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miércoles, 1 de febrero de 2017

Edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Justificación: ANTIGUO TESTAMENTO



La justificación según las Escrituras del Antiguo Testamento


En este estudio «justificación» significa que una persona es considerada y tratada por Dios como libre de toda maldad y poseedora de una santidad perfecta. Tal persona goza del favor y la bendición de Dios. La justificación significa más que el mero perdón de pecados; significa que la persona justificada es considerada como si hubiese cumplido todas las leyes de Dios perfectamente.

Las leyes de Dios son las únicas reglas por las cuales podemos ser justificados o condenados. Entonces debemos decir ciertamente que la justificación no es posible para nosotros, pues todos nosotros hemos quebrantado esas leyes. Entonces, ¿cómo podremos ser justificados? Ese es el tema de nuestro libro. El evangelio de Jesucristo es capaz de resolver el problema.

La Biblia describe dos métodos de justificación:
a) Hubo un tiempo en que un hombre y una mujer vivieron libres de toda maldad. 
Nos referimos a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ellos fueron creados santos, dichosos y libres de todo pecado. Dios les reveló que, obedeciendo a sus mandatos, podían permanecer en ese estado santo y dichoso, justificados por su obediencia. La desobediencia —dijo Dios— resultaría en la pérdida del favor divino y su muerte.

El primer método de justificación, por tanto, era por obediencia al mandato de Dios. Pero este método fue válido solamente para aquellas personas que eran ya santas y sin pecado. Tan pronto como Adán y Eva desobedecieron a Dios, este método de justificación no pudo ayudarles en absoluto. La ley de Dios, quebrantada por su desobediencia, les condenaba como transgresores; nunca les podría justificar, esto es, no les podría declarar santos y libres de maldad.

b) Desde que Adán y Eva cayeron en el pecado por su desobediencia, se hizo imprescindible que la justificación fuera posible para aquellos que ya son pecadores. Un segundo método de justificación fue revelado por Dios cuando Adán y Eva fueron convocados a presentarse delante de él (Gn. 3:14–16).

Las palabras que Dios les habló en aquel entonces significaban que él estaba tomando la justificación de ellos en sus propias manos; que él enviaría a la tierra un Salvador, nacido de mujer, el cual aplastaría el poder de Satanás y que rescataría a los pecadores de las garras de este.

Este primer anuncio del propósito misericordioso de Dios se hizo en unos términos muy generales. Sin embargo, contiene las mismas verdades expresadas tan extensamente en el evangelio del Nuevo Testamento. Este es un método de justificación por la pura gracia de Dios. Un libertador divino habría de venir: Cristo Jesús, quien sufriría por el pecado en lugar del pecador. Dios, soberanamente, se hizo cargo de la justificación de pecadores desvalidos mediante su don misericordioso de la salvación.

Como resultado de la promesa de Dios con respecto a su Salvador, Adán y Eva, y con posterioridad los creyentes del Antiguo Testamento, eran conscientes de tener sentimientos mezclados: por una parte, había en ellos miedo a Dios debido a su desobediencia; pero por otra parte, tenían esperanza en la promesa de liberación hecha por Dios. Estos sentimientos se expresaban por medio de los ritos en los cuales se sacrificaban animales a Dios.

Un animal era sacrificado; su vida, como su sangre, se derramaba. Esto expresaba la certidumbre de la ira de Dios en su juicio. El animal era inocente pero, con todo, era sacrificado como un sustituto por el pecador. Era la expresión de la certeza de la provisión de un libertador divino.

Tales sacrificios en el Antiguo Testamento describían, obviamente de una manera simbólica, la labor de Jesucristo, «el Cordero de Dios» que quitaría el pecado (Jn 1:29). Por ofrecer tal sacrificio y creyendo en su significado, Abel «alcanzó testimonio de que era justo» (He. 11:4). Evidentemente, en aquellos tiempos como ahora, todos los creyentes en el plan de Dios para obtener la salvación por la muerte de un sustituto inocente, eran y son justificados. Los incrédulos que rechazan el plan de salvación de Dios deben permanecer bajo el juicio de Dios por su propio pecado.

En el Diluvio que destruyó a toda la humanidad excepto a Noé y su familia, Dios demostró al mismo tiempo su ira sobre los pecadores que se aferraron a su incredulidad y su justificación a aquellos creyentes obedientes en el arca.

Después del Diluvio la revelación del método de justificación hecha por Dios, proveyendo misericordiosamente el Salvador, vino a ser más evidente. El caso más memorable de esta justificación por gracia en los tiempos de los patriarcas es el de Abraham. Su caso se menciona a menudo en los escritos del Nuevo Testamento como un ejemplo de este segundo método de justificación (Jn. 8:56; Ro. 4:3; Gá. 3:6; Stg. 2:23).

La siguiente época en la historia de la justificación en el Antiguo Testamento fue la introducida por la revelación de la ley dada a Moisés en el Monte Sinaí. El propósito de esta ley era doble: gobernar la vida de los judíos como una nación y educarles para estar preparados para recibir al Salvador prometido, a través de quien, tal como lo entendió Abraham, «todas las familias de la tierra serían bendecidas».

En relación con el primero de estos propósitos, esto es, la ley como guía para la vida nacional, el bienestar físico del pueblo dependía de su obediencia a la ley. En este sentido nacional, su prosperidad dependía de sus propias obras. Se podía pensar que la ley era un «pacto de obras» nacional.

En lo que respecta a la salvación eterna de los que creen, el segundo propósito de la ley era convencer de pecado y así educar a los judíos en preparación para la venida del Salvador. El apóstol Pablo se refiere a la ley en este sentido, para probar la imposibilidad de que alguno sea justificado por guardar la ley, pues esta no puede ser cumplida perfectamente por cristianos pecadores.

La ley, por tanto, no era contraria al método de justificación por el cual Dios misericordiosamente proveía un Salvador. Por el contrario, la ley estaba concebida para contribuir al conocimiento de este método. Todas las ceremonias legales que se ordenaba observar eran símbolos llenos de significado de las cosas espirituales. Todo el ritual de la Iglesia del Antiguo Testamento ilustra los diferentes aspectos de la obra de Cristo el Salvador. De esta manera, el devoto israelita era justificado por pura gracia a través de la fe en un Cristo que había de venir, de la misma manera que lo es el cristiano en los días del Nuevo Testamento, respecto al Cristo ya venido.

Durante el período de la ley, Dios continuamente envió profetas a los judíos para explicarles tanto el significado nacional como el espiritual de su ley. En el tiempo de David y Samuel hubo un incremento considerable en el conocimiento revelado acerca del Mesías que habría de venir. Más tarde, Isaías y otros profetas le describieron con gran detalle. Estas verdades eran la base de la fe de los verdaderos creyentes de la Iglesia judía.

En las primeras páginas de Mateo y Lucas, en el Nuevo Testamento, encontramos a varios auténticos creyentes que esperaban la justificación por medio del cumplimiento por parte de Dios, de su promesa dada mucho tiempo atrás de enviar un Salvador. Zacarías, Elisabet, Simeón, Ana y otros «esperaban la redención en Jerusalén» (Lc. caps. 1 y 2).

El Antiguo Testamento, considerado como un documento de conocimiento de la vida espiritual, no tiene paralelo en ningún otro escrito filosófico ancestral. El Antiguo Testamento está lleno de la verdad del evangelio que enseña que Dios justifica gratuitamente a los pecadores que creen en él. Los apóstoles pudieron basar ampliamente su enseñanza acerca de este método de justificación en las experiencias de Abraham, David y otros creyentes del Antiguo Testamento (Ro. 4; He. 11), solamente porque este evangelio era conocido y creído en los días del Antiguo Testamento.

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martes, 24 de enero de 2017

Convertíos a MÍ con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Tapar la boca para no comer

Tapar La Boca

  I.      Significados en Hebreo y Griego
    A.      Significados      1.      Hebreo - la palabra para ayuno en hebreo es ISUWM, que significa tapar la boca.      2.      Griego - la palabra para ayuno en griego es NESTIS, que significa no comer, abstenerse de comida.
    B.      Una mirada de cerca a estas definiciones      1.      “Tapar la Boca”      Esta frase significa más que simplemente abstinencia de la comida. Ayunar, taparse la boca, significa estar callado, observar cuanto silencio sea posible al mismo tiempo que uno se retiene de comer. Generalmente nuestras bocas son nuestro mayor problema. Nos metemos en problemas cuando hablamos demasiado, así como cuando comemos demasiado. Mientras menos hablamos, estaremos involucrados en menos necedades y pecados. Así que, cuando ayunamos, yo creo que el Señor quiere que nos tapemos la boca en ambos sentidos.           a.      Escrituras relacionadas a cómo nuestras bocas nos meten en problemas:             1.      Salmos 106:33 (Números 27:14)             2.      Eclesiastés 10:14             3.      Proverbios 10:19             4.      Santiago 3:2, 5, 6, 8           Debido a que nuestras palabras son poderosas, podemos poner en peligro nuestro tiempo de ayuno hablando necedades.
           b.      Exhortaciones Bíblicas para tapar nuestras bocas (dejar de hablar)             1.      Job 40:4             2.      Salmos 39:1             3.      Salmos 141:3–4             4.      Eclesiastés 5:1, 2, 6
           c.      Ejemplos de aquellos que abrieron sus bocas mientras ayunaban             1.      1 Reyes 13:1, 8, 9–31             2.      Lucas 18:9, 12–14             3.      Isaías 58:3–5           Dios no puede, ni bendecirá este tipo de actitud.
           d.      Exhortaciones del Señor para nosotros sobre nuestras bocas en relación al ayuno             1.      Isaías 58:9             2.      Mateo 6:16–18             3.      Joel 2:12–14
           El Señor no bendecirá a aquellos que van por todo lado diciendo a todos que están ayunando, o a aquellos que lo hacen por razones vanas. Deberíamos estar callados, ayunando delante del Señor. Dios quiere que nuestros corazones sean rasgados, no nuestros vestidos. Rasgar nuestros vestidos habla de algo religioso, o de hacerlo solo para impresionar a alguien. Taparse la boca habla de un silencio santo en el que caminamos mientras estamos ayunando. No quiere decir que no hablamos en absoluto, pero medimos cuidadosamente nuestras palabras, permaneciendo en el Espíritu.             4.      Joel 1:14             5.      Joel 2:15           Note que somos llamados a una asamblea solemne. La definición de solemne en el diccionario es “sobrio, serio o seriamente”.
           e.      Lo que deberíamos estar haciendo con nuestras bocas mientras ayunamos             1.      Hechos 13:2–3                  a.      Ministrando al Señor                  b.      Oración             2.      Esdras 8:23                  a.      Buscando a Dios             3.      Nehemías 1:4; Joel 2:12; Ester 4:3                  a.      Llorando                  b.      Lamentando             4.      Lucas 2:37–Hechos 14:23                  a.      Oraciones
           Todos los anteriores son aspectos espirituales, todos se relacionan en buscar a Dios. Mientras ayunamos no deberíamos estar involucrados en demasiada conversación innecesaria. Deberíamos estar delante del Señor. Así que, taparse la boca significa no comer, pero en otra dimensión, significa observar un silencio santo, refrenándose de vanas palabrerías.


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miércoles, 13 de julio de 2016

Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre, y nos constituyó en un reino, sacerdotes para Dios su Padre; a él sea la gloria y el dominio para siempre jamás

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La Revelación de Jesucristo

                 Un Libro Muy Atípico
                                                                                                                                Apocalipsis 1
“Nunca profetices”, decía el cómico estadounidense Josh Billings, “porque si tu profecía es errada, nadie lo olvidará; y si profetizas correctamente, nadie lo recordará”.
A través de los siglos las profecías han venido y se han ido; y sin embargo el libro que el apóstol Juan escribió hacia fines del primer siglo todavía está con nosotros. 
Puedo recordar que lo leía cuando niño, y me preguntaba de qué trataba. Incluso hoy, con muchos años de estudio concentrado a mis espaldas, todavía me fascinan su mensaje y sus misterios.
En Apocalipsis 1, Juan presenta su libro y nos da la información esencial para apreciar y entender esta profecía.
  El título   (Apocalipsis 1:1a)
La palabra “apocalipsis”, desdichadamente, hoy es sinónimo de caos y catástrofe. El verbo en griego simplemente significa quitar la cubierta, revelar, hacer manifiesto. En este libro el Espíritu Santo levanta el telón y nos da el privilegio de ver al Cristo glorificado en el cielo y el cumplimiento de sus propósitos soberanos en el mundo.
En otras palabras, Apocalipsis es un libro abierto en el cual Dios revela sus planes y propósitos para su iglesia. 
Cuando Daniel terminó de escribir su profecía, recibió la instrucción: “cierra las palabras y sella el libro” (Daniel 12:4); pero a Juan se le dan las instrucciones opuestas: “No selles las palabras de la profecía de este libro” (Apocalipsis 22:10). 
¿Por qué? Desde el Calvario, la resurrección y la venida del Espíritu Santo, Dios ha dado paso a los “postreros días” (Hebreos 1:1–2) y el cumplimiento de sus propósitos ocultos en este mundo. “El tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3; 22:10).
La profecía de Juan es primordialmente la revelación de Jesucristo, y no la revelación de sucesos futuros. No hay que divorciar a la Persona de la profecía, porque sin la Persona no puede haber cumplimiento de la profecía. 
“Él no es incidental a la acción”, escribió el Dr. Merrill Tenney, “Él es el Tema principal”. En Apocalipsis 1–3, a Cristo se le ve como el exaltado Sacerdote y Rey ministrando a las iglesias. 
En Apocalipsis 4–5, se le ve en el cielo como el glorificado Cordero de Dios, reinando en el trono. En Apocalipsis 6–18, Cristo es el Juez de toda la tierra; y en Apocalipsis 19, él vuelve a la tierra como el Rey de reyes vencedor. El libro concluye con el Esposo celestial escoltando a su esposa, la iglesia, a la gloriosa ciudad celestial.
Sea lo que sea que hagas al estudiar este libro, conoce mejor al Salvador.
  El autor   (Apocalipsis 1:1b–2, 4, 9; 22:8)
El Espíritu Santo utilizó al apóstol Juan para darnos tres clases de literatura inspirada: el Evangelio de Juan, las tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Sus propósitos se pueden bosquejar como sigue:
        Evangelio                                    Epístolas                                Apocalipsis  Crean, Apoc 20:31                     Estén seguros, 1 Juan 5:13     Estén listos, Apoc 22:20  Vida recibida                              Vida revelada                          Vida recompensada  Salvación                                     Santificación                                Soberanía  El Profeta                                     El Sacerdote                                   El Rey
Juan escribió Apocalipsis alrededor del año 95 d. de C. durante el reinado del emperador romano Tito Flavio Domiciano. El emperador había exigido que se le adorara como “Señor y Dios”, y la negativa de los creyentes a obedecer su edicto llevó a severa persecución. 
La tradición dice que fue Domiciano quien envió a Juan a la isla de Patmos, una colonia penal romana fuera de la costa de Asia Menor. Siendo este el lugar del exilio de Juan, tal vez no sorprende que la palabra “mar” se halle veintiséis veces en este libro.
Durante el ministerio terrenal de Cristo, Juan y su hermano Jacobo le pidieron a Jesús lugares especiales de honor junto a su trono. El Señor les dijo que tendrían que hacer méritos para sus tronos al participar en sus sufrimientos. 
Jacobo fue el primer apóstol que murió como mártir (Hechos 12:1–2); Juan fue el último de los apóstoles que murió, pero sufrió en Patmos antes de su muerte. (Ve Mateo 20:20–23.)
¿Cómo le da el Señor el contenido de este libro a su siervo? De acuerdo a Apocalipsis 1:1–2, el Padre le dio la revelación al Hijo, y el Hijo se la dio al apóstol, usando “su ángel” como intermediario. 
  • A veces Cristo mismo le dio la información a Juan (Apocalipsis 1:10 en adelante); 
  • a veces fue un anciano (Apocalipsis 7:13); y 
  • a menudo fue un ángel (Apocalipsis 17:1; 19:9–10). 
  • A veces “una voz del cielo” le dijo a Juan qué decir y hacer (Apocalipsis 10:4). 
El libro vino de Dios a Juan, sin que importen cuáles fueron los varios medios de comunicación; y todo fue inspirado por el Espíritu.
La palabra “declaró” (Apocalipsis 1:1) es importante; quiere decir mostrar mediante una señal. En Apocalipsis el sustantivo se traduce como “señal” (Apocalipsis 15:1), “gran señal” (Apocalipsis 12:1, 3), y “señales” (Apocalipsis 19:20). 
Esta es la misma palabra que se usa en el Evangelio de Juan para los milagros de Jesucristo, porque sus milagros fueron eventos que llevaban un mensaje espiritual más profundo que simplemente la exhibición de poder. Al estudiar Apocalipsis, espera encontrar gran cantidad de simbolismo, mucho del mismo relativo al Antiguo Testamento.
¿Por qué usó Juan simbolismo? Por un lado, este tipo de “código espiritual” lo entendían sólo los que conocían a Cristo personalmente. 
Si los oficiales romanos hubieran tratado de usar Apocalipsis como evidencia contra los cristianos, el libro habría sido un acertijo y un enigma para ellos. Pero incluso una razón mayor es que el simbolismo no se debilita con el tiempo. 
Juan pudo echar mano de grandes imágenes en la revelación de Dios y compilarlas en un drama emocionante que por siglos ha animado a los santos perseguidos y sufrientes. Sin embargo, no debes concluir que el uso de simbolismo por parte de Juan indica que los sucesos descritos no son reales. ¡Son reales!
Hay una tercera razón por la que Juan usó simbolismo: los símbolos no sólo llevan información, sino también imparten valores y despiertan emociones. Juan podía haber escrito: “un dictador gobernará el mundo”, pero más bien describió una bestia. El símbolo dice mucho más que el mero título de “dictador”. En lugar de explicar un sistema mundial, Juan simplemente presentó a “Babilonia la grande” y contrastó la “ramera” con la “esposa”. El nombre “Babilonia” llevaría profunda verdad espiritual a los lectores que conocían el Antiguo Testamento.
Al estudiar el simbolismo que usa Juan, sin embargo, debemos tener cuidado para no permitir que nuestras imaginaciones se desboquen. Los símbolos bíblicos son consistentes con la revelación bíblica entera. Para algunos símbolos se nos da la explicación (Apocalipsis 1:20; 4:5; 5:8); otros se entienden por el simbolismo del Antiguo Testamento (Apocalipsis 2:7, 17; 4:7); y algunos símbolos no se explican para nada (la “piedrecita blanca” en Apocalipsis 2:17). ¡En Apocalipsis se hallan casi 300 referencias al Antiguo Testamento! Esto quiere decir que debemos anclar nuestras interpretaciones en lo que Dios ya ha revelado, para que no interpretemos mal este importante libro profético.
  Los lectores   (Apocalipsis 1:3–4)
Aunque el libro fue enviado originalmente a siete iglesias locales y reales en Asia Menor, Juan indica con claridad que todo creyente puede leerlo y beneficiarse del mismo (Apocalipsis 1:3). Es más, Dios prometió una bendición especial para el que lea el libro y obedezca su mensaje. (El verbo “leer” quiere decir leer en voz alta. Apocalipsis primero se leía en voz alta en reuniones de la iglesia local.) El apóstol Pablo había enviado cartas a siete iglesias: 

  1. Roma, 
  2. Corinto, 
  3. Galacia, 
  4. Éfeso, 
  5. Filipos, 
  6. Colosas y 
  7. Tesalónica; 
Y ahora Juan envía un libro a siete iglesias diferentes. Al principio del libro él tiene un mensaje especial de Cristo para cada iglesia.
Juan no envió este libro de profecía a las asambleas a fin de satisfacer la curiosidad de ellos en cuanto al futuro. El pueblo de Dios estaba atravesando intensa persecución y necesitaba estímulo. Al oir este libro, su mensaje debía darles fuerza y esperanza. Pero incluso más, su mensaje les ayudaría a examinar sus propias vidas (y la de cada asamblea local) para determinar cuáles aspectos necesitaban corrección. Ellos no debían sólo oír la Palabra, sino también guardarla; es decir, conservarla como tesoro y practicar lo que decía. La bendición vendría, no sólo por oír, sino incluso más al hacer (ve Santiago 1:22–25).
Vale la pena notar que hay siete “bienaventuranzas” en Apocalipsis: Apoc 1:3; Apoc 14:13; Apoc 16:15; Apoc 19:9; Apoc 20:6; Apoc 22:7, 14. 
El número siete es importante en este libro porque significa plenitud o estar completo. En Apocalipsis, Dios nos dice cómo él va a completar su gran obra y dar paso a su reino eterno.
En Apocalipsis hallarás:

  1.  Siete sellos (Apocalipsis 5:1), 
  2. Siete trompetas (Apocalipsis 8:6), 
  3. Siete copas (Apocalipsis 16:1), 
  4. Siete estrellas (Apocalipsis 1:16), y 
  5. Siete candeleros (Apocalipsis 1:12–20). 
Otros “sietes” en el libro los consideraremos al llegar a ellos en este estudio.
Los mensajes especiales a cada una de las siete iglesias se dan en Apocalipsis 2–3. Algunos ven en estas siete iglesias un panorama de la historia de la iglesia cristiana, desde los tiempos apostólicos (Éfeso) a los días apóstatas del siglo veinte (Laodicea). 
Aunque estas iglesias pueden ilustrar varias etapas en la historia de la iglesia, probablemente esa no fue la principal razón por la que estas asambleas en particular fueron seleccionadas. Más bien, estas cartas nos recuerdan que la Cabeza exaltada de la iglesia sabe lo que pasa en cada asamblea, y que nuestra relación con él y su Palabra determina la vida y el ministerio del cuerpo local.
Ten presente que las iglesias de Asia Menor estaban enfrentando persecución y era importante que se relacionaran apropiadamente con el Señor y unas con otras. Se las describe como siete candeleros separados, cada uno dando luz en un mundo oscuro (Filipenses 2:15; Mateo 5:14–16). 
Mientras más oscuro el día, más debe brillar la luz; desdichadamente existían situaciones por lo menos en cinco de estas asambleas que requerían corrección para que su luz resplandeciera en forma brillante. Al leer Apocalipsis 2–3 notarás que el Señor siempre les recuerda quién es él, y les anima a ser “vencedores”.
Es más, la promesa de la venida de Jesucristo debe ser para todos los creyentes, en toda época, una motivación a la obediencia y consagración (Apocalipsis 1:3, 7; 2:5, 25; 3:3, 11; 22:7, 12, 20; ve también 1 Juan 1:1–3). Ningún creyente debe estudiar la profecía meramente para satisfacer su curiosidad. Cuando Daniel y Juan recibieron las revelaciones de Dios en cuanto al futuro, ambos cayeron como muertos (Daniel 10:7–10; Apocalipsis 1:17). ¡Quedaron abrumados! Necesitamos abordar este libro como personas llenas de asombro y que adoran, y no como estudiantes académicos.
  La dedicatoria   (Apocalipsis 1:4–6)
“Si no dejas de escribir libros”, le dijo un amigo a Vargas Llosa, “¡se te van a acabar las personas a quienes dedicarlos!”. Apreció el elogio, pero no concordó con el sentimiento. ¡Juan no tuvo problemas para saber a quién debía dedicar el libro! Pero antes de escribir la dedicatoria, les recordó a sus lectores que era el trino Dios que los había salvado y los guardaría al enfrentar las pruebas de fuego del sufrimiento.
A Dios Padre se le describe como el Eterno (ve Apocalipsis 1:8; 4:8). Toda la historia es parte de su plan eterno, incluyendo la persecución que el mundo lanza contra la iglesia. Luego, al Espíritu Santo se le ve en su plenitud, porque no hay siete espíritus, sino uno. La referencia aquí probablemente es a Isaías 11:2.
Finalmente, a Jesucristo se le ve en su oficio triple como Profeta (testigo fiel), Sacerdote (primogénito de los muertos), y Rey (soberano de los reyes de la tierra). “Primogénito” no quiere decir el primero resucitado de los muertos, sino el más alto de los resucitados de los muertos. “Primogénito” es un título de honor (ve Romanos 8:29; Colosenses 1:15, 18).
Pero de las tres Personas de la Trinidad, es sólo a Jesucristo a quien se dedica este libro. ¿La razón? Por lo que él ha hecho por su pueblo. Para empezar, él nos ama (tiempo presente en la mayoría de manuscritos). 
Esto es paralelo al énfasis del Evangelio de Juan. También él nos lavó de nuestros pecados, o, como algunos textos dicen, nos libró de todos nuestros pecados. Esto es paralelo al mensaje de las Epístolas de Juan (ve 1 Juan 1:5 en adelante). Como máximo galardón, Cristo nos ha hecho sacerdotes de su reino, y este es el principal énfasis de Apocalipsis. 
Hoy, Jesucristo es el Sacerdote-Rey como Melquisedec (Hebreos 7), y nosotros estamos sentados con él en su trono (Efesios 2:1–10).
En su amor Dios llamó a Israel a que fuera un reino de sacerdotes (Éxodo 19:1–6), pero los judíos le fallaron a Dios, y por eso les fue quitado el reino (Mateo 21:43). Hoy, el pueblo de Dios (la iglesia) son sus reyes y sacerdotes (1 Pedro 2:1–10), ejerciendo autoridad espiritual y sirviendo a Dios en este mundo.
  El tema   (Apocalipsis 1:7–8)
El tema primordial del libro de Apocalipsis es el retorno de Jesucristo para derrotar todo mal y establecer su reino. Es definitivamente un libro de victoria y a su pueblo se le ve como “vencedores” (ve Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21; 11:7; 12:11; 15:2; 21:7). En su primera epístola Juan también llama al pueblo de Dios “vencedores” (1 Juan 2:13–14; 4:4; 5:4–5). 
A los ojos de la incredulidad, Jesucristo y su iglesia están derrotados en este mundo; pero por los ojos de la fe, él y su pueblo son verdaderos vencedores. Como Pedro Marshall dijo una vez: “Es mejor fallar en una causa que a la larga triunfará, que triunfar en una causa que a la larga fracasará”.
La afirmación en Apocalipsis 1:7: “He aquí que viene con las nubes”, describe el retorno de nuestro Señor a la tierra, y se amplía en Apocalipsis 19:11 en adelante. Esto no es lo mismo como su retorno en el aire para arrebatar a su pueblo (1 Tesalonicenses 4:13–18; 1 Corintios 15:51 en adelante). 
Cuando él venga para arrebatar a su iglesia, vendrá “como ladrón” (Apocalipsis 3:3; 16:15) y sólo los que han nacido de nuevo le verán (1 Juan 3:1–3). El suceso que se describe en Apocalipsis 1:7 lo presenciará todo el mundo, y especialmente la nación arrepentida de Israel (ve Daniel 7:13; Zacarías 12:10–12). Será público, y no secreto (Mateo 24:30–31), y marcará el punto máximo del período de la tribulación descrito en Apocalipsis 6–19.
Personas consagradas que estudian la Biblia no siempre han concordado en cuanto al orden de eventos que conducen al establecimiento del reino eterno de Dios (Apocalipsis 21–22). 
Personalmente estoy convencido de que el próximo suceso en el calendario de Dios es el arrebatamiento, cuando Cristo volverá en el aire y llevará a su iglesia a la gloria. 
La promesa de Cristo a la iglesia en Apocalipsis 3:10–11 indica que la iglesia no atravesará la tribulación, y Pablo respalda esto en 1 Tesalonicenses 1:10; 5:9–10. Para mí es significativo que no hay mención de la palabra “iglesia” entre Apocalipsis 3:22 y 22:16.
Después de que tenga lugar el arrebatamiento de la iglesia, tendrán lugar los sucesos descritos en Apocalipsis 6–19: 
  1. La tribulación, 
  2. El surgimiento del “hombre de pecado”, 
  3. La gran tribulación (la ira de Dios) y 
  4. La destrucción del gobierno mundial hecho por el hombre y entonces 
  5. El retorno de Cristo a la tierra para establecer su reino. 
Daniel indica que este período de problemas mundiales durará siete años (Daniel 9:25–27). En todo el libro de Apocalipsis hallarás medidas de tiempo que coinciden con este lapso de siete años (Apocalipsis 11:2–3; 12:6, 14; 13:5).

Los títulos que se le dan a Dios en el versículo 8 dejan en claro que él ciertamente puede cumplir sus propósitos divinos en la historia de los seres humanos. 
  • Alfa y Omega son la primera y última letras del alfabeto griego; así que, Dios está en el principio de todas las cosas y también en el fin. 
  • También es el todopoderoso, capaz de hacer cualquier cosa. Todopoderoso es un nombre clave para Dios en Apocalipsis (1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22).
A Dios Padre se le llama “el Alfa y la Omega” en Apocalipsis 1:8 y 21:6; pero el nombre también se aplica a su Hijo (Apocalipsis 1:11; 22:13). Este es un fuerte argumento para la deidad de Cristo. De igual manera, el título “el primero y el último” se remonta a Isaías (Isaías 41:4; 44:6; 48:12–13) y es otra prueba de que Jesús es Dios.
  La ocasión   (Apocalipsis 1:9–18)
El libro nació de:
  1. La profunda experiencia espiritual de Juan mientras estaba exiliado en Patmos.
  2. Lo que Juan oyó (vs. 9–11). En el día del Señor, Juan oyó una voz como de trompeta detrás de él. ¡Era Cristo hablando! Hasta donde sabemos, el apóstol no había oído la voz de su Señor desde que Cristo había retornado al cielo más de sesenta años antes. El Señor comisionó a Juan a que escribiera este libro y lo enviara a las siete iglesias que el Señor había seleccionado. Más adelante Juan oiría otra voz como de trompeta, llamándolo al cielo (Apocalipsis 4:1). (Algunos relacionan esto con 1 Tesalonicenses 4:13–18 y ven el “arrebatamiento” de Juan como un cuadro del arrebatamiento de la iglesia.)
  3. Lo que Juan vio (vs. 12–16). Juan vio una visión de Cristo glorificado. Apocalipsis 1:20 indica con claridad que no debemos interpretar esta visión en forma literal, porque está compuesta de símbolos. Los siete candeleros representan a las siete iglesias que recibirían el libro. Cada iglesia local es la portadora de la luz de Dios en este mundo oscuro. Compara esta visión con la de de Daniel (Daniel 7:9–14). Los vestidos de Cristo son los del Juez y Rey, uno con honor y autoridad. El cabello blanco simboliza su eternidad, “el Anciano de días” (Daniel 7:9, 13, 22). Sus ojos lo ven todo (Apocalipsis 19:12; Hebreos 4:12), permitiéndole juzgar con justicia. Sus pies de bronce bruñido también sugieren juicio, puesto que el altar de bronce era el lugar en donde el fuego consumía la ofrenda por el pecado. El Señor había venido a juzgar a las iglesias, y también juzgaría al sistema perverso del mundo. 
El “estruendo de muchas aguas” (Apocalipsis 1:15) ¡me hace pensar de las cataratas de Niágara! Tal vez dos ideas están sugeridas aquí: 
  1. Cristo reúne todos los “arroyos de revelación” y es la “última Palabra” del Padre para el hombre (Hebreos 1:1–3); 
  2. Él habla con poder y autoridad, y se le debe oír. La espada de su boca por cierto representa la Palabra viviente de Dios (Hebreos 4:12; Efesios 6:17). Él pelea contra sus enemigos usando su Palabra (Apocalipsis 2:16; 19:19–21).
Apocalipsis 1:20 nos informa que las siete estrellas en su mano representan a los ángeles (“mensajeros”, ve Lucas 7:24 en donde la palabra griega se traduce así), o tal vez pastores de las siete iglesias. Dios tiene a sus siervos y los coloca donde él quiere que “brillen” por él. En Daniel 12:3 a los sabios ganadores de almas se les compara con estrellas brillantes.
El rostro brillante del Señor nos recuerda su transfiguración (Mateo 17:2) y también la profecía de Malaquías 4:2 (“nacerá el Sol de justicia”). En el Antiguo Testamento el sol es una imagen común de Dios (Salmo 84:11), recordándonos no sólo de bendición, sino también juicio. ¡El sol puede quemar tanto como bendecir!
Esta visión de Cristo fue totalmente diferente en apariencia del Salvador que Juan conoció “en la carne” cuando el Señor ministraba en la tierra. Él no era el manso carpintero judío del cual los sentimentalistas gustan cantar. Es el Hijo de Dios resucitado, glorificado y exaltado, el Sacerdote-Rey que tiene autoridad para juzgar a todos los hombres, empezando con su propio pueblo (1 Pedro 4:17).
Lo que Juan hizo (vs. 17–18). ¡Cayó a los pies del Señor como si estuviera muerto! ¡Y éste es el apóstol que recostaba al lado de Jesús! (Juan 13:23). Una visión del Cristo exaltado puede producir sólo asombro y temor (Daniel 10:7–9). Necesitamos esta actitud de respeto hoy, cuando tantos creyentes hablan y actúan con indebida familiaridad hacia Dios. 
La respuesta de Juan ilustra lo que Pablo escribió en 2 Corintios 5:16: “Aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”. Juan ya no está acurrucado junto al corazón del Señor, relacionándose con él como lo había hecho antes.
El Señor aquietó a Juan tocándole y hablándole (nota Daniel 8:18; 9:21; 10:10, 16, 18). “¡No temas!” es un gran estímulo para todo hijo de Dios. 
  • No tenemos que temer la vida, porque él es “el que vive”. 
  • No tenemos que temer la muerte, porque él ha muerto y está vivo, habiendo vencido a la muerte. 
  • Y no tenemos que temer la eternidad porque él tiene las llaves del Hades (el mundo de los muertos) y de la muerte. El que tiene las llaves es el que tiene autoridad.
Al principio de este libro Jesús se presentó a su pueblo en gloria majestuosa. Lo que la iglesia necesita hoy es una nueva consciencia de Cristo y su gloria. Necesitamos verle “alto y sublime” (Isaías 6:1). Hay una peligrosa ausencia de asombro y adoración en nuestras asambleas hoy. Nos jactamos de valernos por nosotros mismos, en lugar de quebrantarnos y caer a los pies del Señor. Por años Evans Roberts oró: “¡Doblégame! ¡Doblégame!” y cuando Dios contestó, resultó el gran avivamiento galés.
  El bosquejo   (Apocalipsis 1:19)
Hasta donde sabemos, el libro de Apocalipsis es el único libro de la Biblia que contiene un bosquejo inspirado de su contenido. 
  1. “Las cosas que has visto” se refiere a la visión en Apocalipsis 1. 
  2. “Las cosas que son” se refiere a Apocalipsis 2–3, los mensajes especiales a las siete iglesias. 
  3. “Las cosas que han de ser después de estas”, cubre los sucesos que se describen en Apocalipsis 4–22. Lo que Juan oyó en Apocalipsis 4:1 substancia esta interpretación.
En repaso, podemos resumir las características básicas de este libro asombroso como sigue:
  1. Es un libro Cristocéntrico. Con certeza, todas las Escrituras hablan del Salvador; pero el libro de Apocalipsis magnifica en forma especial la grandeza y gloria de Jesucristo. El libro es, después de todo, la revelación de Jesucristo y no simplemente la revelación de sucesos futuros.
  2. Es un libro abierto. A Juan no se le dijo que sellara el libro (Apocalipsis 22:10) porque el pueblo de Dios necesita el mensaje que contiene. Apocalipsis se puede entender, a pesar del hecho de que contiene misterios que tal vez nunca se comprendan sino cuando nos veamos ante el trono de Dios. Juan envió el libro a las siete iglesias de Asia Menor con la expectación de que, cuando los mensajeros lo leyeran en voz alta, los santos oyentes entenderían lo suficiente de su verdad como para recibir gran estímulo en sus propias situaciones difíciles.
  3. Es un libro lleno de símbolos. Los símbolos bíblicos son eternos en su mensaje y sin límite en su contenido. Por ejemplo, el símbolo de “Babilonia” se origina en Génesis 10–11, y su significado crece conforme uno lo rastrea en todas las Escrituras, llegando a su clímax en Apocalipsis 17–18. Lo mismo es cierto de los símbolos de “el Cordero” y “la esposa”. Es emocionante profundizar más en los ricos significados que llevan estos símbolos.
  4. Es un libro de profecía. Esto se indica en forma definitiva en Apocalipsis 1:3; 22:7, 10, 18–19; nota también Apocalipsis 10:11. Las cartas a las siete iglesias de Asia Menor tratan de necesidades inmediatas de esas asambleas, necesidades que todavía hay en las iglesias de hoy; pero el resto del libro se dedica casi por entero a revelaciones proféticas. Fue al ver presentado al Cristo victorioso que los creyentes perseguidos hallaron estímulo para su difícil tarea de testificar. Cuando se tiene la certeza del futuro, se tiene estabilidad en el presente. Juan mismo estaba sufriendo bajo la mano de Roma (Apocalipsis 1:9), así que el libro brotó de la aflicción.
  5. Es un libro con una bendición. Ya hemos notado la promesa en Apocalipsis 1:3, así como también las otras seis “bienaventuranzas” esparcidas en todo el libro. No basta simplemente oír (o leer) el libro; debemos responder de corazón a su mensaje. Debemos tomar el mensaje personalmente y decir un firme “¡amén!” a lo que dice. (Nota los muchos “amén” en el libro: Apocalipsis 1:6–7, 18; 3:14; 5:14; 7:12; 19:4; 22:20–21.)
  6. Es un libro pertinente. Juan escribió sobre “las cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 1:1) porque “el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3). (Nota también Apocalipsis 22:7, 10, 12, 20.) La expresión “en breve” no quiere decir pronto o de inmediato, sino rápido, vertiginosamente. Dios no mide el tiempo como nosotros (2 Pedro 3:1–10). Nadie sabe cuándo va a volver nuestro Señor; pero cuando él empiece a abrir los sellos de los rollos (Apocalipsis 6:1 en adelante), los sucesos ocurrirán con rapidez y sin interrupción.
  7. Es un libro majestuoso. Apocalipsis es el libro “del trono”, porque la palabra “trono” se halla cuarenta y seis veces en él. Este libro magnífica la soberanía de Dios. ¡A Cristo se lo presenta en su gloria y dominio!
  8. Es un libro universal. Juan vio a naciones y pueblos (Apocalipsis 10:11; 11:9; 17:15) como parte del programa de Dios. ¡También vio el salón del trono del cielo y oyó voces desde el fin del universo!
  9. Es un libro climático. Apocalipsis es el clímax de la Biblia. Todo lo que empezó en Génesis será completado y se cumplirá conforme a la voluntad soberana de Dios. Él es “el Alfa y la Omega, principio y fin”, (Apocalipsis 1:8). Lo que Dios empieza, ¡lo termina!
Pero antes de visitar el salón del trono del cielo debemos hacer una pausa para escuchar al que “anda en medio de los siete candeleros de oro” mientras revela las necesidades personales de nuestras iglesias y de nuestros corazones. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
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martes, 28 de junio de 2016

Sufre conmigo los trabajos por el Evangelio, según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




GÈNESIS DE EL EVANGELIO Y SEPARACIÒN EN EVANGELIOS
EL EVANGELIO Y LOS EVANGELIOS
Los cuatro Evangelios son escritos singulares en su género que, en su conjunto, nos proveen de la única información directa que poseemos sobre la gran intervención salvadora de Dios en el mundo en la persona de su Hijo. 
Es verdad que se hallan unas breves referencias al Cristo en escritos extra-bíblicos del primer siglo, pero no añaden nada a lo que se desprende de la presentación cuádruple del Dios-Hombre en los cuatro Evangelios. 
Pertenecen al género biográfico en cierto sentido, ya que describen el nacimiento y las actividades de Jesucristo; pero hemos de notar que no pretenden presentar vidas completas del Maestro, sino que los autores humanos, bajo la guía del Espíritu Santo, seleccionan ciertos incidentes y enseñanzas que demuestran la realidad de la revelación de Dios en Cristo, sin ninguna intención de agotar el material: cosa que, según el apóstol Juan, habría sido imposible, tanta era la riqueza de obra y palabra del corto período del ministerio del Verbo encarnado en la tierra (Juan 21:25).

Es notable que los cuatro evangelistas describen:
  • la pasión, 
  • la muerte expiatoria y 
  • la resurrección del Señor 
con gran lujo de detalle, por hallarse en esta consumación de la obra de Cristo la esencia misma del EVANGELIO.

Por el hecho de presentar la persona y la obra de Jesucristo, quien es el único fundamento del Evangelio, estos cortos escritos fueron llamados «los Evangelios» por los cristianos del primer siglo. 

Es interesante notar que pronto agruparon los cuatro escritos en un tomo que daban en llamar EL EVANGELIO, de la forma en que coleccionaron las epístolas de Pablo en un tomo llamado EL APÓSTOL. Enlazados estos dos tomos por LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES, disponían ya de la parte más esencial del Nuevo Testamento.
El origen del Evangelio
La palabra «Evangelio», como todos saben, significa «Buenas Nuevas», pero son buenas nuevas muy especiales, ya que se trata del mensaje salvador que Dios se digna hacer llegar al hombre, a pesar de su rebeldía. 

No hemos de buscar el origen último del Evangelio en los libros que estudiamos, ni siquiera en el misterio de la encarnación; tenemos que remontarnos mucho más alto, llegando a los designios eternos del Trino Dios. 

El apóstol Pablo describe en sublimes palabras tanto el origen como la manifestación del Evangelio en 2 Timoteo 1:8–11

«Sufre conmigo los trabajos por el Evangelio, según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos; mas ahora se mostró por la manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, el cual abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio; para el cual fui constituido predicador y apóstol y maestro». 

Este sustancioso pasaje nos señala el origen del Evangelio, su manifestación en Cristo, y su promulgación por los apóstoles, que viene a ser un resumen bíblico del contenido de esta introducción.

En su estilo peculiar, el apóstol Pedro describe también el origen del Evangelio «antes de la fundación del mundo» y su «manifestación al fin de los tiempos» por amor a los escogidos (1 P. 1:18–21). 

El mismo Señor insistió en que su mensaje procedía «de arriba», y que pudo traerse a los hombres solamente por medio de quien «descendió del cielo» (Jn. 3:12–16; comp. 3:30–34).

 Una y otra vez el Maestro recalcó que no proclamaba un mensaje individualista y humano, sino que obraba en perfecta armonía con el Padre (Jn. 8:28; 12:49–50; 6:32–58 etc.), manifestando en el mundo lo que se había determinado en sagrado consejo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

El autor de Hebreos empieza su sublime epístola recordando el hecho de que Dios había hablado anteriormente a los padres por los profetas, en diversos tiempos y maneras, pero «al fin de esos días nos habló en su Hijo». El Hijo no sólo era portavoz de las Buenas Nuevas del Cielo, sino que en su persona, y a través del profundo significado de su obra, era la voz de Dios, era el Evangelio, como también y eternamente es «Camino, Verdad y Vida».

Hay «Evangelio» en el AT, ya que Dios anticipa las bendiciones de la obra redentora de Cristo a los fieles de todos los tiempos, pero la revelación era incompleta aún, y no se había colocado todavía la base histórica que permitiese la operación de la gracia de Dios (Ro. 3:25, 26). Hay destellos de luz, pero aún no se había levantado el sol de justicia que «viniendo en este mundo, alumbra a todo hombre» (Jn. 1:9).
EL EVANGELIO EN CRISTO JESÚS
El Evangelio en la persona y las obras de Jesucristo
Ya hemos notado el gran hecho de que el Evangelio se encarna en la persona de Jesucristo, pero aquí queremos llamar la atención del lector a los medios, aparentemente tan sencillos, que se emplean en los cuatro Evangelios para dar a conocer esta gran verdad. 

Cada evangelista hace su selección de incidentes, sea por lo que recordaba como testigo ocular, sea por investigar los hechos por medio de muchos testigos y ayudado por escritos ya redactados como lo hace Lucas (Lc. 1:1–4). 

Las personas se revelan por lo que dicen y hacen, por las actitudes que adoptan durante el período de observación. No de otra manera se revela el Hijo de Dios a través de los relatos de los Evangelios. Cada nueva obra de gracia y poder, cada contacto con las almas necesitadas, cada reacción contra la hipocresía de los «religionistas» de su día, constituye una nueva pincelada que añade algo esencial al retrato final. 

Así se va revelando la naturaleza y los atributos del Cristo, que luego resultan ser los mismos atributos de Dios, revelados por medio de una vida humana en la tierra: 
  • amor perfecto, 
  • justicia intangible, 
  • santidad inmarcesible, 
  • gracia inagotable, 
  • poder ilimitado dentro del programa divino, y 
  • omnisciencia que penetra hasta lo más íntimo del hombre y hasta el secreto de la naturaleza del Padre (comp. Jn. 2:24, 25 con Mt. 11:27). 
Después de acallar Jesús la tempestad, los discípulos preguntan: «¿Quién, pues, es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?». De hecho la misma pregunta se formulaba, consciente o inconscientemente, tras todas sus obras y palabras, hasta que por fin Tomás Dídimo cayó a sus plantas exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!». 

La intención de revelarse a sí mismo, y al Padre por medio de sí mismo, queda patente en su contestación a Felipe: «¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn. 14:9).

Hemos de distinguir dos facetas de esta maravillosa revelación: 
  1. de la naturaleza de Dios, que ya hemos notado en breve resumen; 
  2. la revelación de la naturaleza de su obra redentora. 
Recogiendo este último punto, rogamos que el lector medite en cualquiera de los milagros de sanidad del Señor. 

Por ejemplo, un leproso «viene a él», lleno de los efectos de la terrible enfermedad. Todos los demás huyen, porque son impotentes ante el mal del prójimo, y quieren sobre todo salvarse a sí mismos del contagio. Sólo Cristo está en pie y escucha el ruego: «Si quieres, puedes limpiarme». 

No sólo pronuncia la palabra de poder que sana al enfermo, sino que extiende la mano para tocar aquella pobre carne carcomida, lo que constituye el primer contacto con otra persona desde que se declaró la enfermedad. 

Mucho más se podría escribir sobre este solo caso, pero lo escrito basta para comprender que llega a ser una manifestación, por medio de un acto específico, del amor, de la gracia, del poder sanador del Señor, que restaura los estragos causados por el pecado. De parte del leproso se pone de manifiesto que hay plena bendición para todo aquel que acude con humildad y fe a las plantas del Señor.
El Evangelio en las palabras de Jesucristo
Cristo es el prototipo de todos los heraldos del Evangelio, puesto que no sólo obra, sino enseña y proclama la Palabra de Dios. 

  1. Juan Marcos empieza su Evangelio de esta manera: «Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios», y más tarde, al empezar a detallar el ministerio del Señor en Galilea, escribe: «Jesús vino a Galilea predicando [proclamando] el Evangelio del Reino de Dios» (Mr. 1:14). 
  2. Mateo resume la obra en Galilea diciendo: «Rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando el Evangelio del Reino» (Mt. 4:23). 
  3. Lucas, después de notar cómo el Señor aplicó a sí mismo la evangélica cita de Isaías 61:1 y 2, en la sinagoga de Nazaret, refiere estas palabras del Señor: «También a otras ciudades es necesario que anuncie el Evangelio, porque para esto soy enviado» (Lc. 4:43). 
Vemos, pues, que aquel que era en sí la misma esencia del Evangelio, y quien lo ilustraba diáfanamente por medio de sus obras, se dedicaba también a su proclamación, ya que «la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios». 

Anunciaba que el Reino de Dios, tanto tiempo esperado, había adquirido un centro, convirtiéndose en realidad espiritual gracias a la presencia del Rey en la tierra, quien vino para quitar las barreras del pecado y hacer posible un Reino fundado sobre el hecho eterno de su persona y sobre la divina eficacia de su obra. 

Hemos de entender la palabra «Evangelio» en sentido amplio, y no sólo como el ruego al pecador que se someta y se salve. Es el resumen de toda la obra de Dios a favor de los hombres que quieren ser salvos, y, desde este punto de vista, toda la enseñanza del Señor que se conserva en los cuatro Evangelios es Evangelio», una maravillosa presentación de lo que Dios quiere que los hombres sepan: mensaje que en todas sus inumerables facetas llama al hombre a la sumisión de la fe y a la obediencia. 

Muchos heraldos ha habido, pero ninguno como él, cuyas palabras eran tan elocuentes y poderosas que hasta los alguaciles enviados a prenderle tuvieron que volver a sus amos diciendo en tono de asombro: «¡Jamás habló hombre alguno como este hombre habla!» (Jn. 7:46).
El Evangelio se funda en la obra de la cruz y la resurrección
Aquí nos corresponde recordar al lector que sólo en el sacrificio del calvario se encuentran tanto el amor como la justicia de Dios y que únicamente allí, a través de la misteriosa obra de expiación, pudieron abrirse las puertas cerradas, dando paso a la gracia de Dios, con el fin de que el pecador, delincuente convicto y sentenciado por sus ofensas en contra de la santa Ley de Dios, fuese justificado y bendecido. 

Satisfecho el principio fundamental de la justicia intangible del Trono de Dios, y sellada la obra por el manifiesto triunfo sobre la muerte, Cristo resucitado llega a ser el tema del Evangelio, el Primero y el Último, el que murió y vive por los siglos de los siglos (Ap. 1:17–18). Se ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio, en el corazón del cual se hallan la cruz y la tumba vacía.
LOS DOCE COMO TESTIGOS DE LA VIDA, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
El entrenamiento de los Doce
Los Doce habían sido discípulos del Señor antes de ser constituidos apóstoles o enviados suyos. 

Marcos nota el momento del llamamiento del Señor en estas palabras: «Y subió Jesús al monte, y llamó a sí a los que él quiso, y fueron a él. Y constituyó doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, con potestad de echar fuera demonios» (Mt. 3:13–15). 

El aspecto más importante de su preparación se indica por la frase «para que estuviesen con él», ya que luego habían de testificar sobre todo de la persona del Señor, que se revelaba, como hemos visto, por cuanto hacía y decía, conjuntamente con sus reacciones frente a los hombres, frente a la historia, y frente a la voluntad de Dios, que era la suya propia, y que había venido para manifestar y cumplir. 

Cada intervención del Señor suscitaba preguntas, que por fin hallaron su contestación en la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»; o según otra confesión suya: «Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Santo de Dios» (Mt. 16:16; Jn. 6:68, 69). 

La verdad en cuanto a la naturaleza divina y humana de Cristo tuvo que ser grabada en el corazón y la mente de los apóstoles por medio de una reiteración de pruebas que nacieron de las mismas circunstancias del ministerio del Señor. El pleno reconocimiento de quién era el Señor—que sólo llegó a ser una convicción inquebrantable después de la resurrección—había de ser el sólido fundamento de todo lo demás. Su excelsa obra dependía de la calidad de su persona, como Dios manifestado en carne y como el «Hijo del Hombre», consumación de la verdadera humanidad y representante de la raza por ser el «Postrer Adán».

Es preciso meditar en la importancia de los Doce como testigos-apóstoles, pues si hubiese faltado aquel eslabón de toda garantía entre la persona de Cristo y su obra salvadora, por una parte, y los hombres que necesitaban saber para creer y ser salvos, por otra, la «manifestación» se habría producido en un vacío, y no habría pasado de ser fuente de vagas leyendas en lugar de una declaración en forma histórica garantizada por el testimonio fidedigno de testigos honrados. 

Más tarde, y precisamente ante el tribunal del sanedrín que condenó al Señor, Pedro y Juan, prototipos de estos testigos-apóstoles, declararon: «No podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:20). 

Hacia el final de su vida, Pedro reiteró: «Porque al daros a conocer la potencia y la venida del Señor nuestro Jesucristo, no seguimos fábulas por arte compuestas, sino que hablamos como testigos oculares que fuimos de su majestad» (2 P. 1:16).

No sólo tomaron buena nota estos fieles testigos de las actividades del Señor Jesucristo, sino que recibieron autoridad suya para actuar como tales, con el fin de que obrasen y hablasen en su Nombre y frente al pueblo de Israel y delante de los hombres en general. 

Como apóstoles tuvieron autoridad para completar el canon de las Escrituras inspiradas—luego se añade Pablo con una comisión algo distinta—, siendo capacitados por el Espíritu Santo para recordar los incidentes y las palabras del ministerio del Señor, como también para recibir revelaciones sobre verdades aún escondidas. 

Este aspecto de su obra se describe con diáfana claridad en los discursos del Cenáculo, capítulos 13 a 16 de Juan, y podemos fijarnos especialmente en Juan 14:25, 26; 15:26, 27; 16:15

El Espíritu Santo actuaba como «testigo divino» a través de los testigos-apóstoles; la manera en que se desarrolló este doble testimonio complementario e inquebrantable se describe sobre todo en Hechos, capítulos 1 a 5, bien que es la base de toda la revelación del NT.
LA TRADICIÓN ORAL
La proclamación apostólica
En primer término, y como base de todo lo demás de su obra, los apóstoles tenían que «proclamar como heraldos» (el verbo griego es kerusso, y la proclamación kerugma) los grandes hechos acerca de la manifestación del Mesías, su rechazo por los príncipes de los judíos, y la manera en que Dios, por medio de sus altas providencias, había cumplido las Escrituras que profetizaban la obra del Siervo de Jehová precisamente por medio de la incredulidad de Israel y el poder bruto de los romanos. 

El trágico crimen del rechazo se volvió en medio de bendición, puesto que los pecados habían sido expiados por el sacrificio de la cruz, y el Resucitado, maravillosamente justificado y ensalzado por Dios, ofrecía abundantes bendiciones a los arrepentidos. 

Sendos y hermosos ejemplos de este «kerugma» se hallan en Hechos 2:14–36; 3:12–26; 10:34–43; 13:16–41

No nos olvidemos de que la predicación del Evangelio ha de ser en primer lugar el anuncio público de lo que Dios hizo en Cristo, pues el alma que no comprende lo que es la cruz y la resurrección, con el valor de la persona del Salvador, carecerá de base donde pueda colocar una fe de confianza, una fe salvadora.
La doctrina de los apóstoles
Con razón los evangélicos, en países donde predomina el romanismo, se ponen en guardia al oír la frase «la tradición oral», pero el estudiante ha de saber que hay «tradición oral» falsa y dañina, como también la hay (o la había) como algo fundamental e imprescindible para la transmisión del Evangelio. 

Roma pretende guardar una «tradición oral» después de la terminación del canon de los escritos inspirados del NT, interpretándola según los dictados autoritarios de la Iglesia, y en último término por el Papa infalible. 

Esta falsa tradición, que se dice existir al lado de los escritos inspirados del NT, permite a Roma interpretar las Escrituras a su manera, desvirtuando lo inspirado y seguro de «la fe entregada una vez para siempre a los santos» a través de los testimonios apostólicos escritos, en aras de unas tradiciones inciertas que se recopilan de los escritos de los «Padres», obras de valor muy desigual. Va sin decir que no admitimos ni por un momento esta pretendida tradición y rechazamos las deducciones que de ella se sacan.

En cambio, si tomamos en cuenta que Marcos, el Evangelio que quizá se redactó primero, corresponde a la última etapa de la vida de Pedro (digamos sobre la década 50–60), queda un hueco de veinte a treinta años entre la Crucifixión y el primer testimonio escrito que ha llegado a nuestras manos. 

Desde luego existían escritos anteriores, como es lógico suponer, y que se mencionan en el prólogo del Evangelio de Lucas (1:1–4), pero mucho del material que ahora hallamos en los cuatro Evangelios tenía que transmitirse en forma oral antes de ponerse por escrito.

Podemos percibir el principio de la etapa de la verdadera «tradición oral» en Hechos 2:42, que describe la vida de la Iglesia que acababa de nacer en Jerusalén como consecuencia de la predicación de Pedro en el día de Pentecostés: «Y perseveraban en la doctrina [enseñanza] de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones». 

Como hemos visto, los apóstoles cumplían su cometido como heraldos del Rey, crucificado, resucitado y glorificado, proclamando el hecho y el significado de la cruz y la resurrección ante las multitudes que se congregaban para oírles en el patio de los gentiles en el área del Templo; pero llevaban a cabo otra labor también: la de instruir a los nuevos hermanos en la fe, y éstos «perseveraban» en estas enseñanzas, o sea, se mostraban diligentes y constantes en aprenderlas. 

Sin duda alguna, los relatos del ministerio de Jesucristo formaban parte importantísima e imprescindible de las enseñanzas de los apóstoles, quienes, ayudados por un círculo de hermanos muy enterados de los detalles de la obra de Cristo, reiteraban una y otra vez los incidentes más destacados y significativos de la vida, subrayando especialmente la gran crisis de la pasión, muerte y resurrección del Señor. 

Aleccionados por el Señor resucitado (Lc. 24:25–27, 44–48), citarían muy a menudo las profecías que se habían cumplido por la obra redentora de Cristo, pero aquí nos interesan las enseñanzas que daban sobre la vida de Jesús.

Tanto las narraciones como los extractos de las enseñanzas del Maestro adquirían, a causa de su constante reiteración, formas más o menos fijas al ser anunciadas y aprendidas muchas veces; este «molde» era ventajoso cuando los «enseñados» repetían las historias a otros, pues servía en parte para salvarlas de las fluctuaciones asociadas con toda transmisión oral. Las formas se fijaron durante los primeros tiempos apostólicos, lo que garantiza su exactitud esencial. 

Es probable que algunos discípulos, con don para la redacción, hayan escrito narraciones del ministerio de Cristo desde el principio, pero, debido a la escasez de materiales de escribano, y la rápida extensión de la obra, es seguro que muchos creyentes habrán tenido que depender de la «tradición oral» durante muchos años.
El paso de la tradición oral a los Evangelios escritos
Escribiendo probablemente sobre los años 57 a 59, Lucas empieza su Evangelio destinado, como veremos, a Teófilo y a un círculo de gentiles cultos, con palabras que echan bastante luz sobre los comienzos de las narraciones evangélicas escritas: «Habiendo emprendido muchos la coordinación de un relato de los hechos que entre nosotros se han cumplido—se trata del ministerio del Señor—tal como nos los transmitieron aquellos que desde el principio fueron testigos oculares de ellos y ministros de la Palabra; hame parecido conveniente también a mí, después de haberlo averiguado todo con exactitud, desde su principio, escribirte una narración ordenada, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la certeza de las cosas en las cuales has sido instruido» (Lc. 1:1–4). 

Aprendemos que por la época en que Lucas empezó a redactar los resultados de sus investigaciones había muchas narraciones que recogían las enseñanzas de los apóstoles que se explicaron al principio por el método catequístico que hemos notado. 

A la sazón, ninguna de aquellas narraciones había adquirido autoridad de «escrito inspirado», aprobado por los apóstoles como el complemento de su misión de «recordar» y transmitir la verdad sobre la persona y la obra del Maestro, pero se acercaba el momento de la selección, por la providencia de Dios y bajo la vigilancia de los apóstoles, de cuatro escritos que habían de transmitir a través de los siglos el retrato espiritual de Cristo y el detalle necesario de su obra.

Según los datos que constan en la breve introducción al Evangelio de Marcos que se hallará en la segunda sección, veremos que hay razones para creer que Juan Marcos recogió en el Evangelio que lleva su nombre las enseñanzas del apóstol Pedro. 

Constituye, pues, un ejemplo claro de cómo la enseñanza de un apóstol se cuaja en forma literaria por la ayuda de un discípulo y amanuense. 

Mateo y Juan redactan principalmente la sustancia de sus propios recuerdos, avivados éstos por el Espíritu Santo. 

Ya hemos visto que Lucas, no siendo testigo ocular de los hechos, se dedicó a una concienzuda labor de investigación, interrogando a testigos, y examinando escritos anteriores, llegando por estos medios a la cima de su hermosa obra; el auxilio del Espíritu Santo no sería menos necesario por tratarse de una labor de paciente investigación. 

Sus estrechas relaciones con Pablo prestarían autoridad apostólica a sus escritos (Lucas y Los Hechos).
El llamado «problema sinóptico»
Los tres primeros Evangelios se llaman «sinópticos» («vista general», o «parecida») por la razón de que, en contraste con el de Juan, presentan la Vida de una forma aproximadamente igual, dentro de las distintas características que estudiaremos. 

Es decir, que reflejan las impresiones de los testigos inmediatos de los hechos, y trazan los movimientos y obras del Señor dentro de una perspectiva cercana e histórica. En cambio Juan, al final de su vida, pone por escrito la Vida según la comprende después de largos años de meditaciones y de revelaciones, elevándola a un plano espiritual. Sus hechos son históricos también, pero su tratamiento de los hechos es personal y espiritual.

Son las interrelaciones de los tres sinópticos lo que ha dado lugar al supuesto «problema», ya que se encuentran muchos incidentes (especialmente aquellos que se relacionan con el ministerio de Galilea) que son casi idénticos en su sustancia y forma. 

Para el que escribe el fenómeno es natural e inevitable si tenemos en cuenta que las primeras tradiciones orales, a causa del método de enseñanza y de reiteración, adoptaron formas más o menos estereotipadas desde el principio, y es natural que guardasen las mismas formas al ser redactadas por escrito. 

Si la semejanza surge de copiar de unos escritos a otros, es interesante—pero no de importancia vital—considerar cuál sería la fuente anterior. De hecho casi toda la sustancia del Evangelio según Marcos se halla en Mateo y Lucas (menos unos cincuenta versículos). 

Obviamente, Mateo y Lucas contienen mucho material que no se halla en Marcos, pero hemos de notar que existen coincidencias entre Mateo y Marcos, diferenciándose los pasajes de Lucas, y también hay coincidencias entre Lucas y Marcos, diferenciándose Mateo. 

También hay material coincidente en Mateo y Lucas que no se halla en Marcos. Surgen las preguntas: ¿tenían delante el Evangelio de Marcos tanto Mateo como Lucas? En este caso, ¿disponían de otra fuente distinta que explicara el material que tienen en común que no se halla en Marcos? Muchos eruditos han afirmado la existencia de tal documento, llamándolo «Q» (alemán = «quelle», «fuente»). 

Por otra parte, es posible que los eruditos pierden el tiempo en buscar «los tres pies al gato», y que de hecho todo se explica por un gran número de «moldes» que daban forma a la tradición oral, que estaban a la disposición de todos, juntamente con las tempranas narraciones que menciona Lucas, sin olvidarnos de la importancia vital de los conocimientos, intereses y propósitos de cada uno de los evangelistas.

Mucho más importante es que podemos percibir la mano de Dios que guiaba y habilitaba a siervos suyos aptos para la delicada tarea, de trascendental valor, de recopilar y redactar, por la ayuda del Espíritu Santo, precisamente los cuatro aspectos de la Vida que nos han sido transmitidos, y en los cuales es evidente aquella calidad espiritual y divina que los eleva por encima de meras biografías o historias.
EL EVANGELIO CUADRIFORME
¿Por qué tenemos cuatro «Evangelios» y no uno solo que reúna en sí la sustancia histórica y didáctica de todos? Se han redactado muchas «armonías» de los Evangelios, siendo la primera y la más importante aquella que publicara Taciano el Sirio, y que se llamaba el Diatessaron (170 d.C.) a causa de sus cuatro componentes. 
Pero este esfuerzo «lógico» y «conveniente» destruye algo de verdadero valor, ya que cada Evangelio presenta una faceta distinta y peculiar de la Vida, por lo que el retrato total gana mucho en definición y en profundidad. 
Para formar una idea del rostro de un «amigo por carta», a quien nunca hemos visto personalmente, ¿qué sería mejor? ¿Que nos mandara una sola fotografía grande «de cara», o cuatro fotos sacadas «de cara», de perfil, de medio perfil, etcétera? Sin duda valdría mucho más la serie de semblanzas desde distintos puntos de vista. 
Así sucede con las maravillosas «fotografías» literarias que son los cuatro Evangelios, pues cada evangelista expone las múltiples glorias y bellezas morales del Dios-Hombre según le fueron reveladas; por lo tanto cada escrito, aun siendo completo en sí, suplementa y complementa los otros tres, presentando los cuatro juntos una perfecta revelación de nuestro Señor Jesucristo. 
Su vitalidad y su veracidad son tales que, aún hoy, después de tantos siglos, al leerlos nos sentimos en la presencia de nuestro divino Maestro, y quedamos hondamente impresionados tanto por el impacto de su persona, como por la fuerza vital de sus palabras, que nos llegan con tanta claridad como si las oyésemos pronunciar ahora mismo.

Tuvimos ocasión de notar arriba que, durante los primeros años del siglo segundo, los cristianos juntaron en un volumen los escritos de los cuatro evangelistas (desgajando «Lucas» de «Los Hechos»), llamando al conjunto EL EVANGELIO. 

Luego cada escrito llegó a conocerse como «El Evangelio según San Mateo, San Marcos, etc. 

Quedó intacto el concepto de un solo Evangelio, bien que presentado según sus distintas facetas por cuatro autores diferentes. 

Los matices que distinguen estos escritos evangélicos se han de detallar en la segunda sección, de modo que no hemos de elaborar más este tema aquí. 

Únicamente ponemos de relieve que contemplamos la misma persona en los cuatro Evangelios, y que el significado de su obra es idéntico en todos. Se trata de distintos puntos de vista, relacionados con la finalidad de cada escrito, y no de Evangelios «diferentes».
LA VERACIDAD DE LOS EVANGELIOS
El testimonio interno del Espíritu
El creyente que ha experimentado en sí mismo el poder vivificador y transformador del Evangelio, ya posee, por el testimonio interno del Espíritu, evidencia muy suficiente de la veracidad y de la eficacia de la Palabra divina; pero, como cristianos y siervos de Dios, nos toca tratar con muchas personas que no han visto «la visión celestial» y, al testificar de la verdad delante de ellos, es necesario que sepamos dar razón de la fe que está en nosotros. 

Por eso conviene saber algo de las pruebas objetivas que se relacionan con la historicidad y la fiel transmisión de los Evangelios, corazón de la Palabra santa y de la fe cristiana.
Evidencia documental
Por «evidencia documental» queremos decir los textos griegos de los cuatro Evangelios que están a la disposición de los traductores y escriturarios en nuestros tiempos. 

Pasaron catorce siglos antes de que los textos pudiesen beneficiarse de la exacta impresión y rápida distribución que se debe a la invención de la imprenta, durante los cuales las copias tenían que hacerse a mano, fuese en frágiles papiros, fuese en costosos pergaminos. 

Los autógrafos de los evangelistas se han perdido, igual que todos los de las obras clásicas de la antigüedad, y hemos de depender en todos estos casos de copias de copias. Pero se puede afirmar, sin posibilidad alguna de contradicción de parte de personas enteradas de estas cuestiones, que no existe obra literaria antigua alguna sobre cuya autenticidad abunden tantas pruebas, sobre todo en el terreno documental. 

Los copistas cristianos, inspirados por su fe, eran mucho más diligentes que los paganos, dedicándose gran número de ellos a sacar copias de los preciosos escritos apostólicos que eran el sustento espiritual de las iglesias de los primeros siglos de la era. 

Como resultado de este santo celo, se catalogan hoy más de 4.000 manuscritos de todo, o de una parte, del N.T., los cuales se hallan diseminados por los museos, bibliotecas y centros de investigación de Europa y de América, revistiéndose algunos de gran antigüedad y autoridad. 

La «crítica textual» bíblica ha llegado a ser una ciencia, a la que dedican sus desvelos centenares de eruditos que pueden discernir el valor de los textos que estudian, y que nos acercan siempre más a la época apostólica. Variantes en detalle existen, pero no es cierto que el texto esté muy corrompido. Al contrario, Sir Frederick Kenyon, director en su tiempo del Museo Británico y autoridad indiscutible en la materia, afirmaba que los textos griegos modernos, que resultan de los afanes de los eruditos, tales como el Nestle revisado, no difieren sino en detalles insignificantes de los autógrafos de los apóstoles y los evangelistas.

De gran valor es el Códice Sinaíticus, que fue hallado por el erudito alemán Tischendorf en el monasterio de Sinaí en 1844, y que ahora constituye uno de los mayores tesoros literarios y bíblicos del Museo Británico. 

Del mismo tipo es el Códice Vaticanus, guardado, como señala su nombre, en la Biblioteca Vaticana, pero ahora a la disposición de los escriturarios. Fueron copiados de excelentes manuscritos durante el siglo iv.

De los papiros muy antiguos, muchos de los cuales han sido sacados a la luz por los arqueólogos en tiempos recientes, puede servir de ejemplo la colección «Chester Beatty», que contiene los cuatro Evangelios, diez de las epístolas paulinas, la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis. Fueron copiados de buenos textos en el siglo iii.

Se guarda en la Biblioteca «John Rylands» de Manchester un fragmento del capítulo 18 de San Juan, muy pequeño, pero muy importante, ya que, según el criterio de los paleógrafos, pertenece a la primera mitad del siglo ii. Uno de ellos, el doctor Guppy, ha dicho que apenas había tenido tiempo de secarse la tinta del autógrafo de S. Juan cuando se sacó la copia a la cual pertenecía este fragmento. Constituye una evidencia incontrastable en favor de la fecha tradicional de la redacción del Evangelio según Juan sobre los años 95 a 100 d.C.

No existen otros documentos antiguos que se apoyen ni con la mínima parte de las pruebas documentales del N.T., y en particular, los cuatro Evangelios.
El testimonio de los escritos cristianos del primer siglo
Los llamados «padres de la Iglesia» eran los líderes de las iglesias que vivieron al fin del siglo i, y a principios del ii, y quienes pudieron haber tenido contacto con los apóstoles. De hecho, el valor de sus escritos fluctúa mucho, pero las referencias en ellos a los libros del NT se revisten de gran importancia evidencial, ya que prueban que los Evangelios—amén de otros libros del canon—fueron conocidos y admitidos como inspirados por los cristianos en la época sub-apostólica. 

Aun cuando no disponemos de los escritos mismos de algunos de ellos, bastantes citas se hallan recogidas en Eusebio: Historia de la iglesia (Editorial Portavoz) (siglo iv).

Papías era obispo de Hierápolis, en Frigia, al principio del siglo ii. Escribió un extenso libro titulado Una exposición de los Oráculos del Señor, que conocemos por los extractos en la obra de Eusebio, y por referencias en el Prólogo antimarcionita; el obispo basó su obra precisamente sobre los cuatro Evangelios. 

Ireneo dice que Papías era discípulo de Juan; por las fechas no hay dificultad en aceptar esta declaración, y por lo demás vivía cerca de Éfeso, la última base del apóstol Juan. Hay evidencia, pues, que se enlaza con la época apostólica.

Ignacio era obispo de Antioquía en Siria, y, en camino a Roma para sufrir el mártirio en el circo (115 d.C.), escribió varias cartas a algunas iglesias en Asia, llenas de citas o de alusiones a los cuatro Evangelios.

Policarpo era obispo de Smirna, donde murió por la fe, ya muy anciano, en el año 156. De él tenemos una hermosa epístola dirigida a la iglesia de Filipos. Por numerosas referencias a Policarpo en los escritos de Ireneo y Eusebio, sabemos que citaba muchos textos de los Evangelios, llamándolos «Las Santas Escrituras» o «Los oráculos del Señor». También en su juventud había conocido a S. Juan.

Justino Mártir, filósofo y apologista cristiano, murió mártir en el año 150; hizo frecuentes referencias a los Evangelios en sus libros apologéticos y su «Diálogo con Trifón el Judío».

Desde los años 150 a 170 aparecen listas de libros del NT ya considerados como canónicos, tanto en el Prólogo antimarcionita, como en el Fragmento muratoriano

Estimulados por la controversia con el hereje Marción, quien rechazaba el AT y publicaba una lista muy restringida de los libros del NT que estaba dispuesto a admitir, los cristianos ortodoxos volvieron a examinar los escritos evangélicos y apostólicos, rechazando algunos otros que se consideraban equivocadamente como inspirados y quedando aproximadamente con la lista que compone nuestro NT de hoy.

En Siria, sobre el año 170, Taciano produjo su «Diatessaron», ya mencionado, que es una armonía de los cuatro Evangelios.

Ireneo. Sólo resta mencionar el testimonio del líder cristiano Ireneo, obispo de Lyon, en Francia, pero oriundo de Asia, discípulo de Policarpo y voluminoso escritor. De importancia especial es su obra Contra herejías, en la que cita constantemente textos sacados de todos los Evangelios.
CONCLUSIÓN
No hay nada pues que apoye la idea muy extendida de que Jesús era un maestro religioso, al cual crucificaron por oponerse a las ideas corrientes en su día, convirtiéndose los escasos datos en cuanto a él en leyendas a través de los siglos por el celo de sus seguidores, quienes llegaron a considerarle como un dios. 
Las evidencias documentales remontan a una época cuando aún vivían muchos de los testigos de su vida, muerte y resurrección, y que daban sencillo testimonio de su persona divina y humana. 
Los cuatro Evangelios son escritos históricos que ofrecen toda garantía a quien busca en ellos la suprema revelación de Dios en Cristo.
COMPRUEBE SU ENTENDIMIENTO
1.     Discurra sobre el origen del Evangelio, su manifestación en el Señor Jesucristo y su proclamación por el Señor.
2.     ¿Cómo fueron entrenados los testigos-apóstoles? Señálese la importancia de su obra como tales y cítense palabras del Señor que indican lo que habían de ser y realizar.
3.     Con referencia a los primeros capítulos de Los Hechos, describa la manera en que los apóstoles cumplieron su cometido como heraldos de Cristo y como enseñadores de la Iglesia.
4.     ¿Qué entiende por «tradición oral» en el verdadero sentido de la palabra? ¿Cómo se concretaron las enseñanzas orales en los cuatro Evangelios reconocidos como autoritativos?
5.     Si alguien le dijera que los Evangelios son producto de la falsa piedad cristiana de los siglos segundo y tercero, ¿cómo le demostraría lo contrario?

comp. compárese con
d.C. después de Jesucristo
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