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sábado, 5 de septiembre de 2015

Mas ustedes negaron al Santo y al Justo, y pidieron que se les diese un homicida, y mataron al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestro sermón expositivo
Pedro interpreta el milagro de la curación del cojo de nacimiento
(Hechos 3:11–16)
11Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. 
12Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? 
13El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. 
14Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida,
15y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. 
16Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.
PEDRO ENTREGA SU ENSEÑANZA ACERCA DE LA CURACIÓN DEL COJO

Mientras el paralítico sanado se aferraba a los apóstoles—quizás por temor o inseguridad—, la concurrencia se agolpaba más y más para investigar el suceso. El pórtico (que quizás para completar el pensamiento deberíamos decir que consistía de una doble fila de columnas de mármol con techo de cedro) era muy conocido por Pedro, especialmente por la asistencia a las fiestas (comp. Jn. 10:23).

No podemos desconocer que la memoria de Pedro se incentivó al ver reunida en ese lugar semejante cantidad de gente. Es una multitud preparada para oír la explicación, no tanto de la sanidad, sino de la persona en cuyo nombre Pedro la realizó.
La primera parte del discurso tiene tres objetivos principales.
(1)     Procura ubicar a sus oyentes. Aunque muchos habían oído que el milagro se había producido en el “nombre de Jesús de Nazaret”, estaban confundidos. Pedro les pregunta a qué se debe el asombro y por qué se muestran confundidos sobre el origen del suceso. El apóstol siente que antes de ofrecer su explicación el auditorio tiene que estar preparado para oír.
(2)     Corrige la suposición generalizada sobre el origen del milagro. Algunos suponen que se trata de un poder mágico nacido como recompensa a la piedad de aquellos hombres de oración. Pero la hipótesis es una deshonra para Dios. Pedro quiere corregirla dejando a la concurrencia aun más desconcertada.
(3)     Se asegura de que el camino para oír la verdad está libre de prejuicios. Si las suposiciones no hubieran sido eliminadas, no hubieran comprendido bien el sentido del verdadero milagro, y la verdad se hubiera mezclado con el error. Pedro obliga a su auditorio a creer una sola versión de lo ocurrido y no dos o más.
LA FE EN OPERACIONES
1.     Por la fe los apóstoles viven la vida de oración (3:1)
2.     Por la fe ven la necesidad del paralítico (3:4)
3.     Por la fe Pedro puso en evidencia el valor del cristianismo:
     llama al paralítico a confiar: “míranos”
     le hace oír el nombre de poder: “Jesús de Nazaret”
     recibe lo que necesita: “se le afirmaron los tobillos”
a.     Anuncia al verdadero autor del milagro
Dios es la fuente de los milagros. La creación visible e invisible es la evidencia.
Cuando Pedro menciona al Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, además de hacerles recordar las promesas recibidas (Gn. 26:24; 28:13) también les señala que la redención o éxodo de Egipto fue a causa de ellos (Ex. 3:6, 15, 16; 6:3; 32:13), y que la restauración del cautiverio de Babilonia se debía a la misma causa. 

Dios había demostrado su fidelidad con la nación a pesar de la idolatría en la que habían caído (2 R. 13:23; 1 Cr. 29:18; 2 Cr. 30:6). Tal como solían cantar, “Dios es misericordioso” (Sal. 136). El es quien en cumplimiento a su palabra (Is. 7:14; Mi. 5:2) envió a su Hijo Jesús, cuya encarnación es el más grande de los milagros de todos los tiempos (Gá. 4:4).
b.     Aclara el propósito de Dios
La dificultad existente en el pueblo hebreo no radicaba en la fidelidad de Dios o en el cumplimiento de sus promesas, sino en la relación—para ellos extraña—entre él y Jesús de Nazaret. Así que Pedro da un giro a su explicación diciendo que el mismo Dios (7:32) relacionado con Abraham es quien “ha glorificado a su Hijo Jesús” (ver Is. 52:13).

Al ser así, lo que el judaísmo trataba de prolongar no tenía razón alguna. Los hebreos sabían que Dios había glorificado a Moisés (Ex. 24:16; 2 Co. 3:7, 8) y había dado por terminada la era patriarcal. Pero no podían (o no querían) comprender cómo la ley también había llegado a la culminación. 

Sin embargo, al haber glorificado a Jesús (7:55; Lc. 24:26; Jn. 17:22, 24) Dios mismo trajo la dispensación de la ley a su legítima finalización. Al rechazar a Jesucristo habían descartado la profecía más importante dicha por Moisés: “Vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (v. 22).

La convicción de que Jesús es el Mesías le permite a Pedro abrir la puerta para puntualizar la fatalidad de lo que habían protagonizado en el pasado inmediato. Utiliza cuatro verbos claves y muy duros contra la actitud de ellos. Además, describe al Señor con los títulos mesiánicos que ellos bien conocían.
(i)     “Vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato”. 
     Como ya lo había dicho en Pentecostés, Pedro atribuyó al pueblo hebreo en general la culpa por la muerte de Jesús (v. 13). “Negar”, tal como él mismo lo había hecho delante de los sirvientes del sumo sacerdote, es afirmar lo contrario o “rechazar” lo que Cristo había afirmado y probado ser (Mt. 20:19; 26:2; 27:22–23). Lo hicieron por cuenta propia porque Pilato había decidido soltarle.
(ii)     “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida” (v. 14). 
     La negación y entrega se ve agravada por la persona a quien rechazaron. El “Santo” es uno de los títulos más venerados en la expectativa mesiánica hebrea (comp. Sal. 16:10; 71:22; Is. 10:20; 47:4; 48:17; Mr. 1:24) que juntamente con el “Justo” vitalizaron las esperanzas de la nación (Lv. 19:36). Ellos conocían las Escrituras de los profetas que hablaban del que había de venir, pero cuando vino prefirieron un homicida y a Jesús lo hicieron ejecutar (4:27, 30; Lc. 23:18, 19).
(iii)     “Matasteis al Autor de la vida” (v. 15)
     En el momento de elegir, no advirtieron la diferencia entre un supresor de la vida y el autor de ella. Por tener una conciencia desviada y sin libertad de análisis, se unieron a la masa de fastidiados con los conflictos planteados por los sacerdotes. No comprendiendo la obstinación religiosa prefirieron dar un corte, sin advertir que cortaban con el Autor de la vida, para escoger su propia muerte, para ellos y sus descendientes (comp. Jn. 1:4; 5:26).

Dios revirtió el rechazo y lo utilizó para mostrar su soberanía. Resucitó al Señor Jesús en la manera en que lo hemos estudiado, y constituyó a los apóstoles en testigos (v. 15) (comp. 1:8).
c.     Atribuye el milagro al Señor Jesús
El v. 16 es la clave para comprender este y otros milagros. Los apóstoles que vieron la resurrección del Señor Jesús conocen también el efecto del Espíritu. Tienen que creer en lo que poseían y en las palabras del Señor. Necesitan fe para utilizar tanto poder y no atribuirse para sí los resultados. Es por la fe en el nombre de Jesús (comp. Hch. 14:9–10) que este hombre está sano. Pedro se esfuerza en ponerlos a ellos por testigos de todo lo ocurrido tal como lo vieron y oyeron, agregando: “en presencia de todos vosotros”.

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No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestro sermón expositivo
Hechos 3: 1-10

Pedro sana a un cojo en el templo
1 Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, la hora novena.  
2 Y era traído cierto hombre que era cojo desde el vientre de su madre. Cada día le ponían a la puerta del templo que se llama Hermosa, para pedir limosna de los que entraban en el templo. 
3 Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba para recibir una limosna. 
4 Entonces Pedro, juntamente con Juan, se fijó en él y le dijo: 
—Míranos. 
5 El les prestaba atención, porque esperaba recibir algo de ellos. 
6 Pero Pedro le dijo: 
—No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! 
7 Le tomó de la mano derecha y le levantó. De inmediato fueron afirmados sus pies y tobillos, 8 y de un salto se puso de pie y empezó a caminar. Y entró con ellos en el templo, caminando, saltando y alabando a Dios. 
9 Todo el pueblo le vio caminando y alabando a Dios. 

10 Reconocían que él era el mismo que se sentaba para pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y se llenaron de asombro y de admiración por lo que le había acontecido. 

El MILAGRO DE SANIDAD (3:1–10)


1 Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo 3 Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 5 Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 6 Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.

7 Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 8 y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. 9 Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 10 Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.

Entre el patio de los gentiles y el patio de las mujeres había una bella puerta de bronce labrado, de estilo corintio, con incrustaciones de oro y plata. Era más valiosa que si hubiera sido hecha de oro puro.

En la Puerta Hermosa, Pedro y Juan se encontraron con un hombre cojo de nacimiento al que llevaban a diario y dejaban fuera de ella para que pidiera limosnas (regalos de caridad). Más tarde leemos que el hombre tenía más de cuarenta años. Jesús pasó por allí muchas veces, pero es evidente que el hombre nunca le pidió sanidad. También es posible que Jesús en la providencia divina y sabiendo los tiempos perfectos, dejó a este hombre para que se pudiera convertir en un testigo mayor aún cuando fuera sanado más tarde.

Cuando este hombre les pidió una limosna, Pedro, junto con Juan, fijó sus ojos en él. Qué contraste este momento con los celos que los discípulos se mostraban mutuamente antes (Mateo 20:24). Ahora actúan en conjunto, en completa unidad de fe y de propósito. Entonces Pedro, como vocero, le dijo: “Míranos”. Esto hizo que el hombre pusiera toda su atención en ellos, y suscitó en él la esperanza de recibir algo.

Sin embargo, Pedro no hizo lo que él esperaba. El dinero que tenía, muy probablemente ya se lo había dado a los creyentes necesitados. Pero sí tenía algo mejor que darle. Su declaración: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”, exigió fe de su parte. No hay duda de que lo dijo bajo el impulso del Espíritu Santo, que le había dado un regalo (un don) de sanidad para este hombre (1 Corintios 12:9, 11).

Entonces Pedro, en forma de mandato, le dijo: “En el nombre de Jescuristo de Nazaret, levántate y anda”. Al mismo tiempo, puso su fe en acción, al tomar al hombre por la mano derecha y levantarlo. Inmediatamente, los pies y los tobillos de aquel hombre recibieron fortaleza (se le afirmaron). Es muy posible también que la fe de aquel hombre recibiera una sacudida al ser mencionado el nombre de Jesús, Mesías de Nazaret. Quizá alguno de los tres mil que fueron salvos en Pentecostés ya le había testificado. Con seguridad habría oído de otros que habían sido sanados por Jesús.

Cuando los pies y los tobillos de aquel hombre se llenaron de fortaleza, Pedro no tuvo que seguirlo levantando. El hombre saltó, se puso en pie por un instante y comenzó a caminar. Puesto que era cojo de nacimiento, nunca había aprendido a caminar. No hay sacudida psicológica capaz de realizar esto.

Ahora que el hombre estaba sanado, podía entrar al Templo. Puesto que no se les permitía a los impedidos entrar, ésta sería la primera vez en su vida. Entró caminando normalmente con Pedro y Juan, daba unos cuantos pasos y saltaba de puro gozo, gritando continuamente las alabanzas de Dios. Dios lo había tocado y no podía contener el gozo y la alabanza.

El versículo 11 indica que todavía sostenía la mano de Pedro, y también tomó la de Juan. Qué escena tan maravillosa debe haber sido la del hombre aquel que entraba caminando y saltando en el patio del Templo, y arrastrando a Pedro y a Juan consigo.

Toda la gente que lo veía, lo reconocía como el hombre que había nacido cojo y estaba siempre sentado pidiendo limosna en la Puerta Hermosa. Por consiguiente, su sanidad los llenó de asombro (no la palabra ordinaria, sino otra que está relacionada con el terror) y de espanto (implica también perplejidad). Estaban atónitos y sobrecogidos.

Aunque en los evangelios pocas veces podemos ver a Pedro y Juan juntos, cuando lo hacen generalmente es para mostrar o dar testimonio de algo. La tradición ha tratado de hacer a Juan menor, pero es probable que tuvieran aproximadamente la misma edad. Lo importante, no obstante, no está en la edad sino en la capacidad de unir dos caracteres tan distintos y dos vidas dispares para hacer algo similar para el Señor. Supieron trabajar juntos como pescadores (Lc. 5:10), oyeron el mismo llamado y recibieron el mismo bautismo (Jn. 1:41). Los dos prepararon la pascua (Lc. 22:8). Juan llevó a Pedro al palacio del sumo sacerdote (Jn. 18:16) y presenció las negociaciones. Pedro negó al Señor y se distanció, pero la amistad no se enfrió porque con Juan fueron al sepulcro en la mañana de la resurrección (Jn. 20:6).

Después de la resurrección creció aún más el afecto entre los dos, después que Pedro ajusta sus relaciones con el Señor Jesús. Fue Pedro quien preguntó “Señor ¿y qué de éste?” (Jn. 21:21), señalando a Juan, pensando que una decisión de Cristo los separaría del ministerio.

Ahora están definitivamente unidos, porque las rivalidades de la inmadurez pasaron al olvido (Mt. 20:20; Mr. 10:35). Juntos van a Samaria (8:14) y también respaldan la labor de Pablo y Bernabé entre los gentiles (Gá. 2:9).
a.     La visita al templo

Los dos apóstoles están a punto de entrar al templo a las tres de la tarde, la hora del sacrificio. La tradición hebrea había establecido la hora tercia (9 de la mañana), la hora sexta (12 del mediodía) y la hora novena (3 de la tarde) para la oración privada. Daniel tenía esa misma costumbre (Dn. 6:10, 13) y también otros siervos de Dios (Sal. 55:17), aunque las frecuencias variaban (Sal. 119:164). Prácticas similares parecen haber prevalecido hasta principios del siglo II, aunque las circunstancias cambiaron a causa de la posterior desaparición del templo en el año 70 DC, y también por la extensión del evangelio en territorio gentil.

Además, la enseñanza de la Biblia es orar en todo lugar (10:4; 12:5; 16:13; Ro. 12:12; Col. 4:2) y en todo tiempo, que es una manera de dejar el judaísmo atrás y para siempre. Al margen de esta enseñanza nos conviene observar la lección para nosotros: (1) “subían juntos”—unidad de propósito; (2) “a la hora de la oración”—prolijidad en el horario fijado.
b.     La presencia del paralítico
No sabemos si este era el único paralítico; pensamos que no. Seguramente había otros, pero a Lucas le interesa destacar este caso porque tiene presente por lo menos dos cosas: (1) ilustrarle a Teófilo cómo eran los milagros que Jesús realizaba después “que fue recibido arriba” (1:2); (2) mostrar cómo la oposición no podría destruir la comunidad de los santos.

Aunque hemos de estudiar el caso como algo real y práctico, no podemos dejar de decir que este hombre es una figura de la triste situación de la humanidad: espiritualmente paralítica, cerca de la religión pero lejos de Dios. Una humanidad en busca de favores de los hombres que no pueden dar las soluciones de fondo porque no tienen poder para enfrentar la situación.

Aunque en 2:43 vimos que “muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”, este caso es el primero que disponemos al detalle. Por esta causa es importante dedicarle atención.

Miremos: 

primer lugar al paralítico, desahuciado por la sociedad, con más de cuarenta años de dolor en todos los sentidos: físico, moral, espiritual, etc. Era pobre y dependiente de la sociedad aun para el escaso movimiento que podía realizar.

En segundo lugar, y lo que a nuestro juicio es lo más importante, está la actitud de Pedro y Juan como representantes de un cristianismo activo. Si bien lo que piensan encarar es un desafío, se interesan por el prójimo, muestran interés por hacer el bien, y lo concretan.

Ambos “pusieron en él los ojos”, buscando penetrar en el secreto de lo que pasaba en el interior de esta persona. Actuaron de un modo muy particular: 
(1) “Míranos”, es decir, pon en nosotros tu atención. No somos igual que los demás, porque representamos al Dios viviente. 
(2) “Él estuvo atento”, es decir, logran que preste atención. Están seguros de que tienen algo para él, pero el hombre ignora qué es. Los apóstoles quieren que deje todo para descubrir en detalle todo lo que sucederá y posteriormente esté en condiciones de saber a quién atribuir lo acontecido. 
(3) Le hablan y se identifican con él. Pedro le dice: “no tengo plata ni oro, etc.”, frase con la que el apóstol se hizo famoso hasta hoy. Parte de esa fama surge de que siendo los apóstoles depositarios de las donaciones de la iglesia, no disponían de dinero para sí; y parte podría ser porque la iglesia que reclama ser sucesora de los apóstoles hoy tiene una fortuna incalculable.

La cláusula central de su dicho es: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6), que como veremos es el epicentro del terremoto producido en los religiosos del sanedrín. 

(4) Transforman al cojo en un testigo, tomándole de la mano para ayudarle a concretar públicamente lo que acaba de oír.

Antes de analizar el método de la sanidad, es bueno que notemos cómo estos hombres vincularon la vida devocional con la vida social. Ven a las personas en su necesidad y no se limitan únicamente a la “oración de las tres de la tarde”. La lección es de actualidad. Tenemos la tendencia a desligar lo espiritual de lo social, y para algunos hermanos nada tiene en común una cosa con la otra. Pero no es así porque en un sentido somos luz, pero en otro sal metidos en la sociedad.
c.     El “nombre de Jesucristo de Nazaret”
El paralítico instalado en la puerta la Hermosa, que algunos identifican como la de Nicanor de tiempos posteriores, era la entrada principal oriental a los recintos del templo, desde el patio de los gentiles. Era bonita y elegante. Por las constantes visitas que los creyentes hacían al templo, se conocen las experiencias de la nueva comunidad.

Pero ahora se produce un verdadero incendio, al resonar “el nombre de Jesucristo de Nazaret” para dar sanidad a uno de los más antiguos paralíticos. Para Pedro, hacer uso de su don de sanidad es normal. Tiene una potencia que Jesucristo le otorgó y que puede dar simplemente impartiendo órdenes. 

Le dijo: “lo que tengo te doy”. Opera en el mismo nombre que había exaltado en Pentecostés y por cuya autoridad miles conocieron la verdad y fueron bautizados (2:38). Es la causa que encoleriza a los sacerdotes y produce la primera reacción virulenta contra la iglesia, reacción que estudiaremos más adelante.
d.     La reacción de la multitud
“Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios” (v. 9). El paralítico—ahora sanado—de inmediato pone en funcionamiento sus nuevas capacidades mostrando a la gente al menos cuatro maneras para activar sus facultades restauradas: 
(1) “se levantó” y se afirmaron sus pies, cobró fuerzas; 
(2) inicia su camino de progreso: “anduvo”; 
(3) se compromete con sus benefactores: “entró con ellos al templo”; 
(4) agradece a Dios: “saltando y alabando a Dios.”

El testimonio es singular; la gente nunca había visto nada semejante y “se llenaron de asombro y espanto”. Esto último, posiblemente al observar que el Jesús despreciado por los hombres y crucificado como blasfemo, era más poderoso que toda la religión y su aparato tradicional que no les había proporcionado nada.
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jueves, 3 de septiembre de 2015

Ten misericordia de mí, oh Jehovah, porque desfallezco. Sáname, oh Jehovah, porque mis huesos están abatidos. También mi alma está muy turbada; y tú, oh Jehovah, ¿hasta cuándo?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestro sermón de Edificación
Oración en tiempo de prueba
SALMO 6: 1-10
6 (Al músico principal. Con Neguinot.  Sobre Seminit.  Salmo de David) 
  1  Oh Jehovah, no me reprendas en tu furor, 
  ni me castigues con tu ira. 
  2 Ten misericordia de mí, oh Jehovah, porque desfallezco. 
  Sáname, oh Jehovah, porque mis huesos están abatidos. 
  3 También mi alma está muy turbada; 
  y tú, oh Jehovah, ¿hasta cuándo? 

  4 Vuelve, oh Jehovah; libra mi alma. 
  Sálvame por tu misericordia, 
  5 porque en la muerte no hay memoria 
  de ti; ¿quién te alabará en el Seol? 

  6 Me he agotado de tanto gemir. 
  Toda la noche inundo mi cama 
  y con mis lágrimas empapo mi lecho. 
  7 Mis ojos están debilitados por el pesar; 
  se han envejecido a causa de todos mis adversarios. 

  8 Apartaos de mí, todos los que obráis iniquidad, 
  porque Jehovah ha oído la voz de mi llanto. 
  9 ¡Jehovah ha escuchado mi ruego! 
  ¡Jehovah ha aceptado mi oración! 
  10 Todos mis enemigos se avergonzarán y se aterrarán. 
  Retrocederán y de repente serán avergonzados. 


  SALMO 6
SUPLICA INDIVIDUAL. UN SALMO PENITENCIAL


Los salmos de súplica o lamento individual comprenden el grupo más numeroso de salmos (ver Sal. 22). El Salmo 6 también es uno de los siete salmos penitenciales que incluyen los Salmos 32, 38, 51, 112, 130 y 143 (ver Sal. 32); sin embargo, el énfasis penitencial no es muy prominente en este Salmo.

No hay indicaciones de la fecha del Salmo. Si fue escrito por David, viene de temprano en la monarquía. Sobre Seminit es una instrucción musical (ver nota de RVA) que puede también indicar voces bajas.

Tesoro bíblico
  Ten misericordia de mí, oh Jehovah, porque desfallezco. Sáname, oh Jehovah, porque mis huesos están abatidos (6:2).

  1.      Una oración de angustia, vv. 1–3

Oh Jehovah (v. 1). El salmista es un creyente que da por sentado que puede acercarse directamente a Dios. ¡Qué privilegio tenemos que en Cristo sabemos que siempre podemos llegar directamente a Dios!

El salmista está sufriendo una angustia profunda. Ruega que Dios no le castigue tan duro. Parece que está muy enfermo, casi hasta la muerte. Algunos piensan que es más una angustia emocional por causa de sus enemigos (vv. 7–10); otros creen que está enfermo y los enemigos se están aprovechando de esto.

El Salmo no menciona confesión de pecados, como hace el Salmo 38; sin embargo, la frase Ten misericordia de mí en el v. 2 puede implicar una confesión, y en el v. 1 el salmista asume que Dios le está castigando. Sabemos que la enfermedad no es siempre indicación de que la persona haya pecado, pero siempre debe ser motivo de autoexamen delante de Dios.

El salmista apela a la misericordia de Dios (v. 2) no a su propia inocencia. La Biblia constantemente recalca que Dios perdona al arrepentido y ayuda al que se humilla delante de él. Sólo por su gracia somos salvos, perdonados y sanados.

Huesos y alma (vv. 2, 3) incluyen a toda la persona; su sufrimiento es físico y emocional o espiritual. Abatidos y turbada son la misma palabra en heb.

¿Hasta cuándo? es un elipsis que aumenta la tensión. “¿Hasta cuándo tengo que esperar tu respuesta?”, puede ser el pensamiento. Dios ha prometido cuidar a sus hijos, pero a veces nos hace esperar. La espera tiene su propósito, pues produce la madurez (Sal. 119:67).

Bosquejo homilético
La oración en tiempo de prueba
Salmo 6:1–10
El salmista esgrime:
    I.      Su necesidad (vv. 1–3).
      (1)      Por el dolor físico. Ser corpóreo. El sufrimiento envejece el cuerpo.
      (2)    Por la pena. La conciencia. La angustia interior perturba el alma. El temor a la                        muerte trae angustia.
      (3)      Por el enemigo alrededor trae hostilidad perversa.

    II.      Su súplica (vv. 4–7).
      (1)      Para la dolencia, curación.
      (2)      Para la culpa, gracia.
      (3)      Para los enemigos, derrota.

    III.      Su satisfacción (vv. 8–10).
          El Señor:
      (1)      Le ha oído: Está con él a su lado.
      (2)      Le ha sanado: La respiración marca el ritmo de la vida.
      (3)      Le ha dado alegría: Ha humillado a sus enemigos.

  2.      Oración por el socorro de Dios, vv. 4, 5

La palabra Vuelve (v. 4) es muy común en el AT: en otro contexto significa “arrepentirse” o “dar vuelta”. El salmista ruega que Dios le ayude; sabe que sólo Dios da la verdadera liberación. Nosotros también apelamos a la misericordia de Dios para recibir salvación, ayuda y poder sanador.

Muerte… Seol (v. 5) indica que el salmista estaba cerca de la muerte y le daba angustia. Ni para el cristiano es fácil confrontar la tragedia de la muerte. Y debemos entender que el creyente del AT no tenía un concepto tan claro de la vida después de la muerte. Para él la vida era importante, pues Dios da la vida, y solamente en la vida uno puede alabar a Dios con la congregación de Israel.

Nótese que muerte y Seol son paralelas aquí. La muerte en muchos textos representa “la esfera de la muerte, el mundo inferior” (Job 28:22; 30:23; Prov. 5:5; 7:27). Otros pasajes indican que Dios es Señor de Seol (Prov. 15:11) y está presente allí (Sal. 139:8).

Aunque la gente no tenía un concepto tan claro de la vida después de la muerte, como fue revelado en el NT; aun en el AT encontramos sugerencias de la resurrección (Sal. 16:10; 17:15; 49:15; 73:24) y en Isaías 26:19 y Daniel 12:1–3 esta revelación se explica más.

  3.      Descripción de la angustia, vv. 6, 7

Este párrafo explica en términos muy gráficos el terrible sufrimiento del salmista. Sufre día y noche; está débil; la angustia le quita la fuerza. Las enfermedades y luchas desgastan, el siervo de Dios puede llorar; por esto Dios también promete renovar la fuerzas al que confía en él (Isa. 40:31).

Ahora (v. 7) aparecen los adversarios. ¿Serán enemigos espirituales? El salmista a menudo habla de los enemigos de Dios. Algunos exegetas sugieren que los enemigos eran hechiceros. Lo más probable es que era gente impía que se burlaba de este creyente. Sabemos que estamos en una lucha espiritual, de modo que podemos ver aquí una aplicación a los enemigos espirituales que Pablo menciona en Efesios 6. La Biblia recalca el contraste entre las fuerzas del mal y los que siguen a Dios.

  4.      Oración de confianza, vv. 8–10

Apartaos de mí (v. 8) indica un cambio de tono. El salmista sabe que Dios está actuando. Nosotros, como el salmista, debemos rechazar el mal y en el nombre de Cristo rechazamos a las fuerzas malignas.

Ha oído… ha escuchado… lit. “aceptará” mi oración. En los salmos, el salmista nunca duda de que Dios le escucha. Confía plenamente en Dios. Y ¡los salmos son guías para nuestra oración! El NT lo explica más: Y ésta es la confianza que tenemos delante de él: que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho (1 Jn. 5:14, 15).

La situación cambiará de repente (v. 10); Dios produce sorpresas. Ahora los que están en contra de Dios estarán turbados. El Salmo termina en una nota de confianza y victoria.

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No me avergüenzo del Evangelio... es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree...El justo por la fe vivirá

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestros sermones 
ROMANOS 1:16–18

  LA VIBRANTE EXPRESIÓN DE LA PROCLAMA 
(Romanos 1:16–18)

16  Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. 
17   Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. 
18   Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.



¡El evangelio! Este es el gran tema que hace vibrar el corazón de Pablo. Lo presenta desde su corazón, hacia el corazón de sus lectores, ya preparado por sus oraciones y por lo que les ha anticipado (vv. 1–15). Pablo acaba de decir: “en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (v. 15). Ha tomado una decisión irrenunciable. 

Después de considerar todos los factores que hasta el momento le han impedido hacer su deseado viaje a Roma, y a pesar de todo eso, afirma su disposición y decisión: “pronto estoy”. Y relaciona ese pensamiento con una razón, con un “porque” con que inicia el v. 16. Está pronto para ir a Roma porque no se avergüenza del evangelio.

La estridente declaración de los vv. 16–18 es la más grandiosa que se haya oído jamás en el universo creado. Trastocó una vez las estructuras del imperio romano, volvió a conmocionar al mundo con la Reforma del siglo XVI, y sigue siendo todavía el poder de Dios, capaz de salvar y transformar personas, iglesias, países y continentes. 

En este evangelio se revela, se manifiesta y actúa la justicia de Dios. Es la única justicia verdadera e inapelable, la que condena a todos, por cuanto todos pecaron. A la vez es la única que puede justificar a los que primero ha condenado, bajo la sola condición de que esa justificación se obtiene por medio de la fe en Jesucristo, y sólo por medio de la fe en El.

    1.      La actitud de Pablo hacia el evangelio: ¿vergüenza u orgullo?

“No me avergüenzo del evangelio”

      a)      Negativo
Veamos primero esta expresión en sentido negativo, tal como está expresada. ¿Qué es la vergüenza, sino un sentimiento paralizante de la acción? Todos podemos recordar alguna situación de la niñez en que la vergüenza nos dejó tiesos, mudos y cabizbajos, mientras cumplíamos el rol de involuntarios actores principales.

Pablo pondera la situación que tiene que afrontar. Se ha convertido en el principal actor, por la elección que Dios ha hecho de él, para la presentación y difusión del evangelio. Todas las miradas, unas llenas de receptividad y las demás de odio o de indiferencia, están puestas sobre él. 

Pablo sabe que la predicación del evangelio lo identifica con un Jesús: 
  • rechazado por la religión judía, 
  • Negado por la cultura griega, y 
  • Crucificado bajo la ley romana (Jn. 19:19, 20).


Ante un rechazo general tan reciente del crucificado, ¿sería fácil pasar de la timidez natural a la osadía sobrenatural que se requería para no sentirse avergonzado de anunciar el evangelio? La respuesta se encuentra en el mismo evangelio que predica.

No se avergüenza del evangelio porque conoce bien, por la revelación que Dios le ha hecho, qué es el evangelio. Frente a ese conocimiento, toda duda, temor y vacilación, se desvanecen como las sombras de la noche ante la salida del sol, para dar paso a una intrepidez a toda prueba. Y exclamará aquellas palabras inmortales que han sido de inspiración para legiones de predicadores y lo siguen siendo para nosotros: ¿vergüenza? “No me avergüenzo del evangelio” y “ay de mí si no anunciare el evangelio” (1 Co. 9:16) (siendo el evangelio lo que él sabe que es).

Decir “no me avergüenzo del evangelio” no es como silbar en la oscuridad en una situación de confrontación probable. Este no me avergüenzo es más bien lo que podríamos llamar una declaración en situación real. Y es hasta cierto punto una vivencia jactanciosa de parte de Pablo (“me glorío y aún me gloriaré.” Fil. 1:18). 

Es como mirar la multitud de discípulos que ceden terreno a las intimidaciones del enemigo mientras que él avanza de manera resuelta para ponerse del lado de su Señor. “Yo no me avergüenzo, no puedo avergonzarme del poder (gr. DYNAMIS, de donde deriva el vocablo ‘dinamita’) que Dios ha puesto en acción para salvar a cualquiera que cree”. 

Los valores desvalorizados de este mundo pueden hacer pensar que identificarse con un Cristo rechazado es un acto de debilidad, y que identificarse con un evangelio que es “locura para los que se pierden”, es un acto de pobreza intelectual. 

Para ellos, el evangelio insiste en cosas tan poco atractivas al hombre como dos toscos travesaños de madera manchados por la sangre de un crucificado. Cuando hay una multitud que se burla y niega, es difícil dar un paso al frente y decir “es mi Cristo”, “es mi evangelio”. 

Un resuelto Pedro no pudo hacerlo (antes de Pentecostés) y le negó tres veces. Pablo tiene su lección aprendida en carne y sangre. Y entonces afirma, con mayor certidumbre aun que cuando un maestro dice a sus alumnos:
 2+2=4. 
“Evangelio = poder de Dios …”

Aplicación
¿Y no será, estimado consiervo, que nuestra falta de valentía por el evangelio tiene su raíz en nuestra falta de un mayor conocimiento intelectual, espiritual y experimental de lo que es el evangelio?

Por más que creamos conocer el evangelio que predicamos, nunca alcanzaremos a agotar la posibilidad de ese conocimiento pues, como ya vimos, el evangelio se origina en Dios mismo, y siendo así, conocer el evangelio implica vivir el evangelio y conocer el mismo corazón de Dios.

Confesamos con vergüenza nuestra vergüenza muchas veces disimulada de identificarnos en forma abierta con el evangelio y de predicarlo siendo que se trata de algo apenas conocido.

“No me avergüenzo del evangelio”

      b)      Positivo
Ahora miremos esta expresión en sentido positivo. Equivale a decir: “Estoy orgulloso del evangelio”. Es como expresar: “Tengo absoluta confianza en el evangelio”, o bien, “no hay nada en el mundo que se pueda comparar con el evangelio”. 

Pablo tiene tal confianza en el evangelio que puede predicarlo, aun ante los que se oponen, y hacerlo de una manera osada, abierta, sin abrigar el menor temor de que en algún momento pueda tener que arrepentirse de haberlo recomendado. Sería un imposible.

    2.      Qué es el evangelio.

      a)  “El evangelio es el poder de Dios”
La desgracia mayor del hombre es haber caído, a poco de ser creado por Dios, bajo el poder destructor del enemigo Satanás.

Ilustración: 
El evangelio podría representar una poderosa grúa espiritual capaz de levantar al hombre de su posición caída y colocarlo por encima de sí mismo, de sus circunstancias deprimentes y aplastantes, situándolo en los brazos a la vez tiernos y fuertes de un Salvador amante que es Cristo el Señor. 

Y al mismo tiempo, hacer eso habiéndolo transformado mediante el poder de Dios, manifestado en la obra redentora de Jesucristo, de un estado de pecado y ruina a un estado de santidad y gloria.

Pablo probó en carne propia el poder del evangelio cuando yendo camino a Damasco, se convirtió de perseguidor en discípulo (Hch. 9). No podía avergonzarse de un evangelio tan poderoso, que lo había conmocionado de tal manera en ese encuentro personal con Cristo, el ungido Señor, ante cuya autoridad y poder capituló diciendo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” 

El uso enfático del pronombre “yo”, que podría ser obviado en la expresión de nuestro idioma, no hace sino remarcar de una manera clara y relevante, la distancia que Pablo vio entre el hombre de la tierra y el Cristo de la gloria a quien él en su ignorancia e incredulidad había creído ser su deber combatir (Hch. 9:6).

Tú allá y yo acá. 
Tú santo y yo pecador. 
Tú exaltado y yo humillado. 
Tú vencedor y yo vencido. 

¿Qué quieres, Señor? 
                ¿Cuáles son las condiciones de mi rendición incondicional? 
La respuesta de Cristo se sintetiza: “para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto …” (Hch. 26:16; ver también vv. 17–18) es decir, del evangelio. Aquella visión transformadora de Cristo había revelado el poder del evangelio para hacer de Saulo un hombre totalmente nuevo, diferente, valiente y decidido, y había producido en él una verdadera identificación entre su Señor y su evangelio.

Aplicación: “Poder de Dios.” Uno de los más preocupantes problemas de la Rusia post comunista ha sido: ¿quién tiene el poder (nuclear)? Y nosotros podemos preguntarnos con asombro: ¿Quién tiene el poder de salvación? No hay otra respuesta que decir que lo tiene Dios, y que lo ha depositado en ‘su evangelio’. Cualquier redimido que anuncia el evangelio de Dios (y no un evangelio diferente al de Dios) se convierte en un bienaventurado comunicador y transmisor del poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. En un mundo donde el poder se utiliza en su mayor proporción para destruir, sabemos que somos poseedores de un precioso depósito de verdad que debe ser anunciada, de un evangelio que es de Dios, y que es poder de Dios para salvar, para librar de la destrucción presente y eterna a todo aquel que cree.

¿Podemos avergonzarnos? De ninguna manera. ¿Tenemos que andar escondiendo este poder de los que se burlan o se oponen? Tampoco. Antes, podemos sentirnos santamente orgullosos, satisfechos, confiados, urgidos a llevar este evangelio por todas partes, “porque [el evangelio] es poder de Dios para salvar”.

      b)      “Poder … para salvar” (ver 1 Co. 1:24.)
El evangelio es el poder de Dios en plena acción salvadora en favor de las personas que al oírlo lo aceptan.

¿Oyen nuestras congregaciones “el evangelio de Dios”? ¿O están oyendo otra clase de apelaciones que los llevan a tomar otro tipo de decisiones que no conducen a su salvación eterna y presente?

Es grande, sin duda enorme, la responsabilidad que tenemos como siervos del Señor, de tener entre manos un poder tan grande y no emplearlo en forma correcta. Parafraseando He. 2:3 podríamos decir: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos un poder de salvación eterna tan grande?” Eso es lo que ha pasado por la mente y consideración de Pablo cuando exclama: “Ay de mí si no anunciare el evangelio”. ¡Ay de mí si enseño doctrina de hombres o pongo la atención de la congregación en otras cosas por más buenas que sean que no llevan la poderosa verdad del evangelio al corazón mismo de los oyentes!

¡Qué herramienta de poder ha puesto Dios en las manos de sus obreros que anhelamos servirle! ¡Qué mensaje tan dinámico, en el sentido de “dinamita”, que echa por tierra las estructuras del pensamiento y del accionar humano e implanta los pensamientos y el accionar del Dios Salvador, Jesucristo, nuestro Señor!

La palabra salvación, se refiere a la liberación del poder del pecado; es una salvación que tiene un alcance mucho mayor que la salvación del peligro físico tan común en el A.T. Pablo era consciente de que antes había utilizado el poder de los hombres para destruir a los seguidores de Cristo. Nada ni nadie podría impedirle ahora que utilizara el “poder para salvar” que Dios le había encomendado con el evangelio.

En nuestra incapacidad tendemos a identificarnos con los poderes para salvar (?) que utilizan los hombres, que son ‘poderes sin poder’, ‘sal sin sabor’. Como hijos de Dios tenemos que ponernos en forma decidida del lado de Pablo, del lado de Cristo, del lado de un evangelio que salva al hombre de la ruina del pecado, y lo salvará del desastre de sus consecuencias. La única solución a todos los problemas presentes y futuros que pueda tener el hombre, pasa por su total rendición a la autoridad de Cristo, y por la operación del poder que hay en su evangelio.

Aplicación: 
¿Lo creemos así? ¿O pensamos que la solución del hombre es Cristo y algo más, o es el evangelio y algo más? ¿Cuándo entenderemos como iglesia de Jesucristo el “sin Cristo nada” de la iniciación cristiana definido en Jn. 15:5, que nos lleva enseguida al “con Cristo todo” de la madurez cristiana presentado por Pablo en Fil. 4:13?

Las mismas cosas, los mismos métodos, los mismos argumentos valen si proceden del poder del evangelio de Cristo, pero llegan a ser inoperantes si proceden de nosotros. Un vaso de agua dado en nuestro nombre, tiene el valor del momento por el cual calma la sed. Pero el mismo vaso de agua dado en el nombre de Cristo tiene valor de eternidad. Es algo así como la distinción entre activismo carnal y actividad espiritual.

Pablo podía ser confundido con un activista, pero su accionar nacía en el poder del evangelio. ¡Qué diferencia! ¡Qué cambios veríamos si abandonáramos del todo el activismo humano y nos entregáramos del todo a la actividad del Espíritu Santo; si como individuos y como cuerpo actuáramos bajo su consciente control!

“Poder para cambiar toda una vida y darle más”, dice una canción que describe la necesidad de nuestro compromiso de predicar el evangelio de Cristo. Poder para transformar al hombre y la sociedad, al hombre y al mundo.

“Judío y … griego.” Religión y cultura. Poder para salvar una religión que necesita ser salvada. Poder para salvar una cultura que ha sido definida por algunos como poscristiana. Primero la “religión”. Si la iglesia de Cristo no vive delante de los hombres como una comunidad donde rige el reino de Dios y su justicia (Mt. 6:33), no estará a la altura del poder salvador del evangelio. Luego la “cultura”. Mal que les pese a los que exaltan la cultura por la cultura misma y propician conservar aun las formas más primitivas y a veces aberrantes que condicionan al hombre sin Cristo, la cultura debe ser salvada, cambiada, transformada por el poder liberador del evangelio.

Religión y cultura van de la mano porque son inherentes a la vida del hombre. Pero el evangelio es la “contrarreligión cristiana”, así como vivir el evangelio ha sido definido como la “contracultura cristiana”.

    3.      El alcance del evangelio.

“A todo aquel que cree.”
La universalidad del mensaje y de su poder (como la fe de antaño), “fue buena para Pablo y es buena para mí”. Pablo no desperdició sus diálogos con los hombres; hizo con sus palabras lo mismo que hacía en sus viajes: “desde … y hasta … todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (15:19). “Desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone” (Is. 45:6). ¡Qué cobertura total!

Aplicación: Resultan apropiadas ciertas antiguas reflexiones que dicen: “¿Por qué los que debieran hablar callan, cuando los que recién empiezan a leer escriben?” Yesta otra: “La mentira ha recorrido medio mundo, cuando la verdad recién empieza a calzarse para perseguirla”.

Con Pablo no era así. Sabía quién era Cristo y conocía qué implicaciones y alcances tenía el evangelio. Para él era la verdad que debía ser proclamada en toda circunstancia, en todo lugar y a toda criatura. Era la luz que debía iluminar no debajo de una mesa donde perdería efecto, sino por encima de todo, donde lo aclarara todo. El evangelio es de carácter único y universal: al judío primeramente (el que practicaba la religión conocida) y también al griego (el que seguía la cultura dominante).

    4.      El evangelio y la justicia de Dios (v. 17)

El evangelio explica, demuestra y revela de qué manera justifica Dios al hombre, es decir, de qué forma lo pone en una relación correcta con El. ¿Cómo resuelve la justicia de Dios el problema del pecado y su merecida condena?

En el evangelio tenemos la justicia de Dios en acción. Es una justicia que en lugar de perseguir al pecador para condenarlo, está empeñada en perseguirlo para salvarlo, tal como se expresa del Señor Jesús mismo en Jn. 3:17, 18. Es una justicia que no se detiene hasta que el Juez puede declarar al culpable no culpable, y lo pone sentado en el lado derecho, como hacían los jueces antiguos con los que eran declarados inocentes. Si observamos en otros pasajes de la Biblia, el lado derecho es el de los justos (las ovejas a la derecha; ver Mt. 25:33, 37). Jesús se sentó a la derecha del trono de Dios, el lugar de la justicia (He. 12:2). El propósito de Dios es sentarnos (ya justificados) juntamente con Cristo (Ef. 2:6).

El evangelio es el despliegue, la revelación de la justicia de Dios. Tal es el contenido del evangelio que Pablo desarrollará en la extensión de su carta y sobre el cual debemos preguntarnos: ¿apunta mi predicación básicamente a la revelación de la justicia de Dios o a las necesidades presentes del hombre? El punto puede parecer intrascendente, pero hace a la esencia misma del evangelio. Según que la justicia de Dios, los derechos de Dios, constituyan el centro del mensaje, o que el centro sea la necesidad del hombre y los derechos del hombre, estaremos o no acertando con el propósito de Dios referente al evangelio.

a) La importancia de la fe.
La justicia de Dios, con todo lo que veremos que ella implica, se descubre (revela) por fe y para fe. La justicia de Dios revelada en el evangelio es la justicia que el justo (el justificado) alcanza por medio de la fe y no de otra manera, ya que esa justicia por la fe es la vida misma de todo aquel que cree.

Ilustración: 
Cuando tomamos una fotografía, por lo general hay una persona o un objeto o una escena que es el centro de atención. El foco de la cámara va dirigido a eso. Lo demás entra en la foto porque es lo que acompaña, es el entorno.

Si tomamos el v. 17 como si fuera una fotografía, tenemos que concluir (o destacar) que el foco de lo que dice está centrado en la fe. No podemos negar la importancia que tiene el justo—declarado así por la justicia de Dios—ni tampoco la realidad de que ese “justo” o “justificado” tiene nada menos que la vida. Sin embargo, ese justo no sería justo y esa vida no sería vida si no hubiera intervenido la instrumentalidad de la fe. Si sacamos la fe del centro, al instante advertimos que ni existe alguien que pueda ser declarado justo, ni existe la posibilidad de que ese alguien pueda tener vida para con Dios.

La fe, entonces, es el foco de la declaración. La fe es el camino—el único y excluyente camino—para llegar a la justificación ante Dios y, en consecuencia, para llegar a la participación de la vida de Dios.

Y aun al hablar de la fe como la forma, como el instrumento, como el camino o como el medio que Dios ha establecido para que el hombre sea justificado y viva para Dios, debemos tener cuidado de una cosa. La fe es todo eso, pero a la vez nada más que eso: forma, instrumento, camino, medio. Esto significa que la fe no es un “algo meritorio”. El justo vivirá por la fe (Hab. 2:4). Pero no hay ningún mérito atribuido a la fe ni tampoco a la persona que ejercita la fe. Como el mismo Pablo lo aclara “No [es] por obras, para que nadie se gloríe”. Es “por la fe” pero esto no como algo que pertenece a la persona, pues la fe “es [un] don de Dios” (Ef. 2:8 y 9).

También notamos que la justicia de Dios es “por fe y para fe”. Esto equivale a decir, como algunos han traducido: es “por fe desde el principio hasta el fin”. Empieza por la fe, sigue por la fe y termina siendo consumada por la fe.

Ilustración
La fe es la llave que abre la puerta de entrada. Una vez adentro, veremos cuál es la base, el fundamento, los beneficios de la justificación, y también sus responsabilidades. Por fe y para fe es “fe de punta a punta”. 

Esta expresión que tomamos para ilustrar, describe a alguien que ganó una competencia, por ejemplo, una carrera pedestre, y que no tuvo ningún rival que lo sobrepasara ni siquiera durante un tramo de la carrera. “Por fe y para fe” quiere decir justamente eso. Es por la fe y nada más que por la fe, es decir por la “sola fe”, con exclusión de todo otro competidor, con exclusión de obras, de méritos personales, de dinero, de religiones, de filosofías o pensamientos humanos. Todo queda excluido.

b) El disfrute de la vida justificada. 
“Vivirá”. No es la extensión de la vida lo que tiene la mayor importancia acá, sino la calidad de la vida. La vida que viene de Dios y de la cual Jesucristo dijo: “Yo les doy vida eterna” (calidad—no extensión—) y además, “no perecerán jamás” (aquí sí puede ser extensión). Es la vida que tiene su origen, su permanencia y su proyección en Dios.

El justo es entonces alguien que no era justo (porque no hay ni siquiera uno que lo sea), pero que ha sido colocado por Dios mismo en una correcta relación con El, es decir, ha sido justificado por Dios.

    5.      El Evangelio y la ira de Dios (v. 18)

El evangelio incluye por su naturaleza y esencia una solemne declaración de que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”.

Por más que quisiéramos terminar la consideración sobre el evangelio en el v. 17, con la gloria que significa la vida de fe, no podemos eludir a conciencia la declaración del v. 18 en cuanto a la revelación de la ira de Dios. El evangelio es mensaje de salvación para el que cree, porque de lo contrario ya es mensaje de condenación para el que no cree. El evangelio es lo que es (buena noticia, noticia segura y de valor eterno) en razón de que hay una sentencia condenatoria que pesa sobre el pecado y que pone en acción la justa ira de Dios.

Aplicación: 
¿Nos afectan o no las definiciones enunciadas en cuanto al evangelio? Si comparamos nuestra predicación, ¿qué puntos nos veríamos obligados a suprimir por no formar parte del evangelio de Dios? ¿O qué puntos nos veríamos obligados a incluir porque están excluidos, en forma implícita o explícita, de nuestra predicación? 

¿Es el evangelio de Romanos diferente de nuestro evangelio? ¿O es más correcto decir que nuestro evangelio es diferente del de Romanos? Y si vemos que hay diferencias, ¿con cuál de los dos nos tenemos que quedar? 

¿Cuál de los dos producirá los resultados de salvación presente y eterna para los cuales el evangelio nos ha sido dado? ¿Tendremos la valentía de presentarnos delante de Dios con el evangelio que predicamos, y pedirle a El mismo que apruebe lo que concuerda con su evangelio y descalifique lo que no concuerda? 

¿Podemos pedirle la audacia necesaria para que no nos avergoncemos de predicar “su evangelio”, aunque al hacerlo no podamos recoger honores personales, ni podamos contabilizar la cantidad de personas que solemos alcanzar con “nuestro” evangelio?

Oración: 
Señor, si tengo la convicción de que me has enviado a predicar el evangelio, dame la convicción de cuál es el evangelio que me has enviado a predicar, “no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17).

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