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martes, 1 de noviembre de 2011

Evidencias Cristianas 2: Curso para Obreros y Ministros - NO PARA "REVERENDOS"

Evidencias Cristianas 2: Curso para Obreros y Ministros - NO PARA "REVERENDOS"
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Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 1MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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El teísta afirma que se dispone de evidencia adecuada para probar definiti-vamente que Dios existe. Sin embargo, cuando usamos la palabra “probar”, no queremos sugerir que se puede demostrar científicamente la existencia de Dios del mismo modo que se puede probar que un saco de papas pesa cinco kilos, o que el corazón humano tiene cuatro cámaras internas. Tales asuntos, como el peso de un saco de vegetales o la división dentro de un músculo, son cosas que se pueden verificar empíricamente, usando los cinco sentidos. Y aunque la evidencia empírica frecuentemente es muy útil para establecer la validez de un caso, no es la única manera de probar algo.

Por ejemplo, las autoridades legales reconocen la validez de un caso prima facie, “a primera vista”. Este caso se presenta cuando existe evidencia suficiente para establecer la gran probabilidad que un hecho sea verdadero. A menos que se pueda refutar ese hecho de alguna manera, se considera que ha sido probado fuera de dudas. El teísta sostiene que existe una gran cantidad de evidencia muy fuerte que constituye un caso prima facie invulnerable a favor de la existencia de Dios—un hecho que simplemente no se puede refutar.

Aquí le presentamos una porción de la evidencia que constituye el caso  prima facie a favor de la existencia de Dios.

LA CAUSA Y EL EFECTO—EL ARGUMENTO COSMOLÓGICO
Durante la historia humana, uno de los argumentos más eficaces a favor de la existencia de Dios ha sido el argumento cosmológico (la causa y el efecto), que señala el hecho que el Universo (el cosmos) existe, y por ende, debe tener una explicación.

El Universo existe y es real. Todas las personas racionales—incluyendo a los ateos y agnósticos—deben admitir este punto. Entonces, surge la pregunta, “¿Cómo se originó el Universo?”. Si algo no puede auto-crearse, se dice que es “contingente”, ya que depende en algo externo para explicar su existencia. Por consiguiente, el Universo es una entidad contingente porque no puede causar o explicar su propia existencia. Si el Universo no se creó a sí mismo, debe haber tenido una causa.

Es aquí donde la Ley de la Causa y el Efecto está vinculada firmemente al argumento cosmológico. Según el conocimiento científico, las leyes naturales no tienen excepciones. Desde luego, esto se aplica a la Ley de la Causa y el Efecto, la cual es la ley más universal. La Ley de la Causa y el Efecto declara que todo efecto material debe tener una causa adecuada que le anteceda (es decir, una causa que exista antes del efecto).
No existen efectos materiales sin causas adecuadas. Además, las causas nun-ca ocurren después del efecto.

No tiene sentido hablar de una causa posterior a su efecto, o de un efecto que exista antes de su causa. Además, el efecto nunca es mayor que su causa. Por esta razón los científicos dicen que todo efecto mate-rial debe tener una causa adecuada. Un río no se puede tornar lodoso porque una rana salta en él; un libro no puede caer de una mesa porque una mosca se para sobre él. Estas no son causas adecuadas. Para cualquier efecto que vemos, debemos sugerir causas adecuadas—lo cual nos trae de nuevo a la pregunta anterior: ¿Qué causó al Universo?
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Los Diversos Rostros y Causas de Incredulidad: Evidencias Cristianas - Capacitación para capacitar


Los Diversos Rostros y Causas de Incredulidad: Evidencias Cristianas - Capacitación para capacitar
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Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 1MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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 Los seres humanos son agentes moralmente libres a quienes se les ha sido dado el derecho de tomar sus propias decisiones. Cada persona decide qué quiere vestir, qué quiere comer y dónde quiere ir.


Pero lo más importante es que cada persona decide qué es lo que quiere creer. Un discurso dado por el personaje del Antiguo Testamento Josué, nos permite ver, exactamente, cuán libre es cada uno de nosotros para escoger si quiere creer en Dios. Hablando a la na-ción judía, miles de años atrás, Josué dijo: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses que sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). La idea de Josué no pudo haber sido más clara: los judíos—exactamente como cualquier otra nación y como toda persona individualmente—tenían la libertad de escoger creer, o no creer, en Dios.


No obstante, la libertad siempre conlleva responsabilidad. Con el libre albedrío viene la responsabilidad de pensar cuidadosamente, escoger sabiamente, y actuar enérgicamente. Por tanto, es la responsabilidad de cada ser humano el reconocer, creer, y obedecer a la verdad
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