domingo, 22 de julio de 2012

Una Aventura Homiletica: Job dimension pastoral


biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 
Una  de  las  anomalías  de  la  historia  es  que  Calvino  haya  llegado  a  ser  conocido  más  como teólogo  sistemático  cuando  él  mismo  se  consideraba  primordialmente  un  predicador.  Creía  que sus sermones, y no las Instituctiones fueron su mayor contribución. Aunque parte de su tiempo lo dedicaba  a  dar  conferencias  sobre  teología  siempre  consideraba  este  rol  como  secundario.  Se consideraba mayormente un pastor.
  Los  contemporáneos  de  Calvino  se  identificaron  más  con  esa  auto-evaluación  de  Calvino que las personas de siglos posteriores. En los días de su vida, y durante muchas décadas después, sus sermones rivalizaban en popularidad con las Instituciones. Sus sermones eran bien conocidos y  muy leídos  en todos los países de la Reforma.  Con frecuencia  eran usados en los pulpitos de iglesias  que  carecían  de  pastor.  Se  imprimían  centenares  de  copias  a  medida  que  Calvino  los predicaba  en  el  francés  original  a  efecto  de  introducirlos  sistemática  y  clandestinamente  a  los protestantes oprimidos de la patria de Calvino. Gran cantidad de ellos también fueron traducidos a otras lenguas, especialmente al inglés y al alemán.
  En  inglés  llegaron  a  publicarse  un  total  de  setecientos  que  gozaron  de  amplia  distribución. Aunque en esa tarea participaron numerosos traductores más de la mitad de los sermones fueron traducidos  por  Arthur  Golding.  La  primera  edición  ya  apareció  en  1553  y  durante  40  años  las imprentas siguieron haciendo copias. Comenzando en 1574 y a lo largo de 10 años se editó cinco veces el juego completo de los 159 sermones sobre Job. En tres años aparecieron cinco ediciones de los sermones sobre los Diez Mandamientos. Un juego completo de doscientos sermones sobre Deuteronomio  fue  publicado  en  1581  siendo  tan  grande  la  demanda  que  en  el  término  de dos
años  hubo  que  publicar  otra  edición.  No  caben  dudas  de  que  la  amplia  circulación  de  estos volúmenes  fue  el  principal  factor  del  primer  desarrollo  de  calvinismo  en  Inglaterra.  Allí  las Instituciones no aparecieron sino en 1561 y hasta fines de ese siglo solamente se reeditaron seis veces.
  A  comienzos  del  siglo  17  hubo  una  disminución  constante  en  el  uso  de  los  sermones  de Calvino.  Ello  es  comprensible  porque  los  sermones  siempre  se  adecuan  particularmente  a determinadas  épocas  y circunstancias  y, siendo piezas orales pierden mucho de su vigor  y  algo de  claridad  cuando  son  llevados  a  la  forma  escrita.  Es  completamente  natural  que  sólo  muy pocos sermones llegaran a ser escritos clásicos. No era de esperarse que las prédicas de Calvino fuesen  indefinidamente  populares  en  las  iglesias  y  hogares  reformados.  Pero,  por  otra  parte, resulta extraño que tan pronto cayeran en el más absoluto de los olvidos. Al cabo de poco tiempo estos sermones eran ignorados, no solamente por los reformados en general, sino también por las escuelas  teológicas.  En  efecto,  no  hubo  otra  edición  de  las  traducciones  en  inglés  sino  a mediados del siglo 19, cuando aparecieron dos colecciones pequeñas.
  Estos sermones del gran reformador, que una vez gozaran de tanta demanda de parte de sus seguidores  en  todas  partes,  se  desvalorizaron  tanto  que  en  1805  cuarenta  y  cuatro  preciosos volúmenes  en  folio,  conteniendo  manuscritos  originales,  taquigrafiados,  fueron  vendidos  a  dos libreros  a  un  precio  que  se  estimó  por  el  peso  del  papel.  Quizá  ello  haya  ocurrido inadvertidamente,  pero,  de  todos  modos,  indica  que  esos  manuscritos  eran  raras  veces consultados y que se ignoraba su valor. Debido a este desafortunado error es que la mayoría de los sermones de Calvino sobre los profetas del Antiguo Testamento se hayan perdido, igual que muchos  sobre  los  evangelios  y  las  epístolas.  Ocho  de  los  cuarenta  y  cuatro  volúmenes  fueron recuperados  20  años  después  por  unos  estudiantes  de  teología  que  los  encontraron  en  venta en una  tienda  de  ropa  usada;  luego,  a  fines  del  siglo,  reaparecieron  otros  cinco  volúmenes  que fueron  reintegrados a la  biblioteca.  Los estudiosos de Calvino aun  alientan una débil esperanza de que en alguna parte aparezcan los volúmenes restantes.
  Ciertamente, las iglesias calvinistas han sido empobrecidas al no tener sus ministros y otros líderes un fácil acceso a la rica y prolífica expresión de las enseñanzas de su mentor, contenidas en  los  centenares  de  sus  sermones,  sin  mencionar  la  inspiración  que  significa  el  encuentro  que ellos  ofrecen  con  su  cálido  corazón  pastoral.  Los  estudiosos  de  Calvino  se  han  ocupado extensamente de su vida y obra como reformador; de sus escritos sistemáticos y apologéticos; de sus comentaros, tratados, y cartas; de su pensamiento social, político y económico así como de su teología en general. Sorprendentemente prestaron poca atención a sus sermones, que por mucho constituyen  la  mayor  expresión  de  sus  pensamientos.  La  teología  reformada  y  los  estudiosos sobre  Calvino,  en  general,  han  descuidado  por  extraño  que  parezca,  una  de  sus  fuentes  más significativas.
  Teniendo en cuenta esta prolongada negligencia es notable que los eruditos modernos hayan prestado creciente atención a estos sermones. Emile Doumergue, quizá el mayor de los modernos estudiosos  de  Calvino,  ha  contribuido  mucho  para  reabrir  esta  perspectiva  sobre  el  gran reformador.  Su  obra  principal,  de  siete  volúmenes,  ofrece  mucha  información  sobre  Calvino como predicador.
 Además ha escrito un pequeño tratado sobre este tema en particular.
 A fines del siglo 19 aparecieron, en parte bajo su tutela, pero mayormente por su influencia, un número de monografías sobre la predicación de Calvino. La mayoría fueron escritas en francés.
 Además de  una  que  apareció  en  alemán,también  hubo  una  contribución  por  el  profesor  P.  Biesterveld del Seminario Kampen, de los Países Bajos.
 De fecha más reciente tenemos otra obra alemana sobre  el  tema  por  Erwin  Müllhaupt,y  finalmente,  en  1947  algo  en  inglés,  un  estudio  muy completo y fácil de comprender por T.H.L. Parker, un ministro religioso inglés. Su obra se titula Los Oráculos de Dios.
 Además de estos específicos muchos escritores modernos, dedicados a la  enseñanza  de  Calvino,  se  han  volcado  completamente  a  los  sermones  como  fuente  de material.
  Hay  que  agregar  que  durante  los  últimos  diez  años  han  aparecido  en  una  nueva tracucción al idioma holandés por lo menos seis volúmenes de sermones.
  Por eso es particularmente gratificante ver que en el círculo de calvinistas americanos ahora también haya un renovado interés en este campo. En 1950 causó alegría la reimpresiónde una colección miscelánea de sermones, la única que se había publicado anteriormente en los Estados Unidos  de  América.  La  misma  se  había  traducido  y  publicado  originalmente  en  1830,  y recientemente resultaba imposible conseguir una copia. Aún más alentador es que un ministro de la Iglesia Reformada en América, Leroy Nixon, produjera recientemente dos libros. El primero, un  estudio  fresco  y  estimulante  sobre  Calvino  como  predicador  expositivo.
  Es  un  estudio  tan incluyente  como  profundo.  El  segundo,  una  traducción  totalmente  nueva  del  latín  y  francés  de veinte  sermones  de  Calvino  sobre  el  Nuevo  Testamento,  titulada  La  Deidad  de  Cristo  y  otros Sermones.^ Su obra evidencia distinguida competencia, produciendo una anticipación agradable de  su  segundo  juego  de  traducciones  el  cual  presenta  ahora  a  través  de  este  volumen.  Su publicación  es  muy  bienvenida  porque  ofrece,  por  primera  vez  en  siglos,  al  lector  del  inglés, algunas  de  las  riquezas  del  pensamiento  de  Calvino,  contenidas  precisamente  en  su  prodigiosa serie de sermones sobre el libro de Job.
  El  avivamiento  que  experimenta  actualmente  el  interés  en  Calvino  supera,  al  menos  en  un sentido, a muchos anteriores, y es que considera a sus sermones con un cuidado nunca antes visto desde  1600.  Y  sus  sermones  realmente  son  indispensables  para  un  entendimiento  cabal  de Calvino. Emile Doumerge estuvo acertado cuando, el 2 de julio de 1909 en una gran celebraciónconmemorativa  de  los  400  años  del  nacimiento  de  Calvino,  y  hablando  del  mismo  pulpito  que Calvino ocupara, dijo: "Este es el que a mi parecer, es el verdadero  y auténtico Calvino, el que arroja luz sobre todos los demás: Calvino el predicador de Ginebra, moldeando con su palabra a los  reformados  del  siglo  16."
Los  calvinistas  americanos  harán  un  gran  servicio  a  su  causa siguiendo  la  sugerencia  implícita  en  estas  palabras.  Tienen  una  deuda  con  el  pastor  Nixon  que tan notable comienzo ha marcado.

MÉTODO HOMILETICO
  Calvino  fue  un  auténtico  predicador  extemporáneo.  No  usaba  manuscritos  ni  notas. Únicamente llevaba las escrituras al pulpito. Su preparación consistía en leer los comentarios de otros (incluyendo a los Padres de la Iglesia y probablemente también a los escolásticos así como a  sus  compañeros  de  reforma).  Realizaba  una  exégesis  muy  cuidadosa  del  texto  aplicando  sus notables  habilidades  como  lingüista  y  su  tremendo  conocimiento  de  la  Biblia.  Finalmente reflexionaba sobre la manera de aplicar el texto a la congregación y la forma de comunicar dicha aplicación.  Luego  todos  estos  pensamientos  eran  clasificados  y  almacenados  en  su  asombrosa memoria.  No  hay  evidencias  de  que  escribiera  un  bosquejo,  además  la  construcción  de  sus sermones aparentemente indican que no lo hacía.
  Se  puede  objetar  justificadamente  que  tal  preparación  es  inadecuada  para  la  predicación. Ciertamente  sería  insuficiente  para  la  gran  mayoría  de  los  predicadores  cuyos  dones  son  tanto menores  que  los  de  Calvino.  Probablemente  Calvino  mismo  no  recomendaría  su  método  como práctica  normal  de  homilética.  La  principal  razón  para  no  prepararse  con  más  precisión  era  la falta  de  tiempo.  Algunos  domingos  predicaba  dos  veces  además  de  predicar  todos  los  días  de semana. Todo esto lo hacía aparte de sus conferencias regulares sobre teología, su tarea pastoral, sus responsabilidades  cívicas  y su enorme correspondencia.  La predicación sola habría agotado la  capacidad  de  muchas  personas  menos  dotada  que  Calvino.  Pero  Calvino  hacía  todo  esto  a pesar  de  un  estado  prácticamente  continuo  de  escasa  salud.  Las  dimensiones  de  su  genio difícilmente podrían ser sobreestimadas, y sermones como los de este volumen adquieren mayor brillo cuando son vistos a la luz de la totalidad de su trabajo.
  Sin  embargo,  más  allá  de  esto,  había  algo  en  su  método  que  Calvino  recomendaría sinceramente,  incluso  a  predicadores  que  suben  al  pulpito  solo  una  o  dos  veces  por  semana, teniendo  tiempo  abundante  para  la  preparación.  Esta  no  debiera  ser  demasiado  mecánica.  La predicación  no  debería  estar  sujeta  al  recitado,  palabra  por  palabra,  de  algo  previamente compuesto. Nunca se debería leer el sermón, sino siempre proclamarlo como la viviente palabra de  Dios.  En  cierta  ocasión  Calvino  se  quejaba  en  una  carta  a  Lord  Somerset  de  las  pocas predicaciones  con  vida  en  la  Inglaterra  de  aquellos  días,  y  que,  emulando  a  Cranmer,  los predicadores  escribían  sus  sermones  palabra  por  palabra,  con  artificiosa  retórica,  para  luego esclavizarse a su lectura. Calvino creía firmemente que en el acto de la predicación debe haber lugar para la inspiración continua del Espíritu Santo. No iba al extremo de Lulero para quien la palabra predicada era virtualmente idéntica con la palabra escrita; tampoco aceptaba el punto de vista zwingliano  y anabaptista de que el sermón no era sino una señal dirigida hacia Cristo. Su posición era intermedia. Por un lado sostenía que la Biblia era singularmente inspirada, que en su forma  escrita  es  objetivamente  la  palabra  de  Dios,  y  que  el  sermón  solo  tiene  autoridad  como explicación de la palabra escrita; por otra parte sostenía que el sermón únicamente cobra eficacia redentora cuando el Espíritu Santo opera tanto en el predicador como en los oyentes. De paso sea dicho,  en  este  punto  la  doctrina  de  Calvino  sobre  la  predicación  concuerda  totalmente  con  su doctrina  sobre  los  sacramentos,  lo  mismo  que  también  se  daba  con  las  doctrinas  de  Lutero  y Zwinglio.  Para  Calvino  tanto  el  sermón  como  el  sacramento  dependen  de  la  palabra  escrita  y solamente son medios de gracia cuando van implementados por la presencia, llena de gracia, del Espíritu  Santo.  El  método  de  Calvino  no  consistía  solamente  en  hacer  una  adaptación  según fuera  la  fuerza  de  las  circunstancias;  también  era  una  expresión  de  doctrina  fundamental.  El sermón debe ser pronunciado como la palabra viviente. Es preciso que el predicador siga siendo, en el momento de su proclamación, un instrumento flexible del Espíritu Santo. Es preciso reiterar que Calvino no permitiría que ninguno de estos hechos  sirviera de excusa para una preparación superficial o descuidada. En cierta ocasión lo expresó de la siguiente manera: "Si voy a subir al pulpito  sin  dignarme  a  abrir  un  libro,  pensando  frívolamente  para  mis  adentros  'está  bien,  al predicar Dios ya me dará suficientes cosas para decir,' y vengo aquí sin preocuparme por leer o pensar  en  lo  que  debo  declarar,  y  sin  considerar  cuidadosamente  cómo  aplicar  las  sagradas escrituras la edificación de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogante."
  Debido a este método de preparación carecemos de apuntes sobre los primeros sermones de Calvino. Algunos de sus oyentes hacían anotaciones personales, pero éstas son poco más que un resumen  general  de  los  principales  pensamientos  y  prácticamente  carecen  de  valor.
Afortunadamente, en 1549, un grupo de refugiados franceses y caldenses, radicados en Ginebra, intensos seguidores de Calvino, reconocieron el valor permanente de sus sermones, de modo que contrataron a un secretario para que tomase notas taquigráficas de cada mensaje y luego  hiciera cuidadosas copias destinadas a la preservación en volúmenes de folios. Este secretario fue Denir Raguenier quien cumplió con tan importante tarea como trabajo de tiempo completo hasta morir en 1560.
  Calvino  predicaba  con  frecuencia.  Al  principio  los  servicios  religiosos  en  Ginebra  se realizaban  tres  veces  por  semana,  pero  en  1549  el  Concilio  ordenó  la  introducción  diaria  de la predicación  matutina.  Calvino  mismo  generalmente  predicaba  una  vez  por  domingo,  y  con frecuencia dos veces. Además, cada semana por medio, predicaba el sermón diario en la Iglesia San  Pedro.  La  serie  dominical  siempre  era  distinta  a  la  de  los  días  de  semana.  La predicación dominical  casi  siempre  se  basaba  en  el  Nuevo  Testamento,  siendo  la  única  excepción  notable algún sermón vespertino basado en los Salmos. Los sermones de los días de semana eran todos del Antiguo Testamento.
  Los textos no los escogía ni al azar, ni siguiendo el año eclesiástico. Su método común era predicar consecutivamente a través de libros completos de la Biblia, con frecuencia no cambiaba ni siquiera en los días especiales de la iglesia. La longitud de los textos variaba algo, de acuerdo al  contenido.  Los  de  los  libros  históricos  del  Antiguo  Testamento  y  de  las  narraciones evangélicas  generalmente cubrían  entre  10  y  20  versículos.  Los  de  las  epístolas  del  Nuevo Testamento y otros pasajes didácticos normalmente cubrían dos o tres versículos. Los textos para los sermones sobre Job son de 1 a 20, pero la mayoría de 4 a 7 versículos.
  Los libros cubiertos totalmente por su predicación son: Génesis, Deuteronomio, Job, Jueces, I y II Samuel, todos los profetas mayores y menores, Los Evangélicos, Hechos, I y  II Corintios, Galatas, Efesios, I y II Tesalonicenses, I y II Timoteo, Tito y Hebreos. Para citar algunos totales representativos  digamos  que  hay  200  sermones  sobre  Deuteronomio,  159  sobre  Job,  343  sobre Isaías, 43 sobre Amos, 189 sobre Hechos y 48 sobre Tito. Una de las omisiones más asombrosas es  el  libro  de  Apocalipsis.  Aparentemente  nunca  se  ocupó  de  este  libro,  ni  por  medio  de sermones,  ni  conferencias  ni  comentarios.  En  cuanto  a  los  otros  libros  no  mencionados  en  esta lista,  es  difícil  saber  algo  con  certeza  debido  a  que  la  información  anterior  a  1549  es  muy incompleta.  Cornos  los  de  Lutero,  los  sermones  de  Calvino  eran  de  longitud  moderada. Pronunciados a una velocidad promedia no superarían los cuarenta minutos. De hecho, la grave aflicción  asmática  de  Calvino  le  habrá  requerido  algo  más.  En  cuanto  a  la  duración  como  al estilo, Calvino tenía una fina sensibilidad por la capacidad de sus oyentes. Nunca sobrecargaba su  comprensión,  ni  por  una  indebida  complejidad,  ni  por  una  inadecuada  longitud.
Evidentemente la mayoría no lo emuló muy bien en este sentido, puesto que en 1572, ocho años después  de  muerto,  el  Concilio  de  Ginebra  promulgó  un  edicto  por  el  cual  los  ministros religiosos  debían  predicar  sermones  más  breves,  que  no  excedieran  una  hora  de  duración.
También  es  de  notar  que  la  longitud  de  los  sermones  sea  tan  consistentemente  igual.  Por ejemplo, en la serie sobre Job, el lector puede observar por sí mismo, que las longitudes de las copias impresas apenas varían un poco.

ESTRUCTURA DEL SERMÓN
  En  su  predicación,  como  en  muchos  otros  aspectos,  la  Reforma  significó  un  retorno  a  la doctrina y a las prácticas de la iglesia primitiva. Guiados por Lutero, los reformadores volvieron a  la  homilía  como  forma  normal  del  sermón.  Comparada  con  la  predicación  escolástica,  la homilía  era  más  expositiva  que  temática,  más  un  discurso  libre  que  una  alocución  sujeta  a estructuras, más analítica que sintética; expresada en términos de afirmaciones directas más que en sutilezas de la lógica; era más directa, a modo de conversación, que retóricamente precisa.
  Calvino  no  es  una  excepción.  Sus  sermones  son  simples  homilías  y  en  ese  sentido  son  de una trama totalmente distinta a sus escritos sistemáticos. Al predicar sobre pasajes consecutivos trataría  el  texto  sección  por  sección,  versículo  por  versículo,  y  algunas  veces  frase  por  frase, explicando o comentando a medida que avanzaba. Difícilmente se apartaría del orden impuesto por el texto mismo. Por otra parte, no se esclavizaría a explicar cada cosa del texto, como si su mera presencia allí o su longitud le dieran el peso necesario para ser parte del sermón. Tampoco limitaría necesariamente su interpretación a los diversos elementos del texto, ni a su significado dentro del mismo, ni a su significado dentro del contexto inmediato. Aunque siempre predicaba basado  en  el  texto  y  ciertamente  reconocía  la  importancia  del  respectivo  capítulo  y  libro,  su mayor  principio  para  la  interpretación  bíblica  era  que  las  escrituras  siempre  tenían  que  ser interpretadas por las escrituras mismas, por eso, al fin de cuentas, su contexto era toda la Biblia.
Sin embargo, para Calvino el resultado de esto no era lo que frecuentemente ha sido para otros que tenían el mismo propósito. Es de suma importancia notarlo. Para Calvino el desarrollo de un texto  nunca  estaba  sujeto  a  su  significado  abstracto  en  términos  de  teología.  Su  sermón  nunca estaba  controlado  por  un  bosquejo  o  esquema  provenientes  de  su  dogmática.  Para  Calvino  el cuerpo  en  sí  del  sermón,  su  esqueleto  y  su  carne,  se  componían  de  dos  cosas:  el  texto  mismo, visto a la luz de ambos contextos, el inmediato y  el último,  y las necesidades espirituales de la congregación. La predicación en Ginebra era el producto directo de un pastor dedicado a un libro
abierto  y a una congregación necesitada. Siempre eran sermones de una total relevancia para la
vida.
  Es fácil de ilustrar que para el pulpito de Calvino la importancia dogmática del texto no era decisiva.  De  ello  el  lector  encontrará  muchas  evidencias  en  este  volumen  de  sermones.  Por ejemplo, el texto en Job 9:1-6 "¿Cómo se justificará el hombre con Dios?", etc., fácilmente podía haber inducido a un predicador a desarrollar extensamente las doctrinas  de la justificación  y  de los méritos de Cristo. No así Calvino (vea el Sermón N°4,  p.57), quien apenas las menciona en unas  pocas  palabras  finales.  El  resto  del  sermón  Calvino  lo  dedica  a  estar  junto  a  Job  sobre  su montón  de  basura  procurando  que  sus  oyentes  se  acerquen  a  tan  angustiosa  experiencia.  Laspalabras clásicas del Job "Yo sé que mi Redentor vive" no lo llevan a desarrollar extensamente el
tema  de  la  resurrección  de  Cristo,  con  todas  sus implicaciones.  Afirma,  en  cambio,  que  Job  no anticipaba  tal  resurrección,  y  si  bien  nosotros  ciertamente  tenemos  que  ver  el  texto  a  la  luz  de nuestro  conocimiento,  aquí  debemos  ocuparnos  principalmente  de  la  convicción  de  Job  de  que los juicios últimos de Dios trascienden a los de los hombres. Calvino advierte que estas palabras "tomadas fuera de su contexto, no serían muy edificantes, y no sabríamos lo que Job quiso decir" (Sermón N°8, p.109). Muchos lectores se sorprenderán  al leer  estos sermones, tanto por lo que Calvino dice como por lo que omite. En su mayor parte es un tratado práctico referido a asuntos tales  como  las  relaciones  familiares,  las  actitudes  tanto  de  gozo  como  de  compasión  ante  el castigo  de  los  malvados,  una  advertencia  contra  la  hipocresía.  De  igual  modo,  al  tratar  los versículos que siguen a "en mi carne he de ver a Dios" etc. (Job 19:26-29, Sermón N° 9, p. 111), Calvino no se ocupa de los dogmas escatológicos y de la resurrección del cuerpo como doctrinas separadas,  sino  que  en  forma  impresionantes,  expone  lo  que  esto  significa  para  Job  y  para  el creyente que atraviesa la experiencia de Job. En este sentido lo más  asombroso es que Calvino hace una división entre los versículos 25 y 26 del capítulo 19 separándolos en dos textos mayores y  usándolos  para  dos  sermones  diferentes.  Cualquier  predicador  interesado  en  la  dogmática escatológica los habría mantenido unidos.
  También hemos observado que Calvino no necesariamente deje que las proporciones de los respectivos  elementos  del  texto,  ni  aún  su  significado  primordial  dentro  del  mismo,  sean decisivos  para  el  sermón.  El  lector  hallará  numerosos  casos  en  este  volumen.  Por  ejemplo,  el Sermón N°15, p.181, se ocupa extensamente de dos cosas referentes a Elihú: una, que Elihú era buzita; otra, que tenía la capacidad de indignarse. Ninguno de ambos temas realmente representa el  sentido  principal  del  texto.  Sin  embargo,  Calvino,  el  pastor,  tenía  aplicaciones  aquí  para  su gente,  y  éstas  de  ninguna  manera  eran  ajenas  al  texto.  Era  1554.  El  escándalo  de  Servetus era historia  reciente.  La  doctrina  calvinista  de  la  predestinación  era  fieramente  atacada  desde numerosos frentes. La lucha con los libertinos había alcanzado su clímax. El predicador veía aquí una oportunidad de subrayar dos puntos; Elihú, igual de Job, estaban fuera de la línea del pacto.
Probablemente desconocían la ley de Moisés. Sin embargo, tenían un auténtico conocimiento de Dios  y manifestaban verdadera piedad. Dice Calvino que la devoción a Dios de hombres como Job  y Elihú dejan sin excusa al malvado e impenitente, vindicando a Dios ante la acusación de ser  injusto  al  condenar  a  los  impíos,  aún  cuando  éstos  no  hubiesen  recibido  toda  la  luz  del evangelio.  Esto  responde  a  una  de  las  críticas  referidas  a  la  predestinación.  Habiendo mencionado, de paso, la acusación de Elihú de que Job se justificaba a sí mismo, en vez de ser justificado  por  Dios,  Calvino  prosigue  a  su  segundo  punto  principal,  totalmente  desligado  del primero,  es  decir,  la  justa  indignación  de  Elihú.  Esta  ofrece  una  oportunidad  bienvenida  para señalar la diferenciaentre el enojo egoísta y una santa indignación, y que ésta está totalmente en su lugar, que incluso es necesaria para el creyente respecto de los enemigos de Dios, tales como los papistas y los libertinos. A éstos no los llama así, en cambio los tilda de "perros y cerdos" de "burladores  de  Dios"  y  "villanos  profanos."  Otro  ejemplo  de  consideraciones  prácticas, pastorales, con desviación del sentido normal del texto, se encuentra en el Sermón N° 17, p. 204.
Calvino  usa  este  texto  para  defender  a  su  propio  ministerio  y  el  de  sus  asociados  contra  los despiadados ataques que a la sazón provenían de los libertinos de Ginebra. El texto admitirá tal interpretación, pero también enseña otras cosas  más amplias, algunas de ellas más prominentes que la función y autoridad del ministro de la palabra de Dios. Sin embargo, el aspecto práctico de la situación requería esta alternativa.
  Que  el  lector  sea  sensible  al  pulso  pastoral  que  tan  inconfundiblemente  palpita  en  estossermones. Nunca son meros discursos teológicos o tratados exegéticos. Son, en cambio, la viva palabra de Dios, siempre en una dinámica tensión entre el libro de Dios y el pueblo de Dios. 
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