusalén, en el año 70 d.C., un grupo de judíos, lidereados por el rabino Yohanan ben Zakkai, se organizó al oeste de Judea en una comunidad conocida como Jamnia (o Jabneh). El objetivo principal del grupo era discutir la reorganización de la vida judía sin las instituciones religiosas, políticas y sociales relacionadas con el Templo. En Jamnia los rabinos no introdujeron cambios al canon judío; únicamente revisaron la tradición que habían recibido. Bruce, pp. 34–36; J. P. Lewis, «What do we mean by Jabneh?» JBR 32 (1964), pp. 125–132; R. T. Beckwith, The Old Testament Canon of the New Testament Church, London: 1985, pp. 278–281.
cf. compárese
12 Baba Bathra, 14b-15a.
13 El prólogo de esta obra, que se incluye entre los libros Deuterocanónicos, posiblemente se redactó luego de que el nieto del autor emigrara de Palestina a Alejandría, en el año 132 a.C. Véase: James L. Crenshaw, «Book of Ecclesiastes», Anchor Bible Dictionary, D. N. Freedman, ed., vol. 2, New York: Doubleday, 1992, pp. 271–280.
14 La ausencia del libro de Ester entre los documentos hasta ahora encontrados en el Mar Muerto puede ser accidental; aunque puede revelar también la percepción que la comunidad tenía de ese libro: además de no contener el nombre de Dios y destacar la fiesta de Purim, presenta cierta afinidad con los ideales de Judas Macabeo, que entre los qumranitas eran rechazados; Turro y Brown, p. 67.
15 Aunque en Qumrán se han descubierto fragmentos de libros Deuterocanónicos (Carta de Jeremías, Tobit y Eclesiástico) y Pseudoepígrafos (por ejemplo, Jubileos y Enoc) es muy difícil determinar con precisión si eran reconocidos con la misma autoridad con que se aceptaban los libros «bíblicos»; Bruce, pp. 39–40; Turro y Brown, p. 67.
16 Turro y Brown, pp. 64–65.
17 Sobre la «diáspora» judía, los siguientes libros pueden orientar al lector: J. Bright, La historia de Israel, Bilbao: Descleé de Brouwer, 19873; S. Hermann, Historia de Israel: En la época del Antiguo Testamento, Salamanca: Sígueme, 1985.
18 Fundada por Alejandro el Grande en el 331 a.C.
19 Ernst Würthwein, The Text of the Old Testament: An Introduction to the Biblia Hebraica, Grand Rapids: W.B. Eerdmans Publishing Co., 1979, pp. 49–53.
20 Filón, Vida de Moisés, 2.57.
21 Citado por Würthwein, p. 50.
22 Würthwein, pp. 51–68.
23 Los primeros intentos por fijar el canon en la iglesia revelan las dificultades y conflictos teológicos entre judíos y cristianos durante el siglo II. Tanto Justino como Tertuliano están concientes de las diferencias entre los textos hebreos y la traducción griega. Posteriormente, la iglesia Occidental aceptó un número fijo de libros del Antiguo Testamento, entre los que se incluían algunos deuterocanónicos; los teólogos orientales estaban a favor del canon elaborado por los judíos. Turro y Brown, pp. 69–70; Bruce, pp. 68–97.
24 La palabra griega apokrypha tenía como sentido básico la idea de «cosas ocultas»; particularmente el de «libros ocultos» o «secretos». En la comunidad judía, el término no tenía ningún sentido peyorativo: se utilizaba para identificar a los libros que por estar en mal estado debían retirarse. El sentido negativo de la palabra surgió en la comunidad cristiana, en relación a las disputas y contiendas contra los herejes. Los libros gnósticos y los de las religiones mistéricas eran «apócrifos»; sin embargo, como con frecuencia esos libros eran heréticos—desde la perspectiva cristiana—, la voz «apócrifo» se convirtió en sinónimo de «herético», «falso» o «corrompido». A. Paul, pp. 46–47.
25 Sixto de Siena, en el 1556, fue posiblemente la primera persona en utilizar los sustantivos «protocanónicos» y «deuterocanónicos» para designar dos categorías de escritos en el Antiguo y Nuevo Testamento. A. Paul, p. 46; Bruce, p. 105.
26 James H. Charlesworth, «Pseudepigrapha, OT», Anchor Bible Dictionary, D. N. Freedman, ed., vol. 5, New York: Doubleday, 1992, pp. 537–540.
27 Melitón de Sardis (ca. 170) utilizó la expresión «Antiguo Testamento» para identificar las Escrituras judías; Eusebio, Historia, 4.26. Posteriormente Tertuliano (ca. 200), al referirse a las Escrituras cristianas, las llamó «Nuevo Testamento». Bruce, pp. 84–86; Turro y Brown, pp. 88–89.
28 La edición de 1979 del Nuevo Testamento en griego de Nestle-Aland (pp. 897–904), incluye una lista de citas del Antiguo Testamento en el Nuevo. Esa lista identifica las citas y las alusiones a la Septuaginta y a otras versiones griegas del Antiguo Testamento. Véase, además, Robert G. Bratcher, ed., Old Testament Quotations in the New Testament, London: UBS, 1967.
29 Bruce, pp. 48–52.
30 Würthwein, p. 53.
31 Bruce, pp. 45–46.
32 Orígenes era un teólogo cristiano de Alejandría que, durante los años 230–240 d.C., compiló diversos textos de las Escrituras hebreas en columnas paralelas. El orden de las versiones en la Hexapla es el siguiente: (1) el texto hebreo; (2) el texto hebreo transliterado al griego; (3) Áquila; (4) Símaco; (5) la Septuaginta; (6) Teodoción.
33 Würthwein, p. 53; Bruce, p. 53.
34 Würthwein, pp. 53–54.
35 Según Epifanio, Símaco era un samaritano convertido al judaísmo.
36 Würthwein, p. 54.
37 Leonard J. Greenspoon, «Theodotion, Theodotion’s version», en ABD vol. 6, pp. 447–448.
38 Turro y Brown, pp. 69–70.
39 Entre los concilios que hicieron declaraciones importantes referentes al canon se pueden identificar los siguientes: El Concilio de Laodicea (c. 360); el Concilio de Roma (382); y el Concilio de Florencia (1442). A. Paul, pp. 52–54.
40 Justo L. González, La era de los Reformadores, Miami: Caribe, 1980, pp. 65–75.
41 Este decreto tenía una importancia histórica particular: en los prefacios a su Nuevo Testamento de 1522, Lutero había descartado los libros Deuterocanónicos y había cuestionado la inspiración de Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis. A. Paul, p. 53. Hans Küng, La Iglesia, Barcelona: Herder, 1975, pp. 375–380, 425, 501. Ludwig Hertling, Historia de la Iglesia, Barcelona: Herder, 1989, pp. 330–347.
42 Las copias de la Vulgata contienen frecuentemente los libros de 1 y 2 Esdras y la Oración de Manasés; sin embargo, estos no fueron aceptados por el Concilio.
43 En el resumen de las respuestas reformadas a la situación del canon seguimos a Turro y Brown, pp. 71–73.
44 Bruce, pp. 105–106.
45 Samuel Pagán, «La Revisión Valera de la Traducción Reina…», La Biblia en las Américas (1989), pp. 10–11.
46 Bruce, pp. 109–111; Turro y Brown, p. 72.
47 G. Báez-Camargo, p. 27.
48 Bruce, pp. 111–114.
49 Báez-Camargo, p. 77.
50 Normas para la cooperación interconfesional en la traducción de la Biblia, Roma: Imprenta Políglota Vaticana, 1987.
51 El contenido básico de los libros de los Macabeos es el siguiente: 1 Mac relata la persecusión y la resistencia de los judíos por los años 175–164 a.C., desde una perspectiva macabea; 2 Mac incluye parte de la misma historia de persecusión y resistencia, pero desde el punto de vista fariseo; 3 Mac describe la amenaza a la comunidad judía de Alejandría por los años 221–203 a.C.; 4 Mac presenta una meditación piadosa de los martirios descritos en 2 Mac. Estos libros se incluyen como un apéndice al final de la Septuaginta.
52 El libro de los Salmos contiene un salmo adicional que no aparece en el canon hebreo: el 151, del cual existen copias tanto en griego como en hebreo. Véase, J. A. Sanders, The Psalms Scroll of Quram Cave 11. Discoveries in the Judean Desert, Oxford, 1965.
1 Sobre el tema de los textos sagrados y las religiones del mundo, consúltese el interesante estudio de Harold Coward, Sacred Word and Sacred Text (Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 1988). Algunos han señalado que por lo menos dieciocho religiones, desde la antigua religión egipcia a la Iglesia de los Mormones (comienzos del s. XIX), consideran determinados libros como «Sagrada escritura». Véase, a este respecto, Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios (Estella, Navarra: Editorial Verbo Divino, 1992), especialmente el capítulo 3 de la Parte segunda.
2 Hay que recordar que nuestro AT tiene también autonomía propia, en el sentido de que es valioso por sí mismo, aun cuando los cristianos veamos en el NT la plenitud de su significado. Por ello es saludable llamar a ese grupo de libros La Biblia hebrea, que es, además, una manera de reconocer que no somos ni los «dueños» ni los únicos depositarios de ese texto sagrado.
3 Puesto que a este precede otro capítulo sobre el canon del AT, allí remitimos al lector para ver el significado de la palabra «canon» y su uso cristiano. Véanse también los primeros párrafos del breve artículo de Samuel Pagán, «Formación del canon y del texto»,(en Taller de ciencias de la Biblia [San José, Costa Rica: Sociedad Bíblica de Costa Rica, 1991], p. 21 y 22). Para información adicional, véase Philipp Vielhauer, Historia de la literatura cristiana primitiva. Traducción de Manuel Olasagasti, Antonio Piñero y Senén Vidal (Salamanca: Sígueme, 1991), cap. XI, sección 64 («El problema de la formación del canon»).
4 En los primeros párrafos del artículo sobre «El texto del NT», en esta misma obra, se describe brevemente parte del proceso de la formación del texto. Aquí añadimos unos pocos detalles complementarios que permitirán al lector ‘¡así al menos esperamos!’ percibir más claramente la íntima relación que existe entre la escritura y difusión del texto sagrado y la formación del canon. En efecto, uno no se comprende bien sin la comprensión del otro.
5 Como estos textos, podrían mencionarse otros, incluso algunos en los que el tono que emplea el autor muestra su angustia y preocupación, o su enojo. Véanse, a modo de ejemplo, los siguientes: Gl 3.1–5; 4.11–20; Col 2.1,4; 2 Ts 2.1–2. En este trabajo, cuando transcribimos textos bíblicos lo hacemos de la versión de Reina-Valera, revisión de 1960, excepto cuando se indique otra cosa.
6 El ejemplo más obvio es lo que podríamos llamar «género evangelio», característico del cristianismo, pues nace con él. Otro aspecto es el género epistolar: aunque había cartas en el AT (por ejemplo, en Esd 4.11b-16; 4.17b-22; 5.7–17; 7.12–26), puede decirse que en el NT se presenta como género literario específico, bien desarrollado ya en la época cuando este se está componiendo.
7 Al parecer fueron los gnósticos los primeros en tratar como «Escrituras» algunos de los escritos del NT.
8 Véase, en esta misma obra, el capítulo sobre las «Traducciones castellanas de la Biblia», y lo que allí decimos acerca del por qué se hicieron muy pronto traducciones del texto del NT.
9 Debe indicarse que en el propio NT tenemos unos pocos testimonios en los que, junto a dichos del AT (Dt 25.4), se ponen dichos de los evangelios (Lc 10.7). Tal es el caso de 1 Ti 5.18. Probablemente algo similar ocurra con la referencia que a los escritos de Pablo se hace en 2 P 3.15–16.
10 El desarrollo de la doctrina de la inspiración ha sido muy importante en la historia de la iglesia. Aquí no tratamos ese tema. Sí es bueno acentuar la distinción entre inspiración y autoridad. Y, en cuanto a esta última, también debe distinguirse entre la autoridad propia del texto y el hecho de que la comunidad cristiana inviste de autoridad, por su recepción y por su uso, a ese mismo texto. Esta distinción no implica la más mínima contradicción: la definición del primer aspecto corresponde a la teología; la del segundo es parte del desarrollo de las comunidades cristianas del primer siglo.
11 Los descubrimientos de Nag Hammadi (1945) pusieron a nuestra disposición una gran biblioteca de extraordinario valor. Ha habido mucha discusión acerca de la naturaleza de los textos allí encontrados y en la actualidad se están revisando algunas posiciones que se habían tomado, quizás, apresuradamente. Por ejemplo, hoy se considera que no todos los textos encontrados son gnósticos (por ejemplo, y obviamente, el del libro VI de La República, de Platón) y que, con mucha probabilidad, la comunidad a la que la biblioteca pertenecía tampoco era gnóstica. De todos modos, lo que interesa ahora destacar es que allí se encontró un evangelio, de tendencias gnósticas (según unos autores, aunque otros rechazan esta clasificación), que es una colección de dichos atribuidos a Jesús. Se trata del Evangelio de Tomás. Véase, sobre este tema, el excelente libro de James H. Charlesworth, Jesus within Judaism (N. Y.: Doubleday, 1988), especialmente el cap. 4: «Jesus, the Nag Hammadi Codices, and Josephus». En cuanto al Evangelio de Tomás, hay traducción castellana, por Manuel Alcalá: El evangelio copto de Tomás (Salamanca: Sígueme, 1989).
12 En la Primera carta a los corintios, de Clemente de Roma, en la Carta a los efesios, de Ignacio y en la Carta de Policarpo a los filipenses se mencionan las «cartas de Pablo». El texto neotestamentario de 2 P 3.15 indica otro tanto. (En la carta de Policarpo también se hace referencia a una colección de las cartas de Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.)
13 Recordemos que ninguno de los cuatro evangelios da el nombre de su autor. La asignación a los cuatro «evangelistas» es unos cuantos años posterior a los mismos evangelios y corresponde a la tradición oral de la que tenemos testimonio escrito a partir del s. III.
14 Para mayor información sobre estos aspectos, véase la siguiente obra: Julio Trebolle Barrera, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia (Madrid: Editorial Trotta, 1993). En las páginas 258–263 se encuentra una lista de las obras canónicas y no canónicas (o apócrifas), organizadas por sus géneros (evangelios, hechos, etcétera), y seguida por una breve explicación de las segundas. Se añade, además, una lista de «interpolaciones cristianas», escritos de los Padres apostólicos y tratados doctrinales y morales.Véanse también: M.G. Mara, «Apócrifos», en: Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana (Salamanca: Sígueme, 1991), 2 volúmenes; y A. Sánchez Otero, Los evangelios apócrifos (Madrid: B.A.C., 1956).
15 Se nos ocurre pensar que es el recorrido, pero a la inversa, que siguió Pablo. Este, de perseguidor se convierte en perseguido. Esto fue parte de su «conversión». La iglesia, por su lado, de perseguida se convierte en perseguidora. ¿Será esa su «desconversión?».
16 No debieran identificarse los dos términos (deuterocanónico y apócrifo). Desafortunadamente, no ha habido acuerdo para su uso, y este ha cambiado, sobre todo en la tradición protestante. En efecto, la misma palabra «apócrifo» ha variado su significado, y hoy se maneja, al menos en círculos populares evangélicos, con un sentido básicamente peyorativo.Respecto de las alusiones y referencias que a algunos de estos libros se hace en el Nuevo Testamento, véase el «Index of allusions and verbal parallels», The Greek New Testament. Fourth revised edition. Edited by Barbara Aland, Kurt Aland, Johannes Karavidopoulos, Carlo M. Martini and Bruce M. Metzger (Stuttgart, Germany: Deutsche Bibelgesellschaft, United Bible Societies, 1993), p. 891–901. En las p. 900 y 901 se registran ciento dieciséis de esas «alusiones y paralelos verbales» de libros deuterocanónicos y apócrifos (apócrifos y pseudoepígrafos, respectivamente, según la terminología más usada entre los protestantes) en el NT. Además se señalan tres (o quizá cuatro) casos, en el NT, tomados de «otros escritos» del mundo antiguo.
17 Se llama así al conjunto de escritores y textos cristianos que aparecen en la etapa inmediatamente posterior a la de los apóstoles. Conocemos los nombres de los autores de muchas de esas obras. Otros escritos de la época resultan anónimos. Se cuentan, entre los Padres apostólicos, los siguientes: Clemente Romano, La Didajé, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, La Epístola de Bernabé, El Pastor, de Hermas, la Epístola (o Discurso) a Diogneto. Véase, para los textos: Padres apostólicos. Introducción, notas y versión castellana de Daniel Ruiz Bueno (Madrid: B.A.C., 19672); y para información sobre esos libros: las obras ya citadas de Justo L. González y de Philipp Vielhauer.
18 Quizás el ejemplo más dramático haya sido el de Atanasio, quien experimentó en carne propia las vicisitudes de la intromisión del poder político en las discusiones doctrinales de los cristianos. No hay que olvidar, incluso, que durante mucho tiempo fue el emperador el único que tenía la autoridad para convocar los concilios. Véase: Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano (Buenos Aires: Methopress, 1965), vol. I, especialmente los capítulos VI y XIII. «Un hecho notable en los concilios antiguos es el papel importante que ejercía el emperador: él los convoca, fija el orden del día, confirma sus decisiones; al ratificarlos, da valor de leyes imperiales a las decisiones conciliares, ya que los ciudadanos tienen que profesar la fe ortodoxa, y confía a la justicia coercitiva secular a los que se oponen a ella» (Ch. Munier, «Concilio», Diccionario patrístico, vol. I, p. 462).
19 Aunque hay que reconocer, con tristeza, que muchas de las obras de autores que llegaron a ser considerados «heterodoxos» fueron luego destruidas, como también algunos volúmenes contra el cristianismo escritos por autores «paganos». De lamentar es la desaparición de los libros de Porfirio (segunda parte del s. III).
20 J. L. González, p. 160–165.
21 J. Gribomont, «Escritura (Sagrada)», Diccionario patrístico, p. 742. Veáse, en Philipp Vielhauer, Historia de la literatura…, p. 817–821, la presentación de las hipótesis que intentan explicar cuál fue el motivo por el que se formó un canon del NT.
22 La historia de este fragmento, sus posibles interpretaciones y su significado, como así mismo los problemas de determinación de su fecha están explicados en el capítulo doce («The Muratorian Fragment») de la obra de F. F. Bruce, The Canon of Scripture (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1988).
23 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica. Traducción de Argimiro Velasco Delgado (Madrid: B.A.C., 1973), VI, 25, 3–14; G. Báez Camargo, Breve historia del canon bíblico (México: Ediciones «Luminar», 19822); F. F. Bruce, The Canon of Scripture, p. 192–195.
24 Eusebio, Historia eclesiástica, III, 25,1-4. El grupo de los espurios (noza) está formado por libros que también son discutidos, como «Hechos de Pablo, el llamado Pastor y el Apocalipsis de Pedro», entre otros. Eusebio menciona, además, otros libros que «han propalado los herejes»; y añade: «Jamás uno solo entre los escritores ortodoxos juzgó digno de hacer mención de estos libros en sus escritos». De esos mismos libros dice que son «enjendros de herejes» (haireticon andron anaplasmata) y «absurdos e impíos» (atopa kai dyssebe) (III, 25,4 y 6–7).
25 Véase el capítulo sobre «Versiones castellanas de la Biblia», en este mismo volumen.
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