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sábado, 14 de marzo de 2015

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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NUESTRA MISIÓN EN NUESTRA CIUDAD Y NUESTRA NACIÓN
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:24–27).
Dios hizo las naciones, los pueblos y las culturas, y prefijó las fronteras de sus lugares de residencia, con un solo propósito: que le busquen. Él ha fijado el lugar de cada uno de nosotros con el mismo propósito: que le busquemos donde estemos.
Hay dos motivos que nos impulsan a buscar a Dios: para conocerle y para servirle. Nuestras vidas están en las manos de Dios y Él determina el lugar de nuestra morada para que podamos conocerle y servirle.
Mi experiencia no fue diferente. En 1959, cuando tenía trece años, mis padres emigraron a Estados Unidos desde Colombia. Durante los años siguientes, estudié y trabajé en Miami, Nueva York y Los Ángeles. Fue allí, en febrero de 1976 y a la edad de treinta años, que mi esposa y yo tuvimos un encuentro con el Señor Jesucristo. Sí, un domingo por la mañana, en una iglesia ubicada en el valle de San Fernando al sur de California, nos presentaron las buenas nuevas de salvación y decidimos seguir a Cristo. Han pasado ya dieciocho años desde aquel maravilloso día, y desde ese momento comenzamos a servir al Señor en todo lo que podíamos. Durante nueve años fui pastor en Mesa, Arizona, y últimamente he estado viajando por Latinoamérica, Norteamérica y Asia enseñando y predicando la Palabra de Dios.
Hay cosas muy interesantes y profundas para meditar en todo cuanto hace el Señor.
Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos (Daniel 2:21).
Por lo tanto, debemos reconocer que Dios es el que cambia los tiempos y las estaciones, establece autoridades y las quita. Permite los avances y el conocimiento científico para el progreso de la humanidad. En fin, Dios mueve la rueda de la creación y dirige las circunstancias y las vidas de los hombres para darles paz y prosperidad (Jeremías 29:11).
Dios, el soberano de la tierra
Nuestras vidas están en las manos de Dios, el cual ha determinado todo. Y así ha sido siempre. Por ejemplo, la Biblia nos habla de lo que pasó con personas que vivieron hace miles de años. Una de ellas fue Jacob.
El libro de Génesis nos cuenta cómo Jacob habitó y sirvió al Señor en la tierra donde moró su padre y donde él también nació, en la tierra de Canaán (Génesis 37:1). También fue en ese lugar donde el Señor dio a uno de sus hijos, José, un sueño. Génesis 37:7 nos explica este sueño: veía que ataban manojos en medio del campo y el manojo de José se levantaba para que los otros se inclinaran ante él. Por ese sueño sus hermanos le aborrecieron grandemente y le preguntaron: «¿Reinarás tú sobre nosotros o señorearás sobre nosotros?» (Génesis 37:8).
La Biblia nos narra que José tuvo otro sueño. Vio que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Cuando lo contó a su padre y hermanos, le preguntaron: «¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?» (Génesis 37:10).
La envidia provocó que más tarde sus hermanos conspiraran para matar a José, pero Rubén interviene y no lo hacen. Es por ello que deciden venderle a unos mercaderes ismaelitas que pasaban por el lugar. Estos mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, capitán de la guardia de Faraón. Dice la Biblia que en todo esto, Dios estaba con José y, a pesar de la falsa acusación de la mujer de Potifar que lo llevó a la cárcel, lo hacía prosperar. Estando en la cárcel interpretó los sueños del jefe de los coperos y este, después de dos años, lo recomendó a Faraón para que le interpretase un sueño. Debido a que José interpretó el sueño, Faraón lo nombró gobernador y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Jehová lo bendecía en todo lo que hacía y le prosperaba.
Con el paso del tiempo, José fue de gran bendición para Egipto y las naciones de su alrededor. El plan y el propósito de Dios para su siervo se cumplió. Dios lo colocó en el lugar en el que tenía que estar para que le sirviera.
El fruto de la conquista
Pero no sólo fue así con los personajes bíblicos, hace cinco siglos Cristóbal Colón fue el descubridor de América. Era un experimentado marino que hizo sus viajes para buscar una ruta comercial más corta al oriente y para llevar el «evangelio» a aquellos emperadores orientales que pidieron a Marco Polo el envío de mensajeros que le hablaran de la fe cristiana. Todos sabemos que no llegó a las Indias orientales como pensaba, pero sus viajes fueron de bendición para las nuevas tierras a las que llegó y también beneficiaron económicamente a España, tierra de la cual salió. Sin embargo, también hubo maldición a través de todo esto, porque las ofensas y heridas causadas en el proceso de la conquista fueron puertas que se abrieron al mundo de las tinieblas. Produjeron las consecuencias que eran de esperarse y por las que todos hemos sufrido. Antes de morir, Cristóbal Colón escribió un libro en el que se consideraba cumplidor de sesenta y cinco profecías del Antiguo Testamento, y declaraba que su nombre Cristóbal significaba mensajero de Cristo. En su libro América 500 años después, Alberto Mottesi explica con erudición este tema.
El llamado para bendición
Hoy en día, Estados Unidos es un país muy grande constituido por personas llegadas de todas las naciones del mundo. Solamente los hispanoparlantes somos alrededor de treinta millones en este país. Se estima que para el año 2000 seremos la minoría más grande de la nación. Todos han venido por diferentes razones: políticas, económicas, familiares, educacionales, religiosas, etc. Lo que muy pocos saben es que independientemente de la nación de origen y la aparente razón de su venida, Dios prefijó este lugar de habitación para que le busquen (Hechos 17:26–27). ¿Podemos entenderlo?
Otra de las razones por la cual Dios nos lleva a otras naciones es para que seamos bendición. No podemos negar el hecho de que Él tiene en su mano nuestro nuestro porvenir y desea que le busquemos en cualquier parte donde Él nos establezca.
Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz[…] Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón (Jeremías 29:7, 11–13).
Parte del proceso de bendición al que Dios nos ha llamado incluye la oración y la intercesión. Debemos rogar por la paz, las autoridades, las familias. Nuestra misión es ofrecer al Señor sacrificios de alabanza en el lugar donde estamos y donde vivimos para que su Espíritu repose allí; nuestra misión es ser testigos de Cristo, siendo pacificadores, amando y sirviendo, haciendo todo sin murmuraciones ni contiendas para que seamos «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa en medio de la cual resplandeceremos como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida» (Filipenses 2:14–16).
Mi buen amigo John Robb ha dicho: «La historia se escribe con las oraciones de los intercesores». La conquista de nuestras ciudades y de nuestras naciones para Cristo comienza con las oraciones del pueblo de Dios.
Con la oración abrimos las puertas del mundo de las tinieblas para salvar a los perdidos y para destruir las fortificaciones que impiden el derramamiento de las bendiciones de Dios.
Nuestra misión en nuestras ciudades y naciones es orar e interceder por las autoridades, los gobernantes y todos los que están en eminencia. Esto puede, con toda seguridad, cambiar el destino de los pueblos y el curso de la historia:
Para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del cielo, y oren por la vida del rey y por sus hijos (Esdras 6:10).
Exhorto ante todo, a que hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:1–4).
Dios nos ha puesto como vigilantes y como guardas de nuestras ciudades y naciones para que, en el espíritu de oración e intercesión, pongamos en acción las estrategias de guerra espiritual que nos permitan atar al hombre fuerte para entrar en su territorio y saquear sus bienes.
Todos vivimos en una ciudad y pertenecemos a una nación. ¿Qué estamos haciendo por esa ciudad y por esa nación? Sin duda, allí habrá muchos problemas. Quizás sus autoridades y gobernantes no hagan lo correcto e impere la injusticia. Tal vez existan motivos dignos de exigencia y protesta, y eso será precisamente lo que muchos harán: reclamar, protestar y hacer paros y huelgas.
Bueno, eso es lo que ellos están haciendo. Pero nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos importan la vida y el destino de nuestra ciudad y de nuestra nación? Si es así, ¿qué hacemos para ayudar? Como cristianos, ¿somos parte del problema o de la solución? ¿Protestamos también igual que los demás o en realidad hacemos algo para mejorar la situación?
La Biblia dice que nuestra misión es recordar a los hombres «que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3:1–2), orando en todo lugar, «levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8).
¿Cómo cambiar el panorama y el destino de nuestras ciudades y naciones? Proclamando con el ejemplo la Palabra del Señor que dice:
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos (Romanos 13:1–2).
Nuestra ciudad y nuestra misión
Dios tiene planes para nuestra ciudad y nuestra nación. Él desea redimirlas de los escombros y de las cenizas. Las buenas nuevas de salvación no sólo son para los individuos, sino para las ciudades. Cuando Jesucristo comenzó su ministerio de reconciliación las Escrituras nos revelan que entró en la sinagoga y desenrollando el libro del profeta Isaías, leyó:
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados (Isaías 61:1–2).
Lo que hemos visto claramente es que el texto de Isaías demuestra que la unción de Dios no concluye en el versículo 2, veamos lo que dice el profeta en los siguientes versículos:
[Para] ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones[…] He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 61:2–4; 62:11–12).
Los rasgos que distinguen a una ciudad los establecen sus moradores, quienes a su vez determinan el curso y futuro de ella. De ahí que también definan los sistemas políticos, económicos, sociales, culturales y espirituales, haciendo de su ciudad una Sodoma o una Jerusalén.
Es por ello que nuestra misión como iglesia y pueblo de Dios es orar e interceder, predicar y proclamar, para que se arrepienta de su pecado y pueda recibir las bendiciones de Dios. El mensaje para las siete iglesias en las ciudades de Asia (Apocalipsis 2–3) es el mismo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Siempre la promesa es que si obedecen al Espíritu de Dios y vencen los obstáculos que cada una tiene, recibirán bendición de Dios.
Recientemente, en Colombia, durante una serie de conferencias sobre Guerra Espiritual, el Señor me dio una palabra profética para las ciudades de esa bella nación:
     Santa Fe de Bogotá, conocida como la Atenas de Sudamérica, es el nervio de la nación. El mensaje profético fue de que el Señor redimirá los dones de la ciudad y los usará para glorificarlo. Santa Fe de Bogotá será LOS OÍDOS Y LA BOCA DEL SEÑOR para Colombia.
     Medellín, conocida como la ciudad industrial de Colombia, pero al mismo tiempo como la sede de la violencia y del narcotráfico, lo que la ha convertido en una de las ciudades más violentas del continente, será redimida para convertirse en la ciudad más laboriosa para la obra del Señor, quien secará sus lágrimas y calmará el dolor que sus moradores han sufrido por tantos años. Medellín será EL CORAZÓN INTERCESOR delante de Dios para Colombia.
     Cali, conocida como la capital de la cumbia y cuna de las mujeres más bellas, es también la ciudad con el índice más alto de SIDA en Latinoamérica. El Señor redimirá los dones de la ciudad para su gloria. Cali será LOS PIES Y LAS MANOS DEL SEÑOR de donde surgirán la adoración, la alabanza, la música y la danza para toda la nación y el continente.
Asimismo, podría hacer una lista de ciudades de Estados Unidos a las que el Señor va a redimir sus dones, como:
     Los Ángeles, California, llamada la ciudad de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue fundada para ser un centro misionero católico, desde el cual saliera el mensaje cristiano para la nación. En verdad el «mensaje» de esta ciudad salió para afectar terriblemente a la nación y al mundo entero, pero no fue debido al mensaje cristiano, sino el del sexo enfermizo, la lujuria, el vicio y toda clase de sensualidad morbosa y espiritualidad satánica. El Señor redimirá los dones de esta ciudad para que desde ella salga el verdadero mensaje de salvación para todas las naciones. Por cierto, esta ciudad ya es sede del canal de televisión cristiano más grande del mundo. Es también sede de numerosas organizaciones misioneras y probablemente tiene el mayor número de cristianos evangélicos de Estados Unidos.
     Miami, Florida, conocida como la puerta de Estados Unidos, es sede del narcotráfico, el lavado de dólares, la santería, el vudú, la macumba. Desde las islas caribeñas le han llegado numerosas filosofías satánicas originadas en el África negra, como Rastafari, Changó, Orisha, Pocomanía, Jumbie, Obeah y otras más. El mensaje profético es que de ella saldrá para el continente el mensaje de Dios con la música, la literatura y los recursos económicos.
La iglesia debe levantarse con la visión de orar e interceder por su ciudad. Jesús lo hacía y debemos seguir su ejemplo. Él iba por las aldeas y ciudades, predicando el evangelio del Reino de Dios. La Biblia dice, literalmente:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha más los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mateo 9:35–38).
Los cristianos debemos causar impacto en nuestra ciudad y proclamar, con evidencias, la Palabra de Dios, porque el juicio sobre las ciudades que rehúsan arrepentirse es severo.
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón, se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que ha sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti (Mateo 11:20–24).
Espero que hayamos entendido cuál es nuestra misión en nuestra ciudad y en nuestra nación. Comencemos a orar por su cumplimiento. He aquí un modelo para esa oración:
Señor, permítenos reconocer cuáles son las fuerzas del mal que nos atacan y concédenos ver al hombre fuerte.
Satanás, venimos contra ti en este momento. En el nombre de Jesús de Nazaret declaramos que tus planes de hurtar, matar y destruir no tendrán efecto. Declaramos rota tu influencia sobre los habitantes de nuestra ciudad y de nuestra nación. Declaramos nula tu influencia y tu engaño sobre nuestra juventud, nuestros hogares, nuestros maestros y nuestras autoridades.
Señor, ayuda a nuestros gobernantes para que rechacen toda influencia que viole tus principios espirituales. Dirígelos para que puedan legislar y gobernar sabiamente. Clamamos a ti para que prevalezca la justicia en todo y en todos. Libera a nuestras ciudades y a nuestras naciones de la violencia, el crimen, la inmoralidad y la infidelidad conyugal. Derrama tu bendición sobre ellas. En el nombre de Jesús de Nazaret, ¡AMÉN!
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sábado, 19 de octubre de 2013

¿Oveja o lobo?: La necesidad de desenmascararlos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Lobos vestidos de oveja

Open Bible 
Un falso maestro, por definición, es alguien que enseña doctrinas falsas dentro de un grupo o comunidad particular de personas. En el caso de la fe cristiana, la verdad y el error se establecen sobre la base de las Sagradas Escrituras, la Biblia; por lo que un falso maestro, dentro de las filas del cristianismo, es alguien que enseña doctrinas que son contrarias a la Palabra de Dios.
Tomando en cuenta que las joyas caras son las más susceptibles de ser falsificadas, no es extraño que las comunidades cristianas se vean constantemente amenazadas por falsos profetas que tuercen, sutilmente en ocasiones, las doctrinas fundamentales de nuestra fe. Esa es una amenaza que la Iglesia de Cristo ha tenido que enfrentar a través de toda su historia, y contra la cual se nos advierte en la Biblia una y otra vez. “Guardaos de los falsos  profetas – dice el Señor en Mateo 7:15 – que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Y en otro lugar vuelve y advierte que “muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos… Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:11, 24).

El hecho de que una persona sea capaz de hacer grandes prodigios y milagros, o pretenda tener el poder de hacerlos, no lo acredita como maestro de la verdad. El Señor Jesucristo enseñó claramente que los “falsos profetas harán grandes señales y prodigios”; y en Mateo 7:21-23, luego de señalar que el árbol se conoce por el fruto, declara: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad”.
El fruto que se espera de un maestro de la verdad, no es que pretenda hacer milagros, echar fuera demonios o profetizar, sino que enseñe la verdad de Dios revelada en Su Palabra. Por lo tanto, es imprescindible que, Biblia en mano, aprendamos a distinguir lo falso de lo verdadero y, lo que es aún más sutil, la verdad “verdadera” de la verdad “a medias”. Dejar de discernir, movidos tal vez por un temor religioso, es poner en peligro nuestras almas y el testimonio de la verdad.


Características de un buen sermón Bíblico: Ayuda ministerial

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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¿Cuáles son las características que hacen que un sermón sea un buen sermón?

D Martyn Lloyd-Jones Preaching 
Cada domingo millones de cristianos alrededor del mundo asisten a las reuniones de su iglesia local y escuchan a un predicador exponer un pasaje o un tema de la Palabra de Dios. Ese es uno de los medios de gracia más poderosos que Dios usa para salvar a los pecadores y santificar a los creyentes. Y precisamente por eso, en esta ocasión quisiera responder la pregunta que sirve de título a esta entrada: ¿Cuáles son las características que hacen que un sermón sea un buen sermón? Poniéndolo de otro modo, ¿cuáles son los elementos esenciales que poseen todos aquellos sermones que generalmente son más usados por Dios para la salvación y edificación de las almas?

En primer lugar, su contenido es el mensaje de la Palabra de Dios.
Un sermón, por encima de todas las cosas, es una exposición fiel del mensaje contenido en el texto o pasaje de las Escrituras que está siendo expuesto. En 2Cor. 5:20 Pablo se refiere a los ministros del evangelio como embajadores del Dios de los cielos; mientras que en Hch. 20:25 se refiere a sí mismo como un heraldo del reino de Dios. En el mundo antiguo la función del heraldo no era otra que la de transmitir con fidelidad la mente de su Rey. Es por eso que se requerían dos cosas para ser un buen heraldo: la primera, obviamente, era tener buena voz; la segunda, un carácter confiable. El rey debía estar seguro de que podía confiar en esa persona como un transmisor fiel del mensaje que se le había encomendado (comp. 1Cor. 4:1-2). Esa es la encomienda de Pablo a Timoteo: “Predica la Palabra” (1Tim. 4:2).
Ahora bien, cuando hablamos de predicar la Palabra lo que queremos decir no es meramente que el ministro verdadero no predica el contenido del Corán, o del Libro del Mormón, o de los escritos de Elena G. de White. Se supone que ningún ministro del evangelio hará tal cosa. Lo que queremos enfatizar es que el ministro del evangelio debe estar seguro de que en verdad está entregando el mensaje de la Biblia; no porque cita un texto aquí y otro allá que parecen apoyar sus ideas, sino porque, a través del estudio diligente y una exégesis cuidadosa de las Escrituras, este hombre ha desentrañado el verdadero significado del texto, pasaje o tema bíblico que está exponiendo.

En segundo lugar, un sermón se distingue porque posee unidad.
La unidad es una característica esencial del sermón. El predicador no es un comentario bíblico ambulante. Es el portavoz de un mensaje. Y esta distinción es de suprema importancia. Algunos entienden que predicar es lo mismo que comentar un pasaje de las Escrituras, explicando lo que significa el vers. 1, y luego el 2, y el 3, y así sucesivamente. Pero eso no es un sermón, eso es un comentario bíblico hablado.
Un sermón es un mensaje, un mensaje que extraemos de las Escrituras a través de un trabajo exegético concienzudo y que transmitimos a través de la predicación. Ese mensaje tiene sus partes, sus divisiones, variedad en las ideas, pero todas sus partes, divisiones e ideas conforman un todo. Y es a ese “todo” que llamamos el sermón. Por eso alguien ha dicho que el sermón debe ser como una bala y no como una munición. La munición se abre en muchos fragmentos, mientras que el sermón va dirigido hacia un objetivo en particular. Cuando un sermón carece de unidad es posible que algunas frases sueltas tengan cierto efecto en la mente de algunos, pero el sermón como tal probablemente no será muy eficaz.

En tercer lugar, un buen sermón posee orden.
El orden de una exposición es muy importante para que pueda ser entendida y recordada por aquellos que nos escuchan. Nuestro Dios es un Dios de orden (1Cor. 14:33, 40), y Él nos hizo de tal manera que captamos mejor las cosas cuando son presentadas en una forma ordenada y secuencial. Si comenzamos a contar “1, 2, 3, 4”, todos esperan que sigamos con el “5”, no con el “16”. O si digo “a, b, c” nadie espera que salte a la “r”. Dios nos hizo así; nos dio una mente que capta mejor las cosas cuando son presentadas en un orden lógico.
Si queremos informar el entendimiento de nuestros oyentes debemos presentar el material bíblico en un orden lógico. Traer delante de la congregación un montón de pensamientos desordenados sobre un mismo asunto, por más buenos que sean, no le hará mucho bien al auditorio. El efecto que puede producir un ejército, no es el mismo que produce una turba.
Debemos dividir nuestros sermones en encabezados que sean fácilmente recordados, y arreglar nuestro material de tal manera que nuestras ideas y argumentos sigan uno al otro en una forma natural y fluida. El gran predicador del siglo XX, Martyn Lloyd-Jones, dice lo siguiente al respecto: “Debe haber progresión en el pensamiento… cada uno de (los) puntos (del sermón) no es independiente, ni tampoco del mismo valor que los demás. Cada uno es parte del todo y en cada uno debes avanzar y llevar el asunto más allá. No estás simplemente diciendo la misma cosa un número de veces, estás apuntando hacia una conclusión” (Preaching and Preachers; pg. 77).
Tomen la carta de Pablo a los Romanos. Allí el apóstol Pablo desglosa el contenido del evangelio, y podemos ver en su presentación que él va siguiendo un orden lógico: “Deseo ir a Roma a predicar el evangelio” (Rom. 1:13-15). ¿Por qué ese anhelo de ir a la capital del imperio a proclamar un mensaje que podía poner en riesgo su vida? “Porque el evangelio es poder de Dios para salvación” (1:16). ¿Y por qué el evangelio es un instrumento tan poderoso? “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe” (1:17). Pero ¿por qué necesitamos ser salvados por medio del evangelio? “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres…” (1:18). Y así podríamos analizar cada una de las epístolas del Nuevo Testamento.
Debemos presentar las Escrituras en una forma ordenada. Eso no solo será de gran ayuda para el predicador, porque recordará su bosquejo más fácilmente y podrá presentar sus argumentos en una forma más convincente, sino que será de gran ayuda para los que escuchan. Alguien dijo una vez que una buena prueba que todo predicador debe hacerse para saber si tiene un sermón bien arreglado y ordenado, es ver si puede recordar de memoria, al menos los puntos principales del sermón. Si él no puede recordarlos, luego de haber estado una semana completa trabajando en él, ¿cómo quiere que la congregación lo recuerde luego?

En cuarto lugar, un buen sermón se caracteriza por su simplicidad.
A menos que seamos simples en nuestros sermones nunca seremos entendidos, y si no somos entendidos no podremos hacer ningún bien a las almas de aquellos que escuchan. Debemos hacernos entender, y eso no es una tarea fácil. Un siervo de Dios del pasado dijo con mucha razón: “Hacer que las cosas fáciles parezcan difíciles es algo que cualquiera puede llevar a cabo; pero hacer que las cosas difíciles parezcan fáciles es el trabajo de un gran predicador”.
Debemos proclamar el mensaje en una forma tal que todos puedan entendernos. El mensaje de la Palabra de Dios debe ser, para la mayoría de nuestros oyentes, claro y diáfano como la luz del medio día. Por supuesto, en una iglesia compuesta por personas de diversos trasfondos socio educativo, o en diferentes etapas de madurez cronológica o espiritual, es muy probable que algunas cosas del sermón no sean comprendidas por algunos. Pero debemos hacer el esfuerzo de hacernos entender por la mayoría.

En quinto lugar, el sermón debe ser relevante, aplicativo y persuasivo.
La finalidad de un sermón no es únicamente informar el entendimiento, sino persuadir al auditorio a la acción. Los oyentes deben ver cómo se aplica esa verdad que está siendo expuesta en su diario vivir. La aplicación en el sermón es como la dirección de una carta. Si no escribimos la dirección en el sobre, no importa cuán bueno y edificante sea su contenido no llegará a su destino. Y ¿cuál es el destino al que está supuesto a llegar el sermón? A todo el hombre, no solo a su mente, o a su voluntad o a sus emociones. Predicamos a todo el hombre.
Mover a un individuo a la acción sin informar su mente es mera manipulación. Pero informar la mente sin clarificar al auditorio qué hacer con esa verdad, y sin persuadirles a obedecer, es puro intelectualismo. Algunos predicadores entienden que su responsabilidad se limitar a explicar la verdad, y luego deben dejar que los creyentes saquen sus propias conclusiones movidos por el Espíritu Santo. Pero eso no es lo que encontramos en las Escrituras. Tomemos como ejemplo el Sermón del Monte pronunciado por nuestro Señor Jesucristo (Mateo 5 al 7). Allí vemos que Jesús se dirigía a los hombres en segunda persona (comp. Mt. 5:11, 12, 13, 14); con instrucciones precisas (6:1, 2); con un marcado énfasis en cómo llevar esto a la práctica (6:6, 9); y concluye con un llamado claro y persuasivo (7:13-14, 15, 21, 24). ¿Cuál fue el resultado? “Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt. 7:27-28).
He ahí algunas de las características esenciales para que un sermón sea un buen sermón. Por supuesto, eso quiere decir que el predicador tiene un arduo trabajo cada semana antes de subirse al púlpito a predicar la Palabra cada domingo. Y en esto debemos reconocer con tristeza que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los de la luz. Muchos herejes presentan mejor sus herejías que lo que muchos de nosotros presentamos la verdad. De cierto predicador se dijo una vez: “No dice nada, pero lo dice muy bien”. Eso es sencillamente terrible. Pero igual de terrible es que presentemos la verdad en una forma tan descuidada y poco presentable que nadie la entienda o le haga caso.
Como bien ha dicho alguien al respecto: “Sucede a menudo que aquellos que tienen un alto concepto de la Palabra de Dios piensan, erróneamente, que no necesitan ser diligentes en la preparación de los sermones. Simplemente entregan el mensaje a la congregación como primero les viene a la mente”. Y luego añade: “Su esposa puede ir a la carnicería y comprar la mejor carne, la más tierna y jugosa, pero si ella simplemente la pone en el plato todavía cruda y sanguinolenta, usted no se la va a comer. Tiene que ser preparada de la mejor manera posible, con el fin de conseguir darle la mejor presentación visual, olor y sabor” (Bruce Mawhinney; Predicando con Frescura; pg. 38).
Que el Señor nos ayude a predicar Su Palabra como siervos fieles y diligentes, dejando luego en Sus manos los resultados de nuestra predicación. ¡Que a Él sea toda la gloria!

Hebreos 13:20-21 La promesa y anhelo para hacernos aptos para la Obra Eterna

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos

martes, 15 de octubre de 2013

El Arca del pacto: Capturado y recuperado

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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El silencio de Samuel
1 Samuel 4:1b–7:2
Parece mentira, pero después de tantos años de preparación, Samuel pasó bastante tiempo en silencio. La porción que exponemos no hace mención al profeta. Lo más probable es que sí estuviera ejerciendo su ministerio, pero cuando le tocó registrar la historia en este libro, consideró que había acontecimientos más importantes que su vida por ser más necesarios para el pueblo. Este período en que no contamos con datos acerca de las actividades de Samuel se extiende por unos veinte años (7:2) y siete meses (6:1). Durante esa época, un objeto llegó a ser protagonista de la historia. Todo el contenido de estos capítulos gira alrededor del arca del pacto de Jehová. Este mueble era un elemento indispensable en ese período.
En esta porción, el arca se menciona 37 veces: 12 en el capítulo 4, 12 en el 5, 10 en el 6 y 3 en 7:1–2. No hay otra porción de las Escrituras en donde se le preste tanta atención.
LA CAPTURA DEL ARCA POR LOS FILISTEOS 4:1B–22
El suceso que estudiaremos en este segmento fue una de las peores calamidades en toda la historia del pueblo de Dios. La captura del arca fue resultado de la batalla de Afec, que consistió en dos escaramuzas. Dividiremos el capítulo en dos secciones: el relato y los resultados.
El relato de la batalla de Afec 4:1b–10
Desde el primer versículo se describe a los filisteos como el pueblo que fue el aguijón en la carne de Israel por muchas décadas. Sus habitantes habían emigrado de la Isla de Creta y comenzaron a llegar a la costa sudoccidental de Canaán por el año 1200 a.C. Eran famosos por ser muy aguerridos y tenían la gran ventaja de controlar la industria metalúrgica, lo cual impedía que los israelitas tuvieran acceso a implementos de hierro (13:19–22). Sus incursiones dentro de su territorio, convencieron al pueblo de Dios que necesitaban un monarca; el Señor estaba preparando el terreno para la petición de rey que encontramos en el capítulo 8.
La primera escaramuza y derrota vv. 1b–2. Los filisteos acamparon en Afec, dentro de territorio israelita. En respuesta a esta amenaza, el ejército de Israel acampó en Eben-ezer (área que no recibió ese nombre hasta después de los eventos del capítulo 7). El enemigo atacó primero, pero la acción no duró mucho. Israel fue derrotado y cuatro mil hombres fueron heridos.
Entre escaramuzas vv. 3–9. El pueblo quedó aturdido. Hacía mucho que no había perdido una batalla. Reconocieron que algo andaba radicalmente mal y que por algo el Señor les había retirado su protección. Tomaron una decisión muy humana basándose en la idea popular de que donde se encontraba el arca, automáticamente ahí estaba el Señor. Sabían muy bien que él moraba entre los querubines (4:4) y que desde ahí hablaba con el pueblo (Exodo 25:22). Lo que no habían aprendido fue que cuando se apartaban de su camino, el Altísimo retiraba su bendición. En vez de ponerse a cuenta con el Señor, decidieron usar el arca como un amuleto u objeto mágico, para garantizar la victoria en la siguiente escaramuza. El pueblo cayó en el fetichismo, confiando en el arca en vez de confiar en el Dios de ella. Cuando llegó de Silo al campamento de Israel, el pueblo se regocijó y saltaba de júbilo haciendo temblar la tierra. Pensaban que con el arca entre ellos no podían perder.
La reacción de los filisteos fue opuesta a la de Israel. El miedo se apoderó de ellos porque creían que Jehová estaría con su pueblo peleando por él. Se acordaban de todo lo que había hecho el Omnipotente para libertarlos de Egipto (vv. 7–8). Lo único que pudieron hacer fue animarse unos a otros para seguir siendo valientes y no permitir que llegaran a ser esclavos de los israelitas como éstos habían sido de aquellos (v. 9). Todo estaba listo para la segunda fase de la batalla de Afec.
La segunda escaramuza y derrota v. 10. La superstición de los israelitas fue vencida por el valor de los filisteos. Esta vez la derrota fue total. Los soldados del Señor no regresaron a su campamento sino a sus hogares (tiendas), alejándose del campo de batalla. Murieron treinta mil israelitas.
HAY QUE CONFIAR EN DIOS,
NO EN COSAS
Los resultados de la batalla de Afec 4:11–22
El más trágico resultado para Israel fue la captura del arca de Dios. Veremos que esto provocó la muerte de varios fieles (v. 11a). Había llegado el día para que se cumpliera la profecía del capítulo 2:34. Ambos, Ofni y Finees murieron en la batalla de Afec, demostrando que Jehová es fiel a su palabra (v. 11b). Las noticias de la derrota no tardaron en llegar a Silo donde Elí manifestaba preocupación especial por el arca (v. 13). El aviso acerca de la muerte de sus hijos no le afectó, pero cuando el mensajero mencionó la captura del arca, no pudo controlarse y cayendo de su silla se desnucó y murió al instante (v. 18). A los noventa y ocho años (v. 15) terminó su carrera sacerdotal y la de juez que había durado cuarenta años (v. 18).
En los últimos versículos del capítulo (vv. 19–22) vemos otra muerte trágica. Cuando la mujer de Finees recibió las noticias funestas, dio a luz prematuramente un hijo a quien logró poner nombre antes de fallecer. Le puso uno que se relacionaba directamente con el arca del pacto. Icabod significa “sin gloria”. La gloria de Dios es la manifestación de todo lo que él es. En teoría, su gloria se encontraba en el arca. La mujer razonó que cuando ese mueble fue llevado a Filistea, Dios también abandonó el territorio israelita. Pensaba que los filisteos habían capturado a Jehová.
Hay un quinto resultado que se implica en el texto. La última mención de Silo, cronológicamente hablando, se halla en 4:12. Los comentaristas especulan que después de la batalla de Afec los filisteos llegaron a Silo y arrasaron con ese sitio cúltico. El centro principal del culto pasó a Mizpa y Silo desapareció del escenario.
Desde estos sucesos, el Señor enseñó a su pueblo que si quería participar de las bendiciones divinas, tenía que darle el trato adecuado al símbolo de su presencia, el arca del pacto. Parece que la lección no se aprendió bien, porque los de Bet-semes (6:19), y más tarde el rey David (2 Samuel 6:1–11), tuvieron problemas por no tratar bien el arca.
¡PENSEMOS!
¿Cuál es su actitud hacia los objetos que usamos en nuestro culto al Señor? ¿Usa su Biblia como un amuleto? Es muy fácil creer que Dios tiene que bendecirnos durante el día porque tuvimos nuestro tiempo devocional. Cuántas veces hemos pensado hacer trueque con nuestro Padre: yo cumplí y ahora te toca cumplir. El Señor no se obliga con nadie. Si nos bendice es por su gracia y misericordia. Dejemos de pensar que tiene que colmarnos de bienes porque hemos cumplido con ciertos ritos.
LA VICTORIA DEL ARCA SOBRE LOS FILISTEOS 5:1–12
El concepto pagano era que los dioses de cada ejército participaban en las batallas. El dios del ejército ganador se manifestaba más poderoso que el de los perdedores. En este caso, los filisteos estaban convencidos de que Dagón había ganado la victoria sobre Jehová. Pero Dios no tardó en demostrarles que derrotar a Israel era una cosa y vencer al Altísimo otra muy distinta. El trato inadecuado del arca había traído desastre sobre Israel y ahora los filisteos aprenderían que la posesión del arca les traería graves consecuencias. De las cinco ciudades principales de los filisteos (Asdod, Gaza, Ascalón, Gat y Ecrón), el arca pasó tiempo en tres e hizo estragos en cada una de ellas. El Omnipotente aún controlaba la situación. La geografía no anula la soberanía divina.
El arca en Asdod 5:1–7
En Asdod estaba el principal templo a Dagón, padre de Baal y dios principal de los cananeos. Era la divinidad de la vegetación y no el dios pez como se pensaba antiguamente. Puesto que, según los enemigos, Dagón había derrotado a Jehová, era lógico que pusieran el arca en su templo.
El Señor sólo tardó dos días en demostrar su supremacía total sobre su contrincante (vv. 3–4). La primera mañana, Dagón apareció postrado ante el arca; y la segunda, encontraron la imagen decapitada y manca. El triunfo fue contundente. Jehová comprobó que es Dios sobre todos los dioses.
JEHOVA ES DIOS
SOBRE TODOS LOS DIOSES
Inmediatamente el Altísimo atacó al pueblo (v. 6). El verbo “destruyó” tiene que ver con los campos. Acabó con los productos agrícolas y castigó a la gente con tumores. Es probable que estos fueran síntomas de la peste bubónica transmitida por ratas (6:4, 11, 18). Las autoridades contemporáneas consideran que esos tumores se encontraban en la ingle, pero los comentaristas más anteriores los asocian con la región anal y traducen la palabra como “hemorroides”. La gente reconoció que esta aflicción se relacionaba con la presencia del arca en su ciudad, y que la mano de Jehová era la que les estaba castigando. Pidieron que el mueble sagrado fuera trasladado a otro lugar (v. 7).
El arca en Gat 5:8–9
Parece que los príncipes de los filisteos no compartían la opinión del pueblo y no estaban convencidos de que lo acontecido se pudiera atribuir a la presencia del arca. Cuando finalizaron la discusión, fue trasladada a la ciudad de Gat donde el Señor también hizo estragos por lo que se deshicieron de ella de inmediato.
El arca en Ecrón 5:10–12
Los de Gat la enviaron a Ecrón donde terminó su estancia de siete meses (6:1) en Filistea. Los habitantes sabían que experimentarían las mismas catástrofes que Asdod y Gat y sugirieron que fuera devuelta a sus dueños. Parece que Ecrón sufrió más que las otras ciudades, porque el arca permaneció ahí más tiempo y sólo en relación con ella se menciona explícitamente que hubo muertos (v. 12).
No había duda alguna. Jehová había triunfado. Los filisteos pensaban que al tener el arca lo habían derrotado, pero pronto aprendieron que ningún dios u hombre tiene autoridad sobre el Señor, porque él puede castigar a su pueblo cuando es infiel y a sus enemigos si lo retan. El Omnipotente siempre triunfa.
¡PENSEMOS!
¿Qué característica divina encontramos en esta sección? ¿Su Dios es igual al de Israel? A veces queremos hacerlo a un lado como hizo su pueblo en aquella época, pero no podemos limitarlo a los confines de una caja, cualquiera que sea. Más bien, él es quien controla todas las circunstancias para nuestro bien. Sometámonos a su voluntad.
LOS FILISTEOS DEVUELVEN EL ARCA 6:1–7:2
Los estragos hechos por el Señor en toda Filistea sólo fueron soportados por la gente unos siete meses (6:1), después de los cuales se tomó la decisión definitiva de devolver el arca a sus dueños legítimos. Pero ¿cómo debían proceder a hacerlo?
El consejo de los sacerdotes y adivinos 6:2–9
Siguiendo la costumbre de aquella época, consultaron con la jerarquía eclesiástica (los sacerdotes) y los expertos en determinar la voluntad de los dioses (los adivinos). Su consejo fue claro:
Regrésenla con una ofrenda vv. 3–6. Era necesario incluir una ofrenda expiatoria. Reconocieron que toda ofensa requiere ser expiada, pero fallaron al recomendar una que fuera incruenta. Según Lavítico 4:1–6:7, la expiación, con una sola excepción (5:11–12), se realizaba por medio del derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). Los consejeros sugirieron como ofrenda unas réplicas doradas de las plagas que les afectaban: tumores y ratones. Estos sabios religiosos no tenían duda: había sido el Dios de Israel quien había causado las calamidades sobre la gente, sus dioses y sus campos. Si no se arrepentían de su rebeldía, podría sucederles lo mismo que a los egipcios en el tiempo del éxodo.
Regrésenla en un carro nuevo tirado por dos vacas que críen vv. 7–8. Estas vacas tampoco debían haber experimentado el yugo. Después de colocar el arca y la caja con la ofrenda en el carro, debían dejar que se fueran sin nadie que las guiara. Bajo estas circunstancias, humanamente hablando, las vacas se rebelarían si no iban uncidas al yugo y regresarían a buscar a sus crías. Sólo por intervención divina harían lo que los filisteos querían.
Regrésenla observando lo que sucede vv. 9, 12b, 16. Si el carro va directamente a Bet-semes, se sabrá que todo lo acontecido ha venido de la mano de Dios, quien controla las vacas. Si no, todo había sido pura casualidad. Los que observaban eran los príncipes que hasta ese punto todavía no creían que los desastres fueran provocados por Jehová, pero parece que los incrédulos se convencieron por la contundente evidencia.
El cumplimiento de los filisteos 6:10–12
El arca en Bet-semes 6:13–21. Este pueblo tuvo la bendición de recibir el arca porque era el poblado más cercano a Ecrón y porque era ciudad levítica donde sabrían cómo atenderla según las estipulaciones de la ley. El arca llegó cuando estaban en medio de la cosecha de trigo, la cual se efectuaba entre los meses de mayo y junio.
Por un lado el pueblo respondió correctamente a la devolución del arca. Se llenaron de regocijo al verla de nuevo en territorio israelita (v. 13). También reaccionaron con adoración (v. 14–18). ¿Qué más se podría esperar?
Pero por otro lado, la gente violó la santidad del mueble sagrado. Números 4:5, 15, 20 enseñaba claramente que ni los levitas podían mirar o tocar el arca, mucho menos la gente común.
Teniendo este conocimiento, los habitantes de Betsemes deliberadamente quebrantaron la ley y fueron castigados. Setenta hombres murieron. Los comentaristas concuerdan que, debido al tamaño reducido de Bet-semes y a dificultades para interpretar el texto hebreo, la cifra cincuenta mil no se encuentra en el original.
NO CONVIENE JUGAR CON LAS COSAS
SAGRADAS
El pueblo reconoció que el castigo se había aplicado por haber violado la santidad divina. Dudaban que hubiera alguien en su villa que pudiera atender adecuadamente el arca. En vez de aceptar las posibles bendiciones que vendrían con la estancia de ella en su pueblo, decidieron pasar el mueble mortífero a Quiriat-jearim.
El arca en Quiriat-jearim 7:1–2
El arca había peregrinado de un lugar a otro durante siete meses. Había pasado de Silo a Afec, a Asdod, a Gat, Ecrón, y a Bet-semes. Finalmente reposó en Quiriatjearim, pueblo donde quedó por veinte años después de los cuales David la llevó a Jerusalén (2 Samuel 6).
La última frase del versículo 2 es de mucha importancia: “Y toda la casa de Israel lamentaba en pos de Jehová”. El verbo significa “buscar seriamente”. El tiempo había llegado y el pueblo fue movido por el espíritu de avivamiento. Este cambio en actitud era necesario para que Samuel pudiera comenzar de nuevo su ministerio público (7:3). El silencio se rompió y el avivamiento se inició.
¿QUE APRENDIO ISRAEL?
Cualquier israelita que leyera el libro original de Samuel, aprendería muchas lecciones valiosas acerca de Dios. En estos capítulos se destacan tres atributos divinos.
La soberanía de Dios
Esta cualidad se ve claramente en su dominio sobre su pueblo (4:3), sobre el dios de los filisteos (5:3–12) y sobre la naturaleza (6:10–12)
La fidelidad de Dios
Samuel profetizó que Ofni y Finees morirían el mismo día (2:34) y la fidelidad de Dios se manifestó en 4:11b
La santidad de Dios
Los sucesos con el arca en Bet-semes demuestran esta característica divina en forma muy patente
Por medio de estas lecciones objetivas, el Señor estaba preparando el terreno para el nombramiento del primer rey de Israel, quien como todos los demás, si quería experimentar la bendición de Dios sobre su reinado, tendría que someterse a la soberanía divina, imitar la fidelidad divina y ser santo como él es santo.
Así como se revelaban estas cualidades en relación con el arca del pacto de Jehová en aquel entonces, se manifiestan en nuestra vida por medio del trato a las cosas sagradas.
¡PENSEMOS!
Para poder disfrutar de la bendición divina, el rey de Israel tenía que demostrar concretamente su relación con el Señor por medio de su trabajo al igual que nosotros. ¿Demuestra usted en su vivir diario que sirve al Dios soberano? ¿Sus colegas ven la fidelidad y santidad en todo su comportamiento? Apunte tres ajustes que puede hacer en su conducta esta semana para que su vida refleje más fielmente la imagen de Dios.
Lloyd, R. (1993). Estudios Bı́blicos ELA: El rey verdadero (1ra y 2da Samuel) (21). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.


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