jueves, 11 de abril de 2013

La predicación y su construcción esquemática: Para Obreros y Ministros Itinerantes


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. biblias y miles de comentarios
 LA PREDICACIÓN Y SU CONSTRUCCIÓN ESQUEMÁTICA
INDICE:


INTRODUCCIÓN:...............................................................................................1
IMPORTANCIA DE LA PREDICACIÓN: ................................3
ALGO SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LA CONFECCIÓN Y TRANSMISIÓN DE UN MENSAJE: .......................6
UNA APROXIMACIÓN BÁSICA A LOS PRINCIPIOS DE LA COMUNICACIÓN: ...8
ALGO SOBRE LAS CUALIDADES FÍSICAS DEL SONIDO:................................................................................11
LA DICCIÓN Y LA VOZ: EJERCICIOS DE PERFECCIONAMIENTO DE LOCUCIÓN Y FONIATRÍA:..........13
ESTRATEGIA FUNDAMENTAL EN LA CONFECCIÓN DEL SERMÓN: ...........................................................26
LOS SEIS CRITERIOS BÁSICOS: ............................................................................................................................29
CONSIDERACIÓN DE NUESTRA AUDIENCIA:...................................................................................................37
ESCOGER EL TEMA Y SUS DERIVADOS:............................................................................................................39
DETERMINAR NUESTRA META: EL OBJETIVO A ALCANZAR: .....................................................................49
TIPOS DE SERMONES: ............................................................................................................................................49
LA PRESENTACIÓN DEL SERMÓN:......................................................................................................................51
LA INTRODUCCIÓN DEL SERMÓN: .....................................................................................................................54
EL CUERPO DEL SERMÓN: ....................................................................................................................................58
LA CONCLUSIÓN DEL SERMÓN:..........................................................................................................................62
LA REPETICIÓN EN LA PREDICACIÓN: ..............................................................................................................65
LA SEGURIDAD EN LA PREDICACIÓN: ..............................................................................................................66
LA ÉTICA DEL PÚLPITO: ........................................................................................................................................70
UNOS CONSEJOS FINALES: ...................................................................................................................................71
BIBLIOGRAFÍA EN LENGUA CASTELLANA: .....................................................................................................75

INTRODUCCIÓN:

a) No pretendemos realizar un tratado completo de Homilética. Nuestro propósito
es presentar, de manera breve y sencilla, algunas notas sucintas sobre los aspectos
teóricos más significativos de la predicación, con el deseo de ayudar a quienes ya
están en el ministerio de la Palabra, o bien desean acometerlo, pero por
cualesquiera razón no han podido o no pueden acceder a cursos presenciales de
esta materia. Se trata, pues, de un breve trabajo, apenas una síntesis, fruto de la
experiencia de 31 años en el desempeño del ministerio de la Palabra. De lo que
estamos seguros es de que quienes anhelan prepararse para el ministerio de la
predicación, hallarán en estas páginas el estímulo para prepararse más
concienzudamente.

b) Conviene aquí tener presente que la Homilética, del griego “Homiletike”, cuyo
significado literal es “enseñanza en tono familiar”, es más que un simple estudio de
las técnicas de expresión. En la Homilética podemos afirmar que conviene tener
presente que no basta con la “caridad”. Debemos intercalar una “l” entre la “c” y la
“a” para formar la palabra “claridad”, y jamás olvidar que por mucha “caridad” que
profesemos, la falta de claridad hará que nuestro discurso no pase de ser un
torrente de palabras, sin fruto alguno, por muy escogidas y cultas que sean. La
Homilética es ante todo comunicación (común, comunión). James D. Crane, en el
prefacio de su libro “El Sermón Eficaz”, (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso,
Texas, EE.UU, 1968) afirma que “la Homilética no es la obra de un “Abraham”,
sino de un “Isaac” que sólo abre pozos antiguos.” En definitiva, podemos afirmar
que la Homilética es la ciencia que estudia los principios fundamentales del
discurso, pero aplicados a la proclamación de la Palabra de Dios en general, y del
Evangelio en particular. El término surgió durante la Ilustración, entre los siglos
XVII y XVIII, cuando también se designaron con voces de raíz griega todas las
principales ramas de la Teología, tales como Hermenéutica, Apologética,
Dogmática, Exégesis, etc. Podemos decir que la Exégesis desgrana una porción
breve que hemos seleccionado en la Escritura; la Teología recorre hilos de
pensamiento a lo largo de la Escritura; y la Homilética procura tejer la tela con que
vestir al oyente dentro del tiempo y el espacio.
c) Algo básico es la consideración primaria de qué es un sermón. La Real
Academia de la Lengua Española dice así: “Es un discurso cristiano u oración
evangélica que se predica para la enseñanza de la buena doctrina, para la enmienda
de los vicios, o en elogio de los buenos para imitación de sus virtudes.” El sentido
más evangélico nos llega en la definición del Diccionario Webster: “Es un discurso
que un ministro o un predicador presenta en público desde un púlpito, en el que se
usa un texto de las Sagradas Escrituras con el fin de dar instrucción religiosa o para
inculcar moralidad.” 

d) La predicación bíblica es la proclamación de la Palabra de Dios a una
congregación. Es mucho más que leer las Escrituras y aplicar una lección o
explicación de la lectura realizada. La predicación bíblica comprende una
cuidadosa exposición del texto, partiendo de su sentido original -lo que el texto
dice- hasta llevarlo a la situación actual de la congregación a la que vaya dirigida la
predicación -lo que nos quiere decir- en su situación actual -contextualización-
para que pueda tener una aplicación eficaz. No es fácil pasar de los tiempos
bíblicos a nuestro siglo; de una cultura semítica a nuestro contexto occidental; de
los clanes familiares a la familia nuclear; del mundo de la Biblia a la sociedad
postmoderna. De manera que, como puente entre el pasado y el presente, el sermón
tiene que ir más allá de ser un comentario exegético de un texto bíblico; más allá
de un estudio gramatical, filológico, estructural, histórico y teológico.

e) Evidentemente, un sermón es un discurso basado en la Palabra de Dios con el
propósito de comunicar el mensaje de Dios a los hombres. Cuando el sermón es
conforme a la Palabra de Dios y es ungido por el Espíritu Santo, indefectiblemente
producirá estos resultados: La salvación de los perdidos, la edificación de los
fieles, y el endurecimiento de los réprobos.

f) Comenzaremos por decir que un buen sermón exige oración, meditación, estudio
y aplicación. Todo esto implica mucho trabajo y esfuerzo continuado. De ahí que
la Homilética haya de ser considerada como una disciplina en el más riguroso
sentido del término.

g) Quienes piensan que un sermón consiste en hablar, están todo lo equivocados
que uno puede estar. ¿Por qué? Porque lo fundamental en el hablar es el
pensamiento. Se requiere, pues, mucho pensamiento antes de abrir los labios. Y en
el caso de la exposición de la Palabra de Dios, no basta con el pensamiento, sino
que se requiere mucha oración buscando la dirección del Espíritu Santo. 

h) Esto es importante para la vida, no sólo para la exposición de la Palabra del
Señor desde los púlpitos. Recordemos que un buen número de problemas en la
vida, y principalmente en las relaciones interpersonales, se deben a la tendencia tan
natural entre los humanos de hablar antes de haber pensado lo suficiente. El
consejo de Salomón es, pues, importante también para nosotros hoy, en la
predicación y en todos los demás quehaceres de nuestra existencia:

“No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de
Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus
palabras. Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las
palabras la voz del necio.” (Eclesiastés 5:2-3).

i) Personalmente, creemos que la predicación se asemeja mucho a la práctica de la
traducción. Ambas disciplinas tienen mucho de técnica y de arte. Los
conocimientos técnicos son imprescindibles, pero es igualmente cierto que no basta
con los fríos conocimientos y recursos para realizar la exposición de un texto
bíblico o la explicación de una verdad espiritual. El predicador necesita ser
también algo de artista, capaz de desarrollar su discurso con fina gracia, como el
pintor que sabe exactamente dónde fijar su trazo, y el escultor que conoce el
secreto de la materia en que trabaja, más allá de sus características físicas; y el
poeta que es capaz de pintar con la palabra; y el novelista que mueve a sus
personajes hasta lograr hacernos entrar en la situación descrita; y el músico que nos
recrea la historia, los sentimientos y los paisajes mientras juega con los sonidos y
los silencios.

IMPORTANCIA DE LA PREDICACIÓN:

a) El apóstol Pedro es quien nos da una de las claves más sencillas, como es tan
habitual en él, para entrar en una consideración profunda de la importancia de la
predicación:

“A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las
cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el
Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.” (1ª
Pedro 1:12).
En el habitual lenguaje claro y directo del apóstol pescador, se nos explica toda la
enjundia del método apostólico de la predicación: La clave radica en el Espíritu
Santo, no sólo como elemento instrumental, sino como inspirativo:  “Los que os
han predicado el evangelio por el Espíritu Santo”, o con más precisión “en el
Espíritu Santo”. Es decir, que el predicador no está llamado a “usar” el Espíritu,
sino a ser usado por Él; a hablar dentro de la atmósfera del Espíritu. Aquí radica
toda la distancia que media entre el “sermón” y el “discurso”, entre el “predicador”
y el “orador”. El apóstol Pablo destaca estos aspectos en su Primera Carta a los
Corintios:

“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra
ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª Corintios 2:3-5).

Por eso es que Pablo manifiesta que la substancia de toda su predicación radica en
“Jesucristo, y en Cristo crucificado.” (1ª Corintios 1:23; 2:2).

b) Ningún otro tema podrá contar con mayor seguridad de la participación del
Espíritu Santo que la proclamación del sacrificio de Cristo Jesús en la Cruz del
Calvario. La predicación de la Cruz de Cristo irá siempre acompañada de la
manifestación poderosa del Santo Espíritu de Dios. Pero ha de ser la proclamación
de Cristo, y Cristo crucificado, sin la contaminación de argumentos filosóficos,
sociológicos y psicológicos que, tristemente, suelen acompañar, cuando no
substituir, al Evangelio de la Gracia y del Reino de Dios. De manera que cuando
Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica y les dice que: “Nuestro evangelio no
llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo
y en plena certidumbre...”, hemos de tener presente que “nuestro evangelio” en
palabras del apóstol Pablo significa el anuncio y proclama de Cristo crucificado
por amor a los hombres, a los pecadores.

c) ¿Quién puede predicar? Aquel que cumpla las siguientes cuatro condiciones:

i) Buena conducta: Aquel cristiano cuyo testimonio entre los de dentro y de
los de afuera es acorde con la vida de Jesucristo. 

ii) Ser lleno del Espíritu Santo: La predicación sólo puede acometerse bajo
la unción del Espíritu Santo. De lo contrario no pasará de ser una disertación
o conferencia religiosa, interesante e instructiva, pero sólo eso.

iii) Buena doctrina: Debemos hablar donde la Biblia habla, y callar donde
ella calla.

iv) Misión legítima: El púlpito nos es encomendado. Toda usurpación estará
siempre fuera de orden.

d) Las características del predicador, desde el punto de vista espiritual han de ser:

  i) Alguien llamado para tal obra: Mateo 28:19.

  ii) Alguien que conoce al Señor: Hechos 4:13.

  iii) Tener el mensaje del Evangelio: Hechos 5:20.

  iv) Tener la unción del Señor: 2º Reyes 2:9.

  v) Tener el denuedo (autoridad): Marcos 1:21.

e) Las características del predicador, desde el punto de vista técnico han de ser:

  i) Tener el don de la palabra: Romanos 12: 6-8.

  ii) Tener el conocimiento de la Palabra de Dios: 2ª Timoteo 2:15; 3:14-17.

  iii) Presentarse a Dios como obrero diligente: Timoteo 2:15.

  iv ) Guardar la Palabra en el corazón: Salmo 119.

  v) Saber usar bien la Palabra de verdad: 2ª Timoteo 2:15.

f) Basándonos en tres pasajes de la vida del apóstol Pedro, el predicador debe ser
aquel que:

  i) Ha estado con Jesús: Hechos 4:13.
  ii) Habla como Jesús: Mateo 26:73.

  iii) Actúa en el nombre de Jesús: Hechos 4:10.

g) La historia de la iglesia demuestra que el cumplimiento de la Gran Comisión
siempre ha ido acompañado por la predicación ungida por el Espíritu Santo. Es esa
clase de predicación la que hallamos en medio de todos los despertamientos y
avivamientos registrados hasta el día de hoy. La instrucción homilética producirá
mejores oradores, pero el poder de Dios no responde a técnicas humanas. 

ALGO SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LA CONFECCIÓN Y
TRANSMISIÓN DE UN MENSAJE:

El conocimiento de los principios de la comunicación nos ayudará a puentear las
barreras que hallamos en todo intento por transmitir una idea.

a) Todo mensaje ha de ser creado.

b) Para crear un mensaje necesitamos conocer cuáles son los componentes
fundamentales de la comunicación.

c) El primero de esos componentes en la FUENTE.

d) La comunicación nunca puede superar a la fuente. Si la fuente tiene defectos, la
comunicación necesariamente será defectuosa. Pero si la fuente es buena, la
comunicación tendrá potencialmente la posibilidad de ser eficaz. Sin embargo, no
existe garantía de que efectivamente lo sea, pues ello dependerá de otros factores o
componentes del proceso de la comunicación que iremos estudiando paso a paso.

e) El segundo de los componentes es el TRANSMISOR.

f) El transmisor es el medio utilizado por la fuente para que el mensaje llegue a
otra persona. La mayoría de las veces empleamos el aparato fonatorio.

g) Pero hay muchos otros medio de comunicación, tales como la escritura, pero
también existen medios no orales, tales como el lenguaje corporal, el tacto, etc. Sin
embargo, aquí nos centraremos en la comunicación oral.

h) El tercer componente es el CANAL.

  i) El canal es la conexión entre el transmisor y el receptor.

j) El transmisor que decidimos emplear viene a determinar el canal que
utilizaremos. Por ejemplo, si el transmisor que decidimos emplear es el aparato
fonatorio, entonces el canal que utilizaremos será, evidentemente, el sonido.

k) El cuarto componente en el proceso de la comunicación es el RECEPTOR.

l) El receptor es el medio de conexión entre quien recibe el mensaje y el canal
empleado por quien lo envía. Por ejemplo: Si hemos decidido emplear como
transmisor nuestro aparato fonatorio, el canal serán las ondas del sonido, y, por
consiguiente, el receptor será el aparato auditivo del destinatario del mensaje.

m) El quinto componente es el DESTINO.

n) Si la comunicación nunca puede superar a la fuente, es igualmente cierto que
tampoco puede superar al destino. Es de suma importancia que al llegar a este
punto tengamos muy presente que no estamos hablando a objetos, sino a sujetos.

o) El sexto ingrediente o componente del proceso de la comunicación (negativo en
este caso) es el RUIDO, es decir, las interferencias.

p) Podemos contar con las condiciones óptimas en todos los componentes
anteriores, y, sin embargo, el factor RUIDO, es decir, las interferencias, ya sean
internas o externas, no permitirá que el proceso de la comunicación se realice
eficazmente.

q) Estos “ruidos” pueden atacar tanto en el plano exterior como en el interior, y
además suelen hacerlo desde cada uno de los componentes que hemos considerado,
o bien desde una combinación de los mismos.

r) El séptimo componente de la comunicación es el MENSAJE propiamente dicho.
Si no hay mensaje, no hay nada que comunicar.
s) Hay dos clases de mensajes:

 i) Mensajes verbales.

 ii) Mensajes no-verbales.

t) El Mensaje Verbal es aquel en el que escribo o digo lo que pretendo comunicar.
Por consiguiente puede expresarlo con claros sonidos fónicos o bien mediante
símbolos o escritura alfabética.

u) Los Mensajes No-verbales se expresan mediante acciones.

v) Los Mensajes Verbales llegan a ser dignos de crédito cuando está respaldados
por Mensajes No-verbales.

w) Y, finalmente, el último y definitivo ingrediente en el proceso de la
comunicación es el SIGNIFICADO. La comunicación es, por consiguiente, el
proceso creativo del significado.

x) Todo mensaje es transmitido verbal o no verbalmente sobre un plano exterior.
Sin embargo, el significado del mensaje no se transmite, sino que se traduce o
decodifica interiormente. De ahí que el mismo mensaje, y las mismas palabras,
símbolos o letras, pueden tener distintos o diferentes significados para diferentes
personas.

y) De esto se deduce que la traducción o decodificación del mensaje (significado)
es un proceso que acontece sólo dentro de cada uno de nosotros. Por eso es que con
frecuencia caemos en el error de pensar que algo que nos queda a nosotros
perfectamente claro, debe quedar igualmente claro para todos los demás. Sin
embargo, pronto antes que tarde descubrimos que eso no es así.

z) Esta es la razón por la que estamos seguros de la importancia del estudio del
proceso de la comunicación, con todos los aspectos que inciden en el mismo,
respecto a su aplicación a la actividad sermonaria.

UNA APROXIMACIÓN BÁSICA A LOS PRINCIPIOS DE LA
COMUNICACIÓN:

a) Tengamos presente que “comunicar” nos llega del latín “comuinicare”, cuyo
significado es “poner en común”. Luchamos contra códigos para lograr que el
mensaje llegue al receptor. Estos códigos son los lenguajes y las jergas que
empleamos. A menos que tratemos de enviar un mensaje muy sencillo, no se
establecerá la comunicación entre dos personas, una, por ejemplo, de lengua
alemana y otra de lengua francesa. Del mismo modo, si empleamos una jerga
profesional muy especializada, sólo los iniciados en la disciplina de que se trate
lograrán entender el mensaje.

b) El receptor del mensaje no vive en el vacío, sino que recibe todo el mensaje a
través de los filtros de su cultura.

c) La fuente del mensaje puede ser una barrera en el proceso de la comunicación
cuando:

i) la fuente no entiende el mensaje, en cuyo caso tampoco puede esperar que
el receptor lo entienda.

ii) la fuente no comprende el trasfondo del receptor, y no se asegura de que
hablan de la misma cosa.

  iii) la fuente no comprende como está siendo percibida por el receptor.

d) El Análisis Transaccional puede ser de gran ayuda para nuestra eficacia en la
comunicación. Este modelo enseña que en todos nosotros hay tres personalidades
(niveles o planos de personalidad) en cuanto a comportamiento y comunicación:
EL PADRE, EL ADULTO Y EL NIÑO.

i) El Padre en nosotros es la personalidad que cree saberlo todo y poderlo
todo. (Impositivo).

ii) El Niño es la personalidad que no se toma nada en serio, y que sólo quiere
jugar. (Lúdico).

iii) El Adulto en cada uno de nosotros es la personalidad madura que actúa
siempre sobre la premisa de querer saber todos los datos antes de tomar una
decisión consecuente. (Responsable).

Si colocamos a estas tres personalidades, unas frente a las otras, y las líneas de
comunicación se cruzan e interfieren, no habrá forma de realizar una comunicación
eficaz.

e) Debe haber consistencia entre el Mensaje y el Mensajero:

  i) La Fuente debe asegurarse que su aspecto no desmerezca al Mensaje.

  ii) La Fuente debe asegurarse que el Vehículo no desmerezca al Mensaje.

f) El Mensaje propiamente dicho influye en el Proceso:

  i) Los Mensajes tienen muy diversos planos de significado.

  ii) El Mensaje “Crudo” es lo que existe sin ninguna otra influencia.

iii) El Mensaje “Concebido” es cómo lo ve la Fuente, y cómo entiende el
Mensaje “Crudo”.

iv) El Mensaje “Recibido” es cómo ve y comprende el Receptor el Mnesaje
“Concebido”. Frecuentemente, el Mensaje “Recibido” es bastante diferente
al Mensaje “Concebido”.

v) El Mensaje “Eficaz” es el resultado que se produce cuando el Receptor
realmente recibe de la Fuente.

g) El Mensaje se contamina cuando procede de más de una Fuente:

i) Si el Mensaje es inconsistente, la recepción será de un Mensaje “Borroso”,
que no será entendido, o que se malentenderá fácilmente.

ii) El Receptor creerá que él ya conoce lo que la Fuente está tratando de
comunicarle, y fácilmente llegará (“¿saltará?”) a una conclusión antes de que
la transmisión del Mensaje se haya completado.
iii) El Receptor ya tiene un punto de vista que influirá en su habilidad y
voluntad para recibir el Mensaje, a pesar de la claridad en la transmisión.

h) Todos los filtros forman y producen lo que en comunicación denominamos la
“Degradación del Mensaje”. Para comprobarlo de manera muy elemental, sólo
tenemos que practicar el viejo juego infantil de las “películas”, en el que unos
cuantos amigos nos transmitíamos consecutivamente al oído una historia o el
argumento de una película. Cuando el primer narrador recibía el relato de labios
del sexto o séptimo participante en el círculo de narradores, la historia original
había sufrido cambios y alteraciones increíbles, todos ellos a base de las adiciones
y substracciones que se dan en todo proceso comunicativo. ¡Por eso escogió Dios
la Escritura!

ALGO SOBRE LAS CUALIDADES FÍSICAS DEL SONIDO:

La voz es fundamental en la predicación. Un buen proclamador de la Palabra del
Señor debe aprender a utilizar la voz como instrumento precioso que Dios nos ha
regalado para su gloria y honra. La voz humana es el producto de las vibraciones u
ondas del aire espirado. Estas vibraciones se producen en la laringe por el contacto
del aire con las cuerdas vocales. Así es como se produce la voz, pero la
articulación de la voz se produce después. Recordemos lo que nos ocurre cuando
nos quedamos afónicos -sin voz- y sólo podemos susurrar o cuchichear, pero no
somos capaces de vibración o fonación. Las ondas sonoras se pueden comparar a
las visibles sobre la superficie de un estanque al lanzar una piedra. Son
concéntricas, están más o menos espaciadas entre sí, y son igualmente más o
menos altas. De aquí que las principales cualidades físicas de la voz sean:

a) El tono, conocido también como “altura”, que determina la altura musical del
sonido. El tono depende de la frecuencia o número de ondas o vibraciones por
unidad de tiempo (por segundo). De ahí que nuestra voz sea más bien grave, media
o aguda. Cuando impostamos la voz de manera adecuada podemos pasar
fácilmente de un registro a otro.

b) El timbre, que es el “metal” de la voz, es decir, la fisonomía acústica de cada
vocal y de cada consonante. Alguien ha dicho muy acertadamente que “el tono es
la melodía de la voz”.
c) La cantidad, que determina la longitud o brevedad de los sonidos, es decir, su
duración. Un buen ejercicio consiste en pronunciar palabras terminadas en cada
una de las cinco vocales, prolongando todo lo posible la vocal final:
Ama...a...a...a...a...a... Timbre...e...e...e...e...e... Términi...i...i...i...i...i...
Loro...o...o...o...o...o... Tú...u...u...u...u...u...

d) La intensidad o volumen, que es la debilidad o fortaleza de los sonidos. Hablar
demasiado alto, cuando no es preciso, resulta molesto a todo auditorio. Entre el
susurro, que es naturalmente inadecuado, y el grito, que también lo es, disponemos
de una amplia gama que nos permite hablar correctamente.

e) El ritmo, que son los movimientos de sucesión regular de los sonidos fuertes a
los sonidos débiles. La armonía adecuada se logra siguiendo la pulsación del ritmo
de la respiración. El mejor ejercicio es la lectura expresiva en voz alta, repitiendo
las frases a diferente velocidad.

f) Las inflexiones, que son las ondulaciones de la voz, que se elevan o descienden,
en función de los sentimientos o emociones que van unidos a nuestro pensamiento.
Las principales inflexiones o modulaciones son: 

 i) La indiferencia.

  ii) La naturalidad.

  iii) La atención.

 iv) La alegría.

 v) La sorpresa.

 vi) El enojo.

 vii) El miedo.

 viii) El orgullo.

 ix) La humildad.
g) En la expresión oral, como en cualquier prueba física de fondo, no conviene
comenzar a hablar con demasiada intensidad. Conviene administrar las fuerzas
para toda la duración del discurso, y reservar las necesarias para el punto
culminante.

h) Es muy importante evitar que el volumen de la voz caiga al final de las palabras.
Esto se evita respirando bien.

i) Los requisitos básicos para una buena oratoria son:

  i) Influencia personal positiva. (cuidado corporal y atuendo adecuado, buena
imagen).

  ii) Buena dicción. (pronunciación correcta).

iii) Buen timbre de voz. (inflexiones y tonalidades agradables, sin
estridencias que producen rechazo).

 iv) Lenguaje corporal correcto. (gestos y manerismos correctos y expresivos,
sin teatro).

  v) Corrección gramatical. (buena estructuración de las frases).

  vi) Corrección léxica. (vocabulario escogido y claro, sin cultismos
afectados).

LA DICCIÓN Y LA VOZ: EJERCICIOS DE
PERFECCIONAMIENTO DE LOCUCIÓN Y FONIATRÍA:

Hablar es el resultado de un gran número de factores, y hablar bien demanda toda
una serie de ejercicios disciplinados que exigen dedicación y esfuerzo. A
continuación damos unos ejercicios probados en muchos cursos de oratoria y que
ayudarán a mejorar la dicción:

a) Palabras con dificultades de dicción, para leerlas como si fuera un texto, de la
primeras hasta la última y a la inversa:

ABSENTA   ABSOLUTO ABSTENCIÓN  AMBIENTE ANEXO OBTUSO
ANEXO ANTIFAZ  

AHUECAR AGUJERO AUTOPSIA ABSTRACTO ACCESIT BOJ RELOJ
ADAPTAR 

ADJUDICARSE ADJUNTO ADSCRIBIR ADVERTIR ADMIRADA
ADVERSIÓN AMBAJE  

AMBOS AMSTERDAM AMNESIA PRETEXTO AXFISIA AUTORIZAR
AUXILIAR 

BACTERIA CABARET CACAHUETE CAMBIO CAMPO CAMPISTA CAPAZ
CALUMNIA 

COLUMNA CARÁCTER CARNET CADMIO CIRCUNSCRITO
CIRCUNSPECTO 

COMBATIR CONFORT CONCIENCIA CONSCIENCIA CONSIGNA
PERSIGNA DESIGNA 

DISEÑA PROGRAMA PRAGMÁTICO DECIMOCTAVO COOPERATIVA
CONSTRUYE 

CONSTITUYE DESMENTIDO DESLIZ DOBLEZ DURAZNO CREER
EMBALSE EXPLICO 

EXPLÍCITO EXPRIME EXPORTACIÓN EXPLICITO EXPUGNAR
ENFRENTE EXILIO 

AUXILIO EXISTO GNÓSTICO GNOMO LACTOSA LECCIÓN EXTRAÑO
FICCIÓN 

FLEXIÓN NOCIÓN CONEXIÓN IMPRESENTABLE LAMPISTA LASO
LISTO LAXO 

LECTURA OBSEQUIO OBVIO ÓPTIMO PLAGIO PLUSMARCA
LOGARITMO RITMO 

OXÍGENO PREELECCIÓN DETERMINACIÓN PRESCINDIR PISCIS
PIGMENTO 

PRAGMATISMO PUGNA FLEXIÓN REHABILITACIÓN PROSPECTO
SÁNSCRITO 

NEURÓTICO NARCÓTICO NEUMÁTICO SCOUT SEGMENTO
SOMNOLENCIA PRINT 

STOCK STRESS SUSCEPTIBLE SUBSIDIARIO SUBJUNTIVO SUSCRITO
SÚBDITO 

SUBMARINO TIC TELESPECTADOR TEXTIL TEXTURA TRANSFORMAR 

TRANSFUSIÓN TRASCENDENTE VERDAD USTED UNCIR TRUST
USUFRUCTO 

TREINTA USTED VERDAD VIETNAMITA XILÓFONO VERAZ.

b) Trabalenguas:

Los doctos doctores redactan un acta;
actitan, activan y actúan;
realizan, consuman, procesan,
implican, practican, trabajan y ocupan;
operan, funcionan, ofician,
perpetran, plantan e implanta;
promueven, proceden, pergeñan, ejercen,
cultivan, despliegan e influyen...
Y juntos razonan, precisan,
refutan, arguyen, demuestran, 
proponen, coligen, abstraen, resuelven,
contraen, responden, disceptan,
cuestionan, concluyen,
deducen, aducen e infieren.


El perro de San Roque
no tiene rabo,
porque Ramón Ramírez
se lo ha robado.


Que me mires que nos miran,
nos miran que nos miramos,
miremos que no nos miren,
y cuando no nos miren 
nos miraremos,
porque si nos miran
que nos miramos,
descubrir pueden
que nos amamos.

Yo quiero a quien quiero que me quiera, 
y no obligo a nadie si no quiere quererme
como yo quiero que me quiera quien me quiera querer
como yo quiero que me quieran.


María Chucena
techaba su choza.
Pasó un tachador y le dijo:
- María Chucena, 
¿por qué techas la choza?
- No techo mi choza,
techo la choza
de María Chucena.


Erre con erre cigarro,
erre con erre barril.
¡Qué rápido corren los carros del ferrocarril!


En la calle Callao
cayó un caballo bayo
al pisar una cebolla.


Doña Díriga, Dáriga, Dóriga,
trompa pitáriga,
tiene guantes de piel de Díriga,
que Doña Díriga, Dáriga, Dóriga,
trompa pitáriga,
le vienen muy grandes.


Era una abuela, viruela, viruela,
de pico, pico, tuela de pomporerá.
Tenía tres hijos, virijo, virijo,
de pico, pico, tijo de pomporerá.

Uno iba a la escuela, viruela, viruela,
de pico, pico, tuela de pomporerá.
Otro iba al estudio, virulio, virulio,
de pico, pico, tulio de pomporerá.
Otro lavaba cacerolas, virolas, virolas,
de pico, pico, tolas de pomporerá.
Y aquí se acaba el cuento,
viruento, viruento, viruento,
de pico, pico, tiento de pomporerá.


Perejil comí,
perejil cené,
y de tanto comer perejil
me emperejilé.


Diez cenas hizo Cecilia;
diez cenas hizo Ezequiel,
con cazo, cacillo y taza,
cazuela y vino doncel.


La institutriz Mistress Tross
trepó dando tres traspiés
al tranvía treinta y dos,
en lugar del treinta y tres.


Paco Peco, chico rico,
insultaba como loco
a su tío Federico;
y éste dijo: poco a poco,
Paco Peco, poco pico.


Paco Peco, cura rico,
afirma que poco peca
prestando al catorce y pico,
porque al quince presta Meca,
y ayer le dijo una babieca:
Pecas poco, Paco Peco.


Tú compraste poca capa parda,
y el que poca capa parda compra,
poca capa parda paga.
Yo, que poca capa parda compré,
poca capa parda pagué.


Juan Quinto,
una vez en Pinto,
contó de cuentos un ciento,
y un chico dijo contento:
¡Cuánto cuento cuenta Quinto!


Tras tres tragos y otros tres y otros tres,
tras los tres tragos, trago y trago son estragos.
Trepo intrépido al través,
travesuras de entremés,
trápolas, tarmo y tragón,
treinta y tres tragos de ron,
tras trozos de trucha extremo,
tris, tres, tras, los truene el trueno,
tron, trin, tran, trun, torrontrón.


Amigo, ¿compra coco?
No, porque como poco coco como,
poco coco compro.


En el monte hay una cabra ética
perlética, pelambrética,
peluda, pelapelambruda.
Tiene unos hijos éticos, perléticos,
pelambréticos,
peludos, pelapelambrudos.
Si la cabra no fuera ética, perlética,
pelambrética, 
peluda, pelapelambruda,
no tendría sus hijos éticos, perléticos,
pelambréticos,
peludos, pelapelambrudos.


Estando Curro en un corro
con Esquerra y con Chichorro,
dice: Amigos, yo ya me escurro;
y en un carro ve a Socorro,
y hacia el carro corre Curro.


Estaba la cabra, cabratis,
subida en la peña, peñatis;
vino el lobo, lobatis,
y le dijo a la cabra, cabratis:
- Cabra, cabratis,
baja, bajatis,
de la peña, peñatis.
- No, amigo lobatis;
que si bajo, bajatis,
me agarras, agarratis,
del galgarranatis.
- Cabra, cabratis,
no voy a agarrarte
del galgarranatis,
porque hoy es viernes, viernatis,
y no se puede comer carne, carnatis.
Bajó la cabra, cabratis,
de la peña, peñatis,
y el lobo, lobatis,
la agarró del galgarranatis.
¡Amigo lobatis!
¿No decías que hoy es viernes, viernatis,
y no se puede comer carne, carnatis?
- Cabra, cabratis,
a necesitatis
no hay pecatis.


En parte de las partes
que tú repartes,
vi que partes muy pronto
para otras partes.
Yo quedo aparte,
pero si partes, me partes
de parte a parte.



Manuel Micho, por capricho,
mecha la carne de macho
y ayer le decía un borracho:
¡Mucho macho, mecha Micho!
Me han dicho que has dicho un dicho
que han dicho que he dicho yo;
El que lo ha dicho mintió,
y en caso que hubiese dicho
ese dicho que tú has dicho
que han dicho que he dicho yo,
dicho y redicho quedó,
y estará muy bien dicho
ese dicho que tú has dicho
que han dicho que he dicho yo.


c) Ejercicios de dicción:

i) Vocal “A”:

Indias sin navegar, trabajar y más trabajar.
Plaza bien abastada, a Dios alaba.
La carga cansa, la sobrecarga mata.
Más vale la salsa que los caracoles.
Quien sabe dar, sabe tomar.
A falta de tajadas, buenas son rebanadas.
Más pesa un adarme de malicia que una arroba de justicia.
Más vale esperar barbas que peinar canas.


ii) Vocal “E”:

Migar y sorber, todo es menester.

Retener es la llave de tener.
Quien bien come y quien bien bebe hace lo que quiere.
¿Qué es eso? Sopa de queso.
Quien se queja, sus males aleja.
El ratón que se hizo ermitaño en un queso, era un ratón viejo.
El queso y el barbecho, de mayo sea hecho.
Quien bien atiende, aprende, si además de oír entiende.
Por ti la verde hierba, el fresco viento.


iii) Vocal “I”:


Aceite, vino y amigo, antiguos.
Maravedí a maravedí, llena mi bolsa vi.
Sin alegría, infierno el vivir sería.
El vino y el libro, con un amigo.
No dar ni recibir sin escribir.
Para no sentir, ni ver ni oír.
Al ido, olvido.
El vino hace dormir, reír y los colores al rostro salir.


iv) Vocal “O”:

Es hombre loco quien para hacer mucho aprieta poco.
Un solo golpe mató a Lope.
Entre espinas nace la rosa y no es espinosa sino olorosa.
Noche clara y sosegada, espera rociada.
El oro, con ser mejor, brilla menos que el latón.
Cuando no hay jamón ni lomo, de todo como.
Para el ambicioso loco, todo es poco.
Polvo eres, polvo serás y en polvo te convertirás.

v) Vocal “U”:

Del uso al abuso, hay el canto de un duro.
Por más que el amor se encubra, mal se disimula.
Infame turba de nocturnas aves.
El aprender es amargura; el fruto es dulzura.
Borriquito moruno, vive cual ninguno.
A mi gusto, nadie se ajusta como yo me ajusto.
Día de ayuno, largo como ninguno.
Las uvas para las cubas.


d) Combinaciones difíciles de fonemas:

Dos ratas, tres ratones y seis robots son los raros restos rescatados recientemente
por una ranura.

¿Qué crees que es un creso cleto? ¿Un queso de crema crasa? ¿Crees Crespo Cleto
que el queso de crema crasa se crece? ¡Creso que es queso cretino! ¡Créeme,
Cresto Cleto, créeme! Creso es un craso que come creso crema que no crece.

Cantinflas flota con franela su frasco flamenco, con franela Cantinflas flota su
flamenco frasco.

De Flora en el fregadero, el flaco florero Frago friega y flota, frota y juega; juega y
frota, flota y friega el flaco florero Frago, de Flora en el fregadero.

Blandos brazos blande Brando; Brando blandos brazos blande; blandos brazos
blande Brando, Brando blandos brazos blande; blandos brazos blande Brando,
Brando blandos brazos blande.

Pablito clavó un clavito en la calva de un calvito; en la calva de un calvito clavó un
clavito Pablito.

Es tan plena esta mi pena y es tan pleno mi penar, que plugo a Dios no le plague,
de pleno en el epiplón y de plano se lo pliegue. He dicho “plague” y es “pegue”, y
dije “plugo” y es “plegue”.

Plamplinoso Pepe pelo. Una plepa pamplonica de plomo pegó un papel; si Pepe
plopo, la plepa, es pamplonica plepla el papel plegó de plomo, Pepe peplo
plamplinoso.

Frente a la fuente de enfrente, la frente, Fuensanta, frunce; Fuensanta frunce la
frente, frente a la fuente de enfrente ¿la frunce o finge fruncirla? ¿finge Fuensanta
fruncirla? Fuensanta no finge, frunce. La frente frunce Fuensanta. Frunce
Fuensanta la frente, frente a la fuente de enfrente.

Trastabillado tras ella trocar tres trastos trató. Tras ella trastabillando trastos tres
trastabilló.

Sobre el triple trapecio de Trípoli trabajan, trigonométricamente tres trapecistas
trogloditas, tropezando atribulados con el trípode, triclinio y otros trastos triturados
por el tremendo tetrarca trapense.

Que col colosal colocó el loco en aquel local. Que colosal col, colocó en el local
aquel, el loco aquel.

En el yermo llano llueve tanto, en el llano yerto llanto llueve, llorando yo llamé
llorando y la lluvia llenó yertas llanuras; Llanto llueve sobre el llano yerto, llueve
llanto sobre el yermo llano; Y yo no llamo ya , yo ya no lloro.

Quiebra piedra , piedra quiebra en la quebrada de puebla el picapedrero pliego, y al
quebrar pliego la piedra en la quebrada de pueblapierde piedra, piedra pierde en la
quebrada de puebla el picapedrero pliego.

Estaba estibando Esteban junto con Junco y Junquera ciertos cestos de cestona que
estaban desestibados y Junco le dijo a Esteban: “deja a Junquera que estibe” pero
Esteban dijo a Junco: 
“No es justo ; si estos cestos de cestona desestibados estaban, Esteban, Junquera y
Junco juntos es justo que estiben”.

El tomatero Mature mató al maturero Mota, porque Mota tomó de su tomatera un
tomate, y como notó Matute que un tomate tomó Mota, por eso, por un tomate,
mató a Mota el maturero, el tomatero Matute.

Traté de darle a Atilano la tila que toma Atila y Atilano dijo: “no; tómate la tila tú,
porque me temo a que no atino como se toma la tila ”. Y si la tila de Antilano no
atina como se toma y teme como no atina, me tomaré yo la tila, la tila que se toma
Atila que Atilano no tomó por no atinar.

Mi Dora adorada, dime si de veras heredas las eras, las doradas eras que a vera de
Lara las dejara Adela , y si no heredaras las eras, las eras doradas, mi adorada
Dora, que a Lara y a la Vera las dejara Adela, de veras debieras dejar que
heredaran a Vera y a Lara las eras doradas que Adela dejara.

Mucha mula tiene chamula chucha. Chucha la chamula tiene una mula chucha.

En tres trastos trozados, tres tigres tristes, trigo trillado tragaban, tigre tras tigre,
tigres tras tigres.       

e) Fonemas semejantes: 

Si Sansón no sazonaba su salsa con sal, le sale sosa; Le sale sosa su salsa a Sansón
si la sazona sin sal.

Sobre la jiba gigante de la jirafa Jarifa , Jimena la jacarera , la gitana jaranera,
jubilosa jugueteaba gorjeando la jácara, jamando la jícama, juergueando la jícara,
jalando la jáquima; jalaba, gorjeaba, juergueaba, jamaba, jícara, jácara y jícama.

¡Ojalá esas lajas alejaseis, Alejo, Alejo aleja las lajas. Las alajas, ojalá alejases,
Alejo.

Barbeaba la pava, papando papeles y vaporizaban los pelos y el velo; velaba la
pava, pelaba la pava y probables brotes de plena pobreza la pava papaba papeles
babeando.

Mientras Herodoto ditirambos dicte tendiendo en detalle todos los datos, importa
un ardite la dote de Taide, si Dante en su tienda detonantes vende.

Un carguero cargado de cogullas y de togas, guiado por Gumersindo, ganó cuantas
galas gustaba al cacique Gomoso que, goteando grasa, bailaba congas ante los
cuatro gatos de la aguerrido guerrero.

Illanes Bellido, el niño callado, lloró por el daño del paño sellado, y añadió la falla
de reñir por ello con el llata el cuñado, quien con la botella le hizo seña llena
llamándole al llanto desde aquella peña.

Ahita de yantar yace la hiena entre hierbas y hielos en el yermo, oliendo a yodo y
añorando el hierro que a la yegua marcara entre las hiedras.

Cuando cuentes cuentos, cuenta cuantos cuentos cuentas; cuenta cuantos cuentos
cuentas cuando cuentes cuentos.

ESTRATEGIA FUNDAMENTAL EN LA CONFECCIÓN DEL
SERMÓN:

a) En el servicio militar todos aprendimos que para poder avanzar hemos de
responder primeramente a las siguientes preguntas:

   i) ¿A dónde?
   
   ii) ¿Por dónde?
   
   iii) ¿Cómo?
   
   iv) ¿Cuándo?

b) Quien no se formula y responde a estas preguntas antes de salir de un abrigo,
puede tener la absoluta seguridad de que tiene un altísimo riesgo de caer abatido
por el fuego enemigo. Lo mismo podemos aplicar a la exposición de la Sagrada
Escritura. Necesitamos saber adónde queremos ir con nuestras palabras, por dónde
hemos de recorrer el camino de la exposición, cómo hemos de hacerlo, y cuándo
corresponde. Dicho de otra manera más sermonaria, hemos de: 

   i) Determinar nuestro “propósito”; 

   ii) Considerar nuestra “audiencia”; 
      iii) Escoger el “tema”;  

iv) Y tener bien clara nuestra “meta”, es decir, el objetivo que
queremos alcanzar. 
  

El primero de los elementos que hemos de tener en cuenta es el “propósito” o
“razón” de nuestra exposición de las verdades de la Palabra de Dios.

¿Cuáles son los propósitos o razones cardinales de toda predicación?

   i) Informar.

   ii) Persuadir.

   iii) Motivar.

   iv) Actuar.

i) “Informar” es lograr que nuestro pensamiento pueda, tras pasar por todas
las rejillas codificadoras y  decodificadores, formarse en la mente de nuestro
receptor. En el ámbito de la información están los hechos y los datos.

ii) “Persuadir” es una voz bastante malentendida en su uso actual. Nada tiene
que ver con “convencer” en ese sentido de manipulación que permite “torcer
el brazo” a los demás, y
terminar por hacerles mudar sus pensamiento y sus convicciones.
“Persuadir” es voz castellana del latín “persuadere”, derivado de “suadere”,
cuyo significado es “dar a entender algo a alguien”.

iii) “Motivar” es dar causa o motivo para una acción o argumento. Explica el
motivo de algo o para algo. Tampoco tiene nada que ver con una
estimulación forzada, sino, antes bien, con una explicación sencilla y breve
de dicha causa o motivo. Su raíz está en el francés “mot”, palabra, y que a su
vez viene del latín “muttum”, que es onomatopeya empleada en locuciones
latinas, como por ejemplo, “non muttum facere”, es decir, “no abrir la boca”.

iv) “Actuar”es el objetivo fundamental de la predicación, pues se trata del
paso de la aceptación del mensaje a la acción, a la toma de una decisión de
entrega del corazón a Cristo, o la consagración de las vidas ya entregadas al
Señor. En muchos casos, del tránsito de la fe “creencia” a la fe “acción”.

c) De esto se desprende que lo más importante en todo acto de comunicación, y la
predicación consiste en eso básicamente, es la preparación o construcción del
sermón. De ahí que una buena preparación y una adecuada presentación de un
sermón muy sencillo dará muchos mejores resultados que un sermón muy
documentado y denso en su contenido, pero poco preparado e inadecuadamente
presentado.

d) La predicación debe poner al desnudo la situación del hombre -incrédulo y
creyente- ante Dios y Su Palabra. Exponer la Palabra de Dios es “exponerse”. Por
consiguiente, la verdadera predicación es testimonio de la Revelación; testimonio
arraigado en la experiencia personal. De lo contrario, no podemos hablar de
predicación, sino de disertación. Como dijeron los antiguos, no estamos predicando
cuando hablamos acerca de, en torno a, con relación a, las Sagradas Escrituras,
sino que la predicación bíblica ha de ser “de la Escritura” -“ex-Scriptum”-, sacando
de la Escritura lo que expongo, lo que trato de comunicar, no buscando una base
bíblica, como mero apoyo, a lo que quiero decir, por bueno y oportuno que se me
antoje. De ahí que la elección del tema sea el principal peligro en la predicación -como veremos más adelante-, y el riesgo de caer en la trampa de escoger un texto
escritural acomodado al tema que prefiero tratar. Cuando esto sucede, estamos
recurriendo a la Biblia para extraer de ella algo que esté de acuerdo con mi
pensamiento. El resultado será disertar, no predicar.

e) La predicación debe conducir hacia una decisión, tanto a los inconversos como a
los creyentes. Predicar es comunicar de forma viva el mensaje vivo del Dios vivo y
verdadero. De ahí que la verdadera predicación sea una confrontación con la
Palabra revelada y revelándose, es decir, con Cristo. Predicamos cuando las
Sagradas Escrituras, la Palabra de Dios, habla a través del predicador. Disertamos
cuando el predicador habla a través de las Escrituras.

f) Muchos expertos en Homilética aseguran que una predicación de entre 20 y 30
minutos ha de ensayarse entre 5 y 10 veces antes de su exposición.

LOS SEIS CRITERIOS BÁSICOS:

Los seis criterios básicos de la predicación cristiana son los siguientes:

   a) Bíblica.

   b) Cristocéntrica.

   c) Interesante.

   d) Práctica.

   e) Significativa.

   f) Variada.

a) La predicación ha de ser bíblica:

i) Las Sagradas Escrituras han de ser siempre nuestra única y exclusiva guía.
No tenemos ningún derecho a presentar nuestra cultura, nuestros gustos o
particulares inclinaciones como si fueran verdades reveladas. ¡Cuidado con
confundir los mandamientos de los hombres con Mandamientos de Dios! La
necesidad del pueblo del Señor ha sido, es y será siempre de la Palabra de
Dios. Sin instrucción bíblica el pueblo de Dios estará muy expuesto a todo
tipo de engaños y vientos extraños de doctrina y práctica. De ahí se
desprende que los términos “original” y “originalidad” puedan ser tan
peligrosos respecto a la predicación. La tentación a apartarnos de la Palabra
del Señor en aras de la originalidad, buscando cierta independencia, puede
ser un sutil deslizadero hacia humanismos disfrazados.

ii) La predicación cristiana evangélica ha de ser bíblica. Todo sermón debe
derivar su énfasis de la Palabra de Dios, harmonizando su mensaje con la
revelación del carácter y de la naturaleza divinas según las Sagradas
Escrituras. Tengamos muy presente que unas cuantas citas bíblicas con las
que se salpique el texto no convierten a un sermón en una predicación
verdaderamente bíblica. Las conocidas tres frases inconexas --“Judas fue y
se ahorcó”; “vé y haz tú lo mismo”; y “lo que has de hacer, hazlo pronto”--
estructuradas en este orden contradicen el mensaje de la Escritura, y, sin
embargo, no dejan de ser frases bíblicas.

iii) Cuando el predicador se ha preparado en oración y meditación en la
Sagrada Escritura, se presenta ante la comunidad como un hermano que ha
sido alcanzado -él antes que nadie- por la Palabra de Dios. Se trata de
compartir con los hermanos lo que el predicador vive, aparte de creerlo, y ha
de hacerlo dentro del marco de una “biblicidad” auténtica, no una simple,
fría y académica exposición exegética. El corazón del mensaje debe ser la
Palabra de Dios dirigida al hombre.

b) La predicación ha de ser cristocéntrica:

i) Bryan Chapell afirma que “no importa lo bien intencionado y arraigado
bíblicamente que hayamos compuesto nuestro sermón, si el mensaje no
incorpora la motivación y comprensión inherentes a la obra de Jesucristo, el
predicador estará proclamando mero fariseísmo.” (Chapell, Bryan, “Christ-Centered Preaching: Redeeming the Expository Sermon”, Baker Book
House, Grand Rapids, Michigan, EE.UU., 1994, pág. 43).

ii) Del mismo modo que unas cuantas citas bíblicas repartidas por aquí y por
allá no constituyen una predicación bíblica, tampoco se forma un sermón
cristocéntrico mediante el empleo de algunas citas de las palabras de Jesús o
la reproducción de algunas escenas de los Evangelios. La predicación es
cristocéntrica cuando el sermón destaca el carácter de Jesucristo en la
aceptación de los pecadores arrepentidos, su perdón, el regalo de su fe, y su
llamada al servicio de perdón y de amor con que somos llamados, aceptados
y perdonados. En definitiva, la predicación es cristocéntrica cuando se
destaca el Evangelio de la Gracia y del Reino de Dios.

iii) Según Chapell, en la obra ya citada (pág. 275), todo pasaje bíblico
empleado en la predicación cristocéntrica debe contemplarse al menos desde
una de las cuatro perspectivas redentoras referidas a la persona y la obra de
Jesucristo. De modo que todo pasaje ha de ser:

  * Predictivo,
  * Preparatorio,

  * Reflexivo, o bien

  * Resultante de la persona y ministerio de Jesucristo.

iv) Con estas perspectivas redentoras y contextuales en mente, el predicador
podrá desarrollar mensajes de naturaleza bíblica y cristocéntrica, y el sermón
culminará siempre en la gracia soberana de Dios Padre extendida a los
pecadores llamados por el Espíritu Santo al arrepentimiento y la fe en Cristo
Jesús.

c) La predicación ha de ser interesante:

i) Un buen sermón ha de contener ilustraciones. “Un sermón sin
ilustraciones es como una casa sin ventanas”. Esta es una advertencia que
pasa de generación a generación de predicadores. Por las ilustraciones, como
a través de las ventanas de una vivienda, entran el aire y el sol, nos asoman a
las escenas de la vida y amplían el horizonte de nuestra comprensión. Como
alguien dijo, de la misma manera que los habitantes de una casa tropezarían
los unos con los otros si faltasen las ventanas o la iluminación, así también
tropiezan las palabras y las frases, unas con otras, cuando faltan los
elementos ilustrativos en la exposición bíblica. Las anécdotas e ilustraciones
son recursos que sirven para apoyar, dar brillo y destacar las principales
divisiones -puntos principales o subdivisiones de una predicación- pero no
han de ser el tronco principal del mensaje. 

ii) Frecuentemente, una buena -adecuada- ilustración es el mejor recurso
para captar la atención de la audiencia. Con mucha frecuencia los pastores y
otros predicadores cometemos el error de dar por hecho que la audiencia va
a estar atenta porque se han congregado con el propósito de escuchar la
Palabra de Dios. Sin embargo, el número de asistentes desmotivados,
cansados, deprimidos, preocupados, etc. puede ser mucho mayor de lo que
imaginamos. El relato dramático de las ilustraciones y anécdotas actúa como
elemento de fijación de la atención sobre la idea principal o pensamiento
dominante del sermón. Tras una anécdota, cuanto más inmediata mejor,
podemos dar un anticipo de lo que vamos a exponer en el sermón. Por
ejemplo, si vamos a predicar sobre Efesios 5:21-33, podemos hacer esta
pregunta: “¿Cuántos de vosotros, hermanos, sabéis que en este pasaje se
encuentran cuatro principios activos que pueden transformar vuestro
matrimonio?” Esto fácilmente provoca una reacción inmediata y una razón
para escuchar atentamente. Los expertos en comunicación aseguran que
cuando anunciamos lo que va a escuchar nuestra audiencia, el grado de
atención aumenta hasta en un cuarenta por ciento. 

iii) Estas ilustraciones pueden ser anecdóticas, humorísticas, positivas o
negativas, pero siempre comparativas. Además, las ilustraciones, bien
escogidas y dosificadas, producen una óptima “complicidad” comunicativa
entre el expositor y la audiencia. Ahora bien, la eficacia de la ilustración
depende primordialmente del acierto que el predicador haya tenido en su
colocación en el proceso de construcción del sermón. Recordando la técnica
teatral pudiéramos asemejar la ubicación de las ilustraciones en el sermón
con la aparición de los distintos personajes en escena.

iv) Entre las más eficaces están las relacionadas con acontecimientos de la
actualidad y las de naturaleza humorística. Respecto a las segundas, aunque
tienen el punto fuerte de poder ser positivas y actuar como estimulantes de la
descarga de adrenalina, con lo que podemos tener la máxima seguridad de
que la audiencia va a permanecer despierta, las ilustraciones humorísticas
son al mismo tiempo las más difíciles de utilizar homiléticamente. El uso del
humor desde el púlpito muy fácilmente puede hacernos caer en lo profano,
en lo indecoroso e incluso en lo ridículo. Creemos muy aconsejable recurrir
a literatura especializada al respecto. A tal efecto podemos recomendar los
dos libros del pastor Antonio Gómez Carrasco, titulados “Dios me ha hecho
reír” y “Humor religiosamente sano”, dos magníficos anecdotarios
evangélicos; y para quienes tienen acceso a la lengua inglesa, “The Penguin
Dictionary of Modern Humorous Quotations”, es una obra excelente de citas
humorísticas, aunque por su carácter secular no podremos emplear todo su
material indiscriminadamente, o bien tendremos que hacer los ajustes
necesarios.

v) También es importante tener presente que las ilustraciones, como
ventanas de una casa, no pueden nunca ser el edificio propiamente dicho. De
lo contrario podemos caer en la tentación peligrosísima de construir un
sermón a base de anécdotas que ilustremos con algunos textos bíblicos. Esta
inversión puede darse solamente tratándose de una reunión fraternal de
carácter informal, muy saludable por cierto, pero no ha de ser la pauta
general en el ministerio de la Palabra.

vi) Tengamos cuidado, no obstante, en no caer en la vieja trampa de predicar
conforme a los gustos de los demás, con el fin de que nuestra predicación les
resulte atractiva. Los predicadores carnales buscan el aplauso del audiencia,
la admiración de los hombres, pero los predicadores movidos por el Espíritu
Santo experimentan las palabras de la Escritura:

“Testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos
milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.” (Hebreos
2:4).

vii) ¿Qué buscamos? ¿El sermón coronado con los aplausos de los hombres
o “la palabra recibida -incluso en medio de gran tribulación- con gozo del
Espíritu Santo?” (1ª Tesalonicenses 1:6). ¿Qué anhelamos? ¿La admiración
de parte de todos cuantos escuchan, ante la elocuencia del predicador, o “que
el Espíritu Santo caiga sobre todos los que escuchen”? (Hechos 10:44). 
Sobre las anécdotas e ilustraciones volveremos a hablar más adelante.

d) La predicación ha de ser práctica:

i) El sermón, como instrumento comunicativo, ha de tener un punto de
partida, un recorrido y una meta. De lo contrario no será un sermón. Por eso
hablábamos de que el cuádruple propósito de la predicación había de ser
“informar”, “persuadir”, “motivar” y “actuar”. 

ii) El sentido práctico de la exposición de la Palabra de Dios nos remite a la
pregunta: “¿A dónde?” Ahí es donde debe comenzar todo sermón en el
corazón y la mente del predicador. Si el predicador no sabe a dónde quiere
ir, difícilmente podrá conducir a otros mediante su prédica. 

iii) De ahí también la importancia de que la predicación sea personal. El
predicador debe ser él mismo en el púlpito. Las mejores cosas del mundo
dejan de serlo cuando son plagiadas y trasladadas a la boca de otro. Alguien
ha dicho muy acertadamente que la comedia mata a la predicación. Sólo
entonces puede ser práctica, real, auténtica. Así se expresaba el teólogo Karl
Barth dirigiéndose a sus estudiantes: “Seamos simples. Nosotros, que
estamos enrolados en la historia, queremos seguir el camino que la Biblia
recorre con nosotros. Mostremos las cosas como son, como se desarrollan en
la vida. Esto nos preserva de escaparates doctrinales que no aportan gran
cosa. La verdad cristiana permanece siempre nueva cuando está situada en la
vida diaria.” (“La Proclamación del Evangelio”, Colección Diálogo,
Ediciones Sígueme, Salamanca, España, 1969). 

e) La predicación ha de ser significativa:

i) Se nos concede el privilegio de usar el púlpito para dejar una marca
significativa en el corazón de los miembros del pueblo de Dios. Toda
verborrea es pecado. Nada tan equivocado e ineficaz como llevar al púlpito
ese ropaje regio que algunos han denominado acertadamente “lenguaje de
Canaán”, formado por un léxico bíblico-eclesial que sólo es comprensible
para quienes ya están familiarizados con la jerga de la comunidad cristiana. 

ii) La predicación sólo puede ser significativa cuando el predicador sabe lo
que quiere decir y cómo decirlo. La tentación de sentirse el “sabio” del
grupo puede ser muy real y muy fuerte. Esto se evita amando a la comunidad
y compartiendo con ella lo que hemos recibido de parte del Señor. Por eso es
que la predicación significativa nada tiene que ver con grandes temas
charlistas. La gran pregunta apriorística a la exposición de la Palabra de Dios
está íntimamente relacionada con el discernimiento del momento presente:
“¿Qué exige la situación en que se encuentra mi comunidad, y yo con ella?”
El carácter significativo de la predicación está ligado inseparablemente a la
realidad de que el predicador y la comunidad están llamados a vivir una
misma historia.

iii) El criterio significativo de la predicación se ve notablemente aumentado
cuando cuenta con ese elemento de dimensión subjetiva insustituible que es
la propia experiencia del predicador. T.S. Eliot expresó esta dimensión en
los siguientes términos: “Convertir la sangre en tinta, y la tinta en sangre.”
(Bartow, Charles, “God’s Human Speech”, Eerdmans Publishing, Grands
Rapids, Michigan, EE.UU., 1997, pp. 63-64). 
El predicador debe aportar la “tinta”. Tengamos presente que, al fin y al
cabo, la Biblia no es sino el registro del impacto de la intervención de Dios
en la experiencia humana. Es “sangre registrada en tinta”. Y la predicación
ha de ser el acto milagroso por el cual la “tinta” vuelve a convertirse en
“sangre” en los oyentes, con el propósito de que ellos experimenten el
impacto de la presencia y de la acción divinas en sus propias vidas.

iv) Por consiguiente, la “tinta” del texto ha de convertirse primeramente en
“sangre” del predicador. De lo contrario, éste no podrá ser el agente
renovador en la vida de los oyentes. El predicador será siempre agente,
mensajero y testigo. De manera que para que se produzca esta
transformación de la “tinta” en “sangre” no debemos escatimar el tiempo de
oración, lectura, estudio, meditación y preparación de la exposición de la
Palabra de Dios:

“Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la
imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece
en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado
de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás
a ti mismo y a los que te oyeren.” (1ª Timoteo 4:13-16).

v) El criterio significativo por excelencia no procede de factura humana,
sino del Santo Espíritu de Dios. Esa transformación de la “tinta” en “sangre”
y de la “sangre” en “tinta” es fundamentalmente obra del Santo Consolador
en la vida del predicador, y, naturalmente, en la vida de los oyentes. No
olvidemos, en este ámbito como en todos los demás, que la presencia del
Espíritu Santo con poder es don de Dios:

“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan?” (Lucas 11:13).

“Y cuando él (el Consolador) venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio.” (Juan 16:8).

vi) El Espíritu Santo es quien trae convicción y conversión en la vida del
predicador y de los oyentes. Sin la unción del Espíritu Santo, nuestros
métodos podrán alcanzar las más altas cotas de la excelencia humana, pero
no servirán para hacer discípulos ni para nutrirlos hasta alcanza la madurez
espiritual.

vii) El tiempo de exposición de la Palabra de Dios es tiempo sagrado que
hemos de administrar y redimir como un verdadero tesoro del cielo. No
creemos, pues, que hayamos de designar una duración como óptima, si bien
es cierto que sabido es lo muy difícil que resulta a todo ser humano prestar
atención a una exposición oral de una duración mayor de 30-40 minutos.

f) La predicación ha de ser variada:

i) Veamos dos textos neotestamentarios que muestran la necesidad de la
variedad en la predicación:

   “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir,
para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2ª Timoteo 3:16-17).

“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid
con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras
almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos.” (Santiago 1:21-22).

Estos textos destacan la variedad intrínseca de la Palabra de Dios, así como
su diversidad de propósito.

ii) Es labor, pues, del predicador servir una dieta espiritual bien equilibrada,
con el doble propósito de llamar a todos a vivir bajo la soberanía del Señor,
y mantenerse bien nutridos en la perseverancia del Maestro. Esto implica
que el pastor o predicador debe conocer las necesidades de su congregación,
tanto las inmediatas como aquellas que corresponden a corto, medio y largo
plazo.

iii) La variedad en la predicación ha de estar marcada por la necesidad de
predicar todo el consejo de Dios. Recordemos las palabras del apóstol Pablo
en su discurso de despedida en Mileto:

  “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.” (Hechos 20:27).

iv) La variedad en la predicación está garantizada cuando presentamos un
tratamiento expositivo de un libro de la Biblia en equilibrio con su
tratamiento temático o tópico, procurando relacionarlo con cuestiones de
actualidad.

v) Escuchar a los hermanos en cuanto a sus anhelos e inquietudes nos
ayudará enormemente a cumplir este criterio básico de la predicación. Ser
buenos oidores es un elemento vital en la labor de predicar la Palabra de
Dios a su pueblo.

vi) Aunque la Biblia ha de ser siempre el fundamento del sermón, eso no
significa que el predicador no deba leer ampliamente. La lectura y el estudio
de la experiencia de otros en el estudio y proclamación de la Palabra de
Dios. Sin embargo, no debemos comenzar por ir a fuentes ajenas en la
preparación de nuestro sermón, sino que hemos de empezar por analizar en
oración nuestro texto o pasaje, para consultar después en otras fuentes.

CONSIDERACIÓN DE NUESTRA AUDIENCIA:

a) Uno de los principales obstáculos con que nos enfrentamos en el ministerio de la
predicación es el hecho de que nuestra audiencia pocas veces está formada por
personas del mismo sexo o de la misma edad. Esta falta de homogeneidad supone
una dificultad que sólo es posible vencer realizando una predicación de naturaleza
extraordinariamente dinámica. Sólo entonces podemos salvar el gran obstáculo del
bache generacional. Ahora bien, todo esto se agudiza aún más cuando nos
enfrentamos no sólo a una gran diversidad de edades, sino también a una
diversidad de culturas.

b) Las principales divisiones de audiencias suelen ser:

  i) La congregación (Culto general).

ii) Los grupos de adultos (Grupos de Estudio Bíblico y Escuela
Dominical).

iii) Los grupos de jóvenes (Grupos de Estudio Bíblico y Escuela
Dominical).

c) Los expertos aseguran que podemos dividir a los grupos humanos en cuatro
sectores principales, compuestos casi a partes iguales por 

    i) Los que aprenden principalmente mediante parábolas e
ilustraciones; 

ii) Los que lo hacen a través del suministro de información a base de
datos y hechos; 

iii) Los que adquieren el conocimiento fundamentalmente siendo
estimulados emocionalmente; 

iv) Y finalmente aquellos que a duras penas toleran el énfasis
emocional, y mucho menos el emocionalismo.

d) El predicador debe considerar muy seriamente el tipo de audiencia ante el que se
dispone a exponer la Palabra. La consideración de la atmósfera reinante es muy
importante para impartir una verdad espiritual. Un buen comienzo, empleando
alguna ilustración suave pero significativa, puede actuar como “rompehielos”, para
que quienes pudieran haber venido por primera vez, o en actitud cerrada,
experimenten cierto grado de apertura o distensión, lo que hemos de aprovechar
para utilizar entonces la “espada del Espíritu”, que es la Palabra de Dios.

e) La dificultad implícita en el carácter heterogéneo de la audiencia sólo puede ser
vencida por medio de una predicación dinámica, alejada de la vieja tendencia a los
sermones “a-temporales”, “a-históricos” y “a-contextuales”. Recordemos el
consejo del viejo teólogo-predicador que recomendaba acometer la labor de la
predicación sosteniendo la Biblia en una mano y el periódico diario en la otra.

f) Recordemos que la consideración de la cultura del auditorio a quienes nos
dirigimos es de capital importancia. La cultura es lo que las personas saben, pero
no pensemos primordialmente en lo aprendido en los libros y en las escuelas
formales, sino fundamentalmente en las propias vivencias, en las estructuras
familiares y sociales, y en todo lo que forma esa sedimentación que constituye a
los grupos humanos y a los individuos en lo que somos.
g) Nuestro Señor Jesucristo siempre demostró una sensibilidad muy fina respecto a
su audiencia. El Maestro nos enseña claramente que la comunicación es diálogo, y
no mero monólogo. Por eso suscitó asuntos que estaban presentes en las mentes y
corazones de sus oyentes:

“Y estando él (Jesús) sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le
acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de
tu venida, y del fin del siglos?” (Mateo 24:3).

“Aconteció que yendo de camino, entró (Jesús) en una aldea; y una mujer llamada
Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual,
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.” (Lucas 10:38-39).

Y en una ocasión, al menos, sabemos que Jesús permitió que fuera interrumpido en
su sermón, sin corregir a su interruptor. Fue en el momento en que uno de la
multitud se dirigió a Jesús mientras el Señor hablaba de la trascendencia de
confesarle delante de los hombres. El Señor cambió su tema para responder a la
interrupción de aquel desconocido enseñandoles los peligros del afán y de la
ansiedad mediante la parábola del rico insensato. (Lucas 12:8-31).

h) Jesús nos da su ejemplo para que aprendamos a estar atentos y sensibles a los
datos de realimentación (“feedback”) verbal y no verbal (“lenguaje corporal”) que
emite toda audiencia. Un caso muy evidente es el que se desprende de lo
acontecido durante el sermón de Jesús en Nazaret:

“Y todos daban buen testimonio de él (Jesús), y estaban maravillados de las
palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? Él
les dijo: Sin duda me diréis esta refrán: Médico, cúrate a ti mismo.” (Lucas 4:22-23).

Y a partir de ese momento, cuando Jesús responde al “feedback” de la audiencia,
reconduce su sermón de la proclamación del año aceptable al Señor -del Jubileo- a
la importancia de la fe. (Lucas 4:16-30).

i) Es evidente que el sentido dialogal de la comunicación de Jesús fue una lección
aprendida por los apóstoles, como se desprende de la predicación del apóstol Pedro
en el día de Pentecostés:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se
compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones
hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo.” (Hechos 2:36-38).

ESCOGER EL TEMA Y SUS DERIVADOS:

a) La importancia de la elección del tema es fundamental, por cuanto sin tema no
puede haber sermón. Para hablar de un tema determinado es imprescindible tener
conocimientos del mismo. De lo contrario podemos caer en un simplismo
alarmante, causa del rechazo del mensaje evangélico por parte de muchas personas
cultas. Este es el gran peligro de aquellos predicadores que confían en la
improvisación, algo que nada en absoluto tiene que ver con una palabra de
sabiduría o de ciencia que el Señor puede conceder al predicador en el momento de
efectuar su exposición, dejando atrás lo que tenía preparado para tal ocasión. El
texto, el propósito y el tema son los elementos fundamentales en la imprescindible
aportación de unificación en todo sermón, pues de lo contrario, las derivaciones y
disgresiones harán que el predicador toque mil asuntos sin comunicar
prácticamente nada a su audiencia. Muchos predicadores se quedan parados ante la
Biblia sin saber dónde escoger un tema para predicar. ¿Qué hacer? ¿Por dónde
empezar? El momento del culto se aproxima y no hay ideas en la mente. Pues bien,
aunque parezca muy pueril, conviene tener presente algo que muchos predicadores
del pasado compartieron con sus estudiantes: Debemos llevar siempre con nosotros
un cuaderno de notas donde apuntar ideas para sermones, textos bíblicos, citas,
pensamientos, frases, aforismos, noticias del periódico, ilustraciones, anécdotas,
etc. Además, es más que conveniente apuntar estos datos inmediatamente. De lo
contrario, los olvidaremos muy fácilmente. La importancia de esta medida para la
construcción de sermones y estudios bíblicos sólo es apreciada cuando se pone en
práctica. Cualquiera de los himnarios evangélicos nos aportará también un gran
semillero de ideas sobre las cuales orar y confeccionar un sermón.

b) Cuando el predicador ejerce el pastorado, o tiene alguna responsabilidad en el
discipulado de los hermanos, no hay duda que la vida de la comunidad cristiana
será siempre un campo fértil para hallar necesidades sobre las cuales sembrar las
verdades de la Palabra de Dios. No olvidemos nunca que el Señor es quien mejor
conoce las necesidades de una congregación. Por consiguiente, hemos de rogarle
nos haga sensibles a dichas necesidades, tanto de los creyentes como de los
inconversos. Necesitamos buscar la dirección del Espíritu Santo desde el inicio de
la construcción de todo sermón.

c) Los principales tipos de temas son:

  i) Generales: Abordamos un asunto de forma general.

  ii) Lógicos o Explicativos: Desarrollamos un tema doctrinal o moral.

iii) Enfáticos: Subrayamos algún aspecto específico de las enseñanzas
bíblicas, de un personaje, o de la vida cristiana.

  iv) Imperativos: Mandamientos o llamadas a la obediencia.

d) La elección del texto bíblico: 

i) El texto bíblico es la base del sermón. Será siempre la idea o verdad
central de la predicación. Nunca hemos de tomar un texto como pretexto. La
elección del texto bíblico demanda también una buena dosis de disciplina.
En realidad, cuando elegimos un texto bíblico nos situamos ante las
opciones de obedecer o desobedecer a la Palabra. Desobedecemos si nos
imaginamos libres ante las Escrituras, independientes del Espíritu de Dios.
Sólo la disposición a la obediencia nos guiará a la elección oportuna. No
hemos de entrar en la Biblia en busca de un texto sobre el cual construir
nuestra predicación, sino que hemos de leer las Escrituras para alimentar
nuestra vida. Y en este proceso, sin duda, hallaremos textos, pasajes,
historias, biografías y momentos estelares sobre los cuales hacer una
exposición o un desarrollo de las verdades espirituales para compartirlas con
el pueblo de Dios. 

ii) Buscar un texto que nos sea cómodo para montar un discurso sobre él es
caer en la trampa de usar arbitrariamente la Biblia. El predicador bíblico no
trata ni manipula el texto bíblico conforme a sus gustos y preferencias. No
tenemos autorización al dominio sobre las Escrituras. Se nos ordena que las
escudriñemos para que ellas sean quienes nos hablen. El expositor bíblico
está para servir a la comunidad con la exposición de la Palabra. De ahí que
cuando el tema y las divisiones del sermón se derivan del texto bíblico,
nuestro sermón será “textual”. Cuando se trata de un texto amplio, nos
referimos a tal predicación como “expositiva”. Del mismo modo, cuando del
texto bíblico escogido solamente tomamos el tema, nos referiremos a un
sermón “temático”, y así también hablaremos de una sermón “biográfico”
cuando se trate de una predicación centrada en la vida de un personaje
bíblico o extra-bíblico.

iii) Una manera muy práctica de evitar muchos graves errores consiste en
evitar la elección de textos demasiado breves. ¿Por qué? Porque podemos
más fácilmente olvidar o ignorar su contexto. Cuando este olvido o
marginación se produce, podemos hacerle decir a la Biblia lo que en
absoluto dice.  Este riesgo se minimiza cuando tomamos una perícopa. Aquí
es fundamental tener presente que la puerta de acceso a la Palabra de Dios
no son las pastas o cubiertas de la Biblia, sino la práctica de la oración. Si
oramos intensamente por las personas, el Señor nos concederá la palabra que
hemos de exponer para alimento de su pueblo. También hemos de orar al
Señor rogándole iluminación para entrar en el texto de la Biblia y para hallar
la aplicación que el Espíritu Santo quiere hacer del mismo.

iv) Muchos predicadores noveles parten inmediatamente del texto bíblico a
los expositores y comentarios para extraer las ideas de otros, muy
frecuentemente estandarizadas hasta la saciedad, y particularmente la
saciedad de las congregaciones cansadas de haber escuchado los mismos
comentarios cientos de veces. Esto mismo sucede con respecto a las
anécdotas e ilustraciones estandarizadas.

v) El predicador no debe tener prisa por dejar el texto bíblico para entrar en
las páginas de los comentarios de otros. El texto exige ser leído y releído y
vuelto a leer, sin prisa, pero, en este caso, preferentemente con “pausa”.
¿Qué queremos decir? Pues que es conveniente dejar un texto reposar
durante algún tiempo para volver a él después de que haya transcurrido el
plazo suficiente para que se haya iniciado el proceso de incubación de la
Palabra de Dios en nuestro corazón. Somos conscientes de que todo cuanto
suene a un proceso de incubación será considerado reticentemente por
muchos afectados por la premura del momento que nos ha tocado vivir. Pero
consideremos el hecho de que la propia Biblia está constituida por escritos
que son fruto de ese proceso de incubación, de profunda meditación y
reflexión por parte de los autores bíblicos, generalmente bastante tiempo
después de haber vivido los acontecimientos relatados en sus escritos.

vi) Debemos asegurarnos de haber comprendido el significado del mensaje
del texto. No es conveniente dejarnos influir por los comentarios de otros,
por muy buenos que sean  -y los hay que verdaderamente lo son- antes de
que nosotros mismos hayamos formulado todas las preguntas al texto; y
después de esto, cuando ya hayamos visto la respuesta que nos ofrece la
Sagrada Escritura  -la suma de todo el consejo de Dios-  entonces podemos
dejar nuestra labor interpretativa para consultar las interpretaciones hechas
por otros estudiosos y exégetas bíblicos. Pero nuestra aplicación del texto
bíblico a las necesidades específicas del pueblo del Señor ha de preceder a
los comentarios de otros.

vii) Algo sencillo, pero eminentemente práctico, es llevar siempre consigo
una libreta de notas donde podamos apuntar ideas para futuros sermones o
charlas, ilustraciones, anécdotas, noticias, pues de este modo podremos
apuntarlas rápidamente. De lo contrario, las olvidaremos fácilmente.

viii) También es muy útil preparar ideas para sermones para días especiales,
tales como el “Día de las Madres”, “Navidad”, “Viernes Santo”, “Domingo
de Resurrección”, “Bodas”, “Nacimientos”, “Aniversarios de bodas, de
iglesia, etc.”, “Bautismos”, “Cultos memoriales”, “Avivamiento y
Consagración”, etc. 

ix) Las ventajas del uso de un texto bíblico para la confección de un sermón
son más que evidentes:

  El texto bíblico aporta al sermón la autoridad de la Palabra de Dios.

  El texto bíblico aporta al sermón la verdad de la Palabra de Dios.

El texto bíblico es el mejor medio para la actuación del Espíritu Santo en la
predicación.

  El texto bíblico ayuda a los oyentes a retener la idea principal del sermón.

  El texto bíblico aporta unidad al sermón.

El texto bíblico demarca los límites del sermón, evitando disgresiones
innecesarias.

e) Aislamiento del pensamiento dominante:

i) Si queremos comunicar un mensaje con claridad hemos de tener presente
la necesidad de que nuestro sermón lleve en sí un solo mensaje, un
pensamiento dominante, o al menos un pensamiento predominante. Esto lo
lograremos mediante el aislamiento del pensamiento fundamental. De lo
contrario, difícilmente lograremos nuestro objetivo. De ahí la importancia de
que el tema del sermón pueda expresarse en una sola frase. De modo que la
costumbre de poner título al sermón tiene mucha más trascendencia de lo
que parece. No es una moda o costumbre, sino que el título del mensaje nos
ayudará a mantener el hilo conductor del mismo, que podemos fácilmente
perder por nuestra natural tendencia a la disgresión.
ii) Este enunciado nos servirá para la confección de la introducción del
sermón, como veremos más adelante en el apartado correspondiente, pues
servirá de ayuda a nuestra audiencia para captar el mensaje y sintonizar con
la argumentación que seguirá.

f) Organización del material:

i) A veces la dificultad del predicador en la construcción del sermón no
radica en la falta de materiales, sino precisamente en todo lo contrario. Ante
la abundancia de ideas, pensamientos, necesidades, situaciones específicas,
ilustraciones disponibles, etc., el predicador no sabe cómo organizar todos
los ingredientes ante sus manos.

ii) ¿Qué hacer en ese caso? Pues, evidentemente, hemos de pasar el material
por un proceso de selección, descartando todo cuanto resulte innecesario,
irrelevante, superfluo o redundante para la transmisión del pensamiento
dominante. Alguien ha dicho que nuestra labor en ese caso consiste en
aplicar el cincel y el martillo, como si tuviéramos ante nosotros un bloque de
piedra en el que quisiéramos esculpir una figura. Todo cuanto no sirva para
el propósito primordial ha de ser eliminado -entiéndase, dejado para otro
momento- pues de lo contrario, el espacio sermonario no estará
suficientemente despejado como para que pueda apreciarse el pensamiento
dominante desde todos los ángulos.

g) Estructura y léxico:

i) Solemos tender a adaptar nuestro texto bíblico a una estructura sermonaria
determinada. Sin embargo, eso no da buenos resultados. Es como poner el
carro por delante del caballo. Es nuestra estructura la que ha de adaptarse al
texto bíblico escogido. De lo contrario, el resultado final es una imposición,
una manipulación artificial que no discurre con la suavidad precisa, como
cuando tratamos de forzar una cerradura con una llave que no le pertenece.
Nuestro método de predicar ha de ser el que el texto exige. El sermón ha de
ser biográfico, si nuestro texto es el relato de la vida de un personaje bíblico;
doctrinal, si nuestro texto es una exposición de una verdad espiritual;
argumentativo, cuando nuestro texto es de esa naturaleza, y así
sucesivamente, como se desprende de la pura lógica.

ii) La estructuración del sermón siempre demandará orden, lógica y claridad,
pues de lo contrario no sería didáctico.

iii) En cuanto al léxico, hemos de procurar siempre utilizar un vocabulario
preciso, pero sencillo y claro, evitando tecnicismos aprendidos en las aulas
del seminario o en los comentarios exegéticos. La predicación no es para
hacer una exhibición de nuestro conocimiento de las ciencias bíblicas, ni de
nuestra cultura teológica, sino un momento para compartir verdades
espirituales de aplicación a la vida cotidiana de los hombres. De lo contario,
nuestro mensaje resultará afectado y pedante. En este sentido, es más que
necesario disponer de algunas obras de consulta como el “Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española”, el “Diccionario de María Moliner”,
el “Diccionario Ideológico de la Lengua Española”, de Julio Casares, y el
“Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana”, de J. Corominas,
entre otros. El uso de estas obras de consulta nos permitirá escoger las voces
más adecuadas, así como los sinónimos y antónimos que nos ayudarán a
explicar textos mediante frases declarativas directas, sin necesidad del abuso
de las cláusulas subordinadas que sólo sirven para enredar el sentido de
nuestras frases.

iv) En lo que a la estructura gramatical se refiere, es importante evitar esas
frases formadas por varias oraciones compuestas que difícilmente resultan
comprensibles para nuestras audiencia, ya que por su excesiva longitud
pierden la coherencia entre tiempos, modos, géneros y número. El conocido
lema de las tres “c’s”, aplicado a la estructuración de las frases  -cortas,
claras y concisas-  nos pagará siempre buenos dividendos.

v) Una forma sencilla de comprender lo que venimos diciendo es mediante
la consideración de las llamadas “cuatro dificultades básicas”:

Primera: Saber con exactitud lo que realmente queremos decir. Es decir,
tener una idea clara y concreta. Esto implica un estudio y oración previo a la
predicación.

Segunda: Decirlo en un tono adecuado para que los otros lo acepten. Y por
“tono” no queremos decir el simple tono físico de la voz, sino las formas y
maneras de decir, teniendo siempre presente que las palabras pueden
fácilmente traicionarnos, por cuanto una misma palabra puede verbalizarse
en mil y un tonos distintos. Es fundamental pensar que estamos en el lugar
del oyente, en su posición, en su situación, para que nuestras palabras
adquieran el tono adecuado y lleguen hasta su corazón.

Tercera: Decirlo siguiendo una secuencia progresiva, de manera que los
demás vayan entendiendo a medida que nosotros vayamos hablando. Evitar
disgresiones o hablar a una velocidad tal que el auditorio se pierde por no
tener suficiente tiempo como para ir asimilando lo que escucha. Tengamos
presente que en la exposición hablada quienes escuchan no tienen la
posibilidad de volver unas páginas atrás para releer el texto. El secreto para
resolver estas tendencias lo expresó magistralmente nuestro escritor Azorín:
“Una cosa después de otra. Y que cada unidad de comunicación, cada paso,
cada período, sea suficientemente completo y suficientemente breve para
retener la atención. Si es incompleto, el oyente o lector se despega porque no
entiende, porque se le dice demasiado poco. Si es largo y complicado,
también se despega, porque o se pierde o se fatiga, ya que tiene que hacer
demasiado esfuerzo para ir captando y asimilando lo que se le dice. El ritmo,
eso sí, podrá ser variado: Más amplio cuando lo que se dice no sea preciso
recordarlo en detalle, más ceñido cuando lo que se dice es especialmente
importante. Pero siempre “una cosa después de la otra.”

Cuarta: Decirlo de tal manera que las palabras que empleemos respondan
realmente a nuestros pensamientos, de tal manera que efectivamente
digamos lo que pretendíamos decir, y no otra cosa. En realidad, esta
dificultad queda resuelta si las anteriores lo han sido. Aquí no nos estamos
refiriendo sólo a la elección de las palabras adecuadas para expresar lo que
pretendemos decir, sino a la necesidad de no perder de vista la idea y el
propósito de lo que estamos expresando. Como alguien ha dicho: “Pensar en
lo que decimos suele ser el camino más corto y seguro para decir lo que
pensamos.”

h) El uso de ejemplos, anécdotas y otras ilustraciones:
 
i) Como ya hemos dicho, “un sermón sin ilustraciones es como una casa sin
ventanas”. Pero las ventanas, por muchas y grandes que sean, nunca
constituirán la esencia de la vivienda. Primeramente, le conviene al
predicador mantener un archivo de material ilustrativo. Podemos usar
carpetas-archivador, fichas o soporte informático. De ese modo no sólo
conservaremos el material, sino que podremos encontrarlo fácil y
rápidamente en el momento en que lo precisemos. Los libros de ilustraciones
para la predicación son pocos, anticuados y muy usados. Suelen contener
material difícilmente aplicable a situaciones de nuestros días. Conviene,
pues, crear nuestro propio archivo de material ilustrativo, frases,
pensamientos, aforismos, parábolas, etc. Ganaremos en frescura, novedad, y
contemporaneidad en el lenguaje. Una vez más, conviene tener presente que
las ilustraciones nunca deben ser tan destacadas como para usurpar el lugar
que le corresponde al pensamiento dominante del sermón, si bien es cierto
que frecuentemente la audiencia olvida el nombre del predicador, y la fecha
en que escuchó el sermón, pero el tema de la predicación suele perdurar en
la memoria gracias a una anécdota o una ilustración que quedó grabada en el
corazón de los oyentes, y que sirvió para que alguna verdad espiritual
quedara también profundamente grabada.

ii) Ahora bien, ¿de dónde haremos el acopio de ilustraciones para nuestro
archivo personal? Primeramente, debe quedarnos muy claro que sólo
dispondrá de abundante material ilustrativo el predicador que lea
asiduamente. Y no sólo porque de ese modo hallará muchos recursos, sino
porque la lectura refrescará su mente y su memoria, y además le ayudará a
desarrollar su capacidad creativa, de modo que podrá elaborar sus propias
ilustraciones y parábolas. En segundo lugar, además de la literatura, el
periódico diario suele ser una magnífica fuente de material, aunque no
siempre podemos hacer uso de las ilustraciones tal y como nos llegan en la
prensa y en las revistas, sino que necesitamos realizar adaptaciones y
modificaciones en función del uso que vayamos a hacer de las mismas. En
tercer lugar, podemos hallar buen material en libros de parábolas modernas y
obras semejantes a la serie titulada “Sopa de Pollo para el Alma”, de Jack
Canfield y Mark Victor Hansen. Respecto a frases y aforismos, hay dos
obras que podemos recomendar sin dudarlo: “Antología de Textos y Citas”,
de Noel Clarasó, y “Gran Diccionarios de Frases Hechas”, de la Editorial
Larousse.

iii) Las anécdotas e ilustraciones deben cumplir las siguientes características
y objetivos:

 Despertar interés.
 
Ser claras y visuales, no sólo verbales. Nuestras palabras deben actuar como
“pintura y pinceles” para que los oyentes dibujen sus propias imágenes
mentales.

Ser complementarias (no deben ser la parte principal del sermón, sino
accesorios).
 
  Su sentido es el de aportar enriquecimiento y claridad.

  Su función ha de ser siempre didáctica y psicológica.

iv) Nuestro Señor Jesucristo siempre predicó aportando alguna ilustración o
parábola para iluminar sus enseñanzas. La maestría del Señor al respecto es
extraordinaria. Empleó sencillas ilustraciones de la vida cotidiana para
presentar las más profundas verdades espirituales; esas sobre las que los
teólogos siguen discutiendo después de dos mil años en libros de difícil
acceso para los laicos en la materia.

v) Como hemos oído decir a alguien, “no hay tal cosa como una buena
ilustración, sino, más bien, una buena ilustración de algo.” El buen uso de
las ilustraciones y anécdotas vivifica el mensaje, relaja a la audiencia y al
predicador, despierta interés, conmueve, convence, desafía y estimula a la
toma de una decisión. Pero no olvidemos nunca que el predicador no está
para entretener a la audiencia con unos “entremeses variados” de
curiosidades y chascarrillos, sino para presentar el único mensaje que
realmente transforma vidas. En esto, como en todo, Jesús de Nazaret es
nuestro Maestro.

vi) Las ilustraciones deben ser sencillas y naturales, y estar bien relacionadas
con el mensaje que estamos predicando. Cuanto mayor sea la “inmediatez”
de la ilustración, mejor será su efecto sobre la audiencia. Por “inmediatez”
queremos referirnos a acontecimientos, anécdotas y sucesos acontecidos
dentro del ámbito de la comunidad.

vii) La ilustración, al igual que la parábola, ya sea metafórica, alegórica, o se
trate de una anécdota o experiencia personal, debe tener un punto alto o
climax.

viii) La mayoría de los expertos homiléticos aseguran que el número de
ilustraciones en un sermón no debe ser de más de tres. 

DETERMINAR NUESTRA META: EL OBJETIVO A ALCANZAR:

a) Hablar sin una meta es como emprender un viaje sin saber a dónde se dirige uno.
Significa, pues, asumir el riesgo de perderse, de no llegar a ninguna parte, de caer
en peligros inesperados e inusuales, y además de todo esto malgastar nuestras
energías. Sólo podemos tener la seguridad de alcanzar nuestra meta cuando
realmente sabemos cuál es y dónde se halla. Y aunque esto pueda parecernos
demasiado simplista y pueril, la ignorancia de algo tan elemental y del sentido
común como lo que acabo de manifestar, es la causa principal de numerosísimos
fracasos en todos los órdenes, comprendida la exposición de la Palabra de Dios.

b) La meta del sermón será siempre el determinante por excelencia en todo el
planteamiento del discurso: “informando-persuadiendo-motivando-moviendo a la
acción.” Y esto ha de quedar manifiesto desde el mismísimo principio de la
exposición. El texto, el propósito y el tema son determinantes en la dirección o
curso que va a seguir el desarrollo del sermón.

c) El propósito o meta del sermón es elemento prioritario en la preparación de todo
sermón, desde el mismísimo principio de la confección del mismo.

d) Los propósitos o metas deben ser:

 i) Evangelización: Arrepentimiento y fe en Jesucristo para la Salvación.

  ii) Edificación: Doctrina y consagración.

TIPOS DE SERMONES:

a) La mayoría de los expertos homiléticos afirman que hay cuatro tipos principales
de sermones:

  i) Sermones temáticos, llamados también “tópicos”.

 ii) Sermones textuales.

  iii) Sermones expositivos.

 iv) Sermones biográficos.

b) Los sermones temáticos son aquellos en los que se desarrolla el tema
independientemente del texto o textos bíblicos escogidos. Su estructura es, por
tanto, el desarrollo del tema o tópico aportando toda las verdades bíblicas
correspondientes al asunto. Evidentemente, demanda mucha creatividad y
versatilidad del predicador.

c) Los sermones textuales son aquellos en los que su estructura y divisiones siguen
al texto bíblico escogido. Seleccionamos unos versículos, un solo versículo, o
incluso una de las subdivisiones de un versículo como texto del sermón.
Frecuentemente, el predicador sigue las divisiones naturales del texto o del
versículo. 

i) Uno de los ejemplos más habituales y claros es el de 1ª Corintios 13:13,
donde encontramos tres divisiones naturales: “Y ahora permanecen la fe, la
esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”

ii) Otro ejemplo típico es el pasaje de Lucas 19:1-10 (Jesús y Zaqueo),
donde las divisiones podrían ser: a) Fue una visita inesperada; b) fue una
visita transformadora; c) Fue una visita salvadora.

d) Los sermones expositivos son muy semejantes a los textuales. Su distintivo es el
hecho de que éstos se confeccionan siguiendo más estrechamente las reglas de la
hermenéutica bíblica, de manera que su desarrollo es una exégesis del texto
escogido. Es, sin duda, el tipo de sermón que demanda más tiempo de preparación
por parte del predicador, así como la necesidad de recurrir a comentarios
expositivos y exegéticos de las Sagradas Escrituras. Todo predicador
experimentado sabe que podemos quedarnos “en blanco” cuando se trata de
confeccionar un sermón temático, y que también es posible sentir que hemos
agotado las posibilidades de sermones biográficos, pero cuando nos acercamos
fielmente a las Escrituras con el propósito de desarrollar un pasaje bíblico, pronto
hallamos un filón de contenido sobre el que hacer una exposición sermonaria rica e
interesante.

e) Se puede afirmar que, desde una perspectiva objetiva, el sermón expositivo es la
extracción de una verdad bíblica contenida en una determinado texto, en un pasaje
o perícopa, con el propósito de mostrarla y desgranarla hasta donde el predicador
sea capaz.

f) La predicación expositiva demanda mucha más atención al texto bíblico del
pasaje que estamos exponiendo, lo que implica apartarnos más y más fácilmente de
nuestras opiniones personales.

g) Cuando se predica un sermón temático, la congregación suele cerrar la Biblia,
mientras que tratándose de predicación expositiva los oyentes mantienen abiertas
las Escrituras, por cuanto la exposición hace constantemente referencia a ellas.

h) La predicación expositiva aporta más color imaginativo al sermón. La
exposición de un pasaje bíblico nos aleja más de la tendencia a repetir frases
estereotipadas y muletillas conceptuales, pues nos obliga a ilustrar dicho pasaje
con material que amplifique el texto.

i) La predicación expositiva pone a las Sagradas Escrituras en el lugar central que
les corresponde: El Libro recibirá el honor que merece, y el expositor se mantendrá
bajo la integridad de la Santa Palabra de Dios.

j) Los sermones biográficos, como su propio nombre indica, son aquellos en que se
desarrolla la vida de un personaje bíblico. Naturalmente, por su propia naturaleza,
son recursos más limitados, aunque con suficientes dotes de imaginación y la
habilidad para entrelazar y comparar las biografías de diversos personajes bíblicos,
pueden presentar alternativas muy sustanciosas.

LA PRESENTACIÓN DEL SERMÓN:

a) ¿Cuál ha de ser el soporte físico del predicador? La respuesta dependerá de la
manera en que se haya preparado el sermón:

i) Improvisado (no es recomendable, pero puede ser necesario en alguna
ocasión), en cuyo caso no habrá soporte específico.

  ii) Extemporáneo, con algunas ideas preparadas y alguna nota en papel.

  iii) Manuscrito, con pensamientos y/o bosquejo escrito.
 
  iv) Memorizado, sin notas o escasas.
            
b) El primero y el cuarto tipo son los menos habituales. Por su propia naturaleza,
poco podemos decir al respecto. Pero con relación a los otros dos, los más
frecuentes, como se desprende de sus características, demandan preparación y
permiten una elaboración más precisa.

c) Sólo la maestría en la predicación sin notas puede resultar en sermones mucho
más comunicativos e interesantes. La mente y el corazón del predicador han de
estar muy saturados por la Palabra de Dios para que éste no precise de ningún
soporte escrito en la exposición del mensaje. Naturalmente, el predicador que
pueda presentar un sermón ordenado y coherente sin notas producirá una impresión
muy profunda en su audiencia.

d) Si pensamos que predicar sin notas es imposible, quizás por nuestra limitada
capacidad memorística, inseguridad, nerviosismo, o cualesquiera otra “razón”,
debemos considerar las palabras del Señor a Moisés: 

“¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni desde que tú hablas a tu
siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y el Señor le respondió:
¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al
ciego? ¿No soy yo el Señor? Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré
lo que hayas de hablar.” (Éxodo 4:10-12). 

Oremos e intentemos predicar un sermón sin el soporte de notas escritas en el
púlpito, o al menos con menos de las acostumbradas. Ensayemos, aunque sea
tímidamente, y puede que nos llevemos una agradable sorpresa ante los resultados. 

e)) Tanto el sermón extemporáneo como el manuscrito permiten una preparación
más completa y detallada. Al redactarlos antes de su exposición, el predicador
puede revisarlos y analizarlos en la misma medida de la extensión de su redacción
y del tiempo que dedique en tal sentido. Sin embargo, un sermón leído podrá ser
una joya literaria, pero perderá la frescura y libertad que permite la predicación sin
notas. La lectura del mensaje rompe toda posibilidad de contacto visual entre el
predicador y la congregación, y esto es fundamental si queremos establecer
verdadera comunicación. Desde luego, podemos tener la seguridad de que Jesús no
usó notas en la predicación del Sermón del Monte, ni Pedro en el aquel día de
Pentecostés, ni Pablo dirigiéndose a los atenienses.

f) Una fórmula intermedia entre la predicación sin notas y el uso de algunas exige
el paso de la redacción completa del texto del sermón a la estructura bosquejada.
Este paso demanda mucho trabajo, tanto en la redacción como en su
esquematización, pero aporta la gran ventaja de no caer en la tentación de leer el
sermón. La pérdida prolongada de contacto visual con la congregación reduce el
“magnetismo” de la comunicación, se pierden elementos del lenguaje no-verbal
(lenguaje del cuerpo) que transmiten mucho de la personalidad del predicador, y
produce el efecto de inseguridad en el expositor. 

g) De ahí se desprende que la casi totalidad de los expertos homiléticos afirmen
que el proceso idóneo de la confección y exposición de un sermón pasa por las
siguientes etapas:

  i) Concepción de la idea.

  ii) Redacción del texto completo.

  iii) Revisión y análisis del texto.

 iv) Redacción final del texto completo.

  v) Reducción a bosquejo.

vi) Exposición a partir del bosquejo (con posibles -usuales- improvisaciones,
ampliaciones, anécdotas e ilustraciones recordadas en el momento, etc).

h) El paso del texto completo al bosquejo es un trabajo difícil que requiere un
proceso delicado:

i) Después de la redacción del texto completo del sermón, palabra por
palabra, leámoslo seis o siete veces con el fin de introducir los cambios
necesarios. Ahora es el momento de construir una frase que sintetice el
punto fundamental de nuestro sermón.

ii) Bosquejemos repitiendo la frase-síntesis en cada uno de los puntos y
subdivisiones del sermón. De ese modo evitaremos la disgresión excesiva.

iii) Nuestro bosquejo deberá ser un esquema formado por las ideas
principales del sermón. El mejor bosquejo es el más simple. Lo profundo no
suele ser complicado.

iv) Al realizar este proceso descubriremos que hemos memorizado el sermón
sin darnos cuenta.
 

i) Ningún método es mejor que los demás. La práctica demuestra que todos los
predicadores hemos ensayado diferentes métodos, y hemos descubierto que todos
ellos tienen sus ventajas y sus desventajas. Sin embargo, dos cosas son ciertísimas
e indiscutibles: Primeramente, la necesidad de regar todo sermón con oración; en
segundo lugar, la necesidad de no escatimar el tiempo en la preparación del mismo,
cualesquiera que sea el método que escojamos para su exposición.  

LA INTRODUCCIÓN DEL SERMÓN:

La introducción es la parte del sermón que actúa como primer punto de contacto
entre el predicador y la congregación. Aquí conviene recordar que la primera
impresión es la que permanece por más tiempo. A esto hemos de añadir que lo más
difícil en casi la totalidad de las obras del quehacer humano es precisamente
comenzar.

a) Todos los tratados de Homilética coinciden en dar la siguiente estructura básica
de todo sermón:

 i) Tema. 

  ii) Introducción. 

  iii) Discusión, desarrollo, cuerpo del mensaje y divisiones. 

 iv) Conclusión.

b) La introducción y la conclusión de un sermón son las partes técnicas y
psicológicas más importantes del mismo. Son el punto de partida y la meta. Se ha
dicho hasta la saciedad que cuando un orador no logra captar la atención de su
audiencia en los 4 ó 5 primeros minutos de su disertación, lo más probable es que
ya no llegue a captar su atención durante el resto de su discurso. Conviene aquí
tener presente el dato de que la mente humana piensa a una velocidad de unas 750
palabras por minuto, mientras que nuestra capacidad de locución no supera las 150
palabras por minuto. Si intentamos hablar más rápidamente nuestro lenguaje
resulta ininteligible. Naturalmente, esto quiere decir que necesitamos captar la
atención de los oyentes tan pronto comencemos a hablar. De lo contrario, nuestra
audiencia comenzará a pensar en sus propias cosas, produciéndose una absoluta
distracción.

c) ¿Cómo se relaciona la introducción con las demás partes del sermón?

Haciendo un simil entre la estructura esquemática de un sermón y una vista legal
ante un juzgado, podríamos decir que la introducción es la presentación del caso,
con todas las declaraciones pertinentes; el cuerpo del sermón es el sumario, donde
se presentan las pruebas documentales y testificales; y  la conclusión es la
apelación de la decisión final del tribunal en ejercicio. En la introducción del
sermón, el predicador trata de convencer a la congregación de que lo que tiene para
contarles es de gran importancia para sus vidas. Aquí conviene tener presente lo
que tantas veces se ha dicho respecto del vendedor exitoso. Ha de estar convencido
de las excelencias del producto que ofrece. De lo contrario, difícilmente logrará
realizar ni una sola venta. Lo mismo puede afirmarse respecto al predicador. Si no
logramos comunicar a la audiencia nuestro entusiasmo por la Palabra del Señor, la
audiencia a duras penas prestará atención a nuestras palabras. Esto, sin embargo,
no significa que debamos prometer más de lo que vamos a dar. Hemos de ser
honestos, sencillos, sin arrogancia, afirmando lo fundamental: Que el Señor ha
prometido hablarnos por medio de Su Palabra, y que así lo hará.

d) He aquí unas buenas preguntas para hacernos a nosotros mismos sobre nuestra
predicación, y respecto a las cuales hemos de ser muy sinceros:

      i) ¿Por qué voy a predicar este sermón?

   ii) ¿Por qué han de escuchar mi sermón?

   iii) ¿Qué beneficio les puede reportar?

      iv) ¿Qué aplicación pueden dar de mi sermón a sus vidas?

      v) ¿Qué respuesta espero de mi congregación a este sermón? 

Si somos sinceros en nuestras respuestas a estas preguntas, y las regamos con
oración antes de contestar, hallaremos una buena ayuda para la construcción y
entrega de nuestra predicación.

e) Los elementos constitutivos de la introducción:

La introducción, como su propio nombre indica, es el comienzo o punto de
arranque del sermón. Una introducción es una presentación, y en el caso que nos
ocupa se trata de la presentación del tema y el propósito de la exposición que
vamos a realizar. Esta es la parte del sermón que más conviene tener muy grabada
en nuestra mente o incluso llevarla escrita, pues todo el plan del sermón dependerá
de ella. No ha de ser demasiado elaborada, como para distraer, sino, antes bien,
suficientemente corta e interesante, además de bien estructurada, como para
despertar la curiosidad del auditorio. Puede decirse que una buena introducción
será capaz de abrir el apetito de los oyentes, y abrirá la puerta a la idea dominante
del sermón. La introducción es el elemento del sermón que producirá la impresión
más permanente en la audiencia, predisponiendo en gran medida respecto a todo lo
que podamos decir después. Una introducción bien preparada puede ser
determinante en la disposición de los oyentes, así como en la demolición de
prejuicios y otras barreras en la comunicación. Esto puede lograrse mediante la
explicación de la escena bíblica que vamos a exponer, la descripción de los
personajes, el paisaje, etc. Ha de ser como un recorrido de la cámara antes de entrar
en situación. 

Toda introducción bien estructurada estará compuesta por tres elementos
fundamentales:

   i) La frase inicial.

   ii) El relato.

   iii) La tesis.

i) La frase inicial es una brevísima manifestación cuyo propósito es llamar
poderosamente la atención de la audiencia sobre el mensaje que vamos a
proclamar. 

Por ejemplo: “Hoy vamos a comprobar que la fe no sirve para creer, sino para
vivir”.
ii) El relato es la brevísima explicación del porqué hemos hecho semejante
declaración tan sorprendente. 

Por ejemplo: “El justo por su fe vivirá”, así nos lo dice la Escritura en 4
ocasiones: Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11 y Hebreos 10:38. De
ello se deduce que la fe no es para creer, sino para vivir...”.

Aquí ya es un momento adecuado en el edifico del sermón para colocar una
ilustración, preferentemente breve. Podemos usar una anécdota breve, un
acontecimiento de actualidad o un pasaje bíblico paralelo.

iii) La tesis es una frase que nos servirá como percha de la que podremos
colgar todas las prendas que vayamos a utilizar al arropar nuestro mensaje. 

Por ejemplo: “La fe es un regalo de Dios; es fiarse del Señor con todo
nuestro ser; y es el medio para recibirlo todo de la gracia de Dios.”

Cada uno de los elementos mencionados será uno de los puntos a desarrollar
en nuestro sermón.

f) Algo que suele sorprender al estudiante, pero que paga muy buenos beneficios,
es la consideración de que la introducción es mucho más conveniente realizarla al
final de todo el trabajo sermonario, después de haber completado el desarrollo del
sermón y tenerlo completamente acabado. ¿Por qué? Porque sólo después de
haberlo concluido sabemos realmente lo que tenemos para ofrecer y presentar.

g) Los expertos homiléticos hablan de diversos tipos de introducción:

i) Ilustrativa: Es aquella en que comenzamos relatando una ilustración o
anécdota. En esta posición, habrá de ser muy breve.

ii) Histórica: Es aquella en que comenzamos relatando brevemente el fondo
histórico del pasaje bíblico que hemos escogido como texto, o bien de la
situación histórica o biográfica a la que vamos a dedicar el sermón. Sus
elementos pueden ser datos referentes a la época, país, costumbres,
tradiciones, situación socioeconómica, moral y religiosa, etc.

iii) Explicativa: Es aquella en que comenzamos dando la definición o
explicación de un concepto o asunto básico en la exposición que vamos a
efectuar a continuación. Frecuentemente, damos los significados de palabras
y símbolos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, así como su origen
etimológico y evolución lingüística.

iv) Interrogativa: Es aquella en que comenzamos haciendo una pregunta a la
que habremos de responder en el curso del sermón. Si la respondemos dentro
de la introducción, perderemos todo el efecto de “suspense” que
pretendemos lograr.

v) Antagónica: Es aquella en que comenzamos por dar las características
antagónicas u opuestas del asunto a tratar. Por ejemplo, “luz y oscuridad”,
“paz y guerra”, “amor y odio”, “salvación y perdición”, “el Espíritu y la
carne”, etc.
 

EL CUERPO DEL SERMÓN:

a) Esta es la parte principal en cuanto al contenido del sermón. Todos hemos oído
hablar del tradicional sermón de tres puntos, con su introducción y conclusión. Y
lo cierto es que en la mayoría de los casos tres puntos son suficientes para
presentar una verdad espiritual. Sin embargo, nada debe limitarnos en este sentido.
De manera que nuestro mensaje debe contener todos los puntos necesarios, si bien
ir más allá de seis puntos dará sin duda un sermón demasiado largo. Y, como es
sabido por todos, a mayor duración, más difícil mantener la atención de la
audiencia. Una solución alternativa puede ser dividir el sermón en partes,
formando así una serie de sermones para predicar en varias semanas.

b) En cualquiera de los casos, lo que no debemos perder de vista es que todo
sermón ha de tener unidad, orden, desarrollo y simetría. Por consiguiente, el
desarrollo del mismo es de gran importancia. Muchos lo han denominado el
“esqueleto” del sermón.

c) Las divisiones del sermón generalmente se derivan del texto en aquellos que son
de naturaleza textual y expositivos, del tema en los de género temático, y de las
diversas etapas de la vida del protagonista en los sermones biográficos.

d) Las divisiones sirven para mostrar la línea de pensamiento que vamos a seguir
en el desarrollo del sermón. La designación de “divisiones” se debe a que son
partes en el desarrollo del sermón, o bien porque marcan diversos ángulos o
perspectivas en la presentación del tema que se trate, o bien porque explican los
diversos pasos o etapas del mismo. De ahí que las divisiones puedan a su vez tener
subdivisiones.

e) Es fundamental que las divisiones queden dentro de los límites del tema o
asunto que estemos tratando, pues de lo contrario, se rompe la unidad del sermón y
se bloquea la comunicación. Aquí conviene recordar que todas las divisiones deben
obedecer a un orden ascendente.

f) La manera en que podemos contemplar y confeccionar las divisiones y
subdivisiones de los puntos de nuestro sermón puede ser formulándonos nosotros
mismos las siguientes preguntas: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?
De esta manera lograremos también una pequeña frase transicional para pasar de
una división a la siguiente.

g) ¿Cómo encontrar los puntos o divisiones del cuerpo del sermón textual, aparte
de mediante las preguntas aludidas en el párrafo anterior?

i) Primeramente hemos de leer la totalidad del texto de nuestro sermón todas
las veces que sea necesario. Sin prisa.

ii) En segundo lugar, extraigamos la idea principal del pasaje, considerando
los lugares que ocupan su contexto y situación, lo cual nos facilitará la labor
de encontrar las correspondientes subdivisiones.

iii) En tercer lugar, subrayemos los verbos del pasaje y sus correspondientes
complementos. No es sabio quedarse atrapado por los adjetivos del texto.
Tengamos presente que los “adjetivos”, como su propio nombre indica, sólo
son adiciones o añadidos al texto, generalmente ornamentales.

iv) En cuarto lugar, formemos frases relacionadas con el mensaje que
queremos transmitir, con los verbos y complementos que habremos extraído
del texto. Con estas frases tendremos prácticamente hechas las divisiones del
sermón.

v) En quinto lugar, analicemos el sentido de los metáforas y demás figuras
de dicción (parábolas, hipérboles, símiles, retruécanos, prosopopeyas, etc.),
así como de las acciones simbólicas.

vi) En sexto lugar, organicemos las frases que hemos formado dentro de la
idea principal, de manera que cada punto desarrolle un aspecto diferente
para que no haya ni confusión de ideas ni repetición.

h) ¿Cómo encontrar los puntos o divisiones del cuerpo del sermón temático?:

  i) En primer lugar, escojamos el tema.

ii) En segundo lugar, seleccionemos las citas bíblicas y de otras fuentes
relacionadas con el tema.

iii) En tercer lugar, tomemos la frase o palabra principal del tema. (Podemos
recurrir a ella como introducción a cada uno de los puntos del sermón,
dándole un tono de “sinfonía”).

iv) En cuarto lugar, separemos tres puntos o argumentos relacionados con el
tema.

v) En quinto lugar, busquemos pasajes bíblicos que hagan referencia a cada
argumento.

vi) Las divisiones del sermón surgirán naturalmente como respuestas o
explicaciones a cada argumento.

i) ¿Como encontrar los puntos o divisiones del cuerpo del sermón expositivo?
Considerando que el sermón expositivo explora los argumentos principales de un
pasaje bíblico de cierta extensión, el predicador deberá primeramente recurrir a la
correspondiente exégesis del texto escogido; es decir, el análisis de las palabras
clave en la lengua original, la interpretación correcta de su carga semántica,
ubicación histórica, cotejo de otras traducciones, etc. Como han dicho muchos
expertos homiléticos, el sermón expositivo es una lección bíblica, y, por
consiguiente, demanda del predicador una gran cultura bíblico-teológica.

  i) Selección del pasaje.

  ii) Análisis profundo y fiel.

  iii) Separación y estudio de las ideas subsidiarias.

iv) División del sermón en partes para su predicación en forma de serie de
sermones. Esta forma es especialmente adecuada para conferencias,
convenciones, retiros y campamentos.

j) Respecto al sermón biográfico, se trata del que permite mayor aportación de la
creatividad e imaginación del predicador, permitiéndole muy diversas
presentaciones, ya sea en clave de estricta biografía, o bien escogiendo etapas y
episodios de la vida del personaje bíblico o extrabíblico seleccionado. Tengamos
presente que la Historia de la Iglesia es también una gran fuente de excelentes
biografías para predicar y destacar las enseñanzas ejemplarizantes de muchos
hombres y mujeres del pueblo de Dios.

k) Cada uno de los puntos del cuerpo del sermón se desarrolla en 5 (cinco) pasos
consecutivos:

   i) Enunciado.

   ii) Explicación.

   iii) Defensa.

   iv) Ilustración.

   v) Aplicación.

  i)) El Enunciado define el punto que vamos a tratar en el cuerpo del sermón.

ii) La Explicación, como su nombre indica, expondrá el punto,
desarrollándolo mediante textos bíblicos adecuados.

iii) La Defensa será el apoyo de la explicación mediante otros textos
bíblicos, paralelos, referencias y sus correspondientes comentarios.
 
  iv) La Ilustración dará aire y luz a la defensa.

v) Y la Aplicación será una referencia clara hacia la praxis de la verdad
enseñada.

l) Durante la exposición del sermón no debemos citar las palabras que representan
las diferentes partes de la estructura del sermón, tales como: “El primer punto
es...”, etc. Podemos, más bien, decir, “comenzaremos diciendo que...”, “en
segundo lugar...”, “antes de concluir, permitidme que diga que...”. Esto último
representa un gran peligro. Muchos predicadores dicen “y para concluir...”, pero se
dedican a continuación a divagar durante cinco minutos o más, frecuentemente sin
hallar la manera de presentar una conclusión, generalmente por no tenerla
preparada. Esta actitud produce irremediablemente la sensación de incertidumbre.

LA CONCLUSIÓN DEL SERMÓN:

a) La Conclusión, como su nombre indica, ha de ser más que la simple terminación
de la exposición. Es el remate de todo lo dicho. Es el nudo que impedirá que se
desate y desbarate todo lo que hemos ordenado, como cuando confeccionamos un
ramo de flores. Si nuestro sermón ha sido evangelístico, la Conclusión ha de ser
una llamada al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo como Señor y Salvador
personal. Si el sermón ha sido para la edificación de los fieles, habrá de concluir
con una llamada a la consagración. 

b) Del mismo modo que recomendábamos tener por escrito, aunque sea de forma
brevísima, nuestra proposición al iniciar la predicación, igualmente conviene tener
por escrito la formulación de la Conclusión, pues si la dejamos a la improvisación
del momento, después de toda la expresión verbal efectuada, con el consiguiente
esfuerzo realizado, muy fácilmente podemos encontrar serias dificultades para
concluir, fenómeno que seguramente habremos experimentado y observado en
muchos predicadores, particularmente entre los noveles, quienes, tras una
magnífica exposición, terminan luchando denodadamente por dar una conclusión
adecuada a su sermón, muchas veces sin lograrlo. 

c) La Conclusión está formada por 4 (cuatro) elementos distintivos:

   i) Recapitulación.

   ii) Clímax.

   iii) Visión.

   iv) Llamamiento o Invitación.

i) La Recapitulación será un resumen -recordemos que un resumen significa
síntesis en pocas palabras- de los puntos principales del sermón, no la
predicación de un segundo sermón. Pero no sólo eso, sino también su
aplicación, con algún elemento que prevalezca sobre todos los demás, de
manera que quede en el corazón de todos los oyentes. La Recapitulación ha
de ser, pues, un resumen de todo la argumentación realizada durante la
exposición del cuerpo del sermón. 

ii) El Clímax deberá ser una ilustración que sirva de conjunción para todos
los puntos expuestos en el sermón. Y el Clímax ha de comprender también
una admonición o advertencia respecto a las consecuencias de ignorar o
desobedecer al Señor en su llamada. Como alguien dijo: Debemos predicar a
través de la cabeza hasta llegar al corazón que rige la voluntad.

iii) La Visión ha de ser una pintura de todo lo que es posible cuando somos
obedientes a la llamada divina. Lo ideal es llegar a una sola frase objetiva
que plasme dicha Visión.

iv) El Llamamiento o Invitación será, como su nombre indica, una llamada
exhortativa y persuasiva a tomar una decisión. Hemos de aplicar la amorosa
presión de la llamada divina. Pero eso no significa que el llamamiento haya
de ser prolongado ni forzado, sino firme, contundente, radical y directo. Por
muy buena que haya sido la exposición realizada, la cuestión principal es
qué hemos de hacer para poner en práctica la enseñanza recibida. La
invitación ha de ser una llamada clara y específica a responder y actuar en
conformidad a lo escuchado, en conformidad con la voluntad de Dios
expresada en Su Palabra: 
  La conversión de los incrédulos.

    La reconciliación de los apartados o desviados.

    La restauración de los arrepentidos.

v) Las maneras de invitar a responder al llamamiento pueden ser pidiendo que se
levanten las manos, que se pongan en pie, que pasen al frente, o que se dirijan al
predicador al concluir el servicio,  o bien a unos consejeros nombrados y
adiestrados al respecto.

vi) El llamamiento es un momento muy sagrado, en el que el predicador tiene que
hacer uso de la autoridad que le ha sido dada por el Espíritu Santo para llamar a
responder a la Palabra de Dios que ha sido proclamada. El predicador no ha sido
llamado a transmitir mera información sino a llamar a la obediencia y a la
transformación.

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un
hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca... Pero cualquiera que me oye
estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su
casa sobre la arena.” (Mateo 7:24, 26).

vii) Si bien es ciertísimo que la transformación de los corazones -la regeneración
del nuevo nacimiento- es obra del Espíritu Santo, y no nuestra, todos nosotros,
como cristianos, y los predicadores en particular, estamos llamados a unirnos al
Señor en esa obra. De ahí que cuando la Palabra de Dios ha sido proclamada, hacer
un llamamiento o invitación al arrepentimiento y a la fe personal en Jesucristo sea
un altísimo privilegio y una inmensa responsabilidad. Todo predicador del
Evangelio debe estar atento a la voz del Espíritu Santo para extender una invitación
que dirija a los pecadores contritos a Jesucristo.

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que
están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas
palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa
generación. Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles,
en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.”
(Hechos 2:38-42).

viii) Tristemente, hoy son muchos los predicadores que se sienten avergonzados de
recurrir al llamamiento o invitación al concluir su mensaje. Creen que hacer un
llamamiento les pone en una posición autoritaria, o piensan que es parte de una
metodología trasnochada. Sin embargo, no deberíamos perder de vista el hecho de
que la verdad, por su propia naturaleza, es autoritaria, por cuanto excluye a toda
mentira y error. La audiencia de la Palabra de Dios demanda siempre una
respuesta. Debemos descartar toda manipulación, coerción, abuso emocional y
toda una larga serie de artimañas que no corresponden ni deben hallar lugar en el
Evangelio de la Gracia y del Reino de Dios. Pero no podemos perder de vista que
Jesús a cuantos llamó, los llamó públicamente, y esa fue también la práctica de los
apóstoles en la iglesia naciente.

LA REPETICIÓN EN LA PREDICACIÓN:

a) La repetición puede darnos la apariencia de ser un elemento sencillo para
enfatizar nuestras enseñanzas, pero tan pronto acometemos la práctica de este
recurso, descubrimos que no es tan fácil como nos parecía a primera vista. Repetir
sin cansar ni aburrir requiere práctica y maestría.

b) Si pensamos que por ser experimentados en la predicación bastará con
manifestar una idea dominante una sola vez en nuestra disertaciones, no podemos
estar más equivocados. Veamos unos ejemplos en la práctica de nuestro Señor:

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el
que en mí cree, no tendrá sed jamás... Yo soy el pan que descendió del cielo... Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.”
(Juan 6:35, 41, 51).

c) Al observar la manera en que Jesús emplea la repetición nos percatamos de que
en cada una de las reiteraciones el Maestro incorpora algún elemento nuevo, con lo
que la imagen va clarificándose, y el sentido de la enseñanza va perfilándose. En el
versículo 35 Jesús presenta la aproximación a Él, como pan de vida, para poner fin
al hambre y a la sed del hombre. En el versículo 41, Jesús afirma que Él ha venido
del cielo. Y en el versículo 51 añade la explicación del resultado de venir a Él en
términos de la vida eterna y su alcance universal.

d) Jesús practicó la repetición mediante figuras ilustrativas tomadas de la vida
cotidiana: La siembra de la semilla, la siega del fruto, el lanzamiento de las redes
de pesca, la abundancia y la escasez de peces, las piedras y la cizaña en los
campos, los pájaros en los sembrados, las zarzas en los caminos, la mujer que
revuelve la casa en busca de la moneda extraviada, los niños que juegan y cantan
en las plazas, los enfermos y las mujeres públicas, los acaudalados y los pobres, los
religiosos cultos y las masas indoctas, la compra de la perla de gran precio, el
hallazgo de un tesoro en un campo, la pérdida de una oveja, el mercader que cae en
manos de salteadores, el ladrón que viene de noche, el viajero que llega a casa del
amigo a la hora intempestiva, etc. Con estas figuras Jesús facilitó la enseñanza a
sus oyentes. Además, los agricultores, los pescadores, y todos sus oyentes no
tuvieron que decodificar el mensaje para comprenderlo, pues Jesús lo repitió
envuelto en las figuras apropiadas a cada grupo humano. 

e) Si la repetición fue necesaria en la predicación de nuestro Señor Jesucristo,
podemos estar seguros de que también lo será en la nuestra, particularmente
teniendo en cuenta que la escucha atenta va siendo cada vez más inusual entre
nosotros. El tiempo y la energía que dediquemos a desarrollar el arte de repetir
ilustrando no será ninguna pérdida.

LA SEGURIDAD EN LA PREDICACIÓN:

a) La seguridad en la predicación sólo es posible cuando se trata de predicación
profética. La académica, sin unción, sólo es verborrea, cuando no mero
exhibicionismo academicista, y la unción sólo puede proceder del Santo Espíritu
de Dios en la vida del predicador:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a
pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.” (Isaías 61:1-2; Lucas 4:18).

“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalem, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra.” (Hechos 1:8).

“Y agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe
y del Espíritu Santo... Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes
prodigios y señales entre el pueblo.” (Hechos 6:5, 8). (Ver también Hechos 4:29-31; 13:6-12).

 b) A tal efecto, entre muchos otros en las Escrituras, vamos a considerar el
ejemplo que nos presenta el profeta Ezequiel:

i) No habló por sí mismo, sino movido por el poder del Espíritu del Señor,
quien le llamó a hablar con Él, a entrar en diálogo, es decir, a orar:

“Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego
que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que
me hablaba. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel”
(Ezequiel 2:1-3).

Muchos pastores y otros predicadores de nuestros días tienen tiempo para
procurarse títulos académicos que sólo responden a su orgullo y soberbia,
con poca utilidad en la obra del Señor; tiempo para hacer cientos de
llamadas telefónicas relacionadas con asuntos sociales o denominacionales;
tiempo para el ordenador e internet; pero no tienen tiempo para ponerse
sobre sus pies o sobre sus rodillas y hablar con el Señor, especialmente para
oír su voz. 

ii) En el caso de Ezequiel, como en todos los demás ejemplos escriturales,
podemos comprobar que el Señor revela sus misterios a sus siervos en la
intimidad y en el secreto. Y así será igualmente en la vida de todo
predicador:

“Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con
él mora la luz... Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los
misterios...” (Daniel 2:22, 28).

“Porque no hará nada el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los
profetas.” (Amós 3:7).

iii) Ezequiel fue enviado por el Señor a un pueblo rebelde. No olvidemos
que la rebeldía es la marca distintiva por excelencia del tiempo que nos ha
correspondido vivir. Aquellos hebreos, como tantos cristianos nominales de
nuestros días, creían en Dios, pero no vivían vidas rendidas a Él:

“Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes
rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado
contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de
empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho el Señor.” (Ezequiel 2:3-4).

iv) El predicador, como Ezequiel, no debe cargar sobre su conciencia el peso
de la conciencia de sus oyentes, sino que debe escuchar la voz del Señor y
llevarla a los oídos del pueblo, dejando todo temor en las manos del Señor:

“Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde,
siempre conocerán que hubo profeta entre ellos. Y tú, hijo de hombre, no les
temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y
espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas
delante de ellos, porque son casa rebelde. Les hablarás, pues, mis palabras,
escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. Mas tú, hijo de
hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre
tu boca, y come lo que yo te doy.” (Ezequiel 2:5-8).

“He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente
fuerte contra sus frentes. Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho
tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa
rebelde. Y me dijo: Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras
que yo te hablaré, y oye con tus oídos.” (Ezequiel 3:8-10).

v) El Señor, en su enseñanza de seguridad en la predicación, le advirtió a
Ezequiel, y con él a nosotros, a cuidarnos de aquellos que vienen a nosotros
con apariencia de obediencia y humildad, entre halagos y parabienes, pero
rechazan el mensaje y al mensajero de Dios en sus corazones rebeldes y
entenebrecidos:

“Y tú, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las
paredes y a las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con
su hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd qué palabra viene del Señor. Y
vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío,
y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus
bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres
a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus
palabras, pero no las pondrán por obra. Pero cuando ello viniere (y viene
ya), sabrán que hubo profeta entre ellos.” (Ezequiel 33:30-33).

c) La gran tentación de muchos predicadores de nuestros días consiste en
acomodar la Sagrada Escritura a la “vida moderna”, a los “principios de este
mundo”, y evitar aquellos pasajes de la Palabra donde se manifiesta la santidad de
Dios y la severidad de sus juicios para quienes se empeñan en llamar bueno a lo
malo, y malo a lo bueno, viven vidas dobles y pretenden pertenecer al pueblo del
Señor sin proceder al arrepentimiento y a la fe sumisa y obediente:

“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz
tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por
amargo!” (Isaías 5:20).

d) La advertencia del Señor al profeta es muy clara al respecto: “Mas tú, hijo de
hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca,
y come lo que yo te doy.” (Ezequiel 2:8). El proclamador del mensaje de Dios debe
comer toda la Palabra de Dios, no sólo aquellos manjares suaves y deleitosos, sino
también aquellos más sólidos y duros de digerir, pero, naturalmente,
imprescindibles para el desarrollo y la perseverancia del pueblo de Dios. Como
alguien ha dicho, no debemos proclamar el mensaje del Señor por un solo lado de
la página:

“Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro.
Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había
escritas en él endechas y lamentaciones y ayes.” (Ezequiel 2:10).

e) Incluso en el caso de que nuestros oyentes no respondan afirmativamente a la
llamada del Señor, si nosotros, como voceros de la verdad divina, permanecemos
fielmente en todo el consejo de Dios, comprobaremos que el Señor en su
misericordia nos concederá el sabor más excelente de su bendita Palabra:

“Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo
que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel.” (Ezequiel 3:3).
f) La seguridad en la predicación halla un gran fundamento sólido cuando
renunciamos a nuestras propias opiniones para centrarnos exclusivamente en las
Sagradas Escrituras. El pueblo del Señor y todos los hombres necesitan escuchar la
Palabra de Dios, y no las opiniones más o menos versadas de los predicadores de
turno. Como alguien ha dicho, lo que en tiempos se definía como “un mensaje
bíblico con algunas ilustraciones contemporáneas”, hoy frecuentemente se ha
convertido en “un sermón contemporáneo con algunas ilustraciones bíblicas.” En
este pernicioso cambio se encuentra la principal fisura por la que penetran
corrientes seculares, humanísticas y modernistas. El resultado es la falta de poder y
seguridad en la predicación. Los sermones podrán ser ilustrativos, interesantes y
entretenidos, pero no afectarán a los oyentes ni producirán cambios en sus vidas.
Consideremos la práctica de nuestro Señor Jesucristo:

“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es
mía, sino del Padre que me envió.” (Juan 14:24).

“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:14).

g) Y, naturalmente, esta práctica de Jesús quedó profundamente grabada en el
corazón de los apóstoles, quienes obraron también con esa seguridad en la
predicación que aprendieron de su Maestro:

“Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos
fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.”
(Hechos 4:31).

“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin
letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.”
(Hechos 4:13).
 

LA ÉTICA DEL PÚLPITO:

a) En nuestra propia congregación deberemos ajustarnos a sus costumbres y
maneras.

b) No debemos mantener las manos en los bolsillos durante la predicación.

c) No debemos hacer gestos impropios, tales como mojarnos el dedo para pasar las
páginas de la Biblia, pasarnos la mano por el cabello, y si hemos de limpiarnos la
nariz, debemos pedir perdón y darnos la vuelta para hacerlo, procurando no ser
ruidosos. Tampoco es el momento de limpiar nuestras gafas.

d) No debemos disculparnos por no haber tenido tiempo de preparar el sermón
adecuadamente. Si efectivamente es así, debemos limitarnos a compartir un breve
pensamiento, si es que no tenemos oportunidad de declinar la responsabilidad de la
predicación en otro hermano.

e) Jamás debemos emplear vocabulario vulgar. Jesús nunca lo hizo.

f) Jamás debemos vestir ropas extravagantes.

g) No debemos esperar que los asistentes vengan a saludarnos, sino que, antes
bien, debemos ser los primeros en salir a la puerta del templo, mientras se entona la
doxología, para saludar personalmente a todos.

h) Cuando seamos invitados a predicar en una congregación distinta de la nuestra,
respetemos las costumbres y modos de ella.

i) Evitemos abordar cuestiones teológicas complejas.

j) Procuremos mantenernos dentro de los patrones denominacionales de la
congregación.

k) Respetemos el tiempo que se nos adjudique.

l) Procuremos hablar y orar con el pastor local antes del culto.

m) Los cambios de formas y énfasis doctrinales no nos corresponden a nosotros,
sino al pastor y a la congregación local.

n) En caso de estar en franco desacuerdo con la doctrina, prácticas o maneras de
una congregación, no aceptemos la invitación.
 
UNOS CONSEJOS FINALES:

a) Si escribimos nuestro sermón desde la primera palabra hasta el final, en lugar de
limitarnos a un bosquejo o esquema, esto nos obligará a pensarlo y repensarlo. Y
no sólo eso, sino que actuará como antídoto contra la pereza. Después, seremos
libres de reducirlo a unas notas o bosquejarlo hasta convertirlo en un esquema
puntual. De esta manera evitaremos lo que el pastor Morris Chalfant, de Kankakee,
Illinois, EE.UU., denomina el “síndrome de los aviadores”: “Anuncian un texto,
recorren lentamente una corta distancia, luego despegan de la tierra y desaparecen
en las nubes. Después sólo se escucha un ruido que nos dice que están volando
bien alto sobre las cabezas de su auditorio.” Recordemos que un predicador está
llamado a seguir el ejemplo del sol, no el de un meteoro.

b) Todo orador mejorará su eficiencia comunicativa cuando:

  i) Usemos palabras sencillas, según el fondo del grupo al que nos dirijamos.

  ii) Empleemos el lenguaje de la audiencia. 

  iii) Hablemos a todo el grupo, no a una persona o un sector determinado. 

  iv) Evitemos la trivialidad.

  v) Variemos el tono de nuestra voz.

  vi) Limitemos el número de puntos en nuestra exposición.

vii) Proyectemos visualmente los puntos más importantes, siempre que sea
posible.

  viii) Suplementemos la exposición con otros materiales.

ix) Todo predicador debe ser un buen lector. La parte intelectual no tiene
mejor fuente de nutrición que la lectura buena, rica y variada, dedicando
especial atención a la lectura regular y sistemática de los temas relacionados
con las Sagradas Escrituras y la actualidad general.

x) Esto exige que elaboremos un método personal de lectura y estudio que
nos permita el mejor aprovechamiento posible.

c) Tengamos presente que nuestro sermón, como si se tratase de tierra sembrada,
necesita ser regado copiosamente con oración. 

d) Las iglesias no necesitan de grandes oradores, sino de predicadores de buen
testimonio y llenos del Espíritu Santo. No podemos contar con la Palabra de
Verdad mientras ignoremos o menospreciemos al Espíritu de Verdad. No
olvidemos que el supremo inspirador de la predicación del Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo es el Espíritu Santo.

e) De la misma manera que es el genio el que eleva al poeta, al pintor y al músico
por encima del común de los hombres, así también es el Santo Espíritu de Dios
quien alza al predicador por encima de la plataforma y del púlpito, para llegar hasta
los corazones de los hombres.

f) Tengamos muy presente que nuestra predicación será el resultado de lo que
sabemos, sentimos, pensamos, creemos y deseamos transmitir a otros. Sin
embargo, la predicación de la Palabra de Dios no puede dirigirse primordialmente
a la transmisión de información; es decir, no puede apuntar exclusivamente a metas
cognitivas. De manera que la clave no radica en lo magistralmente que seamos
capaces de explicar una verdad conceptual, sino del impacto que produzca en
nosotros, y que por nuestra parte seamos capaces de estimular en los demás.

g) La mayoría de las veces, nuestros oyentes saben perfectamente lo que es
correcto, conforme a la Palabra de Dios, pero no han sido capaces de actuar de
manera tal. Y nosotros nos equivocaremos mucho si creemos que modificarán su
comportamiento porque nosotros se lo expliquemos magistralmente. Nada más
alejado de la realidad. El cambio en las actitudes y acciones de los humanos se
produce cuando la intuición y la emoción penetran en la razón, y ésta se deja
alterar por aquéllos. Es decir, debe producirse un encuentro holístico. Todo nuestro
ser -espíritu, alma y cuerpo- han de ser impactados y querremos poner en práctica
lo que la Palabra de Dios enseña.  

h) Es ciertísimo que hay personas que parecen haber nacido con el don de la
palabra, que son oradores natos, aunque nunca recibieron instrucción formal de
Homilética. Sin embargo, eso no significa que no pudieran mejorar o haber
mejorado. Al fin y al cabo, en esta disciplina, como en todas las demás, el
aprendizaje es algo que requiere constancia y reciclaje.

i) En todo cuanto hemos dicho, no podemos ignorar que el elemento humano en la
predicación tiene su importancia. No se trata de despreciar la importancia de la
educación formal, del estudio y la preparación académica. Pero sí queremos
subrayar nuestra llamada de atención a la tendencia tan humana de elevar a
supremo aquello que Dios ha dejado en posición subordinada.

j) El Dr. Thomas G. Long, Ph.D., Catedrático de Homilética en Candler School of
Theology, Emory University, Atlanta, Georgia, EE.UU., afirma que “el momento
más importante en la creación del sermón es el que los antiguos retóricos
denominaban el “momento de la invención”, el que los hermenéuticos bíblicos
llamaron el “momento de la interpretación”, y el que el homilético pudiera definir
como “momento del encuentro con el texto”. Cuando el predicador se reserva el
tiempo y la energía suficientes para “morar” dentro del texto, hasta llegar al lugar
en el que el texto habla, entonces el predicador tendrá algo que decir. Y todo el
resto del proceso será importante, pero ni por aproximación lo será tanto como ese
lugar. Si dicho momento no se diese, entonces todas las más maravillosas
ilustraciones, las estructuras más tremendas, y la personalidad más carismática del
mundo no podrán hacer del sermón un acontecimiento significativamente
auténtico... Se trata de escuchar la voz de Dios en el texto. Entonces podemos
ponernos en pie en el púlpito y decir: “Sólo tengo para deciros lo que visto y oído.”
(Ministry, July 2001).

k) Cuando ese “momento” acontece, podemos facilitar la producción en nuestro
auditorio de aquello que algunos expertos homiléticos denominan un “encuentro
experiencial”. Nuestra predicación se convierte en un medio para que la historia
bíblica se transforme en la “historia personal” de los oyentes. El pastor Henry H.
Mitchell, Presidente de la “Academy of Homiletics”, en Atlanta, Georgia, EE.UU.,
manifiesta que “si tenemos una idea para predicar, que no podemos traducir en una
historia o un cuadro de imágenes, lo mejor es abandonarla.” (H. Mitchell, Henry,
“The Recovery of Preaching”, Harper & Row, San Francisco, California, EE.UU.,
1977, pág. 25). De hecho, nuestro Señor Jesucristo no enseñó prácticamente nada
sin emplear una historia o parábola. Nuestra mentalidad griega, buscadora de
explicaciones, no sirve para la adquisición de las experiencias que pueden cambiar
nuestras vidas. Por eso es que Jesús, al igual que los profetas antiguos, utiliza
narraciones para que sus oyentes experimenten un encuentro con la Palabra de
Dios.  

l) Agustín dijo en cierta ocasión que “una llave de madera no es tan hermosa como
una de oro, pero si puede abrir una puerta que la de oro no logra hacerlo, resultará
mucho más provechosa.” Martín Lutero aseguraba que “nadie podrá ser un buen
predicador para el pueblo, a menos que esté dispuesto a resultar infantil y poco
refinado para algunos.” Y Juan Wesley confesó que siempre escribía todos sus
sermones en toda su extensión para leerselos primeramente a su sirvienta, a quien
pedía que le indicara las palabras que no entendía, las cuales procedía a eliminar de
sus predicaciones.

m) El Señor, en su misericordia, no nos dio textos difíciles de descifrar, ni
mandamientos codificados que sólo unos iniciados pudieran interpretar, sino que
nos ha hablado y sigue haciéndolo por medio de los profetas, los apóstoles y el
Hijo. No debemos predicar por encima de las cabezas de los hombres y mujeres,
sino a sus mentes y corazones. La proclamación clara y sencilla de la Palabra de
Dios nada tiene que ver con la trivialidad ni con la superficialidad. La claridad de
pensamiento y de expresión consistirá siempre en la habilidad de contarles a los
demás lo que nosotros hemos visto y sentido, hasta que ellos puedan verlo y
sentirlo por sí mismos.
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