miércoles, 6 de abril de 2016

No se unan en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo?

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Matrimonio: Unión con consejo divino
2Corintios 6:14-15
14No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? 15¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo?
¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que nos hemos casado con alguien inmensamente diferente?

Confusión e impaciencia en el matrimonio cuando se conversa acerca de las diferencias
Todos sufrimos confusión y muchos actuamos inadecuadamente, cuando nos damos cuenta de que nos hemos casado con alguien inmensamente diferente. El problema no es lo que sentimos, sino cómo actuamos por lo que sentimos.
Hay momentos en que enfrentar la realidad es realmente difícil. Sin embargo, es mucho más lamentable y peligroso vivir tratando de ignorarla. Si usted ha elegido el matrimonio para poder vivir en el mundo de la fantasía o muy pronto terminará su fantasía o lamentablemente terminará su matrimonio. 
Es verdad que generalmente somos atraídos por personas diferentes, pero la historia es totalmente diferente cuando tenemos que vivir con ellas. Esa es una razón por la que la mayoría de las parejas tienen serios conflictos cuando descubren lo diferentes que son.
Muy pronto terminará su fantasía o lamentablemente terminará su matrimonio.
Todo cónyuge en determinado momento comenzará a vivir temporadas de antagonismo al notar lo diferente que es la persona con quien eligió casarse. Todo matrimonio tarde o temprano tendrá uno de esos diálogos que en vez de traer esperanza, nos deja con un sabor amargo y que en vez de ayudarnos a encontrar respuestas, nos crea un sinnúmero de signos de interrogación. 

Es posible que alguna vez usted haya escuchado algunas de la siguientes declaraciones: 
  • «Somos tan diferentes que lo mejor sería separarnos», 
  • «Somos demasiado diferentes, y aunque no creo que es bueno separarse,           creo que de aquí en adelante debes hacer las cosas a tu manera porque yo         las haré a la mía», 
  • «Cuando yo pienso blanco, tú piensas negro», 
  • «Estas diferencias nunca terminarán». 

Por supuesto que no son palabras fáciles de escuchar y mucho menos si éstas salen de los labios de aquella persona con quien nos comprometimos a permanecer juntos para toda la vida.

Por dolorosas que sean estas palabras, sin duda, expresan grandes verdades. 
Lo desagradable es que nos anuncian que vienen consecuencias que ningún ser racional desea. Separarse o divorciarse por las diferencias, es tan ridículo como querer casarse con alguien que sea igual a uno. 

Resentirse y no aceptar las diferencias es como querer tener a su lado un robot. Alguien que hable, piense, haga y diga todo lo que uno le mande. 

Pero, ¿es realmente eso lo que busca el cónyuge que está haciendo estas declaraciones? Mi respuesta enfática a esta pregunta es un rotundo no. Lo que generalmente la persona busca es ser entendida, y en medio de su frustración expresa su desaliento. 

Obviamente este cónyuge siente que sus puntos de vista, sus formas de hacer las cosas, sus anhelos, sus deseos, no se están tomando en cuenta en la medida que espera.

Hoy, a diferencia de lo que pensaba antes, y después de muchos años de matrimonio, pienso que tras estas declaraciones se encuentra oculto un buen mensaje que se está entregando con el propósito de que sea comprendido. 
Debo reconocer que no siempre he pensado tan positivamente, pues hubo momentos en que al escuchar estas declaraciones de preocupación de mi esposa, sentí que todo mi mundo familiar se desmoronaba. 
Cada vez que escuchaba estas palabras me parecía oír el anuncio de una separación, sobre todo cuando concluíamos que no valía la pena seguir hiriéndonos.
 Era amenazante pensar que no tenía sentido seguir juntos si cada vez que yo hacía algo que a ella no le agradaba, o cada vez que ella hacía algo que a mí no me agradaba, volvíamos a discutir acaloradamente acerca del problema, y una vez más, después de conversar y expresar cada uno sus puntos de vistas, llegaríamos a la repetida y decepcionante conclusión: «Somos demasiado diferentes».
Cada vez que escuchaba estas palabras me parecía oír el anuncio de una separación.
En determinados momentos y queriendo entender nuestras diferencias, tanto mi esposa como yo, tomamos el tiempo para pensar en el pasado y estudiar los antecedentes familiares de cada uno. 

Después de analizar las respectivas familias, llegamos a la conclusión de que una de las razones por la cuales somos tan diferentes es por la forma tan diferente en que fuimos criados. Creo que todos estamos de acuerdo con esta conclusión, pero una conclusión no es una solución, sobre todo cuando sabemos que tal vez nuestras diferencias nunca terminen y que algunas de ellas nos acompañarán toda la vida. 

El resultado de este frío análisis ha sido la frustración de mi esposa, su desesperanza y su respectiva declaración comunicándome que ella no podía vivir tranquila con estas diferencias. Precisamente en aquellos momentos aparecía en mi mente una gran incógnita. Si no podemos vivir tranquilos con nuestras diferencias, ¿cuál debería ser la solución o cuál debería ser el siguiente paso? Me pregunté muchas veces, ¿qué debe hacer una pareja que no sabe cómo vivir con sus diferencias?

Soy de las personas que piensan que determinaciones tan importantes como estas de ninguna manera deben ser producto de una decisión emocional, abrupta y sin profunda meditación. Esa es la razón por la que, cuando tuvimos estas dificultades en nuestro matrimonio, decidí pensar seriamente sobre el asunto. 

Tomé la decisión de investigar lo que Dios desea que todos nosotros hagamos cuando nos encontremos en esas circunstancias. Me repetí constantemente a mí mismo: Si Dios nos creó diferentes y permitió que con diferentes antecedentes, deseos, costumbres, anhelos y metas lleguemos a ser un matrimonio que está supuesto a convivir en la relación interpersonal más cercana e íntima de este mundo, es imposible que Él no tenga una respuesta, no es posible que no haya dejado un camino para poder convivir. 

Mi conclusión una vez más me daba esperanza pues Dios es el autor del matrimonio, Él creó la familia y sin duda tiene respuestas a nuestras más grandes interrogantes.

Creo que la mayoría de los cristianos, cuando buscamos el consejo divino, actuamos de la misma manera. Generalmente estamos esperando que Su consejo coincida con nuestras expectativas, pero muy pronto me di cuenta de que las respuestas que yo esperaba no eran las que la Biblia me entregaba. 

Una vez más tenía que ser recordado que las respuestas divinas no siempre son las que los orgullosos y egoístas seres humanos esperamos. Si las respuestas hubieran sido lo que mi esposa y yo esperábamos, 

Dios habría tenido que darnos dos respuestas diferentes y al aplicar sus consejos, en vez de terminar nuestros conflictos más bien nos habríamos metido en otros mayores porque tanto mi esposa como yo, esperábamos que la Biblia nos diera la razón.

La fórmula divina que descubro en las páginas de la Biblia realmente me resulta paradójica porque rompe los ideales humanos de la misma forma que lo hacen muchos de sus principios. 
En la historia podemos notar que cada vez que una sociedad ha encontrado una desarmonía entre sus valores y los valores divinos, ésta ha tratado de ridiculizar los categóricos principios y mandamientos divinos. 
A través de los siglos, los hombres han rechazado los altos valores divinos, porque sin duda, éstos se salen de las expectativas humanas. Las fórmulas divinas no son fácilmente aceptadas por nosotros los humanos. Es difícil aceptar que si nos humillamos, seremos exaltados y si sufrimos seremos bienaventurados. Estas son fórmulas que no encajan en nuestro orgulloso corazón. 
Pero, Dios no se ha equivocado. Estos fueron los principios que rigieron la vida de Jesucristo, y aunque a los ojos de sus contemporáneos puede haber terminado como un perdedor, ante los ojos de Dios-Padre, su humillación le llevó a la exaltación y su actitud de siervo a la posición de Rey.
Es difícil aceptar que si nos humillamos, seremos exaltados.
Después de pensar en todo lo expuesto, creo que fundamentalmente el éxito de la relación conyugal radica en aceptarnos tal como somos. Ninguno debe intentar cambiar a su cónyuge, más bien cada uno por sí solo debe determinar hacer todos los cambios que sean indispensables para la adecuada relación matrimonial.

Estos cambios serán efectivos siempre y cuando se tome en cuenta las necesidades de la persona amada y cuando nuestra determinación de cambiar no esté basada exclusivamente en la opinión humana sino en el consejo divino, aunque éste vaya en contra de los anhelos humanos.
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Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Prepárate bíblicamente para enseñar en la Congregación

La Institución del Matrimonio por El Señor
Génesis 5:1-2

5: 1Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. 2Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados.

Llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados.


Un paseo a través de la sección del matrimonio y la familia de la librería cristiana local demuestra fácilmente que los cristianos modernos tienen un interés tremendo en el tema del matrimonio y la familia. 

Pero este negocio en auge matrimonial (libros, conferencias, seminarios, asesoramiento) es en realidad una señal de enfermedad y no de salud. En un sentido muy verdadero, nuestro interés es morboso, casi patológico. Parecemos un enfermo de cáncer terminal, investigando fervientemente los tratamientos alternativos, con la esperanza vana que algo se pueda hacer. Desesperados por la felicidad de nuestras relaciones, y descontentos con lo que nos ha dado Dios, les estamos implorando a los expertos que nos enseñen la salida.

Dios es el Señor. 
El es céntrico a la integridad de todo, incluso el matrimonio. Tiene la primicia sobre el cielo y la tierra, y todas sus criaturas tienen la responsabilidad moral de reconocer a esa primicia en todo lo que hacen, incluso en como se casan. 

El hombre y la mujer que juntos tienen esta orientación, en un lazo de alianza, disfrutan de un matrimonio cristiano. Si niegan o no le hacen caso a esta verdad, lo harán por su propio riesgo. 

El cristiano maduro entiende que la obligación de todas las criaturas es glorificarle a Dios en todo. Por lo tanto es evidente que tal varón cristiano maduro será también un marido de madurez. Igualmente, la mujer cristiana de madurez será una esposa madura. 

La madurez en el Señor es una condición previa a la madurez en el matrimonio.

Al estudiar el tema del matrimonio, debemos empezar con la enseñanza bíblica sobre la naturaleza y el carácter de Dios. Cuando lleguemos a entender que El es realmente el Señor, nos volveremos hacia El naturalmente para aprender como se aplica su ley benigna al cimiento y al propósito del matrimonio.

El Pacto

La naturaleza del Dios Trino se presenta en las Escrituras bajo figura de vínculo entre padre y hijo. Dios es el Padre, y Jesucristo su único Hijo. Antes de establecer la fundación de la tierra, el Padre ya había escogido una novia para su Hijo. Esa novia es la iglesia cristiana, los escogidos de Dios. 

“Y vino a mí uno de los siete ángeles… y habló conmigo, diciendo, ‘Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.’ Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo de Dios” (Apo. 21:9–10).

Pablo nos enseñó que debemos conscientemente considerar nuestros matrimonios como representaciones menores del matrimonio central, el de Cristo con su iglesia. Esto es un gran misterio, dice él, pero cuando deja el hombre a su padre y a su madre, y se casa con su esposa, hace una declaración con respecto a Cristo y la iglesia. Dependiendo del matrimonio particular, esa declaración se hace mal o se hace bien, pero siempre se hace.

Por lo tanto comprendemos cómo la fundación del matrimonio tiene que ver con pacto. La relación de Dios con nosotros a través de Cristo es una de pacto – es el Nuevo Pacto – y nuestros matrimonios son una pintura de esa verdad. El cimiento de la vida santa matrimonial es la misma para toda la vida santa – en todo debemos buscar la gloria de Dios. Nuestro Dios Trino es un Dios que hace pacto y que guarda pacto, y El ha escogido al matrimonio como uno de los mejores medios por el cual los hombres caídos le puedan glorificar.

Al atacar la naturaleza del matrimonio como pacto, el error del feminismo ha sido muy eficaz. A través de toda la historia de la iglesia, las herejías destructoras se han usado por el Dios soberano para obligar a la iglesia a definir todo lo que no estaba claro. El hereje Marción fue él que provocó a la iglesia para que identificara el canon de la Escritura, el hereje Arrio que obligó a la iglesia a que testificara claramente de la plena divinidad del Señor Jesús, y así sucesivamente. Hoy en día el feminismo está proveyendo ese mismo servicio a través de su reto al pacto del matrimonio.

Sin el desafío del error, podemos muy fácilmente dejarnos ir a la deriva, haciendo lo que nos parece “natural” o “tradicional.” Miles sin número hacen unas cuantas cosas porque “simplemente les parecen correctas.” Sin embargo, siempre y cuando que se desafíe esa costumbre, el tradicionalista se queda perplejo. “Bueno, realmente no estoy seguro porqué hago eso.” Considere, por ejemplo, nuestra costumbre de la mujer tomando el apellido de su marido. ¿Por qué lo hacemos? ¿ Por qué es que María Sánchez se vuelve en María Sánchez de López? ¿Lo requiere la Biblia? 

Algunos se quedarán sorprendidos, pero la Biblia sí enseña que Dios llama al marido y su esposa por el mismo nombre – el del marido. Esto respalda completamente tanto nuestra costumbre de tomar un nombre nuevo como la verdad del pacto que esa costumbre representa.

“Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a la semejanza de Dios lo hizo; varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados” (Gen. 5:1–2). En otras palabras, Dios creó a Adán y a su esposa varón y hembra; los bendijo y los llamó a ellos dos Adán. Desde el principio, ella era participante en el pacto con Dios en nombre de su marido. Dios no la llama Adán a ella sola; la llama Adán junto con él.

Adán se dio cuenta de su falta de una compañera idónea por primera vez después de ponerles nombres a los animales. “Y puso Adán nombres a toda bestia y ave de los cielos y a todo animal del campo: mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces, Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar” (Gén. 2:20–21). 

Cuando Adán les ponía nombres a los animales, no iba pegando etiquetas al azar. En el mundo antiguo, los nombres eran muy significativos, y representaban la naturaleza y el carácter de todo a lo que se le ponía nombre. Esta significación es muy evidente en las narraciones de Génesis en las cuales se le pone nombre a la esposa de Adán. En ponerle nombres a los animales, Adán no encontró ninguno que pudiera ser ayuda idónea para él.

Después de la creación de su esposa, Adán la recibe, y le pone nombre. “Dijo entonces Adán: ‘Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ésta será llamada Varona [Ishshah, no Eva], porque del Varón [Ish] fue tomada.’ Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Gen. 2:23–24).

Como enseña el versículo 24, Adán e Ishshah fueron una pareja paradigmática o de patrón. No fueron simplemente dos individuos cualquiera. 

Cuando el Señor Jesús nos enseñó sobre el tema del divorcio, apeló a la ordenanza matrimonial desde la creación que se encuentra en los primeros capítulos de Génesis. Nos enseña que Dios es él que une al hombre y la mujer en matrimonio, y lo que Dios ha unido, el hombre no tiene autoridad para separar. 

Hay tentación de razonar que en Génesis Dios unió solamente a Adán y Eva – dos individuos como individuos. Pero este razonamiento resiste a la enseñanza de Cristo, quien insistió que Adán y Eva fueron una pareja paradigmática. Cuando Dios los unió a ellos, estaba uniendo a cada hombre y mujer que jamás se han unido sexualmente en un vínculo de pacto.

Hay otros hechos que también son obvios en esta ordenanza matrimonial desde la creación. Porque Dios creó a Adán y Eva, la homosexualidad queda excluida. Porque Adán no encontraba ayuda idónea para él entre los animales, la bestialidad se excluye. Y porque Dios creó solamente una mujer para Adán, el patrón de la monogamia está fijado claramente y demostrado a nosotros. 

La poligamia que se encuentra entre los santos de Dios en el Antiguo Testamento no cambia nada de esto. La poligamia fue instituida por el hombre, y no por Dios. La primera mención de una unión poligamia fue la de Lamec (Gen. 4:19), y eso sin indicación ninguna de aprobación divina. Pero más importante, la poligamia no está de acuerdo con la ordenanza matrimonial desde la creación, o con la pintura dada en el Nuevo Testamento de Cristo y la iglesia.

Así que, este pasaje de Génesis nos enseña que recibiendo Adán a la mujer, y poniéndole nombre a ella, Dios estableció en el patrón para todos los matrimonios desde entonces adelante. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre…” Pues, en este momento Adán aún no le había dado a su esposa el nombre de Eva. Adán le dio a su esposa dos nombres individuales. El primero fue Ishshah, o Varona, porque del varón fue tomada. El segundo fue Chavvah – portadora de vida, o como se dice en español, Eva. “Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva [Chavvah], por cuanto ella era madre de todos los vivientes.” (Gen. 3:20).

En ambos pasajes donde se le da nombre a ella, se afirma claramente que sus dos nombres revelan verdad acerca de ella. El primero revela su dependencia del hombre – del varón fue tomada. El segundo revela la dependencia del hombre de ella – cada hombre desde entonces es su hijo. Siglos después, el apóstol Pablo nos enseña que hayamos de recordarnos continuamente de estas dos verdades en nuestros matrimonios. Cada esposa es un Ishshah, y cada esposa es una Chavvah. Cada una es Varona, y cada una es Eva.

“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Cor. 11:11–12). Fíjese de que la progresión de enseñanza de Pablo sigue el mismo patrón que se ve en Génesis. La mujer “procede del varón (Ishshah), así también el varón nace de la mujer (Chavvah): pero todo (Adán) procede de Dios”.

Dios fue el que llamó a nuestros primeros padres por el nombre colectivo de Adán. Pues, Adán también es un termino genérico por el hombre o la humanidad. Esto muestra claramente la costumbre bíblica de incluir a las mujeres bajo semejante descripción. 

Nuestro uso en español del genérico hombre y humanidad sigue este ejemplo bíblico exactamente. Lejos de ser insultante a las mujeres, como lo quieren mantener las feministas, refleja el patrón de razón bíblica. La reacción feminista y su rehuso del tomar un apellido nuevo (¡para quedarse con su apellido paterno!), no es simplemente una tontería. Es la rebeldía fundamental contra Dios. Así cuando la Srta. María Sánchez se convierte en la Sra. Diego López, eso no es simplemente “algo que se hace.” Es el sello y la seguridad del pacto matrimonial.

Con esta estructura para entender el pacto de matrimonio, podemos empezar a considerar los propósitos básicos del matrimonio. 

La Biblia expone tres razones terrenas y básicas para el matrimonio. Ellas son, cada una a su vez: 

  • la necesidad para compañerismo idóneo, 
  • la necesidad para descendencia santa, y 
  • la necesidad de evitar la inmoralidad sexual.
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El heredero cuando es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. De igual modo nosotros, cuando éramos niños, éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Estudiemos La Palabra para enseñar en la Congregación
Nuestra adopción en Cristo
Gálatas 4:1-7
4: 1 Digo, además, que entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; 2 más bien, está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. 
3 De igual modo nosotros también, cuando éramos niños, éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo. 
4 Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. 
6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre." 7 Así que ya no eres más esclavo, sino hijo; y si hijo, también eres heredero por medio de Dios. 

Después de la adopción viene la madurez

¡Ya Es Tiempo Que Madures!

Gálatas 4:1–18


Una de las tragedias del legalismo es que da la apariencia de madurez espiritual cuando, en realidad, hace retroceder al creyente a una segunda infancia en su vida cristiana. Los creyentes de Galacia, como la mayoría de los creyentes en la actualidad, querían crecer espiritualmente, pero trataban de hacerlo de una manera errónea. Su experiencia no es muy diferente de la de los creyentes hoy en día que se unen a diferentes movimientos legalistas, esperando llegar a ser mejores cristianos. Aunque su motivo sea correcto, el método es incorrecto.

Esta es la verdad que Pablo procura comunicar a los amados hermanos en Galacia. Los judaizantes los habían fascinado para que pensaran que la ley les haría mejores cristianos. Su vieja naturaleza se sentía atraída por la ley porque les daba oportunidad de hacer cosas y de medir resultados. Al pensar en sus logros y al medirse por ellos, sintieron grande satisfacción y, sin duda, algo de orgullo. Pensaron que estaban avanzando, pero, en realidad, estaban retrocediendo.

Pablo usa tres métodos para convencer a los gálatas de que no necesitan el legalismo para vivir la vida cristiana, porque ya tienen en Cristo todo lo que necesitan.


  Explica su Adopción (Gálatas 4:1–7)

Una de las bendiciones de la vida en Cristo es la adopción (Gálatas 4:5; Efesios 1:5). No entramos a la familia de Dios por medio de la adopción como un chico sin hogar entraría en una familia amorosa en nuestra sociedad. La única manera de entrar en la familia de Dios es por medio de la regeneración, “naciendo de nuevo” (Juan 3:3).
La palabra traducida “adopción” (v. 5), significa colocar como un hijo adulto. Tiene que ver con nuestra posición en la familia de Dios: no somos niños sino hijos adultos con todos los privilegios que esto implica.

Somos hijos de Dios por medio de la fe en Cristo, nacidos en la familia de Dios; y todo hijo es colocado automáticamente como adulto, y como tal posee todos los derechos legales y privilegios correspondientes. Cuando un pecador es salvo por fe en Cristo, en cuanto a su condición, es un niño recién nacido que necesita crecer (1 Pedro 2:2–3); pero en cuanto a su posición, es un hijo adulto que tiene el derecho de participar de los bienes de su Padre y de gozar todos los maravillosos privilegios de hijo.

Entramos a la familia de Dios por medio de la regeneración, pero nos gozamos con la familia de Dios por medio de la adopción. El creyente no tiene que esperar para empezar a gozar de las riquezas espirituales que tiene en Cristo. “Y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7). Ahora sigue la discusión de Pablo acerca de la adopción. 

Recuerda tres hechos a sus lectores:

1. Lo que éramos: niños en esclavitud (Gálatas 4:1–3). 
No importa qué tan rico sea el padre, su hijo que anda a gatas realmente no puede gozar de los bienes. En el imperio romano, los niños de los ricos eran cuidados por esclavos. No importaba quienes fueran sus padres, todavía eran niños bajo la supervisión de un siervo. En efecto, el niño mismo no era tan diferente del siervo que lo cuidaba. El siervo recibía órdenes del amo, y el niño recibía órdenes del siervo.
Esta era la condición espiritual de los judíos bajo la ley. 

La ley era el “ayo” que disciplinó a la nación y la preparó para la venida de Cristo (Gálatas 3:23–25). Así que, cuando los judaizantes hicieron volver a los gálatas al legalismo, no los llevaban solamente a la esclavitud religiosa, sino también a una infancia e inmadurez moral y espiritual.

Pablo declara que los judíos estaban como niños, esclavizados a “los rudimentos del mundo”. La palabra “rudimentos” significa los principios básicos. Por unos 15 siglos, Israel había estado en el jardín de niños y la escuela primaria, aprendiendo su abecedario espiritual, para que estuvieran listos cuando Cristo viniera. Entonces recibirían la revelación completa, ya que Cristo es “el Alfa y la Omega” (Apocalipsis 22:13). El abarca todo el alfabeto de la revelación de Dios al hombre, y es la Palabra final de Dios (Hebreos 1:1–3).

El legalismo, entonces, no es un paso hacia la madurez, sino hacia atrás a la infancia. La ley no fue la revelación final de Dios, sino la preparación de esa revelación final por Cristo. Es importante conocer el alfabeto, porque es el fundamento para entender todo el idioma. Pero, si un hombre se sentara en una biblioteca y recitara el abecedario en lugar de leer las obras grandes de la literatura, demostraría que no es ni maduro ni sabio. Bajo la ley, los judíos eran niños en esclavitud, y no hijos que gozaban de libertad.

2. Lo que Dios hizo: nos redimió (Gálatas 4:4–5)
La expresión “el cumplimiento del tiempo” (v. 4) se refiere a aquel tiempo en el cual el mundo providencialmente estaba listo para el nacimiento del Salvador. Los historiadores nos dicen que el mundo romano aguardaba con gran expectación a un libertador cuando nació Jesús. Las religiones antiguas estaban muriendo; las filosofías antiguas estaban vacías y eran impotentes para cambiar las vidas de los hombres. Nuevas religiones extrañas y místicas estaban invadiendo el imperio. La vida religiosa estaba en bancarrota y el hambre espiritual reinaba por doquier. Dios estaba preparando al mundo para la llegada de su Hijo.

Desde el punto de vista histórico, el imperio romano mismo ayudó a preparar al mundo para el nacimiento del Salvador. Los caminos comunicaban ciudad con ciudad, y a las ciudades con Roma. Las leyes romanas protegían los derechos de los ciudadanos, y los soldados romanos resguardaban la paz. Debido a las conquistas griegas y romanas, el latín y el griego eran lenguas conocidas por todo el imperio. El nacimiento de Cristo en Belén no fue un accidente, sino fue una cita planeada por Dios. Cristo vino en el “cumplimiento del tiempo” (y también vendrá otra vez en el tiempo propicio).

Pablo señala los dos aspectos de la naturaleza de Cristo (v. 4), es decir, que es tanto Dios como hombre. Como Dios, Cristo “salió del Padre” (Juan 16:28); mas como hombre, fue “nacido de mujer”. La promesa antigua decía que el Redentor vendría de “la simiente de mujer” (Génesis 3:15), y Cristo fue el cumplimiento de esa promesa (Isaías 7:14; Mateo 1:18–25).

Pablo nos ha dicho quién vino—el Hijo de Dios, y cuándo y cómo vino. Ahora nos explica el porqué de su venida: “para que redimiese a los que estaban bajo la ley” (Gálatas 4:5). “Redimiese” es la misma palabra que Pablo usó antes (Gálatas 3:13) y significa libertar por medio del pago de un precio. Un hombre podía comprar un esclavo en cualquier ciudad romana (había como sesenta millones de esclavos en el imperio), o para que le sirviera o para ponerlo en libertad. Cristo vino para libertarnos. 

Así que, regresar a la ley, en efecto, es como deshacer la obra de Cristo en la cruz. El Señor no nos compró para hacernos esclavos, sino hijos. Bajo la ley, los judíos eran meramente niños, pero bajo la gracia, el creyente es hijo de Dios con una posición de adulto en la familia.

Tal vez una comparación nos ayude a entender mejor la diferencia entre ser hijo por nacimiento e hijo por adopción:

Hijo por nacimiento                                             Hijo por adopción
  •      por regeneración                                               •      por adopción
  •      entra a la familia                                                •      goza con la familia
  •      bajo ayo                                                             •      libertad de un adulto
  •      no puede recibir su herencia                             •      un heredero del Padre

3. Lo que somos: hijos y herederos (Gálatas 4:6–7). 
Una vez más, vemos que toda la trinidad tomó parte en nuestra vida espiritual: Dios el Padre envió al Hijo a morir por nosotros, y Dios el Hijo nos envió al Espíritu Santo a vivir en nosotros. El contraste aquí no está entre niños e hijos adultos, sino entre esclavos e hijos. Como el hijo pródigo, los gálatas querían que su Padre los aceptara como siervos, cuando realmente eran hijos (Lucas 15:18–19). 

Los contrastes son fáciles de ver. Por ejemplo:
El hijo tiene la misma naturaleza que el padre, no así el esclavo. 
Cuando confiamos en Cristo, el Espíritu Santo viene a vivir en nosotros; y esto significa que somos participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4). La ley nunca pudo dar a la persona la naturaleza de Dios; sólo pudo revelarle su gran necesidad de ella. Así que, cuando el creyente regresa a la ley, niega que la naturaleza de Dios esté en él, y le da a la vieja naturaleza (la carne) la oportunidad de efectuar su obra perversa.

El hijo tiene padre, mientras que el esclavo tiene amo. Ningún esclavo puede llamar a su amo “Padre”. 
Cuando el pecador confía en Cristo recibe al Espíritu Santo, quien le da testimonio de que es hijo de Dios (Romanos 8:15–16). Es natural que un bebé llore, pero no que hable con su padre. El Espíritu, cuando entra en el corazón, dice: “Abba, Padre” (Gálatas 4:6); y en respuesta, el creyente clama, “Abba, Padre” (Romanos 8:15). La palabra “abba” es una palabra aramea que equivale a la palabra papá. Esto muestra la cercanía del niño a su padre, la cual ningún siervo tiene.

El hijo obedece por amor, mientras que el esclavo obedece por temor. 
El Espíritu obra en el corazón del creyente para avivar y aumentar su amor hacia Dios. “El fruto del Espíritu es amor” (Gálatas 5:22). “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). Los judaizantes dijeron a los gálatas que serían mejores cristianos al someterse a la ley, pero la ley nunca produce obediencia. Sólo el amor puede hacerlo. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

El hijo es rico, mientras que el esclavo es pobre. 
Somos “hijos y herederos”, y siendo que somos adoptados—colocados como hijos adultos en la familia—podemos empezar a aprovechar nuestra herencia ahora mismo. Dios ha puesto a nuestra disposición las riquezas de su gracia (Efesios 1:7; 2:7), las riquezas de su gloria (Filipenses 4:19), las riquezas de su benignidad (Romanos 2:4), y las riquezas de su sabiduría (Romanos 11:33–36)—y todas estas riquezas se hallan en Cristo (Colosenses 1:19; 2:3).

El hijo tiene un futuro brillante, mientras que el esclavo no lo tiene. 
Aunque muchos amos benignos proveían ayuda a sus esclavos en la vejez, la ley no lo exigía. Un buen padre siempre provee para el hijo (2 Corintios 12:14).

En un sentido, nuestra adopción no ha finalizado, porque estamos esperando el retorno de Cristo y la redención de nuestros cuerpos (Romanos 8:23). Algunos eruditos en Biblia piensan que esta segunda etapa de nuestra adopción corresponde a la práctica romana de adoptar a alguien. Primeramente, tenían una ceremonia privada en la cual el que iba a ser adoptado era comprado, y después una ceremonia pública en la cual la adopción era declarada ante los oficiales.

Los hijos de Dios han experimentado la primera etapa: hemos sido comprados por Cristo y habitados por el Espíritu. Estamos en espera de la segunda etapa: la declaración pública en la venida de Cristo cuando “seremos semejantes a él” (1 Juan 3:1–3). Somos “hijos y herederos”, y la mejor parte de nuestra herencia está aún por venir (ve 1 Pedro 1:1–5).

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Antes que viniese la fe, estábamos custodiados bajo la ley, reservados para la fe que había de ser revelada. La ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe. Como ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La verdadera descendencia de Abraham
Gálatas 3:15-29
3: 15 Hermanos, hablo en términos humanos: Aunque un pacto sea de hombres, una vez ratificado, nadie lo cancela ni le añade. 16 Ahora bien, las promesas a Abraham fueron pronunciadas también a su descendencia.  No dice: "y a los descendientes", como refiriéndose a muchos, sino a uno solo: y a tu descendencia,  que es Cristo. 17 Esto, pues, digo: El pacto confirmado antes por Dios no lo abroga la ley, que vino 430 años después, para invalidar la promesa. 18 Porque si la herencia fuera por la ley, ya no sería por la promesa; pero a Abraham Dios ha dado gratuitamente la herencia por medio de una promesa.

19 Entonces, ¿para qué existe la ley? Fue dada por causa de las transgresiones, hasta que viniese la descendencia a quien había sido hecha la promesa. Y esta ley fue promulgada por medio de ángeles, por mano de un mediador. 20 Y el mediador no es de uno solo, pero Dios es uno.

21 Por consecuencia, ¿es la ley contraria a las promesas de Dios?  ¡De ninguna manera! Porque si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar, entonces la justicia sería por la ley. 22 No obstante, la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada por la fe en Jesucristo a los que creen. 23 Pero antes que viniese la fe, estábamos custodiados bajo la ley, reservados para la fe que había de ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe. 25 Pero como ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor.

26 Así que, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús, 27 porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia  de Abraham, herederos conforme a la promesa.

Cristo en la Promesa a Abraham
La verdadera relación de la promesa
fe frente a la ley mosaica

Gálatas 3:15–29

No es muy fácil a veces leer y comprender los asuntos concernientes a la doctrina. Preferimos una experiencia excitante, una ilustración llamativa o una jornada de entretenimiento, pero vale la pena perseverar, porque a largo plazo sólo la verdad sólida de la gracia de Dios resulta en la transformación de vida que es la promesa de Cristo.

Hoy en día la alabanza está muy de moda y se oye por todas partes; sin embargo, muchas veces no es más que la efervescencia del momento. Es común en algunos ambientes despreciar la doctrina, olvidando que sólo así se crece a la imagen de Cristo.

En esta segunda sección doctrinal de Gálatas 3–4, Pablo sigue el tema de la gracia del evangelio frente a la enseñanza peligrosa de los judaizantes --un énfasis erróneo en guardar aspectos de la ley. Esta mezcla constituye una verdadera amenaza a la obra consumada de Cristo. Pablo ha establecido más allá de cualquier duda que la ley sólo condena y maldice al pecador: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).

La ley no puede más que condenar al infeliz pecador. Además, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (vv. 13, 14).

Pero todavía queda la pregunta: ¿Cuál es la verdadera función de la ley? ¿Tiene algún propósito ante Dios? Pablo toca este tema para apoyar el papel distintivo de la ley, pero sólo según el expresado propósito de Dios al enviarla.

Pablo analiza los límites de la ley de Moisés frente a la promesa a Abraham (Gálatas 3:15–18) Pablo llama la atención de sus lectores con estas palabras: “Hermanos, hablo en términos humanos…” (Gálatas 3:15). Así, con una nota de cariño, les hace una proposición muy lógica a sus hijos en la fe. Un pacto al ser ratificado es inviolable. No se agrega ni se quita nada. Este punto es muy importante --sigue el argumento “a fortiori”, es decir, una verdad a la fuerza. Si así es en el pacto/arreglo humano, cuánto más será en la intervención de Dios en gracia a favor de Abraham. En cierto sentido un pacto humano es un arreglo humano con dos entidades más o menos iguales.

Pero Dios le hizo una promesa --algo muy diferente de un pacto; la gracia dependía exclusivamente, no de Abraham sino de Dios en su propia persona inmutable. Para establecer su argumento Pablo se vale de la inspiración bíblica plenaria y verbal usando una palabra en singular: no dice a las simientes, sino que se valdría de una simiente.

Una vez hecha la aclaración, Pablo interpreta correctamente el enfoque espiritual de la promesa en Cristo, en la simiente mesiánica a final de cuentas, no tan sólo en la tierra y el pueblo prometidos sino en el Mesías mismo en quien todas las naciones serían bendecidas (Gálatas 3:16)

De manera muy razonable, la aplicación es que la promesa dada tempranamente a Abraham tiene estricta prioridad sobre la ley. Dios ha hecho la promesa y Hebreos dice: “Por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18). De tal modo la promesa se mantiene en pie y en plena vigencia. La ley que vino más tarde bajo diferentes circunstancias y fue dada a diferentes personas con diferente fin, por lo tanto no puede de ninguna manera abrogar ni invalidar la promesa. Así Pablo mantiene la superioridad de la gracia de Dios y el oír con fe ante el concepto erróneo de los judaizantes.

La promesa es de otro parámetro, de otra índole, es decir, es por la pura gracia de Dios. Por un solo argumento incontrovertible Pablo pone la promesa a Abraham en otra categoría muy superior a la ley. Pablo saca la conclusión inevitable, la consecuencia lógica y doctrinal: “Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” (Gálatas 3:18). No puede haber otra conclusión posible. La ley y la gracia son incompatibles con respecto a la salvación.

La ley sirve sólo para condenarnos y prepararnos a oír con fe (Gálatas 3:19–21)
Bishop John Lightfoot analiza bien la superioridad de la promesa o la inferioridad de la ley bajo cuatro puntos: 

  1. la ley condena, no da vida; 
  2. la ley fue temporaria; cuando la simiente vino, se anuló; 
  3. la ley no vino directamente de Dios al hombre sino a través de dos mediadores, ángeles y Moisés; 
  4. la ley dependía de la obediencia de los contratantes. Por el contrario, la promesa dependía sólo de Dios mismo sin entrar para nada el elemento humano. Fue el decreto soberano de Dios el que estableció la eterna validez de la promesa.


Pero el autor inspirado reconoce la validez de la pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley?” (Gálatas 3:19). Su respuesta responde de golpe a la pregunta, porque nadie dudaba de que la ley era la personificación de la santidad y la justicia de Dios. La ley nos revela quien es Dios y por ende quienes somos nosotros en muy agudo contraste. 

La respuesta es sucinta: 
“Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente (Cristo) a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gálatas 3:19).

De hecho el pecado (la naturaleza del mal) en forma de los pecados (los delitos mismos) se oponía a las demandas estrictas de la santidad de Dios. Así, el pecado quedó definido de una vez, y se veía y juzgaba de tal manera por la ley mosaica. De esta forma, el ser humano –en su estado de condenación-- no hubiera tenido la más mínima esperanza de ganar su propia salvación. La ley logró condenar impunemente al pecador sin Cristo (Romanos 3:20, 23).

Este Pacto Mosaico era condicional desde el principio. Dios exigía la obediencia en todo momento, pero el ser humano no pudo ni quiso responder así. “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10). “Y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas3:12).

La ley era inferior porque un contratante se rebeló y así quedó abrogada la ley al llegar la simiente, Cristo (Gálatas 3:16). Otro factor limitante era que les llegó la ley por medio de dos mediadores, ángeles (Deuteronomio 33:2; Hechos 7:53) y Moisés (Éxodo 20:19; Deuteronomio 5:2). El otro contratante era Dios mismo, el único fiel, constante e inmutable.

Otra cuestión queda por contestar. Pablo no quería socavar o despreciar la validez de la ley en sí. La ley era indispensable para la obra salvadora final, pero no como el agente de la salvación. 

La ley desempeñaría un papel preparatorio y muy necesario. Surge entonces la pregunta: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios?” (Gálatas 3:21). 

De ninguna manera no eran contrarias porque procedían las dos de Dios mismo; así la promesa y la ley no eran principios hostiles ni contradictorios. Más bien en orden cronológico servían al mismo fin, el de preparar al pecador para la venida de la fe.

En general la palabra “fe” tiene varios usos en las Escrituras. Aquí se da la preferencia a la persona de Cristo menos que al evangelio o lo que se creía; aquí no se puede referir a la fe subjetiva y personal. El contexto nos guía a la interpretación más adecuada.

Este hecho subraya lo temporaria de la ley, socavando los argumentos de los judaizantes que querían imponer de nuevo la ley en los gálatas. Lejos de quedar vigente la ley, quedó caduca y abrogada (véanse Hebreos 8:13–9:10). Éste es el argumento decisivo para establecer la introducción de la promesa de fe.

Según la Escritura, es decir, el Antiguo Testamento, la ley logró el propósito divino de encerrarlo todo bajo la condena del pecado (Gálatas 3:22). Pablo usa el neutro “lo” para hacer lo más inclusiva posible la referencia al mal de ser humano.

Pablo resume todo el argumento de Romanos 9–11 usando el mismísimo verbo: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32). La ley sí sirve al propósito de Dios sólo cuando se usa según su plan perfecto para hacer resaltar el mal y quitarle al ser humano toda esperanza de lograr su propia salvación.

Pablo usa la ilustración de uno de menor edad bajo restricciones fuertes (Gálatas 3:22–25)

Es muy interesante como Pablo ilustra el papel de la ley para con los israelitas frente a la amenaza de los judaizantes. El apóstol vuelve a tocar la misma ilustración en Gálatas 4:1–3 y luego en la alegoría de Agar, el monte de Sinaí y Sara y la Jerusalén de arriba en Gálatas 4:21–31.

La analogía es gráfica; Pablo recordaba su propia posición: “Pero antes que viniese la fe (Cristo, el Mesías), estábamos confinados bajo la ley, encerrados para que aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:23, 24).

Pablo escoge bien la palabra “ayo” que era un tutor o un esclavo de cierta categoría que tenía a su cargo la supervisión moral del heredero joven. Su papel fue diferente al del maestro o pedagogo; pues debía imponer la disciplina de manera estricta. Así la ley era inferior como el esclavo, aun de cierto rango con el deber de limitar y poner restricciones a favor de criar cierta moral en el heredero menor. Fue una etapa temporaria esperando la libertad futura de llegar a ser el auténtico heredero.

Echada a un lado la ley, Cristo introduce un nuevo ‘estatus’: libertad (Gálatas 3:26–27)

En este párrafo Pablo amplía la gloriosa libertad del creyente, libre de la ley pero unido a Cristo, acabadas todas las distinciones de la ley. Lo que servía por un rato, ya no sirve más. Con la llegada de la fe o Cristo, la simiente a quien le dio Dios la promesa por pura gracia, entramos de inmediato en el pleno disfrute de los hijos de Dios bajo la única condición del oír con fe (Gálatas 3:2, 5).

Pablo ahora describe la herencia del creyente. Tal lleva la marca del hijo de Abraham por fe. La ley no aportó nada; sólo condenó al pecador y preparó al creyente para recibir por fe la promesa. La primera característica es “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (v. 27).

La primera característica es una plena co-crucifixión o identificación con Cristo en muerte al pecado --lo negativo—y revestido inmediatamente de Cristo. En este pasaje se oye el eco de Romanos 6:3: “Fuimos todos bautizados en su muerte” y la cita de Colosenses 2:12: “Sepultados con él en el bautismo”.

Dios toma cartas desde el primer minuto de nuestra salvación uniéndonos a su Hijo en la Cruz. Éste es el mensaje de la Cruz. Sabemos que la referencia al “bautismo” se refiere a nuestra incorporación en el cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo, el verdadero bautismo en/con/por el Espíritu: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). Es seguido ese bautismo espiritual de la ordenanza que da testimonio público a tal verdad abrazada y comprendida ahora de todo corazón por el creyente.

Pablo vuelve a puntualizar esa verdad fundamental de nuestra unión con Cristo. No se puede entender la salvación por la gracia sin regresar incansablemente a ese punto de partida, nuestra identificación con Cristo en la Cruz. Como resultado de ese acto divino el creyente está revestido de Cristo (Gálatas 3:27).

La justificación que nos dio cobertura bajo la justicia de Cristo viene siendo nuestra vestimenta espiritual. Nuestra posición en Cristo llega a ser el principio de nuestra nueva condición o santificación. Pablo en Efesios 4:23, 24 nos reta de la misma manera: “Y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.

Por la gracia, no por la ley, el creyente ya es nueva criatura (Gálatas 3:28, 29)
Ahora viene un versículo muy radical que puntualiza lo distintivo de ser hijo de Abraham con el oír por fe. La ley nunca nos aportó nada; sólo nos preparó el camino por sacar a luz y definir el pecado nuestro. Es la pura gracia de la promesa en una gloriosa transformación que rompió tajantemente todas las barreras que se pudieran imaginar.

Por lo tanto “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:28, 29). El espectro o la gama del creyente nos deja pasmados. Estos dos versos son la piedra de ángulo, la piedra de toque del creyente. De un solo golpe la Cruz derrumba todo lo que nos separa y nos une a todos en los lazos del Crucificado.

El concepto del judaizante era que la ley agregaba algo necesario al creyente en Cristo. Quería devolverlo a la servidumbre de la ley. Pablo lo veía como un ataque frontal en contra de la absoluta suficiencia y superioridad de la gracia disponible del oír con fe. Pero en Cristo, en cambio, no hay distinción alguna, ni de sexo, ni de nivel social, económico y religioso. Todos somos “herederos con Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).

Ya que somos herederos espirituales en plena posesión de Cristo; no hay por que buscar un don que nos magnifique, ni una experiencia que nos separe de los demás hermanos en Cristo. No hay búsqueda ni atracción que nos prometa enriquecernos como se oye en la Teología de la Prosperidad. No hay poder sobre otros por el “dizque” obispo, apóstol o profeta que crea tanta carnalidad hoy día.

Todo esto es eliminado por la Cruz de Cristo y nos deja humildes y santos delante de Dios. Veamos la suficiencia de Cristo crucificado a quien Pablo predicaba: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

Verdades poderosas para tomar en cuenta
  1. La promesa dada en gracia a Abraham y a nosotros por el oír con fe está en pie y vigente en la vida de todo creyente.
  2. La ley sirvió como “ayo” para llevarnos a Cristo. Ahora ya no sirve porque en Cristo quedamos perdonados y aceptos como herederos con Dios y coherederos con Cristo.
  3. La ley y el legalismo nos separan, pero unidos a Cristo no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer; “porque todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:28).
  4. La verdadera marca del creyente es que está bautizado en Cristo y revestido de él (Gálatas 3:27).
  5. La gracia que nos llega por el oír con fe es tan completa que no buscamos nada menos que más de Cristo y Cristo crucificado. Éste es el mensaje de la Cruz.
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