sábado, 18 de abril de 2015

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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                  Lo que significa andar en la luz, 
                                  1Juan 1:5–2:6

(1) El compañerismo con Dios y con los hermanos. 1:5–7. El v. 5 presenta un resumen del mensaje del evangelio. Habiendo presentado el lema de su carta, ahora Juan comienza con el corazón de su mensaje. La palabra mensaje conecta este pasaje con los cuatro versículos introductorios. El mensaje no fue inventado por Juan, ni por los otros apóstoles, sino que fue dado por Jesucristo. Juan es solamente un instrumento para proclamar lo que recibió y anunciarlo a sus lectores. El mensaje viene de Dios, habla de Dios y es para los hombres. La frase Dios es luz es muy significativa, porque se usa para describir el mensaje y a Dios mismo, mostrando lo que es y lo que no es. La palabra es implica que la luz es una característica inherente de Dios por naturaleza y esencia.

La luz
1:5
Dios, como luz, es un concepto cristiano. Para el pagano, Dios es un dios de tinieblas que es imposible conocer. Para el judío, Dios es uno que se esconde; no es luz sino un fuego consumador. Que Dios es luz es una proclamación peculiar a Juan. Para Santiago, Dios es “Padre de las luces” (Stg. 1:17). Para Pedro, Dios es “aquel que os ha llamado de las tienieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Solamente al cristiano Dios es revelado como luz, absolutamente libre de oscuridad e impurezas.

El carácter de una persona está determinado por el dios que adora. Por lo tanto Juan, con motivo práctico, exhorta a sus lectores no solamente a ver a Dios como luz sino a vivir en la luz como hijos de luz. El hecho de que Dios sea luz indica su gloria y esplendor. En su Evangelio, Juan presenta a Jesús como la gloria del Padre (Juan 1:14). Dios se nos revela como luz. La característica más genuina de la luz es que se difunde por sí misma, iluminado las tinieblas que la rodean. La luz clara es el auténtico símbolo de la pureza resplandeciente de Dios. No hay ningún mal escondido en Dios, es totalmente puro y santo. Otra función de la luz es iluminar el camino. Dios ofrece guiar los pasos del hombre.

Joya bíblica
Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hio Jesús nos limpia de todo pecado (1:7).

La luz es el gran revelador, no solamente de la santidad de Dios sino también de la naturaleza pecaminosa del hombre. Dios es luz es una frase que presenta a Dios como Ser completo: santo, puro, perfecto (sin falla), capaz de guiar a los hombres de la oscuridad a su gloriosa presencia. En la segunda parte del versículo, el Apóstol repite lo mismo, usando el negativo para hacerlo más explícito: y en él no hay ningunas tinieblas. El negativo es una modalidad estilística que Juan utiliza frecuentemente para reforzar su pensamiento ya expresado en forma positiva. En Dios no hay ninguna sombra, ningún error ni mal alguno. Juan expresa la verdad acerca de Dios de modo puro y claro. Lo expresa primeramente en forma positiva y después en forma negativa: Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas.
Comenzando con el v. 6, Juan presenta la relación entre la teología y la ética. La revelación que Dios ha dado a los hombres no es para satisfacer una curiosidad especulativa sino para dar dirección a una vida práctica y pura. Las palabras Si decimos en el griego constituyen una construcción subjuntiva y hacen que la declaración sea hipotética, presentando un caso supuesto, no se da por sentado. El asumir la comunión, tenemos comunión, implica andar en la luz en vez de andar en las tinieblas. El significado primario de comunión (koinonia2842) es la coparticipación con otro en cosas comunes a ambos y el significado secundario es de compañerismo. Juan dice que si afirmamos que tenemos esta clase de relación con Dios y seguimos andando en las tinieblas (lo opuesto de la naturaleza de Dios) entonces mentimos y no practicamos la verdad. El presente indicativo refleja una acción presente y continua. Se usan las mismas formas verbales en el v. 7 para mostrar la verdadera naturaleza de aquellos que tienen comunión con Dios: deben andar en la luz como él está en luz. Juan está escribiendo para corregir una manera de pensar equivocada y herética.
Algunos gnósticos pretendían lograr una perfección impecable. Decían que estaban intelectualmente capacitados como para interpretar los propósitos de Dios y espiritualmente maduros como para enseñar a otros, aunque la vida de ellos no lo evidenciaba. Pensaban en el cuerpo como una envoltura que cubría el espíritu humano. Mantenían que el espíritu era inviolable y que no podría ser contaminado por acciones del cuerpo. Otros afirmaban que habían avanzado tanto en el camino del conocimiento que el pecado había dejado de importarles. Su estado espiritual no les permitía preocuparse por el pecado. Pero Juan está diciendo que es imposible tener comunión con Dios si la vida demuestra características tenebrosas (ver Juan 3:19, 20). En cambio, si alguien demuestra verdadero carácter andando en la luz (Juan 3:21), entonces sí puede tener comunión con Dios y con otros creyentes. Esta comunión se hace posible por la sangre de Jesucristo.
El sacrificio de Jesús fue una vez para siempre y hace posible la entrada constante y permanente a la presencia de Dios. El compañerismo con Dios y con los hermanos es posible porque Dios es luz y porque él proveyó el perdón del pecado por la muerte de su Hijo en la cruz. La sangre de Jesús limpia del pecado. Este sacrificio es suficiente para cubrir todos los pecados de todos los hombres; sin embargo, se aplica solamente a los que llegan a gozar de la comunión con Dios por medio de la fe en Jesucristo. En el momento de creer se experimenta el perdón y la limpieza del pecado, pero la obra de Dios no termina allí. Al andar en la luz y en comunión con Dios, la luz revela más y más las manchas del pecado y permite que la sangre de Jesús actúe continuamente para limpiar y perdonar. Los que viven en las tinieblas, sin desear venir a la luz, muestran que sus obras son malas. Los que desean vivir en la luz muestran que sus obras son inspiradas por Dios. Es así que la comunión con Dios y el compañerismo con los hombres se hace realidad.
(2) La conciencia y la confesión del pecado, 1:8–10. El v. 8 enfatiza la universalidad del pecado. Es interesante notar las tres cláusulas condicionales que comienzan con si decimos (ver vv. 6, 8, 10). En el v. 6 se establece que los herejes negaban que el pecado rompiera la comunión con Dios. Pretendían tener comunión con Dios mientras andaban en las tinieblas. El v. 8 refleja que negaban la existencia del pecado en la naturaleza humana. En un primer momento, pareció que admitían la existencia del pecado mientras que negaban sus efectos en su propia vida. Después negaron la existencia del pecado. Decían que no importaba lo que implicaba su conducta, pues no había pecado inherente en su naturaleza. Ostentaban la erradicación de la naturaleza pecaminosa por medio de su conocimiento (gnosis1108). Esta actitud va en contra de la enseñanza de toda la Biblia (ver Rom. 3:9–23; Sal. 32:1–5). La construcción deja la impresión de que algunos podrían decir que no tenemos pecado, pero el uso del subjuntivo sugiere que tal cosa está fuera del ámbito. Juan escribe que si hacemos tales declaraciones, nos engañamos a nosotros mismos (continuamente). El verbo que Juan utiliza significa guiar al camino equivocado. Para dar mayor fuerza a su afirmación agrega: la verdad no está en nosotros. Aquí la verdad es la del evangelio que trae la luz de Dios, revelando así los pecados de la misma manera que la luz del sol revela el polvillo en el aire.

Perdón
1:8, 9
Un día nuestra madre nos encargó comprar un frasco de vinagre y, como estaba en primer grado y salía media hora antes que mi hermano, me tocó comprarlo. En un momento de descuido se me escapó y se rompió. Le pregunté a mi hermano qué hacer y me dijo que comprara otro frasco y que no diría nada a mamá. Durante los siguientes dos años me tenía de esclavo porque cada vez que le tocaba hacer algo me obligaba a hacerlo con solo decir: “Vinagre, vinagre”. Finalmente me confesó que cuando llegó la cuenta mamá le había preguntado por qué cobraban dos veces el vinagre y le contó todo. Mi mamá me perdonó pero por no confesar mi falta, pagué caro. De la misma manera Dios nos ha perdonado pero si no confesamos nuestros pecados, Satanás nos dice: “Pecado, pecado”, y nos mantiene esclavos.

Las palabras tenemos pecado o su equivalente se encuentran solamente en 1 Juan y en el Evangelio de Juan (9:41; 15:22; 19:11). Significan más que cometer un pecado; la frase “lleva la connotación del principio del cual los actos pecaminosos son sus diversas manifestaciones” (Guthrie). El pecado persiste y se adhiere al pecador. Del v. 10 se entiende que los herejes negaban la práctica del pecado. Mantenían que su conocimiento superior les rendía incapaces de pecar. Como vemos, cada cláusula condicional va magnificando el error. De esta última podemos deducir que los gnósticos en cuestión sostenían que no practicaban el pecado, manteniendo que su conocimiento superior les convertía en incapaces de pecar. No hemos pecado es una negación de todo acto específico de pecado mientras que en el v. 8 se niega el principio del (tendencia al) pecado. Juan utiliza distintas palabras y frases para refutar los errores y las negaciones de los herejes. En el v. 6 habla de la mentira y de la falta de practicar la verdad. En el v. 8 habla del engaño y la ausencia de la verdad. El v. 10 usa un lenguaje aún más fuerte diciendo que cualquier persona que pretende no haber pecado hace a Dios mentiroso y la palabra de Dios no está en él. Tal negación en sí misma es pecado. La Palabra de Dios declara frecuentemente que el pecado es universal y el evangelio da por sentado la pecaminosidad del ser humano. El v. 9 nos muestra la actitud correcta en cuanto al pecado: debemos admitirlo, confesarlo y recibir el perdón que Dios ha provisto por medio de su Hijo. Es interesante que la palabra griega que significa confesar (omologeo3670) es casi idéntica a nuestra palabra homologar. Esto implica que en la confesión hacemos una constancia completa de nuestro pecado que luego confirmamos. El tiempo del verbo indica una confesión continua. No es solamente una confesión general de nuestros pecados sino también una confesión particular. Debemos tener los pecados en mente, confesarlos y dejarlos con Dios (Sal. 32:1–5).

Semillero homilético
La vida eterna: Jesucristo
1:1–10
Introducción: ¿Qué es la vida eterna? No es solamente la duración de la vida sino la calidad de vida. La vida física comienza cuando el esperma del hombre se une con el óvulo de la mujer. La vida espiritual comienza cuando la fe del hombre se une con la gracia y el amor de Dios expresado en su Hijo Jesucristo. No es que el creyente tenga vida eterna después de la muerte sino que la tiene desde el momento de creer.
        I.      ¿Cómo se recibe la vida eterna?
    1.      Recibiendo la gracia de Dios mediante la fe, Efesios 2:8–10.
      (1)      El objeto de la fe es Jesucristo.
      (2)      La vida eterna (Jesús) estaba con el Padre y fue manifestada, v. 2.
      (3)      El que cree en el Hijo tiene vida eterna, Juan 3:36; 1 Juan 5:12.
      (4)      Puede saber que tiene vida eterna, 1 Juan 5:13.
    2.      La fe que salva es una fe viva (el verbo presente).
      (1)      El que cree en el Hijo de Dios, Juan 3:16.
      (2)      El que tiene al Hijo tiene la vida, Juan 3:36.
      (3)      El que cree, 1 Juan 5:13.
        II.      ¿Cuáles son los beneficios de la vida eterna?
    1.      Perdón, v. 9.
    2.      Gozo, v. 4.
    3.      Seguridad, 1 Juan 5:13.
    4.      Compañerismo, v. 7.
    5.      Amor, 1 Juan 3:1.
        III.      ¿Cuáles son las obligaciones de la vida eterna?
    1.      Andar en la luz, v. 7.
    2.      Andar como Cristo anduvo, 2:6.
    3.      Andar en la justicia, 2:29.
    4.      Obedecer sus mandamientos, Juan 14:15.
      (1)      Amar el uno al otro, Juan 13:34–35.
      (2)      Amar de hecho y de verdad, 1 Juan 3:18.
    5.      Cumplir con su mandato, Mateo 28:18–20.
Conclusión: Se puede tener la vida eterna.

El resultado es que Dios promete perdonarnos y limpiarnos¡. Perdona la culpa y quita la mancha! El v. 7 ya nos mostró el método: la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Ninguna otra cosa puede quitar las manchas de nuestros pecados. Juan dice que Dios es fiel y justo. Él es fiel a su naturaleza y carácter y, a la vez, a su promesa de perdonar nuestras maldades, no acordarse más de nuestro pecado (Jer. 31:34) y de alejar de nosotros nuestras rebeliones “tan lejos como está el oriente del occidente” (Sal. 103:12). La palabra fiel (pistos4103) describe a Dios como aquel en quien podemos depender y confiar. Cuando se refiere a los hombres, la palabra justo (dikaios1342) significa hacer lo que es correcto en los ojos de Dios, viviendo según su voluntad. Cuando la palabra justo se refiere a Dios, significa que Dios está siempre haciendo lo bueno según su propia voluntad, y que es bueno y misericordioso hacia los hombres. La justicia de Dios no está en conflicto con su bondad, misericordia y perdón.
(3) La imitación de Cristo, 2:1–6. Hay que imitar a Cristo para tener comunión con Dios y andar en luz. Jesús se dio a sí mismo como expiación (ilasmos2434, sacrificio o propiciación) por todos los hombres. Los gnósticos mantenían que la salvación se basaba en una sabiduría o un conocimiento escondido que se obtenía como resultado de la iniciación en ciertos secretos que pertenecen a unos pocos selectos. Juan enfatiza que la vida eterna es el resultado de conocer a Dios en una experiencia espiritual que resulta en acciones morales. El cristiano ha de guardar los mandamientos de Cristo y seguir su ejemplo. Juan está escribiendo para desanimar la práctica del pecado. Antes estaba escribiendo a los que rechazaban sus enseñanzas pero ahora se vuelve muy personal, introduciendo una nota tierna con el uso de un cariñoso diminutivo, Hijitos míos (v. 1).
Menciona otra razón de escribirles: para que no pequéis. Ya había mencionado dos razones: para que disfrutaran de la comunión (1:3) y para que su gozo fuera cumplido (1:4). Estas tres razones concuerdan porque el pecado elimina el gozo y destruye la comunión. El pecado es incompatible con la vida cristiana. Es importante notar que el énfasis no está en que “no sigáis en pecado” sino que “no cometáis ningún acto de pecado”. La meta del cristiano es no pecar, ni siquiera cometer un solo acto de pecado. Juan presenta la universalidad del pecado, no para quitarle a nadie la responsabilidad por el pecado, sino para demostrar que todo el mundo está involucrado en la culpabilidad y la ruina que resultan del pecado.

Joya bíblica
Él es la expiación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo (2:2).

Este versículo (2:1) no deja lugar para que la universalidad del pecado ni la bondad de Dios en perdonar el pecado sirvan de excusa para una vida fácil en la lucha contra el pecado. El propósito del autor es prevenir el pecado, no justificarlo. En 1:10 Juan enfatiza que todos son pecadores y en 2:1 dice que la meta de cada cristiano es no cometer ningún pecado, aunque el cristiano no vive en el pecado, es cierto que nunca en vida logra librarse totalmente del pecado.
Juan ahora presenta la otra cara de la verdad: si alguno peca (comete un pecado), no haciendo del pecado un hábito, Dios ha provisto una manera de conseguir el perdón. Esta provisión está expresada en Cristo Jesús como el abogado, el justo y la expiación. La palabra abogado (parakletos3875) significa uno llamado para ponerse al lado de otro con el fin de ayudarlo, que defiende la causa de otro. Jesús utilizó la misma palabra en Juan 14:16 cuando dijo “otro Consolador”. Es evidente que Jesús se consideraba el primer paracleto y prometió otro con las mismas características. La referencia es al Espíritu Santo tanto en Juan 14:16 como en el pasaje de Juan 16:7–14 (ver también Rom. 8:26). En la teología y en el culto cristiano, el paracleto ha sido identificado como el Espíritu Santo quien actúa de parte de Cristo ante un mundo hostil. Cristo es nuestro paracleto que defiende nuestro caso frente al “acusador” (Apoc. 12:10) y con el Padre, quien ama y perdona a sus hijos. En 2:1 hace referencia a la obra de Jesús que no es ante o frente al Padre sino con el Padre, cerca de Dios y al lado de los hijos de Dios porque es, a la vez, Dios y hombre. El que ha creído en Jesucristo ya tiene vida eterna y ha pasado de muerte a vida.
Una vez que el pecador ha sido justificado por Dios, ha entrado en la familia de Dios, se ha relacionado con Dios como hijo y, en el caso de pecar, no necesita otra justificación. Siendo hijo de Dios, necesita el perdón del Padre. Tiene la seguridad del perdón por medio de Jesucristo quien actúa como abogado. El pecado no cesa cuando la vida cristiana comienza. Por eso, Jesús sigue obrando sin cesar a favor del pecador.
La palabra justo está en aposición (reunión de dos o más sustantivos sin conjunción) y sirve para explicar quién es el abogado. Jesús hace lo que es justo ante el Padre y a la vez es justo, por eso Jesús es el abogado más eficaz. El pecado no influye en sus oraciones, por lo cual son oídas por Dios. El cuadro que presenta no es el amor apelando a la justicia; más bien es la justicia que aboga con el amor por nuestro perdón. La epístola menciona varias veces, tanto directa como indirectamente, la justicia, la pureza y el carácter sin pecado de Jesús (2:6, 29; 3:3, 5, 7). Esto implica que solamente por medio de un Salvador justo y sin pecado tenemos la esperanza del perdón y la limpieza.
Para entender la relación entre la intercesión y la justicia de Jesús, es necesario estudiar Hebreos 7:25, 26. Hay muchas similitudes entre las enseñanzas de 1 Juan y Hebreos en cuanto a la expiación y la intercesión. Las doctrinas están relacionadas en ambas epístolas aunque el autor de Hebreos habla de un sacerdote y Juan usa el término paracleto. Juan continúa con la descripción de nuestro abogado Jesucristo el justo, como la expiación [propiciación] por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros sino también por los de todo el mundo El cristiano no solamente tiene un abogado en Jesucristo sino que él es la expiación por los pecados nuestros y los de todo el mundo. (El verbo copulativo es sirve para unir a Jesucristo con la expiación). El abogado no alega que sus seguidores sean inocentes sino que ofrece su obra vicaria como fundamento para su absolución.
En nuestra sociedad no es fácil entender el concepto de la expiación. Las religiones paganas presentan la idea de aplacar o apaciguar al que ha sido agraviado u ofendido, especialmente cuando se trata de un dios. En el AT, propiciación significa cubrir. Cada año cuando los judíos celebraban el día de expiación o redención, el sacerdote entraba en el lugar santísimo, confesaba sus pecados junto con los del pueblo y los cubría con la sangre sobre el propiciatorio, simbolizando el perdón. En la Septuaginta se usa la palabra griega ilasmos2434 para traducir el heb. kipur (cubrir). El concepto bíblico no es aplacar o apaciguar la ira de Dios sino quitar la causa del alejamiento. Es cierto que el hombre está reconciliado con Dios pero es Dios quien toma la iniciativa en la reconciliación por medio de su provisión en Jesucristo. El hombre pecó, por eso la relación con Dios fue rota y apareció la mancha del pecado. Había que quitar la mancha y restablecer la comunión con Dios. En este sentido ilaskomai2433 no significa propiciar sino expiar. Dios, por su amor y gracia, tomó la iniciativa. La muerte de su Hijo removió la enemistad del hombre con Dios y el acceso a la presencia del Padre se vuelve posible por medio de la unión con Cristo, el abogado justo. Hendricks presenta un buen resumen del uso de la palabra ilasmos en su libro Las epístolas de Juan.
Se traduce de varias maneras: propiciación, expiación, o medio por el cual nuestros pecados son perdonados. He escogido la frase “una protección efectiva de nuestros pecados” para traducir la palabra. Esta palabra está asociada con los cultos de sacrificios del AT. Los comentaristas, como C. H. Dodd, sienten que la idea de la propiciación está muy cargada de conceptos paganos de aplacar a una deidad enojada. Otros como Leon Morris, indican que la muerte de Jesucristo cambió tanto a Dios como al hombre. Una cosa es cierta: la victoria total de Cristo, que tuvo su cúspide en su muerte y continúa en su intercesión en favor del hombre, es nuestra protección efectiva de nuestros pecados. La intensidad del perdón de Dios es igualada por su longanimidad. La muerte de Cristo fue para todos los pecadores, y su perdón se extiende a todos.
En los vv. 3–6 Juan usa ocho verbos en 17 construcciones verbales para mostrar cómo el cristiano ha de guardar los mandamientos de Cristo y seguir su ejemplo. Una de las palabras clave de este pasaje es conocer (ginosko1097) que se usa 25 veces en 1 Juan. Algunos mantienen que la palabra expresa la idea no tanto del conocimiento en sí sino del acto de percepción a través del cual se adquiere el conocimiento. El conocimiento de Dios adquirido por experiencia se contrasta con el conocimiento inmediato y absoluto expresado por la palabra saber (oida1492), usada 15 veces en la epístola. Sin embargo, frecuentemente no se puede hacer una distinción clara entre estas dos palabras. El mismo problema existe con los dos verbos en español. La palabra conocer generalmente se usa para denotar saber, experimentar, observar, percibir, comprender, familiarizarse o tener relaciones sexuales; y saber se usa para expresar saber algo, poder hacer algo o entender la forma de hacer. La palabra ginosko se utiliza cuatro veces en estos versículos: dos veces (2:3, 5) en el indicativo activo presente, lo cual indica la posesión presente del conocimiento; y dos veces (2:3, 4) en el perfecto, sugiriendo que hemos llegado a conocer algo en algún momento en el pasado y todavía lo conocemos en el presente.

Semillero homilético
Cristo, nuestro abogado
2:1–6
Introducción: Si alguno peca, Juan asegura que tenemos un abogado delante del Padre. Juan dijo que había escrito estas cosas “para que no pequéis”, porque el pecado elimina el gozo y destruye la comunión.
        I.      La función del abogado, 2:1.
    1.      Es la expiación por nuestros pecados, 2:2.
      (1)      Expiación significa “cubrir”.
      (2)      El concepto no quiere decir “aplacar” la ira de Dios sino quitar la causa del alejamiento por el pecado.
      (3)      Hay que quitar la mancha y restablecer la comunión con Dios.
    2.      Intercesor, 2:2.
      (1)      Paracleto: llamado al lado.
      (2)      Consolador: Jesús es el primero, el Espíritu Santo el segundo.
         a.      El Espíritu Santo actúa de parte de Cristo frente a un mundo hostil.
         b.      Cristo defiende nuestro caso frente al acusador, Apocalipsis 2:10.
         c.      Nos defiende con el Padre quien ama y perdona a sus hijos, Hebreos 7:25, 26.
        II.      El abogado demanda obediencia, 2:3–6.
    1.      Demanda que guardemos sus mandamientos, v. 3.
    2.      Demanda que el amor de Dios se perfeccione en nosotros, v. 5.
    3.      Demanda que andemos como él anduvo, v. 6.
Conclusión: Cuando en la tierra necesitamos un abogado, buscamos el mejor que podamos pagar. En nuestra vida cristiana tenemos al mejor abogado de todos, y es nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Está listo para ayudarnos.

Para Juan el conocimiento de Dios no es un concepto místico ni una percepción intelectual sino una experiencia que resulta en obediencia.
El conocimiento personal de Jesús está asegurado si seguimos guardando sus mandamientos (guarda sus mandamientos). El guardar los mandamientos es evidencia de un conocimiento verdadero. No significa simplemente cumplir con algunas reglas externas, más bien significa obedecer a causa del amor. Si se conoce a Dios, se hace lo que Dios quiere. Cristo fue obediente en todo, haciendo la voluntad del Padre. En este versículo se unen la teología, la ética y la experiencia.
En el v. 4 Juan presenta el lado negativo. Contrasta el conocimiento por medio de la obediencia con la alegación falsa. Si alguien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos es mentiroso Para enfatizarlo Juan agrega la verdad no está en él. Aquí vemos una incompatibilidad común: decir una cosa y hacer otra. Juan subraya la importancia de vivir lo que uno profesa.
En el v. 5 Juan introduce la parte que ocupa el amor (agape26) en relación con la obediencia. El cambio en la forma de esta cláusula antitética es llamativo: aquel que dice conocer a Dios y vive en desobediencia es mentiroso. Esperaríamos que la contrapartida fuera la siguiente: El que guarda sus mandamientos es “de la verdad”; o “la verdad está en él”. En vez de eso tenemos en este verdaderamente el amor de Dios ha sido perfeccionado. En otras palabras, el hijo obediente de Dios no se caracteriza por ningún rasgo ni cualidad representativa de su propia personalidad, sino por ser el sujeto de la obra del amor divino, por ser la esfera en la cual ese amor cumple su obra perfecta. Palabra (logos3056) significa los mandamientos de Dios en general. Dios se revela en Cristo, quien es su palabra perfeccionada en aquel que demuestra su conocimiento por medio de su obediencia. Así la obra de Dios verdaderamente está realizada. El amor (agape26) trasciende el sentimiento y la emoción, y tiene su expresión en conducta y acción.

Semillero homilético
Un mensaje para los creyentes
2:7–17
Introducción: El propósito de la epístola se expresa en 5:13: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.
        I.      Un mandamiento permanente: amar, vv. 7–11.
    1.      Eterno, v. 7.
      (1)      Antiguo.
      (2)      Nuevo.
    2.      Verdadero, v. 8.
      (1)      En Cristo.
      (2)      En nosotros.
    3.      Actual, vv. 9–11.
      (1)      Expresado en luz.
         a. Las tinieblas van pasando.
         b. La luz verdadera ya alumbra.
      (2) Expresado en relaciones.
         a. No en el odio.
         b. En el amor.
        II.       Una carta animadora, vv. 12–14.
    1.      A los hijos.
      (1)      Porque sus pecados son perdonados, v. 12.
      (2)      Porque han conocido al Padre, v. 13b.
    2.      A los padres. Porque han conocido a Jesús desde el principio, v. 14.
    3.      A los jóvenes.
      (1)      Porque han vencido al maligno, v. 13.
      (2)      Porque son fuertes, v. 14.
      (3)      Porque la Palabra permanece en ellos, v. 14.
        III.      Una promesa segura, vv. 15–17.
    1.      La destrucción del mundo.
      (1)      La inutilidad de un amor por las cosas mundanas, v. 15.
      (2)      La destrucción del mal, v. 16.
      (3)      El fin de las cosas terrenales.
    2.      La permanencia de la voluntad de Dios, v. 17.
      (1)      No como el mundo y sus deseos.
      (2)      Eterna.
Conclusión: Una palabra de ánimo y consejo, y una promesa que es segura.

La frase Por eso sabemos que estamos en él nos presenta otra faceta de la relación del creyente con Dios. “En Cristo” es una expresión típica de Pablo para describir esta relación. La misma expresión fue utilizada por Juan. “Estar en Cristo” es equivalente a conocerle (v. 4) o amarle (v. 5). Ser cristiano requiere una relación personal con Dios por medio de la fe en Jesucristo: conociéndole, obedeciéndole, amándole y permaneciendo en él. Así se ve el significado verdadero de la vida eterna. Juan resume este párrafo así: El que dice que permanece en él debe andar como él anduvo, indicando un rendimiento continuo, no un esfuerzo espasmódico. Guiado por el Espíritu Santo, cada miembro del cuerpo debe procurar modelar su vida diaria en la de Jesucristo.

  2.      Lo que excluye el andar en la luz, 2:7–28
(1) El odio, 2:7–11. Juan ya ha señalado que la evidencia de conocer a Cristo radica en la obediencia a sus mandamientos y en el seguimiento. Ambas ideas están incluidas en el mandamiento de amar. Andar en las tinieblas es el fruto del odio y andar en la luz es el fruto del amor. Juan identifica la verdad y la rectitud con el amor; el pecado y el error con el odio. Aquí, y cinco veces más (3:2, 21; 4:1, 7, 11), Juan se dirige a sus destinarios como Amados (agapetos27), lo que concuerda con su énfasis en el amor. No dice a qué se refiere el mandamiento pero no hay duda alguna que se refiere al mandamiento del amor, que es a la vez nuevo y antiguo. El mandamiento es antiguo en su forma pero nuevo en su realidad y potencialidad o capacidad. Es antiguo en el sentido de que ya se lo conocía en el AT y también los creyentes lo habían oído desde el principio de su fe: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Como os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros” (Juan 13:34). Es nuevo en Cristo Jesús: nuevo en su extensión y en su profundidad. Cada día es una nueva oportunidad para vivirlo. Para los creyentes, el mandamiento tiene una nueva urgencia y una renovada frescura. También indica el estado en el cual se está. El mandamiento fue cumplido primeramente en Cristo y ahora debe ser el eje de la vida del creyente. Juan nos presenta dos mundos: el verdadero, que es permanente y está lleno de luz, y el otro, que es pasajero y está lleno de tinieblas. El mundo de tinieblas va pasando y ya está en tren de acabarse. El mundo identificado con Jesús está brillando y alumbrando, lo cual significa que la luz sigue permaneciendo. El que ama a su hermano está identificado con la luz. El que odia a su hermano todavía vive en las tinieblas aunque lo niegue. Juan dice que el que odia está en tinieblas, anda en tinieblas, no sabe adónde va y las tinieblas le han cegado los ojos. El odio tiene un poder cegador que no permite ver con claridad la condición ni la necesidad propia. El odio es el homicidio en embrión, difiriendo de él solo en grado y no en naturaleza (ver Mat. 5:21, 22). No se puede forzar el amor, más bien es una expresión que fluye de un corazón regenerado por el amor y el poder de Jesús que se expresa en compasión y servicio hacia otros. El mandamiento de Cristo es que nos amemos unos a otros como él nos amó.
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YO SOY LA VOZ DE UNO QUE CLAMA EN EL DESIERTO: ENDEREZAD EL CAMINO DEL SEÑOR

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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             Los cambios vienen, pero Jehová no cambia

Malaquías 2:17–3:6

El verdadero creyente lo sigue siendo aun cuando no todo marche bien, enfrente oposición o se sienta solo. Es decir, la oposición, por fuerte o maligna que sea, no lo cambia, ni tampoco altera las bases y confianza que tiene en su Dios. La verdad de lo que ha dicho el señor permanece en su memoria y por fe, se aferra a ella. Es como los árboles que crecen en las laderas y precipicios de las montañas, azotados por crueles vendavales y tempestades, sus raíces se hacen más profundas y a pesar de los obstáculos, o tal vez a causa de ellos, prosperan y crecen fuertes.
por otro lado, el que quiere aparentar que es religioso pero no está muy convencido de lo que Dios ha dicho, cuando viene lo difícil, la presión, la oposición o algo con lo que no está muy de acuerdo, se decepciona y empieza a quejarse de Dios. Lo acusa de ser injusto, de no ser un Dios de amor, o de haber diseñado un plan defectuoso. Eso lo hace precisamente por su imperfecta visión de Dios y sus propósitos, punto de vista que lo conduce a la desobediencia.
Así pasó con el remanente. Muchos perdieron de vista la perspectiva correcta de la persona y programa de Jehová. Eran religiosos hasta cierto punto, pero cuando las cosas no resultaban como ellos pensaban, culpaban a Dios.

¡PENSEMOS!

 Muchos pretenden ser muy religiosos. Lo hacen usando cierto vocabulario, poniendo atención a los objetos religiosos y aún asistiendo de vez en cuando a los centros donde se congregan los fieles. Pero no son sinceros. La sinceridad en sí nunca ha sido la base de la aceptación de Dios. Muchos hay también que están sinceramente equivocados. Son sinceros, pero no siguen la verdad. Aun los seguidores de Baal de tiempos del profeta Elías eran sinceros, pero estaban errados. Por otro lado, es cierto que la fe sincera en lo que Dios ha dicho es la base del gran milagro de la salvación y de estar en buenas relaciones con Dios.

“PORQUE POR GRACIA SOIS SALVOS POR MEDIO
DE LA FE; Y ESTO NO DE VOSOTROS,
PUES ES DON DE DIOS” (EFESIOS 2:8).

JEHOVÁ CONTESTA SU PREGUNTA 2:17–3:6

“Y decís…” 2:17
La tercera ofensa de los judíos impíos consistía en un escepticismo perverso que, de acuerdo con el versículo 17, había colmado a Jehová. Aunque Dios no cambia, y “para siempre es su misericordia” (verdad que el salmista repitió 26 veces en Salmos 136), el plan del Dios justo incluye enfrentar el error y castigar la desobediencia. Es así que no era Jehová el fluctuante, sino los hijos de Israel, que repetidas veces habían hecho votos de obediencia, e igual número de veces los habían transgredido.
Siguiendo el mismo estilo literario y la misma dirección del Espíritu Santo, el autor hizo la pregunta como si procediera de la gente: “¿En qué le hemos cansado?” Esa pregunta indica que el pueblo fingía ignorancia, o mostraba gran indiferencia.
En esa ocasión, el pueblo recurrió a un concepto totalmente erróneo, pero tan antiguo como el tiempo que el ser humano ha estado sobre la tierra: “¿En dónde está la justicia de Dios cuando los malos prosperan y los justos sufren?” En palabras de Malaquías: “Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace”.
El remanente había sufrido mucho sin duda, aguantando pruebas sin cuento durante el exilio y en los días posteriores del retorno. Todavía estaban bajo el dominio persa, rodeados de enemigos y sus cosechas se habían echado a perder. Esa gente pensaba que la nación retornaría a su gloria de antaño. Incluso, algunos pensaban que ese regreso inauguraría el gran período mesiánico. Pero no sucedió así y se desilusionaron. La verdad es que no podían culpar a nadie, sino a sí mismos. Por su desobediencia estaban en esas condiciones; sufrían por su falso concepto acerca de Dios y por su renuencia a aceptar su voluntad revelada. La verdadera pregunta era: ¿Quién había cambiado, Jehová, o el pueblo? ¿Quién era el que se portaba conforme a la justicia y santidad? ¡Qué bueno que “para siempre es su misericordia”! De otra manera, Jehová hubiera enviado los relámpagos de su justa ira sobre esa gente.

“Ha dicho Jehová de los ejércitos” 3:1–6
El Dios de Israel tiene un plan eterno, y posee toda la autoridad, sabiduría y poder para llevarlo a cabo. Ni los altibajos espirituales de los judíos a través de Ias edades, ni sus períodos de obediencia y bendición alternados con los de desobediencia y castigo, han modificado ese gran plan ni la decisión de Dios de cumplirlo.
En cierto sentido, los últimos capítulos de este libro profético se escribieron para demostrar esa decisión de Dios. Los capítulos tres y cuarto eran para levantar los ojos de los que estaban abatidos por la situación caótica que imperaba en la ciudad de Jerusalén a fines del siglo V a. C., para que contemplaran los grandes eventos del porvenir, que es la continuación y cumplimiento del plan eterno. Así, Dios respondió a la desconfianza de su pueblo manifestada en el versículo 17. Es como si dijera: “¡Yo tengo el control! ¡Mi plan, justo y santo, sigue en pie! ¡Mi voluntad se cumplirá! ¡He aquí los detalles!”

Juan el Bautista viene 3:1a
“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí”. Lo primero que Jehová anunció fue a venida de alguien denominado “mi mensajero”. En el contexto de Malaquías no se identifica al individuo señalado, así que el remanente no podría saber con exactitud a quién se refería. Sin embargo, el Nuevo Testamento no deja dudas en cuanto a la identificación de él. Mateo (11:10) y Lucas (7:27) citaron este mismo versículo de Malaquías reconociendo a Juan el Bautista. Otras porciones de los evangelios combinaron la de Malaquías con las profecías de Isaías, siempre refiriéndose al Bautista.

¡PENSEMOS!

 “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Ese encomio en labios de nuestro Señor Jesucristo puso a Juan el Bautista en una categoría muy aparte. Pero ¡con qué razón! Vino a este mundo como parte de una familia singular. Es la única de toda la Biblia de la cual se dice que tanto el padre, la madre como el bebé por nacer, estaban llenos del Espíritu Santo (Lucas 1:15, 41, 67). ¿Puede imaginarse la vida hogareña en semejantes circunstancias? Juan también merece el adjetivo de “mayor” por la responsabilidad que desempeñó y la manera en que lo hizo. Véase Juan 1:15–30, donde Juan el Bautista bosqueja su trabajo y demuestra su actitud. Juan mismo nunca hubiera dicho que él era “mayor”, porque sabía que no era más que el precursor.


“YO SOY LA VOZ DE UNO QUE CLAMA EN EL
DESIERTO: ENDEREZAD EL CAMINO DEL SEÑOR”
(Juan 1:23).

 
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CADA PRIMER DÍA DE LA SEMANA, CADA UNO DEVOSOTROS PONGA APARTE ALGO,SEGÚN HAYA PROSPERADO

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Se ha dicho que el que no lee ni presta atención a la historia está condenado a repetirla. En otras palabras, hay mucho material que podemos aprovechar y muchas lecciones qué aprender del estudio de los acontecimientos y personajes del pasado. Alguien dijo que es el estudio de la historia el que nos preserva de tratar de inventar la rueda. La rueda ya se ha hecho y sería inútil y una gran pérdida de tiempo tratar de reinventarla. Nuestros antepasados enfrentaron situaciones muy semejantes a las nuestras, algunos con éxito, pero otros fracasaron. Conviene estudiar lo que hicieron para ver si la lección nos ayuda; sería una lástima no consultar la historia y perdernos de la experiencia de los antepasados.
La Biblia reconoce el valor de esa clase de estudio cuando el apóstol Pablo, después de un breve repaso de lo que había pasado a Israel, dijo: “y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros” (1 Corintios 10:11).
Uno pensaría que el pueblo de Israel estaba bien sintonizado con los detalles de su historia y estaba consciente de sus fallas previas. Desde su redención de Egipto, sus años de peregrinación en el desierto, su entrada en la tierra prometida, la conquista de ella, el período de los jueces, los reinados de Saúl, David y Salomón, todo el tiempo del reino dividido, el cautiverio de ambos reinos, hasta el retorno, las páginas de su historia están llenas de lecciones. Habían aprendido algunas, pero lastimosamente, otras no.
Esta sección del mensaje del profeta empieza haciendo referencia a las manchadas páginas de la historia de desobediencia de Israel. Ese pueblo había robado a Dios mucho más que los diezmos, y el recordatorio de sus antepasados delincuentes fue una llamada de atención, con la esperanza de que el remanente aprendiera la lección.


JEHOVÁ CENSURA EL FRAUDE DEL PUEBLO 3:7–15


La exhortación 3:7
“¡Volveos a mí!” Es una exhortación sencilla y fácil de entender. El pueblo se había distanciado de Jehová. Esto se evidenciaba por su renuencia a cumplir sus leyes. Todos los males de la historia de Israel se pueden atribuir a esa misma falta, y eso a pesar del voto que hizo el pueblo en Sinaí: “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxodo 19:8).
La oferta de Dios manifestando su misericordia y gracia fue: “y yo me volveré a vosotros”. El pecado de desobediencia al no cumplir sus promesas de guardar las leyes de Jehová, había distanciado al pueblo de su Dios. Otra vez se tiene que recordar que él no había cambiado. El pueblo era el que se había apartado de él. Para poder volver a disfrutar de la bendición de su presencia, el pueblo tenía que arrepentirse. El resultado sería que podrían gozar de la presencia de Dios.

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento enseña que el hijo de Dios puede mantener la comunión con su Padre celestial. El pecado de un hijo de Dios quita el gozo de la relación que dicho creyente debe tener con él. El individuo que está en esas condiciones, no deja de ser creyente o hijo, pero no disfruta de esa relación tan especial que un hijo debe tener con el padre que le ama. La pena y la vergüenza de su pecado contra Dios lo cohíben, y aunque no deja de ser hijo, se siente distanciado. La restauración al gozo de la presencia de Dios le viene mediante la confesión de su pecado. “Y si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). El creyente tiene que obedecer a Dios, considerar el pecado tal y como lo define el Señor, y estar totalmente de acuerdo con él en cuanto a ese pecado. “Confesar” no sólo quiere decir “admitir”, sino sentirse en cuanto al pecado como Dios se siente. Así no habrá distanciamiento.


Como en otras ocasiones a través de este mismo libro, la reacción del pueblo no fue de arrepentimiento. Más bien, fingieron que eran inocentes o indiferentes, y preguntaron, “¿En qué hemos de volvernos?”


El pecado 3:8
Para introducir la respuesta a la pregunta con que terminó el versículo anterior, el profeta formuló todavía otra, con el propósito de presentar una verdad general. “¿Robará el hombre a Dios?” La interrogación retórica se formuló anticipando la respuesta “¡No!” Un hombre finito no puede arrebatar el botín (que es el sentido de la palabra “robar” en el hebreo de Malaquías 3:8) a Jehová de los ejércitos, que es infinito.
Enseguida, el profeta aplicó la verdad general a la actitud y acción del remanente: “Pues vosotros me habéis robado”. Entonces, lo que era totalmente incongruente (la idea de poder robar a Dios), esa gente lo había logrado. Y no sólo una vez, puesto que la gramática indica que era su costumbre hacerlo.
Como es de esperarse, la reacción del pueblo fue como si dijera: “¿Quiénes? ¿nosotros?” “¿Cómo puede ser esto?” “¿En qué te hemos robado?”
“En vuestros diezmos y ofrendas” contestaron Jehová y Malaquías en forma directa y lacónica, señalando que habían fallado al cumplir con las demandas de la ley en el área de las contribuciones. Esa ley no había sido sólo una sugerencia, sino que las contribuciones eran requisitos. Su incumplimiento constituía desobediencia y pecado.

¡PENSEMOS!

 La combinación de los términos “diezmos y ofrendas” resume todas aquellas áreas de la ley que trataban acerca de las contribuciones requeridas. No era que una de ellas, “los diezmos”, fuera exigidos por la ley mientras que “las ofrendas”, eran voluntarias; las dos formaban parte de las justas demandas de la ley. El concepto veterotesamentario de los diezmos abarcaba mucho más que el diez por ciento. Tradicionalmente, los judíos reconocían tres “diezmos”: (1) La décima parte del producto de la tierra era entregado a los Levitas para su sostenimiento. Los Levitas entonces tenían que dar una décima parte de lo que habían recibido para el uso del sumo sacerdote (Levítico 27:30, 33; Números 18:26–28). (2) Debían dar un segundo diezmo de lo que les sobraba después del primero, ofrendas que eran dedicadas a los festivales que se celebraban en Jerusalén. Aunque especificaba el producto de la tierra, a los que vivían lejos se permitía enviar dinero con tal que agregaran el cinco por ciento de su valor (Deuteronomio 12:18). (3) De acuerdo con el historiador Josefo, había todavía otro “diezmo” que debían traer cada tres años, denominado “el diezmo para los pobres” (Deuteronomio 14:28–29). Además de los diezmos, la ley estipulaba las distintas ofrendas de animales, aves o productos de la tierra que tenían que ofrendar. En resumen, la ley demandaba una contribución de mucho más que un diez por ciento. El creyente del Nuevo Testamento debe ser aun más dadivoso según el principio proporcional de la bendición del Señor. Además, somos mayordomos que tendremos que rendir cuentas por todo lo que nos ha sido encomendado. El principio en el Nuevo Testamento no es, “¿Cuánto debo dar?”. Como todo es del Señor y sólo somos sus mayordomos, nuestra pregunta debe ser: “¿Qué quiere Dios que yo use de lo suyo para sostener mi vida y la de mi familia?”

“CADA PRIMER DÍA DE LA SEMANA, CADA UNO DE
VOSOTROS PONGA APARTE ALGO,
SEGÚN HAYA PROSPERADO”
(1 Corintios 16:2).


El castigo 3:9
“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”. Estas son palabras fuertes y solemnes pero no son difíciles de entender. El pueblo había violado los requerimientos de su pacto con Jehová, y por eso estaba bajo las sanciones del mismo pacto. Deuteronomio 28:15–24 advierte al pueblo los resultados horrendos que trae descuidar su responsabilidad. Pero el remanente, indiferente a su Dios y a su voluntad revelada, no vio o no quiso ver que ellos mismos eran la causa de sus males. El paralelismo entre Deuteronomio 28 y lo que estaba pasando al remanente es notable, pero el pueblo no se daba cuenta de cómo se aplicaba esa verdad a ellos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.


El reto 3:10–12
“Traed los diezmos al alfolí”. El pueblo había sido negligente y sólo había entregado parte de su contribución. ¡Estaba robando a Dios! Por no cumplir con lo que la ley demandaba, la gente dejaba a los que servían en el templo sin comida. En cuando menos una ocasión, los sacerdotes tuvieron que abandonar el templo para trabajar en los campos, todo debido al remanente incumplido, o mejor dicho, “desobediente” (Nehemías 13:10).
Jehová invitó a su pueblo a probar la autenticidad de sus promesas. La obediencia trae consecuencias positivas mientras que la desobediencia las trae negativas. Es probable que la frase: “abriré las ventanas de los cielos” sea una figura de la lluvia que acompañaría el cumplimiento de los requisitos de la ley. Es imposible escapar al impacto de la frase “bendición hasta que sobreabunde”. Hay una frase semejante en el Salmo 72:7 en donde dijo el salmista: “Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna”. En otras palabras, hasta que se acabe la provisión divina, o sea, ¡Nunca! La obediencia perpetua trae bendición perpetua.
Uno de los resultados del arrepentimiento y la gran bendición de Dios que lo acompañaría sería que todas las naciones le llamarían bienaventurados (v. 12). Las mismas naciones vecinas que se habían burlado y oprimido a los judíos que regresaron del cautiverio, tendrían que testificar de la bendición a la nación de Israel. Ésta recobraría su puesto como nación singularmente bendecida por Dios y reconocida entre las naciones.

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento pone todo esto en la perspectiva correcta cuando cita en Mateo las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

La actitud de corazón 3:13–15
A esas alturas del libro de Malaquías se había acumulado suficiente evidencia como para hacer al individuo sensible a los asuntos de Dios y arrepentirse, con vestido de cilicio y de ceniza
Pero no, el profeta reportó: “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?” Puesto que la palabra “violenta” da la idea de “duro, fuerte y arrogante”, se da a entender que el pueblo ofendía a Dios con su hablar, la cual es una acusación muy seria.
En concreto, los israelitas daban a entender que era por demás servir a Dios, que no había provecho en guardar la ley. ¡Quién sabe cómo llegaron a esa conclusión, porque no acostumbraban cumplir la ley, ni en público ni en privado! El verdadero servicio a Dios no consiste en asistir a los actos de culto público, sino en una vida totalmente dedicada a él, dentro y fuera del templo, en la casa y en la calle. Pero ese pueblo nunca había alcanzado semejante nivel. Sin embargo, con base en su experiencia limitada e incompleta por no decir con base en su actitud equivocada, llegaron a la conclusión de que los soberbios son bienaventurados.
Conviene regresar a la verdad expresada en el versículo 10: “Probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos”. Lo que debía haber hecho esa gente era tratar de ser obediente y ver qué haría Dios. Él, siempre fiel a sus promesas, abriría “las ventanas de los cielos” (v. 10) para derramar sus bendiciones.
El mundo entero quiere disfrutar de las bendiciones de Dios, pero no las buscan de la manera en que Dios especifica. La gente quiere entrar en el juego, pero inventa sus propios reglamentos, define sus límites y establece sus propias metas. Valdría la pena repetir al versículo anteriormente citado: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
 
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viernes, 17 de abril de 2015

Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Aunque pareciera que todo mundo pertenecía a la oposición, la verdad es que todavía había unos cuantos fieles entre el remanente. Los verdaderos creyentes siempre han sido una minoría, a veces temerosa y callada. ¡Pero no así los de la oposición! Aquellos gritaban y clamaban sus blasfemias desde los techos, y su prejuicio incrédulo no admitió entonces, ni acepta ahora, lo que la palabra de Dios presenta como una verdad absoluta: Dios tiene control de todas las cosas y lo tendrá siempre. Su plan perdurará y el horario de todos los detalles de ese plan no se tardarán ni una milésima de segundo. Los fieles así lo saben, no importa en que edad vivan.
Jehová sostuvo a los suyos aun en los días más oscuros de la nación, cuando el rey Acab “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él” (1 Reyes 16:30). Su malévola esposa, Jezabel, era diligente seguidora de Baal y una verdadera “evangelista” de su causa. El alboroto que armaban los paganos ruidosos por poco sofocó el raquítico testimonio de quienes confiaban en Jehová. La situación llegó hasta tal extremo, que el profeta Elías, cansado y desconsolado después de la amenaza de Jezabel, pensaba que solamente él quedaba de los fieles. Pero, no, Dios todavía tenía a siete mil “cuyas rodillas no se doblaron ante Baal” (1 Reyes 19:18). A la par de la muchedumbre rebelde, Dios siempre ha conservado a un pequeño grupo de fieles.
Aparentemente así era entre el pueblo en los tiempos de Malaquías. Gracias a Dios, no todos blasfemaban ni se unían a la pregunta: “¿Dónde está el Dios de justicia?” (2:17). En el país había, por decirlo así, un remanente fiel dentro del “remanente”. La última sección del libro de Malaquías empieza con las palabras: “Entonces los que temían a Jehová hablaron” (3:16). ¡Al fin!


EL LIBRO DE MEMORIA 3:16–18


Había un gran número de personas entre el remanente que no respetaba ni a la persona ni a la palabra de su Dios. Sin embargo, también había quienes sí temían a Jehová.
Temer a Dios es un tema que corre por toda la Biblia y es algo requerido a su pueblo de cualquier época. En el Antiguo Testamento la frase “el temor de Dios” prácticamente es un sinónimo de la religión de los judíos. “Y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (Jeremías 2:19). Así que, no era sólo una opción que su pueblo podría escoger o rechazar si quisiera; era una obligación.
Exactamente, ¿qué quiere decir Jehová con la palabra “temor”? La palabra “respetar”, con todo y que es una palabra muy noble porque según el diccionario, quiere decir “venerar o reverenciar”, no alcanza a cubrir todo el sentido del término bíblico. Aun “reverenciar”, tal y como se entiende comúnmente, es deficiente. Básicamente, ninguno de los dos vocablos arriba mencionados comunica suficientemente bien el miedo acendrado que se encuentra en el temor bíblico. Considere Deuteronomio 28:58: “Si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán”.
Para los israelitas era obvio que su Dios hablaba de un respeto que iba mucho más allá de lo común; era un respeto al máximo. Eran de temer no sólo las consecuencias de la desobediencia sino, principalmente, temer al Dios que merece obediencia y que podía aplicar el horrendo castigo a quienes no obedecieran. Esto no quiere decir que Dios quería convertir a su pueblo en seres serviles y rastreros, sino que buscaba un pueblo que viviera totalmente asombrado y maravillado de la grandeza de su Dios. Éxodo 15:11 lo explica bien: “¿Quién como tú, o Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?”

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento también tiene algo que decir a este respecto, aunque al hablar del tema, muchos creyentes equivocadamente se escudan en  1 Juan 4:18 (quizá en gran parte para disculpar la familiaridad abusiva que exhiben para con su Dios): “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. Es cierto que el verdadero creyente no tiene por qué temer al castigo eterno. A Dios gracias, éste no afectará para nada al hijo de Dios. Sin embargo, el Nuevo Testamento exhorta al creyente a temer de Dios toda la vida, no solamente mostrando reverencia en una reunión de la iglesia. Sin duda es así porque el carácter de Dios, “magnifico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios” (Éxodo 15:11) no ha cambiado. Enseguida hay una lista de algunos textos novotestamentarios relacionados que valdría la pena consultar: 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:28; 1 Pedro 1:16 y 2:17; Apocalipsiss 15:4. Aquí se habla del Dios de todo el universo y, francamente, el ambiente de circo que se presenta en muchos de los llamados “servicios de alabanza”, carece de los elementos que se refieren al temor de Dios que la Biblia exige. ¡Qué él nos perdone! Habacuc 2:20 debe ser algo más que un rótulo pintado en la pared de la iglesia. Por supuesto, no quiere decir que en la iglesia haya un silencio absoluto como si los creyentes fueran mudos (¡la misma Biblia nos exhorta a cantar!). Más bien, exige una actitud de maravilla y asombro ante la grandeza, santidad y justicia de Dios que nos hacen cerrar la boca, o, bien, abrirla en cantos de alabanza.




“Y fue escrito libro de memoria” v. 16
Hay varias referencias bíblicas que hablan de ciertos libros de Dios (Éxodo 32:32; Salmo 139:16; Apocalipsis 20:12). Pero la expresión “libro de memoria” de Malaquías es única. Es obvio que Dios, que es omnipotente y omnisciente no tiene ninguna dificultad con la memoria, pero el concepto de un libro (¡literal!) fue una facilidad para su pueblo, para que no echara al olvido los acontecimientos y actitudes (buenas y malas) de la vida del remanente. Según lo que sigue, los fieles habían recibido las bendiciones mencionadas en el libro. Además, con base en lo que estaba en el libro memorial, bien se distinguirá entre los blasfemos y los creyentes fieles, “entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (v. 18).


EL JUICIO DE DIOS 4:1


En el texto hebreo, no se hace una división de capítulo aquí. Entonces, lo que para nosotros en la versión Reina Valera es el 4:1, para los judíos sería 3:19. Naturalmente dichas divisiones no son inspiradas, pero parece que los judíos tenían razón, puesto que el tema de capítulo 4 está de acuerdo y sigue desarrollando el pensamiento de 3:18.


“Viene el día ardiente” v. 1
Primeramente, esta frase indica que el plan de Dios estaba todavía en pie, no se había adelantado ni atrasado, por las dudas y blasfemias de los desobedientes que vivían entre el remanente. Enseguida, el carácter de ese día se refleja en el término “ardiente”; es decir, será un día de juicio. Las quejas de 3:15 se atenderán y los soberbios serán castigados, pero todo a su debido tiempo y según el plan eterno de Jehová. “Y no le dejará ni raíz ni rama” (v. 1).


El Sol de justicia 4:2–4
A continuación, Malaquías presentó el otro lado de la moneda: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (v. 2). El porvenir milenario asigna a los que temen a Dios una porción amplia y bendecida. En vez del horno ardiente que espera a los infieles (4:1), los que temen a Dios recibirán la luz y el calor benigno del Sol de justicia. La verdad es que el mismo personaje, el Mesías prometido, cuando venga para establecer su reino milenial, será para los incrédulos el juez, y para los creyentes el premiador.

¡PENSEMOS!

 La esperanza de la iglesia se expresa en la metáfora, “el lucero de la mañana” en 2 Pedro 1:19 y “la estrella resplandeciente de la mañana” en Apocalipsis 22:16. Así es como la iglesia anticipa la venida de Cristo en las nubes para recibir a su “novia”, suceso que también lleva por nombre arrebatamiento. La frase “Sol de justicia” que aparece en Malaquías 4:2 representa un acontecimiento aún más allá del rapto, la venida del Rey a la tierra. El primero señala al alba, pero el postrero, a la plena luz del día del Señor. Los dos eventos estarán separados por siete años del período denominado la tribulación.




“CIERTAMENTE VENGO EN BREVE.
AMÉN; SÍ, VEN, SEÑOR JESÚS”
Apocalipsis 22:20


Se pueden entender las referencias al reino futuro. Pero, ¿por qué también se refiere al pasado y a la ley de Moisés dada en Horeb (v. 4, otro de los nombres del monte Sinaí)? En primer lugar, la ley con sus ordenanzas y sacrificios estipulados no pretendía ser un método de salvación, sino un modus vivendi, una forma de vivir que manifestara la relación especial que esa gente sostenía con Dios. La salvación es, y siempre ha sido, por medio de la fe en lo que Dios ha dicho. Claro que antes de la crucifixión, Dios entregaba la salvación anticipando la muerte propiciatoria de su Hijo. Ante Sinaí, el pueblo prometió obedecer la ley completa (Éxodo 19:8). En otras palabras, a vivir de acuerdo con la norma que Dios impuso para los hijos de Israel. Habiendo jurado, Malaquías aquí les llama la atención a la necesidad de cumplir ese voto.


Elías 4:5a
En Malaquías 3:1 se identifica correctamente a Juan el Bautista como el “mensajero” que prepararía el camino delante del Señor. Algunos intérpretes incorrectamente también tratan de aplicar la mención de 4:5: “He aquí, yo os envío el profeta Elías”, a Juan, tal vez basándose en que el mensaje angelical dado a Zacarías, padre del Bautista, decía que su hijo iría delante del Mesías “con el espíritu y el poder de Elías” (Lucas 1:17). Sin embargo, este mensaje más bien indica la clase de persona que sería y el ministerio que tendría, no que las dos personas fueran idénticas.
Además, Juan mismo negó ser Elías (Juan 1:21–23). Por otro lado, Jesús dijo al pueblo, referente a su precursor, “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir” (Mateo 11:14). Pero el pueblo no estuvo dispuesto a aceptar ni al Mesías mismo, mucho menos a Juan. Así que, como no lo aceptaron, de acuerdo con la frase condicional de Juan 1:14, “Y si queréis recibirlo”, sabemos que Juan no era Elías.
Por último, inmediatamente después de la transfiguración (cuando Juan el Bautista ya había sido asesinado), los discípulos preguntaron a Jesús acerca del ministerio futuro de Elías. El Señor contestó: “A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas” (Mateo 17:11). Es que Elías tendrá un ministerio futuro, probablemente como uno de los dos testigos de Apocalipsis 11:1–13.


El día del Señor 4:5b–6
“El día de Jehová, grande y terrible” (v. 5) se refiere a que será terrible por el juicio que ejecutará en preparación del establecimiento del reino. El ministerio futuro de Elías “hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (v. 6).
Elías tendrá un ministerio, pero tal vez no sea social ni para restaurar las relaciones familiares como sugieren algunos intérpretes. Quizá su trabajo consistirá en sintonizar la actitud de los judíos de esa fecha futura con la ley dada por Dios a sus antepasados que la aceptaron y prometieron obedecer en Sinaí.
De nueva cuenta se hace hincapié en los requisitos espirituales que van asociados con la venida del Mesías y no en las condiciones sociales. Primero, el cambio tiene que darse en el interior para que haya algún cambio externo.
Lo más serio de la misión futura de Elías se echa de ver en la frase final del libro: “No sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (v. 6). Si el pueblo desoyera el mensaje de Elías y su llamado al arrepentimiento, el futuro de Israel será completamente árido y estéril. Sin embargo, ¡habrá quienes respondan! Al fin y al cabo, la obra es de Dios. El profeta Jeremías (31:33), escribiendo de aquella época futura, citó las palabras de Jehová: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Así termina el libro de Malaquías, el último del Antiguo Testamento, que fue el último mensaje a Israel por cuatrocientos años, y que incluye una posibilidad de maldición. ¡Qué solemne! ¡Qué duro el corazón que no responde! Aunque cuatro siglos más tarde el evangelio de Mateo inicia con otro tono, el corazón de los hijos de Israel parece estar en las mismas condiciones que la mayoría del remanente de tiempos de Malaquías.
Al oir la palabra de Dios, la revelación auténtica de su voluntad, ¿Cómo reacciona usted?

“MIRAD, HERMANOS, QUE NO HAYA EN NINGUNO
DE VOSOTROS CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD
PARA APARTARSE DEL DIOS VIVO”
(Hebreos 3:12).

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Para producir el nuevo nacimiento (espiritual) se necesita la unión de la fe del hombre con el amor de Dios, expresado en Cristo Jesús

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La fe, que acepta el amor de Dios, resulta en el nuevo nacimiento y se expresa en amor para con Dios y para con los hermanos, y se comprueba al guardar los mandamientos. La fe, tanto en el Evangelio de Juan como en esta carta, es la condición necesaria para el nuevo nacimiento y la vida eterna. Así como para producir un nacimiento físico es necesaria la unión del esperma del hombre con el óvulo de la mujer, para producir el nuevo nacimiento (espiritual) se necesita la unión de la fe del hombre con el amor de Dios, expresado en Cristo Jesús: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios” (5:1). Conversando con Nicodemo, Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Después, Jesús mostró que el propósito de su venida era salvar a todo aquel que cree (Juan 3:15) y que la condenación es ineludible para aquellos que no creen (Juan 3:15–18).
En los vv. 4 y 5, Juan habla de la victoria de la fe sobre el mundo. La victoria pertenece únicamente a los que han nacido de Dios. Este nacimiento es posible por medio de fe en Jesucristo. Juan resume esta verdad con las palabras: y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. La fe que trae salvación es una fe viva que da evidencia de una relación íntima con Dios. Esta fe es más que el asentimiento intelectual a ciertas doctrinas: es la entrega total del ser, de la naturaleza moral y espiritual, al Hijo de Dios (Conner).
La fuente de la victoria es el Dios Todopoderoso. La fe permite al creyente apropiarse de esa fuente. El poder de Dios llega al creyente por medio de su fe y le da la victoria sobre el mundo: principados, autoridades, gobernantes de tinieblas y espíritus de maldad en los lugares celestiales (Efe. 6:12). La victoria sobre el mundo pertenece solamente a los hijos de Dios, los que han nacido de Dios mediante su fe en Jesucristo. El tiempo perfecto del verbo ha nacido enfatiza que este nacimiento es un hecho real que tiene poderosos efectos en la vida presente. El creyente ya recibió su victoria inicial cuando aceptó a Jesucristo como Señor y Salvador. La victoria sigue por medio de una fe viva y una entrega total, que permite la presencia y el poder de Jesús en su vida. Por medio de nuestra fe podemos apoderarnos del poder de Dios. Es un instrumento que se utiliza para afrontar y vencer las tentaciones. El uso del neutro todo lo que muestra la universalidad de la fe e implica el cuerpo colectivo: los que han nacido de Dios (Smalley). Tales personas, las que han experimentado la regeneración espiritual, vencen al mundo. El tiempo presente del verbo “vencer” (nikao3528) expresa continuidad. La victoria pertenece no solamente al individuo sino también a la iglesia. El v. 5 subraya el rol de la fe en la victoria frente al mundo. Asimismo define la fe que vence. El objeto de la fe es Jesús, el Hijo de Dios, quien venció al mundo y comparte esta victoria con sus seguidores.
El mundo fracasó en su intento de quebrantarlo. La victoria decisiva pertenece a Jesucristo, quien vino, sufrió, murió y resucitó. Se sacrificó a sí mismo en la cruz para redimir a la humanidad. Resucitó para vencer la muerte, el sepulcro y el infierno. Mostró que no es otro que el Todopoderoso. Vive para interceder por sus seguidores, permaneciendo en el corazón de ellos. El Cristo victorioso vive en nosotros y nos da la victoria.
La pregunta retórica del v. 5: ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? enfatiza la importancia de la fe. La última parte del versículo hace hincapié en un concepto correcto del objeto de la fe, Jesús, Hijo de Dios. Jesús es el nombre personal que indica su humanidad verdadera. Hijo de Dios es el título divino que enfatiza su naturaleza divina. Juan vuelve a insistir en la unión de la humanidad y la divinidad de Jesús. La teología, tanto como la ética, ocupa un lugar central en la carta y la cristología es preeminente en su pensamiento.
(2) La persona de la victoria (Jesús), 5:6–10a, 11. La aceptación incondicional de Jesús en toda su persona, con todo lo que esto significa, es la fuente del poder cristiano. Por fe se acepta la fórmula cristológica: “Jesús es el Hijo de Dios”. El v. 6 comienza con una declaración: Este es Jesucristo. Las palabras que siguen muestran quién es Jesús (la repetición es una característica de Juan). El nombre Jesús significa su humanidad y el nombre Cristo, su divinidad. Jesucristo es un equivalente del término “Jesús el Hijo de Dios”. Juan usa el término Cristo intercambiablemente con el título Hijo de Dios (ver Juan 3:31; 11:27; 12:13). Además, Jesucristo está señalado como el que vino (v. 6). Algunos eruditos entienden que estas palabras, como las de los Evangelios (“el que viene de arriba”, Juan 3:31; “¿Eres tú el que ha de venir?”, Mat. 11:3), se refieren al Mesías y pueden ser un título mesiánico (Vaughn). Otros piensan que tal interpretación excede la clara intención del texto, que indica solamente la naturaleza de la obra de Jesús, mostrando que cumplió la tarea que le fue asignada. El mismo pensamiento se encuentra en 4:2: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne procede de Dios”. La frase “ha venido en carne” describe el método más que el hecho. Fue la revelación de Dios a los hombres por medio de una forma humana que lo tornó comprensible a los humanos, con resultados permanentes.
Cristo vino por agua y sangre. El agua se refiere a su bautismo y la sangre a su muerte en la cruz. Jesús fue proclamado Hijo de Dios al comienzo de su ministerio público en su bautismo cuando la voz del cielo dijo: “Tú eres mi Hijo amado” (Mar. 1:11). Realizó su misión redentora por medio de su muerte en la cruz.
Juan acentuó esta verdad con su habitual repetición: no por agua solamente, sino por agua y sangre. Para mayor comprensión, hay que conocer el ambiente histórico de la época de Juan. Los gnósticos afirmaban el agua del bautismo de Jesús pero negaban la sangre de la cruz. Mantenían que Jesús llegó a ser divino en su bautismo cuando el espíritu descendió sobre él. Insistían en que el espíritu dejó a Jesús antes de su muerte y que murió como un simple hombre. Juan afirma que Jesús fue atestiguado como Hijo de Dios no solamente en el agua del bautismo sino también en la sangre de la cruz. Para Juan la sangre de la cruz es parte esencial de la obra redentora. En su Evangelio, Juan dio un testimonio personal del agua y de la sangre que fluyeron del costado de Jesús (19:34). En el v. 6 Juan está dando testimonio en cuanto al bautismo y la muerte de Jesús.

Semillero homilético
El testimonio del Espíritu en cuanto a la vida
5:6–12
Introducción: Agua y luz son palabras importantes. El testimonio del Padre, del Verbo, y del Espíritu Santo concuerdan. La vida verdadera está en el Hijo.
        I.      La parte del Espíritu Santo.
    1.      La convicción.
    2.      El testimonio.
    3.      La regeneración.
        II.      La parte del Hijo.
    1.      La encarnación.
    2.      El sacrificio.
    3.      El acceso.
        III.      La parte del hombre.
    1.      La fe.
    2.      La respuesta.
    3.      La recepción.
    4.      La recompensa.
Conclusión: Tener a Jesucristo es tener la vida eterna.

Algunos piensan que el agua y la sangre tienen referencia a las ordenanzas del bautismo y de la Cena del Señor. Sin embargo, el uso del tiempo pasado (vino) no permite esta interpretación (Vaughn). Tomando en cuenta el fondo histórico y el énfasis general de Juan, es lógico pensar en el bautismo y la muerte de Jesús como hechos históricos. En el AT la ley requería dos o tres testigos para probar un hecho (Deut. 17:6; 19:15). Aquí Juan enumera varios testigos para satisfacer las exigencias legales y para probar la verdad que Jesús era realmente Dios y que de veras murió en la cruz. Además de los hechos históricos del bautismo (agua) y la muerte (sangre), Juan agrega el testimonio del Espíritu Santo. El Espíritu estuvo presente en el bautismo de Jesús (Mar. 1:10; Juan 1:32–34) y sigue dando testimonio a favor de la obra realizada por medio de su iglesia. El Espíritu constantemente testifica de Cristo. Otro testigo es el Padre, quien da testimonio de su Hijo (v. 9). El creyente también tiene el testimonio en sí mismo (v. 10). El v. 6 ataca la herejía de los gnósticos directamente, dando testimonio de que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios que vino en la carne para hacer la obra redentora según el plan de Dios.
La segunda parte del v. 7 y la primera del v. 8 constituyen un problema porque no aparecen en ningún manuscrito griego hasta el siglo XII, donde aparece en el margen, escrito en letra del siglo XVII (ver Bruce Metzger). Bruce Vawter, en el Comentario San Jerónimo, dice: “Hoy será difícil encontrar un exegeta o crítico que defienda la autenticidad de este texto trinitario. No aparece en ninguna de las antiguas versiones orientales ni en ningún manuscrito de la Vg. [Vulgata] anterior al año 800; solo se halla en cuatro códices griegos tardíos, traducidos del latín. A pesar de las fuertes controversias trinitarias de los primeros siglos cristianos, no lo cita ningún Padre griego ni latino anterior al siglo IV, y este hecho prueba casi con toda seguridad que por aquella época no existía. El testimonio más antiguo a favor de este texto aparece en Prisciliano (c. 380), y lo cita por primera vez uno de sus discípulos, Instancio”.
Estos versículos están incluidos en la RVR-1960 porque esta versión está basada en un texto que lo incluía. No aparecen en el texto de la versión Reina Valera Actualizada pero sí se los nota al pie de página, en una nota, explicando que no están incluidos en los manuscritos más antiguos.
Estas partes constituyen la referencia más explícita a la Trinidad en todo el NT. Hendricks dice: “La idea del versículo no es incorrecta, pero no es parte del pensamiento original de Juan. Como las implicaciones de la triplicidad de Dios llegaron a ser expresadas en la doctrina de la Trinidad, esas palabras proveerían una prueba más que lógica de que Jesús es el Mesías de Dios”.
En este comentario la doctrina de la Trinidad está expresada de varias maneras. La autenticidad de la doctrina no depende de ningún modo de este versículo. Tampoco nos debe perturbar el hecho de que no aparece en los manuscritos griegos más antiguos. Aunque hay muchas variaciones en los antiguos textos, no alteran el significado original del evangelio. El milagro de la inspiración no existe solamente en el origen de los textos sino también en su preservación por Dios. Debemos conocer los problemas porque los Testigos de Jehová los usan para contradecir a los cristianos verdaderos. La Trinidad es una afirmación cristiana y esta verdad no depende de un solo versículo. En su Evangelio, Juan enfatizó la relación entre Jesús y el Padre (Juan 14:9; 17:11, 21) y entre Jesús y el Espíritu Santo (hablando de su regreso [Juan 14:18] y la venida del Espíritu Santo [Juan 14:16, 26; 16:7–11]). En los pasajes citados se encuentra una relación íntima entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Existe una relación estrecha entre el Cordero y el Espíritu en el Apocalipsis (5:6, 12, 13).
El testimonio acerca de la persona de la victoria, Jesucristo, es amplio. El propósito del testimonio es subrayar el hecho de que nuestra fe está bien fundada en Jesucristo, que es la persona de la victoria. Los vv. 6–8 hablan del testimonio terrenal. Hay, en realidad, tres testimonios: el Espíritu, el agua y la sangre y estos tres concuerdan en uno. El testimonio es armónico. El Espíritu, el agua y la sangre obran juntos para producir un mismo resultado. Están de acuerdo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios: “El testimonio interior del Espíritu, y todo lo que está involucrado en el bautismo de Cristo y su muerte, no son tres hechos sin relación alguna. Los tres señalan un acto de Dios en Cristo para la salvación del hombre” (Nuevo comentario bíblico).
Los vv. 9 y 11 hablan del testimonio celestial. El testimonio terrenal acerca de Jesús es suficiente. Sin embargo, hay un testimonio mayor: el del Padre celestial: Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor; porque este es el testimonio de Dios: que él ha dado acerca de su Hijo (v. 9). Dios testificó acerca de su propio Hijo. Es el testigo más competente. Lo que dice Dios tiene que ser aceptado implícitamente como palabra final, autorizada y conclusiva. La verdad del testimonio se ve no solamente en lo que dice sino también en lo que hace: Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo (v. 11). Jesús es la revelación de Dios a los hombres, el propósito del cual es dar vida eterna; más que una promesa futura, es una realidad presente. La persona de la victoria es Jesucristo y esta victoria se realiza en los hombres por medio de la fe.
Por otra parte, debe agregarse el testimonio de la experiencia personal: El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo (v. 10a). Juan insiste en que la fe es el instrumento de las bendiciones. Por medio de la fe Jesús entra en el corazón. Su presencia da testimonio de la realidad de Jesús, quien da la victoria sobre el mundo. Creer en Jesús como Hijo de Dios es equivalente a aceptar el testimonio de Dios acerca de su Hijo.
(3) El resultado de la victoria, 5:10b, 12. Juan usa magistralmente el contraste para decir que el resultado de la victoria depende de la fe. Por un lado, los creyentes tienen el testimonio de la realidad de la persona y la obra de Jesús, tienen vida eterna. En cambio, por otro lado los incrédulos hacen a Dios mentiroso y no tienen la vida. La fe trae perdón, salvación, regeneración, vida y victoria pero la falta de fe resulta en desobediencia y condenación, negando la vida al incrédulo.

Joya bíblica
Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (5:11, 12).

En el v. 12 Juan presenta la verdad central de la epístola, el más trágico de los contrastes: El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Juan 14:6a presenta esta misma verdad: Yo soy el camino, la verdad y la vida. La vida y el Hijo van juntos. Es imposible poseer uno sin el otro. Dios nos dio vida eterna y esta vida está en su Hijo. Juan comienza la epístola diciendo que “la vida fue manifestada, y la hemos visto; y os testificamos y anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada” (1:2). El propósito de la carta fue dar seguridad de la vida eterna a los creyentes: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (5:13). Juan termina la carta diciendo: “No obstante, sabemos que el Hijo de Dios está presente y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna” (5:20). Esta vida tan especial pertenece solamente a los que están unidos con Dios por medio de Jesucristo. No puede ser destruida por la muerte. Es un don divino dado por Dios mismo. No es recompensa por algo hecho sino por la gracia de Dios.
El verbo ha dado (v. 11: didomi1325) indica un tiempo cuando algo fue dado una vez para siempre. Puede indicar la encarnación (Juan 1:14; 10:10; 1 Jn. 1:2) o el momento cuando el creyente llegó a poseer la vida eterna por medio de su fe. Es una posesión presente: El que tiene al Hijo tiene la vida (v. 12). 

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