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viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo que depra el 11-11-11: Evangelio de Tomás

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EVANGELIO SEGÚN TOMÁS (texto copto de Nag Hammadi)
Estas son las palabras secretas que pronunció Jesús el Viviente y que Dídimo Judas Tomás consignó por escrito.
1. Y dijo: «Quien encuentre el sentido de estas palabras no gustará la muerte».
2. Dijo Jesús: «El que busca no debe dejar de buscar hasta tanto que encuentre. Y cuando encuentre se estremecerá, y tras su estremecimiento se llenará de admiración y reinará sobre el universo».
3. Dijo Jesús: «Si aquellos que os guían os dijeren: Ved, el Reino está en el cielo, entonces las aves del cielo os tomarán la delantera. Y si os dicen: Está en la mar, entonces los peces os tomarán la delantera. Mas el Reino está dentro de vosotros y fuera de vosotros. Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos y caeréis en la cuenta de que sois hijos del Padre Viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la pobreza y sois la pobreza misma».
4. Dijo Jesús: «No vacilará un anciano a su edad en preguntar a un niño de siete días por el lugar de la vida, y vivirá; pues muchos primeros vendrán a ser últimos y terminarán siendo uno solo».
5. Dijo Jesús: «Reconoce lo que tienes ante tu vista y se te manifestará lo que te está oculto, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifiesto».
6. Le preguntaron sus discípulos diciéndole: «¿Quieres que ayunemos? ¿Y de qué forma hemos de orar y dar limosna, y qué hemos de observar  respecto a la comida?» Jesús dijo: «No mintáis ni hagáis lo que aborrecéis, pues ante el cielo todo está patente, ya que nada hay oculto que no termine por quedar manifiesto y nada escondido que pueda mantenerse sin ser revelado».
7. Jesús dijo: «Dichoso el león que al ser ingerido por un hombre se hace hombre; abominable el hombre que se deja devorar por un león y éste se hace hombre».
8. Y dijo: «El hombre se parece a un pescador inteligente que echó su red al mar y la sacó de él llena de peces pequeños. Al encontrar entre ellos un pez grande y bueno, aquel pescador inteligente arrojó todos los peces pequeños al mar y escogió sin vacilar el pez grande».
9. Dijo Jesús: «He aquí que el sembrador salió, llenó su mano y desparramó. Algunos (granos de simiente) cayeron en el camino y vinieron los pájaros y se los llevaron. Otros cayeron sobre piedra y no arraigaron en la tierra ni hicieron germinar espigas hacia el cielo. Otros cayeron entre espinas —éstas ahogaron la simiente— y el gusano se los comió. Otros cayeron en tierra buena y (ésta) dio una buena cosecha, produciendo 60 y 120 veces por medida».
10. Dijo Jesús: «He arrojado fuego sobre el mundo y ved que lo mantengo hasta que arda».
11. Dijo Jesús: «Pasará este cielo y pasará asimismo el que está encima de él. Y los muertos no viven ya, y los que están vivos no morirán. Cuando comíais lo que estaba muerto, lo hacíais revivir; ¿qué vais a hacer cuando estéis en la luz? El día en que erais una misma cosa, os hicisteis dos; después de haberos hecho dos, ¿qué vais a hacer?».
12. Los discípulos dijeron a Jesús: «Sabemos que tú te irás de nuestro lado; ¿quién va a ser el mayor entre nosotros?» Díjoles Jesús: «Dondequiera que os hayáis reunido, dirigíos a Santiago el Justo, por quien el cielo y la tierra fueron creados».
13. Dijo Jesús a sus discípulos: «Haced una comparación y decidme a quién me parezco». Dijóle Simón Pedro: «Te pareces a un ángel justo». Díjole Mateo: «Te pareces a un filósofo, a un hombre sabio». Díjole Tomás: «Maestro, mi boca es absolutamente incapaz de decir a quién te pareces». Respondió Jesús: «Yo ya no soy tu maestro, puesto que has bebido y te has emborrachado del manantial que yo mismo he medido». Luego le tomó consigo, se retiró y le dijo tres palabras. Cuando Tomás se volvió al lado de sus compañeros, le preguntaron éstos: «¿Qué es lo que te ha dicho Jesús?» Tomás respondió: «Si yo os revelara una sola palabra de las que me ha dicho, cogeríais piedras y las arrojaríais sobre mí: entonces saldría fuego de ellas y os abrasaría».
14. Díjoles Jesús: «Si ayunáis, os engendraréis pecados; y si hacéis oración, se os condenará ; y si dais limosnas, haréis mal a vuestros espíritus. Cuando vayáis a un país cualquiera y caminéis por las regiones, si se os recibe, comed lo que os presenten (y) curad  a los enfermos entre ellos. Pues lo que entra en vuestra boca no os manchará, mas lo que sale de vuestra boca, eso sí que os manchará».
15. Dijo Jesús: «Cuando veáis al que no nació de mujer, postraos sobre vuestro rostro y adoradle: Él es vuestro padre».
16. Dijo Jesús: «Quizá piensan los hombres que he venido a traer paz al mundo, y no saben que he venido a traer disensiones sobre la tierra: fuego, espada, guerra . Pues cinco habrá en casa: tres estarán contra dos y dos contra tres, el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y todos ellos se encontrarán en soledad».
17. Dijo Jesús: «Yo os daré lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado y ninguna mano ha tocado y en ningún corazón humano ha penetrado».
18. Dijeron los discípulos a Jesús: «Dinos cómo va a ser nuestro fin». Respondió Jesús: «¿Es que habéis descubierto ya el principio para que preguntéis por el fin? Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin. Dichoso aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no gustará la muerte».
19. Dijo Jesús: «Dichoso aquel que ya existía antes de llegar a ser. Si os hacéis mis discípulos (y) escucháis mis palabras, estas piedras se pondrán a vuestro servicio. Cinco árboles tenéis en el paraíso que ni en verano ni en invierno se mueven y cuyo follaje no cae: quien los conoce no gustará la muerte».
20. Dijeron los discípulos a Jesús: «Dinos a qué se parece el reino de los cielos». Díjoles: «Se parece a un grano de mostaza, que es (ciertamente) la más exigua de todas las semillas, pero cuando cae en tierra de labor hace brotar un tallo (y) se convierte en cobijo para los pájaros del cielo».
21. Dijo Mariham a Jesús: «¿A qué se parecen tus discípulos ?» Él respondió: «Se parecen a unos muchachos que se han acomodado en una parcela ajena. Cuando se presenten los dueños del terreno les dirán: Devolvednos nuestra finca. Ellos se sienten desnudos en su presencia al tener que dejarla y devolvérsela». Por eso os digo: «Si el dueño de la casa se entera de que va a venir el ladrón, se pondrá a vigilar antes de que llegue y no permitirá que éste penetre en la casa de su propiedad y se lleve su ajuar. Así, pues, vosotros estad también alerta ante el mundo, ceñid vuestros lomos con fortaleza para que los ladrones encuentren cerrado el paso hasta vosotros; pues (si no) darán con la recompensa  que vosotros esperáis. ¡Ojalá surja de entre vosotros un hombre sabio que —cuando la cosecha hubiere madurado— venga rápidamente con la hoz en la mano y la siegue! El que tenga oídos para oír, que oiga».
22. Jesús vio unas criaturas que estaban siendo amamantadas y dijo a sus discípulos: «Estas criaturas a las que están dando el pecho se parecen a quienes entran en el Reino». Ellos le dijeron: «¿Podremos nosotros —haciéndonos pequeños— entrar en el Reino?» Jesús les dijo: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una, y de configurar lo interior con lo exterior, y lo exterior con lo interior, y lo de arriba con lo de abajo, y de reducir a la unidad lo masculino y lo femenino, de manera que el macho deje de ser macho y la hembra hembra; cuando hagáis ojos de un solo ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie y una imagen  en lugar de una imagen, entonces podréis entrar [en el Reino]».
23. Dijo Jesús: «Yo os escogeré uno entre mil y dos entre diez mil; y resultará que ellos quedarán como uno solo».
24. Dijeron sus discípulos: «Instruyenos acerca del lugar donde moras, pues sentimos la necesidad de indagarlo». Díjoles: «El que tenga oídos, que escuche: en el interior de un hombre de luz hay siempre luz y él ilumina todo el universo; sin su luz reinan las tinieblas».
25. Dijo Jesús: «Ama a tu hermano como a tu alma; cuídalo como la pupila de tu ojo».
26. Dijo Jesús: «La paja en el ojo de tu hermano, sí que la ves; pero la viga en el tuyo propio, no la ves. Cuando hayas sacado la viga de tu ojo, entonces verás de quitar la paja del ojo de tu hermano».
27. (Dijo Jesús): «Si no os abstenéis del mundo, no encontraréis el Reino; si no hacéis del sábado sábado, no veréis al Padre».
28. Dijo Jesús: «Yo estuve en medio del mundo y me manifesté a ellos en carne. Los hallé a todos ebrios (y) no encontré entre ellos uno siquiera con sed. Y mi alma sintió dolor por los hijos de los hombres, porque son ciegos en su corazón y no se percatan de que han venido vacíos al mundo y vacíos intentan otra vez salir de él. Ahora bien: por el momento están ebrios, pero cuando hayan expulsado su vino, entonces se arrepentirán».
29. Dijo Jesús: «El que la carne haya llegado a ser gracias al espíritu es un prodigio; pero el que el espíritu (haya llegado a ser) gracias al cuerpo, es prodigio [de prodigios]. Y yo me maravillo cómo esta gran riqueza ha venido a alojarse en esta pobreza».
30. Dijo Jesús: «Dondequiera que hubiese tres dioses, dioses son; dondequiera que haya dos o uno, con él estoy yo».
31. Dijo Jesús: «Ningún profeta es aceptado en su aldea; ningún médico cura a aquellos que le conocen».
32. Dijo Jesús: «Una ciudad que está construida (y) fortificada sobre una alta montaña no puede caer ni pasar inadvertida».
33. Dijo Jesús: «Lo que escuchas con uno y otro oído, pregónalo desde la cima de vuestros tejados; pues nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín o en otro lugar escondido, sino que la pone sobre el candelero para que todos los que entran y salen vean su resplandor».
34. Dijo Jesús: «Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo».
35. Dijo Jesús: «No es posible que uno entre en la casa del fuerte y se apodere de ella (o de él) de no ser que logre atarle las manos a éste: entonces sí que saqueará su casa».
36. Dijo Jesús: «No estéis preocupados desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana (pensando) qué vais a poneros».
37. Sus discípulos dijeron: «¿Cuándo te nos vas a manifestar y cuándo te vamos a ver?» Dijo Jesús: «Cuando perdáis (el sentido de) la vergüenza y —cogiendo vuestros vestidos— los pongáis bajo los talones como niños pequeños y los pisoteéis, entonces [veréis] al Hijo del Viviente y no tendréis miedo».
38. Dijo Jesús: «Muchas veces deseasteis escuchar estas palabras que os estoy diciendo sin tener a vuestra disposición alguien a quien oírselas. Días llegarán en que me buscaréis (y) no me encontraréis».
39. Dijo Jesús: «Los fariseos y los escribas recibieron las llaves del conocimiento y las han escondido: ni ellos entraron, ni dejaron entrar a los que querían. Pero vosotros sed cautos como las serpientes y sencillos como las palomas».
40. Dijo Jesús: «Una cepa ha sido plantada al margen del Padre y —como no está firmemente arraigada— será arrancada de cuajo y se malogrará».
41. Jesús dijo: «A quien tiene en su mano se le dará; y a quien nada tiene —aun aquello poco que tiene— se le quitará».
42. Dijo Jesús: «Haceos pasajeros».
43. Le dijeron sus discípulos: «¿Quién eres tú para decirnos estas cosas?» [Jesús respondió]: «Basándoos en lo que os estoy diciendo, no sois capaces de entender quién soy yo; os habéis vuelto como los judíos, ya que éstos aman el árbol y odian su fruto, aman el fruto y odian el árbol».
44. Dijo Jesús: «A quien insulte al Padre, se le perdonará; y a quien insulte al Hijo, (también) se le perdonará. Pero quien insulte al Espíritu Santo no encontrará perdón ni en la tierra ni en el cielo».
45. Dijo Jesús: «No se cosechan uvas de los zarzales ni se cogen higos de los espinos, (pues) éstos no dan fruto alguno. [Un] hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro; un hombre malo saca cosas malas del mal tesoro que tiene en su corazón y habla maldades, pues de la abundancia del corazón saca él la maldad».
46. Dijo Jesús: «Desde Adán hasta Juan el Bautista no hay entre los nacidos de mujer nadie que esté más alto que Juan el Bautista, de manera que sus ojos no se quiebren. Pero yo he dicho: Cualquiera de entre vosotros que se haga pequeño, vendrá en conocimiento del Reino y llegará a ser encumbrado por encima de Juan».
47. Dijo Jesús: «No es posible que un hombre monte dos caballos y tense dos arcos; no es posible que un esclavo sirva a dos señores, sino que más bien honrará a uno y despreciará al otro. A ningún hombre le apetece —después de haber bebido vino añejo— tomar vino nuevo; no se echa vino nuevo en odres viejos, no sea que éstos se rompan, y no se echa vino añejo en odre nuevo para que éste no le eche a perder. No se pone un remiendo viejo en un vestido nuevo, pues se produciría un rasgón».
48. Dijo Jesús: «Si dos personas hacen la paz entre sí en esta misma casa, dirán a la montaña: ¡Desaparece de aquí! Y ésta desaparecerá».
49. Dijo Jesús: «Bienaventurados los solitarios y los elegidos: vosotros encontraréis el Reino, ya que de él procedéis (y) a él tornaréis».
50. Dijo Jesús: «Si os preguntan: ¿De dónde habéis venido?, decidles: Nosotros procedemos de la luz, del lugar donde la luz tuvo su origen por sí misma; (allí) estaba afincada y se manifestó en su imagen. Si os preguntan: ¿Quién sois vosotros.?, decid: Somos sus hijos y somos los elegidos del Padre Viviente. Si se os pregunta: ¿Cuál es la señal de vuestro Padre que lleváis en vosotros mismos?, decidles: Es el movimiento y a la vez el reposo».
51. Le dijeron sus discípulos: «¿Cuándo sobrevendrá el reposo de los difuntos y cuándo llegará el mundo nuevo?» Él les dijo: «Ya ha llegado (el reposo) que esperáis, pero vosotros no caéis en la cuenta».
52. Sus discípulos le dijeron: «24 profetas alzaron su voz en Israel y todos hablaron de tí». El les dijo: «Habéis dejado a un lado al Viviente (que está) ante vosotros ¡y habláis de los muertos!».
53. Sus discípulos le dijeron: «¿Es de alguna utilidad la circuncisión o no?» Y él les dijo: «Si para algo valiera, ya les engendraría su padre circuncisos en el seno de sus madres; sin embargo, la verdadera circuncisión en espíritu ha sido de gran utilidad».
54. Dijo Jesús: «Bienaventurados los pobres, pues vuestro es el reino de los cielos».
55. Dijo Jesús: «Quien no odie a su padre y a su madre, no podrá ser discípulo mío. Y (quien no) odie a sus hermanos y hermanas (y no cargue) con su cruz como yo, no será digno de mí».
56. Dijo Jesús: «Quien haya comprendido (lo que es) el mundo, ha dado con un cadáver. Y quien haya encontrado un cadáver, de él no es digno el mundo».
57. Dijo Jesús: «El Reino del Padre se parece a un hombre que tenía una [buena] semilla. Vino de noche su enemigo y sembró cizaña entre la buena semilla. Este hombre no consintió que ellos (los jornaleros) arrancasen la cizaña, sino que les dijo: No sea que vayáis a escardar la cizaña y con ella arranquéis el trigo; ya aparecerán las matas de cizaña el día de la siega, (entonces) se las arrancará y se las quemará».
58. Dijo Jesús: «Bienaventurado el hombre que ha sufrido: ha encontrado la vida».
59. Dijo Jesús: «Fijad vuestra mirada en el Viviente mientras estáis vivos, no sea que luego muráis e intentéis contemplarlo y no podáis».
60. (Vieron) a un samaritano que llevaba un cordero camino de Judea y dijo a sus discípulos : «(¿Qué hace) éste con el cordero?» Ellos le dijeron: «(Irá) a sacrificarlo para comérselo.» Y les dijo: «Mientras esté vivo no se lo comerá, sino sólo después de haberlo degollado, cuando (el cordero) se haya convertido en un cadáver». Ellos dijeron: «No podrá obrar de otro modo». El dijo: «Vosotros aseguraos un lugar de reposo para que no os convirtáis en cadáveres y seáis devorados».
61. Dijo Jesús: «Dos reposarán en un mismo lecho: el uno morirá, el otro vivirá». Dijo Salomé: «¿Quién eres tú, hombre, y de quién? Te has subido a mi lecho y has comido de mi mesa». Díjole Jesús: «Yo soy el que procede de quien (me) es idéntico; he sido hecho partícipe de los atributos de mi Padre». (Salomé dijo): «Yo soy tu discípula». (Jesús le dijo): «Por eso es por lo que digo que si uno ha llegado a ser idéntico, se llenará de luz; mas en cuanto se desintegre, se inundará de tinieblas».
62. Dijo Jesús: «Yo comunico mis secretos a los que [son dignos] de ellos. Lo que hace tu derecha, no debe averiguar tu izquierda lo que haga».
63. Dijo Jesús: «Había un hombre rico que poseía una gran fortuna, y dijo: Voy a emplear mis
riquezas en sembrar, cosechar, plantar y llenar mis graneros de frutos de manera que no me falte de nada. Esto es lo que él pensaba en su corazón; y aquella noche se murió. El que tenga oídos, que oiga».
64. Dijo Jesús: «Un hombre tenía invitados. Y cuando hubo preparado la cena, envió a su criado a avisar a los huéspedes. Fue (éste) al primero y le dijo: Mi amo te invita. Él respondió: Tengo (asuntos de) dinero con unos mercaderes; éstos vendrán a mí por la tarde y yo habré de ir y darles instrucciones; pido excusas por la cena. Fuese a otro y le dijo: Estás invitado por mi amo. Él le dijo: He comprado una casa y me requieren por un día; no tengo tiempo. Y fue a otro y le dijo: Mi amo te invita. Y él le dijo: Un amigo mío se va a casar y tendré que organizar el festín. No voy a poder ir; me excuso por lo de la cena. Fuese a otro y le dijo: Mi amo te invita. Éste replicó: Acabo de comprar una hacienda (y) me voy a cobrar la renta; no podré ir, presento mis excusas. Fuese el criado (y) dijo a su amo: Los que invitaste a la cena se han excusado. Dijo el amo a su criado: Sal a la calle (y) tráete a todos los que encuentres para que participen en mi festín; los mercaderes y hombres de negocios [no entrarán] en los lugares de mi Padre».
65. El dijo: «Un hombre de bien poseía un majuelo y se lo arrendó a unos viñadores para que lo trabajaran y así poder percibir de ellos el fruto. Envió, pues, a un criado para que éstos le entregaran la cosecha del majuelo. Ellos prendieron al criado y le golpearon hasta casi matarlo. Éste fue y se lo contó a su amo, quien dijo: Tal vez no les reconoció; y envió otro criado. También éste fue maltratado por los viñadores. Entonces envió a su propio hijo, diciendo ¡A ver si respetan por lo menos a mi hijo! Los viñadores —a quienes no se les ocultaba que éste era el heredero del majuelo— le prendieron (y) le mataron. El que tenga oídos, que oiga».
66. Dijo Jesús: «Mostradme la piedra que los albañiles han rechazado; ésta es la piedra angular».
67. Dijo Jesús: «Quien sea conocedor de todo, pero falle en (lo tocante a) sí mismo, falla en todo».
68. Dijo Jesús: «Dichosos vosotros cuando se os odie y se os persiga, mientras que ellos no encontrarán un lugar allí donde se os ha perseguido a vosotros».
69. Dijo Jesús: «Dichosos los que han sufrido persecución en su corazón: éstos son los que han reconocido al Padre de verdad». (Dijo Jesús): «Dichosos los hambrientos, pues el estómago de aquellos que hambrean se saciará».
70. Dijo Jesús: «Cuando realicéis esto en vosotros mismos, aquello que tenéis os salvará; pero si no lo tenéis dentro, aquello que no tenéis en vosotros mismos os matará».
71. Dijo Jesús: «Voy a des[truir esta] casa y nadie podrá [re]edificarla».
 
72. [Un hombre] le [dijo]: «Di a mis hermanos que repartan conmigo los bienes de mi padre». El replicó: «¡Hombre! ¿Quién ha hecho de mí un repartidor?» Y se dirigió a sus discípulos, diciéndoles: «¿Es que soy por ventura un repartidor?».
73. Dijo Jesús: «La cosecha es en verdad abundante, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor que envíe obreros para la recolección».
74. El dijo: «Señor, hay muchos alrededor del aljibe, pero no hay nadie dentro del aljibe».
75. Dijo Jesús: «Muchos están ante la puerta, pero son los solitarios los que entrarán en la cámara nupcial».
76. Dijo Jesús: «El reino del Padre se parece a un comerciante poseedor de mercancías, que encontró una perla. Ese comerciante era sabio: vendió sus mercancías y compró aquella perla única. Buscad vosotros también el tesoro imperecedero allí donde no entran ni polillas para devorar(lo) ni gusano para destruir(lo)».
77. Dijo Jesús: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis».
78. Dijo Jesús: «¿A qué salisteis al campo? ¿Fuisteis a ver una caña sacudida por el viento? ¿Fuisteis a ver a un hombre vestido de ropas finas? [Mirad a vuestros] reyes y a vuestros magnates: ellos son los que llevan [ropas] finas, pero no podrán reconocer la verdad».
79. Le dijo una mujer de entre la turba: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». El [le] respondió: «Bienaventurados aquellos que han escuchado la palabra del Padre (y) la han guardado de verdad, pues días vendrán en que diréis: Dichoso el vientre que no concibió y los pechos que no amamantaron».
80. Dijo Jesús: «El que haya reconocido al mundo, ha encontrado el cuerpo. Pero de quien haya encontrado el cuerpo, de éste no es digno el mundo».
81. Dijo Jesús: «Quien haya llegado a ser rico, que se haga rey; y quien detente el poder, que renuncie».
82. Dijo Jesús: «Quien esté cerca de mí, está cerca del fuego; quien esté lejos de mí, está lejos del Reino».
83. Dijo Jesús: «Las imágenes se manifiestan al hombre, y la luz que hay en ellas permanece latente en la imagen de la luz del Padre. Él se manifestará, quedando eclipsada su imagen por su luz».
84. Dijo Jesús: «Cuando contempláis lo que se os parece, os alegráis; pero cuando veáis vuestras propias imágenes hechas antes que vosotros —imperecederas y a la vez invisibles—, ¿cuánto podréis aguantar?».
85. Dijo Jesús: «El que Adán llegara a existir se debió a una gran fuerza y a una gran riqueza; (sin embargo), no llegó a ser digno de vosotros, pues en el supuesto de que hubiera conseguido ser digno, [no hubiera gustado] la muerte».
86. Dijo Jesús: «[Las zorras tienen su guarida] y los pájaros [su] nido, pero el Hijo del hombre no tiene lugar donde reclinar su cabeza (y) descansar».
87. Dijo Jesús: «Miserable es el cuerpo que depende de un cuerpo, y miserable es el alma que depende de entrambos».
88. Dijo Jesús: «Los ángeles y los profetas vendrán a vuestro encuentro y os darán lo que os corresponde; vosotros dadles asimismo lo que está en vuestra mano, dádselo (y) decíos: ¿Cuándo vendrán ellos a recoger lo que les pertenece?».
89. Dijo Jesús: «¿Por qué laváis lo exterior del vaso? ¿Es que no comprendéis que aquel que hizo el interior no es otro que quien hizo el exterior?».
90. Dijo Jesús: «Venid a mí, pues mi yugo es adecuado y mi dominio suave, y encontraréis reposo para vosotros mismos».
91. Ellos le dijeron: «Dinos quién eres tú, para que creamos en ti». El les dijo: «Vosotros observáis el aspecto del cielo y de la tierra, y no habéis sido capaces de reconocer a aquel que está ante vosotros ni de intuir el momento presente».
92. Dijo Jesús: «Buscad y encontraréis: mas aquello por lo que me preguntabais antaño —sin que yo entonces os diera respuesta alguna— quisiera manifestároslo ahora, y vosotros no me hacéis preguntas en este sentido».
93. [Dijo Jesús]: «No echéis las cosas santas a los perros, no sea que vengan a parar en el muladar; no arrojéis las perlas a los puercos, para que ellos no las [....]».
94. [Dijo] Jesús: «El que busca encontrará, [y al que llama] se le abrirá».
95. [Dijo Jesús]: «Si tenéis algún dinero, no lo prestéis con interés, sino dádselo a aquel que no va a devolvéroslo».
96. [Dijo] Jesús: «El reino del Padre se parece a [una] mujer que tomó un poco de levadura, la [introdujo] en la masa (y) la convirtió en grandes hogazas de pan. Quien tenga oídos, que oiga».
97. Dijo Jesús: «El reino del [Padre] se parece a una mujer que transporta(ba) un recipiente lleno de harina. Mientras iba [por un] largo camino, se rompió el asa (y) la harina se fue desparramando a sus espaldas por el camino. Ella no se dio cuenta (ni) se percató del accidente. Al llegar a casa puso el recipiente en el suelo (y) lo encontró vacío».
98. Dijo Jesús: «El reino del Padre se parece a un hombre que tiene la intención de matar a un gigante: desenvainó (primero) la espada en su casa (y) la hundió en la pared para comprobar la fuerza de su mano. Entonces dio muerte al gigante».
99. Los discípulos le dijeron: «Tus hermanos y tu madre están afuera». El les dijo: «Los aquí (presentes) que hacen la voluntad de mi Padre, éstos son mis hermanos y mi madre; ellos son los que entrarán en el reino de mi Padre».
100. Le mostraron a Jesús una moneda de oro, diciéndole: «Los agentes de César nos piden los impuestos». El les dijo: «Dad a César lo que es de César, dad a Dios lo que es de Dios y dadme a mí lo que me pertenece».
101. (Dijo Jesús): «El que no aborreció a su padre y a su madre como yo, no podrá ser [discípulo] mío; y quien [no] amó [a su padre] y a su madre como yo, no podrá ser [discípulo] mío; pues mi madre, la que [...], pero [mi madre] de verdad me ha dado la vida».
102. Dijo Jesús: «¡Ay de ellos, los fariseos, pues se parecen a un perro echado en un pesebre de bueyes!: ni come, ni deja comer a los bueyes».
103. Dijo Jesús: «Dichoso el hombre que sabe [por qué] flanco van a entrar los ladrones, de manera que (le dé tiempo a) levantarse, recoger sus [...] y ceñirse los lomos antes de que entren».
104. [Le] dijeron: «Ven, vamos hoy a hacer oración y a ayunar». Respondió Jesús: «¿Qué clase de pecado he cometido yo, o en qué he sido derrotado? Cuando el novio haya abandonado la cámara nupcial, ¡que ayunen y oren entonces!».
105. Dijo Jesús: «Quien conociere al padre y a la madre, será llamado hijo de prostituta».
106. Dijo Jesús: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una sola, seréis hijos del hombre; y si decís: ¡Montaña, trasládate de aquí!, se trasladará».
107. Dijo Jesús: «El Reino se parece a un pastor que poseía cien ovejas. Una de ellas —la más grande— se extravió. Entonces dejó abandonadas (las) noventa y nueve (y) se dio a la búsqueda de ésta hasta que la encontró. Luego —tras la fatiga— dijo a la oveja: Te quiero más que a (las) noventa y nueve».
108. Dijo Jesús: «Quien bebe de mi boca, vendrá a ser como yo; y yo mismo me convertiré en él, y lo que está oculto le será revelado».
109. Dijo Jesús: «El Reino se parece a un hombre que tiene [escondido] un tesoro en su campo sin saberlo. Al morir dejó el terreno en herencia a su [hijo, que tampoco] sabía nada de ello: éste tomó el campo y lo vendió. Vino, pues, el comprador y —al arar— [dio] con el tesoro; y empezó a prestar dinero con interés a quienes le plugo».
110. Dijo Jesús: «Quien haya encontrado el mundo y se haya hecho rico, ¡que renuncie al mundo!».
111. Dijo Jesús: «Arrollados serán los cielos y la tierra en vuestra presencia, mientras que quien vive del Viviente no conocerá muerte ni (...); pues Jesús dice: Quien se encuentra a sí mismo, de él no es digno el mundo».
112. Dijo Jesús: «¡Ay de la carne que depende del alma! ¡Ay del alma que depende de la carne!».
113. Le dijeron sus discípulos: «¿Cuándo va a llegar el Reino?» (Dijo Jesús): «No vendrá con expectación. No dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven».
114. Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo».


11-11-11: El Reino ya está aquí - Pongan Atención

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LA VENIDA DEL REINO
1. Parábola del sembrador
(Mar. 4:1–19; Mat. 13:1–19; Luc. 8:4–8)
A. El contexto sinóptico
Esta parábola tan familiar de Jesús es una de las pocas que se hallan en los tres Evangelios sinópticos. Es claro que la forma vista en Marcos es la más antigua. El relato marcano se distingue por sus arameísmos; estos, a su vez, arguyen poderosamente a favor de su primitividad. El texto en Mateo sigue muy de cerca al de Marcos, lo cual indica un deseo por usar fielmente la fuente más primitiva con respeto y precisión (Jones, p. 68). Parece que Marcos reprodujo con fidelidad la parábola tal y como Jesús la dio. Parece que hay un solo agregado redaccional por Marcos en el versículo 5: “donde apenas había tierra” (Vincent Taylor, El Evangelio según San Marcos, p. 284). Aunque Marcos nos da la parábola en su pristinidad, Mateo es el que bautiza la parábola con el nombre “el sembrador”. Además, debe notarse que la figura del sembrador no era desconocida para el pueblo de Israel. El libro apócrifo de 2 Esdras 9:30–33 contiene alusiones a problemas de los israelitas por no haber protegido “la buena semilla que les había sido sembrada” (Kistemaker, p. 24). No es sostenible, no obstante, que Jesús haya empleado directamente este vocabulario apócrifo para forjar su parábola. Es mucho más probable que Jesús usara una figura muy común en la vida agrícola cotidiana de su día.
B. El contexto en el ministerio de Jesús
Para algunos, es fácil dar con la situación que produjo la enseñanza de Jesús de esta parábola. Jesús mismo había estado predicando y enseñando acerca de la venida del reino de Dios. A cada paso esta predicación había chocado con intereses creados y había experimentado fracasos (Mar. 6:5 ss.), oposición radical (Mar. 3:6), y abandono de parte de algunos seguidores (Juan 6:60). La desilusión y la frustración bien podrían haber embargado el ser de Jesús por estas experiencias. Justo la parábola del sembrador es contada por Jesús para desmentir tal sentido de derrota. Parece ser que la idea central de la parábola es que pese a los fracasos en la siembra, aguarda una gran cosecha. Jeremias, siguiendo a su gran maestro G. Dalman, lo expresa así:
Con la cosecha se compara como tantas veces la irrupción del reino de Dios … Aunque mucho del trabajo parece ser en vano y sin éxito para los ojos humanos, aunque en apariencia suceden fracasos tras fracasos, Jesús está lleno de alegría y de confianza: La hora de Dios viene y con ella la bendición de una cosecha que sobrepasa todas las esperanzas. A pesar de todos los fracasos y resistencias, Dios hace aparecer de unos comienzos sin esperanza el final magnífico que había prometido (Las parábolas de Jesús, pp. 184, 185).
Es del todo lógico, pensando juntamente con Dodd (p. 173), que el sembrador aludido en la parábola no es otro sino Jesús mismo. El Maestro estaría, con esta parábola, describiendo sus propias vicisitudes en su ministerio. Pero, al igual que el sembrador oriental durante el día de Jesús no se daba por vencido debido a las inevitables pérdidas en el proceso de sembrar a voleo, Jesús reconocía que los aparentes fracasos serían trocados en victoria por el poder de Dios. Lo aparentemente perdido resultaría en el más inimaginable éxito: el reino de Dios. Es preciso recordar que la idea esencial de la parábola dentro del contexto de Jesús es patentemente la realización exitosa del reino de Dios, pese a todas sus oposiciones.
¿Es la interpretación ofrecida por Jeremias y Dodd la única viable? Si por “viable” entendemos “posible”, obviamente la respuesta es “no”. De hecho, muchas interpretaciones se han dado; muchas de ellas son por eruditos de mucho peso. Algunas de estas interpretaciones de la parábola del sembrador son: (1) para animar a los discípulos en su tarea misionera, (2) para plantear la responsabilidad que tienen los oyentes de la palabra (la semilla) de obedecerla, (3) para demostrar la necesidad del arrepentimiento de todo Israel para que el reino venga. Vincent Taylor concuerda con Dodd y Jeremias en una interpretación apocalíptica de la parábola: aunque no todo el mundo recibe el mensaje de Jesús en torno al reino, esto no frustra los propósitos de Dios respecto a su reino. Al fin y al cabo, el soberano Dios logrará sus propósitos para el mundo (Vincent Taylor, El Evangelio según san Marcos, p. 284).
¿Qué de la explicación de la parábola del sembrador registrada en Mateo 13:18–23, Marcos 4:13–20, Lucas 8:11–15? Hay distintas maneras de ver la naturaleza de esta explicación. Para algunos, esta explicación o interpretación alegórica de la parábola se remonta a la iglesia primitiva y no a Jesús mismo. Las razones por las que se llega a esta conclusión son mayormente razones lingüísticas halladas dentro del mismo texto: (1) el término “la palabra”, usada sin un complemento en el griego koiné es una expresión de la iglesia primitiva y no de Jesús; (2) en Marcos 4:13–20 abundan vocablos que no figuran en los demás sinópticos, pero sí están en otros escritos neotestamentarios, especialmente los de Pablo; (3) la explicación tiene un estilo nada hebraico sino griego; hay que recordar que Jesús daba sus parábolas en arameo y no en el griego koiné; (4) la aplicación de la siembra a la predicación no concuerda con Mateo 9:37, 38; Lucas 10:2; Juan 4:35–38 en donde Jesús relaciona la predicación con la cosecha; (5) la interpretación, por su tendencia alegorizante, tiende a perder de vista la enseñanza principal de la parábola. Es decir, pese a los fracasos, se obtiene una cosecha abundante (Jeremias, Las parábolas de Jesús, pp. 95–97; Vincent Taylor, El Evangelio según san Marcos, p. 184). Estos eruditos no dejan de reconocer que la iglesia primitiva tenía sus razones exhortativas para tal acción.
Hay otra manera de ver la interpretación aludida: es parte y parcela de la parábola original y se remonta a Jesús mismo. Esta es la interpretación tradicional. Uno de los elementos que favorecen esta postura es que la parábola, según Marcos (y seguido éste por Mateo y Lucas), está dirigida a un grupo selecto de sus seguidores. Muchas de las parábolas del reino se hallan dentro de un contexto conflictivo, o sea, se narran para los contrincantes de Jesús. Según la explicación, este no es el caso. Es evidente que la explicación asume un cariz alegórico en que para cada detalle de la parábola hay un significado correspondiente. La semilla es la palabra (el evangelio), la recepción de la palabra varía según las condiciones en que la palabra sea sembrada por el sembrador. Es claro que esta interpretación de la explicación cuadra con la realidad de la naturaleza de la obra del evangelismo en toda época y todo lugar.
En realidad, remóntese la interpretación a Jesús mismo o al período posterior del período apostólico, se debe ver en esta explicación la obra del Espíritu Santo en la inspiración de la tradición cristiana. Si bien la supuesta interpretación de la iglesia, por trasladar la parábola a su propio contexto, cambiara esencialmente el sentido de la parábola, esto no significaría que la interpretación debe ser desechada como si fuera un elemento totalmente demás. Más bien, si estuviera en lo correcto la postura no tradicional, habría que agradecerle a Marcos el habernos transmitido una explicación eclesial que antedata al mismo Evangelio de Marcos.
Para algunos, la interpretación de la parábola registrada en forma variada en los tres sinópticos es especialmente indicativa de las condiciones y necesidades de la iglesia primitiva. La iglesia del primer siglo no quedaba exenta de los embates satánicos. Especialmente Lucas, en su versión de la interpretación, refleja su afán porque la iglesia permanezca fiel e inmóvil ante lo demoníaco y las deserciones. Jones (pp. 72, 73) indica tres motivos esenciales que explican las apostasías; las toma de los varios sinópticos de la siguiente manera: en primer lugar está la carencia de entendimiento (Mat. 13:19). La interpretación de la parábola del sembrador indica que la palabra ciertamente se había escuchado (Mat. 13:19; Mar. 4:15; Luc. 8:12), pero no se le había atendido. Lucas (8:12) aclara bien que aunque la palabra se había escuchado, los oyentes no habían creído aún, y por ende, no eran salvos. El Evangelio de Mateo deja la impresión (13:19a) que era preciso el entendimiento antes de poderse convertir al evangelio. Puesto que el Evangelio de Mateo era probablemente un manual de instrucción para catecúmenos, se entiende más su énfasis sobre el entendimiento. Segundo, no tan sólo la falta de entendimiento resultaba en las deserciones: la persecución y las tribulaciones no dejaban de cobrar sus víctimas. Se reconoce que la persecución venía precisamente por causa de la palabra (Mat. 13:21; Mar. 4:14); la persecución está sugerida por los pedregales. Aunque se había escuchado la palabra, la nueva planta carecía de raíces, y al llegar momentos difíciles, no podían hacer otra cosa sino apostatar (Mat. 13:21; Mar. 4:17; Luc. 8:13). Lucas especialmente sugiere que creían por un tiempo, pero su creencia no resistía la tentación. El evangelista Lucas es el que más recalca la imperiosa necesidad de la perseverancia durante momentos difíciles. Queda una tercera causa de las deserciones según los sinópticos: la mundanalidad. Marcos 4:19 específicamente menciona el hecho de que “las preocupaciones de este mundo” pueden ahogar la vida naciente puesta por la palabra.
He aquí dos maneras de ver la “explicación” de la parábola del sembrador: la tradicional y la no tradicional. ¿Cuál de las dos le satisface más a usted?
C. La parábola para el contexto latinoamericano
Si posiblemente los escritores del período apostólico creyeran prudente y necesaria una explicación de la parábola que versara sobre su propia situación y contexto, ¿no nos incumbe intentar lo mismo para nuestro día y nuestras latitudes? Eso sí, reconozcamos de nuevo que la contextualización de la parábola del sembrador para América Latina parte totalmente de su significado para Jesús y para la iglesia primitiva. En el caso de la parábola del sembrador, por lo tanto, principiamos con dos significados contextuales: (1) en el contexto del ministerio de Jesús vimos que la parábola deja la idea de que el reino de Dios se logrará pese a todas las oposiciones. Aunque tenga comienzos pequeños y pocos prometedores, habrá una cosecha grande y ésta será realizada por Dios, el rey del reino. Obviamente, dentro del contexto del ministerio terrenal de Jesús, la parábola tiene tintes escatológicos fortísimos. Por ser la parábola del sembrador de un tenor escatológico y apocalíptico en los labios de Jesús, sólo podemos ver un mensaje de aliento frente a todo lo que se oponga a su realización en la tierra. Una América Latina sumida en situaciones de injusticia, de desigualdades de trato, de “violencia y pecado institucionalizados”, puede vérselas muy negras cuando contempla todos los obstáculos que afronta. Los que creemos en la realidad y las posibilidades del reino de Dios sólo podemos señalar a la parábola del sembrador como un gran aliciente. Lo que hay que reconocer es que el pecado en el ámbito individual y colectivo, tanto dentro como fuera de Latinoamérica, es lo que produce las condiciones nada halagadoras en las sociedades latinoamericanas. Ante esta situación, hay dos extremos que se deben evitar a toda costa: (a) un optimismo humanístico (la teología sistemática lo llama “el semipelagianismo”) en el cual se cree que todo es posible para el hombre siempre y cuando éste se empeñe en hacerlo. Esta postura minimiza cuán hondamente está calado el pecado dentro de la naturaleza del hombre. El pecado (léase oposición a Dios, orgullo personal que desemboca en la divinización del mismo hombre) está basado ciertamente en el individuo, pero no cesa allí; pronto invade las mismas estructuras sociales con los mismos resultados funestos que aquejan al hombre individual que vive sólo para sus propios intereses. Un optimismo humanístico pregona que los males sociales pueden eliminarse por los esfuerzos humanos solamente; puesto que los males se originan en el hombre, él mismo puede sacarse del hoyo. Esto es justamente lo que la parábola del sembrador en labios de Jesús no enseña. Al contrario, Jesús, mediante su parábola, reconoce que hay barreras infranqueables para los hombres. (b) La segunda actitud que se debe evitar, si el reino de Dios en la América Latina va a ser algo más allá de un espejismo, es un pesimismo fatalista. Precisamente una de las características en ciertos sectores de la América Latina es esta actitud de derrotismo: “¿qué se va a hacer?”. Una expresión muy mejicana es “¡ni modo!”. Sería difícil determinar con precisión cuánto de esto puede trazarse hasta la madre patria y a los conceptos de los árabes dentro de su religión el Islam y la voluntad inexorable de Alá. El hecho es que América Latina ha vivido con situaciones pecaminosas de opresión, de falta de empleo, de hambre, de sociedades clasistas por tanto tiempo, que muchos se han rendido, y ni esperanzas tienen para un futuro distinto. Si bien la parábola del sembrador nos enseña que los hombres por sí mismos no pueden remediar la situación, ciertamente nos infunde aliento para que sepamos que no hay situación irremediable para Dios. Aunque el reino de Dios nunca se realizará en toda su gloria sobre la tierra (recordemos que la doctrina en labios de Jesús es fundamentalmente escatológico-apocalíptica), la parábola nos incita a que no “tiremos la toalla”, pues hay algo que el pueblo de Dios puede y debe hacer. ¿Qué cosa es? Reconozcamos, juntamente con Jesús, que hay situaciones de pecado en la América Latina que nos parecen irremediables. Pese a estas condiciones trágicamente reales, hay esperanza para la América Latina a medida que ella se someta a Cristo el Rey y permita que Dios empiece a lograr su voluntad de manera individual y colectiva. Esto se logrará de manera parcial únicamente a través de la predicación de palabra y de hecho del evangelio, cuando el pueblo de Dios llegue a ser “sal” y “luz”, poniendo su granito de arena en la vida pública y política de cada nación latinoamericana. En resumen, la parábola del sembrador nos alienta a saber que, pese a contracorrientes, el reino de Dios es una realidad implacable precisamente por ser de Dios; nos amonesta a que hagamos todo cuanto esté de nuestra parte porque los hombres y la sociedad se sometan a Dios en Cristo y así ver que la voluntad de Dios se haga en tierras latinoamericanas “así como en el cielo”.
Vimos que después del ministerio terrenal de Jesús había un posible segundo contexto bíblico: el de la iglesia primitiva. Se notó que la iglesia apostólica posiblemente convirtiera la parábola del sembrador (una parábola escatológico-apocalíptica en labios de Jesús) en una parábola autoritativa de Jesús para su propio día. No hace falta recalcar mucho el hecho de que los mismo males de incomprensión, persecución, tribulación y mundanalidad siguen aquejando a los creyentes latinoamericanos en el ámbito personal. Puede que estos problemas asuman otro cariz en la actualidad, pero esencialmente permanecen iguales y con los mismos resultados de debilitamiento y deserción. En un continente en donde la religión cristiana tiene una historia de más de cuatro siglos, siguen existiendo fuerzas malignas que vienen a “arrancar la semilla”, y ocasionan que algunos abandonen su profesión y su llamamiento. Marcos 4:19 pareciera estar aludiendo a la modernidad cuando dice: “pero las preocupaciones de este mundo, el engaño de las riquezas y la codicia de otras cosas se entrometen y ahogan la palabra, y queda sin fruto”. Por siglos que tenga una tradición cristiana en América Latina, por “surcado” que pareciera el campo por su tiempo de “cristianización” o “cristiandad”, los mismos males que Marcos veía en la iglesia primitiva aún hacen sus estragos. Aun entre gente supuestamente evangelizadas, el imán de las riquezas mal habidas suele socavar la palabra del reino; la palabra queda sin fruto en ella al permitirse que haya un desequilibrio tan marcado entre los adinerados y las clases totalmente marginadas. Es cierto que los sistemas económicos alientan esto, pero los sistemas económicos son sostenidos y alimentados por individuos. Lamentablemente, muchos de estos, que no tan sólo permiten sino fomentan las injusticias económicas, son personas que en otro tiempo habrían dado lealtad primordial a la palabra del reino. Pero, el mismo Señor advirtió contra el tener dos señores: o se sirve a Dios y así fomentar la justicia, o se sirve a Mamón (el dios de las riquezas) y se produce lo que contemplamos en América Latina. El llamado de hoy es el mismo que hacía la iglesia primitiva: sometámonos a la palabra del reino para que el Dios de toda justicia reine en nosotros y en nuestra sociedad.
Cuando se reconocen las enseñanzas que implicaba la parábola del sembrador para Jesús y la iglesia primitiva, no es tarea difícil lograr una aplicación viable para el creyente contemporáneo. En primer lugar, se recuerda que Jesús quería dejar con su parábola la idea del optimismo respecto al éxito final del reino de Dios, pese a los rechazos del evangelio de parte de los hombres. El propósito de Dios se lograría inexorablemente en torno al reino. Ya que esa verdad es patente, incumbe a los creyentes modernos no desanimarse ante las experiencias semejantes en su propia predicación del evangelio. El siglo nuestro, al igual que el primero, se caracteriza por fracasos tanto como éxitos en la obra cristiana. El que haya personas que rechazan nuestros intentos por esparcir el evangelio no debe frustrarnos a tal grado que nos damos por vencidos. Seguramente, Jesús deja la misma palabra de aliciente para sus seguidores de hoy: “persistan en sus esfuerzos misioneros; al fin y al cabo, el éxito está en las manos de Dios; él dará la victoria final”.
Hay que tener presente de nuevo que cualquier aplicación individual que haya con base en la parábola tiene que partir del significado que tuviera dicha parábola dentro del contexto de la iglesia primitiva tanto como en el de Jesús mismo hasta dónde se pueda determinar. La parábola del sembrador representa un perfecto ejemplo de cómo la iglesia primitiva tomaba una parábola de Jesús para aplicarla a su propio medio. Al ver esos dos contextos ya, se notó que la posible aplicación hecha por la iglesia primitiva era diferente a la del contexto original de Jesús. Los Evangelios se escribieron varias décadas después de la muerte de Jesús, y las situaciones habían cambiado. La iglesia primitiva ya había comenzado a experimentar el rechazo de su mensaje evangélico. Es obvio que las distintas explicaciones por ese rechazo las encontraron en la parábola del sembrador. Hoy día los creyentes pueden, al igual que la iglesia primitiva, reconocer que el que la gente rehuya una aceptación del evangelio puede achacárselo a varios factores: por una carencia de entendimiento (Mat. 13:19), porque la palabra se escucha, pero no se atiende (Luc. 8:12), la persecución viene por fidelidad en la predicación de la palabra (Mat. 13:21; Mar. 4:14). El evangelista Lucas es el que insiste en la perseverancia ante las dificultades en la tarea, y Marcos es el que da aun otro motivo por el rechazo del mensaje: la mundanalidad (Mar. 4:19). Estos mismos factores siguen vigentes hasta el día de hoy, y hace falta que seamos fortalecidos por la insistencia de Lucas respecto a la perseverancia en la tarea misionera. Recordemos que el éxito final está en las manos de Dios.



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REVELACIÓN
LA ESCRITURA ES LA PALABRA DE DIOS
Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada sobre las tablas.
Éxodo 32:16
El cristianismo es el verdadero culto y servicio al verdadero Dios, Creador y Redentor de la umanidad. Es una religión que se apoya en la revelación: nadie sabría la verdad acerca de Dios, ni se podría relacionar con Él de una manera personal, si Él no hubiera actuado primero para darse a conocer. Pero Dios ha actuado así, y los sesenta y seis libros de la Biblia, treinta y nueve escritos antes de venir Cristo, y veintisiete después de que hubo venido, constituyen juntos el registro escrito, interpretación, expresión y prototipo de su autorrevelación. Dios y la santidad son los temas que unen toda la Biblia.
Desde un punto de vista, las Escrituras (Escrituras significa “escritos”) son el fiel testimonio de los santos a favor del Dios al que ellos amaron y sirvieron; desde otro punto de vista, y por un ejercicio exclusivo mediante el cual Dios dominó su composición, son el testimonió y las enseñanzas del propio Dios, con forma humana. La Iglesia les llama “Palabra de Dios” a estos escritos, porque tanto su autor como su contenido son divinos.
La seguridad decisiva de que las Escrituras proceden de Dios y están compuestas en su totalidad por su sabiduría y verdad, procede de Jesucristo, y de sus apóstoles, que enseñaron en su nombre. Jesús, Dios encarnado, consideraba su Biblia (nuestro Antiguo Testamento) como las instrucciones escritas de su Padre celestial, que Él tenía que obedecer tanto como los demás (Mateo 4:4, 7, 10; 5:19–20; 19:4–6; 26:31, 52–54; Lucas 4:16–21; 16:17; 18:31–33; 22:37; 24:25–27, 45–47; Juan 10:35), y que había venido a cumplir (Mateo 5:17–18; 26:24; Juan 5:46). Pablo describe el Antiguo Testamento como totalmente “inspirado por Dios”; esto es, producto del Espíritu (“aliento”) de Dios, de la misma manera que el cosmos (Salmo 33:6; Génesis 1:2) y escrito para enseñar a la cristiandad (2 Timoteo 3:15–17; Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11). Pedro sostiene el origen divino de las enseñanzas bíblicas en 2 Pedro 1:21 y 1 Pedro 1:10–12, y esto mismo hace con la forma en que cita los textos el autor de la epístola a los Hebreos (Hebreos 1:5–13; 3:7; 4:3; 10:5–7. 15–17; cf. Hechos 4:25; 28:25–27).
Puesto que las enseñanzas de los apóstoles sobre Cristo son en sí mismas verdad revelada en palabras enseñadas por Dios (1 Corintios 2:12–13), con todo derecho, la iglesia considera los escritos apostólicos auténticos como aquellos que completan las Escrituras. Pablo ya se refería a las cartas de Pablo como parte de las Escrituras (2 Pedro 3:15–16), y es evidente que Pablo está llamando Escrituras al evangelio de Lucas en 1 Timoteo 5:18, donde cita las palabras de Lucas 10:7.
La idea de unas líneas directrices escritas procedentes de Dios mismo, como base para una vida santa, se remonta al acto divino de escribir el Decálogo en tablas de piedra, e indicarle después a Moisés que escribiera sus leyes y la historia de su trato con su pueblo (Éxodo 32:15–16; 34:1, 27–28; Números 33:2; Deuteronomio 31:9). Interiorizar este material, y vivir de acuerdo con él, fue siempre central en la consagración genuina de Israel, tanto para los líderes como para la gente común y corriente (Josué 1:7–8; 2 Reyes 17:13; 22:8–13; 1 Crónicas 22:12–13; Nehemías 8; Salmo 119). El principio de que todo debe ser gobernado por las Escrituras; esto es, por el Antiguo Testamento y el Nuevo tomados en conjunto, es igualmente básica para el cristianismo.
Lo que dicen las Escrituras, es Dios quien lo dice, porque, de una manera sólo comparable al misterio de la Encarnación, más profundo aún, la Biblia es al mismo tiempo humana por completo, y divina por completo. Por consiguiente, debemos recibir todo su variado contenido—historias, profecías, poemas, cánticos, escritos sapienciales, sermones, estadísticas, cartas y cualquier otra cosa—como procedente de Dios, y debemos reverenciar todo cuanto enseñan los escritores de la Biblia como instrucción de origen divino y poseedora de toda autoridad. Los cristianos nos debemos sentir agradecidos a Dios por el don de su Palabra escrita, y aplicarnos con ahínco a fundamentar nuestra fe y nuestra vida total y exclusivamente en ella. De no hacerlo así, nunca lo podremos honrar ni agradar como Él nos llama a hacerlo.
LOS CRISTIANOS PODEMOS
COMPRENDER LA PALABRA DE DIOS
Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón.
Salmo 119:34
Todos los cristianos tienen el deber y el derecho, no sólo de aprender de la herencia de fe de la Iglesia, sino también de interpretar las Escrituras por sí mismos. La Iglesia de Roma tiene dudas sobre esto, y alega que a la persona sola le es fácil hacer una interpretación errónea de las Escrituras. Esto es cierto, pero las siguientes reglas, si se observan con fidelidad, ayudarán a impedir que esto suceda.
Todos los libros de las Escrituras son de composición humana, y a pesar de que siempre se los debe venerar como Palabra de Dios, su interpretación debe comenzar por su carácter humano. Por consiguiente, la alegorización, que no tiene en cuenta el significado expresado por el escritor humano, no es adecuada nunca.
Ninguno de sus libros está escrito de manera codificada, sino de una forma que podían entender los lectores a los cuales iba dirigido. Esto es cierto, incluso con respecto a los libros que usan primariamente del simbolismo: Daniel, Zacarías y Apocalipsis. El argumento principal siempre está claro, aunque los detalles aparezcan nublados. Por eso, cuando comprendemos las palabras utilizadas, el fondo histórico y las convenciones culturales del escritor y de sus lectores, vamos por buen camino para captar los pensamientos que se están presentando. No obstante, la comprensión espiritual—esto es, el discernimiento de la realidad de Dios, sus formas de tratar a la humanidad, su voluntad presente y nuestra propia relación con Él ahora y para el futuro—nunca nos alcanzará a partir del texto, hasta que sea quitado el velo de nuestro corazón y podamos compartir la pasión del propio autor por conocer, agradar y honrar a Dios (2 Corintios 3:16; 1 Corintios 2:14). Aquí hace falta orar para que el Espíritu de Dios engendre esta pasión en nosotros y nos muestre a Dios en el texto. (Véanse Salmo 119:18–19, 26–27. 33–34, 73, 125, 144, 169; Efesios 1:17–19; 3:16–19).
Cada uno de los libros tiene su lugar dentro del progreso de la revelación de su gracia por parte de Dios, que comenzó en el Edén y alcanzó su punto cimero en Jesucristo, Pentecostés y el Nuevo Testamento apostólico. Debemos tener presente ese lugar cuando estudiemos el texto. Por ejemplo, los Salmos, que sirven de modelo para el corazón de los santos de todas las épocas, expresan sus oraciones y alabanzas en función de las realidades típicas (reyes y reinos terrenales, salud, riquezas, guerra, larga vida) que circunscribían la vida de la gracia en la era precristiana.
Todos y cada uno de los libros proceden de la misma mente divina, de manera que las enseñanzas de los sesenta y seis libros que componen la Biblia serán complementarias entre sí, y tendrán coherencia interna total. Si no somos capaces de ver esto, el fallo está en nosotros, y no en las Escrituras. Es cierto que las Escrituras no se contradicen entre sí en ningún lugar; al contrario, los pasajes se explican unos a otros. Este sólido principio de interpretar las Escrituras por medio de otras Escrituras recibe algunas veces el nombre de “analogía de las Escrituras”, o “analogía de la fe”.
Cada uno de los libros presenta verdades inmutables con respecto a Dios, a la humanidad, a la santidad y la impiedad, aplicadas a situaciones concretas en las cuales se hallaron ciertas personas y grupos humanos, y ejemplificadas por ellas. La etapa final en la interpretación bíblica consiste en reaplicar estas verdades a nuestra propia situación vital; ésta es la forma de discernir lo que Dios nos está diciendo desde as Escrituras a nosotros en este momento. Tenemos ejemplos de aplicaciones así en el momento en que Josías se da cuenta de la ira de Dios porque Judá no ha sabido observar su ley (2 Reyes 22:8–13), o cuando Jesús razona a partir de Génesis 2:24 (Mateo 19:4–6), o Pablo usa Génesis 15:6 y el Salmo 32:1–2 para mostrar la realidad de la justicia presente por la fe (Romanos 4:1–8).
No se debe tratar de hallar en las Escrituras, ni imponerles tampoco, significado alguno que no se pueda sacar con toda certeza de las mismas Escrituras; esto es, que no sea expresado de manera inequívoca por uno o más de sus escritores humanos.
La minuciosa y piadosa observancia de estas reglas es distintivo de todo aquel cristiano que “usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).


11-11-11: La Realidad de que Dios Tiene todo controlado

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Eclesiastés II
Imagínese una asamblea de judíos mientras escuchan al rey Salomón hablar respecto a un importante problema. Salomón es el «predicador» o «el que debate» en esta asamblea (1.1–2, 12; 7.27; 12.8–10) y el tema que considera es este: «¿Vale la pena vivir esta vida?» ¿Puede pensar en un tema más práctico? ¿Y puede pensar de una persona mejor para tratarlo? Porque Salomón fue el más sabio de todos los reyes, hombre cuya sabiduría y riqueza le permitieron experimentar una vida plena. En esta breve sección sólo podemos tocar los puntos principales de este interesante libro.
I. Se declara el problema (1–2)
«¿Vale la pena vivir esta vida?» Esta es la cuestión que Salomón debate. En 1.1–3 indica su primera conclusión: la vida no vale la pena vivirse porque está llena de vanidad (vacío). Luego indica sus razones:
A. El hombre sólo es un diente en un enorme engranaje (1.4–11).
¿Qué es el hombre comparado con el vasto mundo? Todo en la naturaleza continúa, siglo tras siglo, pero el hombre está aquí por un breve tiempo, luego muere. Todo parece muy desprovisto de significado. Es vanidad. (Salomón usa la palabra «vanidad» treinta y siete veces en este libro.) Puesto que la vida es tan corta y el hombre tan insignificante, ¿por qué molestarle con vivir siquiera?
B. El hombre no puede comprenderlo todo (1.12–18).
Salomón fue el más sabio de los hombres, sin embargo, cuando trató de comprender el significado de la vida, se quedó confuso. Cuántos filósofos sabios han tratado de explicar la vida, sólo para admitir completa ignorancia. ¿Es razonable vivir cuando no se puede entender de qué se trata al fin y al cabo la vida?
C. Los placeres del hombre no satisfacen (2.1–11).
Salomón tenía abundancia de dinero, placer, cultura y fama; sin embargo, admitió que estas cosas no satisfacían. Tampoco duraban. Véase lo que Jesús dijo al respecto en Lucas 12.13–21.
D. La muerte lo acaba todo (2.12–23).
«Un mismo suceso» (la muerte) le ocurre tanto al necio como al sabio, al rico y al pobre. Una persona trabaja toda su vida, luego muere y deja la riqueza para que otro la disfrute. ¿Es esto justo?
Estos cuatro argumentos parecen conducir a una gran conclusión: para el ser humano no vale la pena vivir. Pero Salomón no llega a esa conclusión. En 2.24–26 nos dice que debemos aceptar las bendiciones de Dios hoy, disfrutarlas y beneficiarnos de ellas. Esto concuerda con el consejo de Pablo en 1 Timoteo 6.17. Pero incluso este «vivir para hoy» no satisface por completo, porque los seres humanos quieren ir más allá de hoy. Así que Salomón retrocede en los siguientes ocho capítulos («vuelve y considera»; véanse 4.1, 7; 9.11) y estudia sus argumentos de una manera más profunda.
II. Se discute el problema (3–10)
A. Dios tiene un propósito en nuestras vidas (cap. 3).
Dios equilibra la vida: nacimiento-muerte, tristeza-alegría, encuentro-partida. ¿Por qué lo hace? Por dos razones: (1) para que no pensemos que podemos explicar fácilmente las obras de Dios (v. 11), y (2) para que aprendamos a aceptar y disfrutar lo que tenemos (vv. 12–13). Dios ha puesto «eternidad» en nuestros corazones (v. 11, donde algunas versiones traducen «mundo» en lugar de «eternidad»). Esto quiere decir que las cosas del mundo jamás pueden realmente satisfacernos. Por consiguiente, debemos hallar la voluntad de Dios para nuestras vidas y permitirle que Él «mezcle los ingredientes» de acuerdo a su propósito.
B. Dios da riquezas de acuerdo a su voluntad (caps. 4–6).
Estos capítulos tratan del significado de las riquezas. ¿Por qué una persona es rica y otra pobre? ¿Por qué hay injusticia y desigualdad en el mundo? Porque Dios tiene un plan para nosotros, no debemos confiar en las riquezas inciertas sino en el Señor. No viva para las riquezas, sino úselas de acuerdo a la voluntad de Dios.
C. La sabiduría de Dios puede guiarnos por la vida (caps. 7–10).
La palabra sabiduría (o sabio) se usa más de treinta veces en los capítulos 7–12. Es cierto que la sabiduría del hombre no puede sondear el plan de Dios, pero Él puede darnos sabiduría para conocer y hacer su voluntad. Simplemente porque no logremos comprenderlo todo no significa que debemos darnos por vencido en desesperación. Confíe en Dios y haga lo que le dice que haga.
¿Notó que en cada una de estas tres secciones Salomón enfatiza el disfrute de las bendiciones de Dios y la realidad de la muerte? Leáse 3.12–21; 5.18–6.7 y 8.15–9.4. Puesto que cada persona va a morir, no debemos molestarnos en trabajar ni ahorrar dinero ni servir a Dios: ¿es esto correcto? Salomón dice: ¡No! Y en los capítulos 11–12 explica lo que significa.
III. Se decide el problema (11–12)
Salomón ya ha decidido que el hombre no es «un diente en el engranaje» y que no hay nada de malo en disfrutar de las riquezas y placeres para la gloria de Dios, y que nuestra incapacidad para comprender todo lo que Dios hace no es obstáculo para una vida feliz. En los capítulos 11–12 Salomón resume todo el asunto con tres admoniciones prácticas.
A. Vive por fe (11.1–6).
Las circunstancias nunca van a ser ideales en esta vida, pero debemos seguir adelante y obedecer a Dios y confiarle a Él los resultados. Si espera el viento o el día correcto, quizás pierda la oportunidad. Tal vez parezca necio, como alguien que arroja pan en aguas corrientes, pero Dios velará para que eso vuelva a usted.
B. Recuerda que la vida acabará (11.7–12.7).
¿Es esta una sugerencia morbosa? No. Es realismo cristiano. Un día morirá, de modo que aproveche al máximo la vida que tiene ahora. Esta no es una actitud mundana: «Comamos, bebamos, y alegrémonos, que mañana moriremos». Más bien es la actitud de Pablo en Filipenses 1.20–21: vivir es Cristo y morir ganancia. Nótense aquí las tres palabras clave dirigidas especialmente a los jóvenes: alégrate (11.9), quita (11.10) y acuérdate (12.1). Alegrarse de las bendiciones de Dios mientras se es joven; quitar de la vida los pecados que causan tristeza; y acordarse de servir a Dios y temerle en los días de la juventud. En 12.1–7 tenemos una descripción poética de la ancianidad y la muerte. Analice si puede descubrir cuáles de estos términos poéticos se refieren al cuerpo humano.
C. Teme a Dios y obedécele (12.8–14).
Viva como quien un día enfrentará el juicio. ¿Se quemarán sus obras cuando el fuego de Dios las pruebe? (1 Co 3.9–17). Si así lo desea, interprete las conclusiones de Salomón a la luz de 1 Corintios 15, el gran capítulo de la resurrección en la Biblia. Si la muerte lo acaba todo, la vida no vale la pena vivirse, y todo verdaderamente es «vanidad» y vacuidad. Pero 1 Corintios 15 aclara que la muerte no es el acabóse. En razón de que Cristo resucitó de los muertos, nosotros también resucitaremos. Y la gloria y la recompensa que gozaremos en la eternidad dependerá de las vidas que hayamos vivido aquí en la tierra. Por consiguiente, nuestra labor «en el Señor no es en vano» (1 Co 15.58).
Desde el punto de vista humano «debajo del sol» parece como si la vida es fútil y vacía; todo es vanidad. Pero cuando se vive en el poder de Dios y para su gloria, la vida se vuelve significativa. Una persona puede vivir y laborar cincuenta años y luego morir. ¿Significa esto que desperdició su vida? Por supuesto que no. Su trabajo en el Señor no es en vano. Cuanto Cristo vuelva, recibirá las recompensas de sus trabajos. «El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2.17). El inconverso lo pierde todo al morir; lo mismo el cristiano carnal y mundano que «será salvo, mas así como por fuego» (1 Co 3.15). Pero el cristiano fiel que hoy se regocija en las bendiciones de Dios y usa su vida para glorificar a Cristo, recibirá abundantes recompensas en la vida venidera.
A la luz del NT, Eclesiastés no es un libro «pesimista» que niega las alegrías de la vida. Más bien demuestra que aunque hay muchos misterios en la vida que no sabemos explicar, podemos vivir de tal manera que disfrutemos las bendiciones de Dios y glorifiquemos su nombre.
Wiersbe, W. W. (2000, c1995). Bosquejos expositivos de la Biblia : Antiguo y Nuevo Testamento (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.