sábado, 26 de septiembre de 2015

La iglesia cristiana nació en un mundo ya envejecido. Dentro del imperio Romano la Iglesia cristiana pasó los primeros cinco siglos de su existencia.

RECUERDAEl que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6







Entorno de la Iglesia Primitiva
EL MUNDO DE LA IGLESIA PRIMITIVA
La iglesia cristiana nació en un mundo ya envejecido. Grandes imperios habían surgido y luego desaparecido. Las glorias de Egipto, Sumeria, Babilonia, Asiria, Persia, y Grecia eran cosas del pasado. Ahora Roma, el más grande de los imperios, regía el mundo civilizado. Fue casi exclusivamente dentro de ese imperio que la iglesia cristiana pasó los primeros cinco siglos de su existencia. Antes de comenzar el estudio de la historia de la iglesia, es importante considerar brevemente las características principales del mundo en el cual se desarrolló. Para ello debemos tener en cuenta el Imperio Romano, el trasfondo judío de la iglesia, la influencia del pensamiento griego, y las distintas religiones que el cristianismo halló en su derredor.
El Imperio Romano
La iglesia cristiana nació dentro del Imperio Romano. Esta grande y poderosa comunidad de naciones se extendía desde lo que hoy es Irán hasta Inglaterra, y desde el Sahara hasta el noroeste de Alemania. El mar Mediterráneo no bañaba, como hoy, las costas de muchas naciones; más bien constituía una gran vía de comunicación interna que unía las distintas provincias del imperio que lo rodeaba por todos lados. Cientos de tribus vivían dentro de las fronteras de Roma, y había naciones bajo su férula cuya historia databa de mucho antes de su fundación. El centro del imperio era Roma, donde todo el poder estaba en manos del emperador.
1. Desarrollo
Cuando nació Jesús, Roma ya tenía unos 750 años. Fundada como una pequeña aldea a orillas del río Tíber en Italia occidental, creció hasta hacerse un pueblo, luego una ciudad, y por fin un estado. A través de guerras y tratados con los estados vecinos siguió el proceso de expansión. En 265 A.C., quinientos años después de su fundación, Roma era ya dueña de toda la península itálica. Luego se extendió hacia el oeste a través del mar. En menos de cien años había conquistado las islas de Sicilia, Córcega, y Cerdeña, el poderoso estado de Cartago en el norte de África, y mucho de España. De allí se volvió hacia el este y el norte. Conquistó todas las tierras sobre el Mediterráneo, toda la Galia hacia el norte, y parte de la Alemania de nuestros días. Fue así que Palestina vino a quedar bajo el control del imperio en el año 63 A.C., y se transformó en una provincia del mismo en el A.D. 6.
2. Gobierno
Hasta el año 27 A.C. todos los territorios de Roma eran administrados por una forma de gobierno central conocida como república. Dentro de la misma el senado romano era muy poderoso y ninguna persona por sí sola controlaba el gobierno. Sin embargo en el año 27 A.C., luego de un número de desastrosas guerras civiles que duraron más de cien años, se le dio el poder absoluto a Gayo Octavio, sobrino de Julio César (conquistador de la Galia y uno de los más grandes romanos). A Octavio se le conoce en la historia como César Augusto, el primero y más grande de los emperadores. Con él terminó la república y comenzó el imperio; reinó desde el año 27 A.C. hasta el A.D. 14. Este es el César que aparece en Lucas 2:1 cuando se dice: «Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado». Con la excepción de algunas luchas en las fronteras del imperio, el reino de paz iniciado por César Augusto duró más de doscientos años. Fue durante estos dos siglos que la iglesia, resultado de la vida y obra de nuestro Señor, llegó a ser un testigo del evangelio a través de todo el imperio.
3. Fronteras

Los límites del imperio eran claros. Al oeste tenía el Atlántico. Desde los Alpes al mar del Norte, el río Rin separaba la Galia de la Alemania no conquistada. En el sudoeste de Alemania, no muy lejos del nacimiento del Rin, el río Danubio corría hacia el este para desembocar en el mar Negro. Este río protegía el imperio de las tribus de los bárbaros del norte. En el este la frontera la constituía el imperio persa. Por el sur, debajo de la larga y fértil franja a lo largo de la costa del África del norte, el desierto de Sahara limitaba el imperio. Con la excepción de unas pocas variaciones, especialmente en el este (como consecuencia de las guerras con Persia), estos límites se mantuvieron por más de cuatro siglos.
4. Pax romana
En este vasto imperio la pax romana (paz romana) hizo posible el comercio y los viajes en forma fácil y segura. Era posible viajar de un lado a otro del imperio por tierra, mar, y ríos. También se promovió el desarrollo de la cultura en todos sus aspectos, llegándose a grandes logros en el campo de las letras, la arquitectura, y la escultura. El estudio de las leyes se desarrolló notablemente. En cuanto a la economía se alcanzó un mayor grado de prosperidad a través del imperio. Por dondequiera el ejército romano era un símbolo del poder romano, de la ley romana, y de la paz romana. Y lo que era importante es que había una lengua común, el griego, por medio del cual se podían entender a través de la mayor parte del imperio. Una lectura cuidadosa del libro de los Hechos nos revelará muchas de las características del Imperio Romano mencionadas en esta sección.
El trasfondo judío
La iglesia cristiana tiene sus raíces en la historia y la religión de Israel. «La salvación viene de los judíos», dijo Jesús (Juan 4:22). Jesús no vino para abrogar sino para cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17). Aquellos que pertenecen a Cristo son linaje de Abraham, herederos de acuerdo con la promesa (Gálatas 3:29). Así como la Palestina era parte del Imperio Romano, la iglesia está relacionada, y muy profundamente, con Israel, el pueblo de Palestina. La iglesia primitiva era totalmente judía, su Salvador era judío, y todo el Nuevo Testamento fue escrito, probablemente, por judíos. Es útil, por lo tanto, hacer una breve reseña de la historia de Israel.
1. Desde David hasta Alejandro
El reino de Israel fue prácticamente establecido por David, el hijo de Isaí, alrededor del año 1000 A.C. David reinó hasta más o menos el año 960 A.C. David imprimió tal carácter al reino y a su función real que llegó a ser un símbolo de las esperanzas mesiánicas de Israel. Después de la muerte de su hijo Salomón, alrededor del año 930 A.C., el reino que David había establecido se dividió en dos. El reino del norte, llamado Israel, fue atacado y sus moradores llevados cautivos a Asiria en el año 721 A.C. Israel nunca fue restaurado. El reino del sur, Judá, que había permanecido leal a la casa de David, tuvo una historia más larga. Sin embargo en 586 A.C. también fue llevado al exilio en Babilonia. En 539 A.C., Ciro, rey de Persia, conquistó Babilonia. Ciro permitió que aquellos que desearan volver a Jerusalén lo hicieran. Al año siguiente varios miles volvieron a su tierra nativa. Estos luego reconstruyeron el templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había destruido.
Después de estos, otros grupos volvieron a Palestina. Uno de sus líderes fue Esdras, un sacerdote que amaba profundamente la ley de Moisés. Tenía un gran deseo de que la observancia de la Tora, la ley de Israel, llegara otra vez a formar parte vital de la religión judía. Los fariseos, a quienes encontramos a menudo en los evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, emergieron de este movimiento tendiente a restaurar la ley que Esdras había comenzado.
Entre los años 334 y 323 A.C., Alejandro, el joven rey macedonio, conquistó todas las tierras al este de Grecia hasta la India y hasta Egipto al sur. Cuando murió en 323 A.C., sus generales dividieron entre ellos el imperio que Alejandro había creado. Ptolomeo fue entonces el regidor de Egipto. Dentro de la zona que él gobernaba estaba Palestina, que permaneció bajo la autoridad de sus descendientes hasta 198 A.C. En ese mismo año, los descendientes de otro de los generales, Seleucio, obtuvo el control de Palestina. Los seléucidas gobernaron Siria, gran parte del Asia Menor, y toda Persia. Este cambio en los gobernantes de Palestina tuvo muy grandes consecuencias para el pueblo judío.
2. Los macabeos
Los reyes tolemaicos habían permitido a los judíos practicar libremente su religión. Por más de 250 años después de su regreso del exilio, los judíos habían observado la ley mosaica, tal como Esdras la había enseñado. Ahora sus nuevos señores los estaban presionando para que abandonaran su antigua religión y siguieran las costumbres griegas. El líder de este movimiento era Antíoco el Cuarto, el rey seléucida de Siria. Ascendió al trono en 175 A.C. Cuando los judíos resistieron su política, se produjeron toda clase de revueltas y masacres y la religión judía fue prohibida, especialmente la circuncisión. La ofensa más grande fue la quema en público de la Tora.
La rebelión contra los seléucidas se desató entonces con furia (163 A.C.) bajo el liderato de un anciano sacerdote llamado Matatías y sus cuatro hijos. De estos, Judas era el principal líder. Se los conoce como los macabeos, es decir, «hombres que luchan violentamente». En el año 141 A.C. los judíos ganaron la victoria total sobre sus enemigos seléucidas, y por primera vez desde 586 A.C. Israel volvió a ser una nación independiente. Pero esto duró solo ochenta años. En 63 A.C. la guerra civil en Palestina les dio a los romanos la ocasión para establecer allí su autoridad. A través de los sesenta años siguientes Israel fue un estado semindependiente, siendo sus gobernantes nombrados por Roma. En 37 A.C. Herodes (conocido como Herodes el Grande, durante cuyo reinado nació Jesús) se transformó en rey con la aprobación de Roma. Después de su muerte, el reino fue dividido entre sus hijos. Arquelao recibió a Judea, Samaria, e Idumea; Herodes Antipas se hizo cargo de Galilea y Perea; y Felipe del área noreste de Galilea. En el año 6 A.D. Arquelao fue depuesto y enviado al destierro a causa de sus malas prácticas. Su región se transformó en una provincia romana gobernada por procuradores romanos. Del 26 al 36 A.D. el procurador de Judea fue un romano llamado Poncio Pilato.
Para concluir debemos decir algo sobre el desarrollo de la sinagoga, el sanedrín, los fariseos, y los saduceos, y sobre la dispersión judía en el mundo antiguo.
3. La sinagoga y el sanedrín
Antes del exilio judío en el año 586 A.C., el centro de adoración de los judíos era el templo en Jerusalén. Después del exilio, el centro religioso vino a ser la sinagoga, la cual había existido en cada comunidad local de judíos aun desde antes del exilio. Pero en Babilonia los judíos, privados del templo, usaron la sinagoga para orar, leer las Escrituras, y enseñar mucho más de lo que habían hecho en su tierra. Fue confirmada aun más por Esdras y sus sucesores como un medio de enseñar la ley. El libro de Hechos indica que donde había judíos en el imperio allí también había una sinagoga. En cada ciudad que visitaba, Pablo comenzaba a testificar de Cristo dentro de la sinagoga. El líder o presidente de la asamblea era llamado el gobernador o principal de la sinagoga. Era asistido por un lector de las Escrituras, un conductor de la oración congregacional, y un oficial que custodiaba las Escrituras y presidía en ausencia del presidente.
El cuerpo gobernante de los judíos en Palestina era el sanedrín. Literalmente la palabra «sanedrín» significa «sentarse juntos». Si bien el sanedrín estaba bajo la autoridad romana, de hecho gobernaba la provincia en asuntos civiles y religiosos. Los judíos fuera de Palestina reconocían su autoridad en asuntos meramente religiosos. El sanedrín estaba compuesto en su mayoría de saduceos y fariseos bajo la autoridad del sumo sacerdote.
4. Fariseos y saduceos
Los fariseos y los saduceos fueron los dirigentes judíos a partir de la época de los macabeos. Los saduceos venían de familias sacerdotales y eran estudiantes y expositores de la ley; favorecían las costumbres antiguas y se oponían a los cambios. Sin embargo, respaldaban los esfuerzos de los últimos macabeos en introducir ideas griegas en la vida de los judíos. En la esfera religiosa se les conoce mayormente por rechazar la doctrina de la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus. También creían que el alma perecía con el cuerpo. Para ellos, pues, no existía la vida futura.
Los fariseos eran lo opuesto de los saduceos en casi todo. No pertenecían a la clase sacerdotal pero eran también maestros de la ley, si bien creían que la ley era susceptible de nuevas interpretaciones. Los fariseos eran ardientes nacionalistas y por lo tanto se oponían a influencias extranjeras, ya fuesen griegas o romanas. Creían en la resurrección y en la vida futura con recompensas y castigos. Estaban mayormente interesados en la observancia exterior de la ley, y en ello las actitudes espirituales tenían poco que ver. Fue precisamente este aspecto de su religión lo que los puso en conflicto con Jesús. Los saduceos tenían doctrinas erróneas; los fariseos tenían doctrinas correctas, pero sus vidas contradecían sus enseñanzas. Por consiguiente, Jesús podía decir: «En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos, así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen» (Mateo 23:2, 3).
Los saduceos fueron perdiendo su influencia y gradualmente desaparecieron después de la caída de Jerusalén en el año A.D. 70. Los fariseos siguieron por más tiempo, pero luego también desaparecieron de la escena al ser destruido el estado judío.
5. La dispersión
Hasta ahora nuestra reseña del judaísmo se ha limitado a Palestina. Es importante notar, sin embargo, que había muchos más judíos fuera que dentro de Palestina. La deportación de prisioneros de guerra, pero especialmente los intereses comerciales, diseminaron a los judíos por todas direcciones fuera de Palestina. Se estima que durante el tiempo del primer Imperio Romano había dos millones y medio de judíos en Palestina y un millón en Egipto, lo mismo en Asia Menor y en Mesopotamia, respectivamente. Además alrededor de cien mil judíos habitaban en Italia y en África del norte. Colonias más reducidas se encontraban desparramadas a través del imperio. Las referencias en el Nuevo Testamento a los judíos dispersos son impresionantes: Juan 7:35, Hechos 2:5–11 y otras muchas a través de este libro, Santiago 1:1, 1 Pedro 1:1. Parte inseparable de la dispersión era la sinagoga. Estos dos factores juntos establecieron una base natural fuera de Palestina para la proclamación del evangelio en otras tierras.
El centro más importante de la dispersión fue Alejandría, en Egipto, donde los judíos ocupaban barrios enteros. Allí el Antiguo Testamento fue traducido al griego en el año 250 A.C., poniéndolo así al alcance del mundo griego. Esta traducción fue conocida como la Septuaginta (versión de los Setenta). Allí también la vida intelectual judía halló su más grande exponente en el filósofo judío Filón —entre los años 20 A.C. Y A.D. 42, de quien hablaremos en la próxima sección.
El pensamiento griego
Dentro del imperio la influencia espiritual más importante no vino de los romanos sino de los griegos. El poder y la ley romanos controlaban la vida militar, política, social, y económica del imperio; pero el pensamiento griego controlaba las mentes de los hombres.
1. Primeros filósofos griegos
Alrededor del año 600 A.C. los filósofos griegos meditaron profundamente acerca de la naturaleza del mundo y el significado de la vida. El primero de los filósofos fue Tales, que vivió en la ciudad de Mileto en la costa sudoeste del Asia Menor. El creía que todo lo que existía de una u otra manera había surgido del agua. Anaximandro, un discípulo de Tales, enseñó que no el agua sino la ilimitada atmósfera era el origen de todas las cosas. La filosofía de Heráclito, quien vivió alrededor del 500 A.C. en Éfeso (también en Asia Menor), era más compleja. El elemento básico del universo, decía, es el fuego. De él proceden todas las cosas, y a él vuelven todas las cosas. Del fuego sale el aire; del aire, el agua; del agua, la tierra. Luego la tierra vuelve al agua; el agua al aire, el aire al fuego, y así sigue el ciclo interminablemente. Las combinaciones que son posibles por medio de estos cambios producen la gran variedad de cosas que se hallan en el mundo. Pero ninguna permanece. No hay nada constante en la vida, nada que permanezca. La vida es como un río que corre; nadie puede bañarse en la misma agua dos voces. En realidad, Heráclito hizo del río un símbolo de su filosofía, la cual resumió con las palabras «todas las cosas fluyen». No obstante, este mundo siempre cambiante está controlado por una mente, una razón que él llamó el logos. Esta palabra debe ser cuidadosamente notada, pues ella tuvo un papel muy importante en el pensamiento teológico de la iglesia primitiva.
Tales, Anaximandro, y Heráclito vivieron todos en el Asia Menor, la cual había sido colonizada por los griegos. Una colonia similar griega al sur de Italia también produjo filósofos. Una de sus figuras más destacadas fue Parménides. Contemporáneo de Heráclito, Parménides enseñó lo opuesto del filósofo efesio. Él creía que no había ningún cambio en absoluto. Hay una sola cosa que existe; lo que es. Todo el cambio que experimentamos y observamos es solo apariencia. La variedad, la belleza, la tristeza, y el gozo de la vida son apariencias que existen únicamente en nuestras mentes.
Por extraños que pudieran parecer estos puntos de vista, presentaban un problema fundamental con el cual todo pensamiento serio sobre la vida ha de enfrentarse. Provocaban un interrogante: ¿Cómo se relacionan entre sí la permanencia y el cambio, la realidad y la apariencia, la eternidad y el tiempo? ¿Cómo se relaciona el hombre maduro con el niño del cual ha emergido? El cambio ha transformado al niño en un hombre, pero la permanencia ha mantenido a la persona igual. ¿Cómo ha de entenderse esto?
2. Sócrates y Platón
Con Sócrates, quien vivió en Atenas alrededor de 450 A.C., se produjo un cambio en el pensamiento griego. Sócrates estaba más interesado en la calidad de los hombres que en la naturaleza del mundo. Sostenía que solo podemos conocer una cosa con certeza: el hombre mismo. Podemos saber lo que debemos ser y cuál es el propósito de la vida. Saber esto es poseer el verdadero conocimiento. Este conocimiento puede obtenerse por medio de una educación adecuada; el hombre tiene el poder de hacerse a sí mismo moralmente bueno. Esto constituye una filosofía humanista.
Aparecen luego en Grecia dos de los más distinguidos filósofos de todos los tiempos: Platón (ca. 425–345 A.C.), discípulo de Sócrates, y Aristóteles (ca. 385–320 A.C.), discípulo de Platón. El centro del pensamiento filosófico para este entonces se había desplazado desde las colonias hacía la madre patria, específicamente hacia Atenas. Cuando Roma no era aún la dueña total de Italia, cuando Palestina estaba todavía bajo el control persa, Atenas era ya el brillante centro cultural del mundo.
Platón unió en su filosofía la preocupación de los primeros pensadores en comprender el mundo en su totalidad, y la preocupación de Sócrates de comprender al hombre. Junto con Parménides, Platón creía que el mundo real no era el mundo que podía ser visto y palpado: montañas, árboles, cielo, ríos, campos, hombres. El mundo real era el mundo invisible, el mundo de las ideas. Por «ideas» Platón no quería decir «pensamientos u opiniones», o lo que nosotros queremos significar por «ideas». Él quería decir realidades espirituales que existen en un mundo invisible. En ese mundo están las «ideas» de cosas materiales como árboles, montañas, agua, sillas… y de las cualidades espirituales como coraje, amor, verdad, bondad y, no menos importante, el alma. Estas ideas existen en el mundo invisible en el orden en que unas sirven a otras. En la cima de la pirámide está la idea del bien.
Pero existe también otro mundo, el mundo de la materia. En su estado original la materia no tiene forma ni aspecto. Es una masa desordenada, sin armonía, sin forma, un caos. Sin embargo, nosotros nunca vemos esa masa de esa manera. Las ideas le imprimen su carácter de orden y sentido. Es esta unión de las ideas perfectas con la materia desordenada lo que vemos y experimentamos en el mundo que nos rodea. La materia es la fuente de todo mal: del dolor, la desilusión, la imperfección, el sufrimiento, y la muerte. Todo el mundo de la naturaleza y del hombre surge de la extraña unión de ideas y materia. Este es el mundo cambiante que tan profundamente había impresionado a Heráclito. Todo lo que está en el mundo es una pobre copia de las ideas eternas, verdaderas, e inamovibles que se manifiestan a través de su unión con la materia. Todo lo que es hermoso, moral, adecuado, y lleno de propósito en estas copias viene de las ideas. Todo lo que es malo o doloroso en estas copias se deriva de la materia. Ambos mundos son igualmente eternos; ninguno de los dos puede vencer al otro. El hombre es una unión de espíritu y materia. Cuando la muerte llega, el alma se alegra pues puede así retornar a su estado puro como idea sin el peso de la materia. Es por esa razón que los filósofos de Atenas escucharon tranquilamente a Pablo cuando él les predicaba el evangelio hasta que habló de la resurrección: «Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez» (Hechos 17:32).
Al estudiar la historia de la iglesia primitiva, es preciso comprender este punto de vista griego en cuanto a la relación entre la idea y la materia, el bien y el mal, el alma y el cuerpo. Si esto no se capta, es casi imposible comprender adecuadamente los cuatro primeros siglos de la historia de la iglesia. Las dos mayores herejías, el gnosticismo y el arianismo, amenazaron peligrosamente la verdad del evangelio, la primera antes, y la segunda después del A.D. 300. Ambas surgieron de un malentendido de lo que es el hombre y el mundo al estilo de Sócrates y Platón. Solamente un enfoque espiritual de Dios, del hombre, del mundo, y de su relación entre sí, salvó a la iglesia de transformarse en testigo de un falso evangelio.
3. Estoicismo
Dejamos ahora las enseñanzas de Aristóteles y otros para notar brevemente las principales del estoicismo. Esta era la filosofía dominante en el Imperio Romano en el tiempo de Cristo y de la iglesia primitiva.
El nombre estoicismo se deriva de la palabra griega stoa que significa «galería», «pórtico». Era el nombre que se daba a un corredor o arcada pública cerca del mercado en Atenas, donde los hombres se reunían para discutir diferentes asuntos. Fue aquí que Zenón, un nativo de Chipre, enseñó filosofía alrededor del año 300 A.C. A su filosofía se le llamó «estoicismo» por causa del lugar donde la enseñaba. Sus enseñanzas, y la de sus sucesores, daban más importancia, como las de Sócrates, a la conducta humana que a la naturaleza del universo. Él y sus sucesores enseñaron que solamente existe la materia. No hay tal cosa como el espíritu solo. Mente y cuerpo son materiales. Aun Dios es material; el universo es su cuerpo y él es su alma. El estoicismo, por consiguiente, es una especie de panteísmo, es decir, todo es Dios. El hombre está relacionado con Él como una gota de agua se relaciona con el océano, o como una chispa con el fuego que la provoca. Dios, como alma del mundo, gobierna todas las cosas; ama a los hombres y desea todo lo bueno.
Por cuanto el hombre está relacionado con Dios, debería ir hacia donde la razón divina, llamada logos, le guía. La verdadera sabiduría consiste en descubrir el camino de Dios para los hombres. La persona verdaderamente humana no resiste la guía de Dios; se rinde a ella, no importa cuán penoso le resulte, pues Dios le ama. La virtud es una y es indivisible. Las cuatro cualidades más sobresalientes del carácter son la sabiduría, el coraje, la moderación, y la justicia. Si uno carece de una de estas cualidades, carece de todas; si realmente tiene una, las tiene todas. Ser libre y feliz significa conocerse a si mismo, conocer la voluntad de Dios para uno, y vivir de acuerdo con ese conocimiento.
El estoicismo era tanto una religión como una filosofía. Por su carácter filosófico era aceptado solamente por la gente culta. Las masas no podían razonar de la manera que el estoicismo lo requería. Entre el elemento de hombres educados algunas de las mentes más preclaras del imperio seguían estas enseñanzas. Uno de estos fue Marco Aurelio, emperador desde el A.D. 160 al 180. Había mucho en el estoicismo que los cristianos podían usar y lo usaban, pero solo atraía a los más preparados. Sin embargo, aun estos carecían de poder como para hacer lo que el amor y la justicia requerían. Una de las más crueles persecuciones del imperio contra la iglesia se llevó a cabo durante el reinado de Marco Aurelio. El mundo, por lo tanto, continuó esperando una religión que no solo enseñara lo que era justo sino que también proporcionara el poder para hacerlo.
4. Filón
Un filósofo a quien debemos considerar es el pensador judío Filón. Este nació alrededor del año 20 A.C. Y murió poco después del año A.D. 40. Pasó su vida en Alejandría, el centro de la dispersión judía. En algunos aspectos Filón era más griego que judío. Se entregó a la filosofía de una manera poco común en un judío, hablaba y escribía el griego mejor que el hebreo, pero al mismo tiempo era, y permaneció siempre, un judío verdadero. Consideraba que la más alta autoridad divina se encontraba no en la filosofía sino en el Antiguo Testamento, especialmente el Pentateuco. Sostenía que cualquiera cosa que fuera cierta en la filosofía de los griegos ya había sido expresada antes en las Escrituras. El creía que de alguna forma los griegos habían obtenido sus ideas principales del Antiguo Testamento.
Filón trató de combinar las escrituras del Antiguo Testamento con la filosofía griega, lo que le trajo un problema con respecto a la doctrina de la creación. Según la enseñanza bíblica Dios creó el mundo de la materia, pero los filósofos griegos no podían aceptar esto pues sostenían que Dios no puede tener contacto con la materia, que es el origen de todo mal. Por lo tanto, Filón, como los griegos, colocó un mediador entre Dios y el mundo. Este mediador se halla en el Logos. El es el más grande de los poderes de que Dios está rodeado. En él vio Filón un poder divino menor que Dios, que estaba entre Dios y el mundo. A través de él Dios había creado todas las cosas. Más tarde, este pensamiento jugó un papel importante en el esfuerzo de los pensadores cristianos para explicar la relación de Cristo con Dios.
Religión en el imperio
Sin duda que los distintos puntos de vista filosóficos satisfacían muchas mentes educadas. Sin embargo, las masas populares no eran instruidas. ¿Cómo podrían ellas encontrar comunión y paz con Dios? Esto solo lo podían obtener por medio de la religión. Aun entre las clases más privilegiadas había un sentimiento de que la filosofía no proporcionaba la verdadera respuesta a la necesidad espiritual del hombre. Muchas religiones existieron en el imperio que trataron de llenar ese vacío. Se podían clasificar aproximadamente en tres clases.
1. Religiones de la naturaleza
Estas religiones atribuían poderes sobrenaturales a las montañas, a los lagos, los ríos, los árboles, el sol y la luna, a ciertos animales, y hombres. Honraban las fuerzas de la naturaleza y creían en el poder de amuletos y sortilegios. Aparte de esto creían en los antepasados, en espíritus buenos y malos, en dioses que controlaban el destino de los hombres. Cada religión en este grupo tenía sus propios mitos y rituales y una clase especial de hombres llamados sacerdotes que podían recitar los mitos y celebrar las ceremonias rituales. Este tipo de religión basado en la naturaleza era siempre una religión de grupo. El elemento personal estaba en gran parte ausente. En una sociedad sencilla de agricultores o pescadores tal religión podría parecer adecuada, pero para los hombres que vivían en un mundo cambiante, en desarrollo, no lo era. Ellos precisaban una religión donde lo sobrenatural fuera más personal, una religión en la cual pudieran experimentar el efecto de lo sobrenatural en sus vidas llenas de problemas. Esta necesidad parecía satisfacerse en las religiones de misterio.
2. Religiones de misterio
La gran atracción de estas religiones residía en la oportunidad de poder comunicarse con la divinidad. Esta comunicación podía obtenerse por medio de ciertos actos ceremoniales. El primero era el bautismo, ya sea por medio de agua o por la sangre de un animal. Esto les lavaba de su contaminación y suciedad haciendo posible el contacto con ese dios. Al bautismo seguía una comida sagrada con la cual se experimentaba la comunión con el dios en cuestión. La comida sagrada llevaba a un esclarecimiento o conocimiento. El nuevo creyente conocía al dios dentro de cuya comunión había sido bautizado. Por medio de este conocimiento, el creyente también se dedicaba a sí mismo al servicio del dios, y además podía vivir en paz y morir confortado por la reconciliación con ese dios. Los seguidores de esta religión no podían revelar los secretos del bautismo, de la comida de comunión, y del esclarecimiento. Por esta razón es que se llamaba una religión de misterio.
Este tipo de religión tenía una larga historia en el oriente: en India, Persia, Babilonia, y Egipto, y estaba en su apogeo en el imperio cuando comenzó a diseminarse el cristianismo. Por un tiempo el mitraísmo, una religión de misterio, compitió con el cristianismo y tuvo muchos adeptos en el ejército romano.
3. Religión del estado
La religión del estado tenía fuertes connotaciones políticas. Su elemento principal era el sacrificio ofrecido al emperador. Originalmente los sacrificios se habían hecho a los dioses del estado. En los primeros años del imperio se hicieron sacrificios a los emperadores muertos. Más tarde se comenzó a adorar a los emperadores que ejercían el poder, por medio de sacrificios. El emperador era considerado como el dios que proporcionaba orden y prosperidad en el estado; en cierto sentido se le tenía por la encarnación del imperio. Por lo tanto la religión del estado estaba considerada como el lazo que unía a la gran diversidad de pueblos y tribus a través de todo el imperio. Cualquier religión que reconociera al emperador dios y no interviniera con el buen orden del imperio, era aceptada como una religión legítima. La religión del estado, sin embargo, era una religión sin calor, sin comunión, sin unión con lo divino y, especialmente, era una religión sin salvación.
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El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6







Historia de la Iglesia 
La iglesia antigua
Desde los inicios del cristianismo hasta que Constantino les puso fin a las persecuciones (Edicto de Milán, año 313).* Fue un período formativo que marcó pauta para toda la historia de la iglesia, pues hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de algunas de las decisiones que se tomaron entonces.
El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Para entender la historia del cristianismo, hay que saber algo acerca de ese trasfondo en el que la nueva fe se abrió camino y fue estructurando su vida y sus doctrinas.
El trasfondo más inmediato de la naciente iglesia fue el judaísmo —primero el judaísmo de Palestina, y luego el que existía fuera de la Tierra Santa.*
El judaísmo de Palestina no era ya el que conocemos a través de los libros del Antiguo Testamento. Más de trescientos años antes de Cristo, Alejandro Magno (o Alejandro el Grande) había creado un vasto imperio que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta las fronteras de la India, y que por tanto incluía toda la Palestina. Una de las consecuencias de esas conquistas fue el «helenismo», nombre que se le da a la tendencia de combinar la cultura griega que Alejandro había traído con las antiguas culturas de cada una de las tierras conquistadas.
A la muerte de Alejandro, algunos de su sucesores quedaron como dueños de Siria y Palestina. Contra ellos se rebelaron los judíos bajo la dirección de los Macabeos, y lograron un breve período de independencia, hasta que los romanos conquistaron el país en el año 63 a.C.* Por tanto, cuando Jesús nació Palestina era parte del Imperio Romano.
Este judaísmo de Palestina no era todo igual, sino que había en él diferentes partidos y posturas religiosas.* Entre ellos se destacan los zelotes, los fariseos, los saduceos y los esenios. Estos grupos diferían en cuanto al modo en que se debía servir a Dios, y también en sus posturas frente al Imperio Romano. Pero todos concordaban en que hay un solo Dios, que ese Dios requiere cierta conducta de su pueblo, y que algún día ese Dios cumplirá sus promesas a ese pueblo.
Fuera de Palestina, el judaísmo contaba con fuertes contingentes en Egipto, Asia Menor, Roma y hasta los territorios de la antigua Babilonia. Esto es la llamada «Dispersión» o «Diáspora».* El judaísmo de la Diáspora daba señales del impacto de las culturas circundantes. En el Imperio Romano, esto se manifestaba en el uso de la lengua griega —la lengua más generalizada en el mundo helenista— por encima del hebreo o del arameo —la lengua más usada en la parte de la Diáspora que se extendía hacia Babilonia. Fue por eso que en la Diáspora —en Egipto— el Antiguo Testamento se tradujo al griego. Esa traducción se llama la «Septuaginta», y fue la Biblia que los cristianos de habla griega usaron por mucho tiempo.* También en Egipto vivió el judío helenista Filón de Alejandría, que trató de combinar la filosofía griega con el judaísmo, y fue por tanto precursor de los muchos teólogos cristianos que trataron de hacer lo mismo con el cristianismo.
Empero desde bien temprano la iglesia comenzó a abrirse camino más allá de los límites del judaísmo, hasta tal punto que pronto se volvió una iglesia mayormente de gentiles. Para entender ese proceso, hay que saber algo del ambiente político y cultural de la época.
En lo político, toda la cuenca del Mediterráneo era parte del Imperio Romano, que le había dado unidad a la región.* En cierto modo, esa unidad política facilitó la expansión del cristianismo. Pero esa unidad se basaba también en el sincretismo, en que florecía toda clase de religión y de mezcla de religiones, y que fue una de las peores amenazas al cristianismo.* Y esa unidad política se basaba también en el culto al emperador, que fue una de las causas de la persecución contra los cristianos.
En el campo de la filosofía, predominaban las ideas de Platón y de su maestro Sócrates, que hablaban de la inmortalidad del alma y de un mundo invisible y puramente racional, más perfecto y permanente que este mundo de «apariencias».*
Además, el estoicismo, doctrina filosófica que proponía altos valores morales, había alcanzado gran auge.*
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo tiempo se fue definiendo a sí misma.
Aparte los libros del Nuevo Testamento, los escritos cristianos más antiguos que se conservan son los de los llamados «Padres apostólicos».* Es a través de estas cartas, sermones y tratados que sabemos algo acerca de la vida y enseñanzas de los cristianos de la época.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió.* Como se ve en el Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa definición fue la misión a los gentiles.
Esta es una historia que conocemos principalmente por el Nuevo Testamento. Allí vemos, especialmente en las cartas de Pablo y en el libro de Hechos, el reflejo de las difíciles decisiones que la iglesia tuvo que hacer en sus primeras décadas. ¿Sería el cristianismo una nueva secta dentro del judaísmo? ¿Se abriría a los gentiles? ¿Cuánto del judaísmo tendrían que aceptar los gentiles conversos? Tales fueron las preguntas que dominaron la vida de la iglesia en sus primeras décadas.
Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado…. Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los primeros sellaron su testimonio con su sangre.
En el libro de Hechos, cuando se persigue a los cristianos, quienes lo hacen son generalmente los jefes religiosos entre los judíos. Lo que es más, en varias ocasiones las autoridades del Imperio intervienen para detener un motín, y salvan así de dificultades a los cristianos.
Pronto, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, y fue el Imperio el que empezó a perseguir a los cristianos.* En el siglo primero, las peores persecuciones tuvieron lugar bajo Nerón (emperador del 54 al 68) y Domiciano (81–96).* Aunque cruentas, parece que estas persecuciones fueron relativamente locales.
En el siglo II la persecución se fue haciendo más general, aunque en términos generales se siguió la política de Trajano (98–117), de castigar a los cristianos si alguien los delataba, pero no emplear los recursos del estado para buscarlos.* Por ello, la persecución fue esporádica, y dependía en mucho de circunstancias locales.* Entre los mártires del siglo II se cuentan Ignacio de Antioquía, de quien tenemos siete cartas, Policarpo de Esmirna, de cuyo martirio se conserva un relato bastante fidedigno, y los mártires de Lión y Viena, en la Galia.
En el siglo III, aunque con largos intervalos de relativa tranquilidad, la persecución fue arreciando.* El emperador Septimio Severo (193–211) siguió una política sincretista, y decretó la pena de muerte a quien se convirtiera a religiones exclusivistas como el judaísmo o el cristianismo. Bajo él sufrieron el martirio Perpetua y Felicidad. Decio (249–251) ordenó que todos sacrificaran ante los dioses, y que se expidieran certificados al respecto. Los cristianos que se negaran a ello debían ser tratados como criminales. Valeriano (253–260) siguió una política semejante.
Empero la peor persecución vino bajo Diocleciano (284–305) y sus sucesores inmediatos.* Primero se expulsó a los cristianos de las legiones romanas. Luego se ordenó la destrucción de sus edificios y libros sagrados. Por último la persecución se hizo general, y se comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas y suplicios.
A la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337) y Licinio (307–323) le pusieron fin a la persecución mediante el llamado «Edicto de Milán» (año 313).
Fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura.* Los apologistas trataron de defender la fe cristiana frente a las acusaciones de que era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron primero apologistas y a la postre mártires.) Fue en ese intento de defender la fe que se produjeron algunas de las primeras obras teológicas del cristianismo.
En cierta medida, las persecuciones se basaban en una serie de rumores y opiniones que circulaban en torno a los cristianos. De ellos se decía, por ejemplo, que practicaban varias formas de inmoralidad. Y se decía también que su doctrina carecía de sentido, y que era propia de gente que no pensaba.
En respuesta a esto, los apologistas escribieron una serie de obras con el doble propósito de desmentir los falsos rumores en cuanto a las prácticas cristianas, y de mostrar que el cristianismo no era una sinrazón.* Luego, la tarea principal que los apologistas se impusieron fue aclarar la relación entre la fe cristiana y la antigua cultura grecorromana.
Algunos de los apologistas adoptaron hacia esa cultura una actitud francamente hostil.* Su defensa del cristianismo consistía principalmente en mostrar que la cultura supuestamente superior del mundo grecorromano no lo era en realidad.* El principal apologista que tomó esta postura fue Taciano.
Otros adoptaron la postura contraria. En lugar de atacar la cultura pagana, sostuvieron que esa cultura tenía ciertos valores, pero que esos valores le venían del cristianismo, o al menos del judaísmo. Así, un argumento común fue que, puesto que Moisés fue antes de Platón, todo lo bueno que Platón dijo lo aprendió de Moisés.
Pero el argumento más poderoso, y el que a la postre hizo fuerte impacto en la teología cristiana, fue el de Justino con respecto al «Logos» o Verbo de Dios.* Justino fue el más grande de los apologistas del siglo II, y a la postre selló su propia fe con su sangre —por lo que se le conoce como «Justino Mártir». Según él, como dice el Evangelio de Juan, el Verbo o Logos de Dios alumbra a todos lo que vienen al mundo —inclusive los que vinieron antes de la encarnación del Verbo en Jesús. Por tanto, toda luz que cualquier persona tenga o haya tenido la recibe del mismo Verbo que los cristianos conocen en Jesucristo. De ese modo, Justino podía aceptar cualquier cosa de valor que encontrara en la cultura y filosofía paganas, y añadirla a su entendimiento de la fe. A través de los siglos, esta doctrina del Logos como fuente de toda verdad, doquiera ésta se encuentre, ha hecho fuerte impacto en la teología cristiana, y en el modo en que algunos cristianos se han relacionado con la cultura circundante.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar el centro mismo del mensaje cristiano.*
El crecimiento de la iglesia trajo a su seno personas con toda clase de trasfondo religioso, y esto a su vez dio lugar a diversas interpretaciones del cristianismo. Aunque en la iglesia había existido siempre cierta diversidad teológica, pronto se vio que algunas de esas interpretaciones tergiversaban la fe de tal modo que parecían amenazar el centro mismo del mensaje cristiano. A esas doctrinas se les dio el nombre de «herejías».
La principal de esas herejías fue el gnosticismo.* Este era todo un conglomerado de ideas y escuelas que diferían en muchos puntos, pero que tenían otros elementos comunes. Entre esos elementos comunes se contaban: Primero, una actitud negativa hacia el mundo material, de modo que la «salvación» consistía en escapar de la materia. Segundo, la idea de que esa salvación se lograba mediante un conocimiento o «gaosis» especial, mediante el cual el creyente podía escapar de este mundo y ascender al espiritual. Es por razón de esa «gnosis» que se le llama «gnosticismo».
No todos los gnósticos eran cristianos. Pero entre los cristianos el gnosticismo amenazaba la fe en varios puntos fundamentales: negaba la creación, que dice que este mundo es la buena obra de Dios; negaba la encarnación, que dice que Dios mismo se hizo carne física (esta doctrina, que Jesús no tenía cuerpo verdadero como el nuestro, es lo que se llama «docetismo»); y negaba la resurrección final, que dice que en la vida eterna tendremos cuerpos.
La otra «herejía» que le presentó un grave reto al cristianismo fue la doctrina de Marción.* Al igual que los gnósticos, Marción negaba que un Dios bueno pudiera haber hecho este mundo material. Por ello decía que el Dios del Antiguo Testamento no era el Padre de Jesús, sino un ser inferior. Decía además que mientras Jehová es vengativo y cruel, el verdadero y supremo Dios es amante y perdonador. A diferencia de los gnósticos, que no fundaron iglesias, Marción fundó una iglesia marcionita. Además, puesto que rechazaba el Antiguo Testamento, hizo una lista de libros que él consideraba inspirados. Aunque difería mucho de nuestro Nuevo Testamento actual, ésta fue la primera lista de libros del Nuevo Testamento.
Fue principalmente en respuesta a esas herejías que surgieron el canon (o lista de libros) del Nuevo Testamento, el credo llamado «de los apóstoles», y la doctrina de la sucesión apostólica.*
Aunque desde antes la iglesia había utilizado los evangelios y las cartas de Pablo, lo que le llevó definitivamente a insistir en que ciertos libros cristianos eran Escritura y otros no, fue el reto de las herejías.* Frente a los herejes que proponían sus propias escrituras, o sus propias listas de libros, la iglesia empezó a determinar cuáles libros eran parte de las Escrituras cristianas, y cuáles no.
Al mismo tiempo y por las mismas causas, apareció en Roma el llamado «símbolo romano».* Este era una confesión de fe que después evolucionó hasta formar lo que hoy llamamos «Credo de los Apóstoles». Está claro que el propósito de ese credo es rechazar las doctrinas de los gnósticos y de Marción.
Por último, la iglesia respondió señalando a las líneas ininterrumpidas de líderes en las principales iglesias —líneas que se remontaban hasta los apóstoles mismos.* Este es el origen de la «sucesión apostólica», cuyo sentido original no era exactamente el mismo que se le dio después.
Todos estos elementos produjeron una iglesia más organizada, y con doctrinas y prácticas más definidas.* Esto es lo que algunos historiadores llaman «la iglesia católica antigua».
Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver todavía.
Ireneo, Tertuliano y Clemente vivieron hacia fines del siglo II y principios del III.
Ireneo era oriundo de Esmirna, en Asia Menor, pero la mayor parte de su vida la pasó en Lión, en lo que hoy es Francia.* Era pastor, y consideraba que su tarea como teólogo consistía en fortalecer a su grey, sobre todo contra las herejías. Su teología no pretende ser original, sino que trata de afírmar lo que él aprendió de sus maestros. Precisamente por eso hay hoy un nuevo interés en él, pues sus escritos nos ayudan a conocer la más antigua teología cristiana.
Tertuliano vivió en Cartago, en el norte de Africa.* Sus inclinaciones eran principalmente legales. Escribió en defensa de la fe contra los paganos, y también contra varias herejías. Fue quien primero empleó la fórmula «una substancia, tres personas» para referirse a la Trinidad, y también quien primero habló de la encarnación en términos de «una persona, dos substancias».
Clemente de Alejandría siguió las líneas trazadas por Justino, buscando conexiones entre la fe y la filosofía griega.* En esto le siguió Orígenes, a principios del siglo III.* Orígenes fue un escritor prolífico, dado a las especulaciones filosóficas. Aunque después de su muerte muchas de sus doctrinas más extremas fueron rechazadas y condenadas por la iglesia, por largo tiempo la inmensa mayoría de los teólogos de habla griega fueron de un modo u otro sus seguidores.
Cipriano era obispo de Cartago (donde antes había vivido Tertuliano) cuando estalló la persecución de Decio (año 249).* Cipriano huyó y se escondió, con el propósito de poder continuar dirigiendo la vida de la iglesia desde su escondite. Cuando pasó la persecución algunos le echaron en cara el haber huido. Después murió como mártir en otra persecución (258). Por todo esto, la principal cuestión que Cipriano discutió fue la de los «caídos», es decir, quienes habían abandonado la fe en tiempos de persecución y después deseaban volver al seno de la iglesia. Además, en parte por otras razones, tuvo conflictos con el obispo de Roma. En la discusión que surgió de todo esto, Cipriano expuso sus ideas sobre la naturaleza y el gobierno de la iglesia.
Por la misma época también se discutía en Roma la cuestión de la restauración de los caídos.* La figura más importante en esa discusión fue Novaciano, quien también escribió sobre la Trinidad.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de documentos, es posible saber algo acerca de la vida y el culto cristiano durante estos primeros años.
Durante todo este período el acto central del culto cristiano era la comunión.* Esta era gozosa, pues era una celebración de la resurrección y un anticipo del retorno de Jesús. Por eso, para celebrar la resurrección, era que el culto se celebraba el domingo, día de la resurrección del Señor. Además, como anticipo del gran banquete celestial, la comunión era originalmente toda una cena. Después, por diversas razones, se limitó al pan y al vino. Además, pronto surgió la costumbre de celebrar el culto junto a las tumbas de los mártires y otros cristianos fallecidos, en lugares tales como las catacumbas de Roma.
Parece que al principio diversas iglesias tuvieron distintas formas de gobierno, y que los títulos de «presbítero» y «obispo» eran semejantes. Pero ya a fines del siglo II se había establecido el sistema de tres niveles de ministros: diáconos, presbíteros y obispos. Además, había ministerios específicos para las mujeres, especialmente dentro del monaquismo.

La abreviatura «HC» se refiere a la Historia del cristianismo, «W» a la Historia de la iglesia cristiana de Walker, y «HP» a la Historia del pensamiento cristiano. El primer número que aparece es el del tomo, y los que siguen a los dos puntos indican los números de página en ese tomo. Así, por ejemplo, «HC 1:27–58» quiere decir las páginas 27 a 58 del primer tomo de la Historia del cristianismo.



* HC 1:25–124

HP 1:29–251

W 1–111
* HC 1:7–13

HP 1:29–46

W 11–18
* HC 1:26
* HC 1:27

HP 1:33–36

W 13–14
* HC 1:28–30

HP 1:39–46

W 16–18
* HC 1:29

HP 1:39–42

W 17
* HC 1:30–32

HP 1:46–53
* HC 1:31
* HC 1:33–34

HP 1:47–50
* HP 1:50–51

W 7
* HP 1:61–94
* HC 1:35–46

W 22–48
* W 48–50
* HC 1:47–54
* HC 1:55–66
* HP 1:70–82
* HP 1:103–110

W 83–87
* HC 1:119–124

W 108–111
* HC 1:67–76

HP 1:95–117

W 50–52
* HC 1:68–71
* HC 1:72–75
* HP 1:107–109
* HP 1:100–107

W 51–52
* HC 1:77–80

HP 1:119–143

W 53–59
* HC 1:77–79

HP 1:124–134

W 53–56
* HC 1:79–80

HP 1:134–139

W 56–57
* HC 1:80–86

HP 1:143–154

W 59–65
* HC 1:80–82

HP 1:145–147
* HC 1:82–83

HP 1:148–153
* HC 1:84–85

HP 1:144–145
* HC 1:85–86

HP 1:143–144
* HC 1:88–91

HP 1:155–168

W 65–67
* HC 1:94–98

HP 1:169–183

W 67–70
* HC 1:91–94

HP 1:188–201

W 77–78
* HC 1:98–101

HP 201–220

W 78–83
* HC 1:108–110

HP 1:230–238

W 70–71
* HP 1:227–230
* HC 1:111–118

W 92–99
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