sábado, 7 de julio de 2012

Sectas, ocultismo, denominaciones: Esclavitud satanica

biblias y miles de comentarios
 
Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo
Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor, varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad.
Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos conociéramos. He aquí su historia:
*     *     *
La historia de Sandy
Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente.
Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana.
La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida lejos de todo eso.
En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y delicada voz.
Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera.
Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de rechazar las soluciones de mis padres.
Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para predecir el futuro, y creía que era mágica.
Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una respuesta como «probablemente».
Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía poder especiales.
Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica.
Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.
Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía como una temerosa niñita triste y sola.
Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron. Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él no estaba o cuando dormía.
Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva.
En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo que odias y odio todo lo que amas.
Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera.
Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura.
A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos preguntó:
«¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.
Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta … ¡y por diez años participé en ella!
Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme: «Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi vida por ellos.
Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro, como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera tenido que morir en una cruz.
Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta
Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza.
Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación, creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos era que no estaban dispuestos a conocerla.
Vivía en dos mundos
Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más.
Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla.
Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla.
Cuando mi madre enfermó de cáncer, fui a visitarla en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla y así cuidar de su espíritu en la próxima vida. En esa próxima vida ella viviría en la secta y yo podría estar consciente de ella; entonces tendría una mejor vida que la que tuvo con mi padre.
Mientras estaba con ella sentí un odio tremendo por sus amistades que visitaban su cuarto, le hablaban de Jesús y oraban por su sanidad. Yo ridiculizaba sus intentos, pero estaba asombrada de ver la fuerza de las convicciones de mi madre. Fue una batalla entre su mente y la mía, pero una noche estaba con tanto dolor y tan agotada emocionalmente que hizo conmigo una oración de compromiso para entregar su espíritu a la secta. Al día siguiente regresé a casa sintiéndome satisfecha, y ella murió a los pocos días.
Recuerdo una tarde a las tres, mientras hacía crucigramas con una vecina, que de repente sentí la presencia de mi madre en el cuarto. Le dije: «¿Qué haces aquí? Supuestamente deberías estar en la sede de la secta».
Más tarde ese mismo día me llamó mi hermano y me dijo que mamá había muerto esa tarde.
Mi amiga en la secta me contó que todo estaba muy bien, que habían recibido el espíritu de mi madre. Con el tiempo me llamarían apenas naciera la bebé que iba a recibir el espíritu de ella, para que yo la fuera a visitar.
Eso me enojó tanto, que robé una Biblia para resaltar todas las mentiras.
Cerca de una semana más tarde, recibí carta de una de las amigas de mamá que había estado con ella cuando murió. Dijo que mi madre se había ido a estar con Jesús, lo que me enojó tanto que fui a una iglesia local y me robé una Biblia. Iba a subrayar todas las mentiras en ella para luego enviarla a esta señora y mostrarle lo confundida que estaba, y para convertirla a la secta.
Abrí la Biblia en la mitad y empecé a leer en el libro de Isaías. En vez de subrayar las «mentiras» me vi subrayando palabras como «Venid, pues, dice el Señor, y razonemos juntos[…] si volviereis a mí, yo me volveré hacia ti». Descubrí que el libro estaba lleno de pasajes acerca de que uno no se debe involucrar con médiums ni con astrólogos. Cuando terminé de leer estaba confundida respecto a cuál era la verdad.
Jamás había leído una Biblia, mucho menos había poseído una, por lo que fui al final del libro para ver cómo terminaba todo. Cuando leí el libro de Apocalipsis me asusté, porque la secta enseña ese libro al revés. Ellos dicen que las personas son realmente «dioses» que regresan y toman el lugar que les corresponde en el cielo.
Me senté allí y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre.
Regresé a la iglesia de donde había robado la Biblia y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre. Razoné que si ella había sido cristiana, entonces yo debía poderla contactar en un lugar cristiano. Cuando llegué a la iglesia, dije que estaba tratando de comunicarme con mi madre, dijeron muy amorosamente que no creían que la encontraría allí, pero me invitaron a desayunar con ellos y a conversar del asunto. Resultó ser un desayuno de comunión cristiana, donde por primera vez en mi vida me encontraba entre un grupo de personas cuyas vidas parecían ser especiales debido a su relación con Jesucristo.
En los siguientes meses aumentó mi confusión conforme iba y venía entre mi lectura bíblica y la de mis libros de la secta. Visité la iglesia donde había conocido a la pareja y ellos iban a mi casa simplemente para leer las Escrituras conmigo. Los considero mi madre y mi padre espirituales. Jamás me hicieron sentir mala; simplemente me amaron y me aceptaron. Cada mes me recogían para llevarme a su desayuno cristiano y a otros servicios de la iglesia.
Si ella había ido realmente a estar con Jesús, yo también quería estar allí.
Durante esta época recuerdo que oraba y le decía a Dios que yo quería estar dondequiera que estuviera mi madre. Si había sido la causa de que ella hubiera perdido su entrada al cielo, entonces no quería ser cristiana porque quería estar con ella. Pero si realmente se había ido con Jesús, como me lo había dicho su amiga, deseaba estar allá también. No podía escoger.
Una noche en sueños vi a mi madre caminando hacia mí junto con otra persona vestida de blanco, me dijo: «Te perdono por lo que hiciste y quiero que te perdones a tí misma y ores por tu padre». Eso me despertó como un tiro y desperté a mi marido diciendo: «Ya sé donde está ella». Me enojé por haberme pedido que orara por mi padre, pero así supe que era mi madre. Nadie más se atrevería a pedirme que hiciera eso.1
La siguiente semana asistí a la iglesia con esa pareja, entregué mi vida al Señor y renuncié a mi participación en la secta. Entregué a la pareja todos mis libros y los avíos de la secta, y ellos se lo llevaron de mi casa. En los dos años siguientes me discipularon y me llevaron a su grupo de comunión.
A las seis semanas de ser cristiana me di cuenta de que estaba embarazada, por lo que me enojé con el Señor. Ya había tenido tres abortos y había decidido que no debía seguir con el embarazo sólo porque era cristiana. Pero mi marido, me dijo: «Yo pensaba que tú, como cristiana, no aceptarías un aborto porque los cristianos no creen en el aborto». Me enojé porque Dios me hablara a través de mi marido, quien ni siquiera era cristiano, pero Dios parecía decirme: «Mira, tu casa tiene suficiente espacio para un bebé. ¿Pero qué tal tu corazón? ¿Habrá campo en él?» Entonces me decidí a tener el bebé.
A los nueve meses de haber nacido el bebé mi esposo entregó su vida al Señor. Me dijo: «Cuando te decidiste en contra de un aborto me impresionó la intervención de Dios y su impacto en tu vida».
Un sacerdote supo mi trasfondo y sugirió que probablemente yo necesitaría liberación.
Me preguntaba si debería ser católica como había sido mi madre. Mis padres espirituales me dijeron que estaría bien que asistiera a la iglesia católica, por lo que empecé a asistir a un grupo de oración de católicos carismáticos. Cuando el sacerdote supo mi trasfondo sugirió que probablemente necesitaría liberación, por lo que me reuní con él. Empezó a hablar con lo que había dentro de mí, pidiéndole su nombre. La «cosa» le daba un nombre y luego se ponía iracunda y violenta; me asusté y le di una paliza al sacerdote.
Esto me asustó tanto que decidí mantenerlo en secreto. Quise creer que si realmente era cristiana, Dios espantaría de mi vida esa horrible presencia. Como no sucedió así, no pude creer que en verdad tenía una relación con Dios. La gente me decía que yo estaba salva ya que había entregado mi corazón al Señor, pero nadie me podía ofrecer la seguridad que buscaba. Me sentí medio mala, medio buena y no me podía imaginar cómo iría al cielo sólo la mitad de mí.
Iba a la iglesia, pero cuando llegaba a casa, las voces me atormentaban; ya no eran mis amigas.
De nuevo nos mudamos, tuvimos más hijos y nos involucramos en una iglesia nueva y en sus estudios bíblicos, pero todavía experimentaba esa vida dividida. Iba a la iglesia, pero apenas llegaba a casa las voces empezaban a atormentarme. Ya no eran mis amigos: me acusaban, gritaban, se enojaban y profanaban. Me decían: «Crees que eres cristiana, pero no lo eres. Eres inmunda y pecadora».
Mientras más cristiana me hacía, peor actuaban las voces.
Me hice legalista, pensando que tenía que asistir a todo estudio bíblico y a toda actividad de la iglesia. Iba los domingos por la mañana y las noches de domingos y miércoles, con la idea de que si estaba presente cada vez que la iglesia abría sus puertas podría comprobar que era cristiana.
Salía en viajes de misiones y enseñaba en la escuela dominical. Cuando enseñaba los estudios bíblicos y hablaba con otros los peligros de las sectas, todo se intensificaba dentro de mí. El enojo se transformaba en ira, el dolor en tormento, las acusaciones me hacían sentir suicida. Pensé: ¿Por qué no me mato? Jamás voy a alcanzar la perfección para ser una verdadera cristiana.
Cuando salí en un programa radial y hablé de los peligros de las sectas, me plagaba el temor de que mataran a mis hijos. Me volví paranoica hasta de enviarlos a la escuela, por lo que me salí de todo. Me sentí entonces mejor por un tiempo y las voces disminuyeron su actividad, pero me convertí en una persona solitaria que no iba a ningún lado ni hablaba con nadie, deseaba simplemente estar sola todo el tiempo. Me sentí cada vez más atada, y mi vida interior se convirtió en una cárcel en donde no brillaba la luz.
Me diagnosticaron un TPM (trastorno de personalidad múltiple).
Asistí a un centro cristiano de consejería que me ayudó a aclarar algunos maltratos de mi infancia. Me diagnosticaron un trastorno de disociación debido a las voces y a las personalidades múltiples, porque muchas veces decía: «Bueno, nos sentimos de tal manera». Mi consejero me preguntaba: «¿Por qué dices “nos”?» «No lo sé», contestaba.
Esto me asustaba pero también sentía alivio al saber que por fin alguien creía que habían voces dentro de mí. Asistía dos veces por semana a sesiones de consejería para aliviar el dolor y el tormento. Si en algún momento habían aciertos aparentes me daba pavor y luego sentía la necesidad de castigarme haciendo algo peligroso o doloroso. No había nada que apaciguara la cólera dentro de mí, excepto los casetes de alabanza y adoración. Solamente cuando los escuchaba sentía que no me volvía loca, pero sólo podía escucharlos: no los podía cantar.
Los consejeros me amaban y estaban dispuestos a ayudarme cada semana. Oraban por mí y se comprometían a acompañarme en todo mi peregrinaje, cosa que les parecía que iba a durar mucho tiempo pues tenía que integrarme de nuevo. Me dieron esperanza, asegurándome que Dios me quería sana y que Él lo lograría, a pesar de que yo vacilaba entre la esperanza y la desesperación como si estuviera en una montaña rusa. Estos consejeros cristianos fueron como un salvavidas para mí, y me transmitieron el amor y la aceptación de Dios en la manera en que me escuchaban, me comprendían y se preocupaban por mí.
Sin embargo, cuando tenía siete años ocurrió un hecho tan traumatizante que me produjo terror y que incluso impidió seguir los consejos. Cada vez que llegaba a la edad de siete años, en el proceso de consejería, me daba demasiado temor seguir adelante. Razonaba: Si es tan terrible, no quiero saber de qué se trata. Una voz dentro de mí decía que me haría daño recordar el asunto.
Tenía una vecina amiga que conocía mis luchas. Un día me pidió que la ayudara a preparar una «Conferencia sobre la resolución de conflictos personales y espirituales» que se iba a dar en su iglesia en unas seis semanas. La idea era que yo le ayudara a visitar iglesias, colocar carteles y vender los libros. No quería hacerlo. Estaba segura de que la conferencia era simplemente una reunión más como tantas en las que había estado. Siempre regresaba a casa muy sola y desanimada, sabiendo que me esperaba el castigo por haber intentado buscar una cura. Aunque temía que mi vida fuera aún más desgraciada. De mala gana le dije que la ayudaría.
Después de ver el primer video durante diez minutos, decidí odiar a Neil Anderson.
Mi vecina me dio varios videos del congreso para que los viera con el fin de poder responder a las preguntas sobre los materiales. A los diez minutos de ver el primer video ya había decidido odiar a Neil Anderson, pues él no tenía nada que decirme. Sentí deseos de advertir a la gente que no asistiera y le dije a mi vecina:
—No me gustó el hombre. ¿Estás segura de que quieres que venga a dar esta conferencia? Me parece que hay algo malo con él.
—Bueno—me respondió—, eres la única que me dice eso entre unas treinta y cinco personas con quienes he conversado.
En la cruzada aumentó mi resistencia y no escuché todo lo que se dijo. Tampoco recordé las noches en que Neil habló de nuestra identidad en Cristo, y me senté en la segunda fila sin poder cantar ni uno de los himnos. Mientras él hablaba, parte de mí decía: Eso no es nada nuevo. Lo sabíamos de todos modos. Otra pequeña voz dentro de mí decía: Quisiera que todo lo que dice fuera cierto y que me pudiera ayudar. Sin embargo, no revelé mi parte que tenía esperanza, sino más bien la que criticaba. Al conversar con los demás, les decía:
—¿Qué piensas de la conferencia? No es tan buena, ¿verdad?
Me empecé a ahogar y a sentir enferma, me dirigí al auto para ir a casa.
Casi al final de la semana nos mostraron la grabación de una sesión de consejería de dos horas. No pude mirar a la mujer del video mientras encontraba su libertad. Sentí terror y cólera a la vez. Me empecé a ahogar y a sentir enferma, y me dirigí al auto para ir a casa, decidida a no aparecer el sábado. Pero en el pasillo me encontré con Neil.
Pasamos a una sala adjunta donde Neil me ayudó a hacer algunas renuncias, que repetía en voz alta y que me permitieron tomar mi posición en contra de Satanás y de sus influencias en mi vida. También le pedí a Dios que me revelara qué era lo que me había impedido sentarme a mirar el video, y fue entonces que recordé lo que sucedió cuando tenía siete años de edad. Era como si se hubieran apartado las nubes: me pude ver como una niñita aterrada por una presencia oscura y negra.
Jugaba con muñecas en el dormitorio al fondo de la casa. Era de día y no sucedía nada que produjera temor, ni había nadie más en el cuarto. De repente sentí que me consumía el terror. Recuerdo que dejé de jugar y me acosté boca arriba y dije: «¿Qué quieres?» a una presencia gigantesca y negra que estaba sobre mí. La presencia me dijo:
—¿Puedo poseer tu cuerpo?
—Sí, si prometes no matarme—le respondí.
Literalmente sentí aquella presencia infiltrarse totalmente desde la cabeza hasta los pies. Fue tan opresivo sentir que esa cosa invadiera todos los poros de mi cuerpo que recuerdo que pensé: Me voy a morir. Tenía sólo siete años, pero recuerdo que fue tan sexual y sucio, que sentí tener un gran secreto que debía ocultar y que jamás se lo podría contar a nadie. Desde entonces me parecía que tenía más de una personalidad y creía natural que otros seres invisibles tomaran mi cuerpo. A veces hacía cosas que luego no recordaba cuando la gente hablaba de ellas. Entonces pensaba: Bueno, no fui yo; fue mi «amigo» invisible el que lo hizo.
Jamás volví a jugar con la bola negra. Nada más tenía que hablar con mi amigo invisible y este me sugería lo que debía hacer. Unas veces eran sugerencias malas, pero otras eran buenas. Dada mi gran necesidad de compañerismo por los maltratos en mi infancia, jamás se me ocurrió que esa voz fuera otra que la de una amistad.
Cuando le contaba, Neil decía: «Es mentira». Apaciblemente me conducía a través de los pasos hacia la libertad.
Cuando Neil me condujo a la liberación, dándome las palabras que debía decir, renuncié específicamente a todos los guardianes satánicos que se me habían asignado. En ese instante me asustó la presencia malévola y temía que nos diera una paliza a los dos. Me recordó que yo había jugado con esa bola mágica por años.
Neil me instó a que no tuviera miedo y me preguntó qué decía la presencia a mí mente. Cada vez que le contaba lo que decían las voces, él respondía: «Eso es mentira», y me iba conduciendo muy apaciblemente por los pasos hacia la libertad. Recuerdo el mismo instante en que la presencia ya no estaba. Sentí como que la personita que era yo verdaderamente se estaba inflando como un globo dentro de mí. Al fin, después de treinta y cinco años de una vida fraccionada, yo era la única persona dentro de mi cuerpo. He dedicado el lugar desocupado por la presencia malévola a mi nuevo inquilino: el Espíritu limpio, apacible y tranquilo de Dios.
El sábado por la mañana temí despertarme, pensando: Esto no es real. No quería abrir los ojos porque normalmente la voz me decía algo como: «¡Levántate, ramera estúpida! Tienes que trabajar». Entonces me levantaba y hacía todo lo que me indicara. Pero esta mañana no habían voces y mientras reposaba en cama pensé: Aquí no hay nadie más que yo.
Cuando regresé al congreso y entré por la puerta, la gente me veía distinta. Les conté cómo me había sentido siempre una huérfana en el cuerpo de Cristo, pero que ahora me sentía libre y parte de la familia de Dios.
Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera.
Pensé que apenas se fuera Neil, esa cosa volvería. Sin embargo, la paz perduró porque Jesucristo fue el que me liberó. Cada vez que volvía el temor, repasaba sola los pasos hacia la libertad, cosa que hice por lo menos cuatro o cinco veces más. Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera y jamás volvió desde entonces.
Una semana después tuvimos un choque frontal en el auto. Temí que la voz estaría allí de nuevo para decirme: «Voy a destruirte porque crees que estás libre». Pero más bien sentí que Dios me decía: «Aquí estoy para protegerte y siempre estaré contigo así».
Cuando una de mis hijas me preguntó si el choque había sido por su culpa, me pregunté por qué podría pensar así. Recordé que uno de los pasos hacia la libertad es romper con las ataduras ancestrales porque las fortalezas demoníacas se pueden pasar de una generación a la siguiente (Éxodo 20:4, 5). Mi niña de diez años de edad me dijo:
—A veces sé lo que va a pasar antes de que suceda y a veces miro por la ventana y veo cosas que nadie más ve.
Inmediatamente supe que había que liberarla de esa atadura. Entonces hice que tomara los pasos, traduciendo las palabras más complicadas a un lenguaje que ella podía entender. Oró para cancelar todas las obras del mal que sus antepasados le hubieran transmitido, rechazando toda forma en que Satanás podría estar reclamándola para sí. Se declaró estar eterna y completamente identificada con el Señor Jesucristo y comprometida con Él. Desde ese momento jamás volvió a sentir esa presencia demoníaca.
Mi marido estaba fuera de la ciudad durante el congreso y cuando regresó a casa le conté todo lo sucedido. El domingo siguiente en la clase de la escuela dominical, el líder preguntó si había alguien que quisiera decir algo respecto a la conferencia. Mi esposo se paró y dijo:
—Yo quiero hablar de algo, aunque no logré asistir, porque a mi regreso el Señor me regaló una nueva esposa.
Ahora siento la sonrisa de Dios y su rostro oculto hacia mí.
Antes, no tenía autoestima. Sentía diariamente que Dios tenía cierta medida de gracia para mí que en algún momento se acabaría, y que incluso Él mismo se preguntaría por qué me había creado. Sabía que algún día iba a decir: «Estoy cansado de Sandy». Por lo tanto, oraba todos los días:
«Por favor, Señor, no dejes que sea hoy. Permíteme terminar esto último antes de que lo hagas».
Fue algo muy liberador saber, cuando Neil nos enseñó, que Dios y Satanás no actuaban de la misma manera, sino que Dios va más allá de toda comparación y que Satanás está tan por debajo de Él, que no deberíamos equivocarnos y pensar que tiene atributos divinos. Siempre había creído que Dios y Satanás eran iguales, luchando por nosotros, y que Dios básicamente le decía: «Te regalo a Sandy».
Desde mi conversión había clamado constantemente al Señor:
¡Crea en mí un corazón puro!
¡Renueva un espíritu firme dentro de mí!
¡No me eches de tu presencia!
¡No quites de mí tu Santo Espíritu!
Una y otra vez había hecho esa oración, agonizando y anhelando conocer al Señor en persona y con afecto, pero sintiendo que mi relación era con la espalda de Dios. Ahora siento su sonrisa y su rostro vuelto hacia mí.
Ya no vivo en un minúsculo rincón de mi mente o fuera de mi cuerpo. Vivo por dentro, con mi mente en mi único y precioso Señor. ¡Qué diferencia más profunda! No hay palabras para expresar adecuadamene la tranquilidad y la ausencia de dolor y de tormento que ahora experimento a diario. Es como si viera después de haber estado ciega todos esos años. Todo es nuevo, precioso y lo atesoro porque no se ve negro. Ya no vivo con el miedo al castigo por cada movimiento que haga. Ahora soy libre para tomar decisiones y tengo alternativas. ¡Tengo la libertad de cometer errores!
El último año y medio me había sido imposible dejar que alguien me tocara sin sentir dolor o sin tener pensamientos sexuales terribles. Durante el acto sexual yo miraba desde fuera de mi cuerpo. Cuando esa presencia malévola decía ser mi «esposo», sabía por qué me sentí siempre como una prostituta, aun siendo cristiana.
Una vez desenmascarada esa mentira, y después de renunciar a ella, he llegado a comprender el significado de «novia» por primera vez en mi vida después de veinte años de matrimonio, y también siento el amor del Novio a quien veré algún día.
El Señor me ha enjugado mis lágrimas y respondido al clamor de mi corazón. Al fin siento un Espíritu recto dentro de mí; la presencia que salió de mí no era de Dios sino del maligno. Siempre temía que la presencia de Dios me dejara. Ahora me siento limpia por dentro. Sigo asistiendo a la consejería cristiana y estoy progresando. Estoy aprendiendo a enfrentar y rechazar el maltrato del pasado. Estoy aprendiendo a vivir en comunidad y a confiar de nuevo en los demás, después de haberme sentido traicionada por mi experiencia con esa secta.
Creo que Dios en su misericordia se encontró conmigo en mi necesidad, y ordenó la reunión que finalmente desenmascaró y echó fuera la opresión satánica en mi vida. Ahora puedo seguir creciendo en la familia de Dios. Estoy segura de pertenecer a esta familia y de ser amada en ella. Dios me ha mostrado que Él es fiel y capaz, no sólo de llamarme de las tinieblas hacia la luz, sino también de guardarme y de sostenerme hasta que termine mi peregrinar y me encuentre cara a cara con Él. Todavía me encuentro con pruebas, tentaciones y el dolor de vivir en un mundo perdido, pero camino sintiendo dentro de mí el fuerte latido del corazón de un Padre amoroso. Ya se ha ido la interferencia satánica.
Gloria al Señor.
*     *     *
Los padres deben conocer las artimañas de Satanás
Lo horrible de Satanás se revela en la vida de Sandy. ¿Será capaz de aprovecharse de una niñita con padres disfuncionales y con abuelos que en su ignorancia, ofrecen a sus nietas juguetes de las ciencias ocultas? Sí, lo haría, y en realidad, lo hace.
He investigado el origen de muchos problemas de adultos en las fantasías infantiles, en los amigos imaginarios, en los juegos, en lo oculto y en los maltratos. No basta con advertirle a nuestros hijos respecto al extraño que se podrán encontrar en la calle. ¿Qué hacer con el que les aparece en su dormitorio? Nuestra investigación indica que la mitad de nuestros adolescentes que profesan ser cristianos han experimentado en sus propios dormitorios algo que los ha asustado. Más que cualquier otra cosa, eso fue lo que nos impulsó a Steve Russo y a mí a escribir el libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos]. Deseamos ayudar a los padres a saber cómo proteger a sus hijos y a vencer la influencia de las tinieblas. Al final de ese libro he anotado algunos pasos hacia la libertad de manera simplificada para los niños y los jóvenes al comienzo de la adolescencia.
Verdad, no enfrentamiento de poderes
En el área de liberación, el intento noble pero desastroso del sacerdote de realizar un exorcismo con Sandy me da razón para no promover un enfrentamiento de poderes. El hecho de que el consejero se dirigiera directamente al demonio podría ser como meter y menear un palo de escoba en un nido de avispas proclamando: «¡Aquí hay demonios!» Esa experiencia dejó a Sandy aterrorizada y totalmente indispuesta a enfrentar el asunto otra vez. Mi interacción fue únicamente con Sandy y no con los demonios.
El cerebro es el centro de mando, y debido a que Sandy estaba dispuesta a hablar conmigo de lo que le sucedía, nunca perdimos el control. Pensamientos acusadores y aterradores le bombardeaban la mente. Apenas ella revelaba lo que escuchaba, yo simplemente exponía el engaño diciendo: «Es mentira», o si no le pedía que no lo aceptara y le dijera que se fuera. El poder de Satanás está en la mentira; al exponerla se rompe el poder. La verdad de Dios libera a la gente. De vez en cuando insto a la persona a pedirle a Dios que le revele lo que la mantiene atada, y es muy corriente que los hechos pasados muchas veces, recuerdos bloqueados vuelvan a la memoria de la persona para que pueda confesarlos y renunciar a ellos. En el caso de Sandy, no tenía recuerdo consciente de lo que sucedió cuando tenía siete años (el capítulo diez expone los medios bíblicos de descubrir esos recuerdos).
Ejercer la autoridad en Cristo
La preocupación que Sandy expresó por mi salida de su ciudad es otra razón por la que me gusta tratar solamente con la persona. Cuando me preguntó qué podría hacer cuando yo no estuviera, respondí:
No hice nada. Usted hizo la renuncia y usó su autoridad en Cristo al decirle a la presencia malévola que se fuera. Jesucristo es su libertador y siempre estará con usted.
Renunció a su invitación a dejar que el demonio poseyera su cuerpo. Más adelante renunció a toda experiencia de sectas y de lo oculto. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de este paso, pues está ligado al concepto total del arrepentimiento.
A través de toda su historia la Iglesia ha declarado públicamente: «Renuncio a ti, Satanás, a todas tus obras y a todos tus caminos». La mayoría de las iglesias católicas, ortodoxas y litúrgicas todavía hacen esa profesión, pero no sé por qué razón no lo hacen las iglesias evangélicas. Esa afirmación general se debe aplicar de manera muy específica a cada individuo. Este debe confesar y renunciar a todo lo que sea jugar con lo oculto, todo contacto leve con las sectas y toda búsqueda de dirección falsa. Conforme Dios nos los traiga a la memoria, debemos renunciar a todas sus obras y a todos sus caminos. Toda mentira y todo camino de engaño se deben reemplazar con «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Lo que se hace en el primero de los pasos hacia la libertad: Lo falsificado en contraste con lo real».
Las ataduras de Satanás
Sandy nunca tuvo una relación sexual «normal» y se percibía a sí misma como una prostituta porque la presencia malévola decía ser su marido. La libertad de esa atadura le permitió entrar en una relación amorosa e íntima con su esposo. Tendré mucho más que decir sobre las ataduras sexuales después de otros testimonios.
La batalla mental que sufrió es bastante típica en los que están esclavizados. La mayoría de la gente implicada en un conflicto espiritual hablará de su origen familiar disfuncional o de otros abusos, pero rara vez revelarán la batalla que existe en sus mentes. Temen que se estén volviendo locos y no les gusta la idea de que alguien se lo confirme, ni tampoco les gusta la posibilidad de tener que usar medicamentos.
Sandy se sintió aliviada cuando su consejero cristiano le creyó. El mundo secular no tiene otra alternativa que buscar una cura física, ya que la enfermedad mental es el único diagnóstico posible. La tragedia de los medicamentos antisicóticos, en caso de que el problema sea verdaderamente espiritual, es drogar al paciente. ¿Cómo la verdad podrá liberar a quien esté tan intoxicado que casi no pueda hablar, mucho menos pensar?
Los consejeros cristianos con quienes he podido dialogar agradecen mucho cuando les hago considerar el conflicto espiritual y cómo resolverlo. Esto les permite dar una consejería mucho más integral y eficaz.
En medio de una conferencia una señora me dijo que yo la estaba describiendo hasta el último detalle. Dijo que iría a un centro de tratamiento por treinta días. Le pregunté si podría verla antes, pues yo sabía que ese centro era conocido por el uso de drogas en la terapia. Estuvo de acuerdo, y después de nuestra reunión me escribió lo siguiente:
Luego de conocerlo el lunes por la noche mi marido y yo estábamos absolutamente eufóricos. Él estaba muy contento de verme feliz. Al fin había podido tomar mi posición en Cristo y renunciar al engañador. El Señor me ha liberado de la esclavitud.
La gran nueva que tengo es que no me desperté con pesadillas ni gritos. ¡Más bien me desperté con cantos en el corazón! El primer pensamiento que entró a mi mente fue «aun las piedras clamarán», seguido de un «Abba, Padre». Neil, ¡el Espíritu Santo está vivo en mi ser! ¡Alabado sea el Señor! No puedo empezar a contarle lo libre que me siento, ¡pero de algún modo creo que ya lo sabe!
Aceptar la responsabilidad
Las voces y pesadillas tienen una explicación espiritual en cuanto a su origen, y la Iglesia tiene la responsabilidad de investigarla. Creo que todo pastor y consejero cristiano debe ayudar a las personas que las padecen.
Usted no tiene nada que perder al tomar los pasos o guiar a otros hacia la libertad. Es simplemente una limpieza de la casa al estilo antiguo, tomando en cuenta la realidad del mundo espiritual. Lo único que pretendemos es ayudar a la gente a responsabilizarse de su relación con Dios. Nadie está acusando a nadie de nada. Si no hay nada demoníaco sucediendo en esa vida ¡lo peor que puede suceder es que ahora la persona esté realmente lista para participar en la Santa Cena la próxima vez que se ofrezca!
El relato de Sandy destaca muy bien las dos metas más codiciables en este tipo de consejería Primero, que las personas sepan quiénes son como hijos de Dios y que forman parte de esa familia para siempre. Segundo, que tengan paz y tranquilidad mental, la paz que guarda nuestros corazones y nuestras mentes, la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7).

1 En la parábola del hombre rico y Lázaro se nos habla claramente del gran abismo que separa a los vivos de los muertos. No creo que fuera realmente la madre de Sandy la que apareció en su sueño. No hay ninguna manera de saberlo con certeza, pero quizás Dios usó la sensibilidad de Sandy para con su madre como un medio de comunicarse con ella y de atraerla a él.

Quieres crecer espiritualmente: Primero Cristo tiene que liberarte

biblias y miles de comentarios
 
Libertad a través de las etapas de desarrollo
Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han permitido que las publiquemos.
Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que veamos cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación; explicados basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra persona restaurada. Le ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las personas a quienes conocerá en este libro, y a contribuir a sanar las heridas de aquellos que atraviesen su camino.
Muertos al nacer
San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos, pero muertos espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros años de formación aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni la presencia de Él en nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos.
Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la carnalidad o de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne es desarrollar mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar con la vida, a tener éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios.
Vivos para la eternidad
Cuando nos entregamos a Cristo recibimos vida espiritual, lo que significa que ahora estamos unidos con Dios. Esta vida eterna no es algo que recibimos al morir; la poseemos desde ahora mismo por estar en Cristo: «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene vida» (1 Juan 5:11, 12).
Programados de nuevo
Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los recursos de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar» lo programado anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de transformación de Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a este mundo y reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Por lo tanto:
     la tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que vivan en una relación de dependencia con Él.
     la tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su propio pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por Cristo como su única defensa.
Ser transformados
La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo. Pero la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden obedecer solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y nuestra obediencia en la medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad: «El que dice, “Yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La desobediencia le da campo abierto a Satanás para realizar su obra en nosotros. Según Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los hijos de desobediencia».
«La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la imagen y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y cuidadosamente, nos hace avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el carácter requiere tiempo. Pero hay otro dios que también está activo, y sería un descuido desastroso pensar que este proceso se realizara independiente del «príncipe del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás).
Dispersión del pasado
En muchos casos, las experiencias traumáticas de la infancia siguen teniendo un impacto debilitador sobre la vida actual. Es muy común tener bloqueadas muchas de ellas en la memoria. Conscientes de esto, muchos sicólogos seculares intentan llegar a los recuerdos ocultos usando la hipnosis. Algunos tratan de inducir recuerdos mediante el uso de drogas en un programa de hospitalización. Si bien se les puede felicitar por su sinceridad, estoy totalmente en contra del uso de ambas opciones por dos razones: Primero, no quiero hacer nada que desvíe la mente de una persona; y segundo, no quiero adelantarme al tiempo de Dios.
En las Escrituras no existe instrucción que inste a centrarse en uno mismo ni a dirigir sus pensamientos hacia dentro. Ellas siempre abogan por el uso activo de nuestras mentes y porque nuestros pensamientos se dirijan hacia afuera. Es a Dios a quien le pedimos que examine nuestros corazones (Salmos 139:23, 24). Toda práctica oculta intenta inducir un estado pasivo de la mente, y las religiones orientales nos exhortan a desviarla. Las Escrituras nos exigen que pensemos y asumamos la responsabilidad de llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Jesucristo (2 Corintios 10:5).
Si hay dolor dentro de nosotros y recuerdos ocultos de nuestro pasado, Dios espera hasta que lleguemos a la madurez adecuada antes de revelárnoslos. Pablo dice:
Para mí es poca cosa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; pues ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4:3–5).
La búsqueda de Dios
¿Qué debemos hacer cuando sabemos que algo de nuestro pasado todavía nos está afectando? Creo que debemos continuar en busca del conocimiento de Dios, aprender a creer y a obedecer todo lo que es verdadero y comprometernos con el proceso santificador de desarrollar nuestro carácter. Cuando hemos alcanzado suficiente seguridad y madurez en Cristo, Él nos revela un poquito más sobre quiénes somos realmente. En la medida en que Cristo se convierta en la única defensa que necesitemos, nos apartará gradualmente de nuestras formas antiguas de defendernos.
Despojarnos de los antiguos mecanismos de defensa y revelar las deficiencias en nuestro carácter es como quitar las capas a una cebolla. Cuando se nos quita una capa nos sentimos muy bien. No tenemos nada en contra de nosotros mismos y nos sentimos libres de lo que piensen los demás de nosotros, pero todavía no hemos alcanzado la perfección. En el momento justo, Él nos revela algo más para que podamos disfrutar su santidad.
Nuestro próximo relato tiene que ver con este proceso progresivo de santificación. Anne redactó la siguiente carta y me la entregó en medio de una conferencia. Escuchó quién era ella como hija de Dios, aprendió a caminar en fe y vio la naturaleza de la batalla en su mente. Se emocionó tanto que se adelantó y cumplió por sí sola los pasos hacia la libertad.
*     *     *
Estimado Neil:
¡Alabado sea Dios! Creo que esta es la respuesta que he buscado. ¡No estoy loca! No tengo una imaginación demasiado activa, como me han dicho y he creído, por años. Simplemente soy normal como todo el mundo.
¿Cómo podía admitir ante alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente?
Durante toda mi experiencia cristiana he luchado contra pensamientos extraños que me apenaban tanto que nunca hablé a nadie de ellos. ¿Cómo le iba a contar a alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente? Una vez, en un grupo de cristianos, traté de hablar con sinceridad de lo que me pasaba. La gente se asustó, hubo un silencio tenso, entonces alguien cambió el tema. Casi me muero. Rápidamente aprendí que estas cosas no se aceptan en la iglesia, o por lo menos en esa época no lo hacían.
No sabía lo que significaba llevar cautivo todo pensamiento.1 Una vez traté de hacerlo, pero sin mayor éxito, porque me culpaba a mí misma de todas estas cosas. Creía que todos esos pensamientos eran míos y que era yo quien los estaba produciendo. Siempre ha habido un terrible peso sobre mí debido a esto. Jamás pude aceptar el hecho de que fuera verdaderamente recta, porque no me sentía así.
Gracias a Dios que sólo era Satanás y no yo. ¡Yo valgo! El problema es más fácil de tratar cuando se sabe lo que es.
Me maltrataron cuando era niña. Mi madre me mentía mucho y Satanás utilizaba lo que decía, como: «Eres perezosa. Jamás vas a valer nada». Me alimentaba continuamente con demasiada basura, agobiándome con mis peores temores. Tenía pesadillas, temía que las mentiras fueran ciertas y en la mañana amanecía deprimida. Me ha costado mucho deshacerme de todo esto.
Como se me maltrató, aprendí a no pensar por mí misma. Hacía lo que se me ordenaba y jamás cuestionaba nada por temor a ser castigada. Esto me preparó para los juegos mentales de Satanás. Estaba condicionada, especialmente por mi madre, a que me dijeran mentiras sobre mi persona. Me daba miedo tomar el control de mi mente porque no sabía lo que podría suceder. Creía que perdería mi identidad porque no tendría quién me dijera lo que tenía que hacer.
Por fin soy yo, ¡una hija de Dios!
Actualmente he recuperado mi identidad por primera vez en la vida. Ya no soy producto de las mentiras de mi madre; ya no soy producto de la basura que me tira Satanás. Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! En medio de tanta asquerosidad, Satanás me había aterrorizado. Vivía aterrada de mi misma, pero gloria a Dios, ya eso se acabó. Antes me mortificaba tratando de distinguir si un pensamiento venia de Satanás o de mí misma. Ahora me doy cuenta que ese no es el punto. Simplemente debo examinar el pensamiento a la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad.
Me siento un poco insegura escribiendo esta carta tan pronto. Quizás deba tomar una actitud de «veremos lo que pasa», pero es tal el gozo y la paz que siento en mi interior que debe ser auténtico. ¡Gloria a Dios por la verdad y por la oración contestada! ¡Ya soy libre!
Con el corazón lleno de gratitud,
Anne
*     *     *
Se desprendió una capa de la cebolla. Se le dio a conocer a Anne lo crucial de la primera parte, de las Epístolas, que habla de nuestra identidad en Cristo. Ya ella no es simplemente un producto de su pasado; es una nueva criatura en Cristo. Con ese fundamento, pudo enfrentar y repudiar las mentiras que había creído por muchos años. Se sintió rechazada cuando trató de expresar algunas de sus luchas en el pasado, posiblemente porque los demás miembros del grupo luchaban con lo mismo sin poderlo resolver.
Cuánto anhelo el día en que nuestras iglesias ayuden a la gente a establecer firmemente su identidad en Cristo, y ofrezcan un ambiente en que las personas como Anne puedan manifestar la verdadera naturaleza de su lucha. Satanás hace todo en la oscuridad. Cuando surgen asuntos como este, no debemos suspirar y cambiar de tema. Mantener todo a escondidas es comprar la falsa estrategia de Satanás. Andemos en la luz y tengamos comunión los unos con los otros para que la sangre de Jesucristo nos limpie de todo pecado (1 Juan 1:7). Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1:5). Dejemos de lado toda falsedad y hablemos la verdad con amor, pues somos miembros uno del otro (Efesios 4:15, 25).
Ahora Anne sabe quién es y comprende la naturaleza de la batalla que se está librando en su mente. ¿Debe ser ahora totalmente libre? ¡No, no es cierto! Quedó libre de lo que analizó, pero Dios no había terminado con ella todavía. La cebolla no tiene una sola capa. A las dos semanas de terminada la conferencia, escribió la segunda carta.
*     *     *
Estimado Neil:
¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permitame decir que fui a su conferencia sólo por razones académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía en mente para mí. De todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar desde donde terminé con usted hace unos días.
Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos. Hace unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este problema. Me emocioné muchísimo cuando escuché la información en la conferencia, al principio de la semana. Era exactamente lo que le había pedido al Señor. En mi casa oré siguiendo todas las oraciones de los «Pasos hacia la libertad». Fue una lucha, pero dejaron de molestarme las voces. Me sentí libre, por lo que pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada estaba!
Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada y sarcástica.
Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal vez necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había intentado una vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos cristianos bien intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis sentimientos. Es más, dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para ellos, el tipo de ira que yo sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a decir, que perdonaba a las personas que me habían dañado. Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser amargada y sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad es que lo era. Dios me mostró después, que mi amargura venía como resultado de negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar.
Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar lista para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada incidente. Después, sería capaz de perdonar.
Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración ritual de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no podía regresar a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al principio de la conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el estante académico el resto de la información.
El asunto del perdón me golpeó de nuevo.
El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada. Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y enojada. Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía que no podría salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída o algo parecido, por lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no aguantaba las ganas de salir.
Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente. Estaba enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que usted decía en la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a probar lo que fuera. Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me ayudara, ya que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres.
Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido esa noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas personas porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía cómo bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La iglesia me había enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente me siguiera cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa honrar a sus padres, supe que ese era mi boleto hacia la libertad.
Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud de falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo, nunca hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que nos decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino, para cuando uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo aspecto del perdón, pero nunca ambos.
Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin embargo, fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón. Antes no lo había tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien.
Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener otra de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que me sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por culpa del maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le pedí al Señor que me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y media de la madrugada me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de la cama y la desperté. Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás,2 regresamos a la cama y ambas dormimos bien el resto de la noche.
En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había tenido pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el diablo y que me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le pregunté al Señor qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época había empezado a ver el programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi programa favorito y lo veía fielmente.
Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas de mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción extrasensorial, quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba de moda jugar con las ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro de mis programas favorito de televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la idea de usar mis muñecas como figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve contemplando la posibilidad de hacerle un maleficio. Cuando estaba en sexto grado ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y cuentos de Edgar Allen Poe, llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera olvidado todo esto.
En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa época. Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un poder malévolo que había deseado tener.
Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras cabalísticas. Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a través de los «Pasos hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han circulado en mi familia por años. Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón.
Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un cuarto y me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo entregues». Ha sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las mentiras con que había vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho.
Pude sentir que la opresión salió de mi corazón.
Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos: «No vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que cada vez que recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y hablamos de lo que es realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada vergüenza para contarle nada.
Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude sentir que la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera arrancado de allí. ¡Gloria a Dios!
Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en mi gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad no tiene nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos esos cuadernos.
Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que significa ser una hija de Dios.
Gozosamente,
Anne
*     *     *
Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás. Quizás tenga más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene un marido amoroso y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que otros no puedan resolver los mismos problemas, pero puede que sea un poco más lento el proceso.
El perdón libera
Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá únicamente mayor amargura.
El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar». Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar, entonces empieza el proceso de sanidad.
No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad.
Resistir el pecado
Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato. Los consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y argumentan: «No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que esa persona te siga controlando. ¡Perdónala!»
Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se enteren de maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a casa y se sometan, diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle a ese pastor: «Anda tú a esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a ti también». Pero, ¿no dice la Biblia que las esposas y los hijos deben someterse? Cierto, pero también dice que Dios ha establecido el gobierno para proteger a los niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea Romanos 13:1–7 y entregue a los abusadores a la ley, como se exige en muchos estados.
Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro miembro, ¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo que es claramente un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el hijo?
Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las necesidades de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se debería tolerar esto. Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al abusador permitiendo que continúe en su pecado.
Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a volver a maltratar verbalmente como siempre». “Póngale fin a eso”, le dije. «Tal vez puede decirle algo como: “Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí toda la vida. Nada has ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho ningún bien. Ya no puedo seguir con esto. Si tienes que tratarme así, me voy».
Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre?
Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como a su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría».
«Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener responsabilidad económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta mujer el que tuviera que obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre para estar bajo la autoridad de su marido.
Vivir con las consecuencias
La decisión principal que se toma al perdonar es pagar la pena por el pecado de otra persona. Todo perdón es eficaz. Si hemos de perdonar como nos perdonó Cristo, ¿cómo lo hizo Él? Tomó para sí los pecados del mundo: sufrió las consecuencias de nuestro pecado. Cuando perdonamos el pecado de otro, estamos dispuesto a vivir con sus consecuencias. Quizás diga: «¡Eso no es justo!» Bueno, pero va a tener que hacerlo de todos modos, sea que perdone o no. Todo el mundo vive con las consecuencias del pecado de otra persona. Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. En realidad, la única opción que tenemos es hacerlo dentro de la libertad producida por el perdón o dentro de la esclavitud que resulta de la amargura.
Usted podría preguntar: «¿Por qué debo dejar que queden libres?» El caso es que cuando usted los engancha queda enganchado con ellos por medio de su falta de perdón. Un hombre exclamó: «¡Con razón no resultó cuando me mudé a otro lugar!» Cuando usted deja que se vayan libres, ¿se liberan de rendirle cuentas a Dios? ¡Jamás! Dice el Señor: «Mía es la venganza; yo daré la retribución» (Hebreos 10:30). Dios tratará con justicia a todos en el juicio final.
Incluya a Dios en el proceso
Debemos incluir a Dios en el proceso. El tercero de los «Pasos hacia la libertad» trata el asunto de la amargura en contraste con el perdón y empieza con una oración pidiendo a Dios que «traiga a mi mente sólo a los que no he perdonado para que ahora lo pueda hacer». Muchos me han mirado con toda sinceridad, asegurándome que no creen que haya alguna persona a quien no hayan perdonado. Pero les he pedido que de todos modos me dijeran los nombres que les viniera a la memoria. No es nada raro que en pocos minutos tenga en mano una hoja llena de nombres, porque el Señor es fiel en contestar este tipo de oración. Luego pasamos la siguiente hora (o a veces, horas) trabajando a través del proceso del perdón.
Animo a estas personas a orar: «Señor, perdono a (nombre) por (lo que hizo)», y luego repasamos todo dolor y maltrato que recuerden. Dios les traerá muchos recuerdos dolorosos para que perdonen de todo corazón. Es probable que por años Él haya traído a la memoria esos recuerdos, pero la gente los ha ido suprimiendo. Una persona dijo: «No puedo perdonar a mi mamá. ¡La odio!»
«Ahora sí puedes», le dije. Dios jamás nos pide que mintamos acerca de lo que sentimos. Sólo nos pide que lo soltemos de nuestro corazón para que Él nos pueda librar de nuestro pasado.
Insto a la gente a quedarse con la imagen de la persona que están perdonando hasta que haya salido a flote todo recuerdo doloroso, antes de seguir adelante con la siguiente persona. He visto salir a la luz experiencias que jamás habían hablado ni recordado antes. Algunos quizás respondan: «Mi lista es tan larga que no va a tener tiempo». Siempre les contesto: «Sí tengo tiempo. Si es necesario me quedaré aquí toda la noche». Y es la pura verdad. Un hombre empezó a llorar y me dijo: «Usted es la única persona que me ha dicho tal cosa».
Este tipo de consejería no se puede dar en sesiones de cincuenta minutos. Me comprometo a permanecer con una persona a través de todos los siete pasos hacia la libertad para que pueda lidiar con cada área en la que Satanás haya intervenido. Una vez iniciado el proceso, se debe cumplir todo; no se deben separar en sesiones diferentes. Una resolución parcial le dará a Satanás una oportunidad y un incentivo de hostigar con mayor fuerza.
Las capas de la cebolla
No se sorprenda si la gente sale sintiéndose libre para luego luchar por varias semanas o meses. Quizás lleguen a la conclusión de que no resultó, pero si revisa los asuntos con los que ahora están lidiando, probablemente verá que estos representan otra capa de la misma cebolla. En muchos casos, como en los relatos en este libro, se mantiene la libertad cuando saben quiénes son como hijos de Dios y comprenden la naturaleza de la lucha en que estamos enfrascados. Mientras habitemos en el planeta Tierra tendremos que levantar nuestra cruz a diario y seguir a Jesucristo. Esto significa ponernos toda la armadura de Dios y resistir al mundo, a la carne y al diablo.
En el capítulo 10 trataré el trauma severo en la niñez, como es el caso del abuso ritual satánico. Para quienes lo han sufrido, los recuerdos permanecen mucho más profundamente enterrados. Normalmente no logran recordar hasta que tienen treinta o cuarenta años de edad. El «efecto de la cebolla» es más pronunciado y siempre empieza desde la tierna infancia hacia adelante. Creo que debemos ayudar a esta gente a establecer firmemente su identidad en Cristo y luego ayudarles a resolver los conflictos en su pasado, conforme Dios se los revele lentamente.
En todo momento sigo insistiendo en que la libertad es un prerrequisito para crecer. Esto se puede observar en el crecimiento rápido que ocurre en la vida de una persona cuando logra cierto grado de libertad. Sin embargo, como en el caso de Anne, estas personas enfrentarán muchos otros asuntos con que tendrán que lidiar. Por ejemplo, ella sintió una noche que le sobrevenía una opresión, pero había aprendido qué hacer para resistirla, y fue lo que hizo: expresar verbalmente el nombre de Jesús. Dependía del Señor para que la defendiera y se lo estaba anunciando al enemigo. Conforme otras tretas de Satanás, salen a la superficie, ella está aprendiendo a reconocerlas y exponerlas ante la luz de la verdad, verdad que la sigue liberando.
1 Anne da una buena descripción de lo que significa: «Llevando cautivo todo pensamiento», cuando más adelante en su carta dice: «Simplemente debo examinar el pensamiento a la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad».
2 Renunciar a Satanás es resistirlo verbalmente, como se nos enseña en Santiago 4:7: «Resistid al diablo, y huirá».


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