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lunes, 13 de noviembre de 2023

ANALISIS EXEGETICO Y HERMENEUTICO DE HABACUC 1:1-3

HABACUC 1
1La profecía que vio el profeta Habacuc. 
2¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? 
3¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. 
4Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia. 

GENERALIDADES
El Libro de Habacuc es uno de los libros proféticos del Antiguo Testamento de la Biblia. 
El pasaje Habacuc 1:1-4, es el comienzo del libro y establece el tono para las preocupaciones y las preguntas que el profeta Habacuc planteará a Dios.
A continuación, te proporciono un análisis exegético de este pasaje:

Versículo 1:

  • "La carga que vio el profeta Habacuc."

Análisis: 
La palabra "carga" se refiere a una declaración profética o una visión que el profeta ha recibido de Dios. Habacuc se presenta como un profeta, alguien a quien Dios ha escogido para comunicar Su mensaje al pueblo.

Versículos 2-4:
"¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y ver molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se suscitan. Por lo cual la ley se afloja, y el juicio nunca sale; porque el impío asedia al justo, por lo cual sale pervertido el juicio."

Análisis: 
Habacuc comienza expresando su angustia y desconcierto por la iniquidad y la violencia que ve en su entorno. Le está preguntando a Dios cuánto tiempo más permitirá que esta situación continúe sin intervenir. 
Habacuc observa la iniquidad, la destrucción, la violencia, el pleito y la contienda, y se siente abrumado por la aparente falta de justicia. 
El versículo 4 destaca una preocupación específica sobre la corrupción del sistema judicial, donde el juicio parece pervertirse y el impío prevalece sobre el justo.

Contexto Histórico-Religioso:
En el contexto histórico, es probable que este pasaje se refiera a un período de corrupción y desorden en Judá antes de la caída de Jerusalén en manos de los babilonios.

Significado Teológico: 
Este pasaje plantea preguntas teológicas sobre la naturaleza de Dios y la aparente inactividad ante el mal. Habacuc busca entender por qué Dios permite la iniquidad y cómo puede estar en armonía con su naturaleza justa.

En resumen, estos versículos introducen al lector a la angustia y las preguntas del profeta Habacuc, creando un punto de partida para la comunicación directa de Habacuc con Dios y las respuestas proféticas subsiguientes que se presentan en el libro.

ANALISIS HERMENEUTICO 
El análisis hermenéutico implica interpretar el significado de un pasaje bíblico dentro de su contexto histórico, cultural y literario. Aquí te ofrezco un análisis hermenéutico de Habacuc 1:1-4: 
1. Contexto Histórico-Cultural: 
Autor y Fecha: Habacuc, el autor del libro, profetizó en algún momento antes de la caída de Jerusalén en 587 a.C., durante un período de desorden y corrupción en Judá. 
Contexto Cultural: Judá estaba experimentando problemas políticos, sociales y religiosos. La corrupción, la violencia y la injusticia eran problemas prominentes. 
2. Género Literario: 
Habacuc es un libro profético, y este pasaje pertenece al género de oráculo o carga profética. 
3. Estructura del Pasaje:  
Versículo 1: Presentación de la carga o visión del profeta Habacuc. 
Versículos 2-4: Habacuc expresa su angustia ante la violencia, la iniquidad y la falta de justicia en la sociedad. 
4. Análisis Lingüístico: 
Palabras Clave: "carga", "violencia", "iniquidad", "destrucción", "pleito", "contienda", "ley", "juicio", "impío", "justo". 
Tono del Pasaje: Habacuc muestra una mezcla de angustia, incredulidad y búsqueda de respuestas. 
5. Relación con el Resto del Libro: 
Este pasaje establece el tono para las preguntas y diálogos subsiguientes entre Habacuc y Dios a lo largo del libro. 
6. Interpretación Teológica: 
Dios y la Injusticia: Habacuc cuestiona la aparente inactividad de Dios ante la injusticia y la corrupción. Se plantea preguntas teológicas sobre cómo un Dios justo permite el sufrimiento y la maldad. 
7. Aplicación Práctica: 
Reflexión Personal: Invita a los lectores a reflexionar sobre cómo responden ante la injusticia y el sufrimiento. ¿Cómo pueden confiar en Dios incluso cuando las circunstancias parecen desafiantes? 
8. Comparación con el Nuevo Testamento: 
Aunque Habacuc vivió en un contexto diferente al del Nuevo Testamento, las preguntas sobre el sufrimiento y la justicia son temas que también se abordan en el cristianismo, especialmente en las enseñanzas de Jesús y las epístolas.

 Este análisis hermenéutico proporciona una comprensión más profunda del pasaje y su relevancia tanto en su contexto original como en el contexto más amplio de la Escritura.


martes, 21 de junio de 2016

Éstas señales se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




¿Qué propósitos tuvo Juan para escribir el Evangelio? Las Señales

Juan tuvo un propósito teológico al escribir "SU" Evangelio - comprender las señales

La intención que Juan tenía al escribir el Evangelio es muy clara. Nos dice explícitamente:

«Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30, 31).

Esta declaración de principios dirige nuestra atención hacia las «señales» que Jesús hizo, al hecho de que Juan hace una selección de «todas ellas» y al propósito teológico y evangelístico que dirige todo el libro.

Juan escribe sobre muchos temas:

  • el ministerio de Juan el Bautista, 
  • los discursos de Jesús, 
  • la magnífica historia sobre lo que aconteció en el aposento alto, 
  • la última noche de la vida de Jesús, 
  • historias sobre acontecimientos tanto esperanzadoras como decepcionantes, 
  • llegando al clímax con la pasión y la resurrección. 
Pero al resumirlo todo en una frase, Juan destaca las «señales». Creo que este hecho no implica que Juan considere las señales como la parte más importante del Evangelio. Sin embargo, es evidente que, cuando él quiso aclarar el propósito global, las utilizó.

Las señales

Juan tiene su propia forma de utilizar la palabra «señal».
Es una palabra importante que indica algo que la trasciende. Cuando se usa para hablar de un milagro, se entiende que el hecho no es un fin en sí mismo. Tiene un significado que se completa con otros aspectos, además del milagro.

Por supuesto, Juan no es el único que utiliza este término. Los Sinópticos también lo usan a menudo.

  1. En Mateo lo encontramos trece veces, 
  2. en Marcos siete y 
  3. en Lucas once. 
Sin embargo, más bien lo utilizan para explicar la «señal» que el ángel dio a los pastores de que encontrarían a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre (Lucas 2:12), o la «señal» del cielo que los fariseos pedían a Jesús. (Marcos 8:11).

Jesús condenó a sus contemporáneos como «generación adúltera y perversa» por buscar una señal, y llegó a decir que la única señal que verían sería la del profeta Jonás. Dios había obrado en Jonás y, por lo tanto, él era una «señal». De igual manera que el reluctante profeta estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, Jesús dijo que el Hijo del Hombre estaría «en la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:38–40).

En otra ocasión, cuando los saduceos y los fariseos se unieron para pedirle a Jesús una señal, Él les reprochó que pudieran interpretar la climatología, sabiendo leer en el cielo las señales de buen o mal tiempo, y no pudieran interpretar «las señales de los tiempos». De nuevo, la misma «generación adúltera y perversa» busca una señal, pero no recibirán nada aparte de la «señal de Jonás» (Mateo 16:1–4).

Los discípulos de Jesús podían buscar señales. Le preguntaron: «¿Cuándo sucederá esto y qué señal habrá cuando todas estas cosas se hayan de cumplir?» (Marcos 13:4, cf. Lucas 21:7). Mateo lo expresa de la siguiente manera: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu venida…?» (Mateo 24:3).

En el discurso que Jesús pronunció a continuación no solamente habló de «la señal«, sino de una multiplicidad de grandes señales y maravillas que aparecerían en el tiempo (Mateo 24:24, Marcos 13:22, Lucas 21:25–28), aunque Mateo habla específicamente de «la señal del Hijo del Hombre» que aparecerá en el cielo» (Mateo 24:30).

Puede ser importante notar que la demanda siempre es de una señal, no de señales. Nadie le pide a Jesús que realice una multitud de milagros. La razón que puede explicar este hecho es que «la señal» constituiría una prueba irrefutable de que Él venía de Dios. Nadie menciona qué tipo de señal era la que se esperaba, de modo que aparentemente, no esperaban nada específico que la constituyera.

Sin embargo, la gente pensaba que si ocurriera algo incuestionable que mostrara como un rayo de luz que Jesús era un ser celestial, las cosas estarían más claras. Ése era precisamente el tipo de señal que Jesús se negaba inmediatamente a dar.

Él debía ser reconocido por quién y qué era y por lo que habitualmente hacía. Existían señales para los que tenían ojos para ver, pero no había una actuación deslumbrante que implicara ningún tipo de creencia por parte de los espectadores. La demanda de una señal se fundamenta en la idea de que Dios tenía que actuar de acuerdo con las previsiones de los escribas y de los fariseos, y esto es hacer de él un dios en términos humanos. Por esto Jesús llama a los que demandaban una señal de este tipo una «generación perversa y adúltera».

Las señales en el Evangelio de Juan

Juan utiliza la palabra semeion 17 veces, de las cuales 11 se refieren a milagros de Jesús. Puede ser una referencia general, como la que tenía Nicodemo en la cabeza: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (Juan 3:2). Es importante observar que Nicodemo distingue que los milagros no son un fin en sí mismos (son «señales») y contempla este hecho como una prueba de que Jesús «venía de Dios» (Nicodemo entiende correctamente el significado de «señal»).

Encontramos una actitud parecida en algunos fariseos cuando Jesús sanó al ciego de nacimiento. La opinión de uno de ellos era: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el día de reposo». Pero otros compañeros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?» (Juan 9:16). Esta opinión no se rebatió, pero aquellos que pensaban de otra manera tampoco cambiaron de idea. Los que exteriorizaron las palabras, entendieron que Dios estaba actuando en Jesús, y esto tenía más importancia de lo que los fariseos, en general, no podían entender sino como una violación del día de reposo.

Las señales podían llevar a la gente hacia Jesús, como los 5.000 a los que alimentó con los panes y los peces (Juan 6:2). Acercarse a Jesús por ese motivo no es el ideal, pero Él no rechaza a nadie, incluso a los que se le acercan por tales motivos.

Incluso más adelante se queja de los que vienen a Él con motivos más bajos: «Me buscáis no porque hayáis visto las señales, sino porque habéis comido de los panes y los peces y os habéis saciado» (Juan 6:26).

La fe que se apoya en las señales no es la clase de fe más elevada, pero es de lejos mucho mejor que acercarse a Jesús para obtener una buena comida. Las señales deben provocar la fe, y Jesús acoge a los que reaccionan a ellas creyendo en Él. Esto no significa que buscara hacer una señal que no diera posibilidad a la gente de no creer en Él.

Un poco más tarde en la misma situación le preguntaron: «¿Qué pues, haces tú como señal para que veamos y creamos?». Pero el Jesús del cuarto Evangelio se negaba a realizar tales señales, igual que el Jesús de los Sinópticos.

Las señales podían, y solían, traducirse en fe. Pero nunca fueron el arma que aplastase de manera definitiva a la oposición. Siempre cabía la posibilidad de que la gente se negara a ver la mano de Dios en las señales y que, por lo tanto, no creyeran. Solamente aquellos que estaban abiertos a lo que Dios decía, respondían con fe. Y esas personas querían y respondían de esta manera.

La palabra «señal» en sí misma no tiene necesariamente una connotación sobrenatural.

  • Puede ser utilizada como «una indicación en el paisaje que señala direcciones». Utilizando la palabra en estos términos, 
  • Pablo escribe a los Tesalonicenses que el saludo con su propia mano es «una señal distintiva en todas mis cartas» (2 Tesalonicenses 3:17). 
  • También habla de la circuncisión como una «señal» (Romanos 4:11) y, por supuesto, ésta es una señal divina institucionalizada: Desde antaño Dios instituyó la circuncisión como señal del pacto que hizo con Abraham y sus descendientes (Génesis 17:10–14). Esto nos lleva al uso más característico del término en la Biblia, su uso en conexión con la presencia de Dios. En este caso, puede referirse, como la circuncisión, a algo que Dios ha ordenado y que tiene importancia para la práctica de la religión, o a algo que Dios mismo hace. 
  • Un ejemplo importante y característico es la expresión «señales y milagros» para describir lo que Dios hizo para sacar a Israel de Egipto (Deuteronomio 26:8). Al mismo tiempo que el término no perdió su antigua connotación secular usado para todo aquello que se pueda discernir como importante, llegó a tener un significado especial para los religiosos, una «señal» podía mostrar la actividad de Dios.Es esta «presencia de Dios» la que se busca en los pasajes de Juan donde aparece este término. 
  • Nicodemo se dio cuenta porque cuando se acercó a Jesús le saludó con las palabras: «sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (3:2). Es este momento de la narración, no sabemos a qué señales se está refiriendo Nicodemo.

Dado que Juan solamente ha mencionado la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, no es probable que el fariseo de Jerusalén se refiera a este incidente rural. Pero Juan nos enseña que Jesús hizo un gran número de señales visibles para los habitantes de Jerusalén (2:23), y, evidentemente, Nicodemo había oído hablar de ellas. No solamente había oído hablar de estas señales, sino que supo reconocer su significado. De esta manera estaba reconociendo el origen celestial de Jesús.

Me gustaría pasar a comentar otras cosas que Juan dice sobre Jesús y sobre lo que sus señales nos enseñan. Pero antes de esto, me gustaría recalcar que las señales nos dicen mucho sobre Dios.

Nadie en su sano juicio intentaría minimizar el papel de Jesús en el cuarto Evangelio, pero lo que debe quedar muy claro es que este Evangelio sitúa a Dios en el lugar más alto. A través de estas señales es Dios mismo el que se muestra y actúa. C. K. Barret resalta una importante diferencia entre escritores como Filón y los gnósticos por un lado y Juan por otro.

Tanto Filón como los gnósticos comenzaron entendiendo la naturaleza de Dios: Él debe entenderse como pura bondad o un ser puro, como Omnipotente y, consecuentemente, capaz de hacer cumplir su voluntad. Se preguntan cosas como: «¿Cómo puede un Dios así amar y redimir a criaturas que no merecen ser amadas y que, por lo general, no desean salvarse?». De esta forma desarrollan «elaborados sistemas de mediación» para explicar cómo el Dios por el que postulan puede llevar a cabo estas cosas.

Pero Juan comienza con el Mediador, el Mediador que acerca al pueblo «al Dios de la tradición bíblica quien, a pesar de estar en las alturas, es el Creador de todas las cosas, siempre activo en las cuestiones humanas y siempre listo para morar en aquel que tenga un espíritu apesadumbrado y contrito.

Debe quedar claro que el cuarto Evangelio no es una teoría espiritualizada sobre la naturaleza de Dios y de cómo ese Dios acorta distancias entre Él y su creación. Existe un Mediador, uno que en lo que es y en lo que hace nos revela al mismo Dios. Y el Dios que encontramos en este Evangelio es un Dios que se interesa por su creación, que ama a su pueblo, que nunca abandona a los que ha creado. Este Dios que actúa consigue su propósito a través de Jesús. En la tumba de Lázaro Jesús oró: «para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:42). No estaba buscando nada para Él de la señal que iba a acontecer, buscaba que las personas vieran que Dios le había enviado. Juan hace una vívida descripción de Jesús. Pero también tranquiliza a sus lectores con el Dios vivo.

Las señales nos hablan sobre cómo Dios trabaja y cómo la mano de Dios está presente en ellas. Pero también nos muestran algo sobre Jesús. Según la versión de Juan, las señales eran tan especiales que ni siquiera un hombre piadoso podría hacerlas, a no ser que tuviera una relación muy especial con Dios. Son una indicación de la superioridad de Jesús con respecto a los hombres piadosos, no una prueba de que el lugar de Jesús estuviera entre ellos.

R. Schnackenburg, tras estudiar el significado teológico de las señales, cree que «finalmente nos conduce a asumir una conexión intrínseca entre la encarnación y la revelación de Jesucristo en “señales”, algo que presenta y hace posible». Las señales nos indican lo que Dios hace, pero su objeto es mostrar lo que Dios hace en Jesús, no en toda la humanidad.

Y lo que Dios hace en Jesús es consumar el decisivo acto de la salvación de los pecadores.

  • Se está revelando: gracias a lo que hizo en Jesús sabemos que «Dios es amor» (1 Juan 4:8, 16). 
  • Pero también está expiando, porque su amor implicaba entregar a su propio Hijo «para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Las señales apuntan hacia este acto decisivo. Por esto Alan Richardson puede decir de la primera señal que Juan recoge, la transformación del agua en vino, que «implica un simbolismo muy sugerente, y hay un sentimiento como si todo el Evangelio girara en torno a este hecho». Indica también que en el capítulo 3 Nicodemo «aprende lo inadecuado del Judaísmo y la necesidad de nacer de nuevo en Cristo. 

El significado del milagro de Caná es que el Judaísmo debe ser purificado (cf. Juan 2:6) y transformado para encontrar plenitud en Cristo, el que trae la nueva vida, la vida eterna de Dios que ahora se ofrece al hombre a través de Su Hijo». El significado de una señal individual sólo puede entenderse dentro del gran plan de salvación que Dios lleva a cabo a través de su Hijo. J. D. G. Dunn insiste en ello. Puede decir: «El significado real de los milagros de Jesús es que apuntan hacia su muerte, resurrección y transformación, hacia la transformación producida por un nuevo espíritu, y por lo tanto nos llevan a creer en Jesús el (crucificado) Cristo, el (resucitado) Hijo de Dios». Puede que muchos no estén dispuestos a admitir esta visión de las señales, pero no cabe duda de que el hecho de que ellas apunten hacia la obra salvadora de Jesús no ofrece lugar a dudas.

Es importante resaltar que, a veces, Juan dice que las personas creyeron simplemente por las señales. Éste fue el caso del milagro de las bodas de Caná. Después de esta señal vemos cómo los discípulos «creyeron en Él» (Juan 2:11). No hubo discurso ni enseñanza sobre lo sucedido.

Simplemente fue la señal y después, la fe. Exactamente igual que en la sanación del hijo del oficial del rey. Cuando el oficial del rey supo que su hijo había sanado en Capernaum en el mismo momento en el que Jesús pronunció sus palabras en Cana, «creyó él y toda su casa» (Juan 4:53). De nuevo, sin discursos, Jesús no explica que Dios está en todo el proceso, y tampoco demanda fe. Simplemente hace la señal, que viene seguida de fe.

Había también una diferencia entre algunos de los oponentes de Jesús: los que le preguntaban: «Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?» (Juan 2:18) y los que le decían «¿Qué, pues, haces tú como señal para que veamos y te creamos?» (Juan 6:30).

El primer ejemplo tiene lugar después de limpiar el templo y es una muestra de que, a través de lo que Jesús hizo ese día, estaba mostrando alguna prueba evidente de su carácter divino.

La petición era que Jesús diera pruebas de que Dios estaba en lo que hizo. Si no conseguía probarlo, la conclusión sería que su actividad era meramente humana y por lo tanto no debían prestarle atención. Pero si conseguía producir una «señal», entonces las cosas cambiarían. Sabrían que Dios obraba en Jesús y se darían cuenta de lo que hacía. Ésta era su reclamación.

Pero el segundo pasaje hace dudar de la sinceridad de los oponentes porque la demanda de una «señal» se hizo después de la alimentación de los 5.000, como si este milagro no fuese suficiente señal. Lógicamente, Jesús se queja de su actitud en el discurso que pronunció en aquella ocasión cuando dijo, entre otras cosas: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Juan 6:26).

La satisfacción física de disfrutar de una buena comida podía atraerles, pero eran incapaces de percibir la «señal» que Jesús estaba haciendo. Lo triste es que, además, esta señal nos enseña una gran verdad: que Jesús provee para nuestras necesidades espirituales más profundas y que esta provisión solo se encuentra en Él.

En otra ocasión, Jesús señaló que sus oyentes no creerían a no ser que vieran «señales y prodigios» (Juan 4:48). Buscaban actos espectaculares y milagrosos y, hasta que no los vieran, no verían al Mesías. Preferían elegir ese tipo de actos. Uno piensa que la serie de «señales» recogidas en este Evangelio son una prueba suficiente del poder milagroso, pero los enemigos de Jesús no estaban convencidos.

Con el tiempo llegaron a reconocer que Jesús hacía milagros, incluso aplicaron la palabra «señal» para describirlos: «Este hombre hace muchas señales» (Juan 11:47). Pero aún reconociendo esto, no descubrieron la mano de Dios y seguían dispuestos a enfrentarse a Jesús.

Por supuesto, desde la Antigüedad, personas ajenas al pueblo de Dios realizaron milagros (como los magos egipcios en la época de Moisés), e Israel fue advertida de no dejarse engañar por esta gente ni por sus hechos (Deuteronomio 13:1–5). Evidentemente, los líderes judíos tenían este punto de vista sobre las señales de Jesús: las reconocían como el tipo de cosas que la gente corriente no podía hacer, pero no aprendían nada sobre la persona de Jesús ni sobre su relación con Dios. No acertaron a ver la mano de Dios en todo ello.

En otras palabras, no entendieron nada. R. T. Fortna señala que: «presenciar un milagro, incluso beneficiarse de él y buscar a su autor… y seguir sin entender que se trata de una “señal” es no comprender nada. Una señal, para ser entendida o “vista”, debe ser entendida con todo su sentido teológico».

Algunas personas vieron cómo Jesús alimentaba a una multitud con cinco panes y dos peces, e incluso participaron de la comida, y aún así seguían insistiendo en pedir una señal (Juan 6:30). Habían visto el milagro.

Se habían beneficiado personalmente de él, pero habían fracasado a la hora de entender su significado; no habían sabido entender que Dios estaba actuando en lo que hacía Jesús. No habían sabido entender la señal.

Lo que Juan dice es que deberían haberlo entendido. Lo que Jesús hacía no era simplemente milagroso (Juan nunca utiliza teras, «milagro» para describirlo); era significativo. Los signos o señales no tenían como objetivo mostrar lo bellísima persona que era Jesús, su objetivo era enseñar sobre Dios, mostrar cómo Dios actuaba a través de Jesús, y retarles a responder a esta iniciativa divina con fe.

El problema con los líderes judíos es que no podían ver la mano Dios cuando actuaba delante de ellos. Vieron que había una conexión entre los milagros y la fe: «Este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en Él» (Juan 11:47, 48). Pero negaban tanto la realidad de los milagros como su poder para provocar la fe. Negaban la mano de Dios en ellos. Consideraban solo como obras de poder aquello que debía haberles llevado a la fe (aunque utilizaban la palabra «señal» no entendían su significado). Y dado que los milagros no eran más que obras de poder, el resultado era endurecimiento, no fe.

En un importante pasaje, Juan señala este fracaso como el cumplimiento de una profecía. Dice de Jesús: «Aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio…?» (Juan 12:37, 38).

Juan cita Isaías 53:1, y añade Isaías 6:10. Estaba convencido de que las señales de Jesús apuntaban a Dios, y que la gente debía reconocer esto y actuar en consecuencia. Pero también estaba seguro de que la gente malvada nunca se había distinguido por su obediencia a Dios, como los profetas documentan exhaustivamente. Por esto Juan halla apoyo en Isaías para sus convicciones sobre la lentitud de muchos judíos en aceptar a Jesús. Simplemente estaban viviendo un ejemplo clásico de incredulidad.

A la cita de Isaías le siguen las siguientes palabras: «Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló con Él» (Juan 12:41). La idea de la gloria está específicamente entrelazada con algunas de las señales.

De este modo, en la primera señal Jesús «manifestó su gloria» (Juan 2:11), y cuando le informaron sobre la enfermedad de Lázaro, Él dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (Juan 11:4). Más tarde le dijo a Marta: «¿No te dije que si creías verías la gloria de Dios?» (Juan 11:40). En este Evangelio la gloria es compleja e incluye la idea de la gloria que vemos en la bajeza, para que la cruz sea el lugar donde Jesús es glorificado. Pero además de reconocer todo esto, Juan aclara que es en las señales donde el creyente puede discernir la gloria que de verdad pertenece a Cristo.

Dios no actúa sólo a través de las obras. El evangelista recoge las palabras «de muchos» que se acercaron a Jesús en la zona del país en la que había tenido su ministerio Juan el Bautista, «Juan no hizo ninguna señal» (Juan 10:41). No hay lugar a dudas de que la mano de Dios estaba presente en Juan el Bautista tal y como lo describe el cuarto Evangelio. Dios puede obrar y obra en personas sin necesidad de que tenga que aparecer lo milagroso. Pero Él obró en Jesús de una forma especial; así lo muestran las señales. Y lo que las señales muestran es lo que preocupa especialmente a Juan.

Por lo tanto, es muy importante la forma en la que Juan usa el término «señal». Para él, es un modo de resaltar la mano de Dios en el ministerio de Jesús. Juan no intenta ser comprensivo: simplemente recoge un grupo de señales que muestran lo que hizo Dios en Jesús. Es importante que estas cosas no se entiendan simplemente como milagros. Juan nunca describe lo que hizo Jesús como un teras (milagro).

Para él, el hecho de que el milagro sea inexplicable no es lo importante. Es cierto que un milagro no se puede explicar con premisas humanas, pero a Juan le preocupa más resaltar que lo de verdad importa en un milagro es que lleve el sello de Dios. No olvidemos que Juan el Bautista, que era sin lugar a dudas un hombre piadoso, no hizo ninguna señal. Las señales eran algo especial.

No pertenecían a los hombres piadosos en general, sino a Jesús. Lo que era importante era lo que Dios hacía en Jesús. Él estaba presente en Jesús de una manera en la que no estaba presente en ningún otro ser humano. Esto es lo importante para Juan, y las señales son la prueba de ello.

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lunes, 4 de abril de 2016

Dios -quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia- tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciase entre los gentiles, no consulté de inmediato con ningún hombre

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Preparamos pastos frescos para las ovejitas del Pastor de los pastores
Autoridad—de Dios y No del Hombre
Gálatas 1:11-24 ; Gálatas 2:1-10
1:11 Pero os hago saber, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre; 12 porque yo no lo recibí, ni me fue enseñado de parte de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. 

13 Ya oísteis acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo: que yo perseguía ferozmente a la iglesia de Dios y la estaba asolando. 14 Me destacaba en el judaísmo sobre muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. 

15 Pero cuando Dios  -quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia- tuvo a bien 16 revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciase entre los gentiles,  no consulté de inmediato con ningún hombre  17 ni subí a Jerusalén a los que fueron apóstoles antes que yo, sino que partí para Arabia y volví de nuevo a Damasco. 

18 Luego, después de tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro  y permanecí con él quince días. 19 No vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo,  el hermano del Señor; 20 y en cuanto a lo que os escribo, he aquí delante de Dios, que no miento. 21 Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia. 22 Y yo no era conocido de vista  por las iglesias de Judea, las que están en Cristo. 23 Solamente oían decir: "El que antes nos perseguía ahora proclama como buena nueva la fe que antes asolaba." 24 Y daban gloria a Dios por causa de mí. 

2: 1 Luego, después de catorce años, subí otra vez a Jerusalén, junto con Bernabé, y llevé conmigo también a Tito. 2 Pero subí de acuerdo con una revelación y les expuse el evangelio que estoy proclamando entre los gentiles. Esto lo hice en privado ante los de reputación, para asegurarme de que no corro ni he corrido en vano. 

3 Sin embargo, ni siquiera Tito quien estaba conmigo, siendo griego, fue obligado a circuncidarse, 4 a pesar de los falsos hermanos quienes se infiltraron secretamente para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, a fin de reducirnos a esclavitud. 5 Ni por un momento cedimos en sumisión a ellos, para que la verdad del evangelio permaneciese a vuestro favor. 

6 Sin embargo, aquellos que tenían reputación de ser importantes -quiénes hayan sido en otro tiempo, a mí nada me importa; Dios no hace distinción de personas- a mí, a la verdad, los de reputación no me añadieron nada nuevo. 

7 Más bien, al contrario, cuando vieron que me había sido confiado el evangelio para la incircuncisión  igual que a Pedro para la circuncisión  8 -porque el que actuó en Pedro para hacerle apóstol de la circuncisión actuó también en mí para hacerme apóstol a favor de los gentiles-, 9 y cuando percibieron la gracia que me había sido dada, Jacobo, Pedro  y Juan, quienes tenían reputación de ser columnas, nos dieron a Bernabé y a mí la mano derecha en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión. 10 Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, cosa que procuré hacer con esmero. 


Pablo declara hablar con autoridad dada por Dios


DECLARACIÓN DE LA AUTORIDAD DE PABLO
Gálatas 1:11–12

Pablo les declara a sus hermanos que el evangelio que les ha predicado no era un mensaje humano o hecho por el hombre; no lo había recibido de hombre, ni le había sido enseñado. En cambio, lo había recibido mediante una revelación de Jesucristo.

Desde el comienzo Pablo quiere que entiendan que su autoridad procede de Dios y no de hombre alguno: Os hago saber (gnorio, 11). 

Lo que así asevera es una declaración terminante que se dispone a sustanciar en detalle. Al dirigirse a ellos como hermanos indica que la apostasía de los gálatas no era completa o irrevocable; eran aún sus hermanos en la fe. 

Como habría de recalcar más adelante, Pablo afirma que el evangelio anunciado por él es el pronunciamiento de que la salvación era por gracia por medio de la fe y no por las obras de la ley (cf. Gálatas 3:1–4:31). 

En toda la carta no se advierte que haya tenido ningún otro conflicto teológico con sus adversarios. De particular significación es el hecho de que el evangelio no es según hombre. Esta expresión tiene para Pablo una significación especial, y aun puede equipararse con “carnal”. 2 Lo que quiere decir el apóstol es bien claro: su evangelio no era un mensaje meramente humano, como lo explica después en el versículo siguiente.

Este mensaje no era humano porque Pablo no lo había recibido de ningún hombre (12), ni le había sido enseñado. Tampoco eran humanos ni la fuente de su evangelio ni el método por el cual lo había recibido. La mayoría de los maestros cristianos, aun en los días de Pablo, habían sido enseñados por otros, pero no él. El había recibido el evangelio por revelación de Jesucristo. Esto se refiere, no a una revelación general, al alcance de todos los que la recibieran, sino a una revelación especial y personal a Pablo.

La pretensión de tener una revelación personal lo expone a uno a ser acusado de presuntuoso y peligroso. No es difícil, pues, apreciar la preocupación de los adversarios de Pablo. 

Sobre la base de lo que les parecía una revelación estrictamente privada y personal, él estaba abrogando mucho de lo que ellos consideraban vital y sagrado. A lo largo de las edades se han levantado quienes proclamaron un mensaje aduciendo que era el resultado de una revelación especial. Esta es precisamente la falacia de gran parte del concepto moderno de la “inspiración”. Tales maestros aceptan que la Biblia es “inspirada”. Pero también que otras obras fueron inspiradas—aun las de un Shakespeare y un Beethoven. 

Esto, desde luego, destruye la unicidad de las Escrituras. Reconocemos que Dios ha inspirado y dado revelaciones a los hombres desde los tiempos bíblicos. Pero la revelación de la Palabra escrita es única. En este sentido es definitiva y no continua. La audaz pretensión de Pablo fue plenamente sustanciada, no por él, sino por el Espíritu de Dios. Nuestra tarea no es agregar a la revelación escrita, sino entenderla y explicarla.

JUSTIFICACIÓN DE LA AUTORIDAD APOSTÓLICA DE PABLO
Gálatas 1:13–2:21

    1. Celosa oposición antes de la conversión (Gálatas 1:13–14)

Pablo les recuerda a los gálatas que ellos han sabido de su conducta en el judaísmo—su excesiva persecución a la iglesia y celosa adhesión a las tradiciones de sus antepasados.

Estos paganos convertidos de Galacia probablemente habrían oído (Gálatas 1:13) de este período de la vida de Pablo de sus propios labios, lo cual estaría de acuerdo con su costumbre de emplear en su predicación el testimonio personal. Conocían su conducta en otro tiempo en el judaísmo. Los gálatas estaban también al tanto de que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba. 

La persecución a la iglesia cristiana por Pablo había sido excesiva y extremada. El término asolaba (protheo) es muy fuerte, y significa “destruir” o “saquear”—con las claras implicaciones de los estragos de la guerra. Así describe el apóstol su conducta antes de su conversión, como una guerra personal contra la iglesia de Cristo.

Pablo no sólo demostraba su celo persiguiendo a los cristianos y destruyendo a la iglesia, sino que al mismo tiempo aventajaba (prokopto, progresaba) en el judaísmo a muchos de sus contemporáneos en su propia nación (Gálatas 1:14). 

Nacido de padres hebreos, había aceptado la interpretación más estricta de la ley—era fariseo. Aun bajo normas tan exigentes podía describirse como “irreprensible” (cf. Fil. 3:5–6), siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Su progreso en el judaísmo iba mucho más allá de la ley—en su sentido más estricto. Se describe a sí mismo como un zelote. Esta era, por supuesto, una parte esencial del fariseísmo. En este sentido excedía a muchos de sus contemporáneos.

El argumento básico de Pablo en esta sección es que su vida anterior a su conversión demuestra que había recibido la autoridad para su función de Dios y no del hombre. En apoyo de esta afirmación señala los hechos de su extremada hostilidad al cristianismo (en el lado negativo) y su progreso superior en el judaísmo farisaico (en el lado positivo). Ambas son pruebas de que su aceptación del cristianismo no podía atribuirse en ningún sentido a influencia o instrucción cristianas (humanas). Sólo podía haberlo realizado una revelación divina.


    2. Después de la conversión—sin consulta humana (Gálatas 1:15–24)

a. Pablo en Arabia y Damasco (Gálatas 1:15–17)
Dios había señalado a Pablo desde su nacimiento para predicar a los gentiles. 

Cuando Dios lo llamó—mediante la revelación de su Hijo—él no visitó a los apóstoles en Jerusalén, sino que se fue a Arabia (tal vez unos 320 kilómetros al sur de Damasco y 150 kilómetros al sudeste de Jerusalén). No fue sino hasta tres años después que visitó a Pedro y Santiago en Jerusalén, y entonces sólo por 15 días. 

Después de esto fue a Siria y Cilicia. Durante este tiempo era desconocido para las iglesias de Judea, salvo la información de que su ex-perseguidor ahora estaba predicando la fe que antes había destruido.

Como observa Burton, toda la sección que comienza con Pero  no está en contraste con lo que ha dicho antes. Más bien es una ampliación de lo mismo. 

De modo que una traducción mejor es esta: Y cuando agradó a Dios. La expresión cuando agradó a Dios es un hebraísmo que reconoce la soberanía divina. Es simplemente otra forma de decir “cuando Dios quiso”. 

Dios era quien había apartado a Pablo desde el vientre de su madre
Esta última expresión es otro hebraísmo familiar para referirse al nacimiento. Pablo llama así la atención al hecho de que Dios lo había apartado desde su nacimiento. Apartó (aphorizo) puede significar apartar de, en el sentido de excomulgar (cf. Lc. 6:22), o apartar para. 

Aquí obviamente significa esto último, y equivale prácticamente a una designación. Dios había designado a Pablo para su tarea especial desde su nacimiento. Entonces, un día, en el camino a Damasco, se reveló esa designación, y Dios lo llamó. El ciegamente celoso fariseo fue confrontado por el Cristo resucitado—y oyó el llamado de Dios. Como se ha visto en Gálatas 1:6, Pablo apreciaba la proclamación del evangelio como el llamado de Dios a los hombres a Sí. El apóstol lo había oído de los labios del Señor resucitado. El llamado y la designación eran, como son todas las bendiciones de Dios, por su gracia.

En otros lugares se dan los detalles de esta revelación, primordialmente en los tres relatos de la conversión de Pablo (Hch. 9:1–18; 22:4–16; 26:9–18). Como lo evidencia su referencia abreviada aquí, el hecho importante era que la experiencia estaba destinada a revelar a su Hijo en mí (16). 

Esta se convirtió en la piedra fundamental del ministerio de Pablo, sobre la cual se construyó todo lo demás. El era legítimamente un apóstol, porque había visto a Cristo (cf. 1 Co. 9:1; 15:8). Tanto delante de sus compatriotas como de sus captores romanos Pablo tenía una sola defensa—se había encontrado con el Señor resucitado. De modo que su autoridad para predicar el evangelio, ahora atacada, era que lo había recibido por una revelación del Hijo de Dios. ¿Qué era esa revelación? Se la ha descrito como una “farsa”, una “alucinación”, una “señal”, un “trance” y una “visión”. 

Pero todas esas explicaciones pierden de vista el punto principal—fue una revelación personal. ¡Plugo a Dios revelar a su Hijo en mí! El propósito de la experiencia era que Pablo le predicase entre los gentiles. El término gentiles (ethnos) los diferencia de los judíos (cf. Hch. 9:15; 22:15; 26:16–18).

Así como la experiencia de Pablo se convirtió en el punto focal de toda su vida y ministerio, hoy el cristiano necesita un punto de referencia comparable en su vida espiritual. 

Claro que la experiencia de Pablo era única, pero no obstante, hay una experiencia personal de confrontación con Cristo que hoy proporciona realidad espiritual al alma inquisitiva. Esta no sólo es necesaria en términos de un llamado al que es designado ministro de Jesucristo, sino que es no menos esencial para todo seguidor del Salvador. 

Un encuentro con el Señor resucitado y viviente es el comienzo indispensable de toda vida transformada—el milagro del nuevo nacimiento. Esto constituye para el que ha nacido dos veces un punto de perspectiva que coloca en su foco todo lo que sigue. “Antes era ciego, pero ahora veo.”

Pablo justifica su pretensión señalando que después de su conversión y su revelación especial no consulté en seguida con carne y sangre. La palabra consulté (prosanatithemi) significa contribuir o agregar algo. En este caso el apóstol está aclarando que nadie agregó nada a su evangelio —venía de Dios. Su actividad, tanto después de su conversión como antes, apoya esta afirmación.

Ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo (17). Los judíos siempre hablaban de “subir a Jerusalén”, y ésta de la misma manera se convirtió en la sede reconocida de la dirección humana y la autoridad de la iglesia primitiva. Es significativo que el nuevo convertido, habiendo sido llamado especialmente, no consultó con los líderes cristianos. Esto apoya fuertemente la pretensión de Pablo de una autoridad única. La palabra antes es importante porque subraya el apostolado de Pablo. El también era apóstol, aunque otros lo hubieran precedido en esa santa vocación.

Pablo fue a Arabia, que está en marcado contraste con Jerusalén. Era un desierto más bien que una activa metrópoli. Allí encontró comunión con Dios más bien que comunicación con los hombres. Pablo no expresa el propósito de su ida a Arabia, pero está implícito que fue un retiro espiritual, y no un viaje misionero. Desde la perspectiva histórica apreciamos que necesitaba reconstruir todo su sistema de pensamiento. Esto era esencial para que pudiera ministrar más allá de los límites del judaísmo. Los primeros apóstoles simplemente habían agregado al judaísmo a Cristo como el Mesías esperado. Pablo había de ir más allá de esto. Después de su período de meditación en Arabia, dice, volví de nuevo a Damasco. Allí predicó, probablemente con renovada visión y vigor.

b. Breve visita de Pablo a Jerusalén (Gálatas 1:18–20). 
Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro (18). Esta es la primera mención de la ciudad de Damasco, que es predominante en todos los relatos de la conversión de Pablo en Hechos. 

El hecho de que volviera de nuevo a Damasco indica claramente que había partido de allí. La mención de los tres años tiene el efecto de expresar que demoró ese largo período en consultar con los líderes de la iglesia. 

Los tres años probablemente representen el período total desde su conversión. No hay sugestión alguna de que el viaje de Pablo a Jerusalén tuviera el propósito de obtener aprobación o sanción para su evangelio. Fue simplemente una visita para encontrarse con Pedro, el jefe reconocido de la iglesia. Y fue visita breve—sólo quince días en contraste con los tres años transcurridos desde su conversión. Ciertamente tan breve tiempo habría proporcionado pocas oportunidades para instrucción o enseñanza.

Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor (19). Hubiera sido de esperar que, si estaba buscando la aprobación o aceptación oficiales, hubiera visitado a todos los apóstoles. Esto lo niega expresamente, manifestando que el único apóstol a quien él vio en esa ocasión, además de Pedro fue Jacobo, el hermano del Señor. Esta referencia a Jacobo es de importancia especial ya que él, como jefe de la iglesia de Jerusalén, fue identificado más tarde con el grupo legalista que contendió con Pablo.

La actitud de Pablo hacia los líderes de la iglesia no debe ser interpretada erróneamente como desprecio por el liderazgo humano. Todo su mundo se había derrumbado y sólo Dios podía reconstruirlo—en comunión solitaria. Más tarde, cuando su evangelio fue desafiado, no podría defenderlo sino de esta manera. Hay suficiente evidencia de que él respetaba profundamente la dirección y autoridad humanas (cf. Hch. 21:18–26), pero no vacilaba en llamar a cuentas a cualquiera que pusiera en entredicho la verdad de su conciencia. Esto es simplemente reconocer que la suprema autoridad humana es la conciencia personal. Es así como, 15 siglos después, Martín Lutero, un discípulo de Pablo, desafió a la iglesia y al imperio declarando: “¡No es ni seguro ni correcto actuar contra la conciencia!”

Pablo podía por lo tanto afirmar: En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento (20). Esta solemne declaración—llamando a Dios como testigo de la veracidad de sus palabras— es un método que Pablo utiliza para recalcar la importancia de lo que está diciendo (cf. Ro. 9:1; 2 Co. 1:23; 11:31; 1 Ts. 2:5).

c. Pablo en Siria y Cilicia (Gálatas 1:21–24). 
El relato de Hechos 9:28 completa muchos detalles de este después (21). Los años de Pablo en Siria y Cilicia, vinieron después que había predicado a Cristo y discutido abiertamente en Jerusalén y después que había despertado la asesina oposición de sus enemigos (cf. Hch. 9:29; 22:17–20). 

Sus hermanos cristianos lo enviaron a Tarso para proteger su seguridad personal. En dicha ciudad evidentemente estableció su cuartel general en Cilicia, después de lo cual fue llevado a Antioquía de Siria por Bernabé (cf. Hch. 9:30; 11:25).

La declaración de que no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo (22) no debe ser entendida en el sentido de que los cristianos de Judea no hubieran visto u oído a Pablo después de su conversión. Todo el énfasis de este argumento estaba en que durante ese extenso período no había estado predicando y trabajando en Jerusalén—el centro más antiguo de la iglesia. Los relatos de Hechos muestran claramente que Pablo había predicado y testificado en Jerusalén antes de regresar a Tarso. Sin embargo, durante este período de aproximadamente 11 años no había vuelto a Judea.

Durante ese ínterin, la iglesia de Judea había oído que aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba (23). Esta debe haber sido una noticia increíble y emocionante—y glorificaban a Dios en mí (24).


    El evangelio de Pablo y el Concilio de Jerusalén Gálatas 2:1–10

a. El informe de Pablo (Gálatas 2:1–2)
Catorce años después Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén a comunicar privadamente su evangelio a los dirigentes de la iglesia. Estos hombres prominentes no agregaron nada al mensaje de Pablo. 

Aun a pesar de algunos que habían espiado a Pablo, no exigieron que su colaborador Tito fuera circuncidado. En cambio, dieron su bendición a Pablo y Bernabé, reconociendo que su comisión a los gentiles era comparable con el ministerio que los otros apóstoles desempeñaban entre los judíos.

Después, pasados catorce años, dice Pablo, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito (Gálatas 2:1). No está claro a qué se refiere este después. ¿Fue después de su conversión o después de su visita anterior, tres años después de su conversión? La cuestión tiene poca importancia para el relato del incidente, pero está relacionada significativamente con la cronología de la vida de Pablo. Es probable que los 14 años señalen el intervalo entre las visitas a Jerusalén.

La asociación de Bernabé con Pablo empezó cuando el primero apoyó al fariseo recién convertido en su deseo de unirse a los discípulos en Jerusalén (Hch. 9:26–27). 

Más tarde Bernabé le dio a Pablo la oportunidad de comenzar un ministerio en Antioquía (Hch. 12:22–25). No tenemos información detallada acerca de cómo Tito se asoció con el apóstol. Es evidente que este cristiano griego era uno de los primeros convertidos de Pablo (Tit. 1:4). 

Al final del segundo viaje misionero, Tito era ya un líder en la joven iglesia. La referencia aquí indica que él se hallaba entre los “algunos otros” obreros de Antioquía escogidos para representar a esa iglesia en esa histórica conferencia (Hch. 15:1–2).

Pablo expuso en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predicaba entre los gentiles. El mensaje del evangelio que Pablo colocó delante de ellos era que Jesucristo había sido crucificado, había resucitado, y volvería otra vez; y que había justicia para todos mediante la fe en El sin las obras de la ley. 

Según Hechos 15:4, Pablo y sus acompañantes informaron a toda la iglesia de Jerusalén, mientras aquí en Gálatas se expresa específicamente que fue en privado. Esto indicaría que la sesión pública fue precedida por una conferencia privada, lo que definitivamente habría sido sabio hacer. Véanse los comentarios sobre Hechos 15:4–12.A los que tenían cierta reputación es una traducción libre de lo que parece ser una sentencia o pensamiento interrumpido, causado tal vez por la ansiedad o hasta la agitación en la mente de Pablo. 

Ello refleja su obsesión de no decir demasiado —¡o no decir suficiente! Estaba relatando el hecho de que había apelado a los líderes de la iglesia para que aclararan un asunto muy crítico; empero el apóstol no quería implicar una sumisión completa al juicio de ellos, ni negar su propia autoridad peculiar que le había sido divinamente dada. Así que Pablo se refiere a Jacobo, a Cefas (Pedro) y a Juan como “los que tenían reputación de ser algo” (6), y los “que eran considerados como columnas” (9). Tenían cierta reputación en el sentido de que esa era la apariencia que tenían en los ojos de la iglesia. Detrás del titubeo de Pablo estaba su convicción de que la autoridad final debía proceder de Dios, no del hombre.

Una de las metáforas acostumbradas de Pablo es la que representa la vida cristiana como una carrera (cf. 5:7; 1 Co. 9:24–26; Fil. 2:16). El apóstol alude a su vida y a su ministerio entre los gentiles precisamente como una carrera, y declara su preocupación de no correr o haber corrido en vano. Con esto Pablo expresa que se da cabal cuenta de que si los líderes reconocidos de la iglesia en Jerusalén se oponían a su evangelio, todo el trabajo que él había hecho sería destruido por sus emisarios, y él no podría tener la esperanza de lograr cosa alguna en el futuro. Su certidumbre del origen divino de su mensaje no le impedía ver que la división y la divergencia en la iglesia serían fatales para ésta.

b. Pablo rehúsa circuncidar a Tito (Gálatas 2:3–5). 
En el verso 3 aparece la primera mención específica en la epístola del problema particular que se está tratando: la circuncisión forzosa de los convertidos gentiles. ¿Era necesaria? Pablo escribe: Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse. El propósito del apóstol al narrar todo el evento era demostrar que aun allí en la iglesia de Jerusalén, su acompañante griego no había sido forzado a someterse a la ley ceremonial. 

Por lo tanto, ¿qué bases podían tener sus contrincantes para insistir que se practicara la circuncisión en la patria de los gentiles?

Los versículos 4 y 5 son un paréntesis que llama la atención a aquellos que estaban ejerciendo presión para poner en práctica la circuncisión. La presión venía porque falsos hermanos introducidos a escondidas… entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud (4). 

La expresión falsos hermanos sugiere que eran creyentes compañeros de ellos, pero la insistencia que hacían en la necesidad de la ley constituía ante los ojos de Pablo una negación de Cristo (Gálatas 2:21). Estos hombres se habían introducido a escondidas, o sea, “habían sido metidos secretamente”. 

Su propósito expreso era espiar, para obtener información personal de la libertad de la ley que estos convertidos gentiles disfrutaban en Cristo. Todo esto era un intento de imponer la ley sobre ellos y esclavizarlos otra vez (cf. comentarios sobre Gálatas 4:1–10). El elemento de sigilo definitivamente se relaciona a sus móviles. Indudablemente fingieron ser hermanos cristianos y con la confianza que tal compañerismo les otorgó observaron (“espiaron”) la libertad de los convertidos gentiles. Después de eso podían llevar tal información y tratar de imponer la circuncisión.

Pablo no se atemorizó por esos hombres ni por sus tácticas. Escribe: A los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros (5). Estos falsos hermanos trataron ahora de forzar a Pablo ante la iglesia de Jerusalén a que conformara su evangelio a la ley. Fue contra esta presión que Pablo declara que “no cejó en sujeción” (VM., lit.) “ni aun por una hora”. 

Aun Tito, a pesar de sus argumentos y demandas, no fue forzado a circuncidarse. Este fue probablemente el punto específico en el que Pablo ya no quiso ceder. La razón por la que no cedería ni un paso fue porque esto era una defensa de la verdad del evangelio que él había predicado a sus convertidos gentiles. Este mensaje de verdad cristiana no podría continuar si él fracasaba. Si se sometía a la circuncisión de sus convertidos gentiles, el evangelio que él les había predicado no podía ser veraz.

c. Reconocimiento del ministerio de Pablo (Gálatas 2:6–10)
Una vez más Pablo se refiere a los “apóstoles columnas” como los que tenían reputación de ser algo (6). Aquí entra en más detalle en su depreciación de la importancia de ellos. Lo que hayan sido significa literalmente: “De qué clase eran anteriormente.” 

Esto indudablemente se refiere al hecho de que estos hombres se habían asociado con Jesús en su ministerio terrestre. Pero aun esto no era importante para Pablo, y ello por una muy buena razón: Dios no hace acepción de personas, que literalmente significa: “Dios no recibe la apariencia (o rostro) del hombre.” Esto sencillamente significa que para Dios lo exteriormente aparente no es importante.

Aquí Pablo está tratando con un problema que rápidamente estaba llegando a un punto incontrolable en la iglesia primitiva, especialmente en las áreas gentiles. A los que habían estado con Jesús durante su ministerio terrenal se les estaba dando un lugar de distinción que podía tener consecuencias peligrosas. 

Los judíos tenían una salvaguardia hondamente arraigada en su credo en contra de la idolatría, pero los gentiles que se habían convertido por el ministerio de Pablo fácilmente podían caer en esta trampa. Dado el antecedente de idolatría del que venían, sólo un paso distaba de la veneración a los discípulos terrenales de Jesús a un culto a una deidad. 

Lo que era más, el derecho de apóstol que Pablo esgrimía estaba siendo desafiado por sus enemigos precisamente por esta razón: que él no había sido uno de los discípulos originales. De modo que al escribirles a sus convertidos gentiles acerca de la relación que él tenía con esos líderes que habían seguido al Señor, Pablo enfáticamente declara que para Dios la apariencia externa no es lo importante. 

La autoridad en la iglesia procede de Dios. Viene, no sobre la base de la relación que cierta persona haya tenido con Jesús durante su estancia en la tierra, sino a la luz de su experiencia presente con Cristo. Esto no significa que Pablo no tenía respeto hacia esos líderes, y ni siquiera que no los estimara. Todo lo contrario, ya que él estaba en Jerusalén para tener una conferencia con ellos. 

En vez de eso debemos ver aquí una reflexión del interés de Pablo en que se observe la verdadera base de la autoridad.

No sólo se negaron los líderes de la iglesia a forzar a Tito a que se circuncidara, pero además dice Pablo, los de reputación nada nuevo me comunicaron. Este es el propósito principal de Pablo al narrar este evento. En la defensa de su autoridad, como algo procedente de Dios, el apóstol aquí declara que ni siquiera los líderes de la iglesia tuvieron algo que añadir a su mensaje.

En vez de eso, actuaron por el contrario, cuando vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (7). Una acción positiva tal se basó en una intuición importantísima y trascendental. Así como Pedro era el líder reconocido de aquellos que estaban ministrando el evangelio en el mundo judío, asimismo reconocieron que a Pablo se le había encomendado (lit., confiado) un ministerio similar a los gentiles.

Este reconocimiento de liderismo, mismo que Pablo llama apostolado, se basaba en la clara evidencia de la misma divina actividad en Pablo como en Pedro. El que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles (8). El mismo Dios infundió energía en ambos.

El feliz resultado de esta conferencia fue que reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo (9). Por primera vez Pablo identifica a los líderes de la iglesia en Jerusalén, a quienes se había estado refiriendo en los versículos previos. Al poner a la cabeza de la lista a Jacobo (el hermano de Jesús), se sugiere que era el líder de la iglesia, tal vez en su administración, en tanto que Pedro era el líder de la obra misionera entre los judíos. Estos hombres tomaron una acción positiva. Les dieron a Pablo y a Bernabé la señal reconocida de amistad y armonía: la diestra en señal de compañerismo. A la luz de esta aprobación completa y sin dudas, ¿cómo se podía poner en tela de duda la autoridad de Pablo?

El resultado fue que Pablo y Bernabé fuesen a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Se hace la pregunta si esta división era racial o geográfica. Había gentiles en Palestina y judíos en el mundo greco-romanoasiático. La contestación más obvia es que a Pablo se le dio autoridad definitiva en el territorio en el que había estado trabajando —fuera de Palestina. Este era el asunto que había motivado todo. Sin embargo, también parece obvio que la decisión afectó directamente los requisitos que se habían de imponer sobre los convertidos gentiles, en cualquier sitio donde residieran.

Los líderes de la iglesia en Jerusalén añadieron sólo una estipulación a su aprobación, y fue que Pablo se acordase de los pobres (10). El estaba listo (spoudazo, vehemente; celoso, VM.), con diligencia a hacer, lo cual se puede ver en sus actividades posteriores (cf. Ro. 15:31; 2 Co. 8–9).

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