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martes, 28 de junio de 2016

Sufre conmigo los trabajos por el Evangelio, según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




GÈNESIS DE EL EVANGELIO Y SEPARACIÒN EN EVANGELIOS
EL EVANGELIO Y LOS EVANGELIOS
Los cuatro Evangelios son escritos singulares en su género que, en su conjunto, nos proveen de la única información directa que poseemos sobre la gran intervención salvadora de Dios en el mundo en la persona de su Hijo. 
Es verdad que se hallan unas breves referencias al Cristo en escritos extra-bíblicos del primer siglo, pero no añaden nada a lo que se desprende de la presentación cuádruple del Dios-Hombre en los cuatro Evangelios. 
Pertenecen al género biográfico en cierto sentido, ya que describen el nacimiento y las actividades de Jesucristo; pero hemos de notar que no pretenden presentar vidas completas del Maestro, sino que los autores humanos, bajo la guía del Espíritu Santo, seleccionan ciertos incidentes y enseñanzas que demuestran la realidad de la revelación de Dios en Cristo, sin ninguna intención de agotar el material: cosa que, según el apóstol Juan, habría sido imposible, tanta era la riqueza de obra y palabra del corto período del ministerio del Verbo encarnado en la tierra (Juan 21:25).

Es notable que los cuatro evangelistas describen:
  • la pasión, 
  • la muerte expiatoria y 
  • la resurrección del Señor 
con gran lujo de detalle, por hallarse en esta consumación de la obra de Cristo la esencia misma del EVANGELIO.

Por el hecho de presentar la persona y la obra de Jesucristo, quien es el único fundamento del Evangelio, estos cortos escritos fueron llamados «los Evangelios» por los cristianos del primer siglo. 

Es interesante notar que pronto agruparon los cuatro escritos en un tomo que daban en llamar EL EVANGELIO, de la forma en que coleccionaron las epístolas de Pablo en un tomo llamado EL APÓSTOL. Enlazados estos dos tomos por LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES, disponían ya de la parte más esencial del Nuevo Testamento.
El origen del Evangelio
La palabra «Evangelio», como todos saben, significa «Buenas Nuevas», pero son buenas nuevas muy especiales, ya que se trata del mensaje salvador que Dios se digna hacer llegar al hombre, a pesar de su rebeldía. 

No hemos de buscar el origen último del Evangelio en los libros que estudiamos, ni siquiera en el misterio de la encarnación; tenemos que remontarnos mucho más alto, llegando a los designios eternos del Trino Dios. 

El apóstol Pablo describe en sublimes palabras tanto el origen como la manifestación del Evangelio en 2 Timoteo 1:8–11

«Sufre conmigo los trabajos por el Evangelio, según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos; mas ahora se mostró por la manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, el cual abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio; para el cual fui constituido predicador y apóstol y maestro». 

Este sustancioso pasaje nos señala el origen del Evangelio, su manifestación en Cristo, y su promulgación por los apóstoles, que viene a ser un resumen bíblico del contenido de esta introducción.

En su estilo peculiar, el apóstol Pedro describe también el origen del Evangelio «antes de la fundación del mundo» y su «manifestación al fin de los tiempos» por amor a los escogidos (1 P. 1:18–21). 

El mismo Señor insistió en que su mensaje procedía «de arriba», y que pudo traerse a los hombres solamente por medio de quien «descendió del cielo» (Jn. 3:12–16; comp. 3:30–34).

 Una y otra vez el Maestro recalcó que no proclamaba un mensaje individualista y humano, sino que obraba en perfecta armonía con el Padre (Jn. 8:28; 12:49–50; 6:32–58 etc.), manifestando en el mundo lo que se había determinado en sagrado consejo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

El autor de Hebreos empieza su sublime epístola recordando el hecho de que Dios había hablado anteriormente a los padres por los profetas, en diversos tiempos y maneras, pero «al fin de esos días nos habló en su Hijo». El Hijo no sólo era portavoz de las Buenas Nuevas del Cielo, sino que en su persona, y a través del profundo significado de su obra, era la voz de Dios, era el Evangelio, como también y eternamente es «Camino, Verdad y Vida».

Hay «Evangelio» en el AT, ya que Dios anticipa las bendiciones de la obra redentora de Cristo a los fieles de todos los tiempos, pero la revelación era incompleta aún, y no se había colocado todavía la base histórica que permitiese la operación de la gracia de Dios (Ro. 3:25, 26). Hay destellos de luz, pero aún no se había levantado el sol de justicia que «viniendo en este mundo, alumbra a todo hombre» (Jn. 1:9).
EL EVANGELIO EN CRISTO JESÚS
El Evangelio en la persona y las obras de Jesucristo
Ya hemos notado el gran hecho de que el Evangelio se encarna en la persona de Jesucristo, pero aquí queremos llamar la atención del lector a los medios, aparentemente tan sencillos, que se emplean en los cuatro Evangelios para dar a conocer esta gran verdad. 

Cada evangelista hace su selección de incidentes, sea por lo que recordaba como testigo ocular, sea por investigar los hechos por medio de muchos testigos y ayudado por escritos ya redactados como lo hace Lucas (Lc. 1:1–4). 

Las personas se revelan por lo que dicen y hacen, por las actitudes que adoptan durante el período de observación. No de otra manera se revela el Hijo de Dios a través de los relatos de los Evangelios. Cada nueva obra de gracia y poder, cada contacto con las almas necesitadas, cada reacción contra la hipocresía de los «religionistas» de su día, constituye una nueva pincelada que añade algo esencial al retrato final. 

Así se va revelando la naturaleza y los atributos del Cristo, que luego resultan ser los mismos atributos de Dios, revelados por medio de una vida humana en la tierra: 
  • amor perfecto, 
  • justicia intangible, 
  • santidad inmarcesible, 
  • gracia inagotable, 
  • poder ilimitado dentro del programa divino, y 
  • omnisciencia que penetra hasta lo más íntimo del hombre y hasta el secreto de la naturaleza del Padre (comp. Jn. 2:24, 25 con Mt. 11:27). 
Después de acallar Jesús la tempestad, los discípulos preguntan: «¿Quién, pues, es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?». De hecho la misma pregunta se formulaba, consciente o inconscientemente, tras todas sus obras y palabras, hasta que por fin Tomás Dídimo cayó a sus plantas exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!». 

La intención de revelarse a sí mismo, y al Padre por medio de sí mismo, queda patente en su contestación a Felipe: «¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn. 14:9).

Hemos de distinguir dos facetas de esta maravillosa revelación: 
  1. de la naturaleza de Dios, que ya hemos notado en breve resumen; 
  2. la revelación de la naturaleza de su obra redentora. 
Recogiendo este último punto, rogamos que el lector medite en cualquiera de los milagros de sanidad del Señor. 

Por ejemplo, un leproso «viene a él», lleno de los efectos de la terrible enfermedad. Todos los demás huyen, porque son impotentes ante el mal del prójimo, y quieren sobre todo salvarse a sí mismos del contagio. Sólo Cristo está en pie y escucha el ruego: «Si quieres, puedes limpiarme». 

No sólo pronuncia la palabra de poder que sana al enfermo, sino que extiende la mano para tocar aquella pobre carne carcomida, lo que constituye el primer contacto con otra persona desde que se declaró la enfermedad. 

Mucho más se podría escribir sobre este solo caso, pero lo escrito basta para comprender que llega a ser una manifestación, por medio de un acto específico, del amor, de la gracia, del poder sanador del Señor, que restaura los estragos causados por el pecado. De parte del leproso se pone de manifiesto que hay plena bendición para todo aquel que acude con humildad y fe a las plantas del Señor.
El Evangelio en las palabras de Jesucristo
Cristo es el prototipo de todos los heraldos del Evangelio, puesto que no sólo obra, sino enseña y proclama la Palabra de Dios. 

  1. Juan Marcos empieza su Evangelio de esta manera: «Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios», y más tarde, al empezar a detallar el ministerio del Señor en Galilea, escribe: «Jesús vino a Galilea predicando [proclamando] el Evangelio del Reino de Dios» (Mr. 1:14). 
  2. Mateo resume la obra en Galilea diciendo: «Rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando el Evangelio del Reino» (Mt. 4:23). 
  3. Lucas, después de notar cómo el Señor aplicó a sí mismo la evangélica cita de Isaías 61:1 y 2, en la sinagoga de Nazaret, refiere estas palabras del Señor: «También a otras ciudades es necesario que anuncie el Evangelio, porque para esto soy enviado» (Lc. 4:43). 
Vemos, pues, que aquel que era en sí la misma esencia del Evangelio, y quien lo ilustraba diáfanamente por medio de sus obras, se dedicaba también a su proclamación, ya que «la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios». 

Anunciaba que el Reino de Dios, tanto tiempo esperado, había adquirido un centro, convirtiéndose en realidad espiritual gracias a la presencia del Rey en la tierra, quien vino para quitar las barreras del pecado y hacer posible un Reino fundado sobre el hecho eterno de su persona y sobre la divina eficacia de su obra. 

Hemos de entender la palabra «Evangelio» en sentido amplio, y no sólo como el ruego al pecador que se someta y se salve. Es el resumen de toda la obra de Dios a favor de los hombres que quieren ser salvos, y, desde este punto de vista, toda la enseñanza del Señor que se conserva en los cuatro Evangelios es Evangelio», una maravillosa presentación de lo que Dios quiere que los hombres sepan: mensaje que en todas sus inumerables facetas llama al hombre a la sumisión de la fe y a la obediencia. 

Muchos heraldos ha habido, pero ninguno como él, cuyas palabras eran tan elocuentes y poderosas que hasta los alguaciles enviados a prenderle tuvieron que volver a sus amos diciendo en tono de asombro: «¡Jamás habló hombre alguno como este hombre habla!» (Jn. 7:46).
El Evangelio se funda en la obra de la cruz y la resurrección
Aquí nos corresponde recordar al lector que sólo en el sacrificio del calvario se encuentran tanto el amor como la justicia de Dios y que únicamente allí, a través de la misteriosa obra de expiación, pudieron abrirse las puertas cerradas, dando paso a la gracia de Dios, con el fin de que el pecador, delincuente convicto y sentenciado por sus ofensas en contra de la santa Ley de Dios, fuese justificado y bendecido. 

Satisfecho el principio fundamental de la justicia intangible del Trono de Dios, y sellada la obra por el manifiesto triunfo sobre la muerte, Cristo resucitado llega a ser el tema del Evangelio, el Primero y el Último, el que murió y vive por los siglos de los siglos (Ap. 1:17–18). Se ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio, en el corazón del cual se hallan la cruz y la tumba vacía.
LOS DOCE COMO TESTIGOS DE LA VIDA, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
El entrenamiento de los Doce
Los Doce habían sido discípulos del Señor antes de ser constituidos apóstoles o enviados suyos. 

Marcos nota el momento del llamamiento del Señor en estas palabras: «Y subió Jesús al monte, y llamó a sí a los que él quiso, y fueron a él. Y constituyó doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, con potestad de echar fuera demonios» (Mt. 3:13–15). 

El aspecto más importante de su preparación se indica por la frase «para que estuviesen con él», ya que luego habían de testificar sobre todo de la persona del Señor, que se revelaba, como hemos visto, por cuanto hacía y decía, conjuntamente con sus reacciones frente a los hombres, frente a la historia, y frente a la voluntad de Dios, que era la suya propia, y que había venido para manifestar y cumplir. 

Cada intervención del Señor suscitaba preguntas, que por fin hallaron su contestación en la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»; o según otra confesión suya: «Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Santo de Dios» (Mt. 16:16; Jn. 6:68, 69). 

La verdad en cuanto a la naturaleza divina y humana de Cristo tuvo que ser grabada en el corazón y la mente de los apóstoles por medio de una reiteración de pruebas que nacieron de las mismas circunstancias del ministerio del Señor. El pleno reconocimiento de quién era el Señor—que sólo llegó a ser una convicción inquebrantable después de la resurrección—había de ser el sólido fundamento de todo lo demás. Su excelsa obra dependía de la calidad de su persona, como Dios manifestado en carne y como el «Hijo del Hombre», consumación de la verdadera humanidad y representante de la raza por ser el «Postrer Adán».

Es preciso meditar en la importancia de los Doce como testigos-apóstoles, pues si hubiese faltado aquel eslabón de toda garantía entre la persona de Cristo y su obra salvadora, por una parte, y los hombres que necesitaban saber para creer y ser salvos, por otra, la «manifestación» se habría producido en un vacío, y no habría pasado de ser fuente de vagas leyendas en lugar de una declaración en forma histórica garantizada por el testimonio fidedigno de testigos honrados. 

Más tarde, y precisamente ante el tribunal del sanedrín que condenó al Señor, Pedro y Juan, prototipos de estos testigos-apóstoles, declararon: «No podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:20). 

Hacia el final de su vida, Pedro reiteró: «Porque al daros a conocer la potencia y la venida del Señor nuestro Jesucristo, no seguimos fábulas por arte compuestas, sino que hablamos como testigos oculares que fuimos de su majestad» (2 P. 1:16).

No sólo tomaron buena nota estos fieles testigos de las actividades del Señor Jesucristo, sino que recibieron autoridad suya para actuar como tales, con el fin de que obrasen y hablasen en su Nombre y frente al pueblo de Israel y delante de los hombres en general. 

Como apóstoles tuvieron autoridad para completar el canon de las Escrituras inspiradas—luego se añade Pablo con una comisión algo distinta—, siendo capacitados por el Espíritu Santo para recordar los incidentes y las palabras del ministerio del Señor, como también para recibir revelaciones sobre verdades aún escondidas. 

Este aspecto de su obra se describe con diáfana claridad en los discursos del Cenáculo, capítulos 13 a 16 de Juan, y podemos fijarnos especialmente en Juan 14:25, 26; 15:26, 27; 16:15

El Espíritu Santo actuaba como «testigo divino» a través de los testigos-apóstoles; la manera en que se desarrolló este doble testimonio complementario e inquebrantable se describe sobre todo en Hechos, capítulos 1 a 5, bien que es la base de toda la revelación del NT.
LA TRADICIÓN ORAL
La proclamación apostólica
En primer término, y como base de todo lo demás de su obra, los apóstoles tenían que «proclamar como heraldos» (el verbo griego es kerusso, y la proclamación kerugma) los grandes hechos acerca de la manifestación del Mesías, su rechazo por los príncipes de los judíos, y la manera en que Dios, por medio de sus altas providencias, había cumplido las Escrituras que profetizaban la obra del Siervo de Jehová precisamente por medio de la incredulidad de Israel y el poder bruto de los romanos. 

El trágico crimen del rechazo se volvió en medio de bendición, puesto que los pecados habían sido expiados por el sacrificio de la cruz, y el Resucitado, maravillosamente justificado y ensalzado por Dios, ofrecía abundantes bendiciones a los arrepentidos. 

Sendos y hermosos ejemplos de este «kerugma» se hallan en Hechos 2:14–36; 3:12–26; 10:34–43; 13:16–41

No nos olvidemos de que la predicación del Evangelio ha de ser en primer lugar el anuncio público de lo que Dios hizo en Cristo, pues el alma que no comprende lo que es la cruz y la resurrección, con el valor de la persona del Salvador, carecerá de base donde pueda colocar una fe de confianza, una fe salvadora.
La doctrina de los apóstoles
Con razón los evangélicos, en países donde predomina el romanismo, se ponen en guardia al oír la frase «la tradición oral», pero el estudiante ha de saber que hay «tradición oral» falsa y dañina, como también la hay (o la había) como algo fundamental e imprescindible para la transmisión del Evangelio. 

Roma pretende guardar una «tradición oral» después de la terminación del canon de los escritos inspirados del NT, interpretándola según los dictados autoritarios de la Iglesia, y en último término por el Papa infalible. 

Esta falsa tradición, que se dice existir al lado de los escritos inspirados del NT, permite a Roma interpretar las Escrituras a su manera, desvirtuando lo inspirado y seguro de «la fe entregada una vez para siempre a los santos» a través de los testimonios apostólicos escritos, en aras de unas tradiciones inciertas que se recopilan de los escritos de los «Padres», obras de valor muy desigual. Va sin decir que no admitimos ni por un momento esta pretendida tradición y rechazamos las deducciones que de ella se sacan.

En cambio, si tomamos en cuenta que Marcos, el Evangelio que quizá se redactó primero, corresponde a la última etapa de la vida de Pedro (digamos sobre la década 50–60), queda un hueco de veinte a treinta años entre la Crucifixión y el primer testimonio escrito que ha llegado a nuestras manos. 

Desde luego existían escritos anteriores, como es lógico suponer, y que se mencionan en el prólogo del Evangelio de Lucas (1:1–4), pero mucho del material que ahora hallamos en los cuatro Evangelios tenía que transmitirse en forma oral antes de ponerse por escrito.

Podemos percibir el principio de la etapa de la verdadera «tradición oral» en Hechos 2:42, que describe la vida de la Iglesia que acababa de nacer en Jerusalén como consecuencia de la predicación de Pedro en el día de Pentecostés: «Y perseveraban en la doctrina [enseñanza] de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones». 

Como hemos visto, los apóstoles cumplían su cometido como heraldos del Rey, crucificado, resucitado y glorificado, proclamando el hecho y el significado de la cruz y la resurrección ante las multitudes que se congregaban para oírles en el patio de los gentiles en el área del Templo; pero llevaban a cabo otra labor también: la de instruir a los nuevos hermanos en la fe, y éstos «perseveraban» en estas enseñanzas, o sea, se mostraban diligentes y constantes en aprenderlas. 

Sin duda alguna, los relatos del ministerio de Jesucristo formaban parte importantísima e imprescindible de las enseñanzas de los apóstoles, quienes, ayudados por un círculo de hermanos muy enterados de los detalles de la obra de Cristo, reiteraban una y otra vez los incidentes más destacados y significativos de la vida, subrayando especialmente la gran crisis de la pasión, muerte y resurrección del Señor. 

Aleccionados por el Señor resucitado (Lc. 24:25–27, 44–48), citarían muy a menudo las profecías que se habían cumplido por la obra redentora de Cristo, pero aquí nos interesan las enseñanzas que daban sobre la vida de Jesús.

Tanto las narraciones como los extractos de las enseñanzas del Maestro adquirían, a causa de su constante reiteración, formas más o menos fijas al ser anunciadas y aprendidas muchas veces; este «molde» era ventajoso cuando los «enseñados» repetían las historias a otros, pues servía en parte para salvarlas de las fluctuaciones asociadas con toda transmisión oral. Las formas se fijaron durante los primeros tiempos apostólicos, lo que garantiza su exactitud esencial. 

Es probable que algunos discípulos, con don para la redacción, hayan escrito narraciones del ministerio de Cristo desde el principio, pero, debido a la escasez de materiales de escribano, y la rápida extensión de la obra, es seguro que muchos creyentes habrán tenido que depender de la «tradición oral» durante muchos años.
El paso de la tradición oral a los Evangelios escritos
Escribiendo probablemente sobre los años 57 a 59, Lucas empieza su Evangelio destinado, como veremos, a Teófilo y a un círculo de gentiles cultos, con palabras que echan bastante luz sobre los comienzos de las narraciones evangélicas escritas: «Habiendo emprendido muchos la coordinación de un relato de los hechos que entre nosotros se han cumplido—se trata del ministerio del Señor—tal como nos los transmitieron aquellos que desde el principio fueron testigos oculares de ellos y ministros de la Palabra; hame parecido conveniente también a mí, después de haberlo averiguado todo con exactitud, desde su principio, escribirte una narración ordenada, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la certeza de las cosas en las cuales has sido instruido» (Lc. 1:1–4). 

Aprendemos que por la época en que Lucas empezó a redactar los resultados de sus investigaciones había muchas narraciones que recogían las enseñanzas de los apóstoles que se explicaron al principio por el método catequístico que hemos notado. 

A la sazón, ninguna de aquellas narraciones había adquirido autoridad de «escrito inspirado», aprobado por los apóstoles como el complemento de su misión de «recordar» y transmitir la verdad sobre la persona y la obra del Maestro, pero se acercaba el momento de la selección, por la providencia de Dios y bajo la vigilancia de los apóstoles, de cuatro escritos que habían de transmitir a través de los siglos el retrato espiritual de Cristo y el detalle necesario de su obra.

Según los datos que constan en la breve introducción al Evangelio de Marcos que se hallará en la segunda sección, veremos que hay razones para creer que Juan Marcos recogió en el Evangelio que lleva su nombre las enseñanzas del apóstol Pedro. 

Constituye, pues, un ejemplo claro de cómo la enseñanza de un apóstol se cuaja en forma literaria por la ayuda de un discípulo y amanuense. 

Mateo y Juan redactan principalmente la sustancia de sus propios recuerdos, avivados éstos por el Espíritu Santo. 

Ya hemos visto que Lucas, no siendo testigo ocular de los hechos, se dedicó a una concienzuda labor de investigación, interrogando a testigos, y examinando escritos anteriores, llegando por estos medios a la cima de su hermosa obra; el auxilio del Espíritu Santo no sería menos necesario por tratarse de una labor de paciente investigación. 

Sus estrechas relaciones con Pablo prestarían autoridad apostólica a sus escritos (Lucas y Los Hechos).
El llamado «problema sinóptico»
Los tres primeros Evangelios se llaman «sinópticos» («vista general», o «parecida») por la razón de que, en contraste con el de Juan, presentan la Vida de una forma aproximadamente igual, dentro de las distintas características que estudiaremos. 

Es decir, que reflejan las impresiones de los testigos inmediatos de los hechos, y trazan los movimientos y obras del Señor dentro de una perspectiva cercana e histórica. En cambio Juan, al final de su vida, pone por escrito la Vida según la comprende después de largos años de meditaciones y de revelaciones, elevándola a un plano espiritual. Sus hechos son históricos también, pero su tratamiento de los hechos es personal y espiritual.

Son las interrelaciones de los tres sinópticos lo que ha dado lugar al supuesto «problema», ya que se encuentran muchos incidentes (especialmente aquellos que se relacionan con el ministerio de Galilea) que son casi idénticos en su sustancia y forma. 

Para el que escribe el fenómeno es natural e inevitable si tenemos en cuenta que las primeras tradiciones orales, a causa del método de enseñanza y de reiteración, adoptaron formas más o menos estereotipadas desde el principio, y es natural que guardasen las mismas formas al ser redactadas por escrito. 

Si la semejanza surge de copiar de unos escritos a otros, es interesante—pero no de importancia vital—considerar cuál sería la fuente anterior. De hecho casi toda la sustancia del Evangelio según Marcos se halla en Mateo y Lucas (menos unos cincuenta versículos). 

Obviamente, Mateo y Lucas contienen mucho material que no se halla en Marcos, pero hemos de notar que existen coincidencias entre Mateo y Marcos, diferenciándose los pasajes de Lucas, y también hay coincidencias entre Lucas y Marcos, diferenciándose Mateo. 

También hay material coincidente en Mateo y Lucas que no se halla en Marcos. Surgen las preguntas: ¿tenían delante el Evangelio de Marcos tanto Mateo como Lucas? En este caso, ¿disponían de otra fuente distinta que explicara el material que tienen en común que no se halla en Marcos? Muchos eruditos han afirmado la existencia de tal documento, llamándolo «Q» (alemán = «quelle», «fuente»). 

Por otra parte, es posible que los eruditos pierden el tiempo en buscar «los tres pies al gato», y que de hecho todo se explica por un gran número de «moldes» que daban forma a la tradición oral, que estaban a la disposición de todos, juntamente con las tempranas narraciones que menciona Lucas, sin olvidarnos de la importancia vital de los conocimientos, intereses y propósitos de cada uno de los evangelistas.

Mucho más importante es que podemos percibir la mano de Dios que guiaba y habilitaba a siervos suyos aptos para la delicada tarea, de trascendental valor, de recopilar y redactar, por la ayuda del Espíritu Santo, precisamente los cuatro aspectos de la Vida que nos han sido transmitidos, y en los cuales es evidente aquella calidad espiritual y divina que los eleva por encima de meras biografías o historias.
EL EVANGELIO CUADRIFORME
¿Por qué tenemos cuatro «Evangelios» y no uno solo que reúna en sí la sustancia histórica y didáctica de todos? Se han redactado muchas «armonías» de los Evangelios, siendo la primera y la más importante aquella que publicara Taciano el Sirio, y que se llamaba el Diatessaron (170 d.C.) a causa de sus cuatro componentes. 
Pero este esfuerzo «lógico» y «conveniente» destruye algo de verdadero valor, ya que cada Evangelio presenta una faceta distinta y peculiar de la Vida, por lo que el retrato total gana mucho en definición y en profundidad. 
Para formar una idea del rostro de un «amigo por carta», a quien nunca hemos visto personalmente, ¿qué sería mejor? ¿Que nos mandara una sola fotografía grande «de cara», o cuatro fotos sacadas «de cara», de perfil, de medio perfil, etcétera? Sin duda valdría mucho más la serie de semblanzas desde distintos puntos de vista. 
Así sucede con las maravillosas «fotografías» literarias que son los cuatro Evangelios, pues cada evangelista expone las múltiples glorias y bellezas morales del Dios-Hombre según le fueron reveladas; por lo tanto cada escrito, aun siendo completo en sí, suplementa y complementa los otros tres, presentando los cuatro juntos una perfecta revelación de nuestro Señor Jesucristo. 
Su vitalidad y su veracidad son tales que, aún hoy, después de tantos siglos, al leerlos nos sentimos en la presencia de nuestro divino Maestro, y quedamos hondamente impresionados tanto por el impacto de su persona, como por la fuerza vital de sus palabras, que nos llegan con tanta claridad como si las oyésemos pronunciar ahora mismo.

Tuvimos ocasión de notar arriba que, durante los primeros años del siglo segundo, los cristianos juntaron en un volumen los escritos de los cuatro evangelistas (desgajando «Lucas» de «Los Hechos»), llamando al conjunto EL EVANGELIO. 

Luego cada escrito llegó a conocerse como «El Evangelio según San Mateo, San Marcos, etc. 

Quedó intacto el concepto de un solo Evangelio, bien que presentado según sus distintas facetas por cuatro autores diferentes. 

Los matices que distinguen estos escritos evangélicos se han de detallar en la segunda sección, de modo que no hemos de elaborar más este tema aquí. 

Únicamente ponemos de relieve que contemplamos la misma persona en los cuatro Evangelios, y que el significado de su obra es idéntico en todos. Se trata de distintos puntos de vista, relacionados con la finalidad de cada escrito, y no de Evangelios «diferentes».
LA VERACIDAD DE LOS EVANGELIOS
El testimonio interno del Espíritu
El creyente que ha experimentado en sí mismo el poder vivificador y transformador del Evangelio, ya posee, por el testimonio interno del Espíritu, evidencia muy suficiente de la veracidad y de la eficacia de la Palabra divina; pero, como cristianos y siervos de Dios, nos toca tratar con muchas personas que no han visto «la visión celestial» y, al testificar de la verdad delante de ellos, es necesario que sepamos dar razón de la fe que está en nosotros. 

Por eso conviene saber algo de las pruebas objetivas que se relacionan con la historicidad y la fiel transmisión de los Evangelios, corazón de la Palabra santa y de la fe cristiana.
Evidencia documental
Por «evidencia documental» queremos decir los textos griegos de los cuatro Evangelios que están a la disposición de los traductores y escriturarios en nuestros tiempos. 

Pasaron catorce siglos antes de que los textos pudiesen beneficiarse de la exacta impresión y rápida distribución que se debe a la invención de la imprenta, durante los cuales las copias tenían que hacerse a mano, fuese en frágiles papiros, fuese en costosos pergaminos. 

Los autógrafos de los evangelistas se han perdido, igual que todos los de las obras clásicas de la antigüedad, y hemos de depender en todos estos casos de copias de copias. Pero se puede afirmar, sin posibilidad alguna de contradicción de parte de personas enteradas de estas cuestiones, que no existe obra literaria antigua alguna sobre cuya autenticidad abunden tantas pruebas, sobre todo en el terreno documental. 

Los copistas cristianos, inspirados por su fe, eran mucho más diligentes que los paganos, dedicándose gran número de ellos a sacar copias de los preciosos escritos apostólicos que eran el sustento espiritual de las iglesias de los primeros siglos de la era. 

Como resultado de este santo celo, se catalogan hoy más de 4.000 manuscritos de todo, o de una parte, del N.T., los cuales se hallan diseminados por los museos, bibliotecas y centros de investigación de Europa y de América, revistiéndose algunos de gran antigüedad y autoridad. 

La «crítica textual» bíblica ha llegado a ser una ciencia, a la que dedican sus desvelos centenares de eruditos que pueden discernir el valor de los textos que estudian, y que nos acercan siempre más a la época apostólica. Variantes en detalle existen, pero no es cierto que el texto esté muy corrompido. Al contrario, Sir Frederick Kenyon, director en su tiempo del Museo Británico y autoridad indiscutible en la materia, afirmaba que los textos griegos modernos, que resultan de los afanes de los eruditos, tales como el Nestle revisado, no difieren sino en detalles insignificantes de los autógrafos de los apóstoles y los evangelistas.

De gran valor es el Códice Sinaíticus, que fue hallado por el erudito alemán Tischendorf en el monasterio de Sinaí en 1844, y que ahora constituye uno de los mayores tesoros literarios y bíblicos del Museo Británico. 

Del mismo tipo es el Códice Vaticanus, guardado, como señala su nombre, en la Biblioteca Vaticana, pero ahora a la disposición de los escriturarios. Fueron copiados de excelentes manuscritos durante el siglo iv.

De los papiros muy antiguos, muchos de los cuales han sido sacados a la luz por los arqueólogos en tiempos recientes, puede servir de ejemplo la colección «Chester Beatty», que contiene los cuatro Evangelios, diez de las epístolas paulinas, la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis. Fueron copiados de buenos textos en el siglo iii.

Se guarda en la Biblioteca «John Rylands» de Manchester un fragmento del capítulo 18 de San Juan, muy pequeño, pero muy importante, ya que, según el criterio de los paleógrafos, pertenece a la primera mitad del siglo ii. Uno de ellos, el doctor Guppy, ha dicho que apenas había tenido tiempo de secarse la tinta del autógrafo de S. Juan cuando se sacó la copia a la cual pertenecía este fragmento. Constituye una evidencia incontrastable en favor de la fecha tradicional de la redacción del Evangelio según Juan sobre los años 95 a 100 d.C.

No existen otros documentos antiguos que se apoyen ni con la mínima parte de las pruebas documentales del N.T., y en particular, los cuatro Evangelios.
El testimonio de los escritos cristianos del primer siglo
Los llamados «padres de la Iglesia» eran los líderes de las iglesias que vivieron al fin del siglo i, y a principios del ii, y quienes pudieron haber tenido contacto con los apóstoles. De hecho, el valor de sus escritos fluctúa mucho, pero las referencias en ellos a los libros del NT se revisten de gran importancia evidencial, ya que prueban que los Evangelios—amén de otros libros del canon—fueron conocidos y admitidos como inspirados por los cristianos en la época sub-apostólica. 

Aun cuando no disponemos de los escritos mismos de algunos de ellos, bastantes citas se hallan recogidas en Eusebio: Historia de la iglesia (Editorial Portavoz) (siglo iv).

Papías era obispo de Hierápolis, en Frigia, al principio del siglo ii. Escribió un extenso libro titulado Una exposición de los Oráculos del Señor, que conocemos por los extractos en la obra de Eusebio, y por referencias en el Prólogo antimarcionita; el obispo basó su obra precisamente sobre los cuatro Evangelios. 

Ireneo dice que Papías era discípulo de Juan; por las fechas no hay dificultad en aceptar esta declaración, y por lo demás vivía cerca de Éfeso, la última base del apóstol Juan. Hay evidencia, pues, que se enlaza con la época apostólica.

Ignacio era obispo de Antioquía en Siria, y, en camino a Roma para sufrir el mártirio en el circo (115 d.C.), escribió varias cartas a algunas iglesias en Asia, llenas de citas o de alusiones a los cuatro Evangelios.

Policarpo era obispo de Smirna, donde murió por la fe, ya muy anciano, en el año 156. De él tenemos una hermosa epístola dirigida a la iglesia de Filipos. Por numerosas referencias a Policarpo en los escritos de Ireneo y Eusebio, sabemos que citaba muchos textos de los Evangelios, llamándolos «Las Santas Escrituras» o «Los oráculos del Señor». También en su juventud había conocido a S. Juan.

Justino Mártir, filósofo y apologista cristiano, murió mártir en el año 150; hizo frecuentes referencias a los Evangelios en sus libros apologéticos y su «Diálogo con Trifón el Judío».

Desde los años 150 a 170 aparecen listas de libros del NT ya considerados como canónicos, tanto en el Prólogo antimarcionita, como en el Fragmento muratoriano

Estimulados por la controversia con el hereje Marción, quien rechazaba el AT y publicaba una lista muy restringida de los libros del NT que estaba dispuesto a admitir, los cristianos ortodoxos volvieron a examinar los escritos evangélicos y apostólicos, rechazando algunos otros que se consideraban equivocadamente como inspirados y quedando aproximadamente con la lista que compone nuestro NT de hoy.

En Siria, sobre el año 170, Taciano produjo su «Diatessaron», ya mencionado, que es una armonía de los cuatro Evangelios.

Ireneo. Sólo resta mencionar el testimonio del líder cristiano Ireneo, obispo de Lyon, en Francia, pero oriundo de Asia, discípulo de Policarpo y voluminoso escritor. De importancia especial es su obra Contra herejías, en la que cita constantemente textos sacados de todos los Evangelios.
CONCLUSIÓN
No hay nada pues que apoye la idea muy extendida de que Jesús era un maestro religioso, al cual crucificaron por oponerse a las ideas corrientes en su día, convirtiéndose los escasos datos en cuanto a él en leyendas a través de los siglos por el celo de sus seguidores, quienes llegaron a considerarle como un dios. 
Las evidencias documentales remontan a una época cuando aún vivían muchos de los testigos de su vida, muerte y resurrección, y que daban sencillo testimonio de su persona divina y humana. 
Los cuatro Evangelios son escritos históricos que ofrecen toda garantía a quien busca en ellos la suprema revelación de Dios en Cristo.
COMPRUEBE SU ENTENDIMIENTO
1.     Discurra sobre el origen del Evangelio, su manifestación en el Señor Jesucristo y su proclamación por el Señor.
2.     ¿Cómo fueron entrenados los testigos-apóstoles? Señálese la importancia de su obra como tales y cítense palabras del Señor que indican lo que habían de ser y realizar.
3.     Con referencia a los primeros capítulos de Los Hechos, describa la manera en que los apóstoles cumplieron su cometido como heraldos de Cristo y como enseñadores de la Iglesia.
4.     ¿Qué entiende por «tradición oral» en el verdadero sentido de la palabra? ¿Cómo se concretaron las enseñanzas orales en los cuatro Evangelios reconocidos como autoritativos?
5.     Si alguien le dijera que los Evangelios son producto de la falsa piedad cristiana de los siglos segundo y tercero, ¿cómo le demostraría lo contrario?

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d.C. después de Jesucristo
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martes, 21 de junio de 2016

Éstas señales se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




¿Qué propósitos tuvo Juan para escribir el Evangelio? Las Señales

Juan tuvo un propósito teológico al escribir "SU" Evangelio - comprender las señales

La intención que Juan tenía al escribir el Evangelio es muy clara. Nos dice explícitamente:

«Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30, 31).

Esta declaración de principios dirige nuestra atención hacia las «señales» que Jesús hizo, al hecho de que Juan hace una selección de «todas ellas» y al propósito teológico y evangelístico que dirige todo el libro.

Juan escribe sobre muchos temas:

  • el ministerio de Juan el Bautista, 
  • los discursos de Jesús, 
  • la magnífica historia sobre lo que aconteció en el aposento alto, 
  • la última noche de la vida de Jesús, 
  • historias sobre acontecimientos tanto esperanzadoras como decepcionantes, 
  • llegando al clímax con la pasión y la resurrección. 
Pero al resumirlo todo en una frase, Juan destaca las «señales». Creo que este hecho no implica que Juan considere las señales como la parte más importante del Evangelio. Sin embargo, es evidente que, cuando él quiso aclarar el propósito global, las utilizó.

Las señales

Juan tiene su propia forma de utilizar la palabra «señal».
Es una palabra importante que indica algo que la trasciende. Cuando se usa para hablar de un milagro, se entiende que el hecho no es un fin en sí mismo. Tiene un significado que se completa con otros aspectos, además del milagro.

Por supuesto, Juan no es el único que utiliza este término. Los Sinópticos también lo usan a menudo.

  1. En Mateo lo encontramos trece veces, 
  2. en Marcos siete y 
  3. en Lucas once. 
Sin embargo, más bien lo utilizan para explicar la «señal» que el ángel dio a los pastores de que encontrarían a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre (Lucas 2:12), o la «señal» del cielo que los fariseos pedían a Jesús. (Marcos 8:11).

Jesús condenó a sus contemporáneos como «generación adúltera y perversa» por buscar una señal, y llegó a decir que la única señal que verían sería la del profeta Jonás. Dios había obrado en Jonás y, por lo tanto, él era una «señal». De igual manera que el reluctante profeta estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, Jesús dijo que el Hijo del Hombre estaría «en la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:38–40).

En otra ocasión, cuando los saduceos y los fariseos se unieron para pedirle a Jesús una señal, Él les reprochó que pudieran interpretar la climatología, sabiendo leer en el cielo las señales de buen o mal tiempo, y no pudieran interpretar «las señales de los tiempos». De nuevo, la misma «generación adúltera y perversa» busca una señal, pero no recibirán nada aparte de la «señal de Jonás» (Mateo 16:1–4).

Los discípulos de Jesús podían buscar señales. Le preguntaron: «¿Cuándo sucederá esto y qué señal habrá cuando todas estas cosas se hayan de cumplir?» (Marcos 13:4, cf. Lucas 21:7). Mateo lo expresa de la siguiente manera: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu venida…?» (Mateo 24:3).

En el discurso que Jesús pronunció a continuación no solamente habló de «la señal«, sino de una multiplicidad de grandes señales y maravillas que aparecerían en el tiempo (Mateo 24:24, Marcos 13:22, Lucas 21:25–28), aunque Mateo habla específicamente de «la señal del Hijo del Hombre» que aparecerá en el cielo» (Mateo 24:30).

Puede ser importante notar que la demanda siempre es de una señal, no de señales. Nadie le pide a Jesús que realice una multitud de milagros. La razón que puede explicar este hecho es que «la señal» constituiría una prueba irrefutable de que Él venía de Dios. Nadie menciona qué tipo de señal era la que se esperaba, de modo que aparentemente, no esperaban nada específico que la constituyera.

Sin embargo, la gente pensaba que si ocurriera algo incuestionable que mostrara como un rayo de luz que Jesús era un ser celestial, las cosas estarían más claras. Ése era precisamente el tipo de señal que Jesús se negaba inmediatamente a dar.

Él debía ser reconocido por quién y qué era y por lo que habitualmente hacía. Existían señales para los que tenían ojos para ver, pero no había una actuación deslumbrante que implicara ningún tipo de creencia por parte de los espectadores. La demanda de una señal se fundamenta en la idea de que Dios tenía que actuar de acuerdo con las previsiones de los escribas y de los fariseos, y esto es hacer de él un dios en términos humanos. Por esto Jesús llama a los que demandaban una señal de este tipo una «generación perversa y adúltera».

Las señales en el Evangelio de Juan

Juan utiliza la palabra semeion 17 veces, de las cuales 11 se refieren a milagros de Jesús. Puede ser una referencia general, como la que tenía Nicodemo en la cabeza: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (Juan 3:2). Es importante observar que Nicodemo distingue que los milagros no son un fin en sí mismos (son «señales») y contempla este hecho como una prueba de que Jesús «venía de Dios» (Nicodemo entiende correctamente el significado de «señal»).

Encontramos una actitud parecida en algunos fariseos cuando Jesús sanó al ciego de nacimiento. La opinión de uno de ellos era: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el día de reposo». Pero otros compañeros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?» (Juan 9:16). Esta opinión no se rebatió, pero aquellos que pensaban de otra manera tampoco cambiaron de idea. Los que exteriorizaron las palabras, entendieron que Dios estaba actuando en Jesús, y esto tenía más importancia de lo que los fariseos, en general, no podían entender sino como una violación del día de reposo.

Las señales podían llevar a la gente hacia Jesús, como los 5.000 a los que alimentó con los panes y los peces (Juan 6:2). Acercarse a Jesús por ese motivo no es el ideal, pero Él no rechaza a nadie, incluso a los que se le acercan por tales motivos.

Incluso más adelante se queja de los que vienen a Él con motivos más bajos: «Me buscáis no porque hayáis visto las señales, sino porque habéis comido de los panes y los peces y os habéis saciado» (Juan 6:26).

La fe que se apoya en las señales no es la clase de fe más elevada, pero es de lejos mucho mejor que acercarse a Jesús para obtener una buena comida. Las señales deben provocar la fe, y Jesús acoge a los que reaccionan a ellas creyendo en Él. Esto no significa que buscara hacer una señal que no diera posibilidad a la gente de no creer en Él.

Un poco más tarde en la misma situación le preguntaron: «¿Qué pues, haces tú como señal para que veamos y creamos?». Pero el Jesús del cuarto Evangelio se negaba a realizar tales señales, igual que el Jesús de los Sinópticos.

Las señales podían, y solían, traducirse en fe. Pero nunca fueron el arma que aplastase de manera definitiva a la oposición. Siempre cabía la posibilidad de que la gente se negara a ver la mano de Dios en las señales y que, por lo tanto, no creyeran. Solamente aquellos que estaban abiertos a lo que Dios decía, respondían con fe. Y esas personas querían y respondían de esta manera.

La palabra «señal» en sí misma no tiene necesariamente una connotación sobrenatural.

  • Puede ser utilizada como «una indicación en el paisaje que señala direcciones». Utilizando la palabra en estos términos, 
  • Pablo escribe a los Tesalonicenses que el saludo con su propia mano es «una señal distintiva en todas mis cartas» (2 Tesalonicenses 3:17). 
  • También habla de la circuncisión como una «señal» (Romanos 4:11) y, por supuesto, ésta es una señal divina institucionalizada: Desde antaño Dios instituyó la circuncisión como señal del pacto que hizo con Abraham y sus descendientes (Génesis 17:10–14). Esto nos lleva al uso más característico del término en la Biblia, su uso en conexión con la presencia de Dios. En este caso, puede referirse, como la circuncisión, a algo que Dios ha ordenado y que tiene importancia para la práctica de la religión, o a algo que Dios mismo hace. 
  • Un ejemplo importante y característico es la expresión «señales y milagros» para describir lo que Dios hizo para sacar a Israel de Egipto (Deuteronomio 26:8). Al mismo tiempo que el término no perdió su antigua connotación secular usado para todo aquello que se pueda discernir como importante, llegó a tener un significado especial para los religiosos, una «señal» podía mostrar la actividad de Dios.Es esta «presencia de Dios» la que se busca en los pasajes de Juan donde aparece este término. 
  • Nicodemo se dio cuenta porque cuando se acercó a Jesús le saludó con las palabras: «sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (3:2). Es este momento de la narración, no sabemos a qué señales se está refiriendo Nicodemo.

Dado que Juan solamente ha mencionado la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, no es probable que el fariseo de Jerusalén se refiera a este incidente rural. Pero Juan nos enseña que Jesús hizo un gran número de señales visibles para los habitantes de Jerusalén (2:23), y, evidentemente, Nicodemo había oído hablar de ellas. No solamente había oído hablar de estas señales, sino que supo reconocer su significado. De esta manera estaba reconociendo el origen celestial de Jesús.

Me gustaría pasar a comentar otras cosas que Juan dice sobre Jesús y sobre lo que sus señales nos enseñan. Pero antes de esto, me gustaría recalcar que las señales nos dicen mucho sobre Dios.

Nadie en su sano juicio intentaría minimizar el papel de Jesús en el cuarto Evangelio, pero lo que debe quedar muy claro es que este Evangelio sitúa a Dios en el lugar más alto. A través de estas señales es Dios mismo el que se muestra y actúa. C. K. Barret resalta una importante diferencia entre escritores como Filón y los gnósticos por un lado y Juan por otro.

Tanto Filón como los gnósticos comenzaron entendiendo la naturaleza de Dios: Él debe entenderse como pura bondad o un ser puro, como Omnipotente y, consecuentemente, capaz de hacer cumplir su voluntad. Se preguntan cosas como: «¿Cómo puede un Dios así amar y redimir a criaturas que no merecen ser amadas y que, por lo general, no desean salvarse?». De esta forma desarrollan «elaborados sistemas de mediación» para explicar cómo el Dios por el que postulan puede llevar a cabo estas cosas.

Pero Juan comienza con el Mediador, el Mediador que acerca al pueblo «al Dios de la tradición bíblica quien, a pesar de estar en las alturas, es el Creador de todas las cosas, siempre activo en las cuestiones humanas y siempre listo para morar en aquel que tenga un espíritu apesadumbrado y contrito.

Debe quedar claro que el cuarto Evangelio no es una teoría espiritualizada sobre la naturaleza de Dios y de cómo ese Dios acorta distancias entre Él y su creación. Existe un Mediador, uno que en lo que es y en lo que hace nos revela al mismo Dios. Y el Dios que encontramos en este Evangelio es un Dios que se interesa por su creación, que ama a su pueblo, que nunca abandona a los que ha creado. Este Dios que actúa consigue su propósito a través de Jesús. En la tumba de Lázaro Jesús oró: «para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:42). No estaba buscando nada para Él de la señal que iba a acontecer, buscaba que las personas vieran que Dios le había enviado. Juan hace una vívida descripción de Jesús. Pero también tranquiliza a sus lectores con el Dios vivo.

Las señales nos hablan sobre cómo Dios trabaja y cómo la mano de Dios está presente en ellas. Pero también nos muestran algo sobre Jesús. Según la versión de Juan, las señales eran tan especiales que ni siquiera un hombre piadoso podría hacerlas, a no ser que tuviera una relación muy especial con Dios. Son una indicación de la superioridad de Jesús con respecto a los hombres piadosos, no una prueba de que el lugar de Jesús estuviera entre ellos.

R. Schnackenburg, tras estudiar el significado teológico de las señales, cree que «finalmente nos conduce a asumir una conexión intrínseca entre la encarnación y la revelación de Jesucristo en “señales”, algo que presenta y hace posible». Las señales nos indican lo que Dios hace, pero su objeto es mostrar lo que Dios hace en Jesús, no en toda la humanidad.

Y lo que Dios hace en Jesús es consumar el decisivo acto de la salvación de los pecadores.

  • Se está revelando: gracias a lo que hizo en Jesús sabemos que «Dios es amor» (1 Juan 4:8, 16). 
  • Pero también está expiando, porque su amor implicaba entregar a su propio Hijo «para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Las señales apuntan hacia este acto decisivo. Por esto Alan Richardson puede decir de la primera señal que Juan recoge, la transformación del agua en vino, que «implica un simbolismo muy sugerente, y hay un sentimiento como si todo el Evangelio girara en torno a este hecho». Indica también que en el capítulo 3 Nicodemo «aprende lo inadecuado del Judaísmo y la necesidad de nacer de nuevo en Cristo. 

El significado del milagro de Caná es que el Judaísmo debe ser purificado (cf. Juan 2:6) y transformado para encontrar plenitud en Cristo, el que trae la nueva vida, la vida eterna de Dios que ahora se ofrece al hombre a través de Su Hijo». El significado de una señal individual sólo puede entenderse dentro del gran plan de salvación que Dios lleva a cabo a través de su Hijo. J. D. G. Dunn insiste en ello. Puede decir: «El significado real de los milagros de Jesús es que apuntan hacia su muerte, resurrección y transformación, hacia la transformación producida por un nuevo espíritu, y por lo tanto nos llevan a creer en Jesús el (crucificado) Cristo, el (resucitado) Hijo de Dios». Puede que muchos no estén dispuestos a admitir esta visión de las señales, pero no cabe duda de que el hecho de que ellas apunten hacia la obra salvadora de Jesús no ofrece lugar a dudas.

Es importante resaltar que, a veces, Juan dice que las personas creyeron simplemente por las señales. Éste fue el caso del milagro de las bodas de Caná. Después de esta señal vemos cómo los discípulos «creyeron en Él» (Juan 2:11). No hubo discurso ni enseñanza sobre lo sucedido.

Simplemente fue la señal y después, la fe. Exactamente igual que en la sanación del hijo del oficial del rey. Cuando el oficial del rey supo que su hijo había sanado en Capernaum en el mismo momento en el que Jesús pronunció sus palabras en Cana, «creyó él y toda su casa» (Juan 4:53). De nuevo, sin discursos, Jesús no explica que Dios está en todo el proceso, y tampoco demanda fe. Simplemente hace la señal, que viene seguida de fe.

Había también una diferencia entre algunos de los oponentes de Jesús: los que le preguntaban: «Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?» (Juan 2:18) y los que le decían «¿Qué, pues, haces tú como señal para que veamos y te creamos?» (Juan 6:30).

El primer ejemplo tiene lugar después de limpiar el templo y es una muestra de que, a través de lo que Jesús hizo ese día, estaba mostrando alguna prueba evidente de su carácter divino.

La petición era que Jesús diera pruebas de que Dios estaba en lo que hizo. Si no conseguía probarlo, la conclusión sería que su actividad era meramente humana y por lo tanto no debían prestarle atención. Pero si conseguía producir una «señal», entonces las cosas cambiarían. Sabrían que Dios obraba en Jesús y se darían cuenta de lo que hacía. Ésta era su reclamación.

Pero el segundo pasaje hace dudar de la sinceridad de los oponentes porque la demanda de una «señal» se hizo después de la alimentación de los 5.000, como si este milagro no fuese suficiente señal. Lógicamente, Jesús se queja de su actitud en el discurso que pronunció en aquella ocasión cuando dijo, entre otras cosas: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Juan 6:26).

La satisfacción física de disfrutar de una buena comida podía atraerles, pero eran incapaces de percibir la «señal» que Jesús estaba haciendo. Lo triste es que, además, esta señal nos enseña una gran verdad: que Jesús provee para nuestras necesidades espirituales más profundas y que esta provisión solo se encuentra en Él.

En otra ocasión, Jesús señaló que sus oyentes no creerían a no ser que vieran «señales y prodigios» (Juan 4:48). Buscaban actos espectaculares y milagrosos y, hasta que no los vieran, no verían al Mesías. Preferían elegir ese tipo de actos. Uno piensa que la serie de «señales» recogidas en este Evangelio son una prueba suficiente del poder milagroso, pero los enemigos de Jesús no estaban convencidos.

Con el tiempo llegaron a reconocer que Jesús hacía milagros, incluso aplicaron la palabra «señal» para describirlos: «Este hombre hace muchas señales» (Juan 11:47). Pero aún reconociendo esto, no descubrieron la mano de Dios y seguían dispuestos a enfrentarse a Jesús.

Por supuesto, desde la Antigüedad, personas ajenas al pueblo de Dios realizaron milagros (como los magos egipcios en la época de Moisés), e Israel fue advertida de no dejarse engañar por esta gente ni por sus hechos (Deuteronomio 13:1–5). Evidentemente, los líderes judíos tenían este punto de vista sobre las señales de Jesús: las reconocían como el tipo de cosas que la gente corriente no podía hacer, pero no aprendían nada sobre la persona de Jesús ni sobre su relación con Dios. No acertaron a ver la mano de Dios en todo ello.

En otras palabras, no entendieron nada. R. T. Fortna señala que: «presenciar un milagro, incluso beneficiarse de él y buscar a su autor… y seguir sin entender que se trata de una “señal” es no comprender nada. Una señal, para ser entendida o “vista”, debe ser entendida con todo su sentido teológico».

Algunas personas vieron cómo Jesús alimentaba a una multitud con cinco panes y dos peces, e incluso participaron de la comida, y aún así seguían insistiendo en pedir una señal (Juan 6:30). Habían visto el milagro.

Se habían beneficiado personalmente de él, pero habían fracasado a la hora de entender su significado; no habían sabido entender que Dios estaba actuando en lo que hacía Jesús. No habían sabido entender la señal.

Lo que Juan dice es que deberían haberlo entendido. Lo que Jesús hacía no era simplemente milagroso (Juan nunca utiliza teras, «milagro» para describirlo); era significativo. Los signos o señales no tenían como objetivo mostrar lo bellísima persona que era Jesús, su objetivo era enseñar sobre Dios, mostrar cómo Dios actuaba a través de Jesús, y retarles a responder a esta iniciativa divina con fe.

El problema con los líderes judíos es que no podían ver la mano Dios cuando actuaba delante de ellos. Vieron que había una conexión entre los milagros y la fe: «Este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en Él» (Juan 11:47, 48). Pero negaban tanto la realidad de los milagros como su poder para provocar la fe. Negaban la mano de Dios en ellos. Consideraban solo como obras de poder aquello que debía haberles llevado a la fe (aunque utilizaban la palabra «señal» no entendían su significado). Y dado que los milagros no eran más que obras de poder, el resultado era endurecimiento, no fe.

En un importante pasaje, Juan señala este fracaso como el cumplimiento de una profecía. Dice de Jesús: «Aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio…?» (Juan 12:37, 38).

Juan cita Isaías 53:1, y añade Isaías 6:10. Estaba convencido de que las señales de Jesús apuntaban a Dios, y que la gente debía reconocer esto y actuar en consecuencia. Pero también estaba seguro de que la gente malvada nunca se había distinguido por su obediencia a Dios, como los profetas documentan exhaustivamente. Por esto Juan halla apoyo en Isaías para sus convicciones sobre la lentitud de muchos judíos en aceptar a Jesús. Simplemente estaban viviendo un ejemplo clásico de incredulidad.

A la cita de Isaías le siguen las siguientes palabras: «Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló con Él» (Juan 12:41). La idea de la gloria está específicamente entrelazada con algunas de las señales.

De este modo, en la primera señal Jesús «manifestó su gloria» (Juan 2:11), y cuando le informaron sobre la enfermedad de Lázaro, Él dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (Juan 11:4). Más tarde le dijo a Marta: «¿No te dije que si creías verías la gloria de Dios?» (Juan 11:40). En este Evangelio la gloria es compleja e incluye la idea de la gloria que vemos en la bajeza, para que la cruz sea el lugar donde Jesús es glorificado. Pero además de reconocer todo esto, Juan aclara que es en las señales donde el creyente puede discernir la gloria que de verdad pertenece a Cristo.

Dios no actúa sólo a través de las obras. El evangelista recoge las palabras «de muchos» que se acercaron a Jesús en la zona del país en la que había tenido su ministerio Juan el Bautista, «Juan no hizo ninguna señal» (Juan 10:41). No hay lugar a dudas de que la mano de Dios estaba presente en Juan el Bautista tal y como lo describe el cuarto Evangelio. Dios puede obrar y obra en personas sin necesidad de que tenga que aparecer lo milagroso. Pero Él obró en Jesús de una forma especial; así lo muestran las señales. Y lo que las señales muestran es lo que preocupa especialmente a Juan.

Por lo tanto, es muy importante la forma en la que Juan usa el término «señal». Para él, es un modo de resaltar la mano de Dios en el ministerio de Jesús. Juan no intenta ser comprensivo: simplemente recoge un grupo de señales que muestran lo que hizo Dios en Jesús. Es importante que estas cosas no se entiendan simplemente como milagros. Juan nunca describe lo que hizo Jesús como un teras (milagro).

Para él, el hecho de que el milagro sea inexplicable no es lo importante. Es cierto que un milagro no se puede explicar con premisas humanas, pero a Juan le preocupa más resaltar que lo de verdad importa en un milagro es que lleve el sello de Dios. No olvidemos que Juan el Bautista, que era sin lugar a dudas un hombre piadoso, no hizo ninguna señal. Las señales eran algo especial.

No pertenecían a los hombres piadosos en general, sino a Jesús. Lo que era importante era lo que Dios hacía en Jesús. Él estaba presente en Jesús de una manera en la que no estaba presente en ningún otro ser humano. Esto es lo importante para Juan, y las señales son la prueba de ello.

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domingo, 12 de junio de 2016

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




El AMOR más grande - HERRAMIENTA PARA SALVACIÓN

La obra y los obreros
La Propagación de la Palabra - una obra hermosa
Almas salvadas
Al emprender el estudio del evangelismo personal, antes de considerar CÓMO realizar dicho trabajo, consideremos primero

  1. POR QUÉ, 
  2. DÓNDE y 
  3. CUÁNDO debe realizarse el trabajo personal. 
EN ESTE ESTUDIO RESPONDEREMOS EL ¿POR QUÉ?
En otro post responderemos ¿DÓNDE?, y en otro estaremos tratando el ¿CUÁNDO?

Quizá parezca innecesario para un hijo de Dios considerar estos puntos aun por un momento, y sin embargo, algunos de nosotros quizá no comprendamos por completo la obra que se nos ha encomendado, mientras que para aquellos que quizá comprendan con más amplitud, seguramente no estará fuera de lugar escuchar las palabras de Pedro, en el sentido de despertar “con exhortación vuestro limpio entendimiento.”

¿POR QUÉ?

  1. Porque el Señor lo ordenó.                                                                                             “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.” Marcos 16:15. ¿Podría hijo alguno que ha sido lavado en la sangre del Calvario hacer otra cosa que obedecer? ¿Querría cualquier hijo de Dios que sabe el precio que costó esa sangre hacer otra cosa que obedecer?                                                                                                           Estamos tan inclinados a buscar todo lo bueno que el Señor ha adquirido para nosotros, y que nos ofrece mas                                                                                                  ¿estamos solamente dispuestos a RECIBIR, pero no a DAR?                                      ¿Nos liemos regocijado ante las maravillas de Juan 3:16, para eludir luego las  responsabilidades de 1 Juan 3:16?                                                                                “Muy ocupados,” nos decimos. Y añadimos:                                                              “Muy cansados,”                                                                                                “demasiadas preocupaciones.”                                                                                       Mas ¿estaba el Señor demasiado ocupado en el. cielo para venir a redimir al hombre? ¿Estaba demasiado cansado en circunstancias que se sentaba junto al pozo, para hablar la palabra que hizo acudir a toda una villa a su Dios?                                                         ¿Le impedían las responsabilidades asumidas respecto de la multitud escuchar las palabras del ciego Bartimeo, o debido al apremio no podía satisfacer las necesidades de la mujer que le tocó entre la multitud, o estaba demasiado apresurado para escuchar el llamado de los diez leprosos que se encontraban junto al camino?                        ¿Seremos como los nueve que no retornaron para darle gloria?                       Recordemos que nosotros también somos sólo “samaritanos” y“extranjeros.” De manera que, sabiendo lo que ha hecho por nosotros, glorifiquemos a Dios y démosle gracias obedeciendo Su Palabra.
  2. Porque tenemos un mayordomía que se nos ha encomendado, una responsabilidad de la cual debemos responder ante el Señor.                                                          Hemos estado contemplando el pasado, miremos ahora el futuro, el día que anhelamos, ese día cuando le veremos a nuestro Salvador resucitado, ese día que seguramente no está distante. Hemos recibido a Cristo; estamos edificando sobre el fundamento, fuera del cual no hay otro alguno, pero ¿sobre qué estamos edificando? ¿Qué revelará el fuego? ‘¿Madera, heno, hojarasca?” ¿O será “oro, plata, piedras preciosas” que queremos que se revele? ¿Guardamos nosotros, como el siervo de la parábola, la mina en un pañuelo? Muy pronto veremos a ese “Hombre Noble,” que “partió a una provincia lejos, para tomar para sí un reino, y volver” ¿Le recibiremos con gozo, o con vergüenza? Pensemos por unos momentos LO QUE SIGNIFICARÍA PARA NOSOTROS, SUS HIJOS REDIMIDOS, SI NO ESCUCHÁRAMOS DE LABIOS DEL SEÑOR LAS PALABRAS DE “BIEN, BUEN SIERVO Y FIEL.”
  3. Porque es nuestro PRIVILEGIO.                                                                                Dios no necesitaba al hombre para predicar su mensaje de salvación; podría haber hablado directamente a los corazones individuales; podría haber empleado a los ángeles, el viento, las olas. Todo estaba a sus órdenes. ¿Por qué fué entonces que le pidió al hombre que anunciara su mensaje, al hombre, que había descuidado de tal manera la tarea que se le había encomendado, el hombre que es un ser tan lleno de fracasos, tan débil? Era el método de Dios de ayudar al hombre, dándole la manera mediante la cual podía alcanzar grandes recompensas, un privilegio que se le había conferido. Nada podíamos hacer para alcanzar nuestra salvación. Nos fué dada como un don o dádiva. Mas ahora el Señor ha dejado expedito un camino mediante el cual podemos recibir recompensas por la fidelidad, es decir, gobierno sobre diez ciudades o cinco; pero la mayor recompensa para nosotros todos, estoy seguro, serán las palabras aprobatorias del Señor que dice: “Bien, buen siervo y fiel.” No pensemos de la labor, sino comprendamos que es nuestro gran privilegio, una forma mediante la cual podremos alcanzar su aprobación y dar gloria a su nombre. 
  4. Porque el mundo está perdido.                                                                               Camina por la senda ancha que “lleva a la destrucción.” Algunos que se encuentran en dicha senda viajan por ella de voluntad. La senda angosta que lleva en dirección opuesta les parece muy angosta, muy limitada, restringida. Otros viajan por ella sin saberlo, con dolor, puesto que la otra senda no se les ha sido señalada. Mas ya sea por la ceguera de la ignorancia, o la ceguera de aquéllos que “tienen ojos, y no ven,” es lo mismo, y la destrucción espera a ambos al final del camino. Debemos entonces colocarnos en la encrucijada del camino, señalando la senda que corresponde, y advertir a todos los que están dispuestos a obedecer.
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