viernes, 17 de abril de 2015

Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 

Aunque pareciera que todo mundo pertenecía a la oposición, la verdad es que todavía había unos cuantos fieles entre el remanente. Los verdaderos creyentes siempre han sido una minoría, a veces temerosa y callada. ¡Pero no así los de la oposición! Aquellos gritaban y clamaban sus blasfemias desde los techos, y su prejuicio incrédulo no admitió entonces, ni acepta ahora, lo que la palabra de Dios presenta como una verdad absoluta: Dios tiene control de todas las cosas y lo tendrá siempre. Su plan perdurará y el horario de todos los detalles de ese plan no se tardarán ni una milésima de segundo. Los fieles así lo saben, no importa en que edad vivan.
Jehová sostuvo a los suyos aun en los días más oscuros de la nación, cuando el rey Acab “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él” (1 Reyes 16:30). Su malévola esposa, Jezabel, era diligente seguidora de Baal y una verdadera “evangelista” de su causa. El alboroto que armaban los paganos ruidosos por poco sofocó el raquítico testimonio de quienes confiaban en Jehová. La situación llegó hasta tal extremo, que el profeta Elías, cansado y desconsolado después de la amenaza de Jezabel, pensaba que solamente él quedaba de los fieles. Pero, no, Dios todavía tenía a siete mil “cuyas rodillas no se doblaron ante Baal” (1 Reyes 19:18). A la par de la muchedumbre rebelde, Dios siempre ha conservado a un pequeño grupo de fieles.
Aparentemente así era entre el pueblo en los tiempos de Malaquías. Gracias a Dios, no todos blasfemaban ni se unían a la pregunta: “¿Dónde está el Dios de justicia?” (2:17). En el país había, por decirlo así, un remanente fiel dentro del “remanente”. La última sección del libro de Malaquías empieza con las palabras: “Entonces los que temían a Jehová hablaron” (3:16). ¡Al fin!


EL LIBRO DE MEMORIA 3:16–18


Había un gran número de personas entre el remanente que no respetaba ni a la persona ni a la palabra de su Dios. Sin embargo, también había quienes sí temían a Jehová.
Temer a Dios es un tema que corre por toda la Biblia y es algo requerido a su pueblo de cualquier época. En el Antiguo Testamento la frase “el temor de Dios” prácticamente es un sinónimo de la religión de los judíos. “Y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (Jeremías 2:19). Así que, no era sólo una opción que su pueblo podría escoger o rechazar si quisiera; era una obligación.
Exactamente, ¿qué quiere decir Jehová con la palabra “temor”? La palabra “respetar”, con todo y que es una palabra muy noble porque según el diccionario, quiere decir “venerar o reverenciar”, no alcanza a cubrir todo el sentido del término bíblico. Aun “reverenciar”, tal y como se entiende comúnmente, es deficiente. Básicamente, ninguno de los dos vocablos arriba mencionados comunica suficientemente bien el miedo acendrado que se encuentra en el temor bíblico. Considere Deuteronomio 28:58: “Si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán”.
Para los israelitas era obvio que su Dios hablaba de un respeto que iba mucho más allá de lo común; era un respeto al máximo. Eran de temer no sólo las consecuencias de la desobediencia sino, principalmente, temer al Dios que merece obediencia y que podía aplicar el horrendo castigo a quienes no obedecieran. Esto no quiere decir que Dios quería convertir a su pueblo en seres serviles y rastreros, sino que buscaba un pueblo que viviera totalmente asombrado y maravillado de la grandeza de su Dios. Éxodo 15:11 lo explica bien: “¿Quién como tú, o Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?”

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento también tiene algo que decir a este respecto, aunque al hablar del tema, muchos creyentes equivocadamente se escudan en  1 Juan 4:18 (quizá en gran parte para disculpar la familiaridad abusiva que exhiben para con su Dios): “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. Es cierto que el verdadero creyente no tiene por qué temer al castigo eterno. A Dios gracias, éste no afectará para nada al hijo de Dios. Sin embargo, el Nuevo Testamento exhorta al creyente a temer de Dios toda la vida, no solamente mostrando reverencia en una reunión de la iglesia. Sin duda es así porque el carácter de Dios, “magnifico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios” (Éxodo 15:11) no ha cambiado. Enseguida hay una lista de algunos textos novotestamentarios relacionados que valdría la pena consultar: 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:28; 1 Pedro 1:16 y 2:17; Apocalipsiss 15:4. Aquí se habla del Dios de todo el universo y, francamente, el ambiente de circo que se presenta en muchos de los llamados “servicios de alabanza”, carece de los elementos que se refieren al temor de Dios que la Biblia exige. ¡Qué él nos perdone! Habacuc 2:20 debe ser algo más que un rótulo pintado en la pared de la iglesia. Por supuesto, no quiere decir que en la iglesia haya un silencio absoluto como si los creyentes fueran mudos (¡la misma Biblia nos exhorta a cantar!). Más bien, exige una actitud de maravilla y asombro ante la grandeza, santidad y justicia de Dios que nos hacen cerrar la boca, o, bien, abrirla en cantos de alabanza.




“Y fue escrito libro de memoria” v. 16
Hay varias referencias bíblicas que hablan de ciertos libros de Dios (Éxodo 32:32; Salmo 139:16; Apocalipsis 20:12). Pero la expresión “libro de memoria” de Malaquías es única. Es obvio que Dios, que es omnipotente y omnisciente no tiene ninguna dificultad con la memoria, pero el concepto de un libro (¡literal!) fue una facilidad para su pueblo, para que no echara al olvido los acontecimientos y actitudes (buenas y malas) de la vida del remanente. Según lo que sigue, los fieles habían recibido las bendiciones mencionadas en el libro. Además, con base en lo que estaba en el libro memorial, bien se distinguirá entre los blasfemos y los creyentes fieles, “entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (v. 18).


EL JUICIO DE DIOS 4:1


En el texto hebreo, no se hace una división de capítulo aquí. Entonces, lo que para nosotros en la versión Reina Valera es el 4:1, para los judíos sería 3:19. Naturalmente dichas divisiones no son inspiradas, pero parece que los judíos tenían razón, puesto que el tema de capítulo 4 está de acuerdo y sigue desarrollando el pensamiento de 3:18.


“Viene el día ardiente” v. 1
Primeramente, esta frase indica que el plan de Dios estaba todavía en pie, no se había adelantado ni atrasado, por las dudas y blasfemias de los desobedientes que vivían entre el remanente. Enseguida, el carácter de ese día se refleja en el término “ardiente”; es decir, será un día de juicio. Las quejas de 3:15 se atenderán y los soberbios serán castigados, pero todo a su debido tiempo y según el plan eterno de Jehová. “Y no le dejará ni raíz ni rama” (v. 1).


El Sol de justicia 4:2–4
A continuación, Malaquías presentó el otro lado de la moneda: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (v. 2). El porvenir milenario asigna a los que temen a Dios una porción amplia y bendecida. En vez del horno ardiente que espera a los infieles (4:1), los que temen a Dios recibirán la luz y el calor benigno del Sol de justicia. La verdad es que el mismo personaje, el Mesías prometido, cuando venga para establecer su reino milenial, será para los incrédulos el juez, y para los creyentes el premiador.

¡PENSEMOS!

 La esperanza de la iglesia se expresa en la metáfora, “el lucero de la mañana” en 2 Pedro 1:19 y “la estrella resplandeciente de la mañana” en Apocalipsis 22:16. Así es como la iglesia anticipa la venida de Cristo en las nubes para recibir a su “novia”, suceso que también lleva por nombre arrebatamiento. La frase “Sol de justicia” que aparece en Malaquías 4:2 representa un acontecimiento aún más allá del rapto, la venida del Rey a la tierra. El primero señala al alba, pero el postrero, a la plena luz del día del Señor. Los dos eventos estarán separados por siete años del período denominado la tribulación.




“CIERTAMENTE VENGO EN BREVE.
AMÉN; SÍ, VEN, SEÑOR JESÚS”
Apocalipsis 22:20


Se pueden entender las referencias al reino futuro. Pero, ¿por qué también se refiere al pasado y a la ley de Moisés dada en Horeb (v. 4, otro de los nombres del monte Sinaí)? En primer lugar, la ley con sus ordenanzas y sacrificios estipulados no pretendía ser un método de salvación, sino un modus vivendi, una forma de vivir que manifestara la relación especial que esa gente sostenía con Dios. La salvación es, y siempre ha sido, por medio de la fe en lo que Dios ha dicho. Claro que antes de la crucifixión, Dios entregaba la salvación anticipando la muerte propiciatoria de su Hijo. Ante Sinaí, el pueblo prometió obedecer la ley completa (Éxodo 19:8). En otras palabras, a vivir de acuerdo con la norma que Dios impuso para los hijos de Israel. Habiendo jurado, Malaquías aquí les llama la atención a la necesidad de cumplir ese voto.


Elías 4:5a
En Malaquías 3:1 se identifica correctamente a Juan el Bautista como el “mensajero” que prepararía el camino delante del Señor. Algunos intérpretes incorrectamente también tratan de aplicar la mención de 4:5: “He aquí, yo os envío el profeta Elías”, a Juan, tal vez basándose en que el mensaje angelical dado a Zacarías, padre del Bautista, decía que su hijo iría delante del Mesías “con el espíritu y el poder de Elías” (Lucas 1:17). Sin embargo, este mensaje más bien indica la clase de persona que sería y el ministerio que tendría, no que las dos personas fueran idénticas.
Además, Juan mismo negó ser Elías (Juan 1:21–23). Por otro lado, Jesús dijo al pueblo, referente a su precursor, “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir” (Mateo 11:14). Pero el pueblo no estuvo dispuesto a aceptar ni al Mesías mismo, mucho menos a Juan. Así que, como no lo aceptaron, de acuerdo con la frase condicional de Juan 1:14, “Y si queréis recibirlo”, sabemos que Juan no era Elías.
Por último, inmediatamente después de la transfiguración (cuando Juan el Bautista ya había sido asesinado), los discípulos preguntaron a Jesús acerca del ministerio futuro de Elías. El Señor contestó: “A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas” (Mateo 17:11). Es que Elías tendrá un ministerio futuro, probablemente como uno de los dos testigos de Apocalipsis 11:1–13.


El día del Señor 4:5b–6
“El día de Jehová, grande y terrible” (v. 5) se refiere a que será terrible por el juicio que ejecutará en preparación del establecimiento del reino. El ministerio futuro de Elías “hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (v. 6).
Elías tendrá un ministerio, pero tal vez no sea social ni para restaurar las relaciones familiares como sugieren algunos intérpretes. Quizá su trabajo consistirá en sintonizar la actitud de los judíos de esa fecha futura con la ley dada por Dios a sus antepasados que la aceptaron y prometieron obedecer en Sinaí.
De nueva cuenta se hace hincapié en los requisitos espirituales que van asociados con la venida del Mesías y no en las condiciones sociales. Primero, el cambio tiene que darse en el interior para que haya algún cambio externo.
Lo más serio de la misión futura de Elías se echa de ver en la frase final del libro: “No sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (v. 6). Si el pueblo desoyera el mensaje de Elías y su llamado al arrepentimiento, el futuro de Israel será completamente árido y estéril. Sin embargo, ¡habrá quienes respondan! Al fin y al cabo, la obra es de Dios. El profeta Jeremías (31:33), escribiendo de aquella época futura, citó las palabras de Jehová: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Así termina el libro de Malaquías, el último del Antiguo Testamento, que fue el último mensaje a Israel por cuatrocientos años, y que incluye una posibilidad de maldición. ¡Qué solemne! ¡Qué duro el corazón que no responde! Aunque cuatro siglos más tarde el evangelio de Mateo inicia con otro tono, el corazón de los hijos de Israel parece estar en las mismas condiciones que la mayoría del remanente de tiempos de Malaquías.
Al oir la palabra de Dios, la revelación auténtica de su voluntad, ¿Cómo reacciona usted?

“MIRAD, HERMANOS, QUE NO HAYA EN NINGUNO
DE VOSOTROS CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD
PARA APARTARSE DEL DIOS VIVO”
(Hebreos 3:12).

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