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domingo, 29 de septiembre de 2013

¿Cómo Estudiar la Biblia con provecho? II: Estudia y aprovecha tu estudio

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información


La claridad de la Escritura

En el siglo XVI, los reformadores declararon su entera confianza en lo que denominaron la “perspicuidad” de la Escritura. A lo que se referían con ese término técnico era a la claridad de las Escrituras. Afirmaban que la Biblia era clara y lúcida. Es lo suficientemente sencilla para que cualquier persona letrada pueda entender su mensaje básico. Esto no significa que todas las partes de la Biblia sean igualmente claras o que no haya en ella pasajes o secciones difíciles. Los laicos sin preparación en cuanto a lenguas antiguas y los aspectos críticos de la exégesis pueden tener dificultad con algunas partes de la Escritura, pero el contenido esencial es lo suficientemente claro para ser entendido con facilidad. Lutero, por ejemplo, estaba convencido de que lo que era oscuro y difícil en una parte de la Escritura, se afirmaba con mayor claridad y sencillez en otras partes de la Escritura.
Algunas partes de la Biblia son tan claras y sencillas que resultan ofensivas a aquellos que sufren de arrogancia intelectual. Hace algunos años daba yo una conferencia en cuanto a cómo la muerte de Cristo en la cruz cumplía un motivo maligno del Antiguo Testamento. A mitad de mi conferencia un hombre de entre el público me interrumpió diciendo en alta voz: “Eso es primitivo y obsceno”. Le pedí que repitiera su observación para que todos los presentes tuvieran la oportunidad de oír su queja. Cuando lo hubo repetido, le dije: “Tiene usted toda la razón. A mí en particular me gusta su selección de palabras, primitivo y obsceno”.

La historia entera de la redención se comunica en términos primitivos desde el episodio del encuentro de Adán y Eva con la serpiente hasta la destrucción devastadora que Dios inflige a las carrozas de Egipto en el Éxodo y hasta el craso y brutal asesinato de Jesús de Nazaret. La Biblia revela a un Dios que oye los gemidos de toda su gente, desde el campesino hasta el filósofo, desde el lerdo al docto más refinado. Su mensaje es lo suficientemente sencillo como para que la más simple de sus criaturas caídas lo entienda. ¿Qué clase de Dios revelaría su amor y redención en términos tan técnicos y conceptos tan profundos que sólo la flor y nata de un grupo de eruditos profesionales pudiera entenderlos? Dios sí habla en términos primitivos porque se está dirigiendo a primitivos. Al mismo tiempo, hay bastante profundidad en la Escritura como para tener a los sabios más astutos y eruditos solícitamente ocupados en sus averiguaciones por el resto de sus vidas.

Si la palabra primitivo es la apropiada para describir el contenido de la Escritura, obsceno lo es aun más. Todas las obscenidades del pecado están registradas con lenguaje claro y directo en la Escritura. ¿Y qué hay más obsceno que la cruz? He aquí la obscenidad a escala cósmica. Sobre la cruz carga Cristo sobre sí los pecados más terribles de los hombres para poder redimir a esa humanidad inmerecedora.

Si usted ha sido uno de esos que se ha apegado a los mitos del aburrimiento o la dificultad, probablemente se deba a que usted le ha atribuido a la totalidad de la Escritura lo que ha encontrado en algunas de sus partes. Puede ser que algunos de los pasajes hayan sido particularmente difíciles y obscuros. Otros pasajes le podrán haber dejado con fundido y desconcertado. Tal vez esos debieran dejárseles a los eruditos para que los desenmarañen. Si usted encuentra difíciles y complicadas algunas porciones de la Escritura, ¿debe deducir que la totalidad de la Escritura es aburrida e insípida?

El cristianismo bíblico no es una religión esotérica. Su contenido no se oculta tras símbolos vagos que requieran de algún tipo de “ingenio” especial para captarse. No se requiere ninguna especial proeza intelectual ni algún don espiritual para entender el mensaje básico de la Escritura. En las religiones orientales, tal vez, el ingenio se limita a algún “gurú” remoto que habita en una choza en las alturas de las montañas. Puede ser que ese “guru” haya quedado pasmado por los dioses con algún misterio profundo del universo. Usted viaja para indagar y él le dice en un susurro leve que el significado de la vida es el “dar palmas con una sola mano”. Eso es esotérico. Es tan esotérico que ni aun el “gurú” lo entiende. No lo puede entender porque es absurdo. Lo absurdo muchas veces suena profundo porque no somos capaces de entenderlo. Cuando oímos cosas que no entendemos, a veces pensamos que sencillamente son demasiado profundas para captarse cuando de hecho son meras afirmaciones ininteligibles como “dar palmas con una sola mano”. La Biblia no habla así. La Biblia habla de Dios con patrones de lenguaje significativos. Algunos de esos patrones podrán ser más difíciles que otros, pero no llevan la intención de ser frases disparatadas que sólo un “gurú” pueda entender.

El problema de la motivación

Es importante observar que el tema de este libro no es cómo leer la Biblia sino cómo estudiar la Biblia. Hay mucha diferencia entre leer y estudiar. Leer es algo que puede hacerse pausadamente, estrictamente como pasatiempo, en una forma casual y desenvuelta. Pero el estudio sugiere labor, trabajo serio y diligente.

Por tanto, he aquí el verdadero problema de nuestra negligencia. Fallamos en nuestro deber de estudiar la Palabra de Dios, no tanto porque sea simple y aburrida sino porque es trabajo. Nuestro problema no es de falta de inteligencia o de pasión; nuestro problema es que somos perezosos.
Karl Barth, el famoso teólogo suizo, escribió en una ocasión que todo el pecado encuentra sus raíces en tres problemas humanos básicos. En su lista de pecados rudimentarios incluyó los pecados del orgullo (hubris), la falta de honestidad, y la pereza. Ninguna de estas maldades básicas queda erradicada instantáneamente por medio de la regeneración espiritual. Como cristianos debemos luchar contra estos problemas por medio de un completo peregrinaje. Ninguno de nosotros es inmune. Si vamos a tratar con la disciplina del estudio de la Biblia, debemos reconocer desde el principio que vamos a necesitar de la gracia de Dios para perseverar.

El problema de la pereza ha estado con nosotros desde la maldición de la caída. Ahora nuestro trabajo está mezclado con sudor. Crecen con más facilidad las malas hierbas que el pasto. Es más fácil leer el periódico que estudiar la Biblia. La maldición del trabajo no desaparece mágicamente por el hecho de que nuestra tarea sea la de estudiar la Escritura.

Frecuentemente doy charlas a grupos sobre el tema del estudio de la Biblia. Suelo preguntar al grupo cuántos de ellos han sido cristianos por un año o más. Después les pregunto cuántos de ellos han leído la Biblia de cubierta a cubierta. En cada ocasión, la abrumadora mayoría contesta negativamente. Me atrevería a decir que de aquellos que han sido cristianos por un año o más, cuando menos el ochenta por ciento nunca ha leído la Biblia entera. ¿Cómo es posible? Solamente una apelación a la caída radical de la raza humana podría empezar a contestar a esa pregunta.
Si usted ha leído toda la Biblia, usted forma parte de una minoría de cristianos. Si ha estudiado la Biblia, se encuentra usted en una minoría aún más reducida. ¿No es sorprendente que casi todas las personas estén listas para dar su opinión en cuanto a la Biblia, y sin embargo tan pocos la hayan estudiado? A veces parece que las únicas personas que dedican tiempo al estudio de la Biblia son aquellas con las hachas más afiladas para hacerla pedazos. Muchas personas la estudian con el fin de encontrar posibles escapatorias para poder esquivar el peso de su autoridad.

La ignorancia en cuanto a la Biblia de ninguna manera se limita a los laicos. Yo me he sentado en mesas de examen de algunas iglesias con la responsabilidad de preparar y examinar a seminaristas estudiando para su ministerio pastoral. El grado de ignorancia bíblica demostrado por muchos de estos estudiantes causa consternación. Los planes de estudio de los seminarios no han hecho gran cosa por aliviar el problema. Muchas iglesias ordenan hombres cada año que son virtualmente ignorantes acerca del contenido de la Escritura.

Quedé espantado cuando presenté un examen de conocimientos bíblicos para ser admitido al seminario teológico del cual me gradué. Cuando acabé el examen, me sentía avergonzado de entregar mi hoja. Había tomado varios cursos en la universidad que pensé me prepararían para este examen, pero a la hora de la verdad no estaba listo. Dejé pregunta tras pregunta en blanco y estaba seguro de que me habían suspendido. Cuando las calificaciones fueron anunciadas, descubrí que había obtenido una de las más altas puntuaciones en un grupo de setenta y cinco alumnos. Aun con las calificaciones en escala, había muchos alumnos que obtuvieron menos de diez puntos de una calificación máxima de cien. Mi puntuación fue muy baja, pero aun así, era una de las mejores dentro de las malas. La ignorancia acerca de la Biblia entre laicos se ha generalizado tanto que con frecuencia encontramos a pastores molestos y enojados cuando sus feligreses les piden que les enseñen algo de la Biblia.

En muchos casos el pastor vive en un temor mortal de que su ignorancia se vea expuesta por el hecho de ser presionado hacia una situación en la que se espere de él que dé un estudio bíblico.


Los fundamentos bíblicos para el estudio de la Biblia
La Biblia misma tiene mucho que decir en cuanto a la importancia de estudiar la Biblia. Examinemos dos pasajes, uno de cada testamento, con el fin de avistar brevemente estos mandatos.
Antiguo Testamento. Sus palabras se usaban para convocar a la congregación a adorar. Leemos: “Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ uno es. Y amarás a JEHOVÁ tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas”. (vv. 4–5) Casi todos nosotros conocemos estas palabras. Pero ¿qué viene inmediatamente después de ellas? Siga leyendo:

  Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las exhibirás en los postes de tu casa y en tus puertas. (vv. 6–9)

Aquí, Dios soberanamente ordena que su Palabra sea enseñada tan diligentemente que penetre al corazón. El contenido de esa Palabra no deberá ser mencionado en forma casual y ocasional. La orden del día, de cada día, es la exposición repetida. La orden de atarla a la mano, la frente, los postes y la puerta, deja claro que Dios está diciendo que la labor debe llevarse a cabo por cualquier método que se requiera.

En el Nuevo Testamento, leemos acerca de la amonestación de Pablo a Timoteo:

  Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Tm. 3:14–17)

Esta exhortación es tan básica para que comprendamos la importancia del estudio bíblico que nos ordena un cuidadoso escudriñamiento.

Persiste en lo que has aprendido. Esta parte de la amonestación pone énfasis en la continuidad. Nuestro estudio de la Escritura no deberá ser asunto de una-vez-por-todas. No hay lugar para aquello de un recorrido general a la ligera. Es necesaria la perseverancia para llegar a un fundamento sólido en el estudio bíblico.

Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación. Pablo se refiere a la capacidad de las Escrituras para dar sabiduría. Cuando la Biblia habla de “sabiduría” se refiere a una clase especial de sabiduría. El término no se emplea para connotar la habilidad de ser avezado en las cosas del mundo, o de poseer el ingenio necesario para escribir un almanaque popular de anécdotas. En términos bíblicos, la sabiduría está relacionada con la cuestión práctica de aprender a vivir una vida agradable a Dios. Una mirada superficial a la literatura sapiencial del Antiguo Testamento permitirá observar que existe un énfasis abundantemente claro. Los Proverbios, por ejemplo, nos dicen que la sabiduría comienza con el “temor de Dios” (Pr. 1:7; 9:10). Ese temor no es un temor servil sino una actitud de respeto y reverencia, la cual es necesaria para una auténtica santidad. El Antiguo Testamento distingue entre la sabiduría y el conocimiento. Se nos manda que busquemos el conocimiento pero sobre todo que obtengamos sabiduría. Los conocimientos son necesarios si se va a adquirir sabiduría, pero no son lo mismo que la sabiduría. Se pueden tener conocimientos sin tener sabiduría, pero no puede tenerse sabiduría si no se tienen conocimientos. Una persona sin conocimientos es ignorante. Una persona sin sabiduría es considerada necia. En términos bíblicos, la necedad es un asunto moral y recibe el juicio de Dios. La sabiduría en su sentido más elevado es estar al tanto respecto a la salvación. Por tanto, la sabiduría es un asunto teológico. Pablo está diciendo que por medio de las Escrituras podemos obtener esa clase de sabiduría que concierne a nuestra máxima realización como seres humanos.

Sabiendo de quién has aprendido. ¿Quién es este “quién” al cual Pablo se refiere? ¿Se refiere a la abuela de Timoteo?, ¿o a Pablo mismo? Estas dos posibilidades son dudosas. El “quién” se refiere a la máxima fuente de los conocimientos que Timoteo ha adquirido, es decir, Dios. Esto se ve con mayor claridad en la frase: “Toda Escritura es inspirada por Dios”.

Escritura inspirada por Dios. Este pasaje ha sido el punto de enfoque de volúmenes de literatura teológica que describen y analizan teorías de inspiración bíblica. La palabra crucial en el pasaje es el término griego theopneust, que suele ser traducido a la frase “inspirado por Dios”. El término más exacto es “respirado por Dios”, el cual se refiere no tanto al acto de Dios “inspirando” como “espirando”. En ese caso veríamos el significado del pasaje, no para proveernos de una teoría de la inspiración -una teoría de cómo Dios transmitió su Palabra a través de autores humanos- sino más bien, una manifestación del origen o la fuente de la Escritura. Lo que Pablo le dice a Timoteo es que la Biblia viene de Dios. Él es su máximo autor. Es su Palabra; viene de Él; lleva el sello de todo lo que Él es. Por tanto, el mandato que se ha de recordar es “de quién has aprendido [estas cosas]”.

La Escritura es útil para enseñar. Una de las prioridades más importantes que Pablo menciona es la forma destacada en que la Biblia nos es útil. La primera, y ciertamente la más útil, es la de la enseñanza o instrucción. Podremos tomar la Biblia y sentirnos “inspirados” o conmovidos o experimentar otras emociones intensas. Pero nuestro mayor provecho está en ser instruidos. Añádase que nuestra instrucción no está en cómo construir una casa o cómo multiplicar o dividir o en cómo emplear la ciencia de ecuaciones diferenciales, sino que somos instruidos en las cosas de Dios. Esta instrucción se denomina “útil” porque Dios mismo le da un valor incalculable. A la instrucción se le asigna valor y significado.

Un sinnúmero de veces he oído a cristianos decir: “¿Por qué necesito estudiar doctrina o teología cuando solamente necesito conocer a Jesús?” Mi respuesta inmediata es esta: “¿Quién es Jesús?” Tan pronto como empezamos a contestar esta pregunta nos estamos adentrando en la doctrina y la teología. Ningún cristiano puede evitar la teología. Todo cristiano es teólogo. Quizás no un teólogo en el sentido técnico o profesional, pero es un teólogo. La cuestión para los cristianos no es si somos buenos o malos teólogos. Un buen teólogo es aquel que es instruido por Dios.

Escritura útil para redargüir, corregir, y para instruir en justicia. En estas palabras Pablo articula el valor práctico del estudio de la Biblia. Como criaturas caídas pecamos, erramos, y estamos inherentemente en mala posición con respecto a la justicia. Cuando pecamos, necesitamos ser reprobados. Cuando erramos, necesitamos ser corregidos. Cuando nos hallamos en mal estado, necesitamos ser instruidos. La función de las Escrituras es la de reprobador principal, nuestro sumo corrector, y nuestro máximo instructor. Las librerías de este mundo están llenas de libros de métodos de instrucción para adquirir excelencia en deportes, para bajar de peso y estar en buen estado físico, y para alcanzar habilidad en otras áreas. Las bibliotecas poseen pilas de libros escritos para enseñarnos administración financiera y los matices de planes sabios de inversión. Podemos encontrar muchos libros que nos enseñan a convertir nuestras pérdidas en ganancias, nuestras deudas en posesiones. ¿Pero dónde están los libros que nos instruyen en justicia? La pregunta aún sigue siendo: “¿De qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?”

A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. El cristiano que no esté diligentemente dedicado aun estudio serio de la Escritura simplemente es deficiente como discípulo de Cristo. Para ser un cristiano adecuado y competente en las cosas de Dios debe uno hacer más que asistir a las “sesiones de participación” y las “fiestas de bendición”. No podemos obtener esa capacidad por ósmosis. El cristiano bíblicamente iletrado no sólo es deficiente sino que tampoco está preparado. En verdad, es inadecuado porque no está equipado. Lee Treviño podrá dar exhibiciones de su prodigiosa habilidad para pegarle a las pelotas de golf con botellas de refresco envueltas en cinta adhesiva. Pero él no usa una botella de refresco para tomar parte en un campeonato.
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