sábado, 18 de abril de 2015

CADA PRIMER DÍA DE LA SEMANA, CADA UNO DEVOSOTROS PONGA APARTE ALGO,SEGÚN HAYA PROSPERADO

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 

Se ha dicho que el que no lee ni presta atención a la historia está condenado a repetirla. En otras palabras, hay mucho material que podemos aprovechar y muchas lecciones qué aprender del estudio de los acontecimientos y personajes del pasado. Alguien dijo que es el estudio de la historia el que nos preserva de tratar de inventar la rueda. La rueda ya se ha hecho y sería inútil y una gran pérdida de tiempo tratar de reinventarla. Nuestros antepasados enfrentaron situaciones muy semejantes a las nuestras, algunos con éxito, pero otros fracasaron. Conviene estudiar lo que hicieron para ver si la lección nos ayuda; sería una lástima no consultar la historia y perdernos de la experiencia de los antepasados.
La Biblia reconoce el valor de esa clase de estudio cuando el apóstol Pablo, después de un breve repaso de lo que había pasado a Israel, dijo: “y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros” (1 Corintios 10:11).
Uno pensaría que el pueblo de Israel estaba bien sintonizado con los detalles de su historia y estaba consciente de sus fallas previas. Desde su redención de Egipto, sus años de peregrinación en el desierto, su entrada en la tierra prometida, la conquista de ella, el período de los jueces, los reinados de Saúl, David y Salomón, todo el tiempo del reino dividido, el cautiverio de ambos reinos, hasta el retorno, las páginas de su historia están llenas de lecciones. Habían aprendido algunas, pero lastimosamente, otras no.
Esta sección del mensaje del profeta empieza haciendo referencia a las manchadas páginas de la historia de desobediencia de Israel. Ese pueblo había robado a Dios mucho más que los diezmos, y el recordatorio de sus antepasados delincuentes fue una llamada de atención, con la esperanza de que el remanente aprendiera la lección.


JEHOVÁ CENSURA EL FRAUDE DEL PUEBLO 3:7–15


La exhortación 3:7
“¡Volveos a mí!” Es una exhortación sencilla y fácil de entender. El pueblo se había distanciado de Jehová. Esto se evidenciaba por su renuencia a cumplir sus leyes. Todos los males de la historia de Israel se pueden atribuir a esa misma falta, y eso a pesar del voto que hizo el pueblo en Sinaí: “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxodo 19:8).
La oferta de Dios manifestando su misericordia y gracia fue: “y yo me volveré a vosotros”. El pecado de desobediencia al no cumplir sus promesas de guardar las leyes de Jehová, había distanciado al pueblo de su Dios. Otra vez se tiene que recordar que él no había cambiado. El pueblo era el que se había apartado de él. Para poder volver a disfrutar de la bendición de su presencia, el pueblo tenía que arrepentirse. El resultado sería que podrían gozar de la presencia de Dios.

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento enseña que el hijo de Dios puede mantener la comunión con su Padre celestial. El pecado de un hijo de Dios quita el gozo de la relación que dicho creyente debe tener con él. El individuo que está en esas condiciones, no deja de ser creyente o hijo, pero no disfruta de esa relación tan especial que un hijo debe tener con el padre que le ama. La pena y la vergüenza de su pecado contra Dios lo cohíben, y aunque no deja de ser hijo, se siente distanciado. La restauración al gozo de la presencia de Dios le viene mediante la confesión de su pecado. “Y si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). El creyente tiene que obedecer a Dios, considerar el pecado tal y como lo define el Señor, y estar totalmente de acuerdo con él en cuanto a ese pecado. “Confesar” no sólo quiere decir “admitir”, sino sentirse en cuanto al pecado como Dios se siente. Así no habrá distanciamiento.


Como en otras ocasiones a través de este mismo libro, la reacción del pueblo no fue de arrepentimiento. Más bien, fingieron que eran inocentes o indiferentes, y preguntaron, “¿En qué hemos de volvernos?”


El pecado 3:8
Para introducir la respuesta a la pregunta con que terminó el versículo anterior, el profeta formuló todavía otra, con el propósito de presentar una verdad general. “¿Robará el hombre a Dios?” La interrogación retórica se formuló anticipando la respuesta “¡No!” Un hombre finito no puede arrebatar el botín (que es el sentido de la palabra “robar” en el hebreo de Malaquías 3:8) a Jehová de los ejércitos, que es infinito.
Enseguida, el profeta aplicó la verdad general a la actitud y acción del remanente: “Pues vosotros me habéis robado”. Entonces, lo que era totalmente incongruente (la idea de poder robar a Dios), esa gente lo había logrado. Y no sólo una vez, puesto que la gramática indica que era su costumbre hacerlo.
Como es de esperarse, la reacción del pueblo fue como si dijera: “¿Quiénes? ¿nosotros?” “¿Cómo puede ser esto?” “¿En qué te hemos robado?”
“En vuestros diezmos y ofrendas” contestaron Jehová y Malaquías en forma directa y lacónica, señalando que habían fallado al cumplir con las demandas de la ley en el área de las contribuciones. Esa ley no había sido sólo una sugerencia, sino que las contribuciones eran requisitos. Su incumplimiento constituía desobediencia y pecado.

¡PENSEMOS!

 La combinación de los términos “diezmos y ofrendas” resume todas aquellas áreas de la ley que trataban acerca de las contribuciones requeridas. No era que una de ellas, “los diezmos”, fuera exigidos por la ley mientras que “las ofrendas”, eran voluntarias; las dos formaban parte de las justas demandas de la ley. El concepto veterotesamentario de los diezmos abarcaba mucho más que el diez por ciento. Tradicionalmente, los judíos reconocían tres “diezmos”: (1) La décima parte del producto de la tierra era entregado a los Levitas para su sostenimiento. Los Levitas entonces tenían que dar una décima parte de lo que habían recibido para el uso del sumo sacerdote (Levítico 27:30, 33; Números 18:26–28). (2) Debían dar un segundo diezmo de lo que les sobraba después del primero, ofrendas que eran dedicadas a los festivales que se celebraban en Jerusalén. Aunque especificaba el producto de la tierra, a los que vivían lejos se permitía enviar dinero con tal que agregaran el cinco por ciento de su valor (Deuteronomio 12:18). (3) De acuerdo con el historiador Josefo, había todavía otro “diezmo” que debían traer cada tres años, denominado “el diezmo para los pobres” (Deuteronomio 14:28–29). Además de los diezmos, la ley estipulaba las distintas ofrendas de animales, aves o productos de la tierra que tenían que ofrendar. En resumen, la ley demandaba una contribución de mucho más que un diez por ciento. El creyente del Nuevo Testamento debe ser aun más dadivoso según el principio proporcional de la bendición del Señor. Además, somos mayordomos que tendremos que rendir cuentas por todo lo que nos ha sido encomendado. El principio en el Nuevo Testamento no es, “¿Cuánto debo dar?”. Como todo es del Señor y sólo somos sus mayordomos, nuestra pregunta debe ser: “¿Qué quiere Dios que yo use de lo suyo para sostener mi vida y la de mi familia?”

“CADA PRIMER DÍA DE LA SEMANA, CADA UNO DE
VOSOTROS PONGA APARTE ALGO,
SEGÚN HAYA PROSPERADO”
(1 Corintios 16:2).


El castigo 3:9
“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”. Estas son palabras fuertes y solemnes pero no son difíciles de entender. El pueblo había violado los requerimientos de su pacto con Jehová, y por eso estaba bajo las sanciones del mismo pacto. Deuteronomio 28:15–24 advierte al pueblo los resultados horrendos que trae descuidar su responsabilidad. Pero el remanente, indiferente a su Dios y a su voluntad revelada, no vio o no quiso ver que ellos mismos eran la causa de sus males. El paralelismo entre Deuteronomio 28 y lo que estaba pasando al remanente es notable, pero el pueblo no se daba cuenta de cómo se aplicaba esa verdad a ellos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.


El reto 3:10–12
“Traed los diezmos al alfolí”. El pueblo había sido negligente y sólo había entregado parte de su contribución. ¡Estaba robando a Dios! Por no cumplir con lo que la ley demandaba, la gente dejaba a los que servían en el templo sin comida. En cuando menos una ocasión, los sacerdotes tuvieron que abandonar el templo para trabajar en los campos, todo debido al remanente incumplido, o mejor dicho, “desobediente” (Nehemías 13:10).
Jehová invitó a su pueblo a probar la autenticidad de sus promesas. La obediencia trae consecuencias positivas mientras que la desobediencia las trae negativas. Es probable que la frase: “abriré las ventanas de los cielos” sea una figura de la lluvia que acompañaría el cumplimiento de los requisitos de la ley. Es imposible escapar al impacto de la frase “bendición hasta que sobreabunde”. Hay una frase semejante en el Salmo 72:7 en donde dijo el salmista: “Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna”. En otras palabras, hasta que se acabe la provisión divina, o sea, ¡Nunca! La obediencia perpetua trae bendición perpetua.
Uno de los resultados del arrepentimiento y la gran bendición de Dios que lo acompañaría sería que todas las naciones le llamarían bienaventurados (v. 12). Las mismas naciones vecinas que se habían burlado y oprimido a los judíos que regresaron del cautiverio, tendrían que testificar de la bendición a la nación de Israel. Ésta recobraría su puesto como nación singularmente bendecida por Dios y reconocida entre las naciones.

¡PENSEMOS!

 El Nuevo Testamento pone todo esto en la perspectiva correcta cuando cita en Mateo las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

La actitud de corazón 3:13–15
A esas alturas del libro de Malaquías se había acumulado suficiente evidencia como para hacer al individuo sensible a los asuntos de Dios y arrepentirse, con vestido de cilicio y de ceniza
Pero no, el profeta reportó: “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?” Puesto que la palabra “violenta” da la idea de “duro, fuerte y arrogante”, se da a entender que el pueblo ofendía a Dios con su hablar, la cual es una acusación muy seria.
En concreto, los israelitas daban a entender que era por demás servir a Dios, que no había provecho en guardar la ley. ¡Quién sabe cómo llegaron a esa conclusión, porque no acostumbraban cumplir la ley, ni en público ni en privado! El verdadero servicio a Dios no consiste en asistir a los actos de culto público, sino en una vida totalmente dedicada a él, dentro y fuera del templo, en la casa y en la calle. Pero ese pueblo nunca había alcanzado semejante nivel. Sin embargo, con base en su experiencia limitada e incompleta por no decir con base en su actitud equivocada, llegaron a la conclusión de que los soberbios son bienaventurados.
Conviene regresar a la verdad expresada en el versículo 10: “Probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos”. Lo que debía haber hecho esa gente era tratar de ser obediente y ver qué haría Dios. Él, siempre fiel a sus promesas, abriría “las ventanas de los cielos” (v. 10) para derramar sus bendiciones.
El mundo entero quiere disfrutar de las bendiciones de Dios, pero no las buscan de la manera en que Dios especifica. La gente quiere entrar en el juego, pero inventa sus propios reglamentos, define sus límites y establece sus propias metas. Valdría la pena repetir al versículo anteriormente citado: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
 
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