miércoles, 22 de julio de 2015

Te escribí acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de dar mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que Él había escogido.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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     Estudio e interpretación de la Palabra
   1. La autoridad bíblica
  Según se expresó en el prefacio, el “trípode homilético” es el “so- porte de tres pies” para sostener el sermón. Uno de esos pies es el texto bíblico. Thomas G. Long realza la importancia de las Escrituras pa- ra la predicación en el siguiente párrafo:
   “La predicación es bíblica siempre que el predicador permita que el texto de la Biblia sirva como la fuerza motriz que le dé forma al contenido y al propósito del sermón. Dicho más dinámicamente, la predicación bíblica supone decir la verdad acerca de lo que sucede cuando un texto bíblico intercepta algún aspecto de nuestra vida y ejerce algún reclamo sobre nosotros. 

La predicación bíblica no significa meramente hablar acerca de la Biblia, usándola para apoyar argumentos doctrinales o aplicar los ‘principios bíblicos’ a la vida cotidiana. La predicación bíblica tiene lugar cuando un predicador, con espíritu de oración,  va a escuchar la Biblia a nombre del pueblo y luego recoge en nombre de Cristo lo que ha encontrado allí. 

La predicación bíblica   no tiene nada que ver con cuántas veces se cita la Biblia en un ser-   món; por el contrario, tiene mucho que ver con cuán fielmente se interpreta la Biblia en relación con la experiencia contemporánea” (48).

  La significación de las Santas Escrituras para la predicación es par- ticularmente importante en esa tradición que emerge de la Reforma Protestante, comenzando con Martín Lutero. De hecho, “cada protes- tante es un Papa con una Biblia en la mano” (Boileau). Para el refor- mador Juan Calvino, la Biblia es autoridad, porque está autentificada e iluminada por el Espíritu Santo: “Debemos hablar de lo que estamos convencidos en un plano superior al de las razones, los juicios o las conjeturas humanas, es decir, en el testimonio secreto del Espíritu” (Institución Cristiana, I. VII. 4).

La meta o el objetivo de la Escritura para Calvino es la de apuntar a las personas a Jesucristo, en quien hay salvación. El tema central de la Biblia es Jesucristo; El es el objeto de la fe cristiana (Rogers 106). Dice Paul Scott Wilson: “Como cristianos somos el pueblo del Libro. Centramos nuestras vidas en Dios por Jesucristo, quien se nos revela en las Escrituras”. Y continúa diciendo:
    “La verdad primaria sin la cual nadie puede ser un verdadero predicador, es que hemos sido encontrados por Jesucristo. De suerte que nuestros reclamos acerca de la Escritura tienen un carácter circular, inevitable en nuestra doctrina de la revelación: sabemos que Aquél que hemos encontrado es Cristo por el testimonio de la Escritura, que nos confirma que Él es el mismo Jesús que ha muerto y resucitado. Y creemos en la Escritura, porque es a través de ella que hemos sido guiados a Cristo y al amor de Dios” (125).

Calvino y otros reformadores del siglo XVI afirmaban dos premi- sas acerca de la autoridad de la Escritura: 
1) Que la Escritura comunica la Palabra de Dios, y 
2) que su enseñanza es clara y sin ambigüedades. 

Es decir, que tiene el poder de brindar su propia iluminación cuando el Espíritu aplica su mensaje a las personas que la leen. Por tanto, para las iglesias de la Tradición Reformada la autoridad de la Biblia ha sido siempre una cuestión central, no solamente para definir la doctrina, sino también para regular la adoración y para la disciplina pastoral.

La autoridad de la Escritura para Calvino se encontraba no en su contenido salvífico, ni menos en sus formas humanas, sino en sus funciones divinas. Otra evidencia de la acomodación de Dios a los medios humanos estaba en el uso de mensajeros humanos para la ta- rea de la predicación. Las limitaciones de las palabras del predicador o la predicadora no eran un impedimento para la comunicación del contenido divino. Para Calvino la predicación de la Palabra de Dios era la Palabra de Dios misma (Rogers 56).

Según Jack B. Rogers,  Calvino deseaba examinar las circunstan- cias y la cultura en que se enmarcaba cualquier parte del mensaje bíblico: “Hay muchas declaraciones en la Escritura cuyo significado depende de su contexto” (IV.XVI.23). Al interpretar las Escrituras siempre iba más allá de las meras palabras, proyectándose hacia la intención del autor, aun con relación al Decálogo (Rogers 56).

En los siglos pasados el surgimiento y desarrollo del pensamien- to científico y tecnológico, las revoluciones francesa y rusa, y el desarrollo de los Estados Unidos de Norteamérica, aceleraron el movi- miento hacia el secularismo y produjeron una crisis, poniendo en en- tredicho muchas tradiciones e incrementando la duda acerca del libro que la mayor parte de los cristianos aceptaban como autoridad en asuntos de fe y conducta.

La respuesta fundamentalista fue la de preservar inviolable el concepto de Calvino de la Escritura inspirada, como una revelación autorizada de la voluntad de Dios. Por ende, las palabras mismas han sido puestas por el Espíritu Santo, de modo que tenemos la Palabra de Dios libre de mezcolanzas humanas. Calvino pone el acento en la obediencia a una Escritura que se ha construido literalmente.

Por otra parte, la respuesta liberal era continuar afirmando que la Biblia sigue siendo autorizada para la fe y la vida, pero adoptaba un concepto crítico de la Biblia, enfatizando las ideas de la revelación e inspiración progresivas. Intentaba reconciliar un concepto de la Biblia como autorizada con el lado humano e histórico de su composición (Mackenzie 104-105). En otras palabras, esta última concepción trataba de reconocer el valor autorizado de la Biblia junto con un enfoque más abierto, una actitud más tolerante hacia las Escrituras.

En contraste con otros enfoques contemporáneos sobre la autori- dad de la Biblia, el teólogo suizo Karl Barth asumió el estudio de la Escritura desde una nueva perspectiva. Entendió la Palabra de Dios en tres formas: como predicada, escrita y revelada. Negó que la Palabra de Dios proclamada o escrita tuviera un poder divino inherente. Decía: “La Biblia se convierte en Palabra de Dios siempre que Dios la convierta en el vehículo por el cual nos habla”.

Sólo las decisiones libres de Dios producen el evento por medio del cual la Biblia y la revelación se hacen una: hablar de la Palabra de Dios es hablar de la obra de Dios*. De modo que la autoridad presupone la obediencia (Mackenzie 105-106). Ross Mackenzie en su artí- culo “La autoridad en la tradición reformada”, expresa:
    “En resumen, lo siguiente sería generalmente aceptado por los teólo- gos y maestros reformados que han sido influenciados por Barth, y no se considerarían ni fundamentalistas ni liberales:
    Primero, que la Biblia es un testigo de la revelación, y no es en sí misma la Palabra de Dios. El testigo es siempre diferente a aquello de que testifica. Por tanto, tenemos que escuchar lo que la Biblia como palabra humana tiene que decir.

    Segundo, la inspiración significa el acto de revelación por el cual los profetas y apóstoles en su humanidad se convirtieron en los testigos que fueron, y en aquello que en toda su humanidad pueden convertirse en los testigos que son.

    Tercero, ya que la autoridad de la Escritura no reside en su infalibilidad, la disponibilidad de la palabra humana en la Biblia no es base para rechazar su autoridad. La autoridad de la Escritura va más allá de las palabras en las páginas de la Escritura hacia el acto libre y sobera- no de Dios” (107-108).

En la tradición reformada la autoridad de la Escritura no es una “autoridad formal”; uno no reconoce la autoridad de la Biblia antes de leerla. Ya que tiene poder para influir en la vida, la Escritura se lee como una respuesta reconocida, en obediencia y acción de gracias.

La autoridad de la Biblia, por tanto, no cae fuera de la vida normal; no es una autoridad extraña en la que se debe confiar con fe ciega. Por el contrario, la Escritura ejerce autoridad apelando, confrontando y estimulando a las personas.

Esta es la razón por la que se lee la Escritura y por qué se continúa leyendo. Debido a que las personas experimentan la gracia de Dios y también aprenden a confiar en Él, la Iglesia reconoce la autoridad de la Palabra de Dios. Por ende, la Iglesia enfatiza la necesidad de oír obedientemente lo que Dios le dice a la Iglesia a través de su Palabra (Perret 39: 461).

Cuando el predicador o la predicadora va a la Biblia, éste/ésta no va como con una tabula rasa, sino mas bien con un conjunto de categorías y expectaciones que ya tiene. Thomas G. Long dice en este sentido, que sería imposible describir todo lo que un predicador o predi- cadora trae consigo al interpretar un texto, pero por lo menos hay tres marcos de comprensión que merecen nuestra especial atención:
    1. Un concepto críticamente informado de la Escritura: “Sabemos que la Biblia contiene un conjunto de escritos producidos por seres humanos enmarcados en sus circunstancias específicas temporales y de lugares, personas que escribieron al mismo tiempo con una visión fiel, pero también con un marco mental determinado. Esto significa que la Iglesia no solamente debe escuchar obedientemente las palabras de la Biblia, sino que debe también interpretar estas palabras como productos humanos de su propia época” (51).

    2. Una herencia teológica: “Los predicadores y las predicadoras van a la Biblia no como ‘cristianos/nas universales’ ( no hay tal cosa), sino con una herencia y un punto de vista teológico… Un/a intérprete de la Escritura teológicamente formado/a va al texto guiado/a por un mapa trazado y refinado por aquellos que le han precedido… Al prepararnos para predicar vamos a la Escritura no como creyentes individuales, sino como teólogos prácticos en la vanguardia de la Iglesia, que buscan escuchar el evangelio hoy, pero en continuidad con la memoria teológica de toda la Iglesia” (53-54).

    3. Una conciencia de las circunstancias de los oyentes: “La palabra bíblica no nos llega como una palabra desencarnada, que habla verdades intemporales a todo el mundo en todas partes. La Biblia habla a personas particulares en las circunstancias concretas de sus vidas… No es la palabra de Dios en abstracto, sino que se trata de un Dios por nosotros, del Dios contra no- sotros para ser verdaderamente por nosotros” (55).

En las páginas siguientes los dos primeros de estos tres “marcos de comprensión del texto” serán tratados con más detalle, mientras que en el siguiente capítulo se analizará el tercero.

Cuando se lee la Biblia en la Iglesia, la congregación recibe una comunicación que se había dirigido a lectores de hace mucho tiempo y lejos de nosotros. De modo que los predicadores y las predicadoras deben desempeñar dos tareas importantes: la exégesis y la hermenéutica por un lado, y la proclamación por el otro (Hays 122), para que su mensaje pueda hablarle en su propio lenguaje contemporáneo.

  2. La exégesis y la hermenéutica
La palabra “exégesis” significa simplemente “interpretación”. La lectura cuidadosa de cualquier texto es un acto de exégesis. Se trata de una explicación del texto bíblico en su propio contexto. Con todo, la tarea de exégesis del predicador o la predicadora se hace más de- safiante debido a la distancia histórica entre el tiempo presente y el de los textos bíblicos.

Estos documentos fueron escritos en los idiomas hebreo y griego, para comunidades cuyas costumbres y presupuestos diferían dramáticamente de los nuestros. Los predicadores / las predicadoras deben comprender los contextos históricos y literarios del texto bíblico y luego reflexionar imaginativamente sobre la manera en que podría hablar a una congregación que se halla en una situación bien diferente. Mientras más precisa sea la exégesis, mejor enfocada se hará la proclamación ( Hays 122).

En otras palabras, el Dr. René Castellanos, nuestro profesor de griego en el Seminario Evangélico de Matanzas, Cuba, define la exégesis bíblica como aquel proceso por el cual analizamos y explicamos un texto bíblico (explicatio), a fin de aplicarlo (applicatio), y bajo la guía del Espíritu Santo descubrir el significado del texto para nuestra situación  particular.

Otro concepto importante a la hora de estudiar el texto bíblico es el de hermenéutica. 
La palabra hermenéutica procede del nombre Hermes, el dios de la mitología griega, hijo de Zeus, mensajero e in- térprete de los dioses. Por tanto, la hermenéutica es el arte de tradu- cir o interpretar un texto o un mensaje antiguo en nuestro propio contexto (aquí y ahora). “Es —en palabras de Karl Barth— ver lo que el autor bíblico vio y reseñarlo con nuestras propias palabras” (Al- sup).

La hermenéutica en términos generales es “el arte de la comprensión”, dice James A. Sanders, y añade:
    “Más específicamente se refiere al método y a las técnicas usadas pa- ra hacer un texto comprensible en un mundo diferente a aquél en que se originó el texto… Es parte de ese mundo de comunicación entre lo humano y lo divino. El habla es el acto de formular pensamientos coherentemente y expresar esos pensamientos de modo que podamos comunicarlos a otros en forma oral o escrita. La hermenéutica es el arte de entender tal expresión en el mundo del oidor o el lector. El intérprete implicado en el acto de comprender, es también un texto, y el encuentro entre los dos es un acto de intertextualidad. Cada texto que se lee o se oye es ya una interpretación de textos anteriores incorporados al mismo, exhibiendo su propia hermenéutica de compren- sión de aquellos textos anteriores”.
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